Detectores de nuestra memoria histórica

Un grupo de buscadores de metales participa en un proyecto arqueológico foral para el estudio de la guerra civil.

Un reportaje de Iban Gorriti.

Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).
Guerra Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).

UN grupo de amigos con forma desde hace más de una década un equipo que hace prospecciones por nuestros montes con detectores de metales. Han hallado numeroso material que aporta información a la memoria histórica. Hoy son noticia porque van a formar parte activa de la iniciativa de la Diputación Foral de Bizkaia Proyecto arqueológico para el estudio de la Guerra Civil (1936-1939) en Bizkaia a partir de materiales metálicos recuperados.

Son una decena de amigos, la mayoría de Bizkaia y algunos de Gipuzkoa. Algunos suman más de doce años de experiencia en la búsqueda con detectores de metales. Sus edades van desde la veintena hasta la cincuentena. “Nuestro campo de trabajo es la Guerra Civil desde el interés histórico, la investigación histórica”, explican a DEIA, lunas atrás, durante una prospección sin contraprestación económica en la que ayudaron a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en Muxika. No constituidos como colectivo, han cedido parte de sus hallazgos al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. “Otros los regalamos a Aranzadi si nos los piden… Los usamos sobre todo para exposiciones en municipios como Ugao, Elorrio, Oñati… Cuando una asociación relacionada con la memoria histórica quiere montar una pequeña exposición, se lo cedemos, y la parte que es munición siempre está vacía, descargada. Porque queremos dejar claro que aparte de obuses y granadas, también salen bayonetas, insignias, plaquitas, cazos, platos, balas, no son solo cosas que explotan, que es lo que aparece en los medios. De forma paradójica, los obuses y granadas son lo que menos aparece”, matizan.

Según inciden, con los detectores de metales lo que más se encuentran enterrado en las líneas del frente de las montañas son balas: “Solo viéndolas ya sabes el calibre, el arma que la disparaba, el año de fabricación, qué bando la podía tener e investigando el mes de fabricación. Todo el recorrido que hizo ese envío de cargamento hasta estallar a Euskadi”. En su quehacer, han dado con elementos muy curiosos. “De la guerra ruso-japonesa de primeros de 1900 llegaron materiales de guerra dando mil vueltas a Euskadi. Los rusos se lo cogieron a los chinos o japoneses y de allí fueron a Polonia y, de pronto, te lo encuentras en un monte vasco”, enfatizan.

Los detectores de este colectivo dieron con la carcasa de un obús japonés, de la citada guerra ruso-japonesa, que aterrizó en Euskal Herria y, como no tenían adaptador porque no habían llegado espoletas japonesas, le hicieron uno aquí. “Tiene entonces -subrayan- un vaso japonés, con un adaptador vasco y una espoleta francesa. ¡Eso es algo que en ningún museo del mundo vas a encontrar!”. A la pregunta de dónde lo conservan, señalan que “está pendiente de ser llevado al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. Ahora se está limpiando”.

En cambio, el grupo no almacena munición. “Yo tengo una colección de balas, pero está controlada por la Guardia Civil. Tienes que pasar unos controles. Luego hay otras cosas que no se pueden coleccionar”, explica uno de los prospectores. Otro agrega que “cada año tienes que dar cuenta de las altas y bajas en la Guardia Civil. Y para vaciar un cartucho o bala, lo hace cualquier cazador”.

Legado Estos amigos son pioneros en el uso de detectores. “No hay nadie con más de diez años de experiencia con detectores por aquí. Además, nosotros todo lo que encontramos lo vamos identificando”. Colaboraciones como la que tuvo lugar días atrás con la Sociedad de Ciencias Aranzadi se llevan a cabo “sin contraprestación económica, dependiendo del tiempo que tengamos. Tan solo nos solemos poner su camiseta. Casi siempre venimos un montón”, apostillan, y van más allá en su discurso: “que la gente no piense que solo vamos buscando bombas y cosas de esas… A nosotros nos emociona encontrar un tintero, un cazo, un katilu lleno de agujeros, eso nos gusta…”, matizan.

“Mira, la pieza más chula que he encontrado fue una chapita con un número y un agujero, que se supo que pertenecía a un miliciano del batallón Dragones. Y ni la tengo ya, se la di a la familia, porque ese número puso nombre a unos huesos”. Respecto a si este variado material se puede vender, a si existe un mercado para estas reliquias, valoran que “hay gente que lo hace en internet. Hay mercado, pero nunca vendemos. Como mucho cambiamos insignias. Lo que tiene una parte emocional no la cambias. El Ejército vasco fue derrotado, no guardaban insignias, pormiedo. En Santoña las tiraban al río. Hallamos insignias inéditas y hacemos réplicas”.

Estos estudiosos de los temas de la Guerra Civil estiman que hay episodios por analizar. “Queda por estudiar la microhistoria: de dónde sale la munición, insignias, calzado, el armamento vasco… Hasta que no encuentras el primer ejemplar en el monte, es inédito. Más interesante que la pieza es la información que te aporta, que se desconocía”.

