En septiembre de 1936 varias compañías de gudaris consiguieron detener en la muga entre Gipuzkoa y Bizkaia a las tropas sublevadas, lo que permitió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la creación del Gobierno vasco
Un reportaje de Iñaki Goiogana
Cuando los soldados del ejército sublevado llegaron a Elgoibar el 21 de septiembre de 1936, el pesimismo ya había echado raíces entre las fuerzas leales a la República. Todo hacía indicar que la suerte estaba absolutamente de parte de los que pronto serían conocidos como franquistas. En efecto, solo hacía una semana que los soldados de Mola habían ocupado San Sebastián, una ciudad por lo demás vacía en más de la mitad de su población que optó por huir de la segura represión que se adueñaría de todos los territorios ocupados por las tropas formadas por requetés, falangistas, regulares coloniales y soldados profesionales. En esos escasos 8 días los sublevados apenas tuvieron resistencia a la hora de cubrir todo el ancho de la provincia guipuzcoana y no había razón para pensar que pudiera ocurrir algo diferente cuando entraran en Bizkaia. El desastre en el frente vasco parecía inminente.
Hacía dos meses que la guerra había comenzado. Al inicio de la contienda, los sublevados se hicieron fuertes en Nafarroa y Araba, en el primer territorio citado prácticamente sin resistencia, en Araba se declaró la huelga general pero la indecisión del gobernador civil, la acción de las fuerzas derechistas, especialmente tradicionalistas, bien organizadas y decididas a favor de la sublevación, además de la postura partidaria al golpe de los jefes militares hizo que rápidamente la provincia alavesa se decantara contra las autoridades legítimas. En Bizkaia y Gipuzkoa el golpe fracasó. En Bizkaia desde el primer día, en Gipuzkoa después de dominar a los militares acuartelados en Loiola.
Aunque los leales a la República lograron dominar la situación en su capital, los sublevados empezaron a asomar en Gipuzkoa a finales de julio y primeros días de agosto. El 27 de julio entraron en Beasain y el primero de agosto en Ordizia. Sin embargo, los combates más fuertes y encarnizados, a la vez que los que decidieron la suerte del territorio, se desarrollaron a lo largo del Bidasoa, en la frontera interestatal. Lograr el aislamiento del territorio leal fue una conquista estratégica de primer orden, tanto desde el punto de vista material como moral. El 5 de septiembre fue ocupada Irun y, consiguientemente, cerrado el paso internacional, el 8 Errenderia y el 13 Donostia. Durante dos meses en Gipuzkoa los milicianos y gudaris lucharon denodadamente y con determinación, pero prácticamente sin armas adecuadas para la guerra. La política de No Intervención, auspiciada por el Reino Unido y secundada por Francia, privó a la República de los mercados legales de armas, mientras que los sublevados fueron en todo momento surtidos de todo tipo de material de guerra por parte de sus aliados nazi-fascistas, teóricamente partidarios y suscriptores de la No Intervención. No es de extrañar pues, que a la altura de mediados de septiembre los sublevados se hallaran eufóricos y llegaran a hacer planes para repartirse el botín del que se iban a incautar cuando, en pocos días, entraran en Bilbao.
Aglutinar esfuerzos En la capital vizcaina funcionaba la Junta de Defensa de Bizkaia, un organismo dirigido por el gobernador civil, José Echeverria Novoa, que integraba en su seno a todas las fuerzas políticas y sindicales que apoyaban a la República, desde el PNV hasta la CNT, pasando por socialistas, comunistas y republicanos de todo signo. Sea por la personalidad de Echeverria Novoa, por el peso de socialistas y nacionalistas o porque el frente se hallaba más lejos que en Gipuzkoa, en Bizkaia los intentos de revolución social no se dieron, no al menos con la intensidad que se dieron en Gipuzkoa donde las fuerzas republicanas más extremas tuvieron mayor protagonismo. Por lo demás, la carencia de armas de guerra en Bizkaia era similar a la que se daba en Gipuzkoa. Ello hacía que la ayuda que de Bizkaia podía llegar a Gipuzkoa fuera más simbólica que realmente efectiva.
En esta tesitura, casi a la puerta del desastre, las fuerzas republicanas empezaron a aglutinar esfuerzos. Se sucedieron los encuentros para formar un gobierno de unidad además de una dirección de los asuntos públicos vascos más coordinada. Francisco Largo Caballero, el dirigente socialista encargado de formar el que se conocería como el Gobierno de Victoria ofreció al PNV entrar en el ejecutivo republicano. El partido jeltzale exigió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la formación de un Gobierno vasco.
Iniciada la guerra las distintas formaciones políticas y sindicales crearon sus propias unidades militares para hacer frente a los sublevados y, según los casos, para hacer la revolución o para defenderse de ella. El PNV, con el fin de conocer su poder de convocatoria, convocó para el 4 de agosto en Artxanda a sus seguidores. La convocatoria fue un éxito. Para entonces unos cientos de jóvenes habían acudido a Sabin Etxea secundando otras llamadas similares pero de menor intensidad y con estos jóvenes se inició la formación de las primeras unidades jeltzales en Bilbao, en el amplio edificio del Patronato que se hallaba en la calle Iturribide. Esta fue la semilla de Euzko Gudarostea en Bizakia, pero hubo dos cuarteles importantes que funcionaron en Gipuzkoa, uno, el más importante, en el santuario de Loiola, y otro, menor, localizado en Eskoriatza.
