El gudari que luchó contra el nazismo

El recién fallecido Francisco Pérez Luzarreta combatió en Francia en la Segunda Guerra Mundial con el Batallón Gernika

Iban Gorriti

Luzarreta, de modo solo queda con vida el burgalés afincado en Angelu (Lapurdi) Miguel Ángel Arroyo. No se conoce el rastro del donostiarra, residente en México Javier Brossa, también miembro del Batallón Gernika.

‘Paco’, junto al lehendakari, en un homenaje en Gernika.Foto: I. Gorriti
‘Paco’, junto al lehendakari, en un homenaje en Gernika.Foto: I. Gorriti

Los cuatro han sido y son los últimos en mantener los ideales de aquellos jóvenes que la historia recordará por el brío desplegado en la célebre batalla de Pointe de Grave, en el Medoc francés en abril de 1945. Tal y como documenta Franc Dolosor, periodista experto en el tema, en aquella batalla murieron cinco gudaris y una veintena resultaron heridos.

“Una persona buena, grande y ejemplar”, escribió el lehendakari Urkullu la semana pasada tras conocerse el deceso del gudari al que conoció con motivo del estreno de la película documental ‘Batallón Gernika, esperanza de libertad 1945-2015’, dirigido por Iban González. Urkullu destacó el compromiso con la democracia y con la libertad de Paco y sus compañeros del Batallón Gernika.

Pérez era especial para algunos. Lo era como el batallón al que perteneció. No se amilanó nunca. Coinciden en decirlo quienes le conocían. Como mugalari ayudó a cruzar a Francia a muchas personas a través del río Bidasoa durante la Guerra civil. Fue objetivo de Melitón Manzanas, policía donostiarra durante la dictadura de Franco y colaborador de la Gestapo nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Este jefe franquista de la Brigada-Político Social de Gipuzkoa acabaría asesinado por ETA en el que se considera primer atentado premeditado de la organización armada el 2 de agosto de 1968. “A mí Manzanas me hizo un interrogatorio que duró semana y media. No me dejaba en paz”, recordaba Paco.

Al igual que Urkullu, personas que trabajan a diario la memoria histórica también han reaccionado ante la muerte de este hombre que llegó al mundo en Valle de Roncal, en Jaurrieta, Nafarroa, en 1922. El fotógrafo vascochileno Mauro Saravia ha sido quien más le ha visitado en los últimos tiempos . “Con Paco tuve relación en los últimos momentos de su vida. Conmigo siempre tuvo una buena palabra, cordial, bromista, querendón…”, precisa, al tiempo que añade que “ayudó a muchas personas, no solo liberando Francia del nazismo sino como mugalari, salvando a mucha gente para que no fuese represaliada por el franquismo. Eso es lo poco que se sabe de su solidaridad porque no le gustaba alardear”.

Paco fue hijo de la ama de casa Manuela, y de Marcelino, militar republicano guarda de fronteras. Tuvieron cinco hijos. Él, el benjamín. Al estallar la guerra del 36, la madre y varios hijos cruzaron la frontera y se exiliaron en Poitiers. El padre y su hermano Eladio fueron enviados a campos de trabajo y a África.

El resto de la familia viajó de Francia a Barcelona. Al acabar la guerra fueron a Irun. “Pero fuimos recibidos como apestados”, denunciaba con su testimonio. Con su padre y hermano libres, le tocó a Paco la mili del Ejército de Franco. Se apuntó en aviación, en Zaragoza, “donde Sanjurjo… Siempre he sido rebeldillo y al destinarme a Tudela me ingresaron en un hospital por una afección a la columna vertebral y al sentirme tan vigilado y viendo que a la mínima torturaban, me las arreglé para escapar e irme a Pau”, rememoraba.

Iban González, director del documental, reflexiona sobre su talante. “Paco fue un libertario puro. Un señor libre, con alma joven. Valiente tanto para luchar en el campo de batalla, como para llorar al recordarlo para nosotros y nosotras”, exclama.

En Pau, el gudari se encontró con el afamado comandante Kepa Ordoki (Irun 1913, Baiona 1993), que “era de ANV como yo, y con un grupo de vascos que estaban formando una unidad para luchar contra los nazis e intentar recuperar la República. ¿Cómo lo íbamos a conseguir?”, se preguntaba.

