Las autoridades franquistas de Bilbao, secundadas por la prensa de la época, fueron complacientes anfitriones de los nazis en la villa
No entendía nada del espectáculo que le ofrecían. Entre el embajador de Franco en París, José Félix de Lequerica, y el alcalde de Bilbao, José Luis Oriol, se encontraba en el palco de la plaza de toros de Vista Alegre el todopoderoso general en jefe de las fuerzas de ocupación en el sur de Francia, Bietersheim, al que las autoridades franquistas habían invitado en señal de fraterna amistad. No en vano las tropas alemanas de la Legión Cóndor habían prestado una ayuda decisiva en la victoria de Franco.
Los homenajes no se hicieron esperar y se sucedían a ritmo frenético. El 10 de agosto de 1937 fue la fecha elegida por el franquismo local para homenajear “a la gran nación amiga de España y a su führer Adolfo Hitler”. El lugar, el Teatro Trueba. Las autoridades, selectas: el general Cabanellas, el alcalde, José María Areilza; el presidente de la Diputación, Llaguno; el delegado del Partido Nacionalsocialista, el secretario de la embajada y el cónsul alemán en Bilbao. Al programa cinematográfico, en que se ponía de manifiesto la formidable maquinaria de guerra alemana y el peligro del comunismo en el mundo, acompañó la presencia de dos significados oradores, el concejal Esteban Calle Iturrino y el periodista Giménez Arnau. El primero no dejaba de ser un personaje local célebre por sus constantes cabriolas ideológicas. Socialista, comunista, upetista monárquico, tradicionalista, falangista… ¡para qué seguir! Fue especialmente celebrado por el auditorio al tener la genialidad, según palabras de La Gaceta del Norte, de vincular la batalla de San Quintín con la derrota de Francia y las sangres alemana y española que se derramaron en ella. El acto finalizó con ovaciones clamorosas al general Cabanellas y a Sidi-Al-al Ben Mohamed, representante del jalifa que tuvo palabras de agradecimiento para los que denominó compatriotas españoles.
Días más tarde, la colocación de tres obeliscos en el parque del Ensanche, rebautizado entonces como de Las Tres Naciones, sirvió para que Areilza, ante las autoridades diplomáticas de Alemania, Italia y Portugal, alabara al caudillo Hitler y glosara la genialidad de Mussolini y la inteligencia clarividente de Oliveira Salazar. Todos ellos adalides de sus revoluciones peculiares que, según el orador, perfilaban la Nueva Edad que se esperaba.
En esa misma línea, las Juventudes de Falange organizaron una fiesta homenaje a los camaradas de las Juventudes Hitlerianas “caídos en Alemania por la causa de la Revolución Nacional Socialista contra la barbarie asiática”. A la simpática fiesta se invitó a todos los jóvenes alemanes residentes en la villa.
Homenaje a marinos nazis Los miembros de la tripulación del acorazado de bolsillo Admiral Scheer fueron agasajados con almuerzos en el elegante Club Marítimo y en el Hotel Carlton. Mayor resonancia adquirió el homenaje que se tributó a los marinos de su buque gemelo, el que sería más famoso Admiral Graf Spee con su comandante Langsdorf a la cabeza. En esta ocasión el encargado de darles la bienvenida fue José Félix de Lequerica. Al tiempo de agradecer la intervención de la fuerza militar alemana en la liberación, alabó la conducta de la colonia alemana en Bilbao, citando como ejemplo la figura del llamado mártir Guillermo Wakonigg “alemán de alma y devoto de la causa española”, que murió con el mismo grito con el que Lequerica terminó su discurso: Heil Hitler! Al día siguiente, los marineros alemanes acudieron al cementerio de Begoña para ofrecer su particular homenaje al espía Wakonigg.
Además de los actos de homenaje que le ofreció el Ayuntamiento de Bilbao, la propia colonia alemana celebró sus propias festividades en las que casi todos sus actos en esta época estaban teñidos del espíritu nacional-socialista de las autoridades hitlerianas. Sirva de ejemplo, entre otros tantos, la fiesta nacional alemana de la cosecha, celebrada también en el Trueba; no faltaba ninguno de los elementos propios del ritual nazi: Juventudes Hitlerianas, música de Wagner, canciones y poesías patrióticas y el larguísimo discurso del cónsul Friedhelm Burbach que podría resumirse en una frase lapidaria “Adolf Hitler es lo mismo que Alemania y Alemania es Adolf Hitler”. Todo esto dicho ante la atenta mirada de las autoridades locales y su ovación entusiasmada.
