El arte vasco en la guerra: Eresoinka

Hace 75 años, el Teatro de Chaillot de París acogió una velada que puso broche de oro a una gira por Europa para dar a conocer el alma vasca: su cultura.

Miembros del grupo Eresoinka.
Los miembros del grupo Eresoinka, cantantes y bailarines que protagonizaron la gira que culminaría en París el 26 de mayo de 1939 ante tres mil espectadores.

El 26 de mayo de 1939 el grupo Eresoinka actuó por última vez en un escenario parisino, en el Teatro de Chaillot, en compañía de los niños de Elai-Alai. Esa velada, presidida por François Mauriac, y a la que asistió el lehendakari José Antonio Aguirre, fue el apogeo de las actuaciones organizadas con motivo de la semana de presentación de la LIAB (Liga Internacional de los Amigos de los Vascos). Se completó con la exposición Cincuenta años de pintura vasca, que estuvo expuesta del 22 de mayo al 10 de junio en una galería de la calle Faubourg Saint-Honoré, y con la organización de grandes partidos de pelota que se celebraron el domingo 28 de mayo en el frontón de París.

Para los vascos exiliados, la puesta en marcha de la LIAB se vivió como un verdadero reconocimiento. Poco después de su creación el 16 de diciembre de 1938, dos comités vieron la luz: el Comité de Ayuda a los Vascos, presidido por Monseñor Clément Mathieu, obispo de Dax; y el Comité de Intereses Generales de Euzkadi, presidido por François Mauriac, ambos formando la sección francesa de la LIAB.

La Liga contó con la participación de personalidades eclesiásticas y políticas de primer plano y fue la gran obra de Manuel Ynchausti, quien contribuyó con fuerza a la organización del exilio y acogida de población en Iparralde. Gracias a la eficacia de la Liga y al apoyo de semanario Euzko Deya, que presentó los objetivos de la Liga el 21 de mayo, la prensa parisina anunció el acontecimiento en el periódico Le Figaro del 25 de mayo:

Mañana viernes por la tarde, en el Teatro Chaillot, doscientos cantantes y bailarines vascos ejecutarán un programa de calidad: Tierra y mar, verdaderos fragmentos de ópera, escenas de la vida vasca, con unos decorados inéditos realizados por artistas de gran talento. Dentro del programa, los coros y danzas de la célebre coral Eresoinka, a la que la prensa aplaudió unánimemente por sus representaciones del año pasado en la sala Pleyel. Además, Lide Olaeta, la bailarina más joven del mundo, acompañada de 25 jóvenes artistas de Elai-Alai, ejecutará danzas célebres de Gipuzkoa y Bizkaia.

Así, al día siguiente, ante 3.000 espectadores, José Antonio Agirre, François Mauriac y los principales responsables de la LIAB, los txistularis entonaron el Mendiko Soñuak, de Jesús Guridi. Después, el espectáculo se desarrolló equilibrado entre la Academia Coreográfica y el coro, que interpretó las siguientes obras del repertorio vasco: Agur Jaunak, Udaberria, de J. Olaizola; Ama begira zazu, de Zubizarreta; Dringilin-dron, Loa loa, de Esnaola; Akerra ikusi degu, Amatxo, de Guridi; Arranoak, de E. Jordá;, Bigarren Kalez Kale, de Sorozabal, y Aurtxoa seaskan, de G. Olaizola. La segunda parte estuvo reservada al conjunto Elai-Alai de Segundo Olaeta, que conoció en Francia una aventura similar a la de Eresoinka, con un programa de cantos y danzas. En la tercera parte Larrun Kresala presentó sus escenas de vida popular cantando y bailando, entre otras: Itxasoan y Ama, obras del Padre Donostia, para finalizar con Ator Mutil de Guridi.

