El carcelero cómplice de Salvador Puig Antich

De origen navarro, Jesús Irurre gritó “¡Franco, hijo de puta, asesino!” al acabar la ejecución de su amigo anticapitalista en la cárcel Modelo de Barcelona

Un reportaje de Iban Gorriti

El 2 de marzo se cumplirán 46 años de la ejecución de Salvador Puig Antich, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), en la cárcel Modelo de Barcelona. Fue la última persona muerta por medio del garrote vil en el Estado. El día de la consumación, Jesús Irurre fue una de las “casi quince personas” que estuvieron a su lado. Ante el cuerpo sin vida, gritó: “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. En la famosa película Salvador, que cumple quince años, le dio vida el actor Leonardo Sbaraglia.

Aquel carcelero, que tenía entonces 23 años y hoy 69, tiene ascendencia navarra. Su padre, también funcionario de prisiones, era natural de Iruñea. En el caso de Jesús, nació en Tetuán, entonces protectorado español. “Mi apellido es el nombre de un pueblo de Navarra en el que he estado dos veces y conocido su historia. De hecho, allí me dijeron que no queda nadie que se apellide así”, relata a DEIA desde Valencia, donde reside este sindicalista de CC.OO.

Valla reivindicativa de la época en Bruselas. Foto: Crai-Biblioteca Pavelló República (UB)

Casi medio siglo después, aún se emociona al hablar de Puig Antich, quien fue detenido el 25 de septiembre de 1973 y condenado a muerte por el (supuesto) homicidio del subinspector del Cuerpo General de Policía en Barcelona, brigada anti-atracos, Francisco Anguas, de 24 años, durante un tiroteo que se produjo en el operativo de su detención junto a otros miembros del MIL. Se acabaría demostrando que la bala que mató a Anguas no era de las dos pistolas que portaba el anticapitalista. “Salvador era muy humano, de ideología anarquista. Un luchador que quería hacer el bien a los demás”, valora el funcionario de prisiones jubilado.

La vida de Irurre, como él mismo confirma, cambió al conocer al ideólogo catalán: “Yo era el típico carcelero duro, y con él me fui haciendo de izquierdas”. Se hicieron amigos gracias a un balón que cayó a su lado y que Puig Antich había tirado a canasta. “Allí solo había una cesta y me puse a lanzar unos tiros con él, y poco a poco entablamos amistad. Me abrió los ojos en un sistema represivo cuando él iba a morir” por dos penas de cárcel.

Irurre pasó de jugar al baloncesto con el preso a entrar en su chabolo, prohibido. “No era muy abierto, no contaba mucho, pero me hablaba de ideologías. Era un tipo culto. De hecho, me recomendó un libro de psicología infantil debido a que mi hijo escribía la e al revés. Su hermano era psiquiatra”, aporta.

Y una ayuda más: Le metía un transistor pequeño para que oyera su música favorita. “¡Me la jugaba! Le gustaba oír a Patxi Andión, a quien llegué a conocer allí mismo porque vino a rodar una película con Concha Velasco y yo hice el papel que nadie quería, el de carcelero. Con él también hablé de Salvador. Es una pena que haya muerto hace poco”.

Día a día, llevaba a casa los libros del libertario e iba tomando conciencia contra el Estado antidemócrata que agonizaba como el mismo Franco, que moriría ocho meses después. Se convirtió en el primer presidente del Sindicato Demócrata de Prisiones. “Era clandestino y, al disolverse, pasé a CC.OO. Quería luchar desde dentro”, apostilla quien se quedó con uno de los libros de Salvador. “Lo robé tras su ejecución. Lo guardo en mi casa: La función del orgasmo de Wilhem Reich”. De hecho, asegura que, el día que mataron a su amigo mediante aquel procedimiento que rompe la garganta del condenado, solo dos de los presentes “gozaron con su muerte”. “Solo dos eran franquistas como tal, uno un tal Pepe. Yo lo pasé de pena y grité”.

Un exmiembro del MIL no creyó que en aquel momento Irurre gritara “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. Jesús le responde: “Sí lo hice. Y un compañero a todo correr me metió en un departamento y me dijo: ¡Gilipollas, qué estás haciendo!”. Comprendo que le sorprendiera que no pasara nada, pero vivimos un capítulo terrorífico. Yo tenía luego pesadillas. Lo curioso es que él pensaba que lo iban a fusilar, y al ver el garrote…”.

Salvador había confesado tanto a su abogado (que pidió al Papa su liberación) como a sus hermanas o a Irurre que “ETA me ha matado”. El preso hacía referencia a que el atentado de la organización contra Carrero Blanco motivó venganza y los franquistas lo condenador a dos penas de muerte y lo ejecutaron como también a un alemán en Girona.

el efecto de eta Consultada al respecto, Inma Puig Antich, hermana de Salvador, asiente. “Después del atentado a Carrero Blanco, en cuanto pudimos ver a Salvador, nos dijo esta frase: Esa bomba también me ha matado a mí. Él fue una cabeza de turco: lamentablemente estaba en el momento y en el lugar adecuado y el franquismo no tuvo piedad. De todas formas, Salvador nunca quiso sentirse mártir de nada”, subraya.

