A través de los ojos de una musa

‘Pour don Carlos’ o ‘La capitana Alegría’ fue el primer largometraje rodado en Euskal Herria. Fue un 3 de octubre de 1920 y se convirtió en uno de los primeros rodajes producido por un vasco

Un reportaje y fotografías de Eneko Tuduri

Se cumple un siglo del primer largometraje rodado en Euskal Herria, Pour don Carlos o La capitana Alegría (1921), dirigido, coproducido y protagonizado por Musidora.

El pasado día 3 ocurrió una efeméride que no se puede olvidar en la historia del cine vasco. Prácticamente cien años más tarde de su estreno original, el Museo del Carlismo de Estella-Lizarra, reestrenó noventa minutos del primer largometraje rodado en nuestras tierras: Pour don Carlos o La capitana Alegría dirigido por la pionera del cine Jeanne Roques, que ha pasado a la historia como Musidora. Para los que no pudieron acudir a la cita, se volverá a proyectar el 5 de noviembre en la Filmoteca de Nafarroa.

Publicación de ‘Ciné Revue’ sobre la película, con el claro protagonismo de Musidora.

En 2018 comisarié la exposición temporal El carlismo desde el cine, producida por el Museo del Carlismo y financiada íntegramente por el Gobierno de Nafarroa. El objetivo fue recopilar todas las películas que trataron el tema del carlismo. Entre ellas, la primera fue la ya casi legendaria Pour don Carlos o La capitana Alegría. A través de mi padre había oído de la existencia de este filme de 1921, que se consideraba perdido por la mayoría de los expertos, como muchas películas de nitrato anteriores a la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Cuál fue mi sorpresa cuando encontré que la Cinémathèque de Toulouse estaba en proceso de restaurar y digitalizar una de las copias, que de alguna forma habían sobrevivido al paso del tiempo.

Una vez conocido el proyecto, el Gobierno de Nafarroa, a través de Susana Irigaray Soto e Ignacio Urrecelqui, financió parte de la restauración de la película. De ahí, que se reestrene casi cien años después, de mano del Museo del Carlismo en Lizarra.

Este es un filme directamente basado en la novela homónima de 1920 de Pierre Benoit. Situado en los últimos meses de 1875 y los primeros de 1876, en el final de la segunda guerra carlista, narra las aventuras de un joven llamado Olivier que tiene que buscar a la capitana Alegría Detchard, una vasca, ferviente defensora de la causa de don Carlos en la retirada de las tropas carlistas hacía Francia. La capitana es interpretada por la misma directora, Musidora. Así se nos presenta, una historia de aventuras en las, para un francés, exóticas tierras del pirineo vasco donde la protagonista, una heroína al más puro estilo romántico, luchará hasta sus últimas consecuencias por el trono de Carlos VII. Por esto mismo será admirada hasta el amor ciego por el joven Oliver que le seguirá a donde vaya. Una historia muy al gusto francés donde el exotismo que daban las guerras del XIX y el legitimismo carlista fue hábilmente usado por Benoit y Musidora.

Es realmente sorprendente la cantidad de virtudes que tiene Pour don Carlos. Primero, que yo tenga constancia, es el primer largometraje -de más de tres horas de duración- de la historia del País Vasco, rodado íntegramente entre Lapurdi, Nafarroa y Gipuzkoa en 1920. Los intentos anteriores fueron filmes sustancialmente más cortos como la cinta Vicenta (1919), de la misma autora. Hoy en día llamaríamos al rodaje de Pour don Carlos una superproducción.

Además, su estreno fue mundial, ya que se exhibió en las colonias francesas y británicas: se estrenó en 1921 en países como Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Checoslovaquia, Egipto y Siria. Parece que dio muy buenos resultados en Francia. En 1950 se hizo famosa la obra otra vez, pero en formato de opereta teniendo su tema principal, una versión del Ay, ay, mutilak, un gran éxito en Francia. En España, Musidora entró en negociaciones de distribución, pero parece que tuvo problemas para su estreno, ya que en palabras del distribuidor “en España los distribuidores prefieren el género cinematográfico americano”. En cualquier caso, parece que fue vista por Alfonso XIII, conocido amante del cine.

En los créditos de la película que se puede consultar en la Cinémathèque de París aparece como realizador y productor un tal Jaques Lasseyne o Lassègue, según la versión. Este es en realidad el nombre afrancesado de un vizcaino, el misterioso Jaime de Lasuen, un noble carlista declarado, que era conocedor personal de la figura de Carlos VII y actuaba de productor de las películas de Musidora. Bajo la guía y la financiación de Lasuen, el filme consiguió una gran calidad en lo que se refiere al vestuario y a la ambientación, siendo los uniformes carlistas y liberales probablemente auténticos de la, entonces, última guerra civil en España. Como anécdota, se usaron cañones de la guarnición de Donostia, que estuvieron presentes en la última guerra carlista. Por tanto, este es uno de los primeros rodajes producido por un vasco y rodado íntegramente en el País Vasco.

Rodaje en Gipuzkoa Sobre las localizaciones, se rodó mayormente en Gipuzkoa, usándose Hondarribia, Oiartzun y Peñas de Aia como escenarios naturales sin necesidad de estudios. También parece que se rodó en el Casino de Biarritz y en Elizondo, ya que así figuran estas dos localidades en el guion que he podido leer. Como figurantes se contrataron a habitantes locales, por ejemplo, de Oiartzun. Así, el filme también tiene un importante carácter documental. Muchos de los paisajes, edificios, caseríos, vestimentas… han desaparecido y en La capitana Alegría se muestran tal y como eran en 1920. También es una de las pocas películas anteriores a la Guerra Civil de la que podemos disfrutar todavía.

Por último, y en mi opinión lo más importante, Pour don Carlos fue dirigida, protagonizada y escrita por la figura de Musidora. Jeanne Roques se lanzó al estrellato por su papel en la larga película de Les vampires, de Louis Feuillade, en la que protagonizaba el papel de la villana, Irma Vep. Este personaje fue una de las primeras villanas de la historia del cine. Pronto se convirtió en musa de los surrealistas, de ahí su sobrenombre, Musidora. No conformándose con su papel de actriz pronto se lanzó a producir y rodar sus propias películas, eligiendo los que para ella eran los exóticos paisajes del País Vasco y el sur de España como lugares donde ambientar sus obras. Vicenta y Pour don Carlos las rodó en Euskal Herria y Soleil et ombre y La terre des taureaux, entre otras, en Andalucía. Hoy en día, es una figura histórica de gran calado en Francia y una de las principales pioneras de la historia del cine.