En igual línea se celebraron muchos actos de los alemanes residentes en Bilbao como la apertura y clausura del curso del Colegio Alemán con el embajador Von Stoher, actos del Club Alemán, celebración de Navidades, cincuentenario del Hogar Alemán, el Día del Plato Único, la Fiesta del Estudiante Caído, siempre con la presencia del jefe local del partido nazi y del omnipresente cónsul Burbach. Este mantuvo una excelente relación con las autoridades franquistas. A título de ejemplo sirva la entrega de la medalla del Águila Alemana de primera clase al gobernador civil de Bizkaia, Miguel Ganuza, o el homenaje a Evaristo Churruca, conde de Motrico, muerto en lo que llamaban Cruzada. Al conmemorar la fiesta del Primero de Mayo, se ofreció la cifra de casi 300 personas pertenecientes a la colonia alemana, lo que da idea de su importancia, que se acrecienta por la importancia económica de algunos de sus miembros.
Cuando las tropas alemanas ocuparon Francia en junio de 1940, grupos de alemanes residentes en Gipuzkoa y Bizkaia acudieron a la frontera francesa para saludar al ejército de ocupación alemán con un entusiasta flamear de banderas con su cruz gamada.
Cine, Teatro, música… El gran amigo alemán aparecía también en otros ámbitos de la vida bilbaina. Películas como El triunfo de la voluntad, de la cineasta Leni Riefensthal, eran ofrecidas en el Cinema del Soldado, la música de la banda de la Legión Cóndor era habitual en la programación de Radio Bilbao o se celebraba la Exposición del Libro Alemán inaugurada por el jefe local del partido, Tarnow. También se ofrecieron las representaciones del grupo de teatro alemán La fuerza por la alegría, en campaña propagandística de las virtudes del nazismo, y se organizaron conciertos musicales con la presencia de la Orquesta Filarmónica de Berlín y la dirección de C. Krauss en el Teatro Buenos Aires bajo la protección de la siempre presente cruz gamada.
Fue también significativa la propaganda aparecida en la prensa bilbaina de esta época de los productos alemanes. De los medicamentos a los colorantes, de la electricidad a la motorización, aparecían siempre como los mejores productos del mundo en el horizonte de una nueva economía mundial. Los artículos laudatorios a Hitler y su régimen eran habituales en la prensa bilbaina. Perfectamente lógico en periódicos falangistas como El Correo Español y Hierro pero también muy comunes en la católica La Gaceta del Norte, cuyo director López Becerra, Desperdicios, contaba maravillas del régimen nazi, acaso con mayor entusiasmo desde que visitó Alemania durante un mes con un numeroso grupo de periodistas españoles en agosto de 1940. Este mismo periódico recogió con entusiasmo la visita de Heinrich Himmler, comandante de las SS, en octubre de 1940, a la Diputación de Gipuzkoa, donde fue recibido con los máximos honores por su presidente, en aquel momento Elías Querejeta.
En 1941 el ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer, proclamó en vibrante alocución el famoso ¡Rusia es culpable!, considerando una exigencia de la historia el exterminio de la Unión Soviética y promoviendo la creación de la División Azul. En Bilbao se convocó una manifestación que recorrió varias calles de la villa y concluyó delante del consulado alemán. De nuevo Burbach tomó la palabra y lanzó toda una arenga patriótica en la plaza Elíptica. Arenga en la que prometió a España “el lugar que le corresponde por su gran historia, por su excepcional situación geográfica y por los grandes sacrificios que se ha impuesto en la lucha contra el mismo adversario”. Era claro que el cónsul nazi había leído el libro de Castiella y Areilza Reivindicaciones de España.
En 1943, el considerado invencible ejército alemán empezó a conocer las derrotas. La simpatía franquista hacia el régimen nazi comenzó a menguar y, con su caída definitiva en 1945, se hizo preciso disimular las concomitancias de las dos dictaduras. Se ponía en marcha la operación camuflaje. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en el caso del cónsul en Bilbao, Burbach, primer representante de Hitler en España y Portugal. Presente en todos los eventos de la colonia alemana en la villa, desapareció de su despacho de la calle Máximo Aguirre, al igual que le sucedió al Partido Nacional-Socialista en Alemania. Escondido al parecer en Cillaperlata, en las estribaciones de los montes Obarenses del norte de la provincia de Burgos, esperó algunos años para que la desmemoria que todo lo invade borrase la presencia nazi en Bilbao. Sus amigos franquistas le siguieron prestando protección hasta su muerte en 1959 en accidente de tráfico en San Llorente de Losa.
Hablar hoy de estas historias suscita en muchas personas incredulidad o, cuando menos, un cierto escepticismo. Porque, ¿quién se acuerda hoy de esa época negra en que los nazis se paseaban ufanos con los franquistas por las calles de Bilbao o cantaban brazo en alto y gesto altivo amenazadoras canciones de guerra?
Un reportaje de José Ignacio Salazar Arechalde