Quienes le conocieron coinciden en señalar que nunca se escondió, ni calló, que era lo fácil en tiempos de dictadura. En sus últimos tiempos, además de sentirse héroe, como reivindicaba en ocasiones a pesar de también confesar que se sentía solo, era sabedor del cariño que se le profesaba cuando por alguna razón volvía su nombre o el del Batallón Gernika a la palestra. Le hicieron tres homenajes. A juicio de su sobrina, Maite Prieto, “el tío era una persona intachable en principios. Hacía gala de una fuerza vital impresionante. Ha ayudado a todos. Él llevó, por ejemplo, a represaliados hasta París… Como mugalari cada noche pasaba el río”, enfatiza. El marido de Maite, Luis Hernáez, le califica de “noble. No hablaba mal de nadie. Ha mantenido sus valores hasta el último día”.

Republicano

Paco enviudó de la deustuarra María Agirre el 13 de diciembre de 2017. Un año y diez días después ha fallecido él. “Nosotros -concluía Paco- fuimos aquellos hombres que nos dejamos la piel, que hemos sido buenos y participamos en la eliminación de aquellos que trataron de hacerse con todo el mundo, un imperio. Podemos decir orgullosos, que conseguimos que la cosa no fuera a más”.

Bien lo sabe Franck Dolosor: “Paco es una persona a la que hemos querido mucho. Como periodista es un honor haberle conocido. Las horas que pasamos con él valen más que el oro. Tenía mucha dignidad, las ideas muy claras y sabía expresarlas. Me impactó que me dijera siempre que nada había cambiado en el País Vasco. Le decía que Franco había muerto y que había un nivel importante de autonomía. Contestaba que aquellos quitaron nuestra república y que nunca la devolvieron. Hasta que la devuelvan, aquí no ha cambiado nada, decía”. El periodista Iñigo Camino visitó el tanatorio donde se despidió al gudari y donde recordó de él una frase: “El enemigo de la memoria no es el paso del tiempo, es el silencio, lanzó Paco con su incansable vitalidad”.

La familia va a cumplir el deseo de que las cenizas reposen allí donde murieron cinco gudaris de su unidad, en Pointe de Grave, en la Cota 40 de Montalivet. “Pensamos que las llevaremos en la primera quincena de marzo, sus restos descansarán allí donde él ha querido”, apostillan.

La diáspora de aviadores vascoamericanos

Un libro revela que más de 60 pilotos de origen vasco combatieron durante la Segunda Guerra Mundial defendiendo la bandera de los EE.UU.

Un reportaje de Iban Gorriti

uno solo. Un único aviador vascoamericano planea aún con vida de entre los más de 60 pilotos de esta comunidad que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Ellos no son más que la punta de lanza del cerca del millar de vascos que bregaron con Estados Unidos en aquel conflicto militar global que se desarrolló entre 1939 y 1945. El dato sale a la luz gracias a un riguroso estudio de la asociación Sancho de Beurko que se ha materializado tras tres años de arduo trabajo y entusiasmo en el libro publicado bajo el título Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial (Desperta Ferro, 2018), trabajo que lleva las firmas de Guillermo Tabernilla y Ander González, así como con excelsas fotografías tomadas ex profeso por Jesús Balbuena Maeso.

Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena
Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena

Tabernilla, que ha escrito el capítulo dedicado a los aviadores vascoamericanos de los cuatro que tiene el libro, pone en valor a esta comunidad migrante porque es de las pocas minorías de Estados Unidos que cuentan con un estudio que reivindica su papel durante aquella guerra total. “Para la comunidad vasca reivindicar su papel en la llamada generación del sacrificio es muy importante porque de ese modo se cohesiona, se enorgullecen y pueden esgrimir que cuando su país de adopción les necesitó los vascos dieron un paso al frente, como antes lo habían hecho sus padres durante la Primera Guerra Mundial”, pondera.

La inmensa mayoría de estos aviadores nació en Estados Unidos y formó parte de la primera generación de vascoamericanos de progenitores -o progenitor- originarios de Euskal Herria. “No soy yo -matiza Tabernilla- quien les pone la etiqueta de vascos, sino que son miembros de la comunidad vasca en los Estados Unidos, en su mayoría en los condados ovejeros, criados en euskera una mayor parte y alfabetizados en inglés al llegar a la enseñanza primaria. No he cogido a los mexicanos con apellidos vascos ni mucho menos, pues estos últimos no entran en el proyecto, sino personas que se definen a sí mismas como vascos”, dista.

