El regreso de Leizaola, la Transición vasca

Mañana, 15 de diciembre, se cumplen cuarenta años del regreso del lehendakari Jesús María de Leizaola a Euskadi. Un acontecimiento sin ningún efecto administrativo o jurídico, pero de gran trascendencia política e histórica

Reportaje de Luis de Guezala

La denominada Transición política tras la muerte de Francisco Franco se realizó en España sin una ruptura con el marco legal de su dictadura, mediante una reforma de la legislación franquista. Lo que vino expresado por el dicho del franquista Torcuato Fernández-Miranda de “todo de la ley a la ley a través de la ley”. Las legítimas instituciones republicanas españolas en el exilio quedaban así marginadas de todo el proceso, más aún cuando el proyecto de la nueva constitución establecería como forma de gobierno la monarquía. “Atado y bien atado…”.

Tras los resultados de las elecciones del 15 de junio de 1977, el día 21 el último presidente de la República española en el exilio, José Maldonado, reconoció la validez democrática de esas elecciones, a las que no se había permitido presentarse a partidos republicanos, y anunció la disolución de las instituciones republicanas españolas.

Jesús María de Leizaola, en la delegación del Gobierno de Euzkadi en París.SABINO ARANA FUNDAZIOA

Mejor suerte tuvo el president de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, ya que tras formarse un Gobierno español presidido por Adolfo Suárez, restableció el 29 de septiembre la Generalitat de forma provisional y el 17 de octubre se le reconoció su presidencia, regresando el día 23 y pronunciando desde el balcón de su palacio en Barcelona su famosa frase: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”.

Solamente quedaba así ya en el exilio el Gobierno vasco presidido por Jesús María de Leizaola pero desde su partido, EAJ-PNV, se consideró que la Transición vasca solo podía hacerse después de que el Pueblo Vasco se pronunciara sobre un proyecto de Estatuto de Autonomía. El largo exilio del ya anciano lehendakari Leizaola tendría que durar por ello todavía dos años más.

Tras la aprobación del todavía vigente, y sin cumplir en su totalidad, Estatuto de Autonomía en referéndum celebrado el 25 de octubre de 1979 en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, desde la dirección de EAJ-PNV se pensó que el momento del retorno del lehendakari zaharra había llegado. El 31 de octubre el Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV se reunió con Jesús María de Leizaola en Baiona y acordó su regreso coincidiendo con la puesta en vigor del nuevo Estatuto.

En la rueda de prensa que sucedió a esa reunión un periodista planteó a Leizaola si no consideraba que la legitimidad debería darla un Gobierno republicano -que ya no existía- y la respuesta no pudo ser más clara y democrática: “La legalidad no viene en la ley, sino en el Pueblo. El Pueblo en 1936 estaba organizado como República, y ahora no. Yo me atengo a la opinión del Pueblo expresada hoy”.

Hombre singular, del que ya hablamos aquí con motivo de su anterior regreso clandestino, todavía durante la dictadura franquista, con motivo del Aberri Eguna de 1974, de edad parecida a la de Tarradellas, Leizaola no tuvo la pretensión de capitalizar sus dos décadas como lehendakari. Planteado si su regreso no significaría el final de su vida política respondió: “Yo estaré siempre a disposición del Pueblo Vasco para dar mi parecer. Siempre podré decir algo útil. Y si no es útil, me callaré”. Así sería.

El sábado 15 de diciembre de 1979 el avión en el que regresó Jesús María de Leizaola aterrizó en el aeropuerto de Sondika siendo recibido allí por una multitud, pequeña, por las dimensiones del lugar, en comparación con la que aquella misma tarde le homenajeó en San Mamés, el lugar con más aforo de todo el País Vasco.