En la correspondencia que pude consultar ya se hablaba, en la Donostia de 1920, del rodaje de la “famosa película”. Pour don Carlos o La capitana Alegría supuso un gran evento y un regalo para el País Vasco de entonces. Haberla recuperado del olvido justo cien años después de su rodaje, supone otro regalo que tenemos que saber aprovechar como sociedad.

80 aniversario de la ocupación de Iparralde por los nazis

LA OCUPACIÓN POR PARTE DE LOS NAZIS DEL TERRITORIO DEL ESTADO FRANCÉS SUPUSO LA PARTICIÓN DE LOS HERRIALDES DEL NORTE Y EL SURGIMIENTO DE INICIATIVAS QUE BUSCABAN PROTEGER E IMPULSAR LA CULTURA VASCA Y EL SENTIMIENTO DE PERTENENCIA AL PAÍS

JEAN-CLAUDE LARRONDE SABINO ARANA FUNDAZIOA

HACE ochenta años, a finales de junio de 1940, los alemanes entraban en Iparralde. Fue el principio de una larga y triste historia de cuatro años, hasta finales de agosto de 1944. Durante este período, conviene subrayar dos iniciativas vascas: la revista Aintzina y Euskaldun Gazteen Batasuna.

Los historiadores franceses identifican 1940 como «terrible». Y es que ese año, los acontecimientos dramáticos se sucedieron sin cesar.


Entrevista entre los dictadores Franco y Hitler en la Hendaia ocupada por el ejército alemán

Cuando desde el inicio de la contienda, a principios de septiembre de 1939, no se había producido en Europa occidental ninguna operación militar (la guerra fantasma), el 10 de mayo de 1940, Hitler inició una gran ofensiva militar contra Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Esta última fue derrotada en cinco semanas. El 17 de junio, el mariscal Pétain, jefe del gobierno, decidió cesar los combates y pedir el armisticio, que firmó el 22 de junio.

El acuerdo estableció el reparto de Francia en dos zonas: al norte, un 55% del territorio quedaría como una zona ocupada por los alemanes, incluyendo toda la costa atlántica, y al sur, se establecería una zona denominada libre, bajo la autoridad del mariscal Pétain, al cual se había dotado de plenos poderes el 10 de julio de 1940, con gobierno en Vichy. Ello supuso el fin de la Tercera República y el comienzo del Estado Francés. La zona libre desaparecería en noviembre de 1942, consecuencia de su invasión por los alemanes.

En este contexto, desde el 25 de junio de 1940, una línea de demarcación separaba las dos zonas: en Iparralde, Lapurdi y Baxe Nafarroa quedaron en zona ocupada y Zuberoa, en zona libre. Como consecuencia de ello, Iparralde se encontraba también dividida por la línea de demarcación, estrechamente vigilada por los alemanes.

Esta línea arrancaba en Arnegi, frente a la frontera de Luzaide, y continuaba por Donibane Garazi, Larzabale y Donapaleu, llegando, en Bearn, a la ciudad de Salies-de-Béarn.

Entre el 18 de mayo y el 1 de junio, un episodio trágico ya había afectado a los vascos de Hegoalde. Centenares de ellos –he contado 570 apellidos en los Archivos Departamentales de Pau– sufrieron una redada en la Costa Vasca, entre Hendaia y Boucau, siendo internados en el campo de concentración de Gurs, en Bearn, cerca del límite con Zuberoa. Esta redada se puede calificar de «étnica», puesto que se aplicó exclusivamente a vascos opuestos al régimen franquista. Su detención fue breve, pero provocó una tremenda angustia en todos, puesto que temieron ser entregados a Franco. Afortunadamente, pudieron salir antes de la llegada de los alemanes. En efecto, estos llegaron el 27 de junio de 1940 y se desplegaron rápidamente en toda la costa y el interior de la zona.

El 23 de octubre de 1940, Hitler se entrevistó con Franco en la estación de Hendaia con el objetivo de persuadirle de que entrara en guerra a su lado. Prudente, el caudillo escogió la neutralidad a pesar de sus simpatías ideológicas tanto hacia los nazis alemanes como a los italianos fascistas.

Al día siguiente, Hitler se entrevistó con Pétain en la estación de Montoire, en el departamento de Loir-et-Cher. Tras esta reunión, Pétain declaró que se posicionaba «en la vía de la colaboración» con los alemanes.

LA REVISTA ‘AINTZINA’ En 1941, unos jóvenes nacionalistas vascos fueron a ver al padre Pierre Lafitte (Luhuso, 1901), quien tuvo la idea de hacer reaparecer Aintzina, una revista vasquista (1934-1937) próxima a las ideas del Partido Nacionalista Vasco. Esta estrategia presentaba la ventaja de facilitar la autorización de la potencia ocupante, ya que no se trataba de una nueva revista. El número 1 del mensual Aintzina vio la luz en enero de 1942. La revista se publicó bajo las directivas del joven Marc Légasse (París, 1918), que la financiaba en su totalidad. En su comité figuraban responsables de asociaciones culturales, pero ninguno del semanario Eskualduna, muy tradicionalista francés, con el que las relaciones no fueron buenas.

Por el contrario, el joven seminarista Roger Etchegaray (Ezpeleta, 1922), después cardenal, era muy entusiasta, así como su amigo, otro seminarista, Piarres Charritton (Hazparne, 1921), futuro académico vasco, o Michel Labèguerie (Uztaritze, 1921), futuro diputado y senador.

El número 1 de Aintzina señalaba sus objetivos: Conocer y reunir a todos los jóvenes vascos y formar en cada pueblo núcleos de chicos (eskualzale) y de chicas (begirale).

