Tere Verdes una desconocida heroína vasca

En 1959, fallecía Tere Verdes, una de las componentes de la Red Álava, cuyas integrantes no han sido homenajeadas hasta 2018

Un reportaje de Marian Moreno Royo

Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

Tere Verdes murió demasiado pronto, todavía en pleno franquismo, a finales de la década de los 50 con solo 51 años. Un cáncer de mama se la llevó muy joven. Hasta 2018 nunca había sido homenajeada ni recibido el menor reconocimiento público. Hasta ahora solo podíamos constatar que las inmediaciones de la bilbaina iglesia de San Anton aparecen abarrotadas en las viejas fotografías de su funeral en marzo de 1959, una multitudinaria despedida celebrada casi en la clandestinidad.

Como responsable de donaciones de Sabino Arana Fundazioa he tenido la suerte de contactar con muchos veteranos antifranquistas. Me hubiera encantado conocer también a María Teresa Verdes Elorriaga (Bilbao, 1907-1959). Su ejemplo y lucha se presentan en la exposición Red Álava. Mujeres invisibles. Espionaje y solidaridad que hasta finales de octubre puede contemplarse en la sede del Instituto de la Memoria Gogora. Al acercarnos a Tere y sus compañeras nos encontramos con mujeres independientes, avanzadas para entonces, adelantadas a aquella época oscura.

La sensibilidad de su familia, encabezada por su sobrino Joseba Verdes Rola, ha permitido que buena parte de su documentación, sus cartas y su diario carcelario hayan sido depositados en el Archivo de Sabino Arana Fundazioa para su estudio por investigadores y ahora formen parte de esta exposición divulgativa. Las profesoras de la UPV/EHU Gurutze Ezkurdia, Karmele Pérez Urraza y Begoña Bilbao han analizado la documentación de Tere Verdes. Entre los inéditos datos de esta biografía, nos aportan un concienzudo estudio grafológico de su letra durante su intensa vida carcelaria.

“Es una persona muy sociable, muy disciplinada, con muy buena memoria, que guarda muy bien los secretos y con tendencia a dominar en los círculos íntimos. Es correcta, tiene orgullo, oposicionista y contiene ideales que defiende con tesón”, asegura la grafóloga Irune Ibarra.

Pinceladas de un carácter niquelado para la clandestinidad y el espionaje. Estas fueron, junto a la solidaridad, las claves en las que sustentó su labor la Red Álava, pero este artículo no pretende ser una síntesis de las últimas investigaciones sobre esta organización. En estas mismas páginas han podido encontrar trabajos de Txema Montero, Iñaki Goiogana o de las profesoras de la UPV/EHU antes citadas, a la espera de un exhaustivo libro coordinado por el historiador Josu Chueca, en el que también participan Luzia Alberro y Elixabete Pérez, profesoras de la Universidad de Deusto, y Roman Berriozabal. También los lectores de DEIA pudieron adquirir el pasado domingo un DVD documental producido por Baleuko para ETB y un álbum ilustrado en el que poder visibilizar a las cuatro mujeres invisibles que vertebraron esta Red.

Invisibles por los estereotipos Supe que Tere Verdes tuvo una relación muy especial con la familia Ajuriaguerra. Marina y Rosario, poco antes de fallecer, me contaron como hicieron varios viajes con Tere a Iparralde. Solían trasladarse en taxi y lograban pasar desapercibidas para los guardias civiles y militares fronterizos. También la entonces muy joven Miren Oñate recordaba sus viajes con Tere en taxi a la Prisión Central de Burgos.

“No les entraba en la cabeza que unas mujeres jóvenes, unas chicas inofensivas, siempre alegres, bien vestidas y de buena educación, pudieran tomar la iniciativa para burlar sus controles y pasar delante de sus narices información transcendental”. Supieron aprovecharse de aquellos estereotipos.

Pude conocer también al encartado Alberto Atxa Atxa, gudari condenado a muerte, quien salvó la vida gracias a la sustracción, cambio y falsificación en la Auditoria de Guerra de Burgos de su inminente Ejecútese. Atxa era consciente de que debía su vida a aquella Red liderada en Burgos por Tere Verdes de la que también fueron piezas los Gurtubai, Aniceto Anton o el propio Primi Abad.

