Hegoalde sufrió más de 6.800 casos de fusilamientos durante la Guerra civil
Un reportaje de Iban Gorriti
el Departamento de Justicia del Gobierno vasco contabiliza 2.352 personas fusiladas por los golpistas militares de julio de 1936 y sus acólitos en Bizkaia, Gipuzkoa y Araba durante la Guerra civil, es decir, ochenta años atrás. La Asociación de familiares de Fusilados de Navarra (Affna-36), por su parte, agrega al mapa de Hegoalde la cifra de 3.452 fusilados, de los cuales solo 232 son fusilamientos legales tras juicio sumarísimo.
Consultados al respecto, los investigadores históricos y autores del blog Crónicas a pie de fosa, Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita valoran que hay un dato “interesante” al respecto. “En Euskadi hay 8.650 personas desaparecidas, de las cuales se sabe con seguridad que 2.352 que fueron fusiladas legalmente, es decir, tras un juicio. Pero hay que tener en cuenta que de esas 8.650 desaparecidas, habrá también otras personas que fueron fusiladas, bien tras caer prisioneras en combate o por represalias tras las líneas enemigas”, analizan.
Estos investigadores comprometidos con la memoria histórica estiman que en Bizkaia y Gipuzkoa no hubo “paseos” tal y como se conocen, es decir, “de grupos paramilitares haciendo desaparecer gente”. Según agregan, solo en Araba y Nafarroa este tipo de fusilamiento se dio “por ser provincias afectas al bando sublevado y no estar en frente de guerra. La limpieza política se hace fuera de la zona de guerra, en áreas seguras y controladas por ellos”. Siempre bajo el juicio de Domínguez y Arroita, los fusilamientos son asesinatos ejecutados por un grupo de personas a un mismo tiempo y que entre ellos hay por lo menos un mando encargado de dar las órdenes, ya sea civil paramilitar o militar según el caso.
Estos estudiosos de Ortuella valoran que durante la Guerra Civil española se dieron cuatro formas de fusilamiento: “sacas”, “paseos” o “paseíllos”, los judiciales y los de “a pie de trinchera”.
Las “sacas” se producían en establecimientos de reclusión, cárceles, calabozos o cuarteles que acababan tras un traslado en sitios inhóspitos y alejados para realizar los asesinatos. “Los paseíllos -valora Domínguez- eran una búsqueda determinada de personas sacadas de sus casas a altas horas de la noche y que culminaban con el asesinato del secuestrado forzoso bajo órdenes siniestras de alguna persona encargada de las ejecuciones extrajudiciales o por grupos de incontrolados sedientos de sangre”.
A estos dos primeros casos, se sumaba el de los fusilamientos judiciales que acababan con el asesinato del encausado después de un juicio sumarísimo que le condenaba a la pena capital, días o meses después.
Y por último están los asesinatos a “pie de trinchera”, es decir, tras ser capturados o rendirse al enemigo en pleno combate. “A éstos habría que añadir los heridos en combate y ejecutados en el mismo lugar donde caen para evitar traslados a hospitales innecesarios para ellos”, apostillan y evocan el ejemplo de un gudari del batallón Otxandiano (PNV) desenterrado a finales de agosto de 2015 en Mendata, el zornotzarra Pedro Uriguen, por la sociedad Aranzadi. Según la tradición oral, “fue ejecutado de un tiro en la cabeza tras negarse por dos veces a decir Viva España y en su lugar decir Gora Euskadi Askatuta”, agregan Domínguez y Arroita.
En este capítulo histórico también hay que recordar a los “piquetes de ejecución”. “No se les debe llamar así porque en realidad no son más que un pelotón de asesinos, voluntarios en algunos casos y obligados en otros”, subrayan estos investigadores de Ortuella.
Un piquete de ejecución estaría formado por un grupo no inferior a tres personas y no mayor de 10, aunque hay casos documentados por fotografías, auténticas o recreadas por los sublevados, en el que aparecen grupos de entre nueve y 18 personas.
“En ocasiones nos preguntan qué tipo de persona se apuntaba a un fusilamiento con su escopeta de caza? Eran iluminados por la patria seguro, un demente también, pero sobre todo un asesino en potencia. De esos estaban llenos los piquetes de ejecución y los grupos de paramilitares incontrolados falangistas o del credo que sean”, valora Pablo Domínguez.
Entre quienes se presentaban voluntarios a matar personas, cabe recordar la presencia del famoso noble José Luis de Villalonga, quien en vida declaró que “matar republicanos era como matar conejos”, se vanagloriaba en sus memorias. Actuaba en Hernani y pudiera ser uno de los que acabó con la vida del sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, más conocido como Aitzol.
En menor medida, el bando afecto a la Segunda República también practicó los fusilamientos. Concluye Domínguez: “No fuimos santos ninguno de los dos bandos, pero Dios estaba con ellos o, por lo menos, eso decían los franquistas”.