Esa velada marcó la apoteosis de una aventura artística y humana que había comenzado en Santander. El 19 de agosto de 1937, cuando todo parecía perdido, el lehendakari Aguirre pensó que había que continuar la lucha por medios pacíficos. Convocó a Gabriel Olaizola y le confió la misión de embajador cultural de la paz, frente a una Europa presa del fascismo:

Le dije así: es posible que no podamos salir de aquí. Sin embargo, nuestra tarea no ha terminado y deseo que llegue también al terreno artístico. Te pido que salgas inmediatamente hacia Francia y formes, entre nuestros refugiados, el mejor coro posible para que lleve, por todo el mundo, gracias a nuestras melodías, el recuerdo de un pueblo que muere por la libertad.

Gabriel Olaizola, bajo de ópera, era un artista emblemático de Gipuzkoa y dirigió el coro Eusko Abesbatza de San Sebastián desde 1931. Marchó hacia la zona de Baiona y buscó intérpretes de renombre refugiados en Iparralde. Se rodeó de los mejores especialistas musicales y elaboró un repertorio basado en las tradiciones de Euzkadi, completándolo con grandes obras polifónicas modernas y religiosas. Así, llegaron a Sara los músicos José Uruñuela, José Olaizola y Alejandro Valdés; después los colaboradores de Olaizola: Aurora Abasolo, José Etxabe y Txomin Olano. El Padre Donostia asesoró a distancia en la elección del repertorio, mientras que Olaizola recurriría a las obras ineludibles de Guridi, Sorozabal, Esnaola, Sagastizabal, Ravel y Debussy… y los grandes polifonistas de los siglos XV y XVI.

El calor de Sara Durante el exilio de la población del sur de Euzkadi, la acogida de los pueblos fronterizos de Iparralde fue ejemplar. El pueblo labortano de Sara fue elegido para la preparación del coro y aportó su parte de humanidad hacia sus hermanos del sur. El renombre del alcalde, Michel Leremboure, la presencia de refugiados de Gipuzkoa, como Antonio Labayen, y las relaciones del Padre Donostia y de José Miguel Barandiaran con los habitantes de Sara fueron, sin duda, determinantes en esta elección.

Entre los intérpretes que llegaron al pueblo se encontraban futuras personalidades del mundo cultural: Jesús Elosegui, creador de Aranzadi; el txistulari y lingüista Jon Oñatibia; el arquitecto Juan Madariaga; y del mundo del espectáculo, Pepita Embil (madre de Plácido Domingo) y el tenor Luis Mariano, entre otras personalidades tales como el sacerdote tenor Ramón Laborda, Teodoro Hernandorena y Pablo Eguibar.

Los ensayos tuvieron lugar entre el 22 de septiembre y el 17 de noviembre y prepararon 43 obras. Jesús Luisa Esnaola, antiguo bailarín del grupo Saski-Naski, dirigió un conjunto coreográfico. Son numerosos los recuerdos que permanecen en Sara, tanto en la memoria colectiva como en ciertos lugares. Especialmente en el frontón, donde los bailarines ensayaban durante las bellas jornadas del otoño de 1937; en el hotel de La Poste, donde el grupo hacía vida y donde aún permanecen las firmas de los miembros de Eresoinka. Pero si hay un testimonio único, es el de la casa Ihartzeartea, en la que se puede admirar el fresco del pintor Gaspar Montes Iturrioz, realizado a principios del año 1937 en agradecimiento por la acogida de los habitantes de Sara. Lugar de ensayo de los bailarines, txistularis y de parte de los cantantes, esta sala emociona y está impregnada de serenidad.

La preparación del espectáculo se prolongó un mes en París, para debutar el 18 de diciembre en la sala Pleyel. Simultáneamente, un equipo parisino, dirigido por Manuel de la Sota y compuesto por el director de orquesta Enrique Jordá y los pintores José María Uzelai, Antonio de Guezala, Ramiro Arrue y Julián Tellaeche, realizó un trabajo considerable. Imaginaron un espectáculo de tradiciones populares, compuesto de cuadros escénicos musicales, de entremeses cantados y bailados, además de realizar los decorados y el vestuario. Buscaron una sala de espectáculos prestigiosa, siguiendo el deseo del lehendakari Aguirre, que asegurara la promoción del espectáculo, así como el alojamiento para un grupo tan numeroso. Ramiro Arrue y Manu de la Sota elaboraron un bello programa mientras que Antonio de Guezala realizó el espléndido cartel titulado: Eresoinka, espectáculos de Arte Vasco.