También he podido saber de Tere Verdes por Maite Orbe, una niña en la guerra, cuya familia rehizo después su vida en el exilio mexicano. Una adolescente Maite cruzó la frontera con los Gabonak, sin saber que era una importante cantidad de dinero, que debía entregar en Bilbao, en la mítica librería Verdes de la calle Correo. Allí estuvo con Tere, quien recogió el sobre y le recomendó llevarse un libro. El objetivo de aquellos Gabonak era ayudar a los gudaris presos con comida, ropa y medicinas.

La labor solidaria de Tere con los presos fue clave en las cárceles de Larrinaga y Burgos, adonde fue sucesivamente trasladado su hermano Pepe. Siempre me han impresionado unas fotos de presos escuálidos que parecerían tomadas en los campos nazis, reclusos famélicos por el hambre, cuando la avitaminosis (hambruna) era la principal causa de muerte entre la población encarcelada. Informes sobre la situación sanitaria de las cárceles o sobre la evolución de las causas penales y las sacas para fusilamientos eran objetivo de sus cadenas.

Solidaridad y espionaje Especialmente llamativos resultan hoy los ejemplares de la clandestina revista Espetxean que su hermano Pepe logró editar en la imprenta de la cárcel de Burgos. Recuerdo que un día nos llegó el inolvidable Jesús Insausti Uzturre con un paquete de joyas documentales, entre las que se encontraba una colección completa de Espetxean, así como las últimas poesías, dibujos y cartas de Lauaxeta antes de ser fusilado en Gasteiz o una carta manuscrita de Juan Ajuriaguerra desde Burgos a Etxenagusia (el lehendakari Aguirre). Todos aquellos tesoros habían sido conservados durante décadas por otra gran mujer, Karmele Goñi, viuda de Jesús Solaun, quien muchas décadas atrás había trabajado en la sede del PNV en Iparralde.

Las cadenas de la Red Álava permitieron que fluyera la información entre los burukides encarcelados y la dirigencia vasca en el exilio. Tere fue pieza clave en estas cadenas que pronto pasaron de la solidaridad al intercambio de documentación e información para terminar en labores de espionaje militar a favor de las potencias aliadas en los primeros meses de la II Guerra Mundial.

Hace apenas unos tres años, nos visitó Joseba Verdes, quien siempre resalta la sencillez y bondad de su izeko Tere. Nos venía con un increíble regalo para nuestro Archivo, lo que hoy conocemos como Fondo Tere Verdes, con fotos, cartas manuscritas, tarjetas, recordatorios, agendas, recortes de prensa o documentación judicial. Y, sobre todo, con varios diarios manuscritos de Tere, iniciados en 1936, y que cobran especial interés durante su paso por las cárceles españolas.

Diarios carcelarios Ya el día siguiente al bombardeo de Gernika podemos leer toda una declaración de intenciones cuando asegura que “en lo que esté a mi alcance he de hacer todo lo que pueda para que no triunfe la causa de quienes así atentan contra todo un pueblo”.

En sus diarios carcelarios podemos sentir cómo fueron aquellos duros años. “Detenidas nos llevaron a Donostia con tres polis. Nunca pensé que tendría tanta serenidad con el corazón destrozado (…) Nuestro abogado defensor, Revuelta, dice que nuestra moral es admirable, que algunos de ellos están más afectados… Cree fácil nuestro traslado al Norte. Qué alegría poder ver a los míos. Ver nuestra tierra, sentir su aire mojarse con la lluvia. Aunque a mí no me parece que lo consigamos, con la fobia que tienen a todo lo nuestro”. “Me indigna esa actitud de los que se dicen amantes de Dios y defensores de su Ley y tratan así a sus representantes dignísimos (por los dos sacerdotes juzgados en la Red Álava) y que no tienen otro delito que no profesar sus mismas ideas políticas y defender a sus hermanos contra la opresión y la injusticia.”

“¡Qué ganas tengo de abrazaros y sentarme entre vosotros para siempre! ¡Que Madrid es bonito! ¿Quién lo dijo? Nos pesa como una losa, será quizás que tenemos que estar por obligación, pero con gusto nos iríamos al más remoto monte de nuestra querida tierra (…) Hoy hace 5 años que salí de esa -escribe el 6 de enero de 1946- bien acompañada y con un paisaje precioso de copos y cumbres nevadas que no parecían presagiar lo que ocurrió después. Si se pudiese ver el porvenir por un agujerito”.