En agosto de 1942, se decidió la constitución de un Consejo de Dirección con lapurtarras y baxe-nafartarras, pero no por zuberotarras que no podían estar representados, puesto que la línea de demarcación colocaba a Zuberoa en la zona libre.

Pero en 1943, un grave conflicto surgió entre Marc Légasse y el padre Piarres Larzabal, aunque treinta años más tarde serían los mejores amigos del mundo, ambos fervorosos partidarios del movimiento ETA. En enero de 1943, el padre Larzabal (Azkaine, 1915) había sido nombrado jefe de redacción de la revista. Pero el ejemplar que preparó y envió a imprimir, en el cual figuraba el editorial titulado Nuestro programa, no gustó nada a Marc Légasse, quien cortó todo crédito al padre Larzabal; este quedó destituido de sus funciones.

El padre Larzabal, siguiendo la política del mariscal Pétain, quería, según Marc Légasse, hacer una revista únicamente regionalista y había atacado en su editorial a los nacionalistas vascos. Eso no lo pudo aguantar Marc Légasse, quien aceptó la dimisión del padre Larzabal.

De hecho, el padre Larzabal, en su editorial Nuestro programa había escrito: Francia y España no tienen que temer nada de nosotros. Los enemigos de la verdadera Francia y de la verdadera España son los nuestros. Marc Légasse decidió pues a principios de 1943 hacer de Aintzina una revista únicamente folclórica; el título de su editorial del número siguiente es revelador: Cantemos€ y bailemos. En definitiva, la solución que aplica para Aintzina a principios de 1943 es la siguiente: no conviene hacer política de manera abierta; hay que hacer solo cosas histórico-folclóricas; hay que dar la impresión de hacer una revista literaria, al estilo de Gure Herria de entre las dos guerras mundiales, en espera de la victoria de los aliados. Hay que decir que Marc Légasse podía decidir puesto que era el único que podía financiar la revista: acababa de heredar una gran fortuna de su padre, Louis, un industrial propietario de una importante conservera de bacalao.

ESKUALDUN GAZTEEN BATASUNA La idea de la creación de Eskualdun Gazteen Batasuna (EGB-Federación de los Jóvenes Vascos) surgió del grupo de danzas de París Errepika durante una reunión celebrada el 12 de abril de 1943. Estos jóvenes trabajaron para organizar una gran reunión de la juventud vasca el martes de Pascua de 1943, 27 de abril, en Uztaritze.

La manifestación tuvo un gran éxito: después de la misa y de la comida, hubo una reunión en la que se decidió la creación de la Federación de los Jóvenes Vascos para la defensa de la cultura vasca. 150 representantes de la juventud vasca adoptaron las siguientes resoluciones:

—Se considera necesario adoptar diversas medidas para la enseñanza y fomento de la lengua vasca;

—Se solicita que el País Vasco se configure como una unidad dotada de región administrativa única y diferente de las otras regiones;

—Los jóvenes vascos proclaman su adhesión a la divisa tradicional de los Vascos Zazpiak-bat.

Se formó un Comité Provisional que comprendía un Secretariado. La EGB se reunió siete veces –seis en Baiona y una en Uztaritze– entre mayo de 1943 y septiembre de 1944. Organizó dos espectáculos de bailes: en agosto de 1943 en Uztaritze para conmemorar el tricentenario del Gero de Axular y en septiembre de 1944 en Milafranga bajo la presidencia del obispo, monseñor Jean Saint-Pierre.

En marzo de 1944, una quincena de grupos de danzas, que reunieron a más de 150 bailarines, se federaron en EGB. Además, diversas corales funcionaban en Baiona, Biarritze, Kanbo, Baigorri, Burdeos y París. Se reorganizaron los cuatro comités técnicos: Lengua e Historia, Coreografía y Música Instrumental, Organización de los Coros, y Conferencias y Estudios.

Pero en una reunión de mayo de 1943, dos posturas bien definidas se enfrentaron:

Marc Légasse consideraba, «dadas las circunstancias políticas» extremadamente graves, «inoportuno» y «perjudicial para el objetivo propuesto» solicitar la aprobación oficial de la Federación de los Jóvenes Vascos por parte del gobierno de Vichy y de las autoridades alemanas de ocupación, y que se debía trabajar de forma oficiosa y discreta.

Eugène Goyheneche (Uztaritze, 1915), por su parte, sostenía que las consideraciones políticas no tenían nada que ver con la Federación, ya que su solo objetivo era cultural, que la guerra podía durar mucho tiempo todavía, y que lo oportuno y necesario era contar con una federación reconocida de manera oficial y que trabajara a plena luz del día.

Finalmente, en una reunión de abril de 1944, se dio lectura a los estatutos. EGB ya no se presentaría como una federación de grupos folclóricos.

Las adhesiones serían individuales; cada adherente podría formar, junto con otros de su pueblo, un grupo que gozaría de una amplia autonomía; la federación se limitaría a orientar la actividad de los diferentes grupos. Se tomó la decisión de presentar los estatutos en la Subprefectura de Baiona, pero he podido comprobar que no fueron presentados.

Durante esos años de la guerra y de la ocupación alemana, EGB había sido bastante más que una federación de grupos folclóricos; en esas circunstancias particulares, había sido un lugar de encuentro de responsables políticos y culturales vascos. No se trataba solo de folclore –danzas y canto–, sino también de lengua vasca, de historia, de teatro, de conferencias; en una palabra y a pesar del periodo especial, de aber-tzalismo.

En estas horas oscuras, mientras toda actividad política estaba prohibida, EGB había dado testimonio, al igual que Aintzina, de la permanencia y de la vitalidad de la cultura vasca.

Un agente vasco de emigración: Jean Vigné

Las cartas halladas en un baúl de la casa que habitó Jean Vigné han permitido conocer la labor de este agente de emigración de Iparralde a finales del siglo XIX y principios del XX

Pascal Chastín

Durante la mayor ola de migración vasca hacia Sudamérica, a fines del siglo XIX, muchos agentes de emigración ejercieron su actividad tanto en Iparralde como en Hegoalde. En el valle de Soule (Xiberoa), así como en las demás provincias de Iparralde, agentes reclutaban migrantes, organizaban su transporte y, a veces, les colocaban en un puesto de trabajo en Buenos Aires, Montevideo u otros lugares del Río de la Plata. En los Archivos Nacionales en París figuran documentos relativos a 108 agentes franceses, de los cuales 21 estaban en Burdeos, 3 en Baiona y 5 en el interior del País Vasco norte.