Gira por Europa Seis meses después de la caída de Bilbao, el pueblo vasco levantó la cabeza y el éxito logrado tras las actuaciones de los días 18, 19, 20 y 23 de diciembre de 1937 estuvo a la altura de la ambición del lehendakari Aguirre, es decir, ¡la excelencia! Durante los seis meses siguientes realizaron una gira de seis semanas de Bruselas a Rotterdam, pasando por Amberes, Gante, Amsterdam y La Haya. El mes de abril lo dedicaron a las representaciones en el Teatro de París, donde Pepita Embil interpretó la canción de cuna Aurtxoa seaskan dago. En junio, los espectáculos en el teatro Aldwich de Londres duraron dos semanas, siempre con el mismo éxito, con un espectáculo imaginado por J.M. Uzelai y Manu de la Sota: Larrun Kresala.

A su vuelta, la cuestión económica se impuso ante la dificultad para alojar y alimentar a más de cien personas. La dirección de Eresoinka descubrió el castillo de Belloy, cerca de Saint Germain-en-Laye, que se convirtió, a partir del mes de julio, en su residencia principal. Vivieron en la autarquía hasta la disolución del grupo, aportando cada uno su contribución a la vida grupal.

En septiembre de 1938 realizaron una serie de representaciones por tierras vascas, en Baiona, Biarritz y Donibane Lohizune. Un año después de la creación del grupo, los eventos internacionales marcaron una pausa en la vida artística de Eresoinka. El segundo año lo dedicaron a la organización de conciertos de prestigio y de música sacra, así como a la realización de grabaciones del repertorio vasco. El 9 de abril de 1939, el segundo Aberri Eguna del exilio fue la ocasión para organizar una fiesta en el castillo de Belloy con los jóvenes bailarines de Elai-Alai, en presencia del lehendakari Agirre.

Eresoinka se implicó en las manifestaciones de la LIAB, lo que les llevó hasta aquella velada del 26 de mayo de 1939, antes de la disolución del grupo ante la escalada de la tensión. ¡Qué emoción debieron sentir los protagonistas de aquella velada al ver el resultado del trabajo realizado durante dos años! Especialmente el lehendakari Agirre, que sabía que la aventura se terminaba, no sin cierto orgullo por la misión cumplida.

Eresoinka fue una aventura incomparable y una etapa importante para la difusión de la cultura vasca. Por los cantos armonizados para la ocasión y el principio de un espectáculo basado en la tradición popular, se trata de un acto fundador y federador de la cultura de las provincias del sur y del norte, que todavía practicamos nosotros. ¡El legado es considerable!

Los vascos de Eresoinka encontraron en el exilio la manera de continuar combatiendo, poniéndose a disposición del más bello compromiso: que no muriera el alma del País Vasco. Dos miembros del coro viven aún: Inazita Olaizola y Miren Derteano. Agradezcámosles en nombre de sus compañeros el haber escrito esta bella página de la historia del País Vasco.

El autor

La boina de los vascos: ‘Txapela buruan eta ibili munduan’

La boina o txapela es identificada como el tocado ‘natural’ de los vascos. Las hay de todos los colores y tamaños, al igual que múltiples son las formas de colocarla. Hoy, su uso como prenda de vestir cotidiana es cada vez más escaso.

La hora del aperitivo en el Hotel Eguia, de Algorta.
La hora del aperitivo en el Hotel Eguia, de Algorta.

