Marcelino Bilbao salió con vida de los experimentos del ‘Doctor Muerte’, el nazi al que identificó décadas después gracias a un ejemplar de la desaparecida revista ‘Interviú’
Un reportaje de Iban Gorriti
Solo le faltó resucitar después de morir. Y es que Marcelino Bilbao fue un hombre corriente, pero un superviviente desde el día en que nació. A este hijo de Alonsotegi le contaron que sus padres biológicos le abandonaron en el río Cadagua y que sobrevivió gracias a una persona que le halló tras oír sus sollozos. La familia López-Iglesias, con 21 hijos, lo adoptó.
Salió adelante, también, siendo adolescente y trabajando en condiciones precarias, lo que le despertó la sensibilidad por lo social, por el marxismo, primeramente abrazado a las Juventudes Socialistas Unificadas. Llegó el golpe de Estado de 1936 derivado en guerra y perduró en su fin de vivir. La CNT puso en sus manos su primer fusil y ascendió a teniente del batallón Isaac Puente. Sorteó la muerte también como testigo del bombardeo de Gernika y en la batalla del Ebro, condecorado con la Medalla al Valor.
Tras cruzar la muga en 1939, acabó con sus huesos en campos de concentración de Francia (Saint-Cyprien, Argelès-Su-Mer y Gurs) y, a continuación, en los de exterminio de Mauthausen y su anejo de Ebensee, en Austria. Sobrevivió, incluso, a la inoculación de veneno -benceno- en su corazón, experimento maquiavélico del conocido como Doctor Muerte, apropiado alias de Aribert Heim. Su otro apodo era El carnicero de Mauthausen. De hecho, el nazi fue acusado de torturar y matar a más de 300 prisioneros con los que practicó inenarrables experimentos médicos.
Marcelino también los sufrió, pero su pequeño cuerpo sobrevivió una vez más a semanas de experimentos como cobayas humanas. Un libro publicado esta semana lo difunde a dos voces: en primera persona, por el protagonista, y contextualizado por su sobrino nieto, el historiador Etxahun Galparsoro (Donostia, 1980).
El vizcaino fallecido en 2014 evoca en las 400 páginas del volumen cómo siete presos de los 30 que hicieron frente a los experimentos mortales siguieron con vida: «Cuatro españoles y tres rusos. En Mauthausen ocurrían este tipo de cosas terroríficas», testimonia Marcelino en la publicación. «Mi tío abuelo», continúa Galparsoro, «sí fue un superviviente, pero sobrevivió a aquel azar. En Mauthausen tuvo a su favor que jugaban bien a fútbol y por ello los presos alemanes le daban comida. Además, se unió a una red clandestina de contrabando de presos alemanes. Y por último, también se integró en la organización de una Red de Resistencia. Esos tres factores le ayudaron a sobrevivir, pero recordemos que allí todo era al azar y punto. Entraban para morir».
Bilbao no conocía el nombre real de aquel sádico nazi. Lo supo décadas después. Le puso cara de una forma anecdótica. «Lo identificó viendo una revista Interviú sobre nazis con empresas de armas en Alicante», explica Etxahun. De pronto, el superviviente vio la foto del Doctor Muerte y dijo a su familia que fue aquel quien le inyectaba veneno en su corazón.
Galparsoro, por su parte, trata de quitar todo resquicio de épica, a pesar de que la vida de Bilbao es de inusitado guion de película, toda ella, cada uno de sus días. «Sí, para una película valdría», asiente. Incluso para un segundo libro. «Lo tengo escrito en un cajón», apostilla quien ha tenido en cuenta que la editorial Crítica del grupo Planeta lo publique el 16 de enero, centenario del nacimiento del antifascista. Además, el 25 de enero se pone a la venta, aniversario de su fallecimiento. «Y el 27 de enero se celebrará el 75 de la liberación de Auschwitz, con la apertura de los campos», agrega desde Madrid, donde lo presenta estos días bajo el título Bilbao en Mauthausen, memorias de supervivencia de un deportado vasco.
El triángulo rojo El ensayo también narra la existencia de los triángulos invertidos rojos que obligaban a portar a los alemanes presos en el campo. Como el que desde hace años viste el hoy ministro de Consumo, el comunista Alberto Garzón. Marcelino portaba el azul con una S, de español apátrida. «Fue muy importante la labor de quienes llevaban triángulo rojo, eran alemanes arios que ayudaban al resto de aquel escalafón que seguían por orden los triángulos verdes, los negros, azules… Y al final de todos, los soviéticos considerados subhumanos y los judíos, que no eran raza humana», cita el autor.
Aquellos rojos, presos políticos, fueron víctimas del proceso que vivió Europa en el que hubo una ruptura con el viejo orden. Así lo estima Galparsoro: «Estos alemanes querían la democracia, como ocurrió con la Segunda República. Y de ahí surgieron primero el fascismo y luego el nazismo. Eran presos con conciencia que ayudaron a personas como Marcelino. Es el antifascismo puro y quien no se incluye ahí se retrata por sí mismo. Es como si les molestara que existan los Derechos Humanos», antepone el donostiarra, técnico en el centro de documentación Lazkaoko Beneditarren Fundazioa.
Su tío abuelo, aquel miliciano del Euzko Gudarostea -«así lo califica el BOE de la época», defiende Galparsoro- fue el preso número 4.628 del campo de la muerte, todo un superviviente hasta hace cinco años, cuando murió. «Sobrevivió -concluye- a su infancia y juventud por su dureza, porque era de acero, sin embargo eso no valía en Mauthausen, allí sobrevivió al azar que imperaba».