El capitán de miñones que no comulgaba con las dictaduras

Tras sufrir a Primo de Rivera y conocer a Franco y Sanjurjo, el militar Casiano Guerrica-Echevarria se alineó junto al lehendakari Aguirre, que le quiso a su lado

Un reportaje de Iban Gorriti

Tenía 32 apellidos vascos. Nació en Cáceres, de familia bilbaina. De capitán de Miñones de Bizkaia llegaría a ser jefe de artillería del cuerpo del Ejército de Euzkadi. Dos de las personas que han estudiado su curiosa figura a rescatar del olvido son el abogado José Luis Aguinaga y el profesor de la UPV/EHU Aritz Ipiña. 

Una reflexión de este último es muy aclaratoria: “Casiano Guerrica-Echevarria, a pesar de no ser un militar izquierdista ni nacionalista vasco, pagó su participación en la defensa de la legalidad republicana como militar al servicio del Estado que era, con nueve años de exilio en Francia y la expulsión del Ejército”.

A juicio de este historiador, transcurridos 83 años del golpe de Estado franquista, “es necesario desechar la idea que aún perdura en parte de la sociedad de que únicamente fueron los militares los que se sublevaron contra la República, ya que muchos de ellos pagaron con su vida, con la cárcel o el exilio el permanecer al lado de las fuerzas gubernamentales”.

El propio Casiano confirmaba estas impresiones. “No he sido nunca político. Como militar no tenía por qué estar en ninguna tendencia, ni leíamos prácticamente los periódicos políticos. Personalmente me podía encontrar, y me encuentro, como social-cristiano”, daba testimonio a Aguinaga.

En sus tiempos mozos, el extremeño conoció a quien a la postre fue lehendakari porque militaba con 16 años en el Athletic. Además, como en la actualidad el exrojiblanco Koikili Lertxundi, practicaba lucha grecorromana en el Deportivo. “En esas fechas conocí a José Antonio Aguirre, un hombre que no solo hablaba, sino que predicaba con el ejemplo”, valorizaba Casiano. Iba más allá al evocar que cuando le nombraron presidente, él estaba con gripe. “No pude asistir a la sesión de investidura. Aguirre preguntó por mí y cuando le dijeron que estaba enfermo me mandó una carta que me llegó por la noche, diciéndome que me recuperara pronto, ya que me quería a su lado, y encargándome de todos los servicios de municionamiento y armamento. Es más, me dijeron para ser general de División, pero yo solo quería ser miñón”.

Guerrica-Echevarria nació en el 13 de agosto de 1897. Quiso estudiar ingeniero, sin embargo se presentó a la Academia de Artillería de Segovia. Según su versión, se presentaron 1.800 para 40 plazas e ingresó como el número cinco en 1915. Fue destinado a Iruñea y Donostia.

En 1921 fue trasladado a África. Conoció a los militares Sanjurjo y Franco 15 años antes del golpe de Estado de julio de 1936. Le mandaron forzoso como profesor de la Academia de Artillería. El totalitarista Primo de Rivera le echó del cuerpo “sin ninguna explicación, y es que a mí las dictaduras no me han salido bien”, detallaba.

En 1930 fue admitido de nuevo y destinado a Catalunya y de nuevo a Donostia. Durante la República, Ramón Madariaga, diputado, le propuso ir a Miñones y así lo hizo. En 1932, aquel cuerpo estaba dividido en tres secciones: “Encartaciones, que es la zona que mandaba yo, Duranguesado y Gernika”.

Al estallar la guerra, fue integrado en la Comisión de Movilización e Industria, es decir, la reorganización de las industrias para convertirlas en fábricas de armamento. El Gobernador le nombró Jefe de Industria y Servicios de la Artillería, y aceptó con la condición de no separarse de los miñones. Sin embargo, el 13 de junio de 1937 se vio en la tesitura de huir en barco desde Santurtzi a Francia en un barco destinado a mujeres y niños, junto con el jefe de Sanidad Militar, Fernando Unceta, entre otros militares. “Vio la guerra perdida, su vida en peligro y huyó”, apostilla Ipiña.