‘Uzturre’: “Casi una santa” Tere Verdes tardó más de siete años en poder volver a Bilbao. El cambio del curso de la II Guerra Mundial supuso, tras las iniciales 19 condenas de muerte y el posterior fusilamiento de Luis Álava, la progresiva conmutación de sus largas penas. Nuestro Jesús Insausti Uzturre también conoció a Tere.

“Mi mujer y yo -recordaba Uzturre- tuvimos mucha confianza con ella. Nuestra relación comenzó en Madrid, cuando me incorporé a los Servicios y ella, junto a otras compañeras, acababa de salir de la cárcel de mujeres de Yeserías. El contacto que mantuvimos no fue muy largo, fue una cosa dosificada, graduada, pero me marcó profundamente. Tere Verdes era una mujer entera, seria, y a la vez agradable y muy simpática. Yo creo que la labor que hizo fue tanto por patriotismo como por apostolado cristiano. Era una religiosa seglar, casi una santa. Tenía grandes dosis de comprensión, de sencillez. Su tono de voz era como el de una madre, novia o hermana”.

Tere volvió a su casa de Bilbao en 1947, pero siguió comprometida siempre con la Resistencia Vasca. Las profesoras de la UPV/EHU antes citadas han constatado en su investigación que en 1949 fue de nuevo detenida, junto a una treintena de jóvenes, por participar en una acción clandestina de propaganda en el Teatro Coliseo Albia.

Uzturre calificaba de “gran calvario” el “asedio policial” que siguió sufriendo, unido en sus últimos años a un duro cáncer de mama. Tere falleció un 16 de marzo de 1959, siendo despedida de forma multitudinaria en la iglesia de San Antón.

Su muerte fue recogida en publicaciones del exilio como Tierra Vasca o Euzko Deya, donde puedo leerse que “ella no podía escuchar barbaridades, ella que no se asustaba de nada, que parecía que se asustaba de todo, que era más valiente que tímida, pero parecía más tímida que valiente”.

Solo queda ser agradecidas a aquellas mujeres que, sin ningún afán de protagonismo, se convirtieron en invisibles y comprometidas heroínas. Agradecimiento muy especial a Tere y a su familia por haber conservado sus diarios, sus fotografías, su agenda con datos de enlaces de las zonas de Bizkaia y aquellas bolsitas bordadas por ella misma que utilizaba para pasar alimentos e información.

Red Álava, sobiersolidaridad y espionaje

Cuatro mujeres pusieron en marcha en 1937 el servicio de información que lideró Luis Álava y que recopiló valiosa información para el Gobierno vasco en el exilio. La toma de París por los nazis desencadenó la caída de la Red Álava.

Un reportaje de Iñaki Goiogana

EN junio de 1940, cuando las tropas alemanas entraron en París, no solo cayó Francia en manos nazis. A la vez que se entregaba una de las dos potencias democráticas -la otra era el Reino Unido-, el Gobierno vasco se vio obligado a cerrar su sede parisina y a huir. En esta fuga precipitada se cometieron numerosos errores, pero ninguno como el abandono en la misma Delegación del archivo del organismo vasco. El archivo, para más inri, se abandonó además perfectamente embalado y con el contenido inventariado. Los policías nazis alemanes y falangistas españoles que entraron en la Delegación vasca y se encontraron con semejante regalo debieron pensar que su buena suerte no tenía fin.

Tere Verdes, Itziar Mugika, Bittori Etxeberria y Delia Lauroba conformaron la base de la Red Álava.
Tere Verdes, Itziar Mugika, Bittori Etxeberria y Delia Lauroba conformaron la base de la Red Álava.

En este depósito de documentación, en la primera caja, se encontraba la correspondencia del lehendakari José Antonio Aguirre con José María Lasarte, diputado guipuzcoano y responsable de Villa Mimosas, nombre del chalé bayonés donde se hallaban radicados los Servicios Vascos de Información y Propaganda, denominados también los Servicios. Así mismo, entre esta copiosa correspondencia entre Mimosas y la Delegación parisina se hallaban numerosos informes de inteligencia obtenidos y redactados por estos mismos Servicios. Fruto de este descuido y de las facilidades dadas por los alemanes para incautarse de la sede vasca en París, la policía franquista pudo hacerse con gran parte de lo logrado en materia de inteligencia por los vascos desde el inicio de la guerra.