Amaia Mujika Goñi. La txapela, boneta, boina o béret utilizada en Zuberoa y Bearn, al menos desde el siglo XVIII, se generalizó como tocado civil en el País Vasco peninsular a partir de la Primera Guerra Carlista, magníficamente encarnada en la figura del general Zumalakarregi, quien cubría su cabeza con una boina de amplio vuelo. Sus múltiples cualidades de textura, color y versatilidad la convirtieron rápidamente en el tocado preferido de los jóvenes y, paulatinamente, de los mayores, relegando el uso de los tradicionales sombreros al traje de ceremonia y provocando, a partir de mediados del siglo XIX, su fabricación semiindustrial en diversos puntos del país -Azkoitia, Tolosa y Balmaseda- a remolque de las vecinas manufacturas bearnesas de Oloron Sainte Marie y Nay. Su perfecta adaptabilidad al gusto y comodidad de quien lo lleva permite un sinfín de maneras a la hora de colocarla, y hay quien en ello ha visto reflejado el carácter de su portador, pero de lo que no cabe duda es de que la boina, a pesar de su tardía implantación en el país, se convirtió en el símbolo por antonomasia de la fisonomía del vasco.

Txapela nahi dut buruan

Mingañean berriz euskera

Bihotzan barru-barruan

Biak daukadaz batera.

Así, la estampa del vasco vestido a la usanza tradicional se caracterizará por llevar siempre la cabeza cubierta con una boina, usándola desde la niñez hasta el ocaso y, aún en el tránsito al más allá, le escoltará sujeta respetuosamente entre los dedos de la mano, erigiéndose así en fiel y exclusiva compañera, únicamente abandonada en la cabecera de la cama o el banco de la iglesia. Hubo un tiempo en las iglesias labortanas en el que al levantar la vista hacia lo alto de las galerías destinadas a los hombres, te encontrabas con la pared atravesada por una larga hilera de boinas colgadas durante la misa mayor. De igual manera, los espacios de reunión y esparcimiento masculino como la plaza, el frontón o la feria, serán, a los ojos de propios y extraños, un mar de boinas, una imagen una y otra vez captada por las primeras generaciones de fotógrafos.

Abarkak oinetan

Tsapel bat buruan

Gerrestua gorputzean

au da nire apaindura guzia.

Sí, en un primer momento, la boina se identificó por ser el tocado de las últimas generaciones que vistieron el traje popular, no concibiéndose baserritarra, artzai o arrantzale sin txapela, este cubrecabezas trascendió, a finales del siglo XIX, al ámbito urbano, siendo adoptado por los reyes y aristócratas que visitaban las playas de Biarritz y La Concha, por los hijos de la burguesía local que lo alternaban con el sombrero, por los comerciantes e industriales en su devenir diario, y por la clase obrera, que lo convierte en uniforme de trabajo junto con el mahón y la alpargata, extendiendo con ello su área de influencia a los pueblos de alrededor y, paulatinamente, al resto de la península. Cruzará también el Atlántico, con las sucesivas diásporas, llegando a lugares donde jamás se había visto prenda tan rotunda y sencilla a la vez, convertida, según L. de Castresana, en «la tarjeta de visita con la que el vasco, desde lo alto de su pequeño mástil negro, saluda al mundo pregonando su identidad». Una vez conocida, la moda y la personalidad de algunos de sus famosos portadores hicieron el resto, convirtiéndola en un complemento de uso universal y unisex, calificada según el contexto como prenda revolucionaria (Che Guevara), chic (Coco Chanel), literaria (Hemingway), deportiva (René Lacoste), patriótica (Francia ocupada), glamurosa (Ava Gardner) o militar (boinas verdes).

gorra nacional vasca Este largo periplo ha sido el responsable de que la boina se identificara, a partir de la Primera Guerra Carlista, como gorra nacional de las provincias vascas, llamándose de igual manera en otros idiomas: béret basque, beretto dei basque, basque cap, basken mütze. Sin embargo, y aunque indudablemente nos cabe el mérito de haber sabido darle carta de naturaleza al adaptarla perfectamente a la idiosincrasia del Pueblo Vasco, la boina no deja de ser un cubrecabezas sencillo, práctico y de fácil elaboración, tricotada en lana y con muchos primos hermanos entre los tocados masculinos europeos, dispersos en el espacio-tiempo.