Irurre prevé editar un libro en el que narrar su bagaje en las prisiones en que ha trabajado, las fotos que sacó de forma clandestina -“por desgracia, ninguna con Salvador”-y detallar las veces que ha sido expulsado del cuerpo y “han tenido que readmitirme al ganar todos los recursos”, subraya quien trabajó en cárceles de Melilla, El Puerto de Santa María -“días después a que El Lute se fugara”-, Barcelona -“donde conocí a Albert Boadella de Els Joglars”-, Málaga, Eivissa y Valencia. “En el Puerto coincidí con dos de ETA muy conocidos entonces, uno de ellos José María Dorronsoro”, dice.

Irurre estima que sus antecesores “quizás sabían hablar euskara; no era el caso de mi padre”. Y recuerda un capítulo que vivió con nervios en Euskadi. “Me llamó Beristain para dar una charla en la Universidad de Donostia. Tuve esa suerte, pero fui asustadillo no sabiendo cómo me podrían recibir. La ponencia fue sobre la reforma penitenciaria. No pasó nada”.

La doble pena de las presas con hijos

En 2020 se cumplirán 80 años de la apertura y posterior cierre de la cárcel franquista de Durango, en la que agonizaron menores junto a sus madres presas
Un reportaje de Iban Gorriti

Madres presas con sus hijos, algunas mujeres de Durango y autoridades locales en la entrada de la cárcel. Foto: Gerediaga Elkartea
Madres presas con sus hijos, algunas mujeres de Durango y autoridades locales en la entrada de la cárcel. Foto: Gerediaga Elkartea

ACABADA la Guerra Civil y en los primeros compases del régimen bélico de Franco, la villa de Durango recibió a las primeras mujeres presas a alojar en la cárcel habilitada en la casa colegio de las Damas de Nevers. Fueron 350. Algunas de ellas arribaron al municipio con bebés en su seno aquel 30 de diciembre de 1939. Cabe anticipar que los menores recibieron el mismo “rancho infame” que sus madres y que solo podían tomar agua durante las tres únicas horas en las que los encargados de la prisión lo permitían al día.

A ello, agregar otro dato terrorífico: una epidemia de encefalitis letárgica que se registró el año que duró abierto aquel almacén de personas sin garantías humanitarias. “Los niños que un día jugaban alegremente al siguiente empezaban a adormilarse y ya no despertaban entre los gritos desgarrados de sus madres”, le consta al responsable del Archivo Municipal del Ayuntamiento de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia. El próximo año se cumplirán 80 años de esta barbarie.

Seis días antes de que se designara a Leonardo Tristán como alcalde franquista de la localidad tuvo lugar la llegada de las presas procedentes de la prisión de Las Ventas, en Madrid, que se encontraba saturada tras el fin de la guerra. Entre ellas, la histórica guerrillera Rosario Sánchez Dinamitera. Y mujeres embarazadas. “Alguna presa narra que su embarazo estuvo motivado porque la violaron en comisaría”, agrega el archivero. Había presas políticas, pero también prostitutas y ladronas que “compartían espacio a veces a regañadientes”.

El hoy inexistente edificio antiguo del colegio de Las Francesas -Villa María- fue cárcel durante el calendario de 1940. No se conoce con exactitud el número de presas que llegaron a estar en Durango. Algunos de los testimonios hablan de dos mil mujeres. Según relata Orobio-Urrutia, las condiciones higiénicas del convento-prisión eran pésimas. “Las presas se quejan, sobre todo, del hacinamiento, el frío y la comida escasa y de malísima calidad”, asevera. Según narra Carlos Fonseca en el libro que escribió sobre Rosario Dinamitera, “el mayor problema era el agua. La daban solo tres horas al día, que las internas aprovechaban para recogerla en todo tipo de recipientes de los que bebían, se lavaban y utilizaban en los váteres. La comida era también infame. La mayoría de los días, arroz hervido durante horas para que los granos adquiriesen más volumen y formasen una masa”.

Docenas de mujeres se veían obligadas a compartir el suelo de una misma habitación. A los tres meses de abrir, se denunciaron los primeros problemas con el saneamiento. En abril, el jefe de la prisión comunica estar a la espera de una orden de la Dirección General de Prisiones para hacer obras de saneamiento, pero en septiembre aún no se han materializado y para entonces han surgido casos de “tifoideas”.

Masa de niños y mujeres La situación de los niños y niñas era “espantosa”. Según testimonia la presa Nieves Waldemar Santisteban, “las madres estábamos separadas con nuestros hijos en una habitación que tendría 14 metros cuadrados donde había un váter estrictamente para nosotras. Durmiendo éramos una masa de niños y mujeres, lo que tenía uno, el otro lo cogía; granos, sarna, todas esas enfermedades que se contagiaban por la aglomeración en que nos tenían”. Agrega, como gran “privilegio”, que no las encerraban como a las demás reclusas y que les permitían salir al patio a coger agua y lavar a los menores.