De entre los papeles hallados en la sede vasca de París destacaba sin duda un informe titulado Servicio Interior y fechado el 15 de marzo de 1939. Se trataba de un escrito donde se detallaban las labores realizadas por los Servicios desde mediados de 1937 hasta la fecha de redacción del informe. En él se relataban minuciosamente los trabajos realizados y, lo que era peor, la estructura interna y los agentes que lo formaban con suficientes datos como para que la policía los pudiera reconocer y detener sin mayor dificultad. Una verdadera confesión, tan verdadera como exacta.

No por ello se dio prisa la policía española en deshacer la organización. Las detenciones, en número de 28, no se efectuaron hasta los días 2 y 3 de enero de 1941. Eso sí, cuando se produjeron cayó toda la red, la que con el tiempo se conocería como la Red Álava, denominada con este nombre por el apellido de su máximo responsable, el gasteiztarra Luis Álava Sautu. Pero, si bien Luis Álava fue su jefe, la red había sido obra de cuatro mujeres; Bittori Etxeberria, Itziar Mujika, Delia Lauroba y Tere Verdes.

Bittori Etxeberria, baztandarra de Elizondo, implicada durante los años republicanos en todas las actividades nacionalistas de su localidad y que iniciada la guerra fue por ello deportada, fue la primera en decir que sí a la petición que José Mari Lasarte le hizo para colaborar con los Servicios. Corría el mes de septiembre de 1937, semanas antes el Ejército vasco se había rendido en Santoña y el Gobierno vasco carecía de noticias de cómo había sido el denominado Pacto de Santoña, no había comunicación entre los dirigentes que se hallaban presos y los que se encontraban en el exilio y corrían insistentes rumores sobre los juicios a los que estaban siendo sometidos los prisioneros. Al Gobierno vasco le urgía contactar con las cárceles para preparar una acción de defensa de los gudaris presos y que estaban siendo condenados a muerte.

Los contactos Bittori Etxeberria, como baztandarra tenía medios para cruzar la muga, como lo había hecho desde que volviera del destierro poniendo a salvo a numerosos perseguidos poniéndolos a salvo, y presentarse en Villa Mimosas. En la sede de los Servicios, Lasarte le habló de Itziar Mujika, donostiarra, antigua militante de Emakume Abertzale Batza con hermanos encarcelados y en el exilio, pariente de los hermanos Agesta, miembros a su vez de los Servicios vascos. Itziar había tenido algún contacto con Villa Mimosas en su sede aprovechando sus visitas a Iparralde por motivos laborales. Itziar era sombrerera y cruzaba la muga con su pasaporte en regla para acercarse a clientes y tiendas de la Costa Vasca peninsular.

A su vez, Itziar conocía a Delia Lauroba, también donostiarra y también con familiares presos. En su caso el prisionero era su marido Joxe Azurmendi, comandante de gudaris internado en El Dueso, el penal donde se hallaban los directivos vascos encarcelados. Ella fue, en sus visitas a su marido, la que obró la proeza de cruzar el cerco militar y enlazar las cárceles con París. Primero en El Dueso y, más tarde, en Larrinaga, Bilbao, a donde fue trasladado Joxe. Delia no cejó en su labor de visitar las prisiones ni siquiera después de que su marido fuera fusilado en mayo de 1938 como venganza a la gran fuga de la cárcel de San Cristóbal del monte Ezkaba, cerca de Iruñea. Delia comunicó a sus compañeras que su presencia en las cárceles era más necesaria que nunca. Este gesto de entrega no pasó desapercibido para los presos que colaboraron con ella y la red más si cabe que con anterioridad. Este contacto directo de Delia con las cárceles puso a la donostiarra en relación con Tere Verdes, hermana de José Verdes, también preso.

Esta red de cuatro mujeres iniciada como grupo de asistencia a los presos -las condiciones carcelarias de por sí malas se habían convertido en insufribles por el hacinamiento, la falta de comida y las carencias higiénicas y a ellas y a numerosas más hermanas, novias, mujeres o madres correspondió llevarles ropa limpia, alimentos o medicinas-, bien pronto, como queda dicho, adoptó también el papel de correo. En esta labor, la información que se intercambiaba iba desde la correspondencia entre los presos y el interior hasta el cambio de información entre los dirigentes pasando por noticias procesales de los internos. Poner en conocimiento del Gobierno vasco sentencias de pena de muerte u otras informaciones de interés y que el ejecutivo vasco pudiera hacer llegar a instancias internacionales con garantías de verosimilitud podían hacer que estas autoridades internacionales intercedieran ante Franco y se salvaran vidas humanas en juego.