Sus perfiles son diversos. Los hay de las comunidades más grandes de vascos como Idaho, Nevada y California, pero también de otras más pequeñas, caso de Jordan Vallley (Oregón), Montana… “Se trata de pilotos y personal de vuelo de todos los aparatos que puso el Ejército, la Marina y el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos en vuelo durante la Segunda Guerra Mundial”.

Esta aportación en esta obra de investigación no había sido estudiada hasta la fecha, salvo alguna biografía en concreto. “Efectivamente, la prueba está en que a esta gente, salvo a Aldecoa, no le conocía nadie. Si reivindicamos el papel de la diáspora tenemos que apoyar trabajos como estos, además absolutamente desinteresados y sin lucro económico por parte de la Asociación Sancho de Beurko”, acentúa Tabernilla quien hace referencia a Manuel Aldecoa, “piloto derribado en Francia, ya que de los demás no se ha estudiado nada”.

El perfil medio es, salvo en el caso de León Indart y Valentín Berriochoa que son nacidos en Euskal Herria, llegados al mundo en Estados Unidos y de formación de secundaria y/o universitaria y “grandes cualidades para ser destinados a tareas tan especializadas”, enfatiza. En cuanto a sus carreras en la postguerra, Cobeaga, Etchemendy y Arriaga llegaron a coroneles de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos), Juanarena y Etchart alcanzaron los grados de tenientes coroneles, Bideganeta fue mayor y jefe de operaciones de un grupo de bombardeo en Inglaterra y Pete Cenarrusa, “el vasco más prominente de Idaho, piloto de los marines, califica. Etchemendy y Asla cumplieron la labor de jefes de grupo de caza durante la guerra de Corea, con grandes historiales de vuelo”.

El esquiador Eusebio Arriaga De entre los 60, Guillermo Tabernilla destaca la vida de Eusebio Arriaga. “A mí me chifla. Fue un mítico esquiador del Sun Valley de Idaho que incluso salió en algunas producciones de Hollywood antes de la guerra y después se destapó como un extraordinario piloto”. En cuanto a los condecorados, José María Malaxechevarría, quien al llegar su padre al continente americano simplificó el apellido como Echevarria, Charles Ugaldea, Cobeaga, Etchemendy, James Vidal Echevarria se cambió el nombre por el de James Vincent Powers. “Este tiene una novela autobiográfica escrita en la postguerra”. Otros son más desconocidos, como el otro vasco que se mató volando el P-38, además de Manuel Aldecoa; Joe Sara, que murió en un vuelo de pruebas. “En esta lista hay un total de 61, ya que he suprimido todos los que formaron parte de las Fuerzas Aerotransportadas como paracaidistas y el personal de tierra”, dice.

El autor ha consumado el proyecto trabajando en bases de datos de todo tipo: alistados en las Fuerzas Aéreas, obituarios, historiales de escuadrones y grupos de vuelo, prensa de Nevada, Idaho y California. De los aviadores vascoamericanos queda uno vivo: Raymond Ray Mansisidor que nació en 1924 en Boise (Idaho), donde ayudaba a su padre en el negocio de las ovejas. “Nos congratulamos de que aún esté entre nosotros. En 1960 se unió al grupo de danzas vascas Oinkari Dancers, en el que tocaba el acordeón junto a Jimmy Jausoro. En breve, se reunirá con otros veteranos de Idaho en un emotivo acto conmemorativo”.

Adiós a la leyenda del euskera como arma de los aliados

Un estudio desmonta la versión de que fue utilizado en 1942 por marines contra Japón como idioma encriptado durante la segunda guerra mundial

Un reportaje de Iban Gorriti

El Batallón Gernika desfila ante el Teatro de Burdeos, tras la victoria de Point Grave. Foto: Memorial Front du Médoc
El Batallón Gernika desfila ante el Teatro de Burdeos, tras la victoria de Point Grave. Foto: Memorial Front du Médoc

un extenso estudio publicado por la Asociación Sancho de Beurko deconstruye el mito del euskera utilizado como idioma codificado por alguna supuesta unidad de marines de origen vasco durante la Segunda Guerra Mundial, y de forma particular en el desembarco de la Batalla de Guadalcanal en verano de 1942. Los autores del laborioso trabajo surgido en Reno (Estados Unidos) hace más de quince años son los historiadores Pedro J. Oiarzabal, de la Universidad de Deusto, y Guillermo Tabernilla, de Sancho de Beurko Elkartea.