Jean Vigné fue uno de ellos. Ejerció su actividad, como subagente en la zona de Atharratze y Maule, en Xiberoa. Si tenemos conocimiento de él ahora es porque, en 2015, el dueño actual de la antigua casa de Vigné quiso deshacerse de un baúl que contenía una mina de información.

La asociación Ikerzaleak, de Maule-Lextarre, cuyo objetivo es estudiar, proteger y promocionar el patrimonio de Xiberoa, tuvo acceso a los 49 registros del baúl. Jean Vigné hacía copias de todas las cartas que enviaba a sus corresponsales. Con el tiempo se han perdido algunos registros, pero pensamos que las 24.500 páginas existentes representan más de dos tercios de toda la correspondencia escrita por Vigné entre 1885 y 1925. Al igual que la mayoría de los agentes de migración, Vigné tenía otro oficio: era vendedor de artículos de viaje y ropa. Otros eran comerciantes, empresarios, capitanes de naves o agentes de compañías de navegación.

Jean Vigné nació en 1857 y murió en Atharratze en 1927. Su padre, Pierre Vigné, tenía en este pueblo un negocio de ropa (boinas, camisas, tejidos y artículos de viaje). El hermano de Jean, Alexis, era su socio en la empresa de emigración y tenía su negocio en Buenos Aires. En esa época, dos de sus hermanas residían ya en Argentina.

¿Cómo se hizo agente?

Sabemos que Vigné trabajó en el comercio de la emigración, al menos, desde 1885. Era, en cualquier caso, un subagente de un tal Charles Grison, otro agente de Atharratze. Los trámites para convertirse en agente principal de emigración, autorizado por el Gobierno francés, los comenzó a realizar en agosto de 1887.

Después del intercambio de una docena de cartas con varios ministerios y autoridades locales, obtuvo la autorización definitiva cuatro meses más tarde. Menos de un año y medio después, el 6 de mayo de 1889, renunció a su licencia. No se sabe exactamente cuál fue la razón principal. Lo que sí sabemos es que el Estado francés había decidido aumentar la fianza exigida a los agentes (pasándola de 15.000 a 40.000 francos de la época) y Jean Vigné quizás no tenía los 25.000 francos adicionales que se le exigían. Otra razón puede ser que había decidido marchar a Argentina. Después de su renuncia, siguió ejerciendo el oficio de sub-agente, bajo la tutela de un agente principal, de quien tenía una prócura (establecida por un notario), y así podía vender pasajes en nombre del agente principal. Y de hecho, en octubre del mismo año marchó a Buenos Aires donde vivió hasta 1895. Durante su estancia en Argentina, su hermano Alexis le sustituyó en el puesto en Atharratze.

¿En qué consisten esas cartas? 

Aunque todavía no hemos podido leer las 24.500 páginas de los registros de Vigné, ya sabemos que algunas cartas tienen que ver con su actividad comercial (pedidos de mercancías, de muestras de productos, pago de facturas€). Otra parte importante consiste en correspondencia familiar (entre Francia y Argentina). Por medio de esas cartas, hemos tenido conocimiento de muchos detalles de la vida en Atharratze y sus entornos, así como de la sociedad vasca en Buenos Aires.

Sin embargo, la mayor parte de las misivas están vinculadas con sus actividades como agente de emigración. En algunas de ellas, da informaciones prácticas a futuros migrantes que le han solicitado. En otras, reserva pasajes en los barcos o habitaciones en un hotel de Burdeos. A veces, se dirige a otros agentes de emigración, en el País Vasco o en Burdeos. Puede también pedir o dar consejos a sus socios en Buenos Aires o a amigos franceses o argentinos. El mayor número de las cartas tiene como destinatario a su hermano y socio Alexis. Ambos hermanos estaban casi siempre en uno y otro lado del Atlántico, sea en Atharratze o en Buenos Aires. Jean Vigné escribía de forma muy correcta tanto en francés como en castellano. Algunas cartas (menos del 1%) están escritas en euskera.

¿Cuántos viajaron con Vigné?

En las listas conservadas por Vigné figuran alrededor de 2.000 personas, de las cuales un 14% eran españoles (en iguales proporciones de Navarra y Aragón). Por edades, la mayoría eran jóvenes de 16 a 19 años, a continuación los comprendidos entre 20 y 24 y, finalmente, los de 25 a 29 años. Por supuesto, emigraron también personas de más de 30 años y niños, pero en menor cantidad. Un 50% de los migrantes eran varones, un 38% mujeres y un 12% niños de menos de 16 años.

¿En qué consistía el trabajo?

Vigne tenía contactos muy frecuentes con sus colegas agentes. Todo indica que su colaboración con Charles Grison comenzó en abril de 1885. Hemos tenido conocimiento por los registros de otro agente vasco, Guillaume Aphéça, que el número de pasajeros enviados por este último disminuyó mucho en este año de 1885. La causa fue, probablemente, la irrupción en el negocio y en la misma zona de Vigné y Grison. La competencia entre agentes era feroz. Vigné cuenta que sus socios de Buenos Aires –su hermano Alexis y un tal Sardoy– recibieron, «de varios individuos del país» propuestas de pasajes muy por debajo de los precios vigentes. Ello les obligó a rebajar sus propios precios a 200 francos, lo que sólo les dejaría 10 francos de beneficio, «muy poco por tanto trabajo».

Es entonces cuando decidió romper el acuerdo que tenía con Grison y pedir la autorización para ejercer como agente principal. Así sólo tendría que pagar una comisión y no dos.

Vigné precisa en una de las cartas que los meses de mayor afluencia eran los de septiembre a noviembre. En esos meses, la reserva debía hacerse con más antelación que en el resto del año y el regateo era habitual.

