El dictador Franco fusiló a 64 vascas y abrió dos cárceles para mujeres en Amorebieta y Durango
Un reportaje de Iban Gorriti
Desapercibidas años atrás para los historiadores, olvidadas por la sociedad. Aún 80 años después son pocas las investigaciones existentes sobre la mujer vasca en las cárceles durante la Guerra Civil y el franquismo. Comienzan a ver la luz, pero bien es cierto que tras dejar escrito primero la de los hombres. “Las mujeres vascas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino,…”, enumera Ascensión Badiola (Bilbao, 1961), doctora en Historia Contemporánea.
Badiola es autora de diferentes libros y de la tesis de 2015 titulada La represión franquista en el País Vasco. Cárceles, campos de concentración y batallones de trabajadores en el comienzo de la posguerra. En ella da cuenta de que en Bizkaia hubo dos ‘almacenes humanos’ de mujeres: la cárcel de Durango y la de Amorebieta. En la frontera costera anexa a Ondarroa, también existió la tristemente famosa de Saturraran, aunque ya en suelo guipuzcoano.
¿Cuántas mujeres sufrieron prisión? La pregunta a juicio de Badiola es incontestable. Los archivos de las cárceles de Amorebieta y Durango han desaparecido. Solo existe el archivo de Saturraran desde 1938 hasta 1944, y salvo documentos perdidos, “quedan a día de hoy más de dos mil expediente, si bien algunos nombres son repetidos porque hubo mujeres que fueron trasladadas múltiples veces y cada vez que regresaban a Saturraran se les abría un expediente nuevo”, aporta la investigadora bilbaina.
Así, por ejemplo, como el hombre, la mujer también murió fusilada. De los últimos listados publicados por el Gobierno vasco sobre mujeres pasadas por las arma en este territorio, se contabilizan 64 desde 1936 hasta 1940: 34 en Gipuzkoa, 22 en Bizkaia y ocho en Araba. “En un libro cita que en Bilbao fueron 19 de 9.000 prisioneros. El periodo de posguerra fue largo y también el encarcelamiento en sus diferentes fases. Yo solo he estudiado un periodo muy corto”.
La cuestión es cuáles eran las razones para que los antidemócratas, a la postre franquistas, fusilasen a estas mujeres. “Siempre las mismas, el delito de rebeldía, que incluía persecución a gente de derechas, o injurias al Glorioso ejército, como fue el caso de Juanita Mir, la periodista”.
En las cárceles vascas hubo mujeres de toda procedencia. Lo mismo en las prisiones de fuera de Euskadi. Badiola mantiene que el territorio franquista fue una cárcel para enemigas y enemigos del régimen, independientemente de su procedencia y dónde abundaron los traslados de una cárcel a otro como castigo y para evitar la reorganización del marxismo y del rojo-separatismo, así como para derribar psicológicamente al enemigo vencido en la guerra.
dos cárceles En la comunidad vasca, por un lado, permanecieron abiertas las prisiones provinciales de las tres capitales (Bilbao, Donostia y Gasteiz) que fueron “lugares de paso hasta el sumarísimo y hubo cárceles de cumplimiento de pena”. En Bizkaia hubo dos, en Amorebieta y Durango. La zornotzarra tuvo como director a un Machado, en este caso, Francisco, hermano mayor de los poetas Antonio y Manuel, quien también escribía, enviaba versos a Unamuno por si tenía las calidad poética de sus familiares.
El edificio se ubicaba en lo que hoy es el colegio El Carmelo, que funcionó entre 1938 y 1947. Junto a las mujeres se mantuvo encerrados en el penal a decenas de niños de corta edad, algunos de ellos nacidos y muertos en cautiverio, es el caso de José Humanes Aznar, que solo vivió diez meses. Terrible final padecieron también algunas madres procedentes de Albacete, Badajoz, Castellón, Ciudad Real, Girona, Madrid, Málaga o Toledo. Mantenían la política penitenciaria de dispersión.
