Deshecho, desterrado y después reorganizado, el Ejército de Euzkadi resistió en tierras cántabras la ofensiva franquista, lo que mereció el elogio de sus superiores, hasta que sobrevino su final
Un reportaje de Aitor Miñambres Amezaga
La Historia nos ha acostumbrado a admitir que cuando un territorio o una gran batalla se pierden, el ejército vencido, irremediablemente también desaparece. Tal es el caso del ejército francés del armisticio, derrotado por Hitler en 1940, o el de los 100.000 soldados alemanes del mariscal Von Paulus, cercados y reducidos por los soviéticos en Stalingrado, tres años más tarde. Igual suerte podría haber seguido el Ejército de Euzkadi en junio de 1937, con la caída de Bilbao, cosa que no ocurrió, gracias a una eficaz maniobra de su gobierno y jefatura, no carente de sacrificio.
La ofensiva del general Mola sobre Bizkaia comenzó el 31 de marzo de 1937, con la presunción de una victoria rápida sobre los vascos. Sin embargo, el avance de las tropas rebeldes fue tan lento -unos 500 metros diarios- que la exasperación le llevó al general a incrementar en un 40% sus efectivos, así como a emplear el terrorismo aéreo sobre poblaciones civiles para forzar una rendición de los defensores. Así todo, con una superioridad de aviación y artillería abrumadora, los franquistas tardaron casi tres meses en alcanzar Bilbao, con pérdidas cuantiosas, incluida la del propio Mola al estrellarse su avión en Burgos.
Roto el Cinturón defensivo de Bilbao o Cinturón de Hierro, el 12 de junio de 1937, la caída de la capital, carente de fortificaciones e indefensa dentro de un valle rodeado de montañas, era cosa de pocas horas. La necesidad de evacuar a unos 150.000 civiles en peligro, así como a las propias tropas, llevó a la Consejería de Defensa de Euzkadi, encabezada por José Antonio Agirre y el general Gamir, a plantear una numantina defensa en las alturas vecinas de Artxanda y Santo Domingo, lo que permitió retrasar una semana la caída de la villa. Ello supuso el sacrificio de la vida de muchos gudaris y milicianos, pero se consiguió salvar más de la mitad del ejército .
El éxodoEl Ejército de Euzkadi se retiró en dirección Santander a través de la costa y de Las Encartaciones, de manera escalonada y ordenada, a costa de perder territorio y recursos industriales en la Margen Izquierda y Zona Minera. Necesitaba poder reorganizarse después de tantas semanas de infatigable resistencia. Con la ofensiva del ejército republicano del Centro sobre Brunete (Madrid), el 5 de julio de 1937, el avance franquista se paralizó y el frente quedó estable siguiendo la línea Saltacaballo-Otañes-Ventoso-Betaio-Mina Federico-Traslaviña-Pico Miguel-Burgueno-Ordunte.
Las fuerzas vascas, a salvo con graves pérdidas, se encontraban anímicamente en su punto más bajo, debido a los reiterados reveses y al abandono de muchos de sus mandos superiores en los momentos previos a la derrota, hecho del que en gran parte culpaban al Gobierno de la República, por no haber atendido las necesidades de suministro armamentístico para la defensa, sobre todo en lo que a aviación se refería. Numéricamente, el Ejército de Euzkadi estaba mermado por la alta mortalidad en sus filas, por los prisioneros tenidos y por la deserción de soldados forzosos, desafectos o desmoralizados. Comparativamente hablando, cabe destacar que si tomásemos como referencia un 10% de bajas mortales anuales sufridas por los ejércitos de la época en la Segunda Guerra Mundial, tendríamos que las unidades vascas, en 11 meses de guerra, acumularon cerca de un 15% de muertos -unos 6.800 referenciados-, lo que da una idea de la hecatombe humana que su esfuerzo supuso.
Durante la ofensiva de Mola, el Ejército de Euzkadi llegó a contar con 64 batallones de fusileros en el frente, así como otros de ametralladoras, de armas de apoyo y de ingenieros, con efectivos teóricos de 650 hombres cada uno, lo que raramente llegó a completarse. Estas unidades, en su origen provenían de las milicias de los partidos políticos y sindicatos leales al Gobierno.
ReorganizaciónCon la pérdida de Bilbao y llegado el momento de la reorganización, en la entonces provincia de Santander, se contaron los efectivos existentes. La intención del mando republicano era completar los batallones supervivientes, mezclando gudaris y milicianos de distintas sensibilidades políticas para darle un aspecto más regular a la nueva organización. Esta iniciativa la impulsaban algunos líderes comunistas, instalados en el comisariado político, lo que a ojos de nacionalistas, socialistas y anarquistas suponía restar personalidad ideológica a las unidades y ejercer el control sobre ellas.
A pesar de que el Gobierno vasco fuera de su territorio apenas podía mantener su dominio sobre la situación, Euzko Gudaroztea, las milicias del Partido Nacionalista Vasco y fuerza muy numerosa, consiguió que sus 12 batallones menos reducidos fueran completados con los restos de otros 6 también nacionalistas. Por su parte, 22 batallones de sensibilidad izquierdista se unieron entre sí, dando lugar a 11. Esto, sumado a otros 16 completos -3 de ellos de Acción Nacionalista Vasca- permitió disponer de 39 unidades de este tipo. Así, se formaron cuatro divisiones de tres brigadas cada una. Estas brigadas contaron con tres o cuatro batallones.