“Conocí a Casiano -aporta el exsenador Iñaki Anasagasti- y me dijo en su día que él hubiera hecho la ofensiva de Villarreal de otra forma. Y yo estimo que con más posibilidades de actuación hubiera sido así. Le recuerdo en una foto con Aguirre y el consejero Santiago Aznar allí. Fue un fracaso porque Ciutat, enviado comunista, no estuvo a la altura”.

Cuando acabó la guerra, Casiano cruzó la muga a Francia, a Cambó-Le Bains, donde colaboró con la Resistencia. “Antes de eso hubo un hecho que levantó polémica: recibí la orden de destruir la industria, pero lo que hice fue desorganizar los servicios. Lo hice por una razón clara. Hay un dicho: si quieres herir de muerte a una nación, destrúyele las fábricas, y yo no quería eso para mi pueblo”, explicaba.

Consejo de guerra Durante la II Guerra Mundial, Guerrica-Echevarria trabajó, dados sus conocimientos, como ingeniero en el arsenal de Tarbes. Al terminar la guerra, y como la División Azul había sido beligerante, Franco, como diría Casiano, promulgó una amnistía en la que se conmutaba la pena principal, pero no las accesorias. “Después de pensarlo y de establecer algunos contactos, me acogí a esta amnistía, en la que pasábamos a ser paisanos. Pero antes me hicieron consejo de guerra en Burgos, y el general Martínez Campos firmó una declaración de oficio en la que destacaba mi honorabilidad y dignidad en el campo contrario, sirviendo al juramento que yo había hecho a la República. Y que a pesar del daño que les había hecho en batallas donde la Artillería tenía algo que ver como Villarreal, tenía una historia muy limpia como persona”. Posteriormente trabajó en Luzuriaga, en la Comisión de Productividad.

Senderos de resistencia. El nacionalismo vasco y su oposición interior a Franco

El nacionalismo fue extendiendo su ideario en la sociedad vasca durante los duros años del franquismo a través de boletines informativos y de grupos que impulsaban la lengua y el folclore del país sin que el régimen detectara su trabajo

Reportaje de Adrián Almeida Díez

EN 1947, el escritor y reportero estadounidense Irving Wallace publicó un pequeño artículo de su estancia por tierras vascas. En su reportaje, titulado Los vascos quieren ser libres, describía la afanosa mañana de un grupo de policías franquistas por descolgar una bandera vasca del campanario de una iglesia y cómo estos sucesos eran recogidos, para regocijo de los lugareños, por el periódico clandestino del Gobierno vasco en el exilio repartido entre la población, el Eusko Deya, de edición parisiense. La resistencia al franquismo, expresada en el acto de la ikurriña, se comentaba así a través de un boletín cuya edición, reparto y lectura eran, en sí mismos, actos de resistencia. En las propias publicaciones, la resistencia como concepto se significaba de una determinada manera, lo cual, como se verá a continuación, invitaba a la población a resistir, a oponerse, al franquismo según los criterios previamente definidos.

De acuerdo con la tipología sobre resistencias al poder desarrollada por el antropólogo James C. Scott, puede decirse que en el período que va 1937, año de la caída de Bilbao, a 1959, año que surge la organización ETA, el nacionalismo vasco desarrolló dos tipos de resistencia al franquismo. Estas resistencias a la dictadura franquista pueden denominarse como: discursos públicos de resistencia y discursos ocultos de resistencia. Bajo este prisma, los discursos públicos -aunque trabajados desde la clandestinidad- englobarían las manifestaciones autoevidentes de oposición política como la confrontación directa militar, teórica y propagandística al Régimen. Por su parte, el discurso oculto de resistencia describiría la estructura de comunicación e interacción simbólica establecida entre los distintos actores que, inmersos en una sociedad silenciada, es capaz de generar un nosotros segregado de la comunidad oficial y oficializada por el franquismo.