Sucedió en Elgoibar

La productora vizcaina Baleuko graba estos días un ambicioso documental que recrea la Batalla de San Miguel en Elgoibar, una confrontación que permitió constituir el Gobierno Provisional del País Vasco en 1936.

Un reportaje de Iban Gorriti.

Un mando requeté pega un tiro en la nuca a un hombre (Baleuko).
Un mando requeté pega un tiro en la nuca a un hombre (Baleuko).

HOMBRES de Azpeitia, Elgoibar, Tolosa, Zumaia… vistieron ayer ropajes de gudaris del batallón Arana Goiri número 1 del PNV. Otros portaron indumentarias de requetés, fascistas. La mayoría eran jóvenes, todos euskaldunes, para un documental que se titulará Goazen gudari danok, producido por la firma vizcaina Baleuko, y que se estrenará el 21 de septiembre en cines. Además, itinerará por diferentes localidades. En las mentes de estos figurantes, como en la de aquellos soldados reales improvisados, se repite una y otra vez a modo de mantra la canción Euzko gudariak, pero el lector descubrirá la razón párrafos más adelante.

Suman días de rodaje en un convento de Azpeitia -donde también se rodó la recordada Izarren argia– y en la naturaleza de Elgoibar recreando lo que fue la Batalla de San Miguel. Aquellos tiroteos permitieron que los primeros gudaris retuvieran al general golpista Mola y sus tropas y, gracias a ello, se pudiera constituir el Gobierno vasco Provisional del País Vasco-Euzko Jaurlaritza con la jura del lehendakari Aguirre el 7 de octubre de 1936 en Gernika, donde fue elegido por unanimidad.

Un equipo de veinte personas y un grupo de medio centenar de figurantes volvió ayer de alguna forma a los hechos acontecidos en la madrugada del 25 de octubre de 1936 en tierras de Elgoibar, en Zirardamendi-Aiastia (San Migel). Hace unos años, la Sociedad de Ciencias Aranzadi logró encontrar dos cuerpos, los de Sabin Atutxa Olabarri, de Getxo, y Eusebio Gaubeka Gibelondo, de Leioa. Además, restos de otros dos hombres que no se han podido identificar. “Estamos rodando a tan solo 500 metros del lugar real”, enfatiza Eduardo Barinaga, guionista y director de contenidos del documental Goazen gudari danok.

¿Viaje a la muerte? En el título residen los tres quids del documental, a juicio de Barinaga: Goazen (vamos), “indica un viaje”. Salieron de Bilbao sabiendo que podían ir al encuentro, a sus 18 y 20 años, con la muerte. Gudari, que eran guerreros sin ninguna instrucción -la poca que hicieron fue en Iturribide con palos en vez de fusiles- por parte del PNV para retener a Mola. Danok (todos), porque representaban a todos aquellos que creían en la democracia, en la República. La película, ahora sí, guarda una “historia curiosa, especial”, deja entrever Barinaga. “El origen de todo es la importancia de la batalla de San Miguel, pero en un momento de investigación caemos en la cuenta de la importancia que tuvo la canción Euzko gudariak, de ahí que hasta el título del documental sea Goazen gudari danok”, explica.

El productor traza unas pinceladas sobre el origen del histórico himno, aunque existen diferentes interpretaciones. “Estos jóvenes hicieron la instrucción en el patronato de Iturribide. En un momento que van al bar Puerto Rico, uno empieza a silbar una melodía y el capitán Bediaga les pone a todos en el patio a aprendérsela con letra”, señala. La melodía era de una canción tradicional y se le agregó una letra con aires combativos.

El film, que contará con testimonios de familiares de aquellos que se alistaron en los batzokis de Abando, Begoña o Barakaldo -el domingo revivirán el mismo periplo que hicieron sus ascendientes para llegar a Elgoibar-, dispone a su vez de la asesoría histórica de especialistas en la materia como “Guillermo Tabernilla, Iñaki Goiogana, Aitor Esteban, Iñigo Camino…”, destacó el director, el arrasatearra Iban González. De una u otra forma, han aportado información Sabino Arana Fundazioa, Elgoibar 1936, Aranzadi, el Ayuntamiento de Elgoibar… Portavoces municipales desplazados a la localización del rodaje celebraron esta grabación. “En Elgoibar trabajamos en una línea de apoyo a la memoria histórica y es coincidencia que se recreen estos hechos que permiten poner en valor lo que ocurrió, lo que encaja perfectamente con la línea citada de recuperación de nuestra memoria histórica”, valoraron a DEIA.

Entre los jóvenes, la grabación se desarrollaba de forma distendida. “Es divertido y verte luego en el cine hará ilusión. A mí me ha tocado hacer de requeté, de facha, pero bueno…”, se reía uno. Hubo más curiosidades. Dos hermanos eran gemelos y en un principio se dudó de que ambos participaran porque podían parecer la misma persona. Al final no hubo problema. Un mando, de más edad, llegó desde Zumaia, donde reside en un velero. En él, batalló los temporales pasados. Coincidieron allí, además, figurantes y equipo de la película por estrenar Lasa y Zabala, del director donostiarra Pablo Malo.