El hombre que había sido detenido durante la monarquía de Alfonso XIII por manifestarse a favor de la creación de una universidad vasca. El que había tenido la muy difícil responsabilidad de la administración de la Justicia en el primer Gobierno vasco durante la Guerra Civil. El que fue la última autoridad democrática que se mantuvo en Bilbao antes de su ocupación por el ejército franquista, arriesgando su vida para salvar la de los presos derechistas y evitar la destrucción de Bilbao. El que se arriesgó también sin escapar de la Francia ocupada por el ejército alemán para velar, en la medida de sus escasas capacidades, para organizar la Resistencia y la ayuda a los refugiados vascos. Y el que sucedió, tras la muerte de José Antonio Aguirre, a este como lehendakari durante largas décadas de exilio. Este hombre, Jesús María de Leizaola, se encontró ese sábado 15 de diciembre de 1979 en el estadio abarrotado de San Mamés con el homenaje y reconocimiento de más de 40.000 personas de ese Pueblo Vasco a cuya causa había dedicado su vida.

Al día siguiente, en la casa de Juntas de Gernika, símbolo histórico de las libertades vascas y lugar donde juró el primer lehendakari, José Antonio de Aguirre, el 7 de octubre de 1936, se produjo la ceremonia simbólica del traspaso del Gobierno vasco en el exilio al que le había de suceder tras la puesta en vigor del nuevo Estatuto de Autonomía.

En el discurso que pronunció en esa ceremonia, Leizaola hizo referencia a la tradición foral de la residencia, la rendición de cuentas de los órganos ejecutivos de su gestión al pueblo representado en su parlamento o asamblea: “Se puede decir que durante esos más de cuatro decenios nuestra acción ininterrumpida ha sido la de mantener una institución con el nombre y la representación de Euzkadi mientras en el mundo se sucedían períodos de guerra y períodos de paz, y en nuestro País subsistía un régimen al que era preciso lograr que sucediera un estado político de cosas que continuase, conforme a las exigencias de la Historia, el nombre y los derechos de los vascos. Ello tenía un contenido estrictamente político por una parte y un contenido patrio fundamental consistente en la supervivencia del Pueblo Vasco mismo, como tal, en lo que se refiere a la población y a las tierras de origen de nuestro Pueblo.”

Tras dar cuenta de la labor del Gobierno vasco en el exilio, Jesús María de Leizaola terminó su discurso con una referencia a la actualidad de aquel momento en la que, como había hecho toda su vida y en las condiciones más difíciles, ponía por encima de todo la defensa de los Derechos Humanos:

“Es, sin embargo, manifiesto que todavía en estos últimos meses la tarea de defensa de los Derechos Humanos y políticos se encuentra con enormes dificultades y salva difícilmente los obstáculos que va encontrando en su camino. El Gobierno de Euzkadi, sin hacer declaraciones públicas, tiene amplia conciencia de que en la pugna por la libertad, por las libertades, las tácticas de los defensores de una causa justa son a determinar por un examen profundo de los riesgos que se pueden hacer correr a la misma causa por la libertad si se emplean métodos de acción inadecuados rechazados por el instinto de conservación de la sociedad misma, es decir, de la Humanidad entera. En tal caso, los medios en cuestión son propios de gentes inexperimentadas e inconscientes de su propia responsabilidad y de las inconsciencias que sus propios actos descubren. Pero, en este orden de cosas, el Gobierno de Euzkadi que cesa en estos momentos cree que es a vosotros, las nuevas autoridades vascas, elegidas democráticamente, a quienes corresponde hablar en su caso y actuar en todo momento. Os deseamos el máximo acierto en vuestras decisiones. Que las vuestras y las nuestras sirvan al engrandecimiento y a la paz interna y exterior de nuestro Pueblo y de la Humanidad”.

Jesús María de Leizaola terminó así su larga misión de depositario de la voluntad del Pueblo Vasco en el exilio, como lehendakari de su Gobierno autónomo, traspasando su autoridad como tal, y no como figura legal, a Carlos Garaikoetxea, presidente del Consejo General Vasco que acabaría siendo, tras las primeras elecciones autonómicas posteriores a la dictadura franquista, el siguiente lehendakari del Gobierno vasco. Culminaba de esta manera la Transición vasca.

