Encartaciones 1870-1975: El esplendor de la arquitectura contemporánea

El Museo de las Encartaciones impulsa un proyecto de investigación para poner en valor la arquitectura contemporánea de la comarca que ha dado pie a dos iniciativas: la publicación de un libro y la realización de una exposición, ambas con el mismo título

GORKA PÉREZ DE LA PEÑA OLEAGA

EL patrimonio arquitectónico contemporáneo conforma uno de los conjuntos más decisivos e importantes de Bizkaia porque la imagen actual de sus núcleos de población es fruto de ese momento histórico. Todo ello como consecuencia de su fuerte desarrollo industrial, lo que exigió la construcción de urbes de nueva planta y de numerosas dotaciones públicas.


El libro Encartaciones, 1870-2019. El esplendor de la arquitectura contemporánea constituye una aportación decisiva en la historiografía de la arquitectura contemporánea de Euskal Herria porque es la primera vez que se hace una recensión global de uno de sus territorios. Pero su transcendencia no se agota en la contribución historiográfica sino que lo es igualmente por su metodología pionera e innovadora en la bibliografía europea en la manera de evaluar este patrimonio. Esta publicación es una de las pocas que aborda un estudio de conjunto fundamentado en una selección de los elementos más representativos de su patrimonio arquitectónico a partir de un análisis completo de todos los elementos con un presunto valor patrimonial. Esta metodología supone un salto cualitativo enorme frente a la práctica generalizada de hacer elecciones previas a partir de presunciones preestablecidas.

Palacete Hurtado de Saracho La realización de este libro tuvo que salvar una dificultad máxima, la falta de libros específicos sobre la arquitectura contemporánea de los municipios de las Encartaciones salvo en los casos de Barakaldo, Portugalete y Sestao, de los que hay publicaciones realizadas por Gorka Pérez de la Peña Oleaga. Este hándicap se salvó con la realización previamente de monografías de los diecisiete municipios restantes que conforman esta comarca, de acuerdo a la denominación histórica que aplica el Museo de Las Encartaciones en su formulación museística. Estos son los siguientes: Abanto-Zierbena, Alonsotegi, Artzentales, Balmaseda, Galdames, Gordexola, Güeñes, Karran-tza, Lanestosa, Muskiz, Ortuella, Santurtzi, Sopuerta, Trapagaran, Tur-tzioz, Zalla y Zierbena. Igualmente, se incluyó Portugalete únicamente para el periodo entre 1960-1975. En total, este territorio cuenta con una población de 293.363 habitantes y una superficie de 557,79 kilómetros cuadrados.

El resultado de estos estudios, lo que viene a evidenciar el acierto de su realización, es la determinación de 1.200 elementos de interés patrimonial, que en más del 60% son completamente inéditos.

Edificios y estilos Para el libro se han seleccionado los elementos correspondientes con los grados de protección de calificable e inventariable de acuerdo a las categorías de protección de la Ley de Patrimonio Cultural Vasco, que son en total 450. El discurso del libro se ordena cronológicamente en función de los estilos dominantes y las tipologías presentes para facilitar, de una manera pedagógica, una fácil comprensión de su evolución y articulación. En la arquitectura contemporánea de las Encartaciones, el intervalo que se prolonga entre 1870 y 1975 y que conforma un tiempo histórico homogéneo y coherente, los lenguajes imperantes son los siguientes: eclecticismo, neomedievalismo y estilo Segundo Imperio; neovasco; modernismo; regionalismo; art déco; racionalismo; Estilo Nacional y racionalismo de postguerra; Modernidad de los Cincuenta; y funcionalismo y organicismo. Las tipologías que se desarrollaron fueron las siguientes: Edificios plurifamiliares, Edificios plurifamiliares y unifamiliares obreros, Edificios unifamiliares, Edificios dotacionales, Edificios sedes institucionales, Edificios religiosos y Edificios industriales.

