La vida bombardeada de Paula Azcarate

Hija de nacionalista condenado y sobrina de abad franquista, narra con 92 años el horror del bombardeo de Durango

Un reportaje de Iban Gorriti

EL Ayuntamiento de Durango ha desvelado esta semana que buscará en la Audiencia Nacional el perdón del Estado italiano y español por los bombardeos fascistas que sufrió la villa el 31 de marzo de 1937. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben. En el caso de Gernika, el Parlamento alemán ya pidió disculpas a la villa en 1998.

Paula Azcarate, de 92 años de edad, es una de las supervivientes del ataque aéreo a Durango del 31 de marzo de 1937.I. Gorriti
Paula Azcarate, de 92 años de edad, es una de las supervivientes del ataque aéreo a Durango del 31 de marzo de 1937.I. Gorriti

 

Una de la mujeres que aún se duele del ataque indiscriminado sobre Durango es Paula Azcarate Bizcarguenaga, de 92 años. Ella sobrevivió al genocidio impulsado por el militar golpista Emilio Mola. Su testimonio ha sido desconocido hasta hoy y ella ha pasado desapercibida. Pero su historia atesora todos los elementos de una película: su padre fue denunciado por quienes le alquilaban la casa por ser del PNV y condenado a muerte; su tío fue el famoso abad Carlos Azcarate amigo personal de Franco y ella vivió medio siglo en la casa vicarial de las monjas de Santa Susana de Durango, aquellas religiosas víctimas del bombardeo.

Paula nació en Gaztelua, Abadiño, el 29 de septiembre de 1924. Es la segunda de cuatro hermanos. Primera curiosidad: “Mi padre era Francisco, pero murió cuando yo tenía dos meses, y mi madre se casó con el hermano de Francisco, Felipe, que tras cuatro años preso de Franco, volvió a casa mal de la guerra”, asiente quien se casó con Ciriaco Astorkia, de Iurreta.

Con 8 años, Azcarate fue enviada a servir a un caserío de Durango, de unos nacionalistas de Alienda. El 25 de septiembre de 1936 aviones fascistas arrojaron unas bombas sobre el frontón de Durango causando 12 muertes y heridos entre los milicianos. Otro artefacto cayó en una huerta y dos más en el ferrocarril. Los fallecidos tenían entre 18 y 32 años.

Como venganza, los republicanos sacaron a afines a la derecha de la cárcel y les fusilaron en el camposanto. “Yo les vi pasar. Iban rezando: ‘Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos Señor de todo mal”. Paula aporta datos que ningún investigador ha citado. “La primera en pegarles un tiro fue una miliciana, una de la CNT. Iban con un buzo azul y a las que íbamos a misa nos tiraban zapatos viejos desde las ventanas. ¡Insultaban! ¡Eran ‘malaaas’!”, valora y agrega que un joven, Zavala, salió vivo del paredón, pero “acabó muriendo”.

Seis meses después volvió la muerte, el bombardeo planificado sobre Durango, tras aviso del cubano Mola. Aquel 31 de marzo, fue “horroroso, no se puede explicar”. Ella, como su madre, acudieron al día de plaza. La niña llevaba leche a una familia y se encontró con su madre en Kurutziaga. Oyeron la sirena. La madre le dijo: “’Ume’, vete a casa, no pares. Cojo el burro y voy”. Paula se encontró con un amigo y vieron que “de Anboto venían aviones de tres en tres y con cazas”.

Al llegar al palacio Garai, miró al cielo: “Le dije, Faustino, están tirando papeles. Él me tiró al portal de Loizate. De pronto todo era humo, ruido, piedras por encima. Fuera no se veía nada, parecía de noche. Árboles caídos, todo roto”. Pensó que habían matado a su madre al ir a por el burro a la tienda de Eguen. “Vi a una mujer con una criatura sin pies debajo, muertas. Los burros muertos se hincharon, como un milagro”. Echó a correr hacia San Fausto y se encontró con una vecina ensangrentada. Una cantina de leche se le había incrustado en la cintura. “Me dijo: ‘Polita’, vete a casa y diles que me estoy muriendo”.

Azcarate se reencontró con la mujer con la que vivía. “Me besó y le dije que mi madre y mi tía que vivía con las monjas habrían muerto”. Pero no. Al mediodía vio a su madre encima del burro. Llegaba con una pierna curada por metralla. Les contó que “se había refugiado donde Eguen. De cuatro, murieron la hermana de María Eguen, la tía de Mancisidor y otra. Ella quedó viva”.

Por la tarde, segundo raid. “Volaban tan bajo que les veíamos las caras”. Paula y los suyos se refugiaron en una zanja de San Fausto con riachuelo. “De todo lo que apretamos contra el suelo yo creo que hicimos agujero. Caían casquetes de ametralladora. ¡Pánico!”. Y llegó la noche. Acompañó a una amiga a su casa de la Txantonesa, en Goienkalea. “Fuimos con una vela. Solo se oían llantos y lamentos. Todos buscando sus cosas, sus cadáveres”. Basilisa se llevó a su hija a Gaztelua. “Si morimos, todos juntos”, le dijo. A la dos monjas supervivientes, y otros parientes de Durango. Su padre, ferroviario, emigró con vacas a Amorebieta y acabó en Laredo.

Tras de las bombas

Se quedaron entre dos fuegos. “Los pobres gudaris escapaban como podían”. El abuelo hizo amago de irse pero todos se quedaron. Los de Franco ocupaban Durango: “Qué música, con banderas. Los primeros en entrar fueron moros con pantalones blancos y capa”. Los dueños de la casa les despacharon del inmueble. “Les decían a los moros que éramos rojos, que nos fuéramos como los de Rusia”. Esos días vieron a su tío, republicano, muerto en el cementerio de Abadiño. “Las pasamos canutas”.

Más aún cuando la Guardia Civil les requisó su casa y preguntaron por el padre. Le detuvieron por nacionalista en Astola. “Le dieron 3 penas de muerte, 3 denuncias falsas”. Le encarcelaron en Larrinaga, en un barco, en Burgos y Astorga. Según la familia no era gudari.

Felipe consiguió librarse de las penas de muerte porque su hermano era Carlos Azcarate, famoso fraile trapense de San Pedro de Cardeña. “Era carlista, muy amigo Franco, y tan dictador como él”, se ríe. Tras la detención de Felipe, al abuelo, “del disgusto”, le salió un bulto en la cabeza y murió. Fueron a vivir a Durango. “Yo, recién casada, al convento de Santa Susana”. Vivió allí hasta cerrarse. “Dicen que en el bombardeo murieron un total de 13 monjas -con la muchacha, Mari Bergara-, pero no, fueron 17. Algunas por la tarde cuando escapaban. Las bombas cayeron en el convento sobre la zona de las monjas. Los gudaris se libraron”.

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