Pistolerismo en Matiko

El Bizkai Buru Batzar del PNV condenó por medio de Leizaola y Robles Arangiz el asesinato de un fundador del batzoki del distrito bilbaino el 8 de noviembre de 1931

Un reportaje de Iban Gorriti

La villa de Bilbao no fue ajena al fenómeno del pistolerismo. Un lustro antes del estallido de la Guerra Civil se dieron casos de personas que acaban con la vida de otras por motivos ideológicos. Un ejemplo fue el crimen sufrido en el barrio de Matiko siete meses después de proclamarse la Segunda República y con Ernesto Ercoreca como alcalde de la capital vizcaina. Ceferino Alfredo López, de origen asturiano, disparó “a mansalva” contra dos nacionalistas vascos, matando a Ángel Acero e hiriendo a José Muguire, así como a Juliana Bartolomé, dueña del bar El As, donde se perpetró el atentado.

La Guardia Civil disuelve una manifestación de protesta en El Arenal. Fotos: Mundo Gráfico y ‘Euzkadi’

El diario Euzkadi llevó el suceso a primera plana el 10 de noviembre de 1931 bajo el título a seis columnas de Un nuevo crimen de pistolerismo. Los hechos sucedieron dos jornadas antes, la noche del día 8, como atestiguaron también los tabloides La Tarde o El Liberal. “1931 fue un año conflictivo, de muchos atentados en Bizkaia, de muchas revueltas como ya indicaba el Euzkadi”, transmite Gotzon García, investigador de Galdakao. De hecho, meses antes, en este mismo distrito, mataron a José de Etxebarria.

El nuevo asesinato tuvo repercusión mediática, ciudadana y policial. La autoridad acabaría deteniendo al presunto pistolero. El PNV, por su parte, movilizó a la sociedad para protestar por el crimen en las calles bilbainas, lo que acabó con la Guardia Civil disolviendo una manifestación a la altura de El Arenal, protesta convocada tras el entierro del joven. Guardias de seguridad detuvieron asimismo a un joven nacionalista acusado de repartir pasquines en los que se solicitaba a los comercios que cerraran en señal de protesta.

García relata que tras la represión “una numerosa comisión oficial se personó en el Gobierno civil”. Eran representantes del Bizkai Buru Batzar, Juventud Vasca, el concejal nacionalista del distrito de Deusto y los parlamentarios vascos que se encontraban en Bilbao. “Los señores Horn, Basterretxea, Egileor, Leizaola y Robles Arangiz”, enumera, y va más allá: “Los comisionados, que fueron recibidos atentamente por el señor Calviño, expusieron a éste su protesta por lo ocurrido, continuación de una serie de atentados que se venían registrando en aquel barrio contra los nacionalistas”.

El asesinado fue Ángel Acero, de 27 años, soltero y natural de Bilbao. Era uno de los cofundadores del batzoki de Matiko. El otro joven herido era José Muguire, de 24 años, soltero, natural de Sondika. “Tanto el muerto como el herido, muy conocidos en el barrio, estaban afiliados al PNV. Acero trabajaba en Lamiako y Muguire como ajustador en los Astilleros Euskalduna”, detalla García. Según Euzkadi, estos dos jeltzales habían discutido por temas de política entre los bares El As y Egaña. Nadie pensó que la disputa fuera a acabar con una muerte y dos personas heridas.

El diario pormenoriza que tras la discusión una mujer llamó al sereno para que retuviera a un hombre que iba armado. Era la esposa del pistolero. Este había subido a su vivienda a por el revólver. Sin embargo, logró entrar en el bar y tras pedir “un txikito” en la barra, atacó a los presentes disparando un total de siete balas.

Ángel y José cayeron al suelo gravemente heridos. Uno de los siete proyectiles atravesó el mostrador y fue a herir en un muslo a la dueña del bar, que también se desplomó gritando y llamando a su marido. “La dependienta, Micaela, huyó hacia el interior al ver a aquel energúmeno disparando a bocajarro sobre las dos víctimas. Hubo en todo el establecimiento un movimiento de alarma y las personas se hallaban allí se recluyeron en el interior. Estos momentos de confusión fueron aprovechados por el criminal para darse a la fuga”.

