La celebración hace treinta años del referéndum sobre la permanencia en la OTAN provocó una polarización política; hubo un ajustado ‘Sí’ en el Estado, pero en Euskadi el ‘No’ fue claro
Reportaje de Txema Montero
El miércoles 12 de marzo de 1986 tuvo lugar el referéndum para la permanencia de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), convocado por el primer gobierno socialista. El Estado español pertenecía a la estructura política de la Alianza, pero no al aparato militar, desde que en mayo de 1982 el presidente Calvo Sotelo, investido tras el fracasado golpe de Tejero (1981), firmara la adhesión para protegernos, se nos dijo, de otra asonada militar.
¿Que para qué servía la OTAN? Lord Ismay, primer secretario general de la Alianza, afirmó sin asomo de ironía que “la OTAN sirve para tener a los norteamericanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes quietos”. Eso de “los americanos dentro” no pasó de ser una interesada afirmación limitada a la ayuda militar, pues lo cierto es que en Europa se detecta una constante aprensión colectiva a los Estados Unidos que a veces parece ser el único pegamento que une a los europeos.
Historias tremendas sobre la pena de muerte, los asesinatos masivos en los institutos, el mercado implacable y la falta de protección social en Estados Unidos abundan en la prensa europea. Quien cruce el Atlántico leerá sobre la gerontocracia, las elevadas tasas de paro y los minúsculos presupuestos de defensa europeos. No parece que el sentimiento atlantista haya superado las reservas y suspicacias a ambos lados de “esa larga cinta azul”, como describió Churchill al océano que nos separa.
El espíritu occidental-atlantista no se hizo carne en una gran parte de los españoles y resultaba totalmente ajeno a la experiencia histórica de los vascos, que habían jugado su carta a la victoria aliada durante la Segunda Guerra Mundial con la consecuencia de unos Estados Unidos antipáticos sostenedores de la dictadura franquista. El desinterés en la política exterior y la no percepción de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia supusieran peligro para la seguridad hicieron el resto.
La convocatoria de referéndum fue resultado del particular empeño de Felipe González, quien, gracias a la victoria del Sí que él proponía, elevó su estatura política como líder internacional. Para entonces, ya había arriado sus viejas banderas: el marxismo, el reconocimiento del derecho de autodeterminación, la nacionalización de la red eléctrica o su simpatía por el movimiento de los países no alineados. Luego vendrían el GAL y la politización de la Justicia. La posición del PSOE, inicialmente contraria a la permanencia en la OTAN, dio un brusco giro durante el XXX Congreso del partido (1984), cuando Felipe González consiguió el suficiente apoyo de otros dirigentes -como Alfonso Guerra, Ernest Lluch o Javier Solana- hasta entonces contrarios o reticentes a permanecer en la organización atlantista.
A partir de entonces comenzó el proceso de persuasión de la opinión pública centrado en la consigna OTAN, de entrada no, maravilla publicitaria que parecía comprometer al PSOE contra la permanencia en la Alianza cuando en realidad quería decir lo contrario. Sobre la perversión del lenguaje ya nos había advertido Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas. Uno de sus personajes, Humpty Dumpty, afirma: “Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero decir, ni más ni menos”; a lo que Alicia replica: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”; y Humpty Dumpty zanja: “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”.
Medios de comunicación Felipe González, haciendo abuso de TVE, la única televisión existente, y con el apoyo del diario El País, supo encarar la campaña contra el referéndum promovida desde Abc, La Vanguardia, Diario 16 y más sutilmente DEIA y la Cadena Ser. Tal oposición se basaba en la errónea previsión de que la ciudadanía, si era finalmente consultada, contestaría No. Esto inquietaba enormemente a la Coalición Popular de Fraga, antecedente del PP; a la Convergencia i Unió de Pujol y Durán, y al PNV de Arzalluz, partidos de referencia de los medios citados.
Éste último manifestó su posición contraria “a que se celebrase este referéndum porque no se hacía la consulta en las debidas condiciones para que la gente pudiera expresarse correctamente sobre el fondo de la cuestión”. Finalmente, el PNV dio libertad de voto a sus afiliados, aunque sus dirigentes más cualificados, Arzalluz y Ardanza, eran firmes partidarios del Sí, mientras que Garaikoetxea, ya con un pie fuera del partido, era partidario del No. Sabido es lo difícil que puede ser la redacción de la pregunta que se propone a los ciudadanos en un referéndum, pues detrás de cada líder que convoca está la sombra de Humpty Dumpty pretendiendo que las palabras signifiquen lo que él quiere y, sobre todo, que se sepa quién manda.
