Nicolás María de Urgoiti protagonizó el despegue de la industria editorial en el Estado español en el inicio del siglo XX e impulsó numerosos proyectos periodísticos
Un reportaje de Juan Miguel Sánchez Vigil
ha pasado siglo y medio desde que Nicolás María Urgoiti viera la luz por primera vez y casi siete décadas desde su fallecimiento sin que la sociedad haya reconocido todavía su aportación a la cultura. Este intelectual, cuya vida podría ser novelada por entregas -llegó a batirse en duelo con un magnate de la prensa por defender sus principios-, debería tener espacio específico en los libros de texto y ser estudiado en las universidades como ejemplo de empresario y modelo en la dinamización de la cultura. El editor Gonzalo Losada, creador de la magna colección Austral en los primeros meses de exilio bonaerense y de la editorial de su nombre, escribió sobre él en 1948: “Urgoiti es uno de los hombres de más auténticos valores que ha tenido España en lo que va de siglo. Estamos todavía tan cerca del bosque que no lo podemos ver, pero a medida que nos vayamos alejando, es decir, a medida que vaya transcurriendo el tiempo, se empezará a verlo en su conjunto, en sus contornos y en sus detalles, y los que tengan la suerte de contemplarlo se llenarán de respeto y admiración”.
“Auténticos valores”, términos difíciles de conjugar y que definen la personalidad de quien dirigió La Papelera Española y puso en marcha el grupo Prensa Gráfica, modificando las estructuras mediante proyectos aún no superados.
Urgoiti nació en Madrid el 27 de octubre de 1869, hijo de Nicolás Urgoiti Galarreta y de Anacleta Achúcarro. Quedó huérfano de madre a los 8 años y pasó parte de su infancia en París antes de ser internado en las Escuelas Pías de Tolosa. Se licenció en Ingeniería de Caminos en 1892 en la Universidad Central de Madrid y se casó con su prima María Ricarda Somovilla Urgoiti, con quien tuvo ocho hijos: José Nicolás, Gloria, Graziella, Ricardo, María Luisa, Álvaro, Gonzalo y Nicolás.
En 1893 fue contratado por la Papelera Vasco-Belga de Renteria y en 1894 pasó a la de Cadagua, presidida por el conde de Aresti. Estas empresas se fusionaron el 25 de diciembre de 1901 para formar La Papelera Española y Urgoiti fue el elegido para dirigirla. Con la producción y venta de papel como objetivo, se instaló en la calle Barquillo de Madrid en 1905 y comenzó a expandir el negocio.
En esos años, la industria editorial española cobró auge gracias a la celebración en Madrid del sexto Congreso Internacional de Editores, organizado por la Asociación de Librería de España en 1908 con el objetivo de defender los derechos de autor y promocionar el asociacionismo.
La gestación de un imperio mediático
El proyecto de Urgoiti fue global, basado en la creación de empresas consumidoras de materia prima, pero con la premisa de generar contenidos de calidad. Así, en 1913 adquirió la revista Mundo Gráfico, que daría origen al grupo mediático Prensa Gráfica, competidor directo de Prensa Española, fundada por Torcuato Luca de Tena y de la que dependían el diario ABC y la revista de actualidad Blanco y Negro, además de otras especializadas. A Mundo Gráfico añadió La Esfera, que salió al mercado en enero de 1914, y el 26 de marzo de 1915 compró la Compañía Editorial Nuevo Mundo, editora de la revista del mismo nombre. En tres lustros hizo realidad su ambicioso plan empresarial, garantizando la producción y venta de papel además de ocupar un espacio clave en el sector informativo a través de las publicaciones periódicas.
Desde la fundación de La Papelera Española hasta el comienzo de la Guerra Mundial, en 1914, modernizó las instalaciones de la empresa para conseguir precios competitivos. La contienda provocó la escasez de papel y en consecuencia la intervención del Gobierno para la regularización de su consumo. El 7 de diciembre de 1915 pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre la situación de la prensa española, culpando de los problemas a los intermediarios y en especial a los vendedores por las altas comisiones.
Esta falta de materia prima y la dificultad de importar pasta de celulosa de los países del norte de Europa, reactivó las papeleras españolas. Urgoiti renovó las plantas de trabajo de los talleres de Renteria y Arrigorriaga y el resultado fue el aumento de la producción, que pasó de 2.000 kilos de pasta diaria en 1917 a 8.000 un año después. También recurrió al reciclaje, recuperando papel viejo y de recorte mediante la instalación de depósitos de recogida de material.
La proa del cuarto poder en la prensa española
El proyecto de fundar un diario estuvo en la mente de Urgoiti durante años, siempre con la idea de producir y vender papel. Su primer movimiento fue relanzar El Imparcial, pero el acuerdo con su propietario, Rafael Gasset, no fue posible y se abrieron las puertas hacia El Sol. Dos años antes de que saliera a la calle, el 11 de junio de 1915, Ortega y Gasset reclamaba la necesidad de un periódico moderno: “Bastaría que frente a ABC surja otro periódico con los mismos elementos técnicos y un espíritu más alto para que le pase lo que a Blanco y Negro frente a Mundo Gráfico y a Nuevo Mundo. Un periódico que podría titularse XYZ para dar a entender que en materias de educación e interés público no quiere ser el alfa sino el omega”.
