Se cumplen ochenta años desde el día en que dos hermanas sobrevivieron al ataque de un caza italiano que mató a su tía
Un reportaje de Iban Gorriti
La tía de las niñas, Tere Minchero; el padre, Manuel Muñoz, y la madre, Victorina Minchero. Foto: Familia Muñoz Minchero
Son dos hermanas vivas, es decir, dos corazones, dos cerebros, cuatro ojos, pero… tres manos. La cuarta quedó colgando de los tendones el 31 de marzo de 1937 cuando ellas dos sobrevivieron a un ametrallamiento de un caza fascista italiano junto al cementerio de Durango. Sobre ellas, murió acribillada su tía, que trataba de ser parapeto para las niñas ante aquellos pilotos que sonreían. Planeaban tan bajo que veían los rostros risueños de sus verdugos, aquellos 45 aviadores que Gerediaga Elkartea ha ratificado que ejecutaron el crimen de guerra que acabó, sin distinciones ideológicas, con el 5% de la población de la villa.
Conocieron aquel dantesco genocidio Milagros (Pasaia, 20 noviembre de 1928) y Teresa (Altza, 3 de septiembre de 1935), refugiadas aquellos días en Durango. La primera, residente a día de hoy en Hernani, fue quien perdió su mano derecha cuando sumaba 8 años. La segunda apuraba dos primaveras y en la actualidad vive en Saubion, en Las Landas.
Las biografías de las dos Muñoz Minchero son entregas que viajan no solo a su pasado sino a lugares de refugio hasta el punto de convertirse en desplazados continuos, nómadas, para sobrevivir. El rebobinado fugaz las sitúa en Durango, en días en que su padre, Manuel Muñoz El Niño (Villanueva de Tapia, Málaga, 1902) era miliciano del batallón Karl Liebnecht del PCE y luchaba en el frente contra los golpistas y sus aliados.
Llegó el 31 de marzo a Durango. Con los toques de alarma, quienes estaban en misa se sintieron protegidos y, aconteció todo lo contrario, los bombarderos fueron a por sacerdotes, monjas y fieles de la jesuítica San José, la agustina Santa Susana, y la parroquia Santa María de Uribarri. Morirían durante todo el día más de 336 personas indefensas.
Por la tarde, regresó la muerte de los murciélagos bombarderos y la escuadra Cucaracha de Mussolini. Milagros y Teresa se escondían en el “monte Furumbullas, estoy segura de que se llamaba así”, cerca del cementerio, y cuando huían de la mano y arropada la bebé en el seno de su tía Tere Minchero Rubio, la adulta decidió tirarse al suelo y escudar a las menores. Resultó muerta por las balas. “Mi tía estaba hecha trizas. Lo recuerdo todo como si lo estuviera viendo ahora. Fue algo tan duro…”, da testimonio Milagros, nombre de pila que parece un alias por su significado.
Milagros Muñoz y Teresa Muñoz, a día de hoy.
“¡Yo ahí renací!”, enfatiza aquella niña que de pronto se vio sin mano, sin tía, al lado de su hermana de dos años y mientras los caza empecinados continuaban acabando con vidas. “Viéndote en esa tesitura no sientes el dolor”, subraya quien fue llevada por un camión de milicianos a un hospital donde le cortaron la mano derecha y la enviaron en un coche particular a un hospital de sangre militar a la entrada de Bilbao.
“Yo era la única entre hombres”, detalla, y narra un episodio más de escalofrío. “Me dejaron entre todo muertos y tuve que gritar que no me olvidaran, que yo estaba viva”. En ese momento reconoció a uno que no iba vestido de militar. “Era un mendigoizale que yo conocía. Le dije, tú eres Alejandro, panadero de Aretxabaleta. Y también a otro, Juan Peña, de la frutería de Pasajes. ¡Ya fue casualidad! Desde ese momento, fui la primera para todo”.
Y allí le amputaron el brazo. “Decidieron cortármelo desde el codo y así he vivido toda mi vida, con ocho hijos que he sacado adelante”, enfatiza. Tres semanas después de aquel 31 de marzo, el 23 de abril mataron a su padre en los últimos días de resistencia antes los facciosos en Elorrio. El fallecido de 34 años y su esposa Victorina pertenecían a “una familia muy orgullosa” de la Segunda República que se había casado únicamente por lo civil en Pasaia.
Sin conocer este hecho, el Gobierno vasco quiso que Milagros fuera evacuada a la URSS en el histórico barco Habana. “¡Pero no!”, sorprende la hernaniarra. “Me bajaron del barco porque con la herida fresca no podía hacer aquel viaje de días. Me dijeron que el mar no era bueno para mi brazo”, rememora.
Teresa no recuerda nada del bombardeo de Durango, pero reconoce el gesto de su tía. “Hay un libro en el que pone que mi tía, a la que llaman Muichero en vez de Minchero, murió en Durango fusilada, pero no es cierto, murió a nuestro lado. Milagros y yo estamos vivas por el instinto de ella, que murió al tirarse al suelo para protegernos con su cuerpo”, narra quien fue evacuada a Bretaña y contrajo matrimonio en París con un hombre “torturado de guerra” que desapareció y de quien nunca supo su verdadera identidad.
Habla Manu Muñoz, hijo de Teresa: “Casi no le conocimos. Mi madre no tiene claro cómo se llamaba. Dice que Javier, pero sus amigos le llamaban Mario y también aparece como Gabino. Es triste, pero sé poquísimo de mi padre”, lamenta este republicano que retiene escasos instantes de su progenitor en la mente. “Tengo el recuerdo de estar comiendo todos en la mesa en Hernani junto a un señor que era mi padre, un torturado en la guerra al que le habían arrancado las uñas de los pies”.
barco interceptado Rebobinando al día del bombardeo de Durango, curada Milagros en un hospital de campaña, las mujeres de la familia viajaron en un barco carbonero inglés a la Bretaña francesa que fue interceptado por el franquista Cervera. “Al ser barco inglés, neutral, nos dejaron seguir nuestro rumbo”, argumenta Teresa. Estando allí, a pesar de la paz, murió otro bebé de Victorina “por una insolación”. Aquella mujer, acabada la guerra, no quería volver porque “los alemanes son asesinos, bandidos”, y los mal autodenominados nacionales “decían que los rojos habían quemado Durango y es mentira”, repetía.
En su regreso, los franquistas las dejaron en Irun. Victorina se afincó con los suyos en Hernani. Teresa, tras viajar a París a servir, anidó residencia entre Saubion y Tosse, en Las Landas. Ella es una de las mujeres que componen la exposición fotográfica Emeek Emana de Intxorta 1937 con retratos de Mauro Saravia abierta al público en el Palacio de Aiete de Donostia hasta el 7 de mayo. Milagros acompañó a Teresa al estreno: “¡Estamos agradecidísimas por la exposición! Está bien que se recuerden casos como el nuestro, como el mío, que para colmo nací un 20 de noviembre. Toda mi vida han sido casualidades”, redondea Milagros.