De esta publicación se puede concluir, que el patrimonio arquitectónico contemporáneo de las Encartaciones es uno de los más decisivos e importantes de Bizkaia por la brillantez de sus obras, entre las que se encuentran obras de relevancia internacional, caso de las siguientes:

En Barakaldo: en eclecticismo, el Palacio Munoa del arquitecto Ricardo de Bastida de 1916 (Llanos 61); en modernismo, el Asilo Miranda (hoy Conservatorio Municipal) del arquitecto Ismael Gorostiza de 1911 (avenida Miranda 4); en racionalismo de postguerra, el edificio de viviendas del arquitecto Ismael Gorostiza de 1941 (Portu 1-5 y Auzolan 3); y en Modernidad de los Cincuenta, el Hospital de Cruces del arquitecto Martín José Marcide de 1949-1953 (plaza de Cruces 12).

En Gordexola: en modernismo, la Villa José del arquitecto Mario Camiña de 1905 (Sandamendi 10); y en regionalismo, la Villa Cuba del arquitecto José María de Basterra de 1931 (Sandamendi 2).

En Güeñes: en neovasco, el Palacete Hurtado de Saracho del arquitecto Manuel Ignacio Galindez de 1921 (Gallarraga 41); y en art déco, el edificio de viviendas del proyectista Manuel Gutiérrez de 1932 (Gallarraga 2).

En Ortuella: en Modernidad de los Cincuenta, la Escuela de Formación Profesional del arquitecto Celestino Martínez Diego de 1955 (avenida del Minero 9).

En Portugalete: en arquitectura del hierro, el Puente Bizkaia del arquitecto Alberto de Palacio de 1890-1893; en neovasco, el edificio de viviendas del arquitecto Santos Zunzunegui de 1915 (Muelle Churruca 58); en modernismo, el edificio de viviendas del arquitecto Julio Sáenz de Barés de 1913 (María Díaz de Haro 56); en racionalismo, el edificio de viviendas del arquitecto Juan José Olazabal de 1933 (General Castaños 12) y el Batzoki, del arquitecto Juan María de Uribe de 1934 (Casilda Iturrizar 4); y en racionalismo de postguerra, el Mercado Municipal del arquitecto Santos Zunzunegui de 1938 (Casilda Iturrizar 1).

En Santurtzi: en eclecticismo, el Hogar y clínica de San Juan de Dios de los arquitectos José María de Basterra y Emiliano Calixto Amann de 1914-1922-1926 (avenida Murrieta 70).

En Sestao: en eclecticismo, el grupo de viviendas Vista Alegre del arquitecto Santos Zunzunegui de 1914 (Vista Alegre 1-11); y en racionalismo de postguerra, La Naval de 1939-1947 (La Naval 1).

En Sopuerta: en funcionalismo, la Iglesia de San Cosme y San Damián del arquitecto Rufino Basañez de 1958 (Bezi 19).

En Trapagaran: en eclecticismo, el Poblado de La Arboleda de finales del siglo XIX; en neovasco, el Funicular de la Reineta del arquitecto Diego de Basterra de 1926 (La Reineta 59); en racionalismo, la fábrica General Eléctrica del ingeniero Oswaldo Wildhagn de 1930 (Galindo 3); en racionalismo de postguerra, la General Eléctrica del arquitecto Fernando Arzadun de 1945-1947 (Galindo s/n); y en Modernidad de los Cincuenta, la General Eléctrica del ingeniero Ángel Ojambarrena de 1957 (carretera de San Vicente 10).

En Zalla: en eclecticismo, el Almacén de Pasta y Taller Eléctrico de la Papelera Española de 1924 (Nicolás María Urgoiti); en neovasco, la Casa Barata Cadagua, del arquitecto Faustino Basterra de 1926 (particular del Cadagua 1-11) y el Batzoki del arquitecto Antonio de Araluze de 1935 (Hermanos Maristas 8 y Taramona 2); y en funcionalismo, la Estación Depuradora de Aguas de los arquitectos Juan de Madariaga y Lander Gallastegui de 1962-66 (Codujo 1).

Este libro no es tan solo una aportación historiográfica decisiva, sino que es una herramienta fundamental para desarrollar una serie de aplicaciones prácticas, la articulación de un Centro de Documentación sobre la Arquitectura de Las Encartaciones centrado en la etapa contemporánea, la ejecución de una serie de exposiciones especializadas de arquitectura contemporánea y de artes decorativas, la posibilidad de colaborar con los ayuntamientos de la comarca en la elaboración de catálogos de protección dentro del documento de planeamiento, la ejecución conjuntamente con otras instituciones de la comarca fórmulas de promoción turística, etc.