¿Cuáles eran sus relaciones? Jean Vigné estaba presente en el mercado semanal de Maule. Aconsejaba a los futuros migrantes sobre los documentos que necesitaban: para los menores de 21 años, bastaba una autorización escrita de los padres (o del alcalde del pueblo si los padres ya se habían ido o fallecido). Para los menores de 26 años era necesario un documento que justificara que habían cumplido con el servicio militar. Algunas veces, algunos migrantes le sirvieron de correo portando cartas y paquetes para amigos y familiares.

Vigné se encargaba del viaje de los migrantes hasta el puerto de Burdeos. El gran viaje comenzaba con un trayecto en coche de caballos, seguido de varias horas de tren antes de coger el omnibus que, desde la estación de Burdeos, les llevaría hasta el hotel donde los migrantes pasaban la última noche antes de embarcar.

Vigné daba muy pocas precisiones a propósito del viaje transatlántico (como si fuera una simple rutina). La única travesía que cuenta en una carta para un amigo suyo es una que terminó en cuarentena en el lazareto de la isla de Martín García (en el Río de la Plata). Tuvo que pasar allí 20 días a causa de la presencia a bordo de un hombre enfermo de fiebre amarilla. Teniendo un pasaje de primera clase, tuvo que pagar por su alojamiento y comida durante la cuarentena, mientras que a los viajeros de segunda y tercera clase no les cobraron nada.

El apoyo en la Argentina

Una vez en Argentina, daba consejos sobre la mejor manera de colocar su dinero. Les sugería mantener informada a su familia en Francia; colocaba migrantes en las empresas de sus cuñados o de otros vascos ya radicados en Argentina y les ayudaba a gestionar la herencia de sus padres fallecidos en Francia.

También auxiliaba a insumisos cuando éstos tenían problemas con el ejército francés y ayudaba a migrantes para su repatriación (pasajes pagados por el Gobierno francés).

La gestión del ‘comercio’

Otra de las labores de Jean Vigné era gestionar fondos de un lado a otro del Atlántico. Muchas veces los inmigrantes ya establecidos en Argentina pagaban el pasaje de un pariente o amigo suyo en Buenos Aires a su hermano Alexis mientras que Jean debía pagar el pasaje en Burdeos. Otras veces, Jean concedía un crédito al migrante, que este devolvía después en el plazo previsto.

También gestionaba transacciones importantes con bancos (hasta más de 10.000 francos de la época, unos 50 pasajes en segunda clase). Sabía jugar bien con los cambios de valor de la moneda, en sus versiones oro y papel.

Cien mil migrantes

En los últimos años, se han conocido los registros de varios agentes de migración del País Vasco y de Bearn. Con los Aphéça (15.000 migrantes), los«Laplace (8.000) y, últimamente, los Vigné (2.000 migrantes), se conoce bastante bien cómo trabajaban los agentes de migración en el oeste del Pirineo francés. Sólo estos tres agentes representan una parte significativa del total (100.000) de los migrantes vascos del norte para Argentina.

En cuanto a Jean Vigné, no se conocen exactamente las razones por las cuales empezó como agente de migración: ¿por interés?, ¿por mero altruismo?, ¿por oportunismo?, ¿para vender más su mercancía (gorros, camisas, artículos de viaje)? Parece, sin embargo, que fue un hombre íntegro.

No puede rivalizar con otros agentes en cuanto a la cantidad de migrantes o la diversidad de origen (el 77% de los suyos procedían de su propio valle). Pero su correspondencia es imprescindible en cuanto a la abundancia de la información que proporciona. Jean Vigné se situaba en el centro de distintas redes sociales: la de los futuros migrantes, la de los migrantes instalados en Argentina y la de las familias diseminadas en los dos lados del Atlántico, que querían comunicarse, aunque muchas veces no sabían escribir, y lo lograron gracias a la ayuda de Jean Vigné. Con el estudio de todas estas cartas, esperamos obtener más información sobre las condiciones de la migración de Iparralde hacia la Argentina, información que, por la similitud del fenómeno migratorio en el norte y en el sur de Euskadi, será también válida para conocer el movimiento migratorio en Hegoalde.

* Gracias a Jean Hocquet por facilitarnos fotos de su abuelo Jean Vigné y a Robert Elissondo de Ikerzaleak por autorizarnos el acceso a los registros de Vigné.

Profesor de escuela primaria en el centro del Pirineo francés. Interesado desde hace años en la emigración de los pirenaicos hacia el Río de la Plata, inició su doctorado en 2017 en la Universidad de Toulouse Jean-Jaurès. Grupo de Investigación ‘País Vasco, Europa y América. Vínculos y relaciones atlánticas’.

Los vascos en tiempos de mortandades, la Edad Media

La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias pese a la perfección de la medicina medieval

Un reportaje de Ernesto García Fernández

LA medicina medieval perfeccionó sus procedimientos diagnósticos y sus técnicas preventivas y curativas durante los siglos XIII al XVI. Los profesionales de la salud aplicaban su saber a los pacientes de acuerdo con los conocimientos teórico-prácticos de esos años. El doctor en medicina Arnau de Vilanova (c. 1240-1311) justificaba la profesión médica en la sociedad medieval por su utilidad social. Afirmó lo siguiente: «Todas las enfermedades que pueden ser en los cuerpos de los hombres y de las mujeres, pueden haber remedio de salud, también para las ánimas como para los cuerpos». La formación universitaria comenzó a ser un requisito de profesionalidad en la sociedad bajomedieval. Disponer de los títulos de médico bachiller, licenciado o doctor en la Universidad fue la antesala de la demanda de servicios a estos titulados por los reyes, nobles, burgueses y las mayores poblaciones europeas.

Grabado de la villa de Bilbao de J. Braun y Fr. Hogenberg de la segunda mitad del siglo XVI. A la derecha de la imagen se dibujan por orden la iglesia de los Santos Juanes, el hospital y el convento de la Encarnación.