Empezando por los más antiguos de Cerdeña, Eslovenia, Dinamarca e Iberia, datados a partir de la Edad del Bronce y estudiados por Manso de Zuñiga, y continuando por los que se pueden ver entre la gran variedad de formas reproducidas en los códices medievales, al coincidir con la generalización del uso del tocado masculino, la evolución nos lleva hasta la Edad Moderna, periodo en el que la especialización gremial diferenciará el oficio de los boneteros, dedicados a la elaboración a punto de aguja de cubrecabezas redondos de lana y que, al igual que las boinas modernas, someterán al abatanado, moldeado, teñido y prensado. Este bonete es el que evolucionará y adoptará una gran variedad de formas, hechuras y texturas que bajo la influencia de los sucesivos estilismos y modas se irán utilizando hasta el siglo XIX: copa sencilla o doblada, birrete, carmeñola, galota y gorra… lo que ha generado que se confundan términos y modelos a la hora de explicar los antecedentes históricos de la boina y sus congéneres europeos, como los scottish bonnet o alemanes, las gorras de la guardia suiza o la faluche de los estudiantes franceses, entre otros.

Según Unamuno, la boina fue para su generación niveladora, pero su versatilidad a la hora de colocarla sobre la cabeza trasmite carácter, coquetería, impertinencia, desafío o desenvoltura; su paleta cromática señala estéticas, ideologías o dualidades y el tamaño nos habla de procedencias y connotaciones sociales, por todo lo cual se puede decir que la boina lejos de uniformizar distingue e identifica a su portador. Sirva como apunte lo que se decía en Donostia allá por los años 50: «El navarro en Pamplona usa la misma boina que en Madrid, el donostiarra la lleva en la ciudad y para ir a Madrid se pone sombrero; y el bilbaino viste con sombrero en Bilbao y con boina cuando va a Madrid».

hoy, multicolor La boina, hoy multicolor, ha sido tradicionalmente blanca, roja, azul y negra. Será la boina de este último color la que se generalice con la industrialización, pero las fuentes históricas nos remitirán a la azul como la más utilizada, a ambos lados de la frontera, durante todo el siglo XIX; una tonalidad, por otra parte, muy arraigada en la estética vasca. El color es también lenguaje y así la boina blanca o roja significó a su portador como carlista o liberal durante la Primera Guerra Carlista, intercambiadas en la Segunda y heredada la colorada por los requetés en la guerra del 36 y, por derivación, por los miembros de las FET y las JONS en época franquista. En la actualidad, la boina roja participa del uniforme festivo de Iruñea y Baiona, singulariza a tamborileros y danzantes de nuestro folclore y distingue, cada vez menos, todo hay que decirlo, a las fuerzas del orden que repiten el tocado de sus predecesores forales. La negra sigue siendo la reina entre quienes la han llevado tradicionalmente como parte de su atuendo y la azul es la elegida por aquellos que pasean sus años con coquetería por calles y plazas.

Gaur Euskadi modernoa heldu dela eta

Ertzainak txapelaren truke gorra du buruan

Zure jantziarengatik ezagutuko zaitut.

Orain nola egin?

Si el color identifica, el tamaño importa y a mayor vuelo más prestancia, al menos en Bilbao, siguiendo la estela de las amplias boinas carlistas que tanto en el país como en el Pirineo se usaban y que aún hoy define, en palabras de Emilio Pirla, de la bilbaina Sombrerería Gorostiaga, la procedencia del cliente. Cuando más al este, más grande y cuanto más al sur, más pequeña, con tamaños que oscilan entre diez y catorce pulgadas, con una equivalencia aproximada de entre 23 y 32 centímetros de vuelo, al utilizar como unidad de medida la media pulgada de vara castellana que, a groso modo, supone un centímetro por talla, presentando un amplio abanico desde la encogida y escasa soso-kabi, relegada para el trabajo, a la airosa y de vuelo para salir a la calle, sin olvidar la de talla gigante que alcanza los 36 centímetros (16 pulgadas), destinada a coronar a los campeones con el título de txapeldun o para ir a San Mamés.

