‘Teníamos tanta amistad que dudo jamás se a bisto en el mundo cosa semejante y ansí todo el mundo nos tenía por hermanos’. Pedro de Abaurrea definía así, en carta desde Cuzco (1609), la realidad entre navarros en Perú en el S. XVII
Un reportaje de Mikel Aramburu-Zudaire
EL tema general de la emigración vasca a América sigue manteniendo un vivo interés en la actualidad no solo historiográfico sino también social en torno a las más recientes y denominadas diásporas vascas. Creo no es para menos por lo que ha supuesto este fenómeno migratorio en la historia y la sociedad de nuestros territorios a lo largo de más de cinco siglos. Navarra, como el resto de Vasconia, ha sido tierra de emigración al Nuevo Mundo desde los albores de la llamada Edad Moderna, allá por los primeros años del siglo XVI, fenómeno que ha durado de modo significativo, al menos, hasta la década de 1960.
Un aspecto que quiero destacar en todo el proceso estudiado, es lo que Douglass y Bilbao, en su libro referencial Amerikanuak, calificaron como la “conciencia étnica de grupo originario” y especialistas actuales llaman, sin más, “la etnicidad de los vascos”. En nuestro caso se trata del sentimiento de pertenencia, entre los paisanos de la época, a la “patria y reyno de Nabarra”, más acentuado si cabe con la distancia de la tierra de origen. Esta conciencia de navarridad o navarreness no solía estar reñida con otra superior de fraternidad vasca, de “gran familia” o “familia mayor vascongada” que escribiera Caro Baroja en su libro ya clásico sobre la hora navarra del XVIII, salvando matizaciones y en su contexto. Dicha etnicidad se manifiesta, entre otras expresiones, en la fundación de congregaciones “nacionales”, en nuestro caso de “nación nauarro” o de naturales de la “nación de Nauarra” como leemos en las fuentes y con el sentido de la época diferente al actual, o asimismo en la constitución de hermandades o cofradías con devociones propias a lo largo del continente americano, particularmente bajo la advocación de la Virgen de Arantzazu, estas sí abiertas a toda la comunidad vasconavarra. Para el estudio de este aspecto y de otros muchos, un ejemplo singular de mi investigación es el caso del pamplonés Pedro de Abaurrea y su entorno de paisanos, hasta veinte, con quienes se comunica y de los que da alguna noticia en una valiosa carta escrita desde Cuzco el 15 de marzo de 1609. Residentes todos en el Perú virreinal al inicio del siglo XVII, varios de ellos proceden de familias nobles navarras, un buen número son clérigos y religiosos y en conjunto la mayoría forman parte de la élite de la sociedad colonial.
Pedro de Abaurrea había nacido en la capital navarra, seguramente en la década de 1570, fruto de la relación extramarital entre el mercader Sancho de Abaurrea y una soltera de Azpeitia de nombre desconocido, aunque siempre fue criado y tenido por hijo en la casa familiar paterna, incluso siendo el más querido del padre, según testimonios. Es muy probable, aunque de él no he encontrado el registro, que pasara a América en compañía de su amigo el sacerdote Francisco López de Zúñiga, hijo del palacio de Oco (Valdega), apuntado oficialmente en el Catálogo de Pasajeros en 1593. Abaurrea lamenta primeramente en su escrito epistolar que no sabe nada de su ciudad de origen “muchos años ha”, ni cartas ni personas que le hayan dado razón. Es la soledad del remoto emigrante y una comunicación tan a largo plazo, pero relativamente frecuente, que hoy resulta increíble cómo fue posible teniendo en cuenta además la esperanza de vida mucho más corta que la actual. A continuación empieza la narración de sus avatares vitales y cómo se había mudado a Lima, hacía más de ocho años, por persuasión de dos grandes amigos del alma -como “caros y amados hermanos” se tenían-, el citado presbítero López de Zúñiga, y otro pamplonés de nombre Francisco de Sotes, de quienes anuncia sus fallecimientos recientes. Según Abaurrea, Sotes “hera la honra de todos los de esa patria” y, aunque era contador de fábrica de la catedral de Cuzco, a quien sustituye el mismo Abaurrea, este confiesa murió muy pobre dejando varios hijos naturales habidos con una indígena. Como no hizo testamento, “cada uno prueba en esta tierra lo que se le antoja”, por lo que no les alcanzará casi nada a los niños huérfanos. Ante esta situación, Abaurrea se ha quedado a socorrerles como si fueran hijos propios y anda en pleitos para ver si saca algo para ellos.
‘Hablando basquençe’ De un tercer amigo íntimo, difunto a causa de “dolor de costado” o de “vena que se le quebró dentro del cuerpo” como a Sotes, también da cumplida cuenta. Se trata de Pedro de Mutiloa y Garro, canónigo racionero de la catedral cuzqueña, edificio que estuvo en construcción, desde 1560, durante más de cien años. Mutiloa era hijo de los señores del palacio de Subiza (cendea de Galar) y se registra de pasajero en 1601 junto, al menos, dos acompañantes navarros: Miguel de Zeruco, natural de Puente la Reina, y Pedro de Oteiza, de Esquiroz (cendea de Galar). Con Mutiloa estuvo Abaurrea el día en que murió “y siempre ablando basquençe y de la manera que auía de azer su testamento por la mañana y todo esto porque no quería que cierta persona que estaba delante lo entendiera”. Aun siendo muy escasos y no siempre con un interés precisamente de preservar el idioma, como vemos, hay otros testimonios del uso hablado del euskera entre los navarros en Indias, que de paso señalan la extensión que tenía el idioma vasco en Navarra en aquellos siglos. Asimismo quedan restos escritos de algunas palabras o términos sueltos como un apodo, bizar gorria Echarricoa (el barbarroja de Etxarri, valle de Larraun), un saludo como agur o un topónimo como Sisur Nagusia (Zizur Mayor). Sí que hay un claro interés y preocupación por mantener o recuperar la lengua en el caso de Martín de Artadia, del valle de Bertizarana, quien escribe en 1652 desde Veracruz (México) a su hermana, que quisiera enviar a su hijo Miguel, niño aún, “para que se críe al abrigo y amparo de vm. y aprienda las costumbres de por allá y sepa hablar basquence”.