La investigación, con visitas a los archivos estadounidenses, británicos y estatales, desmonta uno de los mitos más arraigados de la historiografía vasca que, a su juicio, se repite “de forma cíclica” en los diferentes medios de comunicación desde hace setenta años. Tabernilla y Oiarzabal fundamentan esta creencia en “las muy complejas relaciones” entre los medios secretos del Gobierno vasco en el exilio y el servicio de inteligencia OSS norteamericano, precedente de la actual CIA.

El estudio de 156 páginas ha visto la luz en la revista digital Saibigain de Sancho de Beurko Elkartea. Lleva por título El enigma del mito y la historia: Basque codetalkers en la Segunda Guerra Mundial. El origen de la creencia heredada tiene su origen en dos publicaciones del año 1952. Primero en la edición mexicana del periódico nacionalista vasco Euzko Deya y, a continuación, una réplica de la armada franquista en La revista de Marina. Editan la misma nota “como reacción a una acción”.

Oiarzabal y Tabernilla ponen de manifiesto en su libro la “falsedad histórica” de tal hecho, enfatizando el obligado papel jugado por el enigmático capitán Frank D. (o Ernesto) Carranza, “hijo de inmigrantes vascos” -según un texto de la época-, artífice del supuesto uso militar del euskera en la última contienda mundial. “Diferentes fuentes citan a Carranza, pero no hay ninguna prueba que demuestre que se llamara así. Creemos que sí existió pero bajo otro nombre real”, subraya Tabernilla.

Es más, se cita que esta enigmática figura murió atropellada cuando salía de casa en abril de 1979 en la Quinta Avenida de Nueva York, vía en la que la OSS tenía su sede. También existe una entrevista en la que la histórica Marichu Anatol -de la Red Cométe- aseguraba en una entrevista publicada en DEIA que vio a Carranza en la muga en Bidasoa.

“A Marichu no se le puede cuestionar. Le vio sin duda. Pero no existe en los fondos militares esa persona con ese nombre. Salen en las bases de datos varios Carranza… pero ninguno con ese perfil. Ha pasado lo difícil de estar en el Pacífico con los marines a la muga del Bidasoa. Solo alguien se puede mover tanto si está trabajando para la inteligencia norteamericana “, agrega Tabernilla.

En aquella guerra sí se utilizaron lenguas como el de la comunidad nativa navajo para encriptar mensajes de radio como un método seguro de comunicación. Tanto es así que el código nunca fue descifrado por las fuerzas imperiales japonesas. Con relación a la lengua vasca, en 2008 el Gobierno vasco también hizo suyo el discurso de que se había usado el euskera como el navajo, pero nunca se había demostrado. “El navajo o el iroqués eran lenguas minoritarias que podían utilizarse, pero el euskera era ya un idioma estudiado y de alguna forma internacionalizado. Dos marines de la OSS de entonces ya declararon que no era posible. El euskera no era una lengua aislada, tenía presencia en muchas partes del mundo”, precisa Tabernilla.

‘capitán carranza’ Oiarzabal también aboga por que el mito surge de las extremadas complejas relaciones entre los servicios de información, y hay libros que lo citan. “Personas con cierta autoridad académica lo creyeron y lo difundieron. Empiezas a dudar que fuera cierto cuando buscas fuentes testimoniales. Tendría que aparecer alguna información real”, enfatiza Oiarzabal quien consultó a los mayores expertos en criptología de Estados Unidos. “Y me aportaron con pelos y señales por qué no se utilizó el euskera. Además, no aparece el capitán Carranza con esas credenciales ni los 60 marines vascoamericanos del cuerpo de transmisiones en Guadalcanal de la Organización Airedale”. A su juicio, resulta imposible demostrar que se diese la utilización de la lengua vasca a partir de esta investigación “con argumentos de peso y con documentos originales”.

El trabajo que se puede consultar de forma gratuita tiene una dedicatoria especial: “A todas aquellas personas que desde el anonimato sirvieron con su esfuerzo y sacrificio al Servicio Vasco de Información y a los servicios secretos de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, contribuyendo a la victoria final contra el totalitarismo”.

El gudari burgalés del Batallón Gernika

Miguel Arroyo es el último gudari superviviente localizado del grupo que participó en la segunda Guerra Mundial

Franck Dolosor

el documental Batallón Gernika, esperanza de libertad 1945-2015, dirigido por Iban González y producido por Baleuko, sigue proporcionando sorpresas inesperadas. La película narra la historia de la brigada creada por el Gobierno vasco en el exilio para ayudar a los aliados en la lucha contra los nazis que tenía lugar en Francia. La unidad militar vasca participó en la liberación de la comarca de la Pointe de Grave, en el Médoc, cerca de Burdeos. Durante los combates que tuvieron lugar en abril de 1945, pocos días antes del armisticio, cinco gudaris murieron y una veintena resultaron heridos.

