Alejandro del Amo, soldado del batallón Meabe, es la única persona a la que un presidente español, Pedro Sánchez, ha recibido antes de una sesión de control en el Congreso de los Diputados
Un reportaje de Iban Gorriti
Enrique, Julián, Quico y Alejandro fueron cuatro hermanos que ante el golpe de Estado de 1936 decidieron salir a encararse a aquellos militares sublevados y sus fieles. Lo hicieron divididos en dos batallones socialistas. El benjamín del cuarteto aún vive. Suma 99 años. Aquel julio que truncó la democracia republicana acababa de cumplir 16 veranos. Hoy, 83 calendarios después, narra orgulloso que ha conocido a Pedro Sánchez, investido esta semana presidente del Gobierno español.
Sin tramarlo, además, el de Sestao y residente en Barakaldo ha hecho historia. Meses atrás, ocurrió el encuentro y protagonizó el único caso en el que un presidente español ha atendido a un particular de forma oficial minutos antes de una sesión de control en el Congreso de los Diputados. También visitó el Senado.
Alejandro del Amo lanzó un consejo al jefe del Gobierno. “Le dije, a estos, a los fachis, ni pan ni agua. Antes de que te peguen leña, pégales tú”, le trató de persuadir. Sánchez esbozó una sonrisa y tuvo a bien responderle con una pregunta: “¿Crees que es tan fácil?, me dijo”.
Jandro (como todos le conocen) pudo llegar a fotografiarse con el presidente gracias al proyecto Último deseo de la Fundación Miranda que regenta la residencia en la que vive en Barakaldo. “El presidente se portó muy bien. Me gustó y me regalaron una corbata, una Constitución española, una taza…”, agradece quien nació el 9 de julio de 1920 en Sestao y tuvo cinco hermanos.
Tres fueron varones y dos mujeres. Los seis nacieron del matrimonio formado por Felipe del Amo, de Guadalajara, y María Benito, de Errenteria. El 18 de julio, Alejandro estaba de romería en Barakaldo. “Vinieron alguaciles que nos ordenaron ir a casa porque recuerdo que decían que había jaleo”, aporta. Los cuatro hermanos, simpatizantes socialistas, se alistaron voluntarios a dos batallones. “El hermano mayor, Enrique, me llevó a mí con él, de asistente. Yo sería el más pequeño del batallón Meabe, de las JSU. De hecho, mi hermano fue capitán del Meabe II y más adelante teniente coronel de la República. Mis tres hermanos pasaron, incluso, por la academia militar”, retiene orgulloso.
Julián (“nacido como Nemesio”) y Francisco militaron en el Indalecio Prieto, segundo de UGT. “Nunca me he afiliado, pero siempre he sido simpatizante del PSOE, y de la casa del Pueblo de Sestao”, argumenta. Del Amo matiza que fue el último en incorporarse al frente. “Fui más tarde porque me encargué de poner a salvo a mis padres, en casa de unos amigos en Putxeta (Abanto-Zierbena)”, asevera.
A continuación, el sufrimiento, aunque todos acabarían volviendo. Los cuatro. “En mi caso, hice de todo. Coger el fusil también. Recuerdo que resistiendo en Artxanda, nos dijeron que estaba el presidente Aguirre. Que había venido con un mosquetón a tal cota que no recuerdo. Quería que no bajásemos, que había que morir allí, pero nos retiramos. Fuimos a la estación de La Robla mientras bombardeaban los puentes…”, opina quien aquellos días aprendía esperanto.
Estando en Santander y viendo que los barcos prometidos no llegaban a exiliarles, le dieron un recado. “Vete a casa andando, pero antes córtate el pantalón de miliciano y no te entregues”, le dictaminaron y obedeció. “Salí a las nueve de la mañana de Santander y llegué a Sestao al día siguiente a las cinco de la tarde. No podía pararme ni tomar un tren… Nada. Incluso, no ir por donde hubiera gente. Por esa razón, no conservo fotos vestido de miliciano”, lamenta quien se aferra a su caja de cartón llena de instantáneas y recortes.
Sobrevivir al terror Sus hermanos continuaron en el frente. En los días de Artxanda, mientras él y su hermano Enrique frenaban a los franquistas, Julián caía herido por una bomba en Pagasarri. “En una ambulancia le trasladaron al entonces Asilo San Eloy de Barakaldo, que de forma paradójica está a unos metros de esta residencia en la que vivo. De aquí me llevaron al Hospital de Torrelavega y Enrique vino sa cuidarme. ¡Menudo abrazo me dio al verme! Me pedía que no le cortaran la pierna, pero estaba ya con gangrena”, silencia apenado.
A renglón seguido, narra su peor recuerdo vivido en días de guerra. “Fue cuando me dijeron que un amigo mío había muerto sobre la carretera por la andábamos. Volví corriendo atrás y al verle sin vida, lo aparté a la cuneta. Dije: A éste, fachis, no le aplastáis con vuestros vehículos”.
Acabada aquella pesadilla, los seis hermanos rehicieron como pudieron su vida durante el terror del franquismo. “Ahora quedamos vivos mi hermana Margari y yo. Marcelina también murió”, recopila y rememora otra despedida, la de su esposa, Asun. “Fue una pena. No le puse esquela ni hicimos funeral ni nada. ¿Para qué?”. Lo que no cuenta es que fallecida su mujer, se entregó en alma a cuidar a personas que sufrían la soledad en hospitales. Él mismo iniciaba conversación a quien veía solo en una habitación e iba a visitarle con una periodicidad. Utilizaba excusas como: “¿Me dejé un paraguas en esta habitación?” o “soy amigo de uno de tu pueblo”.
Y es que el miliciano Del Amo se considera a sí mismo como hombre de concordia. “Juntos, poniendo de nuestra parte y viviendo en paz, podemos hacer un mundo mejor”, valora, pero no baja la guardia. “Yo no les perdono lo que nos hicieron, ahora bien que nunca jamás vuelva a ocurrir. Me gusta empezar frases con nunca jamás…”, asiente.
Ahora espera a junio. A regresar al homenaje a los batallones del Euzkadiko Gudarostea que se oficia en la escultura de La Huella, en Artxanda. “Allí resistimos. Allí estuve yo y espero ir el próximo junio, aunque el gudari Moreno, con el que siempre estaba, ha muerto”, concluye uno de los últimos combatientes vivos del Ejército vasco de 1936.