El inspector Vela, de la Policía Municipal, con varios agentes, se personó en Matiko, practicando diligencias para conocer el nombre y paradero del autor. Mientras, trasladaron a los heridos a la Casa de Socorro del Ensanche en un coche particular.

Al día siguiente, a primera hora de la tarde varios agentes se personaron en la casa número 12, piso primero, de la Travesía de Uribarri, y allí procedieron a la detención del inquilino Ceferino Alfredo López, de 42 años de edad, natural de Cangas de Tineo, Asturias. “La presencia de la Policía fue tan inopinada, que el detenido no tuvo tiempo de escapar”, aporta García. Pese a que la Policía tenía la referencia de que se trataba de un “radical socialista”, se comprobó que no estaba afiliado al Partido Radical Socialista y sí a otro partido republicano. Al hablar con las representaciones de los partidos republicanos tanto autónomo como radical y radical socialista, estos, “en términos de gran energía condenaron los sucesos”.

Aunque “las manifestaciones estaban prohibidas”, se llevó a cabo una. Por ello, el comisario jefe Pineda dispuso que un inspector, tres agentes y dos guardias de Seguridad se aproximaran al grupo, invitándoles a disolverse. Apenas se hizo este requerimiento, sonaron dos disparos y entonces los agentes y los guardias dispararon al aire. Esto fue suficiente para que la dispersión se produjera con rapidez. Al huir se cayó el joven Ángel Gondra Garro, de 23 años, que fue detenido y llevado a comisaría.

Leizaola, ministro de Justicia

Mañana se cumplen 25 años de la muerte de Jesús María Leizaola, quien fuera consejero de Justicia con Aguirre y, posteriormente, lehendakari. Su gran preocupación durante la guerra fue evitar las ejecuciones de enemigos

Un reportaje de Xabier Irujo Ametzaga

mañana, 16 de marzo, se cumple el 25 aniversario del fallecimiento de Jesús María Leizaola, ministro de Justicia y de Cultura del Gobierno de Euskadi durante la guerra y lehendakari en el exilio tras la muerte de José Antonio Aguirre en 1960. Es una tarea muy difícil resumir en un artículo cuarenta años de carrera política activa y expresar todo el dolor que se condensa en aquellos años de guerra y destierro. No obstante, de todas las facetas de este político y humanista vasco, la figura de Leizaola destaca por su inquebrantable fe en la justicia y los derechos humanos que hicieron de él un político de talla universal.

El periodista británico George Steer conoció bien a Leizaola. De él dice en su obra El árbol de Gernika que trabajó denodadamente para crear un sistema de justicia que viera los delitos evitando el innecesario derramamiento de sangre y la demagogia política. La labor del ministro de Justicia en tiempos de guerra no fue fácil. Leizaola tuvo que conducir la ira pública a través de los estrechos canales legales. Tal como señalaron Steer y el embajador norteamericano Claude G. Bowers, Leizaola, el antimarxista, creó un tribunal de justicia vasco formado por dos representantes de cada uno de los partidos políticos que formaban el Frente Popular, por lo que sólo había en el mismo dos miembros de su partido, el PNV. Un tribunal cuyas decisiones fueron justas, y sus ejecuciones escasas. Ningún otro tribunal fue tolerado en Bizkaia.

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Pero las circunstancias de la guerra pronto se hicieron patentes. El 25 de septiembre de 1936 la aviación rebelde bombardeó Bilbao y, en represalia, la multitud abordó los barcos prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi, fondeados en el muelle de la ría. El balance: setenta personas asesinadas. Días después, el 2 de octubre, un grupo de marineros del acorazado Jaime I abordaron el Cabo Quilates y asesinaron a 38 presos más. A esto se sumaban las ejecuciones de las penas de muerte del tribunal de justicia. Fueron un total de veinte. Especialmente amarga fue la que recayó sobre el espía austriaco Wilhelm Wakonigg. Tal como relata Steer, Wakonigg fue juzgado en audiencia pública el 18 de noviembre, bajo la presidencia del juez decano de Bilbao y, declarado culpable de espionaje, fue condenado a muerte. Tanto Leizaola como el yerno del reo y responsable de la Ertzaña, Luis Ortuzar, lo visitaron la tarde anterior a su ejecución. «A las 7.15 de la mañana siguiente -continúa Steer-, después de vestirse muy cuidadosamente y de dar un tirón de despedida al nudo de la corbata en el espejo antes de salir de la prisión, fue fusilado en Zamudio con los ojos sin vendar. El pelotón de fusilamiento le estrechó la mano antes de la descarga, y su muerte fue inscrita en el padrón municipal de esa localidad».