Arroyo en su casa de Angelu enseña una caja en la que guardaba balas para Ordoki.Foto: F.D.
Arroyo en su casa de Angelu enseña una caja en la que guardaba balas para Ordoki.Foto: F.D.

Durante la grabación del documental protagonizado por Francisco Pérez, gudari navarro afincado en Irun, otro miembro del Batallón Gernika se sumó al proyecto: José Ramón Aranberria, Matxote, natural de Ondarroa y vecino actualmente de Getaria. A medida que el documental avanzaba surgió la esperanza de que otros miembros de la unidad o sus familias, cuyo paradero se desconocía, pudieran aportar sus recuerdos y experiencias. Y así ocurrió. El donostiarra Javier Brosa, afincado en México, contactó con los responsables del documental una vez estrenado. En otros casos han sido las familias de combatientes ya fallecidos quienes se han sumado. Gracias al documental, la familia del gudari donostiarra Antón Mugica ha conocido por fin cómo fueron sus últimos días. Con tan solo veinte años, el primer día del combate de la Pointe de Grave, falleció al pisar una mina. Sus hermanos Guillermo y Carmen tan solo sabían que desapareció en 1945 y que nueve años más tarde el Gobierno francés les informó de su muerte. Siete décadas más tarde han podido localizar y visitar la tumba de su hermano.

Hace unos días, tras una proyección pública del documental en el Museo Vasco de Baiona, un hombre de edad avanzada se levantó, y ante la sorpresa de los asistentes, explicó que la película contaba… “la verdad”. Se trata de Miguel Arroyo, nacido en Burgos en junio de 1924. “Yo estaba ahí y así lo vivimos. ¡Era soldado y fui uno de los colaboradores más cercanos del comandante Ordoki!”

A finales de los años 20 la familia Arroyo llegó a Bilbao, donde se afincó en el número 23 de la calle Uribarri. El monte Artxanda no tenía ningún secreto para un jovencísimo Miguel, que aún recuerda que dos bombas cayeron en la capital vizcaína el día del bombardeo de Gernika. En Uribarri, una casa quedó destruida y los vecinos se refugiaron en un túnel de la cercana vía férrea. Pocos días después, su madre y él subieron a un barco en Santurtzi con rumbo a Iparralde y se afincaron en Baiona. Su padre y sus cinco hermanos se quedaron en Bizkaia. Una de sus hermanas, que era comunista, se trasladó a Rusia mientras su hermano Ramón fue asesinado en circunstancias todavía desconocidas. Ochenta años después, Miguel no puede contener sus lagrimas al recordar el sufrimiento de su familia durante los años de la guerra.

En 1944 se apuntó en Burdeos junto a un amigo para combatir como voluntario en la Segunda Guerra Mundial. Las autoridades galas le mandaron a la localidad bearnesa de Caresse, donde Ordoki estaba creando la brigada vasca. Arroyo, que sigue definiéndose como apolítico, recuerda sobre todo el espíritu de camaradería que reinaba entre los miembros del Batallón Gernika.

“Los alemanes eran más fuertes porque iban mejor armados y en un primer momento consiguieron resistir gracias a sus impresionantes búnkeres”, precisa el gudari. “No sé si maté a alguno, no me acuerdo, disparas tanto que ya no sabes. Ordoki era parco en palabras y nunca hablaba de política. El sargento Carlos Iguiniz, también irundarra, siempre le acompañaba. Al principio, no teníamos buen armamento pero luego nos dieron morteros con los que pudimos destruir las posiciones alemanas en la carretera que conduce hacia Soulac. Yo siempre estaba entre los primeros hasta el final de la Pointe de Grave donde se rindieron muchos alemanes. Desde el comienzo, dos prisioneros alemanes nos acompañaron y nos ayudaban a reparar el armamento y los teléfonos”.

Arroyo salió ileso del combate pero no oculta que pasó mucho miedo. También fue testigo directo de la muerte de los gudaris Iglesias y Mugica. “Han pasado muchos años, pero me acuerdo de todos. Antonio Arrizabalaga me traía las municiones y luego pudimos llegar hasta el final de la Pointe de Grave siguiendo la vía férrea. Ahí, el ejercito francés comenzó a tirar hacia nuestra posición porque no pensaban que nadie había podido avanzar tanto”.