Los medios de comunicación convocados estuvieron a todo. Llamó la atención el momento en el que se rodó cómo un tiro requeté mataba a un gudari con su fusil, que acababa cayendo sobre una colchoneta en cuesta junto al caserío Bigoin. También dieron el ok a una toma en la que los gudaris corren por una landa con la incertidumbre de la llegada de los requetés por el alto.

“Hemos recreado todo lo que nos han asesorado los especialistas. Por ejemplo -matiza el realizador Iban González-, los cuerpos encontrados tenían cada uno un tiro en la nuca. Eso no significa que los requetés tenían mucha puntería y justo daban ahí… Y en el documental lo hemos recreado así”, aportó González, quien contó con un autobús traído desde Madrid, “único en el Estado”, o un camión Renault de la época que, además, sirvió para trasladar a los medios gráficos.

Hechos reales La productora informa de que los acontecimientos que se reproducen en el documental fueron hechos reales que tuvieron lugar entre finales de septiembre y mediados de octubre de 1936 en la línea del frente de Zirardamendi-Aiastia (San Migel), Elgoibar. Eran días en los que el general Mola amenazó que arrasaría con todo. Avanzaba hacia Bizkaia. Desde Baleuko valoran que “este sacrificio sirvió para que días más tarde, el 7 de octubre, José Antonio Aguirre pudiera jurar su cargo en Gernika, formar gobierno y empezar a actuar la autonomía vasca. Este Gobierno, donde se hallaban representadas todas las sensibilidades políticas que apoyaban a la República salvo los anarquistas, adoptó como camino y medio para conseguir sus objetivos el respeto a los derechos fundamentales de la persona y nunca se apartó de las vías democráticas”.

Como una curiosidad histórica más, “una de las primeras medidas adoptadas por el gabinete de Aguirre fue la puesta en libertad de 178 mujeres presas en las cárceles de Bilbao por su militancia derechista y apoyo a los sublevados”. El rodaje del documental forma parte de un proyecto más amplio con el que quieren rendir homenaje a los gudaris y milicianos que lucharon en este frente y que se desarrollará a lo largo de septiembre.

¿Sandino hizo suyo el cooperativismo de Belausteguigoitia?

Un periódico nicaragüense asegura que el revolucionario incorporó a su doctrina el supuesto “cooperativismo anarquista vasco” que defendía el jurista alavés del PNV.

Un reportaje de Iban Gorriti.

Augusto César Sandino, con Belausteguigoitia. Fotos: About Basque Country.
Augusto César Sandino, con Belausteguigoitia. Fotos: About Basque Country.

pudo el histórico líder revolucionario nicaragüense Sandino adoptar la visión de cooperativismo vasco del alavés Ramón Belausteguigoitia, del PNV, en los años 30? Hay analistas que así lo estiman y creen que el americano pudo hacer suyo parte del ideario del de Laudio tras los encuentros diarios que mantuvieron ambos durante dos semanas en Nicaragua. Es decir, ¿cabe pensar que las bases democristianas del partido jeltzale pudieron tener algo de peso en los dogmas del ideario del denominado General de los hombre libres?

El escritor e historiador Jorge Eduardo Arellano así lo valora en una columna de opinión del periódico El nuevo diario de Managua, reflexión publicada estos días bajo el título Sandino y sus ideas. Arellano valora algunas corrientes que él estima que él percibe en los escritos del líder revolucionario: “El sindicalismo de raigambre socialista que había vivido y absorbido durante sus formativos años en México, el cooperativismo anarquista vasco que le planteó Ramón de Belausteguigoitia en el libro Reparto de tierras y problema nacional (1933) -inspirador de su proyecto socioeconómico de carácter utópico-, más el teosofismo de Joaquín Trincado”.

¿En Nicaragua, el discurso de Belausteguigoitia puede ser considerado como “cooperativismo anarquista vasco”? El portal de internet About Basque Country se sorprende con la utilización por parte del autor de esos términos, pero cree que tiene una explicación. “La pregunta es por qué sus planteamientos cooperativistas pueden llegar a ser definidos como anarquistas. Sin duda, es debido a que la idea cooperativista que está inserta en el alma del nacionalismo vasco de esa época (y que fue el germen del cooperativismo vasco de hoy) es revolucionaria”, valoran sus autores, que han dado a conocer la noticia de la que se hace eco DEIA con su permiso.

Continúan: “Es revolucionaria porque se sitúa, a un tiempo, en oposición al capitalismo desalmado y al marxismo deshumanizador. Puede que, por eso mismo, Sandino asimilase sus ideas con facilidad, porque esa visión anticapitalista y antimarxista era la que guiaba su pensamiento político. Resulta curioso ver cómo hoy en día ese convencimiento de la existencia de una tercera vía, claramente presente en el nacionalismo vasco de los años 20 y 30 del siglo pasado y alimentada profundamente por la doctrina social de la Iglesia, sigue siendo tan revolucionaria que merece la etiqueta de anarquista”.