La zornotzarra Marina García -fallecida en mayo de 2012- era entonces un bebé. Era hija de una reclusa, a la que se la arrebataron de sus pechos, como los de la mujer del cuadro Guernica de Picasso. En Santurtzi, las Hijas de la Cruz le prohibían a Marina decir que su madre estaba en la cárcel con las Carmelitas. La mayor alegría fue cuando liberaron a su madre después de que el médico diagnosticara a la niña la “enfermedad de la tristeza”, como se denominaba entonces a la depresión. Pero sanó junto a su progenitora, quien pese a que los franquistas le privaron de tres viviendas, recuperó su plaza de maestra, esta vez en Ea.
Badiola enfatiza que las presas sufrían “aislamiento en celda, y todo tipo de vejaciones de las monjas”. También en Durango. El año pasado se cumplieron 75 redondos años del sufrimiento de la cárcel de mujeres presas del totalitarista Franco en la villa vizcaina. Al cargo de las monjas de la Caridad -cualidad de la que estas religiosas nunca hicieron gala ni en la villa ni, por ejemplo, en la prisión de Saturraran- el almacén humano se ubicaba en un edificio que hoy no existe y solar sobre el que en la actualidad se levanta el colegio Nevers.
‘la dinamitera’ En aquel penal convivieron presas como la guerrillera madrileña e histórica Rosario Sánchez, La Dinamitera, o la madre de Edurne Gorosarri, duranguesa fallecida en agosto de 2014. Vicenta Garnika era una joven madre afiliada a UGT que no hizo nada para que sus propias vecinas le denunciaran y resultara encarcelada primero en el bilbaino Chalé de Orue y, después, en Durango. Un consejo de guerra le condenó a doce años de prisión por ser sindicalista y haber votado al Frente Popular. “Yo tenía 12 años y no entendía nada”, enfatizaba Edurne años atrás a DEIA. Meses después llegó el mejor día al reencontrarse ambas. Vicenta regresaba “flaquita”, con poco pelo, de habérselo cortado, antes, al cero. “Supe, luego, que la comida que le llevaba a diario lo compartía con otras presas”, subrayaba Gorosarri.
La fronteriza cárcel de Saturraran merece un capítulo aparte. “Es de la única que hay datos y no fue solo para mujeres guipuzcoanas o vizcaínas, sino para mujeres rojas y rojo separatistas. Hubo madrileñas, andaluzas, catalanas, castellano leonesas y manchegas, tinerfeñas…”, cita Badiola. Una de ellas, que también pasó por Durango, es la histórica Rosario Sánchez Dinamitera: la guerrillera que quedó sin mano derecha con 17 años, la cerillera, la miliciana, la del estanco en el franquismo, la comunista, la madre… la glosada en el poema de Miguel Hernández que la hizo internacional. Pasó once meses en la prisión duranguesa.
La guerrillera madrileña regresó a Saturraran, donde solo queda una pared de aquel penal que antes fuera seminario, cuando el Gobierno vasco rindió homenaje a las 4.000 mujeres presas en aquel enclave de Mutriku. Fue el 2 de abril de 2007. Falleció un año más tarde, el 17 de abril de 2008, cuatro días antes de poder cumplir 89 años. La duranguesa María González Gorosarri le dedicó un documental tras entrevistar a Dinamitera en su casa de Madrid.
Tras la Guerra Civil, llegó el franquismo y las mujeres también lo sufrieron. “Los años peores fueron hasta 1944. A partir de 1940 se empezaron a revisar penas y, aunque muchas mujeres fueron condenadas a cadena perpetua, sus penas fueron muy rebajadas y salieron de la cárcel para 1947 con los últimos indultos que hubo. El problema persistió después en sus pueblos donde fueron apaleadas, detenidas una y otra vez, se les impidió trabajar, etcétera”.