Los vascos se ven en el mapa

El ‘Civitates Orbis Terrarum’ recogió en 1572 las primeras imágenes cartográficas de enclaves de Euskal Herria.

Un reportaje de Marian Álvarez.

Imagen de Bilbao recogida en el 'Civitates Orbis Terrarum' realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.
Imagen de Bilbao recogida en el ‘Civitates Orbis Terrarum’ realizado por Franz Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin.

El Museo Guggenheim Bilbao, el festival de cine de San Sebastián y el de jazz en Vitoria-Gasteiz, la cocina vasca… son sólo algunos ejemplos de lugares, acontecimientos o realizaciones a los que comúnmente se asocia la expresión poner en el mapa, queriendo indicar con ello la relevancia y repercusión a nivel internacional que alcanzan y su contribución a divulgar a los cuatro vientos quiénes somos y dónde estamos los vascos. Y, sin ningún género de dudas, podemos afirmar que efectivamente así es. Su excelencia es la mejor tarjeta de visita que podemos emplear, pero no conviene olvidar que ésta no es sino una tarjeta renovada, modernizada, para un espacio, Euskal Herria, presente desde antiguo en los mapas del mundo. Y mostrar aquella presencia es, precisamente, el objeto de este artículo.

Hace ahora 442 años, en 1572, en la ciudad alemana de Colonia, ve la luz la obra titulada Civitates Orbis Terrarum, primer volumen de una serie de seis, aparecidos sucesivamente en 1575, 1581, 1588, 1598 y 1617, que conformaron lo que cabe calificar como el primer gran atlas de las ciudades del mundo y al que la Editorial Taschen, en una moderna reedición, no duda en publicitar como el Google Earth del año 1600.

Este gran proyecto editorial nace de la mano de Georg Braun (1541-1622), canónigo de la catedral de Colonia, y de Franz Hogenberg (1535-1590), correspondiendo al primero la recopilación de datos geográficos y estadísticos para la redacción de los textos y la promoción editorial de la obra; y al segundo la responsabilidad de grabar la mayoría de las representaciones, vistas y plantas de ciudades que un numeroso plantel de pintores y dibujantes, a modo de corresponsales, realizaban sobre el terreno. El resultado fue una notabilísima colección compuesta por 363 planchas, grabadas con una o dos imágenes, alcanzando el conjunto un número superior a 500 representaciones de ciudades de todo el mundo, en su mayoría europeas, aunque contando también con una importante presencia de localidades de Oriente Medio, África, las costas del Índico y Latinoamérica.

Las imágenes publicadas respondían en general a dos diferentes modelos de representación, las plantas o vistas cenitales y las vistas de pájaro, una suerte de visión aérea que mostraba la ciudad desde un lugar elevado y reconocible, próximo a la urbe, siendo indudablemente estas últimas las que mayor éxito cosecharon entre el público dada su fácil lectura y comprensión. Precisamente para acrecentar su popularidad las vistas se presentaban adornadas con orlas y escenas de carácter costumbrista, con tipos y personajes que recreaban ambientes e indumentos característicos, proporcionando al lector informaciones adicionales sobre lugares que podía visitar y conocer sin salir de casa.

Finalidad militar

No era, sin embargo, la curiosidad científica renacentista la razón única de estas publicaciones. En un momento de continuas tensiones entre los grandes Estados en su lucha por el dominio del mundo, los atlas constituían una magnifica fuente para el conocimiento del territorio, que podían emplearse como herramienta para el diseño de estrategias en campañas militares. En relación con esa posible utilización militar, es el propio autor del Civitates, Georg Braun, quien en la introducción de la obra explica que el propósito de las escenas costumbristas a que aludíamos más arriba, no era otro que el de impedir que los turcos, en su avance por Europa, pudiesen valerse de las informaciones sobre la forma y estructura de las ciudades que las vistas proporcionaban, y ello porque como musulmanes les estaba vedado tanto la representación como el uso de dibujos con figuras humanas.

Las vistas del Civitates se acompañaban de textos en latín que describían aspectos históricos, sociales y económicos de las ciudades, redactados en tono ciertamente elogioso, puesto que, conviene no olvidar, la finalidad primera de la obra era la comercial y convenía, por tanto, estimular a la posible clientela. Su éxito fue enorme, reimprimiéndose y reeditándose en numerosas ocasiones, no sólo en la versión latina, sino también en francés y alemán, lenguas más accesibles a la pujante burguesía mercantil de la época. Sus vistas se convirtieron en arquetipos, imágenes copiadas con ligeras variaciones y reutilizadas en publicaciones posteriores, hasta bien entrado el siglo XVIII.

En este gran mapa de las ciudades del mundo del siglo XVI, el País de los Vascos ya tenía su lugar. Eran tres, concretamente, las imágenes de nuestra tierra allí reproducidas, dos de ellas (Bilbao y Donostia) en cierta medida lógicas y más sorprendente la tercera, centrada en una vista del túnel de San Adrián. Todas ellas se convertirán en estereotipo mil veces repetido, pero también en referente ineludible para cualquier estudio relacionado con la fisonomía y el aspecto de las urbes, en tanto en cuanto ellas son las primeras imágenes impresas de nuestro territorio de que tenemos noticia.