Una orden ministerial emitida en marzo de ese año limitaba a tres años la edad máxima hasta la que las niñas y niños podían convivir con sus madres en prisión. El resto de menores debían ser entregados de forma obligada a otros familiares o ingresados en un hospicio.

Muchas de las mujeres, presas políticas, tenían a sus familiares muertos o encarcelados, la mayoría provenían de Castilla y Andalucía y no tenían a nadie con quien dejar a esos niños. Según relatan las propias presas, “la gente de Durango se portó muy bien, vinieron a hablar con el director de la cárcel y le dijeron que los niños se los llevaban a sus casas hasta que sus familias vinieran a recogerlos, y sacaron a todos los mayores de dos años”.

“Alguno incluso no había cumplido los dos años -agregan-, pero merecía la pena aprovechar la ocasión de que aquella gente buena quería ayudarnos. Los vistieron y los alimentaron muy bien. Les llevaban el día de la comunicación a ver a sus madres, hasta que poco a poco fueron desapareciendo del pueblo porque las familias o amigos venían a buscarlos”. Concluyen que “alguno quedó por aquellas tierras porque no tenían a nadie, porque la familia estaba en la cárcel y nadie había podido ir a buscarles, pero de todas formas siempre estuvieron en contacto con su madre”.

Los bebés que se quedaron con sus madres solo tenían el rancho igual que cada recluso, sin más leche, sin nada más. “Al poco tiempo se murieron dos”. Y a ello hay que agregar la citada “encefalitis letárgica”. Orobio-Urrutia ha consultado el libro de exhumaciones de la época que se guarda en el Archivo Municipal y “se encuentran seis casos de niños enterrados en la calle Santo Tomás del Cementerio, ignoro por qué razón, y en algún caso como causa del fallecimiento figura bejez”, cita.

Cierre y traslado A finales de 1940 el Estado acuerda la devolución del Convento de Nevers a sus propietarias que llevaban varios meses reclamándolo para la enseñanza, como había sido hasta julio de 1936. El cierre de la prisión de Durango en los últimos días de diciembre de 1940 obligó a trasladar a las presas a lugares cercanos a la villa, sobre todo a Orue en Amorebieta, Santander y la cárcel más conocida de Saturrarán, en Mutriku. “El año que viene se cumplirá el 80 aniversario de esta prisión. Podría ser un buen momento para volver a recordar y homenajear a aquellas luchadoras”, propone el archivero municipal.

Los ‘vascos de Dowlais’, emigrantes del carbón y el hierro en Gales

La historia de Gales y Euskadi tiene muchos elementos en común, entre ellos la presencia en aquel país a principios del siglo XX de una comunidad llegada desde Bizkaia para trabajar en la industrial del hierro y el acero
Un reportaje de Óscar Álvarez Gila

Trabajadores de la ORconera. FOTO:SAF
Trabajadores de la ORconera. FOTO:SAF

Son muchos los paralelismos que podemos encontrar entre Gales y Euskadi. Ambas son dos naciones históricas que han estado integradas, desde mucho tiempo atrás, en estructuras imperiales más poderosas, pero que no por ello han perdido su identidad. Ambas poseen sus lenguas propias, minorizadas, pero que han resistido el empuje de idiomas con mayor presencia y número de hablantes. Cuentan ambas con una larga historia de reivindicación del autogobierno y, por ello, han alcanzado hoy en día niveles de autonomía en el seno de los Estados a los que pertenecen. Proyectan ambas, igualmente, una imagen extrañamente contradictoria hacia el exterior: al tiempo que nos evocan estampas rurales de verdes campos, han sido desde el siglo XIX dos regiones europeas en las que se hicieron evidentes la industrialización y la modernidad, al ser dos polos donde se desarrolló la industria del hierro y el acero. Y, más recientemente, también fueron ambas golpeadas por la crisis de la siderurgia, teniendo que enfrentarse a una reconversión y reinvención de su tejido económico.

Pero la vinculación entre Gales y Euskadi no se queda, simplemente, en todos esos paralelismos de su historia, cultura, política y economía. Desde épocas muy tempranas, las conexiones marítimas a través del océano que une ambos pueblos establecieron entre ellos flujos de mercancías, personas e ideas. Y es en este contexto en el que se sitúa la pequeña colonia de inmigrantes procedentes de Bizkaia que se instaló, a comienzos del siglo XX, en la pequeña localidad fabril de Dowlais, en el condado galés de Merthyr Tydfil.