El uso de la boina como prenda del vestido cotidiano ha caído en desuso, al igual que la mayoría de los cubrecabezas que hasta los 60 eran considerados complemento ineludible del buen vestir y hoy son vistos como una convención o incluso un estilismo caduco. Relegada a la cabeza de nuestros mayores y suplantada, en el caso de algunos jóvenes, por gorras y gorros foráneos (que paradójicamente recuerdan a los antiguos txanos de marineros y labradores), es utilizada principalmente como prenda identitaria y, al tiempo, rechazada por lo mismo, pero también adoptada por jóvenes diseñadores locales con el fin de dotarla de una imagen moderna, como las boinas de tela reciclada de Truca Rec o la colaboración de Loreak Mendian con Boinas Elosegui, de Tolosa, para su línea otoño-invierno 2013. Su declive ha ido acompañado por un movimiento asociativo prodefensa y promoción del uso de la boina que, repartido por los estados de Francia y España, organiza actividades y premios en torno a la significación o concepto que de ella tienen. En Euskalerria las primeras manifestaciones se iniciaron en los 60, con la celebración de concursos mundiales en las localidades de Otxandiano y Tolosa, premiando la colocación, la estética, el tamaño y la originalidad de la chapela, hoy extendidos a numerosos puntos del territorio, certificando una vez más la singularidad que tan sencillo cubrecabezas tiene entre los vascos.

Mucho se ha escrito sobre la txapela y de todos hemos aprendido algo pero sirva este artículo como recuerdo al último que le ha dedicado una monografía, el etnógrafo Antxon Aguirre Sorondo (G. B.), que hizo suya la máxima de txapela buruan eta ibili munduan siguiendo la senda abierta por Joxe Miel de Barandiaran.

El 11 de octubre y la liberación de la mujer vasca

ES habitual que muchas efemérides vengan determinadas por acontecimientos de alcance internacional, ajenos a nuestra propia Historia. Como el 1 de mayo, día del trabajo o del trabajador, o el 8 de marzo, día internacional de la mujer. Otras muchas efemérides a los vascos nos vienen dadas por los Estados que nos administran, como el 12 de octubre, día de la raza o de la hispanidad, o el 14 de julio, día de la toma de la Bastilla (y no de la primera vez que se izó la ikurriña).
Esto resulta un inconveniente derivado de no disponer de un Estado propio, que no solo fija y determina las fiestas oficiales sino que, sobre todo, dispone de Academias y Universidades, académicos e historiadores que eligen y glosan hitos y mitos. Y es también consecuencia de las reducidas dimensiones de un país vasco pequeño y dividido.