El ‘otro’ y el ‘nosotros’ Al respecto del discurso público, el nacionalismo vasco desarrolló desde la primera hora de su derrota frente al franquismo una labor de resistencia clandestina aunque evidente al editar, un grupillo de significados líderes del PNV, el boletín Espetxean desde su encierro en la prisión santanderina de El Dueso. El boletín, elaborado desde 1937, resultaba importante porque evocaba al sentido de la propia resistencia que llevaría a cabo por parte del movimiento nacionalista para oponerse a la dictadura. El franquismo se imaginaba, desde sus hojas, como la última etapa doliente, de calvario, de Pasión que acontecía a la definitiva resurrección de la patria vasca. Esta era vista como el reverso de un presente moderno humillante y la realización futura de los excedentes utópicos del pasado roto por la dictadura. El martirio era pues el factor que determinaba la resistencia como espera a un futuro insoslayable de libertad.

Precisamente en la preparación de este futuro, comenzarían a incentivarse acciones como la Red Álava, que de ser una ayuda a los presos nacionalistas, se transformó rápidamente en una importante red de espionaje al franquismo. Tras la ocupación alemana de la República Francesa (1940), la red fue desarticulada, pero resultó ser también el abono para nuevas iniciativas organizacionales en el interior. La vista estaba siempre puesta en constituir las bases de esa espera que se resolvería siempre positivamente gracias a la ayuda de los Aliados de la coalición anti-Hitler. Desde este punto, y en 1943, se estructuró en el interior, y bajo la captación de viejos gudaris salidos de las prisiones, la organización Eusko Naia (Voluntad Vasca), que se configuró como un aparato militar de apoyo a la retaguardia de los aliados para cuando estos se decidieran a entrar en el Estado Español. El objetivo era afirmar un poder nacional vasco una vez liberados los territorios vascos sometidos al franquismo. En 1944, la red cayó tras la interceptación por parte de la policía franquista de una circular en que se pedía a los miembros de la red la descripción exacta de la presencia y armamentos del enemigo.

Aquel mismo año, se formó también en el interior a iniciativa del PNV la Junta de Resistencia que se fusionaría en la primavera del año siguiente con el Consejo Delegado del Gobierno de Euzkadi, para aunar esfuerzos con las otras fuerzas políticas formantes del Gobierno vasco y los sindicatos ELA-STV, UGT y CNT. Sobre las bases del Documento de bases para un Bloque Nacional Vasco, se selló en 1945 el Pacto de Baiona que dio impulso a coordinación intrafuerzas y que consiguió aunar bajo su articulado a los Mendigoizales. Mientras, el PNV comenzó a reorganizar sus juntas municipales en el interior, y a editar el llamado Boletín Interior para su militancia en la clandestinidad y el Euzkadi, que debía complementar al Eusko Deya en las tareas informativas a la población, esta vez desde un claro posicionamiento nacionalista. Con el objetivo de granjearse el apoyo aliado a la causa vasca, los denominados Servicios de Inteligencia Vascos fueron en buena medida instrumentalizados. De esta forma, el aparato de información, que venía trabajando ininterrumpidamente desde 1936, selló, posiblemente en mayo de 1942, un acuerdo mediante el cual los Servicios pasaron a colaborar con las agencias norteamericanas del FBI y la Oficina de Servicios Estratégicos, posteriormente conocida como CIA.

