Vitoria estaba habitada a comienzos del siglo XVI por unas 4.500 personas, que hablaban en euskera, castellano, latín y hebreo, como exponente de su riqueza cultural
Un reportaje de Ernesto García Fernández
LA publicación del libro Urbanismo, patrimonio, riqueza y poder en Vitoria-Gasteiz a fines de la Edad Media e inicios de la Edad Moderna, por la Diputación Foral de Álava en 2018, permite a los amantes de la historia conocer mejor cómo vivían los vitorianos a finales de la Edad Media. Voy a entresacar algunas noticias del capítulo titulado Las élites de la ciudad de Vitoria a fines de la Edad Media y en el umbral de la Modernidad: patrimonio, fortuna y modos de vida, que se corresponde con las páginas 33-274 del libro.
Vitoria a comienzos del XVI era una población habitada por unas 4.500 personas. En sus más de cuarenta aldeas vivían otros 4.500 habitantes. El 63,11 por ciento eran calificados de hidalgos y el 36,88 por ciento de labradores. En la ciudad de Vitoria residían gentes cristianas con dedicaciones profesionales diversas. Sobresalían los mercaderes, médicos, notarios, clérigos y artesanos.
Los judíos ya habían sido expulsados de la ciudad en 1492. Quienes se quedaron se vieron obligados a convertirse al cristianismo. La Inquisición los siguió teniendo en su punto de mira. Hubo hijos de clérigos que llegaron a ser doctores en Medicina (Pedro de Gámiz).
Cultura y lenguas Vitoria entre mediados del siglo XV y del XVI fue una población cuatrilingüe donde el euskera, el hebreo, el latín y el castellano eran hablados por distintos segmentos sociales de sus vecinos. La lengua dominante era el castellano. El uso del latín se restringía a los clérigos y a quienes se habían formado en la universidad. El hebreo no era desconocido por los judíos vitorianos. La ciudad era un punto de referencia cultural que atraía a estudiantes del entorno. Estos alumnos se formaban en la casa del maestrescuela municipal y en las de otros escribanos, bachilleres y licenciados. Igualmente hay que significar en el plano cultural y religioso la Colegiata de Santa María, a donde llegaron a estudiar personas de otras tierras vascas, y los conventos de San Francisco y Santo Domingo de Vitoria, donde hubo frailes maestros encargados de instruir a los novicios. Quienes desearan obtener una titulación superior (bachiller, licenciado o doctor) debían desplazarse a las universidades castellanas (Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares), italianas o francesas.
Miembros señalados de las elites urbanas contaron con libros en sus casas. Se trataba de libros de Derecho, Medicina, eclesiásticos, de carácter enciclopédico, etc., escritos en latín o en castellano. Sobresalían obras literarias de Juan Boccaccio, Erasmo de Rotterdam, Antonio de Nebrija y médicas del maestro Julián, Alonso Chirino y Johannes Kethan.
El euskera era una lengua común entre la gente del pueblo. Las mujeres desempeñaron un papel fundamental en su transmisión. Hay anécdotas que revelan su conocimiento por las gentes más acomodadas. El vitoriano Pedro de Bilbao, de origen judío y hermano del dueño de la Casa del Cordón, dio una paliza a Juancho, su criado guipuzcoano, porque había hablado con desprecio de la comida servida por unos parientes judíos de su amo. El criado había hecho comentarios negativos en vascuence de los alimentos, a causa de la diarrea que padeció.
El fracaso del consulado En Vitoria los mercaderes conformaron una corporación socio-profesional que fue capaz de reivindicar en 1498 una nación mercantil propia para Álava, al estilo de las de Vizcaya y Burgos. A tal efecto, instrumentalizaron políticamente al Ayuntamiento de Vitoria y a las Juntas Generales de Álava, donde ocuparon ellos o sus familiares los puestos dirigentes. Los Reyes Católicos, al principio, hicieron caso a sus demandas, pero ante las protestas del Consulado de Bilbao dieron marcha atrás. Los mercaderes alaveses permanecieron en la nación vizcaína y desde 1511 formaron parte del Consulado de Bilbao. Los mercaderes vitorianos exportaban hacia Flandes entre el 3,3 y el 4% de las sacas de lanas que salían de Castilla.
Las viviendas y la vida doméstica Los palacios y casas de Vitoria solían disponer de huertas, parrales o jardines para disfrute y aprovechamiento de sus propietarios. Hoy en día en el lugar donde estaban las antiguas casas de los Maturana junto al cantón de Anorbín (Palacio del Marqués de la Alameda), en el Palacio de Aguirre (Montehermoso) y en el Palacio Escoriaza-Esquível, propiedad del prestigiado médico don Fernán López de Escoriaza y de su mujer Victoria de Anda Esquível, aún perviven los patios o jardines. Los arquitectos de los principales palacios levantados en Vitoria a principios del XVI eran vascos. En las obras del Palacio de los Álava trabajó el maestre cantero vizcaino San Juan de Arteaga, natural de la comarca de Busturia. En la campiña de la Llanada Alavesa había casas construidas de un modo similar a como lo hacen en Estados Unidos y Canadá los amish, una comunidad religiosa protestante.