Merthyr Tydfil es un condado situado al sur de Gales, aproximadamente a unos sesenta kilómetros de Cardiff. Cuenta hoy con una población de poco más de 60.000 habitantes, lejos de los que se concentraban allí en los momentos de esplendor de su principal industria: los ironworks (altos hornos). Por su proximidad a yacimientos mineros de carbón y hierro, en un valle con abundante agua, madera y otras materias primas necesarias para la siderurgia, la comarca tenía una tradición de producción de hierro desde la Baja Edad Media, en forma de pequeñas ferrerías cerca del cauce de los ríos. Pero la Revolución Industrial vino a transformar radicalmente el paisaje natural y humano de Merthyt Tydfil. Desde el segundo tercio del siglo XVIII, con la instalación de factorías en el condado, comenzó un proceso de crecimiento, que atrajo a nuevos pobladores procedentes, no solo de otras zonas de Gales, sino también de diversas regiones de la vecina Inglaterra. En 1759 se había creado la compañía Dowlais Ironworks, que se convertiría en una de las más importantes empresas siderúrgicas de Gales y de Europa. Fue esta compañía la que introdujo en Gales el sistema Bessemer, que permitía producir acero de gran calidad y bajo precio. Fue entonces cuando comenzaron a importar hierro de los yacimientos de Bizkaia, por las características de su mineral. Diversas compañías navieras se dedicarían a transportar mineral de hierro desde Bilbao hasta Cardiff. Entre ellas destacó la Cardiff Shipping Company, cuyos vapores portaron nombres que vinculaban Bizkaia con Gales: Dowlais o Cyfarthfa, pero también Galdames o Portugalete (que naufragó frente a las costas de Devon en 1882, con gran repercusión en la prensa británica).

En este empeño se aunó el capital local vasco con empresas internacionales. De este modo, en 1873 se creaba en Londres la que sería una de las más importantes de estas empresas: la Orconera Iron Ore Company Limited, en la que participaron la sociedad Ybarra Hermanos, junto con la alemana Krupp, y las británicas Dowlais Ironworks y Consett, cada una con una cuarta parte del capital. Orconera buscaba implantar el mismo sistema de integración vertical que ya desarrollaba Dowlais Ironworks en Gales, incluyendo en la misma estructura empresarial todas las fases de la producción: la extracción en las minas, un ferrocarril minero y un cargadero naval en la ría desde el que se exportaba el mineral que seguía abasteciendo a la central en Merthyr Tydfil. Subsidiariamente, también abastecía de mineral a empresas siderúrgicas locales, como la factoría del Carmen o, más tarde, Altos Hornos de Vizcaya.

La empresa Orconera pronto atrajo -al igual que en Dowlais- una creciente afluencia de inmigrantes, que llegaban para cubrir las necesidades de mano de obra. Procedentes tanto del propio Euskadi como de regiones españolas próximas, la revolución demográfica que experimentaría Bizkaia trajo consigo otras transformaciones radicales en el paisaje cultural e ideológico de la zona. A las necesidades de alojamiento y la presión urbanizadora se le unieron, posteriormente, los conflictos laborales y sociales y del desarrollo de movimientos ideológicos de clase, entre ellos el socialismo y el anarquismo, que echaron raíces entre los obreros de Orconera y otras compañías de la zona. En todo caso, Orconera se mantendría durante varias décadas como la principal productora vizcaina de mineral de hierro.

Obreros vascos a Gales Fueron las guerras coloniales británicas las que acabarían llevando a los obreros desde Bizkaia a Gales. A fines del siglo XIX el Reino Unido intentaba crear su imperio en África desde El Cairo a El Cabo. Para ello, necesitaban conquistar dos pequeños estados creados en Sudáfrica por los afrikáner o bóer. El reclutamiento de jóvenes en edad militar afectó profundamente a las factorías de Dowlais Ironworks, que se encontraron con una carencia de mano de obra especializada. Irlandeses y judíos polacos llegaron atraídos por la oferta de trabajo, como recogían los periódicos galeses. Sin embargo, su falta de experiencia en la industria siderúrgica llevó a la empresa a encargar el reclutamiento de obreros especializados a su representante en Orconera, E. P. Martin, quien pronto acordaría un sistema para reclutar y enviar los obreros solicitados con H. Worton, quien era entonces miembro de la junta directiva de la Sociedad de Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero de Bilbao. En mayo de 1900 salía hacia Cardiff el primer contingente de obreros, doce en total, transportados en uno de los vapores de la compañía que llevaba el mineral hacia Gales. La mayoría iban solos, aunque unos pocos, según parece, iban acompañados de su familia. En expediciones posteriores se fue incrementando el número de obreros que aceptaban trasladarse a Dowlais desde Bizkaia: para fines de 1900, algunas fuentes cifran en “varios cientos” los miembros de la incipiente colonia que se estaba formando allí, compuesta de “empleados y sus familias”. Se esperaba que fuera una emigración con ánimo de ser permanente, y no una aventura temporal. El movimiento de nuevos trabajadores con dirección a Gales se mantuvo durante, por lo menos, un lustro.

Se nos plantean varias cuestiones respecto a los intereses que tenían los diversos actores implicados en esta emigración. Por parte de los directivos de las empresas siderúrgicas de Bizkaia, se aventura un posible deseo de librarse de aquellos sectores de sus empleados más movilizados ideológicamente. Cierto es que muchos de los que emigraron a Gales acabaron participando activamente en los sindicatos galeses, siendo especialmente activos en la promoción de asociaciones de corte anarquista, pero la documentación existente no parece demostrar este interés. Para la empresa receptora, por el contrario, el interés era conseguir una mano de obra que fuera estable: fue este el motivo por el que en la recluta de los obreros, se alentaba a que los obreros reclutados estuvieran casados y tuvieran familia, a la que se ofrecía ventajas para el traslado y el alojamiento en Dowlais.