Formulación novedosa La exposición es muy transcendente porque plantea una formulación muy novedosa frente al discurso expositivo tradicional de la arquitectura contemporánea, que se ha caracterizado por la utilización preferentemente de planos y fotografías. La opción innovadora ha consistido en la combinación de planos y fotografías con una serie de elementos que explican todo lo que implica la edificación contemporánea, que son los siguientes: materiales constructivos (azulejos, hierros de balcones, aldabas, manillas, etc.) artes decorativas (vidrieras, porcelana, jarrones, papeles pintados, etc.), placas de autoría del arquitecto, diseños de interiores, libros, catálogos comerciales, mobiliario, cuadros, esculturas, etc.

La idea ha sido ofrecer elementos más cercanos y atractivos para así facilitar la explicación del discurso de la arquitectura contemporánea. El hándicap que ha conllevado este planteamiento, ha sido la carencia de contar con elementos en el grado suficiente en las colecciones públicas de Bizkaia. Ello se ha compensado con los materiales disponibles en colecciones privadas. El resultado es espectacular, se han reunido casi 200 piezas, que se ordenan por estilos, completamente inéditas y todas vinculados a Euskal Herria porque proceden de edificios derribados de este territorio o realizados por diseñadores o artistas de este ámbito. Las piezas son de excepcional calidad, como lo evidencia que algunos podrían estar perfectamente expuestos en el Museo de Bellas Artes, caso de los dibujos relacionados con la industrialización de Bizkaia.

Esta exposición implica otra variable decisiva, constituye el embrión de lo que pudiera ser un Museo del Diseño de la Casa Contemporánea de Euskal Herria, lo que vendría a ser una propuesta muy inédita en el panorama museográfico europeo.

En fin, el Museo de las Encartaciones con este libro y esta exposición da cumplida satisfacción a su objetivo de dar a conocer un patrimonio cultural encartado muy desconocido tanto en la historiografía de la arquitectura como por la sociedad en general, para así garantizar su salvaguardia para las generaciones futuras a través de su puesta en valor por parte de las instituciones y de la ciudadanía.

El asesor de Kennedy y la resistencia vasca

William Attwood corroboró en un artículo en ‘The New York Herald Tribune’ la “eficaz” existencia en Euskadi del equipo clandestino que negó la policía de Franco en 1947

Iban Gorriti

AQUEL hombre que escribía discursos al malogrado presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy también publicó artículos sobre la resistencia y el Gobierno vasco durante el franquismo. Uno de ellos brotó en el famoso tabloide The New York Herald Tribune en febrero de 1947. Años más tarde, William Attwood, como se llamaba, acabaría designado embajador de EE.UU. en Guinea y Kenia.

Attwood, nacido en París y educado en la Universidad de Princetown, fue paracaidista en la Segunda Guerra Mundial. Después publicó sus crónicas en el diario desde la edición internacional de la capital regada por el río Sena. Su cercanía a la frontera con Euskadi le posibilitó abundar en el rol y diatribas del totalitarista Franco y entrevistarse con el Movimiento de Resistencia Vasca.

El informador gritó al mundo que el movimiento clandestino vasco era “eficiente, aunque lo menosprecie la policía de Franco”. Lo tecleaba en febrero de 1947. El asesor de JFK se mostraba sorprendido por las cualidades, identidad y actuación del que cita como Consejo de Resistencia que “recibe órdenes de los exiliados en París, y trabaja para sostener la moral del pueblo”.

El presidente Kennedy con sus embajadores. Attwood es el primero por la derecha. Foto: Efe



Constataba que el franquismo seguía mintiendo y negando que existiese una clandestinidad vasca. Su tesón lo llevó a cotejar esas (des)informaciones. Se citó con portavoces de la desobediencia política vasca. “¡La precaución fue extrema en mi reunión con los líderes del Movimiento de Resistencia!”, admiraba.