Miguel Arroyo es una fuente inagotable de anécdotas. Cuenta que el teniente eibarrés Andrés Prieto le castigó por haberse quedado un día más de lo previsto en Baiona con su madre. “Prieto era simpático pero quería mandar”. Y también recuerda la visita y el concierto que el célebre cantante Luis Mariano ofreció a los gudaris durante los combates en el Médoc.

Tras la liberación de Francia, el burgalés no participó en desfile del Batallón Gernika en Burdeos y tampoco en el posterior entrenamiento militar que supervisó el jeltzale Primitivo Abad en el castillo de Rotschild, en las afueras de París. “Teníamos que haber seguir luchando contra Franco pero fuimos desmovilizados”, recuerda el gudari. Las autoridades le dieron mil francos y le mandaron a Chiberta, en Angelu (Anglet). Desde allí trató de reunirse de nuevo con su familia en Bilbao, pero al entrar en Gipuzkoa fue detenido y le mandaron a hacer el servicio militar a Gasteiz. “Me consideraban como desertor, pero yo no era un asesino sino un soldado”. En los años cincuenta, Miguel consiguió la nacionalidad francesa y pasó a llamarse Michel Arroyo. Gracias a su nuevo estatus pudo volver a Bilbao a visitar a sus familiares sin temor a la represión franquista.

“No soy vasco, pero lo hice de todo corazón” aclara el gudari de 92 años, que también ayudó a varios ingleses a pasar la muga desde Iparralde hacia Gipuzkoa. “También pasé mucha información de un lado a otro. Tenía el pelo largo y escondía papeles en las orejas” dice sonriendo. Cada año, el Gobierno francés le concede una ayuda de 600 euros para agradecer su participación en la lucha contra los nazis.

Arroyo, que dirigió durante años una empresa de fontanería en la capital labortana, goza de su jubilación junto con su mujer y sus cuatro hijas cerca del puerto de Angelu, en el chalet que construyó él mismo y que lleva el emblemático nombre de La Roseraie. Un nombre simbólico, el del hospital que el Gobierno vasco en el exilio abrió en Bidarte para acoger a los heridos y civiles que huían de la Guerra Civil.

1945. La victoria escamoteada

El final de la Segunda Guerra Mundial fue un momento transcendental en la lucha contra el franquismo: se veía próximo su final. Esa esperanza se desvaneció muy pronto. Pero la memoria permanece

Reportaje de Iñaki Goiogana

En la primavera de 1945 en el rostro de los exiliados vascos, y cabe decir que en la de todos los antifascistas vascos, se dibujaba una amplia sonrisa. Una sonrisa que no era otra cosa que la expresión de una esperanza en la pronta solución al conflicto iniciado casi una década antes con la guerra de 1936. Efectivamente, era cuestión de semanas que los Aliados llegaran a Berlín (la discusión era sobre quién haría ondear antes su bandera, si los occidentales o los soviéticos) y con ello finalizara la más cruel de las guerras habidas jamás y comenzara una nueva era en la que, si bien no se acabaría con los odios, las guerras y las diferencias entre los grupos humanos, los conflictos se encauzarían por caminos más civilizados. Durante los seis años de conflicto, a la vez que se luchaba en los frentes, se teorizó muchísimo sobre la posguerra. Las cinco décadas del siglo trascurridas habían demostrado de sobra que las personas eran muy capaces de casi borrar la existencia humana de la tierra, pero ahora, cuando finalizaba el lustro más mortífero de la historia, era el momento para poner las bases de un futuro lo más justo posible. Justo en lo social y justo en lo político.

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Los vascos no fueron ajenos a estos esfuerzos que buscaban un mundo mejor para el futuro inmediato. Las revoluciones, tanto de derecha como de izquierda, habían demostrado su cruel naturaleza. La derecha en el poder dejó desde el mismo inicio de la guerra de 1936, un reguero de sangre, prisión, trabajos forzados, opresión, etc. Y de la izquierda, si bien no había gozado de poder en Euskadi, no eran menos conocidos sus métodos en práctica allí donde gobernaba, si bien el generoso esfuerzo del pueblo soviético en la guerra contra el nazi-fascismo ayudó mucho a disimilar los procederes comunistas. Eran, pues, tiempos de optimismo.