Y de hecho, este parece ser el perfil mayoritario de los emigrantes, y posiblemente, la principal razón que les animó a aceptar la propuesta de trasladarse a Gales. El único nexo de unión que tenían todos ellos era que procedían del entorno económico y social de la industria siderúrgica vizcaina. Por este motivo, entre los emigrantes que marcharon a Gales se mostraba toda la diversidad de orígenes sociales, geográficos y culturales de las nuevas zonas urbanas de la Bizkaia industrial y minera. Entre ellos, por lo tanto, no solamente había vascos, sino también obreros y familias procedentes de regiones españolas vecinas a Euskadi que habían inmigrado atraídas por las posibilidades laborales. La colonia que se establecería en Dowlais sería así un muestreo del laboratorio social que era, por aquellos años, esta comarca de Bizkaia. Buen ejemplo de ello es la familia formada por Sabino Gallo y Victoriana de las Heras. Naturales de Burgos, se conocieron y casaron en 1897 en La Arboleda, donde ambos habían emigrado. Residieron en Trapagaran, Bilbao y Getxo, donde nacieron sus hijos, hasta que en 1904 toda la familia se trasladó a Dowlais.

Retazos de una comunidad En Dowlais la compañía se encargó del alojamiento de las familias vizcainas que iban llegando. Para ello edificó un pequeño barrio de casas unifamiliares, en una calle bautizada como Alphonso Street. La calle y las casas aún existen. Como también existen, hoy en día, los restos de lo que fue una vibrante comunidad. Durante la primera mitad del siglo XX, los vascos de Dowlais mantuvieron un sentimiento de comunidad, y al tiempo que se integraban en la vida política y social de Gales, mantenían el contacto con su patria y se informaban de la situación política en Bizkaia y en el resto del Estado. En plena Guerra Civil, la comunidad vasca de Dowlais se movilizó para apoyar con su dinero y ofrecimiento personal a los niños exiliados enviados por el Gobierno vasco a Gran Bretaña. Posteriormente, antropólogos e historiadores comenzaron a acercarse al estudio de esta comunidad, el eco de cuyo origen aún mantienen vivos sus descendientes. Recuperar su memoria es recobrar una parte, también, de nuestro pasado.

Manuel Lekuona y la literatura oral en euskera antes de 1936

En la prolífica trayectoria de Manuel Lekuona con el estudio de diversas facetas de la cultura vasca destacan sus trabajos para visibilizar y prestigiar la literatura oral en euskera

Un reportaje de Jabier Kaltzakorta

Manuel Alejandro Lekuona Etxabeguren nació en el caserío Etxetxiki de Oiartzun el 9 de febrero de 1894 y murió el 30 de julio de 1987. En sus 93 años de vida recorrió gran parte del siglo XX. Investigador infatigable, poseedor de una bonhomía y carisma poco comunes. Fue historiador, etnógrafo, académico numerario de Euskaltzaindia y presidente de la misma institución entre 1967 y 1970, estudioso y divulgador de la literatura oral vasca. En su extensa obra hay estudios sobre historia, etnografía vasca, traducciones interdialectales (del labortano al guipuzcoano), etc. En el aspecto creativo fue sobre todo poeta y dramaturgo. Publicó en diferentes revistas poesías religiosas de corte popular y varias obras teatrales. De la rica y fecunda personalidad de Manuel Lekuona ofreceremos en este breve trabajo unas notas aproximativas sobre la vinculación que tuvo con la literatura oral en euskera.

Lekuona y Piarres Lafitte, en 1983.

Tuvo importancia relevante en la vida de Manuel Lekuona su tío sacerdote, Miguel Antonio Iñarra Mitxelena (1864-1898), que además de catedrático de euskera por oposición en la Diputación de Nafarroa -que no pudo ejercer por su temprana muerte-, fue escritor euskérico contemporáneo de Resurrección María de Azkue (1864-1951) y colaborador tanto de la revista Euskalerria, de Manterola, como de la revista Euskalzale, de Azkue. A pesar de que Manuel Lekuona no lo conociera (Miguel Antonio Iñarra murió cuando Manuel Lekuona contaba 4 años) tenía en el caserío Etxetxikilos libros y papeles de su tío escritor que fueron decisivos para que, desde muy joven, se interesara en la lengua y cultura vascas.