Esta red hizo bastante más que asistir a los presos. El Gobierno vasco en el exilio, expulsado de su territorio pero no por ello desplazado de sus funciones, necesitaba hacerse valer ante las autoridades republicanas y extranjeras. Ante las primeras mientras duró la guerra y ante las segundas también cuando la guerra civil concluyó y la España de Franco pasó a ser la avanzadilla sur de las potencias del Eje. Villa Mimosas solicitó a la Red Álava que informara también sobre aspectos sociales, económicos, militares y de otra índole que sirvieran a las potencias democráticas. De esta manera el Gobierno vasco llegó a colaborar con los Servicios Secretos franceses a la vez que debilitaba a Franco.

Tal vez esto explique la redacción del informe hallado en París y otro que también se incorporó al sumario que se incoó a los encausados y que trata también de la labor que realizaban los Servicios, pero en su conjunto, los del interior y los radicados en Villa Mimosas. El Gobierno vasco estaba intentando ofrecer sus servicios de inteligencia y propaganda a los ingleses y franceses, pero a otras instancias diferentes a los servicios de espionaje de estos países.

En Nafarroa Curiosamente, el territorio donde más se extendió la red fue en Nafarroa, donde el nacionalismo era más débil y siguiendo con la paradoja en el territorio más abertzale, Bizkaia, la Red tuvo muchas dificultades para extenderse. Por su parte, en Araba su desarrollo fue desigual aunque contó con Luis Álava, responsable máximo de la organización interior y asiduo informador. Gipuzkoa, de donde eran Delia Lauroba y Itziar Mujika dos de las principales miembros de la organización, llegó a contar con una extensa red de informadores y colaboradores, reclutados la mayoría por Itziar Mujika.

Guipuzcoanos eran 9 de los 21 que finalmente fueron procesados. Así, además de Itziar Mujika y Delia Lauroba, pertenecieron a la Red Álava en Gipuzkoa Francisco Lasa Arabaolaza, Iñaki Barriola, Rafael Gómez Jauregi, Celestino Olaizola, Luis Cánovas Luengo, José Etxeberria Artola e Inocencio Tolaretxipi Ikuza. Pequeños industriales, empleados, un médico, un sacerdote…, afiliados o simpatizantes nacionalistas del PNV y de ANV, militantes de ELA… Salvo Barriola, perteneciente a una familia de peso en el PNV anterior a la guerra y que su reclutamiento parece que fue sugerido desde Mimosas y aceptado tras insistirse en ello, el resto fueron captados por Itziar Mujika y Delia Lauroba entre sus conocidos. Informaron, como se ha dicho, sobre las cáceles, pero también sobre movimientos de barcos, de tropas, sobre fortificaciones militares, maniobras militares, armamento, sobre la represión franquista… Mucha de la información que hicieron llegar a Mimosas es consultable en los boletines que los Servicios elaboraban y que se hallan encuadernados en más de 20 volúmenes.

Los 21 procesados por su pertenencia a la red fueron juzgados en dos instancias. En el primer consejo de guerra celebrado el 3 de julio de 1941, 19 de ellos fueron condenados a muerte, uno a 12 años y uno fue absuelto. El disentimiento de la sentencia trajo un nuevo consejo de guerra que se celebró el 18 de septiembre de 1942. En la sentencia del juicio la pena de muerte se reservó para Luis Álava, siendo el resto condenados a 30 años seis de los encausados, a 25 años siete de los encausados, y los seis restantes fueron condenados a 20 años de cárcel. La condena a muerte de Luis Álava se consumó en Madrid el 6 de mayo de 1943.

Los condenados a penas de prisión fueron abandonando las cárceles a partir de 1944, cuando Franco sintió la necesidad de vaciar los presidios ante la segura victoria aliada en la II Guerra Mundial.

Afortunadamente, la Red Álava ha tenido quien escriba su historia. Historiadores como Juan Carlos Jiménez de Aberasturi, Josu Chueca, Fernando Mikelarena o periodistas como Eugenio Ibarzabal han escrito ampliamente sobre la Red Álava, Iñaki Barriola nos dejó un libro sobre los años vividos en la cárcel. Sin embargo, quedaban elementos tan importantes en esta historia como conocer la literalidad del informe del Servicio Interior o la totalidad del sumario incoado para el procesamiento de los encausados. Esto y mucho más se puede ver en la exposición que abierta en el Centro Cultural Aiete de Donostia desde el pasado día 6 y hasta el 26 y en un libro de próxima aparición que incluirá biografías de todos los miembros de la Red Álava además de otros artículos relacionados con la historia de la Red Álava.