La decoración y los artículos existentes en las casas y palacios medievales de las elites vitorianas descubren elementos de practicidad y revelan signos de distinción económica, de elegancia y de preeminencia social. Había casas de mercaderes, la de Diego Pérez de Legarda, con puertas de vidrieras historiadas con figuras de la Trinidad, la presentación del Templo, el Ayuntamiento, San Gregorio y los tres Reyes Magos. En las casas de algunas familias se han registrado instrumentos musicales de cuerda (laúdes y vihuelas), retablos, imágenes de la Virgen María y representaciones religiosas en lienzos y tapicerías. Los motivos vegetales, animales y heráldicos fueron comunes en las tapicerías, mantas y antepuertas distribuidas en paredes y puertas. Un miembro de la familia Estella tuvo en una pared de la cámara principal de su casa un lienzo con dibujos historiados del emperador Trajano. Hubo familias que adquirieron y conservaron cartas pintadas, obras de arte muy apreciadas en Europa. En una de ellas había un dibujo de la ciudad de París.
El estilo de vida El estilo de vida de las elites sociales de la ciudad no era en lo fundamental muy diferente. Ahora bien, ni el nivel de confort, ni la coincidencia de gustos fueron los mismos. Había hombres con barba y otros que se la rasuraban. Los hombres y mujeres acumulaban en sus casas un mayor o menor número de trajes, cofias, tocados, sombreros, alhajas y joyas, cuyo valor y vistosidad eran objeto de distinción social. Las ropas lujosas provenientes de Londres y de los Países Bajos, y las joyas de las mujeres de azabache, oro, plata, jacinto, zafiro, calcedonia, coral, ámbar, rubí o diamante anunciaban gustos distintos entre unas y otras familias. Hubo familias que llenaban de color las salas y habitaciones de sus casas con tapices y antepuertas llamativas, a menudo llenas de representaciones de figuras vegetales, animales o historiadas. En las casas de estas familias se encontraban joyas relacionadas con la devoción religiosa de sus moradores, en particular rosarios. Los símbolos heráldicos de estas familias se incrustaban a veces en copas de plata.
En las casas, las arcas de roble o de pino eran mayoritariamente los puntos de almacenamiento de los utensilios y ropas familiares. Hubo también armarios y escaparates importados desde Flandes. Las características de los tapices, antepuertas, mantos, alfombras, ropas de cama, vestidos y trajes de unas y otras familias tenían especificidades. Los braseros, candeleros, candiles, orinales, escobillas de limpieza, espejos y excepcionalmente los relojes eran instrumentos presentes en las casas de los vitorianos. Miembros destacados de las elites vitorianas fueron propietarios de relojes de pared, de pie o manuales, y contaban con escribanías en sus escritorios. Algunos vecinos de Vitoria poseían armas ofensivas (blancas y de fuego) y defensivas, pese a no dedicarse al oficio de la caballería, sino al comercio o a las letras.
mujer y violencia de género La mujer ocupaba en esta sociedad una posición bastante marginal en un contexto social en el que su protagonismo en la vida económica y política prácticamente no existía, con salvadas excepciones. Ninguna mujer vitoriana se formó en la universidad y de muy pocas tenemos constancia de que supieran escribir. Las mujeres casadas trabajaban habitualmente en la casa desarrollando las labores domésticas. Las más acomodadas contaron con una o varias criadas a su servicio. Entre esas labores se incluían la limpieza, la comida, la organización de la casa, e inclusive la confección de algunos tejidos y de ropa para la familia. Quienes se dedicaban a vender fruta o pan solían ser fruteras o panaderas. Las costureras de lienzo eran un oficio bastante demandado en la ciudad. Era normal que las jóvenes solteras trabajaran de peonas en la construcción. Su salario, sin embargo, era la mitad que el de los hombres peones.
La violencia mortífera del hombre para con la mujer aparece documentada en esta época. Catalina Ibáñez de Marquina fue asesinada por su marido Juan Pérez de Lequeitio el 2 de junio de 1530 por una presunta infidelidad y en 1480 Juan Martínez de Buendía degolló a su esposa Teresa Sánchez de Bilbao. El apuñalamiento de Catalina produjo en Vitoria una enorme conmoción. Catalina pertenecía a una familia rica de mercaderes y su marido Juan era el procurador general de la ciudad de Vitoria. Las presuntas relaciones de Catalina con Álvaro Osorio, mayordomo de la reina de Francia, tuvieron nefastas consecuencias para Juan que fue condenado a muerte por los jueces. Una muerte horrenda: ser introducido en un cuero cerrado junto con un gallo, un gato y un simio, y tirado al fondo de un río hasta ahogarse.
Estos son algunos retazos informativos del capítulo del libro citado.
García Fernández, Ernesto, García-Gómez, Ismael y Rodríguez Fernández, José. Urbanismo, patrimonio, riqueza y poder en Vitoria-Gasteiz a fines de la Edad Media e inicios de la Edad Moderna. Edit. Diputación Foral de Álava, Vitoria-Gasteiz, 2018, pp. 33-274.