La pregunta puede ser más fascinante que la respuesta y así resultó: ¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el gobierno de la nación? Los términos a los que se refería eran los siguientes: 1.- No incorporación a la estructura militar integrada. 2.- Prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares. 3.- Reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
Con una participación del 60%, un 52,55% de los ciudadanos votó Sí. Con una participación del 66%, un 64,93% de los vascos votó No. En Navarra, el No ganó con un 52,7%. En Catalunya y Canarias, por escaso margen, ganó también el No. El lehendakari Ardanza dijo que “el resultado es bueno para España porque eso permitirá estar no solamente en la CEE sino responder a los compromisos de defensa mutua”.
Desde HB, un exultante Tasio Erkizia cabalgando la ola del éxito manifestó que el referéndum era: “un paso más adelante en la lucha por la reconstrucción nacional de Euskadi”. En El Correo Español, el influyente analista Vicente Copa, seudónimo de José Antonio Zarzalejos, lo calificó como “referéndum absolutamente negativo, en sus resultados y en sus efectos, por lo que suponía de revitalización de las opciones más extremas, radicales y violentas” (en referencia a HB).
El diario Egin, entonces dirigido por José Félix Azurmendi, sorprendió por su ecuanimidad, pues editorializaba en primera página que “era difícil establecer si en el PNV críticos y oficialistas tuvieron un comportamiento diferenciado” y que “las declaraciones tras el resultado de Ardanza y Arzalluz parecían dar a entender que ellos hubieran votado No al referéndum aunque Sí a la OTAN y No a Madrid”. En fin, un verdadero galimatías.
¿Qué habría pasado si hubiera salido No en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN? ¿Continuaría Milosevic en el poder en Belgrado? ¿Sería Kosovo un páramo vacío? Parece que no. Me perdonarán el sarcasmo, que no tiene otro motivo que llamar su atención sobre la levedad en términos históricos de acontecimientos que en su día parecían ser trascendentes en su forma y fondo. La Unión Soviética y el Pacto de Varsovia desaparecieron y la OTAN, que se ha mantenido en la jurisdicción de lo humano, sigue viva reconvertida en policía de fronteras europeas y fuerza de acción rápida en disposición de servicio sea en el Océano Índico, el Mar Mediterráneo, Oriente Medio o las fronteras con Rusia.
Mientras tanto, los vascos seguimos construyendo la nación sin que la pertenencia a la OTAN sea un obstáculo mayor que nuestra propia división al respecto, que la intransigencia del Estado español o las reticencias de una Unión Europea que sabe que debe reconocer la pluralidad nacional existente en su seno pero no sabe cómo hacerlo sin alterar el statu quo de los estados miembros.
“La culpa, de Fraga” Para los vascos, el resultado del referéndum fue una campanada de distinción, una declaración encandecida de somos y seremos, un ¡qué no pare, que no pare! Personalmente estaba exultante y solo un mes después tuve ocasión de jactarme ante un personaje de excepción. Se trata de la conversación que mantuve en el Saint Anthony’s College de Oxford con motivo de una High Table, cena compartida con los estudiantes donde los profesores y sus invitados se hallan sobre un estrado en plano superior a los alumnos.
Ya lo conté en DEIA en otra ocasión, pero no me resisto a repetirlo. Nos presenta el decano del College, el gran historiador Raymond Carr: “Señor secretario (de la OTAN), le presento a Txema Montero, de Herri Batasuna, País Vasco”. Carrington: “¡Así que es usted miembro del partido que ha conseguido que los vascos voten No a la permanencia en la Alianza”. Yo: “No ha sido solo por nuestra intervención, los vascos esperamos en vano que los tanques del mariscal Montgomery entraran en nuestro país para liberarnos de Franco”. Carrington, con ese hablar de la élite británica que parece un tartamudeo y allí llaman mumbling: “La culpa la tiene Fraga Iribarne por llamar a la abstención”.
Aquel bello gesto se agotó el día del No porque después nos desentendimos de su significado. Eckermann, en sus Conversaciones con Goethe, uno de los más lúcidos intercambios de ideas de la historia del pensamiento europeo, ya nos había advertido: “No bastará con dar pasos que algún día puedan llevarlos a la meta, sino que cada uno de ellos tiene que ser meta y paso al mismo tiempo”. A veces, hay que estar ciego para ver y lo que vino tras el victorioso referéndum, paso sin meta, fue la realidad, casi siempre tan antipática. Trece años después, en 1999, presidiendo Aznar el gobierno y con amplio consenso parlamentario pero sin que fuera sometido a referéndum -pocos lo echamos en falta-, el Reino de España se integró en la estructura militar de la OTAN.