El geógrafo francés Élisée Reclus publicó en 1867 en la Revue des Deus Mondes un artículo con el expresivo título Los vascos, un pueblo que desaparece (Les Basques. Un peuple qui s’en va). El destacado anarquista constataba como científico una realidad debida, sobre todo, al proceso de nacionalización de los Estados francés y español, los cuales, como Estados nacionales, pretendían eliminar toda la diversidad existente en sus territorios reduciéndola a la única nación con la que se identificaban, la francesa o la española.
Las pequeñas naciones que sobrevivían bajo la administración de la República francesa o el reino de España eran tildadas de atrasadas y no merecedoras de seguir existiendo. Se les aplicaba por los intelectuales y las academias de estos Estados el argumento del darwinismo social, traslación a la política de la teoría científica de la evolución de las especies basada en que solo los individuos y las especies más aptas sobrevivían.
El darwinismo social sirvió de argumento político para el imperialismo europeo sobre el resto del mundo, justificando el sometimiento por una raza blanca superior de los países y naciones atrasadas de los otros continentes. La superioridad técnica y militar europea servía no solo para la dominación por la violencia sino que era en sí misma el argumento que la fundamentaba.
Este darwinismo social no fue solo una teoría perversa para defender el colonialismo fuera de Europa sino que también sirvió para justificar la eliminación de las pequeñas naciones de este continente que no habían podido constituir sus propios Estados.
El bilbaino Miguel de Unamuno, destacado miembro de la intelectualidad y la academia españolas, ofreció un claro ejemplo de esta ideología supremacista y genocida cuando en su ciudad natal llegó a propugnar la desaparición del pueblo vasco y el euskera: “Eres un pueblo que te vas;(…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade.” “(…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo;no importa porque como tú debe desaparecer;apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español”.
Todo apuntaba a que se cumpliría el pronóstico científico de Reclus pero, afortunadamente, no sucedió así. Dos años antes de que se publicara su mencionado artículo había nacido en Bizkaia, en la anteiglesia de Abando, actual Bilbao, Sabino de Arana y Goiri. Un niño que cuando llegó a ser adulto reflexionó: “Pueblo mío, ¿acaso he nacido yo para verte morir?”.
Los acontecimientos históricos no pudieron ser más negativos en este sentido tras el nacimiento de Arana. La última Guerra Carlista estalló cuando tenía siete años de edad y se desarrolló y asoló sobre todo el País Vasco. Tras cuatro años de guerra, en 1876, la derrota carlista supuso la ocupación militar del territorio vasco peninsular por el ejército español y la eliminación de sus instituciones, sustituidas por otras designadas desde la capital del reino. Al proceso de españolización de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, político y cultural, sus habitantes ya no tenían capacidad de oponerle ningún freno. Derrotados, ocupados, condenados y señalados como obstáculo y estorbo a la vida de la universal sociedad por el país que los había vencido militarmente y demostrado así, una vez más, su supremacía y superioridad. ¿O no?
Cita en Begoña
Pasaron algunos años hasta el acontecimiento del que ahora hace 125, que sucedió en un txakoli de la anteiglesia de Begoña, actual Bilbao, conocido como de Larrazabal. Sabino de Arana y Goiri había cumplido ya 28 años y acudió allí invitado por un grupo de amigos interesados en conocerle como autor de su libro titulado Bizkaya por su independencia. Hombres vinculados a la sociedad foralista liberal Euskal Herria liderada por Fidel de Sagarminaga, último diputado general de la Diputación Foral de Bizkaia antes de su abolición. Iban a asistir, sin imaginarlo antes y, posiblemente, tampoco en el momento, al primer acto de lo que hoy en día podríamos considerar como la primavera vasca, el final del declive de un país que parecía ya condenado a su desaparición y el comienzo de su resurgimiento, a pesar de las mayores dificultades y obstáculos.
Sabino de Arana y Goiri se presentó públicamente en esta ocasión con un discurso terrible y tremendo, que se ha conocido posteriormente como el Juramento de Larrazabal. Sus convidantes esperaban probablemente una tertulia amena tras una afari-merienda como a las que estaban muy bien acostumbrados y se encontraron con un joven Arana rotundo y apocalíptico, grave y nada amable. Entre otras cosas porque echaba la culpa de la lamentable situación que se padecía a toda la sociedad vizcaina de la que eran muy destacados componentes algunos de ellos, como el empresario y naviero Ramón de la Sota o el artista Adolfo Guiard.
Arana les relató que hacía diez años que había adquirido conciencia nacional vasca y que desde entonces se había dedicado al conocimiento de su Patria por medio del estudio de su idioma (que ignoraba), de sus leyes y de su historia.
Expuso su ideario político nacionalista vasco, su lema Jaungoikua eta Lagizarra (JEL = Dios y Leyes viejas) y anunció su idea de organizar un partido que lo defendiera. Arana limitaba todavía su iniciativa a Bizkaia, aunque pronto la extendería a todo el País Vasco. La parte más solemne de su discurso, que ha dado pie a conocerlo como Juramento, la expresó en la siguiente frase:
“Yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya: ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con mi muerte había de revivir mi Patria”.
Sabino de Arana y Goiri moriría apenas diez años después de pronunciar esta frase. Sabemos que cumplió lo que en ella dijo, incluso en la parte relativa a su memoria, ya que no le importó ponerla en cuestión, en el último año de su vida y cuando ya sabía que estaba próximo su final, con el objetivo de la supervivencia del País Vasco, con el proyecto que se conocería como su evolución españolista.
Aquella tarde del 3 de junio de 1893 Sabino y su hermano Luis que le acompañaba no encontraron la comprensión que esperaban. El tono y contenido de su discurso no gustaron a sus convidantes y se comenzó una discusión cada vez más acalorada que estuvo a punto de acabar muy mal. Seguramente en aquel momento no pudieron llegar a imaginar que casi todos los asistentes en poco tiempo acabarían adhiriéndose a su proyecto político.
Manu Egileor recordaría así este momento:
“Bajo el cielo estrellado de aquella noche cruelmente bella, Sabino y Luis de Arana volvieron solos y en silencio por las veredas dormidas a la orilla de los campos en fecundación, volvieron a su casa de Abando a reanudar sus paseos y pláticas, rebosantes de unción patriótica, en el jardín forjador de empresas generosas, en la galería abierta al despertar del sol (…)”
Cinco días después por las calles de Bilbao se escuchó por primera vez vocear el nombre del primer periódico nacionalista vasco: Bizkaitarra. Hace ahora 125 años, a principios de junio de 1893, comenzaba así la primavera vasca. Y en gran parte gracias a ello, y contra todo pronóstico, el Pueblo Vasco no ha desaparecido. Y seguimos existiendo.
Izan zirelako gara eta garelako izango dira = Porque fueron somos y porque somos serán.