historia de los vascos
Hoy quiero recordar aquí precisamente una efeméride vasca popularmente olvidada y raramente celebrada. Como tantas otras por desconocimiento propio y desinterés ajeno. Se enmarca en la última guerra civil que se vivió en Euskadi, pocos días después de la constitución de nuestro primer Gobierno vasco.
Aquel Gobierno presidido por José Antonio Aguirre fue un gobierno de concentración de todos los partidos políticos democráticos que tuvo como una de sus más notables características su preocupación por la humanización del conflicto. Destacó especialmente por su afán por civilizar la guerra, la más incivil de todas las posibles. Una guerra civil iniciada por el fascismo sublevado contra la voluntad popular expresada en las urnas. A diferencia de las guerras convencionales entre Estados, en este conflicto no se reconocía al enemigo, considerado mero delincuente, ni había cuartel, especialmente desde el bando sublevado, que buscaba no solo la victoria militar sino, además, el aniquilamiento y exterminio de los contrarios.
Nada más constituirse este primer Gobierno vasco, jurando Agirre y sus consejeros el 7 de octubre de 1936 bajo el Árbol de Gernika, sus componentes comenzaron a trabajar por la salvaguarda y preservación de los derechos y vidas de quienes los tenían más en riesgo en aquella situación, las personas apresadas por las autoridades legítimas por su simpatía o apoyo a los sublevados, buscando su canje por los apresados por aquellos, pudiendo así salvar las vidas de todos ellos. Ya figuraba expresamente como uno de los puntos del programa del Gobierno vasco que este «resolverá rápidamente la situación de los presos políticos y militares, sometiéndoles sin dilación a los Tribunales populares creados por la ley.»
cruz roja internacional Siendo prácticamente imposible entablar relaciones formales con los insurrectos, se recurrió a la Cruz Roja Internacional, representada por sus delegados Marcel Junod y Daniel Clouzot. En el tiempo récord de tres días tras la constitución del Gobierno provisional de Euzkadi, se llegó a un acuerdo con ellos en el que también estuvieron presentes el embajador de la República argentina Daniel García Mansilla, el cónsul británico en Bilbao Ralph C. Stevenson y los comandantes de dos unidades navales británicas, los destructores Exmouth y Esk, que habián conducido a suelo vasco a esta delegación internacional y que tendrían además posteriormente un destacado protagonismo, como se verá.
Este acuerdo firmado en Bilbao el 10 de octubre de 1936 estableció que, a solicitud del embajador argentino García Mansilla y del delegado de la Cruz Roja Internacional Junod, el Gobierno vasco «adoptase por su parte una medida de humanización de la guerra, poniendo en libertad a las mujeres detenidas por causas políticas o por motivo de la guerra y concediéndoles la libertad de salir del territorio afecto a la legalidad de la República en Euzkadi, para lo que el Gobierno de S.M. Británica ha puesto en  un puerto vasco buques que verificarán el transporte de dichas mujeres».
El acuerdo reflejaba además que estas mujeres presas habían sido ya visitadas por los representes internacionales, acompañados por el consejero de Justicia vasco Jesús María de Leizaola, y que se les había dado la posibilidad de elegir entre permanecer en territorio vasco leal a la República o ser evacuadas tras su liberación, habiendo elegido en un principio la evacuación 130 de ellas y lo contrario las 38 restantes.
El Gobierno vasco tan solo puso como principal condición hacer constar su deseo de que por parte de los sublevados estos pusieran en libertad a todas las mujeres «de vecindad o ascendencia en Euzkadi, denominación en que se comprenden Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra y que se hallen detenidas por iguales motivos…»
Esta parte de la liberación de las mujeres apresadas por los facciosos tristemente nunca se cumpliría y no solo estarían muchos años encarceladas en condiciones terribles e inhumanas, en prisiones como la tristemente célebre de Saturraran, sino que los sublevados llegaron a fusilar y asesinar a muchas de ellas.
Distinta suerte tuvieron las mujeres apresadas que habían quedado bajo la responsabilidad del Gobierno vasco. La misma noche del día de la firma del acuerdo personal de sus servicios de Justicia trasladaron a los buques británicos a las que habían manifestado su voluntad de ser evacuadas, que acabaron siendo, según los listados que se conservan, 112.
la liberación En las primeras horas de la mañana del 11 de octubre de 1936, sin haber pasado cuatro días completos desde la constitución del primer Gobierno vasco, zarparon el Exmouth y el Esk con las mujeres liberadas, rumbo al puerto vasco bajo administración francesa de Donibane Lohizune, a donde llegaron sin novedad. Entre las liberadas cabe destacar a una que llegaría a alcanzar gran notoriedad a finales de la dictadura franquista por ser designada para ocupar la alcaldía de Bilbao, Pilar Careaga Basabe. De su categoría da una idea el hecho de que no se conoce que hiciera nunca agradecimiento ni mención pública alguna a las insólitas condiciones en que se produjo su liberación.
Sirvan también estas líneas en homenaje y agradecimiento a quienes cuando todas las circunstancias orientaban al odio y a la venganza supieron hacer prevalecer sus convicciones humanitarias y democráticas: los componentes de aquel primer Gobierno vasco presidido por José Antonio Aguirre e integrado por nacionalistas vascos, socialistas, republicanos y comunistas; los representantes diplomáticos de Argentina y del Reino Unido, y los oficiales y tripulantes de las dos unidades de su flota que hicieron posible la evacuación de las mujeres que lo pidieron, los destructores Esk y Exmouth.
Como amarga ironía final, mientras que la mayoría de aquellas mujeres podría regresar a Euskadi tras su ocupación por los sublevados y su sometimiento a una dictadura, con la que se identificaban políticamente, gran parte de las tripulaciones del Esk y el Exmouth no sobrevivirían cuatro años al ataque del fascismo. El Exmouth fue hundido el 21 de enero de 1940, cuando navegaba al norte de Gran Bretaña escoltando a un mercante, torpedeado por el submarino alemán U-22. Perecieron todos sus tripulantes. El 31 de agosto del mismo año el Esk se hundió tras chocar contra una mina navegando frente a las costas de Holanda.
La liberación de todas las mujeres presas bajo la responsabilidad del primer Gobierno vasco recién constituido resulta, en mi opinión, no solo un hecho que refleja perfectamente el compromiso humanitario de este Gobierno presidido por el lehendakari Aguirre.  Es también un acontecimiento injustamente olvidado que merece ser rescatado del pasado, especialmente por las instituciones y organizaciones vascas que trabajan a favor y en defensa de la igualdad y la liberación de la mujer.