Un motivo de desánimo para muchos fue la nueva denominación del conjunto militar. Si en junio de 1937 era la de Ejército de Euzkadi, en julio pasó a denominarse Cuerpo de Ejército Nº 1 del Norte, para finalmente llamarse XIV Cuerpo de Ejército de la República. La nomenclatura utilizada para las agrupaciones inferiores también varió durante el verano de 1937 y, para cuando se reanudó la ofensiva sobre Santander, las divisiones vascas estaban numeradas desde la 48 a la 51 y las brigadas desde la 154 a la 165. Los batallones habían perdido toda su identidad inicial e iban nominados solamente con números romanos del I al IV.
Con estos efectivos, se cubrió el frente oriental. Así, en agosto, una división guarnecía la línea de defensa en Las Encartaciones, otra lo hacía en el sector cántabro hasta el mar y una tercera permanecía en reserva en Solares, cerca de Santander. La restante, la 50, mandada por el comandante Juan Ibarrola, era considerada división de choque y permanecía a disposición del mando del Ejército del Norte en las cercanías de Reinosa, por donde se esperaba el ataque franquista como así fue.
De nuevo en combateEl 14 de agosto fue la fecha elegida por el general Franco para ello. Tras una intensa preparación artillera y fuertes bombardeos aéreos sobre las posiciones republicanas, Franco lanzaba sus tropas desde el sur del frente montañés, con la intención de avanzar a través de la provincia, partiéndola en dos, hasta tomar la capital, Santander. Así, en cuatro días, su ejército tomó Reinosa y los soldados italianos del CTV vencieron la resistencia gubernamental del puerto de El Escudo, fase en la que fueron embolsados y capturados 22 batallones santanderinos. En los días sucesivos, el ejército rebelde continuó avanzando hacia el norte, hacia Torrelavega y Santander, sin intervenir en el frente este, limítrofe con Bizkaia. La 48 División del comandante Ricardo Gómez, en reserva, fue movilizada por el general Gámir, ahora jefe de todo el Ejército del Norte, y situada el 20 de agosto en Puente Viesgo, cerca de Torrelavega, para defender las comunicaciones con Asturias. Allí, las brigadas 157 y 158 fueron totalmente superadas, tras sufrir fuertes bombardeos artilleros. A esas alturas, la defensa era tremendamente difícil dada la rapidez con la que se desmoronaba el frente montañés, no existiendo ya realmente una línea defensiva.
Por su parte, la División 50 de choque, que había defendido tenazmente el valle del Saja, conseguía retirarse a Asturias con bastantes de sus efectivos. La noche del 21 de agosto, los batallones jeltzales II-164-50 (Arana Goiri), II-155-50 (Aralar) y II-156-50 (Padura), siguiendo indicaciones de Euzko Gudaroztea, se separaron de la división y marcharon hacia Santoña y Laredo, donde las autoridades del PNV, encabezadas por Juan Ajuriagerra, negociaban con el mando italiano el fin de las hostilidades y la salida por mar de los gudaris y personal de mayor relevancia. Este hecho sorprendió al capitán de Estado Mayor Francisco Ciutat por tratarse de batallones que, en sus palabras, habían combatido valientemente hasta esa fecha. En el frente oriental, la 49 División de Manuel Cristóbal Errandonea, guarnecía la costa, desde Mioño hasta el pico Betaio, donde enlazaba con la 51, que ocupaba la línea de Las Encartaciones, a través de Traslaviña hasta Ordunte, bajo el mando de Lino Lazkano. Así las cosas, a día 20 de agosto los franquistas aún no habían atacado por el este. Sin embargo, el coronel Prada, jefe de las fuerzas vascas, ordenaba la retirada de estas dos divisiones de sus posiciones, debido a lo profundo de la penetración enemiga hacia Torrelavega y en evitación de que los franquistas pudieran copar a la mayor parte de sus tropas al separar las provincias de Asturias y Santander. Se dispuso el repliegue hasta una línea de contención a lo largo del río Asón, desde Santoña hasta Ramales. Esta orden se hizo efectiva al día siguiente.
Sin embargo, ya era tarde, y el mando republicano, consciente de la insensatez de pretender contener al enemigo en la nueva línea, terminó dando la orden de que todas las unidades pasasen directamente a Asturias. Desalojadas las posiciones, los franquistas aprovecharon la ocasión para avanzar. Algunas unidades, como el batallón II-160-51 (Loyola), se mantuvieron en la zona con el propósito de retardar el avance franquista y ganar tiempo para que las autoridades del PNV pudieran cerrar su pacto con los italianos, acuerdo que finalmente no sería respetado por el enemigo.
Prisión para todosEl 25 de agosto, la prensa franquista ya adelantaba la caída de Santander, ciudad abandonada por las autoridades republicanas, que negociaba su capitulación. Cortadas las comunicaciones con Asturias, los batallones nacionalistas y anarquistas se entregaban a la brigada Flechas Negras en Santoña, el día 26, mientras que el resto de unidades vascas -socialistas, republicanas y comunistas- eran capturadas en la capital cántabra en la misma fecha.
En lo que respecta a la 50 División, con unos 3.500 hombres, continuó combatiendo en Asturias, en la defensa del Mazuco y hasta el final de la guerra en el Norte, en octubre de 1937. Salvo para los afortunados que consiguieron escapar por mar, la prisión fue el destino final de todos aquellos combatientes vascos que meses atrás dejaron su tierra para combatir más allá, siguiendo a su gobierno, con su pueblo exiliado. Y en prisión encontraron la muerte muchos de ellos, víctimas de unos juicios sin garantía, abriéndose un nuevo y doloroso capítulo de la historia vasca reciente.