1945. La victoria escamoteada

El final de la Segunda Guerra Mundial fue un momento transcendental en la lucha contra el franquismo: se veía próximo su final. Esa esperanza se desvaneció muy pronto. Pero la memoria permanece

Reportaje de Iñaki Goiogana

En la primavera de 1945 en el rostro de los exiliados vascos, y cabe decir que en la de todos los antifascistas vascos, se dibujaba una amplia sonrisa. Una sonrisa que no era otra cosa que la expresión de una esperanza en la pronta solución al conflicto iniciado casi una década antes con la guerra de 1936. Efectivamente, era cuestión de semanas que los Aliados llegaran a Berlín (la discusión era sobre quién haría ondear antes su bandera, si los occidentales o los soviéticos) y con ello finalizara la más cruel de las guerras habidas jamás y comenzara una nueva era en la que, si bien no se acabaría con los odios, las guerras y las diferencias entre los grupos humanos, los conflictos se encauzarían por caminos más civilizados. Durante los seis años de conflicto, a la vez que se luchaba en los frentes, se teorizó muchísimo sobre la posguerra. Las cinco décadas del siglo trascurridas habían demostrado de sobra que las personas eran muy capaces de casi borrar la existencia humana de la tierra, pero ahora, cuando finalizaba el lustro más mortífero de la historia, era el momento para poner las bases de un futuro lo más justo posible. Justo en lo social y justo en lo político.

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Los vascos no fueron ajenos a estos esfuerzos que buscaban un mundo mejor para el futuro inmediato. Las revoluciones, tanto de derecha como de izquierda, habían demostrado su cruel naturaleza. La derecha en el poder dejó desde el mismo inicio de la guerra de 1936, un reguero de sangre, prisión, trabajos forzados, opresión, etc. Y de la izquierda, si bien no había gozado de poder en Euskadi, no eran menos conocidos sus métodos en práctica allí donde gobernaba, si bien el generoso esfuerzo del pueblo soviético en la guerra contra el nazi-fascismo ayudó mucho a disimilar los procederes comunistas. Eran, pues, tiempos de optimismo.

Entre los vascos quien mejor encarnaba el espíritu optimista era su lehendakari, José Antonio Agirre, quien el mes de marzo de 1945 realizó un viaje de varias semanas a Europa, tocando en su periplo Londres, París y la Euskadi Continental. Volvía a Europa después de su exilio americano de gran parte de la II Guerra Mundial.

No era un viaje muy común. Agirre cruzó el Atlántico traído por el ejército americano, quien, además de proporcionar el avión para el trayecto, puso a disposición del lehendakari un oficial del servicio americano de inteligencia, la OSS. En esta verdadera maratón de entrevistas que mantuvo Agirre, se reunió, además de con las distintas autoridades vascas partidarias, sindicales y del Gobierno, con personalidades republicanas españolas, como el antiguo presidente del ejecutivo español, Juan Negrín, e internacionales. Entre estas últimas cabe destacar la reunión tenida con Georges Bidault, ministro de Asuntos Exteriores francés, y miembro de la Resistencia, especialmente bien relacionado con el Gobierno vasco por ser miembro fundador de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB) y por su militancia democristiana. En esta entrevista el lehendakari le comunicó a Bidault que el motivo de su viaje a Europa era “resolver, de acuerdo con las autoridades francesas, la situación de la emigración vasca, organizando al mismo tiempo los núcleos vascos alrededor del Gobierno de Euzkadi, para coordinar luego esta acción con las demás fuerzas democráticas peninsulares que combatían al régimen del general Franco”. Agirre manifestó al ministro galo que “los vascos estaban dispuestos a apoyar toda solución democrática que tuviera carácter de seriedad y aceptara la autonomía política del pueblo vasco”. Llegados a este punto, Agirre quiso aprovechar la entrevista para saber hasta dónde estaba dispuesta Francia a intervenir en la solución del conflicto peninsular, a lo que Bidault contestó: “Excepto la invasión, todo”.

Durante aquellos días y semanas, el lehendakari se reunió con otros líderes internacionales, y las respuestas que obtuvo fueron también parecidas, venían a coincidir en algo así como “preparen Vds. una solución moderada y unitaria a la dictadura franquista y nosotros daremos algún tipo de empujón para que ésta caiga”.

Aglutinar fuerzas Agirre, que no dejó de soñar con este momento y este género de respuestas desde que en junio de 1937 abandonara Euskadi expulsado por los franquistas, pisó el acelerador y se puso él mismo y, junto a él, todos sus colaboradores en la tarea de aglutinar a toda la oposición antifranquista, cediendo incluso en algunos puntos de su ideario nacionalista con el fin de lograr la ansiada derrota franquista. En aquellos meses finales de la II Guerra Mundial y comienzos de la posguerra, el lehendakari estuvo en México, donde se habían reunido los republicanos para recomponer las instituciones republicanas e hizo de hombre bueno entre las fuerzas españolas; estuvo en San Francisco en las reuniones de constitución de la ONU acompañando o, tal vez, llevando al Gobierno republicano, logró el Pacto de Baiona entre las fuerzas vascas, creó estructuras en el interior que representaban al Gobierno de Euzkadi como el Consejo Delegado, reunió a una serie de ilustres exiliados como Francisco Basterretxea en Buenos Aires a quienes pidió que redactaran planes y medidas para su inmediata aplicación en Euskadi nada más ser derribada la dictadura, etc.