Los hechos de septiembre y octubre de 1936 convencieron a las autoridades vascas de la necesidad de trasladar a los presos a las prisiones de El Carmelo y Larrinaga de Bilbao a fin de asegurar su seguridad y mejorar su calidad de vida. En colaboración con Antonio Careaga, director de Justicia; de José Aretxalde, secretario general de Justicia y director de Prisiones, y de Joaquín Zubiria y Venancio Aristegieta, la situación de las prisiones vascas mejoró radicalmente. Tal como relata José Ignacio Salazar en su libro 1937: Bilbao conquistada, el Ministerio de Justicia optimizó las condiciones sanitarias y el régimen alimenticio. En estrecha colaboración con la Cruz Roja internacional, se fomentaron las visitas de los inspectores internacionales y el contacto permanente de los presos con sus familiares. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo ministro de Justicia fue la puesta en libertad en octubre de 1936 de todas las mujeres detenidas en las prisiones vascas, un total de 156.

Marcha a las cárceles No obstante estas medidas, el 4 de enero de 1937 se produjo un nuevo bombardeo sobre Bilbao. Tras este hecho se organizó una manifestación que marchó por el centro de la ciudad, pasando delante de la Sociedad Bilbaina, sede del ministerio de Gobernación del Gobierno vasco, donde el ministro Telesforo Monzón salió al encuentro de los manifestantes y pidió su disolución. Algunos se disiparon pero otros marcharon contra algunas de las cárceles de Bilbao, penetrando hacia las cinco de la tarde en las prisiones de Casa Galera, Carmelo, Larrinaga y los Ángeles Custodios. Tan pronto se tuvo noticia de los desórdenes, el Ministerio de Defensa envió unidades militares y de la Ertzaña para detener a los manifestantes. Junto a estas fuerzas, se envió un batallón de la UGT algunos de cuyos miembros, lejos de detener la masacre, participaron activamente. Por fin, la presencia física de los ministros Juan Astigarribia, Juan Gracia y Monzón -junto con la de Leizaola y Aguirre- pudo detener la matanza hacia las 8 de la tarde. Un total de 224 presos habían sido asesinados. El Gobierno de Euskadi abrió una investigación, se procedió a arrestar a los presuntos culpables y en marzo de 1937 se dictó auto de procesamiento contra 61 personas. Se tomaron medidas de todo orden, empezando por la depuración de los funcionarios de prisiones y se evitaron más derramamientos de sangre. Y se decidió suspender la aplicación de las penas de muerte.

La guerra de 1936 había comenzado como un alzamiento militar contra el Gobierno de la República. En aplicación de los artículos 237 y 238 del código militar, los participantes en dicho golpe de estado eran responsables de conspiración y rebelión. Asimismo, los pilotos alemanes capturados por las tropas vascas fueron juzgados y sentenciados por bombardear y ametrallar poblaciones abiertas. El aviador alemán Hans Joachim Wandel, capturado el 13 de mayo cuando su Heinkel He51 fue derribado, admitió que había participado en el bombardeo de Gernika. La causa se vio en la sala segunda de la audiencia de Bilbao de la calle María Muñoz. Tal como expresó el reportero del Nevada State Journal, «se considera que las posibilidades de escapar de la muerte de Wandel son mínimas después de haber admitido su participación en la destrucción de Gernika». De hecho, Wandel fue condenado a muerte el 25 de mayo. Sin embargo, la pena de muerte no fue firmada por el lehendakari. Pero los miembros nacionalistas vascos del Gobierno de Euskadi se opusieron a la ejecución de penas de muerte, movidos fundamentalmente por razones de orden ideológico y religioso.