La búsqueda de la salud Los gobernantes se preocuparon por mejorar las condiciones higiénicas de sus respectivas poblaciones dictando ordenanzas que impulsaban la limpieza de las calles, la ubicación de las carnicerías en zonas adecuadas y la concentración de las industrias contaminantes al exterior de las zonas residenciales (las tenerías, molinos, etc.). Y, sobre todo, concertaron la contratación de médicos a los que daban un salario por sus servicios profesionales en los hospitales, en domicilios particulares y con los pobres mendicantes. En 1483, el concejo de Vitoria-Gasteiz contrató al licenciado Antonio Tornay, médico cristiano, no judío, formado en la universidad. Lo fue también del duque de Bretaña, del duque de Alba y probablemente de Bilbao, de donde era vecino en 1498. Pero el número de profesionales sanitarios, sin entrar a valorar la eficacia de las medicinas y las prácticas médicas, fue insuficiente. De ahí su mayor valor social en aquellos períodos en que las epidemias hacían su aparición. En el País Vasco hasta 1492 sanitarios judíos y cristianos compartían el ejercicio de la medicina (médicos, físicos, cirujanos o barberos) y en Navarra hasta 1498. A partir de la expulsión de los judíos, todos los sanitarios fueron cristianos.

Los hospitales El sistema asistencial tuvo un pilar clave en los hospitales. No eran propiamente centros de curación, sino de acogida de peregrinos y pobres. Una parte de estas gentes, mayormente mal vestidas e insuficientemente alimentadas, fueron desarrapados que vivían de la mendicidad y casi siempre carne de cañón en épocas de pandemia. En las ciudades medievales vascas y en pueblos pequeños hubo hospitales regidos en última instancia por las autoridades locales. Algunos se concibieron en su origen para atender a los leprosos: los lazaretos. Los gobernantes nombraban a los responsables de los hospitales, uno o dos mayordomos, y al hospitalero. Estos cumplían los acuerdos concejiles concernientes a los residentes en dichos centros. En Vitoria-Gasteiz, Bilbao y otras localidades había «beatas» que por motivos caritativos y de solidaridad atendían a los pobres y enfermos. Para mejorar la asistencia de los hospitales se fundaron cofradías: Nuestra Señora del Cabello, luego del Hospital de Santiago (Vitoria-Gasteiz) y la del Hospital de los Santos Juanes (Atxuri-Bilbao), base del futuro hospital de Basurto. Los hospitales solían pertenecer a la Iglesia, a los Ayuntamientos, a nobles o a comerciantes que los habían financiado con el propósito de contribuir al bien común de las ciudades, al mismo tiempo que dicha circunstancia reforzaba su consideración social. Los reyes financiaron los principales hospitales.

Las pestilencias La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias. La más conocida fue la Peste Negra de 1347-1348. El portugalujo Lope García de Salazar, antes de 1476 echaba la culpa de esta mortandad a la carestía, a la falta de pan y a la escasez de carne. Sostuvo que la peste duró unos cinco meses, de febrero a finales de junio y explicó su final con el aumento de la producción agrícola. Lope dijo que murió en Castilla una tercera parte de la población. No conocemos el número de muertes ocasionado por la peste negra en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia. Se supone que fue elevado. Se ha escrito que en Navarra la población se redujo más del 50%. Las pestilencias se reprodujeron en la segunda mitad del siglo XIV y a lo largo de los siglos XV y XVI. En 1464 la peste asoló la ciudad de Vitoria-Gasteiz. En la década de los 80-90 del siglo XV y en el XVI se registran epidemias en Bilbao (1490, 1498 y 1507), Azpeitia y Donostia (1484), Vitoria-Gasteiz (1485, 1504, 1505, 1519, 1530), Laguardia (1507), etc. En 1498 los gobernantes de Bilbao se habían percatado de que había carniceros que seguían vendiendo en sus carnicerías, pese a que tenían bubas y también habían constatado que las tenían algunas prostitutas. Inmediatamente las autoridades locales prohibieron a los carniceros que ejercieran dicha actividad, bajo la pena de 50 azotes y mil maravedís por cada vez. A las prostitutas se las expulsó de la villa. Se les dio seis días para salir de la villa, de lo contrario recibirían 200 azotes y se les arrebatarían sus bienes. La preocupación porque se produjera una epidemia pestífera generó una enorme alerta entre la población.

Las epidemias tuvieron efectos económicos y financieros. Hubo personas que se endeudaron o perdieron su puesto de trabajo. Las relaciones laborales y comerciales se enrarecieron por temor al contagio. Las haciendas regias y locales no pudieron recaudar todos los impuestos debidos por los contribuyentes. En Vitoria-Gasteiz la epidemia de 1464 provocó una reacción social que paralizó durante algún tiempo las derramas fiscales aprobadas por el Ayuntamiento. El daño fue mucho mayor para aquellos cuyos medios de supervivencia se hallaban en un estadio que rayaba la pobreza o era propiamente de miseria. La mortandad también formó parte de argumentos discursivos para lograr privilegios. En 1462 Baiona alegó los efectos negativos de la mortandad para conseguir de Luis IX de Francia la celebración de dos ferias anuales.

¿Qué respuestas se dieron para evitar los contagios? Había vecinos que huían de la ciudad a los pueblos, otros emigraban a zonas más lejanas donde las muertes eran menores. Los gobernantes establecieron cordones sanitarios prohibiendo la entrada de pobladores procedentes de zonas infectadas y exigiendo a los vecinos que no se dirigieran a pueblos infectados. Se pregonaba en las villas el nombre de las localidades donde la mortandad había triunfado para impedir la entrada a quienes hubieran estado en las mismas. Los sanos no querían convivir con los infectados. El riesgo de ser contagiados podía costarles la vida a ellos o a sus familiares más queridos. En Vitoria-Gasteiz en 1464 una parte de los regidores huyó de la ciudad y el concejo pensó en 1464 y 1485 que era una buena solución financiar rogativas y procesiones para rogar a Dios con el propósito de que detuviera la epidemia e impidiera la llegada a la ciudad de «extranjeros». En julio de 1504, clérigos y legos acordaron ir en procesión a Santa María de Arantzazu (Oñati) para que la «corrupción» (del aire) desapareciera. Vitoria-Gasteiz ya estaba infectada desde el 14 de junio de 1504. En 1504 y 1505 los ayuntamientos dejaron de celebrarse en Vitoria-Gasteiz para realizarse en Zurbano, Armentia, Betoño, el último en Gamarra Mayor el 24 de abril de 1505. En mayo se decidió levantar una ermita en honor de San Sebastián y realizar una procesión dando gracias a Dios por haber liberado la ciudad de la pestilencia con las imágenes de Nuestra Señora y San Sebastián. En 1505 el concejo de Vitoria-Gasteiz prohibió echar mantas y bultos sobre las sepulturas de las iglesias y que las mujeres llorasen encima, salvo en los tiempos consentidos por las ordenanzas. Paralelamente, se cerraron las puertas de la ciudad a quienes residían en pueblos contagiados (Astegieta, Lasarte, Ariñez, Labastida, Salinas de Añana y otras). Lo mismo aconteció en otros núcleos urbanos.