Desde París trasladó a Nueva York que, antes de su primera reunión con los representantes del Movimiento de Resistencia Vasca, se citó con el entonces jefe de la Policía de Donostia, Félix Andrade Orejuela: “Entre otros de sus deberes, tiene el de suprimir las actividades subversivas”.

Calificó a Andrade de “caballero afable” que trató de restar importancia al sentimiento nacionalista vasco. Así, justifico que “el rumor que circula con respecto al movimiento de resistencia no es más que propaganda de París”. A la reunión se unió la hija del agente. “No debe creer toda la propaganda que circula”, le espetó. “Los españoles que creemos en el general Franco no necesitamos hacer propaganda. Queremos que los americanos nos comprendan mejor”.

A partir de ahí, negar la mayor. Con una carcajada rechazó la difusión de periódicos clandestinos. “Los pocos fanáticos nacionalistas vascos que existen no son más que rojos que se cuelan desde Francia y nadie los toma en serio”, menospreció. Agregó con un esbozo a lápiz que el lauburu, “emblema nacionalista vasco, se asemeja a la esvástica nazi. ¿Ve usted? Son todos nazis”.

Attwood se llena de ingenio en ese momento y presenta al progenitor de Andrade. “Su padre, que ya no luce la condecoración que le otorgaron los nazis durante la guerra, volvió con una pequeña bandera de madera que tenía los colores, rojo, blanco y verde, de los vascos. Aquí está un recuerdo que tengo para usted”, le entregó.

Al recién llegado se le escapó que “los rojos exiliados en Francia hicieron flotar banderas como esta sobre las aguas de la bahía de la Concha”, por lo que el activismo estaba como las ikurriñas, a flote. Sabedor de que había metido la pata, volvió al ataque: “El cuento sobre la existencia de periódicos clandestinos no es más que eso, un cuento”, y le enseñó fotos de monjas al parecer mutiladas por los republicanos durante la guerra.

Días después conoció al artífice que se las había arreglado para hacer que “cien ikurriñas” flotaran sobre las aguas de la bahía de Easo, durante las regatas de septiembre. “Estos hombres ni son comunistas ni exiliados”, contraponía el policía. Esa persona de la que no desvela su identidad pudo ser el gudari Joseba Elosegi porque narra que en las regatas de traineras acontecidas el 18 de julio, “aniversario de la rebelión del Generalísimo Franco contra el Gobierno español”, la bandera “patriota” vasca ondeó sobre el pararrayos de la iglesia donostiarra del Buen Pastor.

Se mantuvo en aquella altura a la vista de la población todo el día hasta que Franco ordenó a los bomberos descolgarla. “Cada semana del último verano, la policía de Franco se tuvo que dedicar a borrar las expresiones gráficas de la resistencia vasca en pueblos y villas de esta provincia de Gipuzkoa”, remachaba.

Santo y seña La mayor parte de estas manifestaciones estaban organizadas por el Consejo Nacional de Resistencia Vasca, “una organización formada de acuerdo con los planes trazados por el Gobierno vasco en el exilio”. El Consejo le relató el alcance de sus actividades, en una reunión que “tuvo que prepararse como lo hacen conspiradores en una película de ese género y que parece increíble tenga que ser así en un país europeo, tras la caída de Hitler”, se sorprendía. Una escueta llamada de teléfono a su hotel le permitió conocer a una mujer que le trajo “un pedacito de papel en el que aparecía el santo y seña”.

En el “oscuro” sitio convenido, halló a unos hombres que le llevaron a un apartamento “bien amueblado”. “Allí hablé con prominentes profesionales y hombres de negocios de la ciudad, que son los jefes del movimiento de resistencia en esta parte de la península. Estas aparentemente melodramáticas precauciones están plenamente justificadas en el San Sebastián de hoy”, relata.

A su juicio, Franco ya no fusilaba, sino que directamente torturaba a sus prisioneros “al estilo nazi, cada día”. Los juicios eran pospuestos “indefinidamente” y no existía autoridad alguna ante la que pudiera reclamar la familia del detenido.