También la fiscalía del Tribunal Popular de Bizkaia se había mostrado reticente a aplicar penas de muerte. Tal como refiere el fiscal Germán Iñurrategi en sus memorias, «lo pensé mucho antes de aceptar el cargo. No había nacido para pedir penas de muerte y en aquella situación algo me decía que tenía que pedir algunas». Y cuando Manuel Irujo fue nombrado ministro de Justicia en mayo de 1937, detuvo por decreto la aplicación de las ejecuciones favoreciendo el intercambio de prisioneros de guerra y presos políticos, entre ellos el de los pilotos alemanes. Y así le fue condonada la pena al único piloto alemán juzgado y condenado por participar en la masacre de Gernika. Y si estas medidas son extraordinarias, y lo son más aún en tiempo de guerra, más lo es la aceptación de las mismas por la población vasca, que asumió sin protestas la condonación de sentencias.

Un precedente Desde un punto de vista jurídico, los casos contra los pilotos alemanes representan un importante precedente en el ámbito de la jurisprudencia referente a los bombardeo de terror. Los juicios que tuvieron lugar en Bilbao en primavera de 1937, cuyos dictámenes se basaron en los principios contenidos en las convenciones de La Haya de 1864, 1899 y 1907 sobre bombardeos aéreos y en la declaración del Comité de No Intervención de mayo de 1937, tienen mucha relevancia, ya que se trata de los primeros y únicos juicios en los que los encausados fueron sentenciados y condenados por participar en episodios de bombardeo de terror.

En junio de 1937 el Gobierno vasco se retiró a Turtzios, dejando Bilbao a cargo de la junta de defensa encabezada por Leizaola. A fin de evitar represalias, Leizaola decidió quedarse en Bilbao hasta pocas horas antes de la caída de la ciudad, con pleno conocimiento de que si era capturado se enfrentaría a un pelotón de fusilamiento. Ordenó la liberación de los más de mil presos que se albergaban en Larrinaga y El Carmelo. Tal como apuntaron Steer y Bowers, Leizaola permaneció toda la noche en la prisión para asegurarse de que los presos no fueran linchados. Las tropas rebeldes controlaban ya la margen derecha y la mayor parte de la izquierda. Los presos fueron así liberados y trasladados hasta la cuesta de Begoña, para que pudieran reunirse con los suyos. Tal como narra el propio Patxo Gorritxo en No busqué el exilio, retazos de las cuales conservamos en el Basque Archive de la Universidad de Nevada, esta operación la realizó este comandante de gudaris del batallón Kirikiño, asistido por Zubiria, con un grupo de gudaris de los batallones Otxandiano e Itxas Alde. Es preciso subrayar que los gudaris a cargo de esta operación habían perdido más de 200 compañeros en dos semanas. Cuando por la mañana los reclusos estaban siendo conducidos a las filas del bando rebelde algunos agitadores salieron al paso de la columna de presos para protestar. Leizaola se presentó y, colocándose entre aquéllos y la multitud, anunció que él personalmente había ordenado su liberación. Ningún preso fue linchado. Terminado su trabajo, el ministro tomó camino del exilio, hacia Santander, poco antes de caer Bilbao.

Steer concluyó el capítulo 34 de su obra refiriéndose al ministro vasco en estos términos: «Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche. No era él, como el resto de nosotros, un hombre de guerra o un hombre que amara el peligro. En el fondo de su corazón detestaba la guerra: a nosotros nos gustaba. Leizaola era un abogado de reconocida integridad. Los rasgos simples, alargados, de su rostro, la tez oscura, sus ojos melancólicos de mirada fija y sincera, todo en él era sobrio, poco militar, en el sentido más refinado y religioso del término. Incluso sus ropas eran negras, y siempre llevaba una boina oscura…»

Ese era Leizaola.