Todo esto, además del esfuerzo desarrollado por las instituciones vascas a lo largo de la II Guerra Mundial. Efectivamente, desde nada más iniciarse el conflicto en septiembre de 1939, el ejecutivo vasco, a la vez que hacía suya la guerra y manifestaba que en realidad no era más que una continuidad de la iniciada en 1936, se ofreció desinteresadamente a los Aliados. Este ofrecimiento se sustanció en, por una parte, la colaboración de los servicios de inteligencia vascos con los Aliados, y, por otra, en labores de propaganda desarrollados en el Cono Sur. Además de estas labores de información y propaganda, hubo también intentos de crear unidades militares específicamente vascas que colaboraran en el esfuerzo militar. Así, una primera intentona que resultó fallida, fue la encabezada por Manuel Irujo en Londres, donde se propuso crear un batallón de fusileros marinos dentro de las fuerzas de la Francia Libre del general Charles De Gaulle, y otra, que tuvo final feliz, se sustanció en el batallón Gernika, integrado también en el ejército galo pero ya en suelo francés.

Embrión del ejército vasco El batallón Gernika fue una pieza muy importante dentro de los planes que el lehendakari trajo en la primavera de 1945 de América a Europa. Debía ser, junto a Euzko Naia, núcleos paramilitares organizados por el PNV en el interior, el embrión del ejército o de la policía vascos. Ambos cuerpos estaban pensados para que se encargaran, en caso de caída de la dictadura, precisamente de hacer que la transición del franquismo desembocara en una República moderada y federal con el mínimo coste en vidas humanas y pérdidas materiales. Esta fuerza debía prepararse y, de ser posible, entrar en combate contra el nazismo.

Meses antes del viaje del lehendakari a Europa, en agosto de 1944, al tiempo que era liberado Iparralde de la ocupación nazi, los consejeros Jesús María Leizaola y Eliodoro de la Torre encomendaron al comandante Kepa Ordoki que reuniera a todos los vascos encuadrados en el maquis que pudiera y formara con ellos un batallón a las órdenes del Gobierno vasco. Ordoki cumplió la orden y, meses más tarde, en abril de 1945, estos hombres entraron en combate en el Médoc, en las operaciones de eliminación de las bolsas de alemanes que habían quedado aisladas en la costa atlántica durante los combates seguidos para la liberación de Francia en el verano de 1944.

Pero aquella primavera de 1945, sin embargo, cuando finalmente los soviéticos izaron la bandera roja el 2 de mayo en el edificio del Reichstag y, una semana más tarde, Alemania se rindió incondicionalmente a los Aliados, empezaron ya a manifestarse síntomas que hacían presagiar que lo que era de justicia y parecía factible -una Europa democrática y socialmente avanzada, además de una Euskadi libre de la dictadura franquista- podría torcerse. Así, los soldados alemanes que se rindieron a los aliados occidentales no fueron desarmados hasta días más tarde cuando estuvo claro que los soviéticos, por el momento al menos, no iban a causar problemas. El 12 de abril de 1945 falleció el presidente estadounidense Roosevelt, siendo sustituido por Truman y en agosto se obligó a rendirse al Japón con el lanzamiento de dos bombas atómicas. Antes, en febrero, los anglo-británicos y los soviéticos se habían repartido sus zonas de influencia en el mundo. Es cierto también que se dieron los pasos para instituir la ONU, un organismo internacional ideado para dirimir los conflictos internacionales, que se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que a la II Guerra Mundial, después de una inmediata posguerra terriblemente dura, le siguió un tiempo de oro para las clases menos favorecidas de la sociedad. Todos estas nubes y claros presagiaban lo que se conocería como guerra fría, con su continua amenaza de una guerra apocalíptica que habría dejado chicas las inmensas matanzas anteriores.

Esta guerra fría trajo consigo su peaje para Euskadi, el peor de los escenarios soñados por los exiliados. Haciendo realidad aquello de que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer, los Aliados, comiéndose sus promesas, optaron por mantener erguida la dictadura franquista en lugar de tentar a la suerte con un sistema democrático que, supuestamente, habría podido desembocar en un Gobierno liderado por comunistas. Los planes para el futuro, los esfuerzos diplomáticos, la colaboración con los Aliados, el batallón Gernika, etc. quedaron, finalmente, en nada y la dictadura franquista desapareció con el mismo dictador, tres décadas más tarde.

La vida por un sueño Pero la primavera de 1945 estuvo llena de esperanzas y sueños. Uno de estos sueños frustrados fue, sin duda, el deseo de los hombres del batallón Gernika de luchar en tierra vasca contribuyendo a su liberación. Lo dieron todo, algunos gudaris incluso su vida, pero de poco sirvió. No pudo ser, o simplemente no fue por simples intereses geoestratégicos. Pero este sacrificio e injusto pago hace que su lucha deba ser recordada y no olvidada. Por ello, para traer a nuestro presente la gesta de aquellos hombres, se está rodando un documental que revivirá la historia del batallón Gernika. Para escenificar los exteriores de la batalla del Médoc se rodarán unas escenas en la batería de Punta Lucero, en la boca del Abra. De esta manera se unirá la historia con el deseo de aquellos gudaris. Se recreará la lucha en Médoc pero en Euskadi, en un lugar que seguro hubiera sido deseado por los miembros del batallón Gernika. De alguna forma, esta recreación simbolizará el nunca realizado desembarco aliado en la Euskadi dominada por la Dictadura del general Franco.