Se cumple una década de la muerte de Anttoni Telleria, mujer violada con 14 años el 25 de abril de 1937, día en el que perdió a su padre, su madre y dos dedos
Un reportaje de Iban Gorriti
Anttoni, cuando reveló lo sucedido. Fotos: Intxorta 1937 Kultur Elkartea
diez años se cumplen del fallecimiento de Anttoni Telleria, uno de los casos más tenebrosos vividos por una entonces niña durante la mal llamada Guerra Civil de 1936. Una década después, su familia de Elgeta aún lamenta que no contara antes por qué tenía amputados dos dedos de una mano, por qué vivió con el lastre de que un tabor de las fuerzas indígenas moras la había violado, por qué tuvo que gestionar y asimilar durante décadas el sufrimiento de cómo mataron a su padre y su madre. Y todo ello ocurrió casi al mismo tiempo.
Pero no corramos, que el olvido solo ampara al violador y manda a la cuneta la necesaria memoria histórica. Se sobrevivía al año 1937. Gudaris y milicianos resistían en los montes Intxortas la llegada de los militares golpistas españoles que avanzaban con sus aliados internacionales. En la entrada de los sublevados contra la legítima Segunda República a Elgeta, tras seis meses de lucha incesante, la niña Anttoni Telleria vivía en el caserío Sesto Gain.
En ese escenario sufrió lo que ninguna persona desearía ni ningún guionista de cine acertaría a hilar en un mismo texto. Con solo 14 primaveras de inocencia vivió lo que no llegaría a contar a nadie hasta transcurridos 70 años. Lo narra a DEIA su sobrina-nieta Gurutze Telleria. “Los fascistas entraron directos del frente. E izeko (tía) estaba con sus padres Pedro y María. Era la pequeña de cinco hermanos. Los cuatro mayores estaban casados, y ella residía en el caserío con ellos”.
Era el 25 de abril de 1937, escasas horas antes del picassiano bombardeo de Gernika-Lumo perpetrado por nazis y fascistas italianos sobre la villa foral. De madrugada, en Elgeta, tras escuchar que pegaban a la puerta del hogar, Pedro se apresuró a ver qué acontecía. “Hubo un rifirrafe entre él y ellos, porque no quería que entraran con el objetivo de defender a la niña y a su mujer”, agrega Gurutze. Su oposición acabaría valiéndole la vida y, a la niña que salió a ayudarle, dos dedos de su mano derecha. Lo narraba la propia Anttoni de la siguiente manera en un vídeo: “Le pegaron un tiro y al irle yo a tapar la herida, le dispararon de nuevo y…”, muestra su mano a la cámara de la asociación Intxorta 1937 Kultur Elkartea, en la importante entrevista realizada por Juan Ramón Garai y Jose Ramon Intxauspe en 2003, cuatro años antes de que falleciera.
“Al padre lo asesinaron en la misma puerta”, agrega Gurutze con impotencia y va más allá: “Toda, toda, toda la vida nos dijo que perdió los dedos al caerse de un árbol, de una higuera. Hasta que acabó contando la triste verdad”, resalta quien vivió junto a Anttoni sus últimos años en el caserío donde ocurrió todo.
En ese escenario de terror máximo, la madre recibió un culatazo de fusil y perdió el conocimiento. Acabaría también disparada y “falleció al de unos días en el hospital militar de Donostia, días en los que izeko también estuvo ingresada”.
Y ahí no acabó el horror. Los leales al golpe de Estado violaron a la niña de 14 años, una experiencia traumática que provocó que, durante el resto de su vida, observase con reservas y mal recuerdo a los africanos.
El trauma que causó en ella todo lo vivido pudo ser también el origen de no querer tener novios, pretendientes, casarse…, como era la tradición entonces. “Odiaba a los hombres y cargó con ello casi toda su vida. Ella siempre nos dijo, quizás mi padre no lo sepa aún, que fueron personas del pueblo, de Elgeta, los que les dijeron que fueran al caserío que había una niña rubia muy guapa. Ella tenía claro que les habían mandado allí a hacer lo que hicieron”.
La niña, tras la violación, sola… acertó a ir al caserío Aranburu y de allí la evacuaron a un hospital. La guerra tocó a su fin en 1939 y llegó otra guerra camuflada llamada franquismo. “Cuando el bigotes Franco empezó a cojear, izeko comenzó a contar algo. Y soltó todo tarde, muy tarde porque contarlo la liberó mucho. ¡Hay que vivir con toda esa carga de recuerdos encima! Con esa equis toda la vida”, respira.
Anttoni salió adelante como modista, con clientela del pueblo e, incluso, de Elorrio. Tuvo el valor de contarlo con avanzada edad. “Ella no vivió mal con sus trabajos, pero sí vivió con todo aquel lastre dentro. Pero, antes, eran tiempos en los que quizás si lo contaba podía salir peor porque, si te descuidas, la llamarían fresca o algo así. Fue una pena que no nos lo hiciera saber antes, porque cuando lo hizo comenzó a sentirse mejor”.