Seminario de Gasteiz (1914-1936) Hacia 1904, desde muy jóvenes, las vidas de Manuel Lekuona y José Miguel de Barandiaran se cruzaron en el seminario de Baliarrain, Tolosaldea, cuando Manuel Lekuona contaba con 10 años y José Miguel de Barandiaran (1889-1991) con 14 o 15. A partir de entonces fueron amigos y colaboradores, en palabras de Lekuona “mi entrañable amigo y antiguo amigo de correrías don José Miguel de Barandiaran”. Juntos estudiaron en Baliarrain y después continuaron sus estudios en el Seminario de Gasteiz. Manuel Lekuona ingresó en el seminario en 1914, fue profesor desde 1916 hasta 1936, mientras que Barandiaran, tras licenciarse en Teología, fue profesor desde 1917. Manuel Lekuona y José Miguel de Barandiaran, por lo tanto, estudiaron, fueron profesores y protagonizaron los estudios vascos del Seminario de Gasteiz.

Como apunta Ander Manterola en un trabajo de 2012, el seminario de Gasteiz contaba hacia 1918 con más de medio millar de seminaristas, muchos de ellos euskaldunes provenientes de diferentes provincias vascófonas. Manuel Lekuona desde 1916 impartió una hora semanal de euskera a los alumnos de Humanidades que cursaban los primeros años de Filosofía. Además de catedrático de Euskera, académico correspondiente desde 1917, fue profesor de lengua hebrea, de griego bíblico y de Arqueología Cristiana (Historia del Arte). Según cuenta Barandiaran, fue un profesor respetado y querido: oso irakasle errespetatua zen. Errespetu handia zioten ikasleek, eta horren arrazoia hauxe da: berak ere ikasleak asko errespetatzen zituela. En 1936, en plena Guerra Civil, José Miguel tuvo que exiliarse a Francia, a Sara, en donde vivió la mayoría de sus 17 años de exilio. Manuel Lekuona no cruzó la frontera y estuvo escondido cuatro años en el Convento de las Brígidas de Lasarte.

Dos ‘grecos’ Provisto de una intuición y de lo que Pascal denominaba esprit de finesse, según sus propias palabras “espíritu de observación” o “nativa curiosidad”, desde joven estuvo interesado en las artes plásticas y en todo aquello relacionado con el arte, sobre todo en la pintura. Uno de sus hallazgos más sorprendentes fue el descubrimiento en Gipuzkoa de dos grecos desconocidos y, por lo tanto, no catalogados hasta entonces; dos pinturas del maestro candiota Doménikos Theotokópoulos (1541-1614), denominado El Greco.

El primer descubrimiento lo hizo en Gatzaga-Salinas de Leniz, siendo seminarista, en una excursión con otros 300 seminaristas -entre ellos se encontraba José Miguel de Barandiaran─, en el curso académico de 1916-1917- en junio de 1917, cons 22 años, en el Santuario de Nuestra Señora del Castillo o Santuario de Dorleta. Una vez de llegar al santuario y terminadas las devociones subió al coro. Un cuadro que estaba colgado en la pared derecha llamó poderosamente su atención: se trataba de una pintura de El Greco, un San Francisco. El hallazgo fue confirmado por pintores como Uranga y Zuloaga.

El segundo descubrimiento es parecido al primero. En una excursión con otros seminaristas a Markina, Elgoibar, Azkoitia y Azpeitia pararon en una ermita de Iraeta, una barriada de Zestoa. Después de rezar empezó a observar los cuadros que había debajo del coro. Uno de ellos, un cuadro pintado en tabla, tenía todas las características del pintor de Candía, El Greco. A modo de firma tenía unas letras griegas: se trataba de un San Pablo de El Greco.

Euskal Pizkundea Unas de las figuras cimeras del renacimiento cultural vasco, Euskal Pizkundea, que tomó nuevo impulso a partir de la Segunda República, fueron José Ariztimuño, Aitzol, y Manuel Lekuona. Una de las fechas claves anterior a la guerra de 1936 fue 1918, fecha en la que se celebró el Congreso de Estudios Vascos de Oñati. En este congreso Manuel Lekuona conoció, entre otros, a José Ariztimuño, Aitzol (1896-1936), Nemesio Etxaniz (1899-1982) y Jose Markiegi (1895-1936). Sin embargo, la fecha en que participó activamente fue en el Quinto Congreso de Estudios Vascos de Bergara, en 1930 -el segundo se celebró de Iruñea, en 1920; el tercero, en Gernika, en 1922; el cuarto en Gasteiz, en 1926-, en la sección de Arte Popular Vasco, con un extenso trabajo titulado La poesía popular vasca, de 42 páginas de gran formato. El libro de actas del congreso se publicó en agosto de 1934.

Antes de este trabajo había publicado diversos artículos en diferentes revistas: Gymnasium, Anuario de Eusko Folklore, Euskalerriaren Alde, etc. En 1929, publicó Brabante’ko Jenobeba: bertso berriyetan obra del bertsolari errenteriarra Juan Cruz Zapirain (1867-1934), un librito de 163 estrofas que relata la popular historia medieval de Genoveva de Brabante. El librito de Zapirain está basado en una adaptación en prosa de una de las obras más difundidas en Gipuzkoa, de mediados del XIX, 1868, Santa Genovevaren vicitza Antziñaco demboretaco condairen ederrenetaco bat, de Gregorio Arrue. Este a su vez lo tomó de una obra del escritor alemán Cristóbal Schmid.

