La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias pese a la perfección de la medicina medieval
Un reportaje de Ernesto García Fernández
LA medicina medieval perfeccionó sus procedimientos diagnósticos y sus técnicas preventivas y curativas durante los siglos XIII al XVI. Los profesionales de la salud aplicaban su saber a los pacientes de acuerdo con los conocimientos teórico-prácticos de esos años. El doctor en medicina Arnau de Vilanova (c. 1240-1311) justificaba la profesión médica en la sociedad medieval por su utilidad social. Afirmó lo siguiente: «Todas las enfermedades que pueden ser en los cuerpos de los hombres y de las mujeres, pueden haber remedio de salud, también para las ánimas como para los cuerpos». La formación universitaria comenzó a ser un requisito de profesionalidad en la sociedad bajomedieval. Disponer de los títulos de médico bachiller, licenciado o doctor en la Universidad fue la antesala de la demanda de servicios a estos titulados por los reyes, nobles, burgueses y las mayores poblaciones europeas.
La búsqueda de la salud Los gobernantes se preocuparon por mejorar las condiciones higiénicas de sus respectivas poblaciones dictando ordenanzas que impulsaban la limpieza de las calles, la ubicación de las carnicerías en zonas adecuadas y la concentración de las industrias contaminantes al exterior de las zonas residenciales (las tenerías, molinos, etc.). Y, sobre todo, concertaron la contratación de médicos a los que daban un salario por sus servicios profesionales en los hospitales, en domicilios particulares y con los pobres mendicantes. En 1483, el concejo de Vitoria-Gasteiz contrató al licenciado Antonio Tornay, médico cristiano, no judío, formado en la universidad. Lo fue también del duque de Bretaña, del duque de Alba y probablemente de Bilbao, de donde era vecino en 1498. Pero el número de profesionales sanitarios, sin entrar a valorar la eficacia de las medicinas y las prácticas médicas, fue insuficiente. De ahí su mayor valor social en aquellos períodos en que las epidemias hacían su aparición. En el País Vasco hasta 1492 sanitarios judíos y cristianos compartían el ejercicio de la medicina (médicos, físicos, cirujanos o barberos) y en Navarra hasta 1498. A partir de la expulsión de los judíos, todos los sanitarios fueron cristianos.
Los hospitales El sistema asistencial tuvo un pilar clave en los hospitales. No eran propiamente centros de curación, sino de acogida de peregrinos y pobres. Una parte de estas gentes, mayormente mal vestidas e insuficientemente alimentadas, fueron desarrapados que vivían de la mendicidad y casi siempre carne de cañón en épocas de pandemia. En las ciudades medievales vascas y en pueblos pequeños hubo hospitales regidos en última instancia por las autoridades locales. Algunos se concibieron en su origen para atender a los leprosos: los lazaretos. Los gobernantes nombraban a los responsables de los hospitales, uno o dos mayordomos, y al hospitalero. Estos cumplían los acuerdos concejiles concernientes a los residentes en dichos centros. En Vitoria-Gasteiz, Bilbao y otras localidades había «beatas» que por motivos caritativos y de solidaridad atendían a los pobres y enfermos. Para mejorar la asistencia de los hospitales se fundaron cofradías: Nuestra Señora del Cabello, luego del Hospital de Santiago (Vitoria-Gasteiz) y la del Hospital de los Santos Juanes (Atxuri-Bilbao), base del futuro hospital de Basurto. Los hospitales solían pertenecer a la Iglesia, a los Ayuntamientos, a nobles o a comerciantes que los habían financiado con el propósito de contribuir al bien común de las ciudades, al mismo tiempo que dicha circunstancia reforzaba su consideración social. Los reyes financiaron los principales hospitales.
Las pestilencias La salud era un bien fundamental en la sociedad medieval. No se pudo evitar, sin embargo, la propagación de graves epidemias. La más conocida fue la Peste Negra de 1347-1348. El portugalujo Lope García de Salazar, antes de 1476 echaba la culpa de esta mortandad a la carestía, a la falta de pan y a la escasez de carne. Sostuvo que la peste duró unos cinco meses, de febrero a finales de junio y explicó su final con el aumento de la producción agrícola. Lope dijo que murió en Castilla una tercera parte de la población. No conocemos el número de muertes ocasionado por la peste negra en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia. Se supone que fue elevado. Se ha escrito que en Navarra la población se redujo más del 50%. Las pestilencias se reprodujeron en la segunda mitad del siglo XIV y a lo largo de los siglos XV y XVI. En 1464 la peste asoló la ciudad de Vitoria-Gasteiz. En la década de los 80-90 del siglo XV y en el XVI se registran epidemias en Bilbao (1490, 1498 y 1507), Azpeitia y Donostia (1484), Vitoria-Gasteiz (1485, 1504, 1505, 1519, 1530), Laguardia (1507), etc. En 1498 los gobernantes de Bilbao se habían percatado de que había carniceros que seguían vendiendo en sus carnicerías, pese a que tenían bubas y también habían constatado que las tenían algunas prostitutas. Inmediatamente las autoridades locales prohibieron a los carniceros que ejercieran dicha actividad, bajo la pena de 50 azotes y mil maravedís por cada vez. A las prostitutas se las expulsó de la villa. Se les dio seis días para salir de la villa, de lo contrario recibirían 200 azotes y se les arrebatarían sus bienes. La preocupación porque se produjera una epidemia pestífera generó una enorme alerta entre la población.
