La verdad acaba saliendo siempre a la luz, es el caso de las fosas navarras de Franco en Ollakarizketa de 1936 con testimonios que ponen la piel de gallina
Un reportaje de Iban Gorriti
APARECIERON dos coches, el primero con bandera nacional y una camioneta con toldo. Mi padre y mis hermanas se apartaron. Yo me quedé y vi los fusilamientos. Aquel día trajeron diecisiete esposados de dos en dos. Los metían como a corderos en la primera borda, la borda Roncal. Los sacaron ya sin atar. En la parte izquierda de la fosa, un pistolero le pegaba un tiro en el corazón y caía. En la parte derecha, el segundo pistolero le pegaba un tiro de gracia. Los echaban a la fosa medio tiesos, de pies, para que cupieran más”.
El escalofriante testimonio pertenece a Félix Echalecu, navarro que en 1936 fue obligado a cavar y tapar diversas fosas en Ollakarizketa tras presenciar diferentes ejecuciones. Hicieron, según narra, una fosa de unos 100 metros de largo por 0,60 de ancho y un metro de profundidad para enterrar los cadáveres. “La gente miraba para otro lado mientras los asesinos mataban con total impunidad”, agregan los investigadores del suceso Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita, de Ortuella.
El lugar fue elegido para ocultar las muertes de, por ejemplo, sacas que se hacían del penal provincial de Iruñea y tal vez otros producidos por “paseos” de vecinos de lugares de la zona de Iruzkun, Valle de Juslapeña. “Se ha demostrado que las historias que se contaban de boca en boca eran ciertas, no una leyenda urbana inventada por los rojos republicanos”, dice Domínguez.
En la actualidad, este “matadero franquista” es también conocido como “coto redondo”. Es propiedad de Miguel Vidart Falcón, nieto del que fue alcalde, Pedro Vidart, cuando “se produjeron los viles asesinatos en noviembre de 1936”. La orden de cavar la fosa la recibió el propio alcalde del Gobernador Militar de Navarra, según han cotejado.
Domínguez transmite que los crímenes fueron presenciados por una pastora de nueve años llamada Plácida Ibero. Nunca olvidó el lugar donde los enterraron, “tras asesinarlos impunemente”, y que indicó personalmente en 1979. Testigos de aquella primera exhumación popular recuerdan, 40 años después, la enorme emoción que sintieron y lo que vieron a medida que excavaban en la fosa. “Entonces todavía quedaban vivos muchos hijos de fusilados. A algunos se les reconocía quiénes eran por la ropa, por las zapatillas”, afirma una testigo de las exhumaciones de 1979.
A juicio del investigador, siempre se supo dónde estaban las fosas de la borda de Ollakarizketa. Pero mantiene que durante la dictadura de Franco era impensable hacer algo por rescatar los cuerpos de los familiares sepultados. “El miedo estaba latente y los que ganaron la guerra ocupaban puestos políticos y sociales que impedían las inhumaciones de personas republicanas, pero que Franco sí hizo por decreto en 1936 para exhumar a los muertos de su bando. En el mismo se pedía un censo de desaparecidos de la guerra y encargar a un grupo de expertos un protocolo de exhumación, además de preservar por ley las fosas comunes para que no se construyera sobre ellas”, explica.
Sin embargo, en Nafarroa hubo lo que se ha denominado exhumaciones tempranas, que comenzaron en la posguerra en 1939-1941 con la actuación en fosas con autorización del Gobernador Civil, tal y como consta en los archivos. Las siguientes se llevaron a cabo en 1952, 1959 y 1964 con la recuperación de restos, incluidos los del alcalde republicano de Lizarra, Fortunato Aguirre, enterrado junto al cementerio de Tajonar. “Entre ellas no estaba ninguna de las de Ollakarizketa”, matiza Domínguez.
Estas primeras exhumaciones, según los especialistas, se hicieron más con el corazón que con la ciencia médico-forense y terminaron de forma brusca tras el golpe de estado de Tejero en 1981. “Regresó el miedo a una nueva masacre y se abandonó todo hasta el año 2000, cuando regresaron las exhumaciones, pero ya por medios científicos”, pormenorizan.
Pese a todo ello, en más de 80 años el propietario de la finca nunca ha hablado. “Lo que no sabían es que después, alguien relacionado con el terreno o con permiso de éste, alteró la superficie de las fosas que se veían a simple vista y las cubrió con toneladas de tierra, hasta una altura de más de un metro en algunas zonas. La intención no era ocultarlas, pues ya se sabía dónde estaban, sino dificultar el trabajo de buscarlas”, agrega.
“Fosas del odio” Pero llegó 2019. Y llegaron al lugar los técnicos especializados de la Sociedad Aranzadi con el antropólogo forense Paco Etxeberria y la arqueóloga Lourdes Herrasti a la cabeza, siguiendo un protocolo y dentro del programa de colaboración Institucional firmado con el Gobierno de Nafarroa.
Pablo Domínguez acudió al lugar el 30 de septiembre a ayudar con las exhumaciones como miembro colaborador de Aranzadi. “Lo que presenciamos allí fue dantesco. Había tres fosas localizadas junto al edificio pastoril. Una de ellas estaba casi excavada y con los restos de nueve personas asesinadas a la vista. Detrás había otra fosa múltiple que dejaba entrever los restos de, por el momento, cinco personas y un gran hoyo central de una época antigua donde en 1979 habían rescatado los restos de dos personas de forma parcial y sin tocar al resto”.
En total localizaron 20 cuerpos en esas tres fosas y “no 16 como informaron los periódicos ese día, a causa de la falta de excavación de la segunda fosa que no estaba visible en su totalidad”, confirma.
A pesar del hallazgo de las tres fosas este año y la que se exhumó en 1979, se cree que aún quedan más enterramientos por descubrir. “Se sospecha de otra con cerca de 16 personas en las inmediaciones y varias más con un número indeterminado de cuerpos cercanas a las localizadas. Son fosas del odio de un pasado reciente de nuestra historia que nos causan vergüenza en pleno siglo XXI”, lamentan.