Es de justicia y de reconocimiento traer la memoria exacta de aquellas mujeres y hombres que poniendo en juego sus vidas -a Luis Álava se la arrebataron y a otros les salvó la campana- y su libertad -todos ellos padecieron años de prisión- lo dieron todo para que pudiéramos disfrutar algún día la libertad.

La red Álava: Cuatro heroínas, mujeres solidarias y alguna gente buena

Madrid, 3 de julio de 1941. Una veintena de mujeres y hombres vascos son juzgados por la mañana. Por la tarde ya estaban condenados a 19 penas de muerte. ¿Cómo empezó esta historia?

Un reportaje de Txema Montero

PARÍS, 14 de junio de 1940. El ejército alemán acaba de entrar en la capital francesa y tras él, la Gestapo. Hubo derechistas y fascistas que se mostraron exultantes, ciertos extranjeros entre ellos. José Félix de Lequerica, embajador de la España de Franco; y Pedro Urraca Rendueles, comisario de policía, no cabían en sí de gozo, por fin iban a ajustar cuentas con los vecinos del otro lado del patio interior, ventana frente a ventana, del número 11 de la Avenue Marceau. Porque resultaba que aquellos vecinos no eran otros que los componentes de la delegación parisina del Gobierno vasco en el exilio. Así que los nazis en su allanamiento de París también ocuparon la delegación vasca incautándose, solos o en compañía de Lequerica y Urraca, nunca lo sabremos, de determinada documentación. ¿Qué y cuánta? Tampoco lo sabremos con certeza.

El 21 de noviembre de 1940 se registró en Madrid un informe procedente del Alto Estado Mayor franquista. Se precisa que el informe fue obtenido por el Servicio Exterior (policial): “De la mesa del despacho del denominado por los rojos presidente José María (sic) Aguirre”. Esta es la versión oficial que los militares españoles mantendrán, aunque en el sumario que se instruyó a continuación no se precisa la cadena de custodia del documento en el que se detallaba: “La labor de espionaje llevada a cabo durante nuestra guerra de liberación”. Palabras mayores para un ejército franquista que, de repente, conoce haber sido espiado desde el año 1937, y no se trataba de chismes de cantina sino de un informe en el cual el Servicio Interior (espionaje) del Gobierno vasco detalla la estructura, organización, trabajo y descripción mediante el uso de “nombres convencionales” (apodos) de los agentes sobre el terreno en la Euskadi ocupada. En ese documento, que llamaremos a partir de ahora El Informe, se reseñan 71 viajes transfronterizos, la colaboración en 200 evasiones y 1.242 documentos referentes a la política, situación de los presos, información económica o de la vida religiosa.

La mayoría de miembros de la red Álava, en la cárcel de Porfier (1941). Fotografías de Sabino Arana Fundazioa
La mayoría de miembros de la red Álava, en la cárcel de Porfier (1941). Fotografías de Sabino Arana Fundazioa

Lo que produjo sensación entre los policías investigadores fue comprobar que se detallaba la composición del ejército franquista en su totalidad, así como unas notas, muy atinadas, sobre la organización del mismo; la situación en línea de todas las divisiones con sus puntos de base y con sus estafetas; numerosos datos, casi completos, sobre la Legión Cóndor… apartado específico sobre la línea defensiva franquista del Pirineo Occidental, movimientos de buques mercantes en los puertos de Bilbao o Pasaia; reparaciones y artillamiento de los buques de guerra en Vigo y El Ferrol.

En apenas dos semanas la policía franquista detiene a Bittori Etxeberria, Felícitas Ariztia y Agustín Ariztia y completan la redada con un saldo total de 48 detenciones de los que 21 acabarán procesados, cuatro mujeres y diecisiete hombres. Otros veintisiete serán puestos en libertad, 18 emakumes que asistían a los presos y 9 hombres. Reconocen su afiliación al PNV, 17; a Soli (STV) 8; a Emakumes 8; sin afiliación reconocida, 12; sacerdotes, 2; Juventud Vasca, 1. Una vez en Madrid, la policía política comienza los interrogatorios que tienen como guion el contenido de El Informe. Distinto será el tono de los interrogatorios que lleva a cabo el juez militar que quiere saber también el porqué. Y preguntará sobre las motivaciones que les llevaron a la militancia en el nacionalismo vasco; sobre sus objetivos políticos; sobre la aparente paradoja de ser católicos y aliados de los rojos, y sobre todo por la razón para traicionar a la patria española pasando documentación de orden militar a una potencia extranjera (Francia).