DUDAS. Este diario ha consultado a otros analistas. Luis Fuentes, secretario general del sindicato CNT entre 1999 y 2002, se muestra escéptico: “No creo que, en dos semanas de encuentro, a una persona con criterio y filosofía como era Sandino, por muy hábil que fuera Belausteguigoitia, pudiera influenciarle tanto. Eso significaría que el perfil de Sandino era muy débil, cosa que no era así”.

Sin embargo, la web About Basque Country, constituida en Barakaldo, incide en que les impresiona “la frase con la que el historiador nicaragüense describe el cooperativismo basado en los principios de la doctrina social de la Iglesia que guiaban a este nacionalista vasco, como cooperativismo anarquista vasco. Eso sí que es ser un revolucionario”, valoran.

Otra impresión llega desde Italia a DEIA, de manos del profesor de la Universidad de Bari y autor del libro ELA en la Segunda República (Txalaparta, 2011), Dario Ansel. Este docente califica de “demasiado atrevida” la percepción de Arellano a la hora de denominar el cooperativismo de Belausteguigoitia como anarquista, y agrega que quizás pudo tener algo de influencia en Sandino, pero prefiere no postularse por no ser este líder parte de su ámbito de estudio. “La opinión me parece demasiado atrevida. Además, Belausteguigoitia era nacionalista y punto. Gran estudioso de la cuestión social (sobre todo en el ámbito agrario y pesquero), fue uno de los reformadores dentro de la heterogénea comunidad nacionalista. Es decir, en los años 20 no fueron muchos los que lo escucharon, porque su pensamiento chocaba con la línea del partido, en aquella época claramente filoburguesa”, contextualiza, y pasa a analizar el tema en cuestión: “Sobre la cuestión del cooperativismo, es evidente que la experiencia vasca, teórica y prácticamente, fue muy peculiar, pero en absoluto revolucionaria. El cooperativismo fue una pieza fundamental de la doctrina social cristiana, mientras que los socialistas la miraban con cierta desconfianza, aunque muy pronto entendieron bien sus potencialidades”.

Dario Ansel va más allá en su razonamiento: “Lo que es cierto es que en aquella época algunos sectores barajaban, en serio y no solo con palabras, la posibilidad de crear un sistema que fuera realmente una alternativa al capitalismo y al socialismo y, ahí, el cooperativismo era, junto al mutualismo, un factor fundamental en esta tarea, en cuanto permitía conciliar la salvaguardia de la propiedad con el bienestar común: los objetivos eran el fomento de la pequeña propiedad y de la propiedad colectiva. En fin, no sé decir si Sandino haya podido tener en cuenta el pensamiento de Belausteguigoitia en este campo, pero mi opinión es que definir como anarquista el ideario de Ramón me parece desvirtuar su pensamiento. Él era nacionalista y sus ideas fueron compartidas por muchos de sus compañeros. Es suficiente ojear el programa de ELA, y hasta algunas de las directrices sociales dictadas por el PNV durante la República, para darse cuenta de eso”, concluye el de Bari.

A FAVOR. El analista político y jurista Iñigo Landa deja una puerta abierta a la posibilidad de que Sandino sí se armara de pensamientos del alavés. “Por supuesto que Belausteguigoitia podría haber tenido cierta influencia en el cooperativismo nicaragüense estructurado por Sandino. Sí queda claro que reflejó lo que había en el pueblo vasco: una sociedad horizontal con pocos caciques y mucho auzolan y cooperación… y sin reyes”, valora el bilbaino.

El encuentro entre el escritor, jurista y especialista en materias agrarias, el alavés Ramón Belausteguigoitia (Laudio, 1891; Madrid, 1981) y Augusto César Sandino (Niquinohomo 1895; Managua, 1934) se produjo en el Campamento del Ejército de La Libertad en Nicaragua y quedó impreso para la historia en el libro Con Sandino en Nicaragua. La hora de la paz, obra de 1934 del literato vasco. La publicación se concretó tras dos semanas de encuentros con quien consiguió sacar las tropas de colonización estadounidenses de su país en la primera mitad del siglo XX. “Unas veces, el caudillo me llamaba a mí y otras iba yo a visitarle a su casa, que custodiaba su guardia personal con ametralladoras en sus manos”, escribía Belausteguigoitia y continuaba: “Me recibía sonriendo y abrazándome, como era su costumbre”.

El de Laudio calificaba en su libro al revolucionario como “el Pancho Villa de la revolución nicaragüense”, “un espíritu delicado y fino, un hombre de acción y un vidente”, escribió siendo corresponsal de prensa en Nicaragua quien fue futbolista ganador de la Liga entre 1914 y 1916 con el Athletic, como también su hermano José María. Fue corresponsal de guerra y gran viajero. Vivió en México y fue miembro activo del Centro Vasco de México y de la oposición antifranquista.

 

Historia y memoria: El caso de Iñaki Errazti

La memoria histórica la construyen personas como Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que hoy tiene 88 años y que ha dedicado mucho tiempo, esfuerzo e ilusión a obtener información sobre la Guerra Civil y sus protagonistas, entre ellos su tío Vicente, gudari del batallón ‘Muñatones’.