Con denominación de origen Bilbao

Bilbao es hoy internacionalmente conocido gracias a la regeneración y modernización urbanística experimentada en las dos últimas décadas, una imagen vanguardista considerada como un activo en el presente pero muy diferente de aquellas otras que la ciudad ha proyectado a lo largo de sus 713 años de historia como Villa. Bilbao es, desde su fundación, el motor productivo y económico del País y, como tal, ha demostrado tener la capacidad y fortaleza de progresar y crecer de acuerdo con los tiempos, posicionado primero en enclave mercantil y después en una gran metrópoli industrial, cuyo drástico declive económico y social en los 80, desembocó en el denominado Efecto Bilbao, que es hoy portada de revistas y guías turísticas. Esa fuerza de trabajo y dinamismo ha sido su tarjeta de visita, generando en cada periodo histórico una imagen de ciudad que sus contemporáneos han promocionado, e incluso explotado como marca comercial de productos, identificándolos con la patria urbana que los fabricó o hizo suyos al comerciar con ellos.

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Productos BILBO-A El Bilbao de la Baja Edad Media y Moderna, conocido en el mercado anglosajón con su actual denominación oficial en euskera Bilbo, fue una próspera ciudad mercantil del eje atlántico que cimentó su mercado con la exportación de hierro del Señorío, la lana castellana y la importación de tejidos del norte europeo, a resultas de lo cual el término Bilbo-a pasó a identificar productos que eran originarios o distribuidos por la plaza bilbaina. Utilizado como sinónimo del hierro vizcaino se extendió rápidamente a manufacturas como los estoques Bilbo, del siglo XVI, apreciados por su flexible hoja de doble filo y aguzada punta; las espadas fabricadas un siglo después e identificadas como de empuñadura Bilbo type o los Bilboes, unos grilletes corredizos dispuestos sobre largas barras o con los que se encadenaban a los presidiarios. Objetos, repetidamente mencionados por los literatos ingleses, tal y como lo recoge Miguel de Unamuno en su poema Bilbao:

«Bilbao, el barco dice adiós a silbo/la mena roja llevase el Nervión/antaño, a Sheskpir (sic) al cantarle el bilbo,/el arte le cantaba del ferrón».

Con posterioridad, el término siguió vigente como apelativo de los espejos neoclásicos del Sigue leyendo Con denominación de origen Bilbao