El 12 de abril, se ordena la instrucción como causa sumarísima y se procesa a los encartados por traición a España y Auxilio a la rebelión militar. El 31 de mayo de 1941 se designa como defensor de todos los acusados al alférez de Infantería Ramón Revuelta Benito. El proceso olía a cadaverina y el defensor echa el resto. Comienza su defensa afirmando que no se desprende la relación que pueda existir entre las personas que se citan en El Informe (de 1937) y el documento denominado Fortificaciones franquistas en los Pirineos Occidentales, que es de fecha 2-9-39. Finalmente aporta un buen número de certificaciones de buena conducta emitidas por cargos franquistas y religiosos en favor de varios de los acusados. La irrupción de estos buenos hombres, un abogado militar que bien pudo jugarse su carrera por la empatía que mostró con los acusados y su excelente defensa, y la lista de avalistas, personas e instituciones del régimen que a contrapelo ayudan con su testimonio a los acusados, son indicativas de que incluso en la noche más oscura la humanidad puede emitir destellos de fraternidad.

El 3 de julio de 1941 tuvo lugar la vista, deliberación y fallo del consejo de guerra permanente número 103.590. Un momento, ¿hemos leído bien? Porque hubo 103.589 juicios antes del que estamos analizando y ciertamente otros más después. La maquinaria judicial militar franquista picaba carne a escala industrial y a toda prisa. El juicio comienza a las 9.15 de la mañana y concluye al mediodía. No hubo ningún testigo y, atención, solamente se recibió declaración: “A algunos de los procesados”. No se me ocurre mayor aberración: casi todos fueron condenados sin ser oídos. Leamos lo sustancial de la sentencia:

RESULTANDO que, liberadas las provincias vascas ante el avance nacional, se iniciaron por fanáticos extremistas actividades clandestinas que bajo el conocido tópico de ayuda a los detenidos se vincularon a proporcionar a los dirigentes rojos residentes en Francia medios de lucha contra la España nacional… llegando a proporcionar información de carácter político, económico y militar de la nueva España, cuyas actividades continuaron después de la victoria, obrando conforme instrucciones que recibían a través de la frontera, habiéndose suministrado por los repetidos cabecillas parte de los informes al servicio de información francés, llegando incluso a proporcionárseles una emisora radiotelegráfica ascendiendo a varios miles de pesetas las cantidades que para cubrir los gastos de estas actividades se proporcionaron a los elementos que actuaban en la organización y que se acredita su intervención.

CONSIDERANDO que los hechos se encuadran en la figura delictiva de adhesión a la rebelión, así como, delito de auxilio a la rebelión.

FALLAMOS que debemos condenar y condenamos a la pena de muerte a los procesados 1 al 19, como autores de un delito de adhesión a la rebelión, elevando este Consejo la propuesta de conmutación de la pena impuesta a los procesados Goñi y Echeverria en atención al estado eclesiástico de los mismos.

“nO ES REBELIÓN” Al día siguiente, 4 de julio, se comunica la sentencia al abogado defensor. Oigámosle: “En el día de hoy me ha sido notificada la sentencia por la que se condena a muerte a 19 de mis defendidos. Estimo que el citado fallo no es acorde con las normas jurídicas pertinentes” y añade: “Por otra parte, la actividad de los encartados no debe tipificarse dentro de la figura delictiva de rebelión militar en forma de adhesión sino que cae de lleno dentro de la Ley de Seguridad del Estado de 29-3-1941, más favorable a los acusados, que en el momento de juzgarse está en vigor con artículos encaminados a castigar las actividades delictivas de carácter separatista que son aplicables a los procesados y que está penado con 6 años de prisión a 15 de reclusión a los dirigentes y a los meros partícipes con la pena de 1 a 5 años”.

El auditor de guerra (fiscal) se opone formalmente al recurso de la defensa pero, en un giro sorprendente, acaba coincidiendo con sus argumentos. Al día siguiente, el coronel del consejo de guerra informa de su: “Disentimiento con el dictamen de mi auditor por estimar que la promulgación de la Ley de Seguridad del Estado no implica la derogación de los artículos del Código de Justicia Militar reguladores del delito de rebelión militar y que la aplicación de estos últimos al caso de autos está determinada por la indudable trascendencia que revisten los hechos enjuiciados”.