Una vez que llegaran los sublevados a la muga entre Bizkaia y Gipuzkoa era cada vez más claro que la suerte se podía decidir en muy pocas jornadas. Prueba de ello es la octavilla que el general sublevado Mola hizo lanzar sobre Bizkaia, donde daba margen hasta el 25 de septiembre para su rendición a “vascos y montañeses”, en caso contrario no repararía en medios hasta conquistar todo lo que se le resistiera. No hubo tal rendición y Mola cumplió lo prometido. Ese día fueron bombardeados Bilbao, Barakaldo y Durango con innumerables víctimas. La reacción popular también se cobró sus vidas pues a raíz de los bombardeos fueron asaltados los barcos prisión y la cárcel de Durango siendo asesinados a decenas de presos. Horas antes de que se cumpliera la hora del ultimátum de Mola, se obró un pequeño milagro. Lezo de Urreiztieta, santur-tziarra miembro de Jagi-Jagi, demostró estar bien preparado para actividades especiales. Lezo logró llevar al puerto de Bilbao un cargamento de armas después de trasbordar el material en alta mar de un barco a otro. Los pertrechos militares habían sido adquiridos en Checoslovaquia, transportados a Hamburgo y de allí a Bilbao después del intercambio marino en el Golfo de Bizkaia. Para que esta operación clandestina de adquisición de armas se desarrollara con éxito, el consejero de Hacienda de la Junta de Defensa de Bizkaia, el jeltzale deustuarra Eliodoro de la Torre, se había incautado, previo inventario, del oro depositado en el Banco de España de Bilbao. El metal se había trasladado a Francia en vapores de pesca de Ondarroa, donde había sido convertido en moneda fuerte e ingresado en una cuenta corriente.
Estas armas llegaron a Bilbao el 23 de septiembre. Rápidamente fueron distribuidas entre las unidades del frente y las de la retaguardia. Entre las unidades a las que llegaron estas armas estaban las cuatro compañías nacionalistas acuarteladas en el Patronato Kortabarria, Etxebarria, Garaizabal y Zubiaur. Nada más hacerse con el nuevo material estos gudaris supieron que en cosa de horas serían llevados al frente a reforzar las líneas que iban a ser atacadas por los sublevados. El 24 de septiembre, una vez reunida, la tropa fue arengada por las autoridades del PNV y se les comunicó que partían al frente unidos todos ellos bajo la denominación de Batallón Arana Goiri. Cuando llegaron a Eibar, la compañía Garaizabal y dos secciones de la compañía Zubiaur fueron separadas del grupo principal. Mientras el núcleo más numeroso continuó viaje hacia Elgeta, las unidades separadas fueron llevadas a Markina y de aquí, atravesando Etxebarria, al alto de San Miguel. En Aiastia sustituyeron a compañeros suyos del cuartel de gudaris de Loiola y junto a unidades de otras ideologías se aprestaron a resistir la embestida del enemigo.
Freno al avance La lucha de las unidades nacionalistas se prolongó desde el amanecer hasta el mediodía del 25 de septiembre. Los gudaris no pudieron mantener sus posiciones iniciales pero sí frenaron el avance franquista. La ofensiva franquista del 25 de septiembre se prolongó hasta los primeros días de octubre, cuando los franquistas definitivamente desistieron de continuar. Para entonces la línea de frente había retrocedido entre unos centenares de metros y unos pocos kilómetros, fijándose entre Asterrika, en la costa, hasta Elgeta. Pero el significado de aquella batalla va más allá del mero hecho de armas. La detención del arrollador avance franquista hizo posible que el Estatuto de Autonomía aprobado en la Cortes republicanas el 1 de octubre de 1936 pudiera tener un territorio y población sobre el cual ejercer su jurisdicción. De esta forma el lehendakari José Antonio Agirre pudo jurar su cargo en Gernika, a escasos kilómetros del frente, formar un Gobierno de concentración y ejercer una labor transformadora como nunca antes se había conocido. Se creó un ejército unificado con su marina, se erigió una universidad, se oficializó el euskara, etc. Con razón se ha dicho que el ejecutivo de Aguirre entre octubre de 1936 y junio de 1937 aprovechó el Estatuto hasta donde no estaba escrito dejando claro que la transformación radical de la sociedad era posible desde la democracia y el orden. Aquel Gobierno si no hizo más fue probablemente porque no pudo, no porque no se lo propusiera.
Hay que reconocer que todo aquello se logró gracias al esfuerzo que desplegaron miles de jóvenes, que en la mayoría de los casos antes de la guerra jamás habían empuñado un fusil, en los montes y en la mar luchando contra el ejército sublevado y en especial los que lucharon en el frente que se dibujó entre el mar y Elgeta a finales de septiembre y primeros de octubre de 1936. Nuestro recuerdo especial a los caídos en la acción desarrollada en Zirardamendi el 25 de septiembre, en representación de todos los que cayeron tanto entonces como antes y después en los frentes y en la retaguardia en defensa de la libertad.