Un reportaje de Eduardo Jauregi Fotografías de Iñaki Errazti y Sabino Arana Fundazioa.

La inscripción de ' Joseba Tellitu'  provocó la curiosidad de Errazti.
La inscripción de ‘ Joseba Tellitu’ provocó la curiosidad de Errazti.

Terminamos este curso de Historia de los vascos con un relato con el que queremos mostrar una de las muchas -y positivas- repercusiones que suelen tener los artículos que publicamos cada semana. Y nada mejor para ello que conocer el ejemplo de Iñaki Errazti.

El artículo publicado en DEIA en diciembre de 2013, sobre el batzoki en la cárcel de Larrinaga durante los años 30 del pasado siglo, sorprendió gratamente a Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que a sus 88 años desprende una vitalidad y optimismo envidiables, además de contar con una memoria prodigiosa.

Y sé que le gustó lo que en aquel texto se contaba porque su lectura le impulsó a acercarse hasta nuestro Archivo, para conocernos y contarnos sus vivencias de niño, ligadas en algunos momentos de su vida a la cárcel de Larrinaga. No vino con las manos vacías. Junto a sus relatos y proyectos de investigación, nos entregó una reproducción fotográfica de 1934 en la que aparece con 8 años acompañando a su tío Vicente Errazti y unos amigos, dirigiéndose a ese penal a visitar a compañeros nacionalistas encarcelados.

Sus recuerdos son imborrables. Con una claridad de visión como si de ayer se tratase, Iñaki nos contó cómo llevaban vino a los amigos presos en Larrinaga (porque en aquellos años llevaban a la gente a punta pala a la cárcel, decía…) y traspasaban el caldo mediante la goma de las lavativas que en toda casa había, por entre el enrejado que separaba a los reclusos de los familiares y amigos en la estancia que existía para las visitas. Incluso les pasaban las monedas de dos reales -de plata, las más pequeñas-, forzando la malla metálica, para que pudieran comprar algo en el economato de la cárcel. Sin embargo, los recuerdos más duros y trágicos de la cárcel de Larrinaga llegarían tres años más tarde, cuando iba al penal a llevar a su tío Vicente Errazti comida en las cestas que se utilizaban habitualmente.

Capitán Errazti Vicente Errazti fue durante la guerra capitán de la compañía Salaberri del batallón Muñatones. Le visitó un día en Elgeta, antes de que el batallón se retirara a principios de marzo del 37, acompañando a su madre, y pudo ver la línea del frente desde una de las trincheras que cortaban la carretera, camino de Bergara. Aquel día no se dio ni un solo disparo, aunque los soldados sublevados se encontraban a pocos metros de distancia y se les veía fácilmente haciendo incursiones de ida y vuelta desde sus posiciones a los caseríos más cercanos.

Iñaki estuvo muy ligado a su tío. Nunca olvidará el culatazo que se llevó y que él presenció desde la carretera, en frente del actual batzoki de Burtzeña, cuando le vio detenido dentro de un camión, procedente de Laredo, camino de Bilbao. Al reconocerlo y saludarle efusivamente con los brazos en alto, provocó el amago del saludo de su tío que se cortó rápidamente con un fuerte golpe por parte del militar que tenía a su lado.

Luego vendrían las visitas casi diarias a la cárcel de Larrinaga ya que le condenaron a muerte. Al igual que la mayoría de los familiares que visitaban a los presos en la cárcel para llevarles comida, todos hacían el mismo itinerario: entrar por la puerta metálica y lateral de la cárcel y dejar en el suelo del patio la cesta con una nota indicando para quién era. Al día siguiente se recogía la cesta vacía y se dejaba la llena. En esas idas y venidas a la cárcel, lo primero que había que hacer era leer la nota que ponían en la parte exterior del muro de la cárcel con el nombre de los asesinados el día anterior… ¡Era lo más terrible! Unos días la lista podría contener 20, 30 o 5 nombres… “Si antes de llegar a la cárcel -nos explicaba Iñaki- te cruzabas con alguien que bajaba con dos cestas en las manos y la cara llena de lágrimas y rota de dolor, ya se sabía lo que le había ocurrido”.

Iñaki recuerda especialmente las navidades del 37, cuando se corrió la voz de que había llegado a Bilbao el verdugo de Burgos. Entonces, si bien en el patio de la cárcel de Larrinaga se ajusticiaba a un número de presos determinado mediante garrote vil, todos los días salían en camiones para Derio muchos más hombres que iban a ser fusilados en los muros de cementerio. Iñaki tuvo la suerte de no ver nunca el nombre de su tío en ninguna lista.

Alguna vez incluso entró dentro del penal, a la misma sala de visitas donde pocos años antes había estado. Sin embargo, las diferencias en tres años eran más que notables: el número tanto de visitantes a un lado de la separación como de presos al otro, se había multiplicado mucho (al menos por 10 en el lado de los presos); y había un pasillo central de separación entre las dos zonas por donde se paseaban los guardias con, no una, sino dos rejas a cada lado. No había, por tanto, posibilidad de pasar nada de un lado al otro, y el griterío era ensordecedor.