Al tiempo que estas iniciativas tenían lugar, comenzaron a estructurarse en el interior agrupaciones de jóvenes nacionalistas, para las cuales la derrota, más que una experiencia propia, era una vivencia cotidiana. Consiguientemente, la resistencia será en esta juventud una oposición a la normalidad de sus vidas. De esta forma, los mismos conceptos religiosos y las obras de Arana adquirirán una mayor literalidad y una sincronía con el tiempo presente. Desde esta perspectiva germinante, se formó en Bilbao en 1942, y desde la independencia orgánica con el PNV, la organización aconfesional y abertzale estudiantil Eusko Ikasle Alkartasuna (EIA). A través de sus boletines clandestinos -Azkatasuna, Erne o Ikasle- expresaron, en concomitancia con sus lecturas de Sartre, que había publicado en 1943 El ser y la nada, la necesidad de resucitar ellos mismos a la patria vasca. Esto es, la libertad, la resurrección de la patria vasca, no podía estar condicionada ni a la represión, ni a la espera, ni tampoco a la voluntad de los aliados. La libertad carecía de condicionantes y su acción de resistencia debía encaminarse a lograrla de forma directa. Surgieron además otros pequeños grupos juveniles no siempre vinculados al PNV, como Beti Gazte! Gu! o Eutsi!, generalmente bajo el mismo marco de acción y con una creciente preocupación por la llamada cuestión social. Significada de una o de otra forma, la expresión pública de la resistencia comenzó a evidenciarse para el franquismo, al aparecer pintadas rojo separatistas, al sufrir un atentado la estatua del general golpista Mola, o constatar la aparición de dos cargas explosivas -que no fueron detonadas- en la Delegación Provincial de Abastecimientos de la Gran Vía de Bilbao. Las huelgas políticas vascas de 1947 y 1951, significadas esta vez bajo la necesidad de recabar apoyo a unos aliados que ya no eran tales por la emergencia de la Guerra Fría, delimitaron el fin de una estrategia enmarcada en la espera a ese gran otro. El giro de Estados Unidos, y la continuidad vaticana, en el apuntalamiento internacional a Franco y el desmantelamiento de las organizaciones nacionalistas en el interior, incluida EIA, trajo consigo el desvanecimiento momentáneo de la resistencia pública a Franco. Cuando esta se reestructure a partir de los años 50, de la mano de grupos juveniles como EGI, Ekin o Zabaldu, la idea de la libertad incondicionada, la necesidad de la resistencia, de la acción desde el nosotros, adquirirá una mayor significación, al haberse constatado la imposibilidad de recabar el apoyo internacional.

la no-identidad La pública contestación nacionalista vasca al régimen de Franco se iniciaba y se sustentaba a partir de la transmisión de un código nacionalista desde las esferas de una realidad social la cual, fruto de la pretensión racionalmente totalitaria del franquismo, había sido desgajada de la sociedad oficial. Esta realidad social del vencido se constituyó así en el receptáculo y significador único de los elementos perseguidos por el franquismo, que se afanó en destruir la pluralidad del tejido social y elevar una única identidad española ideal. De esta forma, el euskera, o la necesidad de aprender el folclore, se instituyeron progresivamente, y casi naturalmente, en formas inherentes a la transmisión de un código nacionalista, pues formaban elementos que activaban la conciencia de la no-identidad, de lo que no-cabe en la proyección unitarista del Estado-nacional franquista.

La sociedad silenciada se replegó a las esferas de la intimidad, a la periferia de lo público. En las familias, en las cuadrillas, en las parroquias o en las sociedades culturales y deportivas comenzó a transmitirse esa cultura casi naturalmente disidente, en donde las nuevas generaciones descubrieron que el idioma de sus padres era una realidad que casi siempre había que esconder o disimular. Su negación pública era pues la vía para su politización. Para su conversión en un discurso oculto de oposición al régimen. Las parroquias vascas, por ejemplo, bajo cuya protección se fundaron multitud de asociaciones folclóricas, se convirtieron en un espacio para la transmisión del código y para hacer emerger el discurso oculto de resistencia. Para cuando el régimen quiso aflojar la coacción sobre lo vasco, su politización como elemento de resistencia era ya incontrovertible. De esta forma, la cultura hecha disidente a fuerza de su represión, logró a partir de la captación parcial de las esferas públicas permitidas por el régimen, transmitir y extender el discurso oculto de resistencia significado desde el código nacionalista. Así, por ejemplo, en las permitidas actuaciones de los numerosos grupos de dantzaris, se colaban ciertos mensajes de ese discurso, que eran fácilmente leídos por todos aquellos ojos receptivos. Se creaba de esta manera, y a partir de una simbología equívoca al régimen y evidente al ojo entrenado, un vínculo comunicativo del que se fue configurando una relación comunitaria opuesta al sistema político totalizador. Begoña Arroyo, miembro del grupo de danzas vascas Dindirri, el cual había sido fundado en los años 40, relató: “Cuando bailábamos en aquella época y un dantzari se ponía con la bandera de la cruz verde -de Acción Católica- y le habían puesto un lazo rojo, se tocaba la música -el Aginterena- y cada uno pasaba y saludaba, a los chavales se les veía a muchos casi llorando”.

En aquella combinación del verde, el rojo y el blanco veían la ikurriña.