Abaurrea expone su memoria o relación de vivos y muertos para dar cuenta a los familiares y parientes de Navarra y animarles a escribir “que Dios saue lo que deseamos ber cartas de esa dulce patria”. Además de los tres amigos citados, en dicha relación menciona, entre los fallecidos, al pamplonés Gracián de Noain, en los Andes del Cuzco, “pobre mucho” y que dejó unos “hijuelos” (hijos naturales), y a Pedro de Oreitia, nacido en Sangüesa y pasajero también de 1593, que fue escribano real y estuvo casado sin hijos, muerto en Cuzco y enterrado en la iglesia de San Francisco, dejando de herencia a su mujer unos 10.000 pesos de a 8. Y de los quince que aún viven, la lista se compone de los siguientes nombres con su lugar de origen, residencia y ocupación principal:
• Pedro de Salinas, presbítero que fallecerá en Cuzco en 1624 con testamento; Juan de Lizoain, que ese año de 1609 había salido de casa de Abaurrea hacia Charcas con un fiscal y desde cuya ciudad de La Paz le ha escrito; el clérigo Martín de Legasa en la provincia de Arequipa; Martín Martínez de las Casas, que fue cirujano y después había ingresado de franciscano en La Plata dejando sus bienes a un primo del que Abaurrea no sabe el nombre; Martín de Santesteban, que pasa a América en 1597 y reside en las nuevas minas de Oruro (actual Bolivia) junto a dos “camaradas” paisanos que mencionamos a continuación, y por último el también franciscano fray Juan de Aldaz, todos ellos de Pamplona.
• Martín de Urrutia y Agustín de Tirapu, ambos de Puente la Reina. El primero está casado y con hijos en Cuzco, y el segundo es autor también de una interesante carta escrita desde Potosí en 1603 y recogida en mi tesis, donde aporta la cifra “de más de 8 nauarros que ay en esta villa”. En 1609 se encontraba en las minas de Oruro como “camarada” del citado Martín de Santesteban.
• Juan de Oronoz, clérigo de Obanos que piensa volver el año siguiente a Navarra y cuyo hermano había muerto en Quito.
• Pedro de Lumbier, de Sangüesa, autor de otra preciosa carta escrita desde Lima en 1597, que recojo asimismo en mi tesis. Había llegado procedente de Nueva España “a donde andube vagando dos años”. En 1609 se hallaba en Huancavelica como contador real por merced del virrey Luis de Velasco.
• Juan de Bergara, de Burguete, registrado de pasajero en 1595, que es el otro “camarada”, en las minas de Oruro, de Martín de Santesteban y Agustín de Tirapu.
• Antonio de Guevara, hijo del señor de Viguria (Gesalatz), en Cuzco.
• Juan de Mendico, de Estella, que iba a Potosí con su ganado cargado de coca.
• Fray Pedro de Eztala, de Peralta, franciscano lego en Cuzco.
• Miguel Navarro, clérigo de Barasoain y en los “Andes grandes” donde compró una chácara de coca. Abaurrea vivía en Cuzco con casa propia, a pesar del “temple desabrido” de la ciudad, pero parece que su oficio de contador se lo había concedido el nuevo virrey a un criado suyo, aunque éste no lo aceptó, y así las cosas, reconoce que no se puede mover de momento de la ciudad y además por otra poderosa razón en aquel contexto: anda con otros amigos en el descubrimiento de cierto yacimiento de oro y minas de plata y no lo puede abandonar hasta que sepa lo que hay. En todo caso, reitera un sentir común entre los paisanos: “en breue podremos yr a Nabarra que ya las Yndias están peor que Castilla, que ay más hombres perdidos y vagamundos que en toda España ni Francia”. Condición universal de todo emigrante que se mueve siempre entre la nostalgia y el anhelo de regresar a la tierra que le vio nacer y el apego por distintas razones al nuevo lugar de acogida en la búsqueda de una vida mejor a pesar de las decepciones y sinsabores que el destino suele acarrear.
Finalmente, no nos consta dónde y cuándo muere Abaurrea ni tampoco disponemos, si lo hay, del testamento. Sólo daré un apunte más de su humanidad en una época de omnipresente mentalidad religiosa -otra cuestión a seguir investigando- cuando él mismo manifiesta sus temores existenciales pues, a causa de la muerte de sus amigos, “estoy todo cano en la caueça y barba que si me viesen no me conocerían y ansí se espantan todos los que me conocen, y plegue a Dios que no me cueste la vida, hordénelo todo el Señor como más convenga para su sancto seruicio, amén”. Contaría en ese momento, como se puede calcular por lo ya dicho, unos 40 años de edad. Para concluir, he de señalar que un más profundo estudio de la abundante documentación existente, a un lado y otro del océano, podrá revelar muchos más detalles, mucho más colorido, mucha más vida, de esta red fraternal y solidaria, aglutinada en torno a la figura de Pedro de Abaurrea -“conocido en todo el Pirú” donde le hacen “en todas partes mucha merced”-, pero también de otras redes que se formaron a lo largo del Nuevo Mundo y en distintos momentos históricos, verdaderas comunidades de compatriotas navarros con conciencia de su identidad y, a partir de ésta, compartiendo intereses sociales y económicos.