Donostia, sin el Urumea

La vista de San Sebastián aparece publicada en el tomo primero del Civitates, compartiendo la plancha con una vista de la ciudad de Burgos. Tomada desde el cerro de San Bartolomé, donde, a mano izquierda, se sitúa la figura martirizada del santo que da nombre a la ciudad, la panorámica fue dibujada por Joris Hoefnagle, ofreciendo una bella imagen de las bahías de La Concha y la Zurriola, con la ciudad amurallada al cobijo del monte Urgull y algunos detalles que nos hablan de su dedicación comercial y marinera: naos en construcción, mástiles en el puerto, lancha de pesca… Si bien, a rasgos generales, la morfología de la villa resulta correcta, son evidentes algunos errores en la representación (el más notorio, sin duda, la ausencia del río Urumea) y en el texto que la acompaña. En él se dan datos ciertos, que hablan de su gran pujanza mercantil (frecuentado por gran número de mercaderes germanos, aunque sobre todo cántabros, que allá transportan diversos géneros de mercancías y de allí las exportan a otras partes del mundo), combinados con otros más cuestionables, relativos a la absoluta seguridad de su puerto (muy espacioso, en el que las naves obtienen refugio seguro y resguardadísimo de las enfurecidas olas y del soplo inclemente de los vientos) o a la riqueza agrícola de su entorno (un campo rico en vino, trigo y lana), debidos quizás a la inexactitud de las fuentes empleadas o a la confusión con lugares más o menos próximos (podría ser el caso de, este sí, seguro puerto de Pasajes) que, desde la distancia y para un no iniciado, pueden acabar siendo lo mismo.

La villa de Bilbao, grabada por Hogenberg a partir de un dibujo original de Johannes Muflin, se ofrece a la vista tomada desde el alto de Mirivilla y fechada en el año 1544, si bien su publicación no tendrá lugar hasta 1575, formando parte del volumen segundo del Civitates. La imagen presenta una perspectiva que alcanza todo el curso de la ría hasta la desembocadura, mostrándonos a ésta como la gran arteria vital de la villa, surcada por embarcaciones de alto porte que testimonian su carácter eminentemente comercial, como bien se describe en el texto que la acompaña: Por aquí pues, por lo común, suele importarse cualquier cosa que Inglaterra, o Bélgica o Galia manda. Y cuanto España con otros comunica, por aquí mismo suele exportarse. Entre las demás cosas que son transportadas está la lana (…) cada año se cargan cincuenta naves, en las cuales confirman que son transportadas cincuenta mil sacos y más. Puerto, pues, de salida de la lana castellana, embarcada en navíos construidos también en el territorio, Bilbao es todavía el pequeño núcleo de las siete calles, rodeado por las anteiglesias de Abando, Begoña y Deusto, terrenos de huertas y caserías dispersas a las que Braun describe, como ya lo hiciera en Donostia, como un paraíso agrícola y ganadero, rico en grano, vinos, frutas y carnes. Muestra, en cambio, su sorpresa, y no será ni la primera ni la última vez a lo largo de la historia, por el aspecto de las jóvenes vascongadas que avanzan con la cabeza alta y desnuda, y con el pelo cortado y sin embargo, no sin elegancia. Aquí es costumbre que las doncellas antes de casarse no cultiven ni cubran sus cabellos.

Tipos, trajes y tocados

Quizás fuera esta singularidad del peinado y tocado de las mujeres vascas la que despertó la curiosidad y el interés de los autores y la que explicaría la tercera estampa que en el Civitates se nos dedica, una anomalía para la obra, ya que no se trata de la vista de una ciudad, sino de una colorista galería de tipos femeninos que enmarcan un paraje natural de nuestra geografía, la Sierra de San Adrián. Publicada en 1598 en el quinto tomo de la obra, responde también a un dibujo de Joris Hoefnagle fechado en el año de 1567. La imagen central de la estampa, el túnel de San Adrián, situado entre las sierras de Aizkorri y Altzania y enlace entre el Goierri guipuzcoano y tierras de Araba, nos acerca a un camino que, desde época romana y hasta entrado el siglo XIX, fue la vía de comunicación entre Francia y Castilla, lugar de tránsito de reyes y ejércitos, bandoleros y prófugos, peregrinos en ruta a Santiago y, por supuesto, naturales de la zona. Es este trajinar de viandantes lo que sirve de excusa al autor para deleitarnos con una extraordinaria panorámica de costumbres sociales y civiles, de tipos, trajes, tocados, armas y enseres varios, representativos de un marco geográfico que va de Gasteiz a Baiona, que, por sí sola, merecería un artículo completo en esta sección. Será en otra ocasión. Este ha sido el momento de divulgar, recordar y valorar, una vez más, nuestra presencia en la historia, a través si se quiere de un hecho menor pero que en su día constituyó el gran proyecto editorial del siglo XVI. Y allí también estuvimos presentes.

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