Como indicaba al principio de este artículo, la lectura sobre el batzoki de la cárcel de Larrinaga -que Iñaki no conocía seguramente por su corta edad en aquellos años- hizo aflorar todos estos recuerdos y su voluntad de transmitirlos.

Las vivencias del pasado de Iñaki Errazti han estado muy unidas, desde siempre, con la figura de su tío, la guerra, etc. Y fue de una manera casual, leyendo una entrevista en DEIA, a José Ramón Garai, miembro de Intxorta 1937 kultur taldea y responsable del nuevo Centro sobre el frente en Elgeta, lo que le ha llevado a investigar una historia personal durante los últimos años que todavía hoy en día no ha finalizado por completo.

Detalles sobre Elgeta. En aquella entrevista le sorprendió enormemente que no se citara en la relación de batallones que estuvieron en Elgeta el nombre del batallón Muñatones (cuando él había estado allí, con ellos, y con su tío que era capitán de una de las compañías). Su interés por corregir este dato y hacer merecida justicia para con quienes allí estuvieron dando la vida por Euskadi, hizo que regresara de nuevo a aquel escenario y se pusiera en contacto con los organizadores de aquella iniciativa. Con ellos mantuvo varias entrevistas. Su memoria fotográfica, y reveladora, volvió una vez más a sorprender a los responsables del centro, dándoles información de cómo estaba Elgeta aquel día que lo visitó un día de invierno del 37: dónde estaban las cocinas donde se preparaba la comida para los soldados (que no bajaban a comer, sino que se las subían a la línea del frente), el lugar donde permanecía un rústico quitanieves, las trincheras, los desniveles del suelo (corregidos en los años 60), etc. etc.

Recorriendo la localidad, llamó poderosamente su atención la grabación de dos cruces y el nombre de JOSEBA TELLITU – MUÑATONES en una de las piedras exteriores que forman parte de la pared de una vivienda situada junto a la carretera. ¿Quién sería aquel Joseba Tellitu? Parecía obvio que fuera algún gudari del señalado batallón. Pero… ¿le habría conocido su tío (fallecido en 1988)? ¿Por qué aparecía su nombre grabado en piedra?, ¿fue alguien importante? A partir de aquel momento, la localización de esta placa mortuoria hizo que Iñaki Errazti dedicara su tiempo en averiguar quién fue Joseba Tellitu y obtener respuesta a sus muchas preguntas. En Barakaldo -localidad de Iñaki Errazti- hay muchos habitantes apellidados Tellitu. Preguntó a sus amistades, familia y vecinos; se acercó al Ayuntamiento y al registro de defunciones; y allí encontró los primeros datos, algunos reveladores, pero otros contradictorios. Según la partida de defunción existente en el Registro, Joseba Tellitu, natural de Barakaldo, y casado, falleció en Igorre, en abril de 1937. Según los datos que maneja Errazti, el batallón Muñatones abandonó la posición de Elgeta el 4 de marzo, pero bien podría ser que este gudari, quizá inicialmente herido, fuera trasladado al hospital de sangre que hubo en Igorre y falleciera allí. Sin embargo, como las crónicas hablan de un fallecido ese día 4 de marzo, Errazti intuye que fue Tellitu y que la información del registro es errónea.

En busca de descendientes. En la partida de defunción aparecía un dato que inquietó aún más a nuestro investigador particular y que le animó a seguir tirando del hilo. Si bien el referenciado no tenía hijos cuando falleció, su mujer -Gloria Aranzamendi Atxa- constaba que estaba encinta. Ante esto, ¿viviría el hijo de aquel gudari? ¿Podría encontrarse con él, conocerle y contarle sus informaciones? Había que saber primero si la mujer de Tellitu vivía y fuera ella o su hijo los que podrían recibir la historia que quería contarles Iñaki.

Nuevas investigaciones en registros, preguntando aquí y allá, casi casi puerta por puerta, dieron sus resultados. Iñaki contactó con Miren, una sobrina de Gloria, quien le confirmó que el hijo de su tía, que llevó el mismo nombre que su padre, falleció a los tres años de edad. Esta desgracia le causó una fuerte depresión. Sin embargo, con el tiempo se recuperó, volvió a casarse pero ya no tuvo más hijos. Trabajó en la Margen Derecha, en una casa durante muchos años, pero lamentablemente falleció a finales de los años 90. Con esta noticia la búsqueda de familiares directos del gudari Joseba Tellitu se cerraba de golpe. Pero las ganas de Iñaki Errazti por conservar nuestra memoria, transmitir ese pasado a los presentes, herederos o familiares cercanos (hermano/as, cuñado/as,…) del gudari Tellitu siguen animándole a continuar con esa actividad de bucear en nuestra historia, y recabar información, aunque solo sea una historia particular y anónima, como lo han sido las de los miles de gudaris que lucharon en la guerra.