Entre los vascos quien mejor encarnaba el espíritu optimista era su lehendakari, José Antonio Agirre, quien el mes de marzo de 1945 realizó un viaje de varias semanas a Europa, tocando en su periplo Londres, París y la Euskadi Continental. Volvía a Europa después de su exilio americano de gran parte de la II Guerra Mundial.

No era un viaje muy común. Agirre cruzó el Atlántico traído por el ejército americano, quien, además de proporcionar el avión para el trayecto, puso a disposición del lehendakari un oficial del servicio americano de inteligencia, la OSS. En esta verdadera maratón de entrevistas que mantuvo Agirre, se reunió, además de con las distintas autoridades vascas partidarias, sindicales y del Gobierno, con personalidades republicanas españolas, como el antiguo presidente del ejecutivo español, Juan Negrín, e internacionales. Entre estas últimas cabe destacar la reunión tenida con Georges Bidault, ministro de Asuntos Exteriores francés, y miembro de la Resistencia, especialmente bien relacionado con el Gobierno vasco por ser miembro fundador de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB) y por su militancia democristiana. En esta entrevista el lehendakari le comunicó a Bidault que el motivo de su viaje a Europa era “resolver, de acuerdo con las autoridades francesas, la situación de la emigración vasca, organizando al mismo tiempo los núcleos vascos alrededor del Gobierno de Euzkadi, para coordinar luego esta acción con las demás fuerzas democráticas peninsulares que combatían al régimen del general Franco”. Agirre manifestó al ministro galo que “los vascos estaban dispuestos a apoyar toda solución democrática que tuviera carácter de seriedad y aceptara la autonomía política del pueblo vasco”. Llegados a este punto, Agirre quiso aprovechar la entrevista para saber hasta dónde estaba dispuesta Francia a intervenir en la solución del conflicto peninsular, a lo que Bidault contestó: “Excepto la invasión, todo”.

Durante aquellos días y semanas, el lehendakari se reunió con otros líderes internacionales, y las respuestas que obtuvo fueron también parecidas, venían a coincidir en algo así como “preparen Vds. una solución moderada y unitaria a la dictadura franquista y nosotros daremos algún tipo de empujón para que ésta caiga”.

Aglutinar fuerzas Agirre, que no dejó de soñar con este momento y este género de respuestas desde que en junio de 1937 abandonara Euskadi expulsado por los franquistas, pisó el acelerador y se puso él mismo y, junto a él, todos sus colaboradores en la tarea de aglutinar a toda la oposición antifranquista, cediendo incluso en algunos puntos de su ideario nacionalista con el fin de lograr la ansiada derrota franquista. En aquellos meses finales de la II Guerra Mundial y comienzos de la posguerra, el lehendakari estuvo en México, donde se habían reunido los republicanos para recomponer las instituciones republicanas e hizo de hombre bueno entre las fuerzas españolas; estuvo en San Francisco en las reuniones de constitución de la ONU acompañando o, tal vez, llevando al Gobierno republicano, logró el Pacto de Baiona entre las fuerzas vascas, creó estructuras en el interior que representaban al Gobierno de Euzkadi como el Consejo Delegado, reunió a una serie de ilustres exiliados como Francisco Basterretxea en Buenos Aires a quienes pidió que redactaran planes y medidas para su inmediata aplicación en Euskadi nada más ser derribada la dictadura, etc.

Todo esto, además del esfuerzo desarrollado por las instituciones vascas a lo largo de la II Guerra Mundial. Efectivamente, desde nada más iniciarse el conflicto en septiembre de 1939, el ejecutivo vasco, a la vez que hacía suya la guerra y manifestaba que en realidad no era más que una continuidad de la iniciada en 1936, se ofreció desinteresadamente a los Aliados. Este ofrecimiento se sustanció en, por una parte, la colaboración de los servicios de inteligencia vascos con los Aliados, y, por otra, en labores de propaganda desarrollados en el Cono Sur. Además de estas labores de información y propaganda, hubo también intentos de crear unidades militares específicamente vascas que colaboraran en el esfuerzo militar. Así, una primera intentona que resultó fallida, fue la encabezada por Manuel Irujo en Londres, donde se propuso crear un batallón de fusileros marinos dentro de las fuerzas de la Francia Libre del general Charles De Gaulle, y otra, que tuvo final feliz, se sustanció en el batallón Gernika, integrado también en el ejército galo pero ya en suelo francés.