En Bilbao, sobresale la pandemia de 1507. Se originó en un hospital situado junto a la villa donde residían «más de noventa pobres». Se contrataron médicos, cirujanos y boticarios para curar a los enfermos y dar medicinas a los pobres. Se contrataron enterradores para sepultar a los que morían por la pestilencia y limpiadores para desinfectar las casas con fallecidos. Nadie de la villa quería entrar a limpiarlas. Se utilizó el fuego para erradicar la pestilencia, como a fines del siglo XV en Donostia donde se quemaron maderas aromáticas causantes de un incendio devastador. Al no ser capaces de controlar la enfermedad en el hospital decidieron trasladar a los residentes a los montes cercanos, donde levantaron un «hospital de campaña», es decir, una casa y chozas donde fueron instalados, les llevaron comida y a sus cuidadores lo que necesitaran.

En Vitoria-Gasteiz la documentación de los siglos XV y XVI descubre la importancia de las vecindades en la ejecución de las medidas profilácticas. Las vecindades eran las responsables de la limpieza de las basuras y en 1485 los mayorales de estas vigilaban la procedencia de los residentes para descubrir si habían estado en poblaciones infectadas. En 1530 los mayorales entregaban a los enfermos de cada vecindad, luego confinados en el hospital de la Plaza, pese a la oposición del hospitalero y su mujer, destituidos por el concejo. Unos años más tarde, en 1565, los infectados de la peste más pobres fueron sacados de los hospitales y recluidos en las ermitas de San Juan de Arriaga y Santa María de Olarizu en espera de su recuperación. Para algunos convalecientes se buscó una casa en las afueras y otros se llevaron a la ermita de San Miguel. Una vez curados sus ropas se lavaban solo en el río Zadorra. El aislamiento de los enfermos buscaba una atención específica y la protección de los sanos. Medidas similares se dieron en Navarra y en otras zonas castellanas, aragonesas y europeas.

La Historia es cambio, pero hay cosas que nos recuerdan la Edad Media.

La Ley de la Mar y los contramaestres de muelle

El tiempo en el que se llevaba a cabo la transformación del Puerto de Bilbao fue testigo del naufragio del barco ‘SS Avlona’, lo que provocó críticas desde la prensa británica y una encendida réplica por parte de la gente de la mar de Bizkaia

Eduardo Araujo

Las enormes olas llegaban desde el noroeste, como los manotazos de un gigante irritado que descargaba su cólera barriendo de la superficie de la mar cualquier objeto que encontraba a su paso. El temporal arreciaba. Era la madrugada del 8 de marzo de 1901 y el fuerte viento llegaba cargado de oscuros presagios, sacudiendo amenazador las ventanas tras las cuales las gentes de mar de Santurtzi y Algorta –y especialmente sus sufridas familias– daban gracias a San Telmo y San Nicolás por encontrarse guarecidos en sus humildes pero seguros hogares, en lugar de estar en ese momento allí afuera, pisando la cubierta de sus frágiles embarcaciones, empapados, ateridos de frío, luchando por sus vidas, murmurando esas mismas oraciones, pero implorando ayuda y no como muestra de agradecimiento.

Algunos de los ojos que tras los cristales se esforzaban por penetrar en la inmensa negrura de la noche, eran arrantzales, pescadores habituales que, cuando surgía la oportunidad y para completar su escaso jornal, se dedicaban a tripular las lanchas y traineras con base en los puertos del Abra, que daban apoyo a los miles de mercantes que arribaban al puerto de Bilbao. En una época en la que el vapor no había impuesto todavía su fuerza y fiabilidad, y los veleros sufrían con la falta o con el exceso de viento y perecían contra las rocas, empujados por las olas y corrientes, aquellos hombres ofrecían a los buques sus servicios como pilotos lemanes, guiándoles con pericia entre los obstáculos y peligros de distintas clases, con la misma seguridad con la que un maestro de ajedrez mueve sus fichas sobre los cuadros del tablero.

Seguían una profesión antigua, que fue datada por escrito por primera vez en el siglo XV, pero que debió de realizarse ya mucho antes y que terminó extendiéndose por la mayoría de los puertos peninsulares. En ella, los bizkaitarras volvieron a demostrar sus extraordinarias dotes en los asuntos de la mar y, como botón de muestra, baste señalar que quienes la ejercieron en el lejano puerto de Cádiz, lo hacían de antiguo agrupados en una asociación de nombre Colegio de Pilotos Vizcaínos de Cádiz.

Pero, además del lemanaje –la raíz etimológica de esta palabra deriva de lema, término usado en euskera para denominar el timón de las embarcaciones–, el forzado pluriempleo obligaba a aquellos marinos a ejercer, al menos, otras dos actividades relacionadas también con el incesante trasiego de buques: el atoaje –remolque a remo de los buques– y el salvamento.