Las 163 estrofas en verso de Zapirain fueron compuestas hacia 1899 y se habrían perdido para siempre si Manuel Lekuona no las hubiese publicado en 1929, en una esmerada edición. Tanto las conferencias del Quinto Congreso de Estudios Vascos como su texto publicado tuvieron gran importancia. La primeras conferencias del congreso se pronunciaron en enero y febrero de 1931 y Lekuona habló de las toberas, “canciones, coplas de ronda para los recién casados”, y de los koplaris, “sujetos activos en la transmisión de las kopla zaharrak”. La segunda conferencia, que trataba sobre los bertsolaris, la pronunció en la Diputación de Gipuzkoa. Uno de los oyentes de esta conferencia fue José Ariztimuño, Aitzol.

Esta conferencia fue fundamental para que Aitzol, según le comunicó a Lekuona, se interesase más sobre el bertsolarismo e incluyera a los bertsolaris en su proyecto para promover la lengua y cultura vasca. Con esa intención organizó Aitzol las primeras Bertsolari guduak (Batallas de bertsolari), los primeros concursos o campeonatos de bertsolaris, con ayuda del médico y promotor cultural Teodoro Hernandorena (1898-1994). Estos primeros concursos, mutatis mutandis, bien podrían ser una especie de institucionalización de los desafíos del siglo XIX, como los de Billabona de 1801 y Tolosa de 1802. El primer concurso organizado por Aitzol se celebró en El Gran Kursaal de Donostia, en 1935, y lo ganó un jovencísimo Iñaki Eizmendi, Basarri (1913-1999). El segundo concurso se celebró en el teatro Victoria Eugenia de Donostia, el 19 de enero de 1936, y lo ganó, en su ancianidad, José Manuel Lujanbio, Txirrita, unos meses antes de morir, en junio del mismo año.

A partir de este trabajo del congreso de Bergara La poesía popular vasca, matizándolo y enriqueciéndolo, publicó en 1935 un manual de literatura oral vasca bajo el título Literatura oral euskérica, influenciado, entre otros, por la obra Style oral de Marcel Jousse. Esta obra es fundamental para conocer, valorar, apreciar y estimar la literatura oral vasca.

Manuel Lekuona con esta obra dio prestigio al bertsolari. Con gran respeto y admiración -y también amor, que sobre todo profesa el verdadero erudito que lo conoce desde dentro- el bersolari era para Lekuona, además de un grandísimo y genuino conocedor de la lengua vasca, un verdadero artista de la palabra, capaz de repentizar, de crear en unos pocos segundos, con gran capacidad dialéctica, una o varias estrofas y cantarlas para asombro y disfrute de todos aquellos que lo escuchan. Las composiciones de los bertsolaris -verdaderos vates queridos y admirados por el pueblo-, según demostró Lekuona, están provistas de ironía, y de una fuerza verbal que solamente lo pueden imprimir unos pocos creadores.

Los ejemplos que presenta en la obra citada son de Iparragirre, de Bakallo y Xenpelar, de Pello Errota, etc. La imagen de los bertsolaris, de unos sujetos un tanto bohemios y desastrosos, iletrados y por tanto ágrafos, frecuentadores de tabernas y sidrerías no hacía justicia a la minerva de los genuinos vates vascos. En palabras de Antonio Zavala en el libro-homenaje de 1977: “Izan ere, bertsolaritzari zor zaizkion errespeto ta izen onak Euskalerrian galduta zeuden, eta Lekuona’k atzera xuxpertu zituan. Besterik egin ez balu ere, gure esker ona merezia luke orregatik bakarrik”.

Manuel Lekuona en sus diferentes estudios y sobre todo en Literatura oral euskérica supo separar el grano de la paja; supo distinguir claramente en la batea la reluciente pepita de oro del barro y de la piedra, de igual forma que supo distinguir los cuadros de El Greco de otros cuadros menos significativos.

Quizá no sea casualidad, sino más bien causalidad, fruto de la lectura de Literatura oral euskérica, que un escritor tan admirado como Roberto Arl -contemporáneo y coterráneo de Borges y maestro, entre otros, de Julio Cortazar- en su viaje al País Vasco, en 1936, hablando de los bertsolaris que conoció en un batzoki de Portugalete, titulara uno de sus aguafuertes del diario argentino El mundo: Los bertsolariz. Improvisaciones a la manera de las payadas. La ironía cruel.

Los presos que llevaron el tren a Bermeo

Franco inauguró en 1955 la vía de ferrocarril construida por ‘libertos’ del dictador procedentes de diferentes lugares de España. Algunos se quedaron

Un reportaje de Iban Gorriti

el próximo año se cumplirán 65 años de la llegada del ferrocarril a Bermeo gracias al trabajo de esclavos de Franco de la Guerra Civil, a quienes nadie nunca ha reconocido lo suficiente esta labor, como no lo hizo el dictador el día de la inauguración de la vía el 16 de agosto de 1955.