Embrión del ejército vasco El batallón Gernika fue una pieza muy importante dentro de los planes que el lehendakari trajo en la primavera de 1945 de América a Europa. Debía ser, junto a Euzko Naia, núcleos paramilitares organizados por el PNV en el interior, el embrión del ejército o de la policía vascos. Ambos cuerpos estaban pensados para que se encargaran, en caso de caída de la dictadura, precisamente de hacer que la transición del franquismo desembocara en una República moderada y federal con el mínimo coste en vidas humanas y pérdidas materiales. Esta fuerza debía prepararse y, de ser posible, entrar en combate contra el nazismo.

Meses antes del viaje del lehendakari a Europa, en agosto de 1944, al tiempo que era liberado Iparralde de la ocupación nazi, los consejeros Jesús María Leizaola y Eliodoro de la Torre encomendaron al comandante Kepa Ordoki que reuniera a todos los vascos encuadrados en el maquis que pudiera y formara con ellos un batallón a las órdenes del Gobierno vasco. Ordoki cumplió la orden y, meses más tarde, en abril de 1945, estos hombres entraron en combate en el Médoc, en las operaciones de eliminación de las bolsas de alemanes que habían quedado aisladas en la costa atlántica durante los combates seguidos para la liberación de Francia en el verano de 1944.

Pero aquella primavera de 1945, sin embargo, cuando finalmente los soviéticos izaron la bandera roja el 2 de mayo en el edificio del Reichstag y, una semana más tarde, Alemania se rindió incondicionalmente a los Aliados, empezaron ya a manifestarse síntomas que hacían presagiar que lo que era de justicia y parecía factible -una Europa democrática y socialmente avanzada, además de una Euskadi libre de la dictadura franquista- podría torcerse. Así, los soldados alemanes que se rindieron a los aliados occidentales no fueron desarmados hasta días más tarde cuando estuvo claro que los soviéticos, por el momento al menos, no iban a causar problemas. El 12 de abril de 1945 falleció el presidente estadounidense Roosevelt, siendo sustituido por Truman y en agosto se obligó a rendirse al Japón con el lanzamiento de dos bombas atómicas. Antes, en febrero, los anglo-británicos y los soviéticos se habían repartido sus zonas de influencia en el mundo. Es cierto también que se dieron los pasos para instituir la ONU, un organismo internacional ideado para dirimir los conflictos internacionales, que se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que a la II Guerra Mundial, después de una inmediata posguerra terriblemente dura, le siguió un tiempo de oro para las clases menos favorecidas de la sociedad. Todos estas nubes y claros presagiaban lo que se conocería como guerra fría, con su continua amenaza de una guerra apocalíptica que habría dejado chicas las inmensas matanzas anteriores.

Esta guerra fría trajo consigo su peaje para Euskadi, el peor de los escenarios soñados por los exiliados. Haciendo realidad aquello de que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer, los Aliados, comiéndose sus promesas, optaron por mantener erguida la dictadura franquista en lugar de tentar a la suerte con un sistema democrático que, supuestamente, habría podido desembocar en un Gobierno liderado por comunistas. Los planes para el futuro, los esfuerzos diplomáticos, la colaboración con los Aliados, el batallón Gernika, etc. quedaron, finalmente, en nada y la dictadura franquista desapareció con el mismo dictador, tres décadas más tarde.

La vida por un sueño Pero la primavera de 1945 estuvo llena de esperanzas y sueños. Uno de estos sueños frustrados fue, sin duda, el deseo de los hombres del batallón Gernika de luchar en tierra vasca contribuyendo a su liberación. Lo dieron todo, algunos gudaris incluso su vida, pero de poco sirvió. No pudo ser, o simplemente no fue por simples intereses geoestratégicos. Pero este sacrificio e injusto pago hace que su lucha deba ser recordada y no olvidada. Por ello, para traer a nuestro presente la gesta de aquellos hombres, se está rodando un documental que revivirá la historia del batallón Gernika. Para escenificar los exteriores de la batalla del Médoc se rodarán unas escenas en la batería de Punta Lucero, en la boca del Abra. De esta manera se unirá la historia con el deseo de aquellos gudaris. Se recreará la lucha en Médoc pero en Euskadi, en un lugar que seguro hubiera sido deseado por los miembros del batallón Gernika. De alguna forma, esta recreación simbolizará el nunca realizado desembarco aliado en la Euskadi dominada por la Dictadura del general Franco.