El Abra había comenzado en 1877, de la mano de Evaristo de Churruca, una ambiciosa transformación que pretendía proteger el tráfico marítimo de las salvajes mares del cuarto cuadrante. Mediante muelles, escolleras y diques estratégicamente ubicados, cerrando el paso a los trenes de olas y estabilizando la temible barra de arena de Portugalete, el ingenio del ser humano llegaría a convertir al de Bilbao en uno de los puertos más seguros de Europa. Sin embargo, aquella noche, los chubascos que cruzaban de oeste a este el Golfo de Bizkaia y barrían coléricos la costa vasca, ocultaban a quien no conociese sus aguas algunas de las obras que se encontraban a medio hacer y que finalizarían tres años más tarde, en 1904. Una escollera, sobre la que se levantaría el rompeolas de Santurtzi, constituía, por estar oculto a la vista por unas pocas brazas de agua, el obstáculo entonces más peligroso para el tráfico marítimo. Las autoridades portuarias lo habían señalizado con una voluminosa boya, que se iluminaba convenientemente durante la noche con un dispositivo de aceite de esquisto. Aquella llama cautiva habría de cobrar una importancia capital en los acontecimientos que se iban a suceder en las horas siguientes…

A unas pocas millas de aquella boya y en rumbo directo hacia ella, los 194 caballos de vapor del SS Avlona luchaban contra la fuerza desatada de los elementos, tratando de responder al mandato de su capitán, que había reclamado la entrega de toda la potencia disponible. Era aquella una embarcación mixta vapor-vela, con dos palos: trinquete cruzado y mayor con cangreja y escandalosa, construida en 1880 en Dundee por los astilleros Gourlay&Bros. En el puente, su capitán también perdía su mirada más allá de la proa, tratando de buscar alguna señal que le indicase el mejor rumbo para embocar Bilbao, puerto al que llegaría por primera vez aquella aciaga noche.

Contra la escollera

Impulsado por su máquina y la inmisericorde fatalidad, el SS Avlona surgió de la oscuridad para, ignorando la boya de señalización, chocar contra la escollera en obras de Santurtzi. Toda su estructura gimió con el terrible impacto, mientras en segundos la mar penetraba implacable por los rumbos abiertos en la obra viva e inundaba la sala de la caldera. La terrible explosión sacudió los vidrios de las ventanas en ambas orillas e hizo estremecerse a quienes escucharon el rugido del vapor al escapar violentamente de su confinamiento. De los 26 tripulantes y nueve pasajeros, entre los que se encontraba la mujer del capitán, ninguno salvó la vida y sus cuerpos fueron devueltos a la orilla por las olas durante los días siguientes.

La tragedia del Avlona provocó un debate público sobre las condiciones de navegación del puerto, el mantenimiento de la boya de señalización –se decía que la llama de esquisto se había apagado durante el temporal– y la capacitación del propio capitán. Cierto tipo de prensa británica, entre los que estaba The Daily Record, aprovechó la ocasión para atacar a Bilbao y sus pilotos, acusándoles de “ser una ratonera de muerte”, mal señalizada y con una entrada angosta y letal, y de no haber intentado siquiera el rescate de los náufragos. Señalaban los gacetilleros de las islas que los dos vaporcitos de los prácticos se habían limitado a contemplar el suceso, “cómodamente anclados al socaire del rompeolas”. Respondió a los ataques desde aquí, el propio Evaristo de Churruca, que precisó que en los nueve años desde que se había colocado la boya luminosa, habían cruzado ante ella cerca de 80.000 buques, de los que solo tres sufrieron algún tipo de incidente y siempre a la luz del día y con mar bella. También se pronunció al respecto el comandante de Marina, Víctor María Concas y Palau, que a solicitud de la Asociación de Navieros de Bilbao, pronunció estas palabras, recogidas de forma literal:

“El puerto de Bilbao, es como todos los del mundo, mucho más peligroso cuando está en construcción, que antes y después de acabado, marcada su entrada por boyas y estas luminosas, no tienen ni como boyas ni por la luz, la garantía de un faro en tierra y esto lo sabe cualquier hombre de mar, por consiguiente en una noche tremenda como la del accidente, ningún capitán que conozca su deber pretendería tomar un puerto, en el que entraba por primera vez; no debiendo hacer responsable a nadie, por nuestra parte, de lo acaecido por imprudencia del vapor, no por defecto del puerto ni de su servicio.

Si esto es sensible, no lo es menos los rumores que se dirigen a los prácticos por no haber hecho lo posible para el salvamento de las gentes del Avlona. En la noche de referencia, a pesar de ser el vapor San Miguel que hoy poseen los prácticos, mucho mejor que los dos con que antes hacían el servicio, mal podía estar fuera del puerto, cuando buques tan poderosos como los vapores Musques, Lucero y Pizarro y otros extranjeros, estaban de arribada y no procede a los que podemos mirar la cuestión de alto, como V. E. y los respetables miembros de esa Asociación y el que suscribe, hacernos eco de rencillas de muelle, de los que culpan a un pequeño vapor de no estar fuera, cuando ellos con los grandes trasatlánticos se colocaron al socaire, con muchísima razón”.

Pero, por encima de todas, la respuesta más certera y dolorosa la habían dado a lo largo de los siglos los marinos de Santurtzi, Algorta, Zierbena, Portugalete… que se habían dejado la vida cumpliendo la Ley de la Mar, ese mandamiento único, que llevan grabado a fuego en el alma los que tienen la piel cuarteada por el salitre y que proclama que la solidaridad con el prójimo en dificultades es el primer deber a bordo.

Solamente cinco años antes del naufragio del SS Avlona, al acudir al rescate del vapor inglés Raleigh’S Cross, que había varado en el Banco del Nordeste, la lancha de lemanajeMartinchu, de Algorta, había zozobrado, perdiendo la vida seis de sus diez tripulantes. Los humildes pescadores y pilotos del Abra pagaron infinidad de veces con sus vidas el impulso generoso de proteger a los que sufren y la lista de aquellos que zarparon en auxilio de sus semejantes y jamás volvieron es infinita. El escritor y navegante cántabro Rafael González Echegaray definió a quienes, desde la cómoda distancia e incluso la plena indiferencia, se limitan a criticar despiadadamente los esfuerzos que realizan otros como “contramaestres de muelle”.

Agradecimientos A mi buen amigo, Juan Mari Rekalde, que me dio a conocer esta y otras muchas historias de marinos, sin cuyo competente lemanaje no hubiese podido yo escribir este artículo. A Roberto Hernández, por su magnífica ilustración del SS Avlona, realizada con mimo para esta publicación.

El autor Eduardo Araujo: Periodista santurtziarra y apasionado de la mar. En la actualidad conduce el programa ‘Itsas tantak’, que se emite todos los domingos, de 22.00 a 23.00 horas, en Onda Vasca.