Guardias civiles sobre un puente vigilando a los presos trabajadores. Fotos: Archivo del Museo Vasco del Ferrocarril

Entre aquellos presos había un grupo denominado libertos, algunos de ellos vascos. El director del Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia, Juanjo Olaizola, los define como “antiguos presos que, al ser condenados a destierro y no poder, por tanto, regresar a su tierra natal, optaron por continuar trabajando en sus antiguos puestos”. El investigador hace un paralelismo con los trabajos forzados del Valle de los Caídos de Madrid. “También allí hubo libertos que tenían que seguir picando piedra para ganarse la vida. No tenían otro recurso, porque no podían volver a su pueblo por ser declarados peligrosos y estar en libertad provisional”, subraya.

Aunque para algunos eran anónimos, aquellos libertos de Busturialdea tienen nombre y apellido. Es el caso de Antonio Jiménez Navarro, padre del reconocido escritor de Mundaka Edorta Jiménez, y también José Martos Justicia, Manuel Miguel Pastor Escribano o Miguel Martínez Márquez. Los tres primeros de Jaén, y el cuarto de Málaga.

Antes de conocer pinceladas de la vida de Jiménez, Olaizola precisa a este diario que la mano de obra de presos y penados interviene en el ferrocarril de Amorebieta a Bermeo en dos etapas diferenciadas. La primera, tras de la caída de Gernika en manos del ejército golpista que había provocado la Guerra Civil. Este periodo se prolongaría hasta 1945. La segunda, desde la creación del destacamento penitenciario de Bermeo el 21 de enero de 1953, hasta su disolución el 30 de mayo de 1958. “En la primera etapa -matiza el investigador-, la inmensa mayoría de los penados eran represaliados republicanos, gudaris, milicianos y soldados, mientras que en la segunda eran principalmente presos condenados por delitos comunes”.

También hubo, como curiosidad, un comandante acusado de un delito de “fraude a la intendencia militar”, y cuatro guardias civiles que fueron condenados en Consejo de Guerra el 5 de junio de 1955 por quebrantamiento de consigna y cohecho, en un caso de contrabando de diversos materiales.

Aunque los libertos eran en principio trabajadores libres, continuaron sujetos a la disciplina militar de los destacamentos de trabajadores de los que seguían formando parte, siempre bajo la amenaza de que cualquier denuncia podría quebrar su régimen de libertad condicional. “Muchos de ellos, al no disponer de un domicilio, establecieron su residencia provisional en las propias dependencias del centro de reclusión, situado en la calle de los Tilos, en el antiguo colegio de los Agustinos. Incluso los habitantes de la comarca difícilmente distinguían entre penados y libertos”, matiza Olaizola.

Finalizada la reconstrucción de Gernika, los libertos continuaron trabajando en diversas obras realizadas en la comarca, como en la construcción del ferrocarril entre Sukarrieta (hoy Busturia-Itsasbegi) y Bermeo. De aquel grupo, Olaizola halló hace quince años certificados en el Centro Penitenciario Bilbao, en Basauri.

El padre del literato Edorta Jiménez, Antonio Jiménez Navarro Remolín, era natural de Villagordo, Jaén. Fue sentenciado en Consejo de Guerra, en Córdoba, a 20 años por el delito de rebelión militar. Desde la cárcel andaluza lo destinaron a Gasteiz en 1940. Un año después, a la bilbaina de Larrinaga, “aunque ante la saturación de presos de esta dependencia fue recluido en el centro penitenciario que había sido establecido en la fábrica de la Tabacalera”.

Decretado su traslado a Madrid, no llegó a efectuarse la orden. En 1943, fue encuadrado en batallones de trabajadores que desarrollan su actividad desde la prisión provincial de Bilbao. “Con el fin de iniciar la tramitación del expediente de libertad condicional, la prisión provincial de Bilbao solicitó informes al Ayuntamiento, Delegación de Falange y Guardia Civil de Villagordo, con resultados negativos, ya que las tres entidades coincidieron en señalar sobre Antonio Jiménez Navarro: con frecuencia sería increpado por el vecindario, al tratarse de un exaltado anarquista y de un sujeto peligroso para nuestro régimen”.

A pesar de que un informe del médico de la prisión provincial de Bilbao certificaba que Jiménez padecía “insuficiencia mitral compensada y por tanto se considera inútil para el trabajo”, fue trasladado al destacamento penal de Gernika trabajando a partir de esta fecha en las obras de reconstrucción de esta ciudad, así como en las de renovación y mantenimiento del ferrocarril de Amorebieta a Sukarrieta.

destierro En 1943, obtuvo la libertad condicional con destierro, por lo que, ante la imposibilidad de regresar a su tierra natal, debió optar por continuar trabajando por cuenta de las diversas empresas contratistas de las obras de reconstrucción de Gernika y del ferrocarril en su nueva condición de liberto, fijando su primera residencia en la calle de los Tilos de Gernika, precisamente en el centro de reclusión del antiguo colegio de los Agustinos. El día 25 de mayo de 1950, obtuvo su licenciamiento definitivo. Sin embargo, “él contaba que no sabía cuándo había dejado de ser preso y pasado a ser legal”, lamenta Olaizola.