Las epidemias tuvieron efectos económicos y financieros. Hubo personas que se endeudaron o perdieron su puesto de trabajo. Las relaciones laborales y comerciales se enrarecieron por temor al contagio. Las haciendas regias y locales no pudieron recaudar todos los impuestos debidos por los contribuyentes. En Vitoria-Gasteiz la epidemia de 1464 provocó una reacción social que paralizó durante algún tiempo las derramas fiscales aprobadas por el Ayuntamiento. El daño fue mucho mayor para aquellos cuyos medios de supervivencia se hallaban en un estadio que rayaba la pobreza o era propiamente de miseria. La mortandad también formó parte de argumentos discursivos para lograr privilegios. En 1462 Baiona alegó los efectos negativos de la mortandad para conseguir de Luis IX de Francia la celebración de dos ferias anuales.
¿Qué respuestas se dieron para evitar los contagios? Había vecinos que huían de la ciudad a los pueblos, otros emigraban a zonas más lejanas donde las muertes eran menores. Los gobernantes establecieron cordones sanitarios prohibiendo la entrada de pobladores procedentes de zonas infectadas y exigiendo a los vecinos que no se dirigieran a pueblos infectados. Se pregonaba en las villas el nombre de las localidades donde la mortandad había triunfado para impedir la entrada a quienes hubieran estado en las mismas. Los sanos no querían convivir con los infectados. El riesgo de ser contagiados podía costarles la vida a ellos o a sus familiares más queridos. En Vitoria-Gasteiz en 1464 una parte de los regidores huyó de la ciudad y el concejo pensó en 1464 y 1485 que era una buena solución financiar rogativas y procesiones para rogar a Dios con el propósito de que detuviera la epidemia e impidiera la llegada a la ciudad de «extranjeros». En julio de 1504, clérigos y legos acordaron ir en procesión a Santa María de Arantzazu (Oñati) para que la «corrupción» (del aire) desapareciera. Vitoria-Gasteiz ya estaba infectada desde el 14 de junio de 1504. En 1504 y 1505 los ayuntamientos dejaron de celebrarse en Vitoria-Gasteiz para realizarse en Zurbano, Armentia, Betoño, el último en Gamarra Mayor el 24 de abril de 1505. En mayo se decidió levantar una ermita en honor de San Sebastián y realizar una procesión dando gracias a Dios por haber liberado la ciudad de la pestilencia con las imágenes de Nuestra Señora y San Sebastián. En 1505 el concejo de Vitoria-Gasteiz prohibió echar mantas y bultos sobre las sepulturas de las iglesias y que las mujeres llorasen encima, salvo en los tiempos consentidos por las ordenanzas. Paralelamente, se cerraron las puertas de la ciudad a quienes residían en pueblos contagiados (Astegieta, Lasarte, Ariñez, Labastida, Salinas de Añana y otras). Lo mismo aconteció en otros núcleos urbanos.
En Bilbao, sobresale la pandemia de 1507. Se originó en un hospital situado junto a la villa donde residían «más de noventa pobres». Se contrataron médicos, cirujanos y boticarios para curar a los enfermos y dar medicinas a los pobres. Se contrataron enterradores para sepultar a los que morían por la pestilencia y limpiadores para desinfectar las casas con fallecidos. Nadie de la villa quería entrar a limpiarlas. Se utilizó el fuego para erradicar la pestilencia, como a fines del siglo XV en Donostia donde se quemaron maderas aromáticas causantes de un incendio devastador. Al no ser capaces de controlar la enfermedad en el hospital decidieron trasladar a los residentes a los montes cercanos, donde levantaron un «hospital de campaña», es decir, una casa y chozas donde fueron instalados, les llevaron comida y a sus cuidadores lo que necesitaran.
En Vitoria-Gasteiz la documentación de los siglos XV y XVI descubre la importancia de las vecindades en la ejecución de las medidas profilácticas. Las vecindades eran las responsables de la limpieza de las basuras y en 1485 los mayorales de estas vigilaban la procedencia de los residentes para descubrir si habían estado en poblaciones infectadas. En 1530 los mayorales entregaban a los enfermos de cada vecindad, luego confinados en el hospital de la Plaza, pese a la oposición del hospitalero y su mujer, destituidos por el concejo. Unos años más tarde, en 1565, los infectados de la peste más pobres fueron sacados de los hospitales y recluidos en las ermitas de San Juan de Arriaga y Santa María de Olarizu en espera de su recuperación. Para algunos convalecientes se buscó una casa en las afueras y otros se llevaron a la ermita de San Miguel. Una vez curados sus ropas se lavaban solo en el río Zadorra. El aislamiento de los enfermos buscaba una atención específica y la protección de los sanos. Medidas similares se dieron en Navarra y en otras zonas castellanas, aragonesas y europeas.
La Historia es cambio, pero hay cosas que nos recuerdan la Edad Media.