El coronel auditor se revuelve contra su propio fiscal. Pase que el defensor haya hecho bien su trabajo, demasiado bien quizás, pero el giro del auditor le hace entrar en crisis porque a la máquina de picar carne se le han mellado dos dientes, primero el defensor ahora el fiscal.

Así llegamos a la sentencia de apelación dictada el 18 de septiembre de 1942 por el Consejo Supremo de Justicia Militar. La sentencia sorprende por incongruente: Considerando que los hechos fueron cometidos bajo vigencia del Código de Justicia Militar. Considerando que los hechos perseguidos constituyen un delito continuado de espionaje realizado sucesivamente en tiempo de guerra y paz en la que los autores lo son por participación material y directa…

Tras estas afirmaciones el destino de los acusados no podría ser más sombrío, pero entonces se produce el viraje, porque la sentencia continúa: Considerando que tratándose de un delito militar el Tribunal hace uso del libre arbitrio que el Código le concede para imponer la pena dentro de los límites establecidos: Fallamos que debemos revocar y revocamos la sentencia dictada por el Consejo de Guerra condenando a la pena de muerte a Luis Álava; a los procesados Iciar Múgica, Felipe Oñatebia, Victoria Echeverria, Julián Arregui, José Echeverria, Esteban Echeverria a la pena de 30 años; a los procesados Rafael Goñi, Agustín Ariztia, María Teresa Verdes, Rafael Gómez, Luis Cánovas, Inocencio Tolarechipi y Modesto Urbiola a 25 años; a los procesados Francisco Lasa, Ignacio Arriola, Félix Ezcurdia, Antonio Causo, Delia Lauroba, Víctor González a 20 años.

Obligadamente nos hemos de preguntar el porqué de esa benevolencia. El 28 de noviembre de 1942, el capitán general de la I Región Militar (Madrid y provincias cercanas), Andrés Saliquet Zumeta, ordena el cumplimiento de la sentencia, las conmutaciones de penas y la suspensión de la ejecución de la pena de muerte impuesta a Luis Álava. Saliquet era un militar monárquico próximo al grupo de generales aliadófilos, los sobrecogedores de los sobornos con los que Samuel Hoare, embajador británico en Madrid, conseguía que presionasen a Franco para que mantuviera la neutralidad española durante la II Guerra Mundial. No debemos olvidar la enorme actividad desarrollada por Manuel de Irujo ante el Foreign Office londinense en defensa de los condenados. Otro tanto puede decirse de intelectuales católicos europeos y del propio Vaticano, ¿hicieron mella en Saliquet? ¿Intervino Franco por motivos de interés político? Se mantuvieron las presiones del PNV, Gobierno vasco y diversos actores internacionales para conseguir la conmutación de la pena de muerte impuesta a Álava, pero quien debía resolver en última instancia, Francisco Franco, desoyó las peticiones. El 17-4-43 en un oficio dirigido al tribunal, Su Excelencia, “se da por enterado”, es decir no conmuta la pena de muerte. Otro oficio, confidencial, de fecha cinco de mayo, comunica que para el día siguiente “el próximo día jueves 6 de los corrientes, a las 6.30 horas en las inmediaciones del cementerio del Este por un piquete al mando de un oficial de la policía armada, sea cumplimentada la sentencia de pena de muerte contra el reo Luis Álava Sautu”. El mismo día 5 se da lectura íntegra de la sentencia al penado quien acepta los auxilios del capellán. Aliviado en lo espiritual, solo le queda esperar la entrada del plomo en su cuerpo y la certificación del final de su existencia. Un teniente médico, a las 6.30 del día 6 de mayo de 1943, acreditará la muerte de Luis Álava, “a consecuencia de las heridas recibidas en la ejecución de la sentencia de muerte”.

Con mi admiración por las cuatro heroínas, Bittori, Delia, Itziar y María Teresa, pues nunca tan pocas hicieron tanto a favor de tantos; con mi recuerdo agradecido a las emakumes, que en medio de tanto infortunio transmitieron afecto y ayuda a los gudaris presos; con la esperanza de que aprendamos a recordar todo lo bueno de los que todo lo dieron, particularmente la propia vida, como Luis Álava.

(Este artículo es un resumen de un amplio estudio sobre el Consejo de Guerra número 103.590, incluido en un libro de próxima aparición).