 

Los Finaly, dos niños judíos salvados por nacionalistas vascos

Víctimas de la persecución del nazismo, primero, y del interés de Franco, luego, Robert y Gérald Finaly pudieron volver con su familia gracias a un grupo de abertzales.

UN REPORTAJE DE JEAN-CLAUDE LARRONDE

Los hermanos Robert y Gérald Finaly son trasladados en un coche. Su caso levantó mucho revuelo en Francia. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.
Los hermanos Robert y Gérald Finaly son trasladados en un coche. Su caso levantó mucho revuelo en Francia. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.

ENTRE todos los males de la dictadura franquista, uno de ellos es la ocultación de lo que realmente sucedió en el transcurso de esos 40 años de plomo. En 1953, un pequeño grupo de nacionalistas vascos, particularmente valientes, consiguió oponerse a la voluntad de Franco y permitió el retorno a Francia y la devolución a su familia de los jóvenes Finaly. Una historia que desencadenó las pasiones en Francia y en muchos países donde tuvo una repercusión enorme. Pero sin tener ningún eco en la península a causa de la dictadura. Una historia que aún hoy en día es aquí casi totalmente desconocida.

El doctor Finaly y su esposa, judíos austriacos, se refugiaron, para huir de las represalias antijudías, en Francia, cerca de Grenoble. Allí, nacieron dos niños: Robert, en abril de 1941, y Gérald, en julio de 1942. Los dos fueron circuncisos desde su nacimiento. Los padres fueron arrestados por la Gestapo en febrero de 1944 y deportados a Auschwitz, de donde nunca regresaron. Antes de su detención, los padres, en una situación angustiosa, habían confiado sus hijos a un conocido. Esta persona los colocó en una institución católica que los remitió a la señorita Brun, directora de la guardería municipal de Grenoble. Dicha señorita los salvó, en un primer momento de las garras de la Gestapo, pero su comportamiento después de la guerra distó de lejos de ser ejemplar.

En efecto, desde el comienzo de 1945, las hermanas del doctor Finaly quisieron recuperar a los niños. Una vivía en Nueva Zelanda y otra en Israel. La señorita Brun, quien colocó a los niños en colegios católicos, no quiso devolverlos a su familia. Los hizo bautizar en 1948. Un bautizo «gravemente ilícito», puesto que la señorita Brun no era más que su tutora provisional y no definitiva y los niños ya no estaban en peligro de muerte -¡tres años después del final de la guerra!- pero, sin embargo, válido ya que el bautismo en aquella época era considerado por muchos teólogos católicos como «irreversible».

A partir de 1949, la familia puso el asunto en manos de un albacea, el señor Keller, quien vivía en Grenoble y que inició un procedimiento judicial. En junio de 1952, el Tribunal de Apelación de Grenoble obligó a la señorita Brun a devolver a los niños y nombró a la tía de estos, que vivía en Israel, la señora Rosner, como tutora de los mismos. ¡Pero estos habían desaparecido! La institución Nuestra Señora de Sión tomó el relevo de la señorita Brun para esconder a los niños en colegios católicos. Robert y Gérald recibieron una educación católica, en la que los judíos no tenían una plaza muy honorable.

UN BREVE PASO POR BAIONA De escondite en escondite, los dos niños llegaron, provenientes de Marsella, a Baiona, a finales de enero de 1953, y fueron inscritos en el colegio San Luis Gonzaga; el mismo colegio donde los hermanos Sabino y Luis Arana Goiri habían sido alumnos, unos 80 años antes.

Pero también allí su presencia fue descubierta; algunos profesores del colegio decidieron su salida clandestina en la mañana del 3 de febrero y los confiaron a un cura de una parroquia de Baiona quien los escondió durante una decena de días con la complicidad de algunos parroquianos. El 13 de febrero, pasaron la muga de Biriatu a Bera a pie, durante seis horas precedidos por un pasador, con 60 centímetros de nieve.

La emoción fue intensa en Iparralde. Cuatro sacerdotes y un civil fueron inculpados de secuestro de menores y secuestro arbitrario y seguidamente encarcelados en la prisión de Baiona durante una docena de días y en un caso (el del padre Emilio Laxague), durante casi un mes.

UNA LARGA ESTANCIA EN GIPUZKOA El 15 de febrero, unos clérigos de Iparralde recepcionaron a los niños y, en una improvisación total, no sabiendo a quién confiárselos y habiendo encontrado por dos veces el rechazo de eclesiásticos por falta de disponibilidad material, los dejaron en plena desesperanza en el monasterio de Lazkao.

Pero tanto la Policía como los periodistas estaban tras su pista. El padre Mauro Elizondo decidió entonces sacarlos del monasterio y separarlos: el pequeño, Gérald, se quedó en casa del cura Pío Montoya en Alegia y el mayor, Robert, se quedó en Tolosa, en la familia de Patxi Arruti Urrestarazu, gran amigo de Pío Montoya, hasta finales de abril y a partir de esta fecha y hasta el desenlace, en casa del padre Andoni Andonegi Sustaeta, en Getaria.