El 1 de diciembre de 1917 El Sol comenzó a venderse al precio de 10 céntimos, el doble de lo que costaban los demás; en esto y en sus contenidos sería siempre distinto. Surgió en plena guerra y sus páginas fueron plataforma publicitaria de toda la producción de Prensa Gráfica. Urgoiti, desde la presidencia, diseñó un equipo compuesto por Manuel Aznar, consejero; Félix Lorenzo, director, y Eduardo Ruiz de Velasco, redactor jefe, a los que se sumaría más tarde Ortega y Gasset. El objetivo fue relanzar la prensa desde la perspectiva empresarial y al tiempo renovar la política del país. Para ello contó en plantilla con intelectuales y periodistas de prestigio: Lorenzo Luzuriaga, Luis de Olariaga y Adolfo Salazar, y con colaboradores expertos: Mariano de Cavia, Nilo Fabra, Luis Bagaría, Corpus Barga, Salvador de Madariaga, Julio Álvarez del Vayo, Federico de Onís o Joaquín Montaner (Barcelona). Madariaga escribiría en sus memorias: “El aire estaba lleno de renovación. Esta palabra llegó a ser un santo y seña, casi una palabra mágica. Hizo de ella su divisa El Sol, nuevo diario fundado en Madrid por un industrial inteligente e intelectual, don Nicolás María Urgoiti, con una política limpia, ilustrada, generosa y liberal, libre de prejuicios y de compromisos. Rompiendo valientemente con el pasado”.
Un modelo editorial jamás superado
1918 fue un año de convulsiones sociales y políticas. La falta de materia y el elevado precio que el Gobierno alemán puso al papel, cartón, pasta de madera y celulosa redujo la exportación de libros españoles hacia América. El 14 de marzo La Papelera Española envió una circular a los consumidores notificándoles que la escasez de productos y la dificultad para adquirirlos obligaba a suspender los pedidos para fabricar papel. Meses después Urgoiti creó Calpe (Compañía Anónima de Librería, Publicaciones y Ediciones) con el objetivo de publicar y editar por cuenta propia y ajena toda clase de libros, obras literarias, artísticas, pedagógicas, científicas y profesionales que contribuyeran a la difusión del saber. Con la editorial activó una corriente ideológica laicista y progresista, representada por intelectuales como José Ortega y Gasset, Manuel García Morente o Ramón Menéndez Pidal, responsables respectivamente de los ensayos, las obras literarias y el primer diccionario. Además amplió el mercado del papel, introdujo las corrientes culturales del extranjero y abrió la exportación a América. El primer catálogo fue publicado en 1919 y el 12 de agosto de ese año lanzó la colección Universal, definida por José Carlos Mainer como una “creación editorial de La Papelera Española que, al enjugar excedentes de fabricación, se constituía así en pionera del paper back o libro de bolsillo en el mundo”.
En abril de 1919 Antonio Maura le propuso ocupar el Ministerio de Abastos, que no aceptó, y a finales de ese año dejó la dirección de La Papelera para dedicarse a la editorial y al periódico. En junio de 1920, la política de precios de la prensa originó un enfrentamiento con Miguel Moya, director de El Liberal, que le obligó a batirse en duelo con su hijo. Apenas dos semanas más tarde, el 1 de julio, presentó el diario La Voz, dirigido a un público general. Fue su director Enrique Fajardo, con Javier Bueno como redactor jefe, y en el que colaboraron Antonio Machado, Ramiro de Maeztu y Azorín. Su función fue contrarrestar las pérdidas económicas de El Sol. Lo consiguió durante una década con una tirada diaria media de 100.000 ejemplares.
Entre 1923 y 1925, Urgoiti tomó las riendas de Calpe y lanzó un conjunto de extraordinarias colecciones sobre diversas materias que engrosaron el catálogo. En otro golpe de efecto abrió la Casa del Libro en la Gran Vía madrileña, puso en marcha delegaciones de la editorial en Barcelona y Buenos Aires, y cerró el ciclo con la fusión con Espasa en diciembre de 1925, editora de la popular Enciclopedia Universal Ilustrada.
Durante la dictadura de Primo de Rivera se distanció de La Papelera Española por motivos políticos y se dedicó a la difusión de la industria editorial. En 1924 creó la agencia de noticias Febus, en 1927 organizó junto al director de La Vanguardia la delegación española del Congreso Mundial de Prensa de Ginebra y presentó en la Oficina Internacional del Trabajo el informe La organización de la industria papelera en España desde los años 1894 a 1926. En 1928 participó en la Exposición Internacional de Prensa de Colonia y en 1929 fue nombrado presidente honorario de la Federación de Prensa Española. En diciembre de 1930 el conde de Aresti, presidente del Consejo de Administración de La Papelera, le exigió que “respetara a la monarquía y a la Iglesia”, lo que provocó que Urgoiti abandonara El Sol, y con él sus fieles, entre ellos Félix Lorenzo, Ramón Gómez de la Serna y José Ortega y Gasset.
En abril de 1931 comenzó una nueva etapa al frente de Fulmen, editora del periódico Crisol, que pasó a titularse Luz en 1932. Militó en la Agrupación al Servicio de la República y en las elecciones generales fue candidato por Gipuzkoa, pero no fue elegido. A finales de aquel año un brote depresivo le llevó a ingresar primero en un centro de los alrededores de Madrid y luego en una clínica suiza, donde pasó la Guerra Civil. Los últimos años de su vida los dedicó a ordenar su archivo personal.
Además de las empresas citadas, creó otra docena: Tipográfica Renovación, Gráficas Reunidas, Sociedad Cooperativa de Fabricantes de Papel, Ibys (Instituto de Biología y Sueroterapia), Telas Metálicas Perot, Almacenes General de Papel, Sociedad Arrendataria de Manipulado, Onena, revista Voluntad y la agencia de publicidad Urgoiti, Salas y Porrero. Murió en Madrid el 8 de octubre de 1951.