Los padres de Robert y Gérald eran judíos austriacos que huyeron a Francia y luego fueron llevados a Auschwitz.

Todas estas personas eran nacionalistas vascos convencidos que, en el caso de Pío Montoya y de Andoni Andonegi, conocieron el exilio en Iparralde a causa de la guerra civil. Por su parte, Patxi Arruti, después de haber sido gudari del batallón Amayur del PNV, pasó largos años en las cárceles franquistas.

Los clérigos de Iparralde se situaban más bien en la línea tradicionalista de la Iglesia. En eso, eran los herederos espirituales del líder de Iparralde entre las dos guerras, el inamovible diputado ultraconservador de Donibane Garazi Jean Ybarnegaray, con simpatías franquistas bien conocidas desde la época de la guerra civil. No tenían ninguna idea en absoluto acerca del nacionalismo vasco. Pero al dirigirse al monasterio de Lazkao, confiaban por pura casualidad, la continuidad de la historia en manos de nacionalistas vascos.

LA VOLUNTAD DE FRANCO A esos clérigos de Iparralde no se les ocurrió otra cosa que dar a conocer al obispo de Donostia, monseñor Font y Andreu, el hecho de que habían dejado a los niños en Lazkao. El obispo advirtió inmediatamente al gobernador civil de Gipuzkoa, Tomás Garicano Goñi, quien, a su vez, advirtió al ministro del Interior Alberto Martín-Artajo.

Desde el principio pues, el Gobierno franquista estaba perfectamente al corriente de la residencia de los niños y el padre Mauro Elizondo -que ya había sufrido las represalias franquistas- debió jugar un papel sutil de equilibrista diplomático en sus relaciones con el gobernador civil. Franco tenía la intención de guardar esos niños en España: ellos podían servirle de moneda de cambio en los sucesivos chantajes al Gobierno francés, como los que habían concluido con la expulsión del Gobierno vasco de su sede de la avenida Marceau en París en 1951 y el cierre temporal de Radio Euzkadi, que emitía desde Muguerre (Lapurdi).

LA INTERVENCIÓN DE AGUIRRE Fue un pequeño grupo de cuatro personas, todos nacionalistas vascos, quienes gestionaron el asunto y desmontaron los planes de Franco: el padre Mauro Elizondo Artola de Lazkao, los clérigos Pío Montoya Arizmendi y Secundino Rezola Arratibel, este último hermano de Joseba, uno de los jefes de la resistencia vasca, y Cándido Echeverria Artola que trabajaba para la agencia de información y espionaje Servicios que dependía del Gobierno vasco y que sería en este asunto, el delegado del presidente José Antonio de Aguirre.

Este último intervino directamente, en una carta dirigida a final de mayo a Secundino Rezola pidiendo a este grupo y a las familias que guardaban a los niños facilitar su retorno a Francia con el fin de restituirlos a su familia: es su deber de vascos y de católicos. El 19 de junio, en una reunión en Alegia, los cuatro amigos decidieron el retorno de los niños a Francia, en contra de la voluntad expresa del ministro Martín-Artajo, quien había recibido dos días antes en Madrid, al padre Mauro Elizondo.

AITA MAURO, PROTAGONISTA Fue el padre Mauro Elizondo quien, a partir de mediados de febrero de 1953 y hasta finales de junio (26 de junio), gestionó el asunto y tuvo la suerte de los hijos Finaly entre sus manos. Muy rápidamente, demostró una sorprendente lucidez, una gran inteligencia y una sangre fría admirables. Se dio cuenta de que los clérigos de Iparralde, mal informados, se lanzaron en esta historia con ligereza e imprudencia, que la señorita Brun estaba lejos de ser «el monstruo de caridad» descrita por algunos periódicos católicos franceses sino más bien una persona interesada y codiciosa (se tendrá más adelante la prueba tangible de su moralidad de lo más dudosa). Fue él quien decidió el desenlace del asunto, con la intervención del padre abad de Belloc, su amigo Jean Pierre Inda, ante el cónsul de Francia en Donostia y el gobernador civil de Gipuzkoa. Más que Germaine Ribière, emisaria del cardenal Gerlier, arzobispo de Lyon, fue él quien resolvió el asunto. Él quedaría humilde y en la sombra y su nombre no aparecería jamás en la época y muy poco, después.

Sin embargo, él había salvado el honor de la Iglesia, mal comprometida en esta historia de enfrentamiento entre judíos y cristianos a propósito de un bautismo sobre el que había mucho que decir. También había desmontado los planes de Franco y ejecutado a la letra -en relación con sus amigos nacionalistas vascos- los deseos del presidente Aguirre.

Después de su salida del País Vasco, los niños se quedaron durante un mes en las afueras de París. El pequeño Gérald confiaría a la persona que lo alojó que no tenía «ninguna simpatía por el general Franco» y le explicaría las diferencias «entre los vascos y los españoles».

A finales de julio de 1953, los hermanos Finaly partieron a vivir en Israel con su tío y su tía. El mayor llegaría a ser cirujano y el pequeño militar. Hoy disfrutan de un apacible retiro.