La policía secreta, organizada y entrenada por Heinrich Himmler “cuando visitó España en 1937, conoce todos los trucos del oficio”. Attwood se sorprendió al observar que cohabitaban en el movimiento miembros nacionalistas y quienes no se significaban como tales. “¡Cinco partidos políticos!”, enfatizaba, y citaba cuatro: “El prominente es nacionalista y, por orden, el republicano, el socialista y el comunista. Ya que la mayoría de los vascos son católicos devotos, el PNV, católico en su mayoría, es la facción que ejerce el control general”.

El movimiento, a su parecer, era “eficiente”, y le extrañaba “cómo había podido este pueblo sobrevivir físicamente”. Gracias a la solidaridad. “Unen sus recursos y se ayudan los unos a los otros”. Hasta 1947, las actividades clandestinas se limitaron a mantener la moral del pueblo vasco mediante manifestaciones perennes. “No pasa una semana sin que algún pueblo vasco sea animado con banderas nacionalistas o inundado con periódicos clandestinos”. Con querencia antifranquista vaticina: “La libertad no se halla muy lejana”.

Sanchicorrota, rey de Las Bardenas y otros bandidos navarros

Las Bardenas Reales han sido a lo largo de los siglos refugio de salteadores de caminos y prófugos. El escritor Patxi Irurzun ha recreado en su última novela, ‘Diez mil heridas’, la vida del más famoso de todos ellos, Sanchicorrota. En este artículo nos habla de él y de otros bandidos que han acechado en los caminos, mugas y valles de Nafarroa

Un reportaje de Patxi Irurzun

Quién no conoce a Robin Hood? “Robaba a los ricos para dárselo a los pobres”, son las palabras que nos brotan de los labios casi de manera automática cuando pensamos en él. Como si fuera una de las frases promocionales de cualquiera de las películas que han engrandecido la leyenda del bandido bondadoso y justiciero. Una de ellas fue Robin y Marian -en la que Marian era Audrey Hepburn, y Robin, Sean Connery-, rodada, entre otros lugares, en la localidad navarra de Artajona, ignorando seguramente quienes lo hicieron que también Nafarroa cuenta con un Robin Hood autóctono. Su historia, claro, es mucho menos universal, desconocida incluso entre nosotros, a pesar de que las peripecias de nuestro salteador de caminos no tengan nada que envidiar a las del ladrón de los bosques de Sherwood y sean dignas igualmente de una superproducción hollywoodiense.

Sanchicorrota encontró refugio en la Bardena Blanca.

La Hermandad de La Estaca Estamos hablando de Sanchicorrota, un bandido que a mediados del siglo XV se convirtió en el azote de arrieros, diligencias y caravanas reales en este espectacular páramo lunar de la Ribera navarra, que antes fue tupido bosque y siempre refugio de forajidos y huidos de la justicia, tal y como señala en sus obras el Padre Moret: “En tiempo de Sancho el Fuerte, terminadas las guerras contra Castilla y Aragón, muchos soldados, hechos a la licencia de las presas y robos, se hicieron salteadores e infestaban la Bardena, por ser tierra quebrada y cubierta de boscaje”.

Y José María Iribarren añade: “Tantos debían de ser y tan audaces, que en 1204 se instituyó, para perseguirlos, una hermandad entre los pueblos comarcanos de Aragón y Navarra”.

Dicha hermandad solía reunirse cada año en un término denominado La Estaca, lo cual ya da cierta idea de sus propósitos, pues según sus estatutos cada uno de los cofrades podía ahorcar a todo salteador de caminos que atrapase. Y fue precisamente esta hermandad la que siglos más tarde propiciara la muerte del más famoso de los bandidos de Las Bardenas, el referido Sanchicorrota.

El rey de Las Bardenas Pero empecemos por el principio. Sanchicorrota, como suele suceder casi siempre en estos casos, no nació, sino que se hizo -o las circunstancias lo hicieron- bandido. Antes, en su Cascante natal, fue un humilde y fornido molinero, como, por cierto, delata su nombre, Sanchicorrota, Sancho Rota o Sancho Errota, es decir, Sancho el del molino, lo cual por otra parte nos da indicios de que el euskara no era ni mucho menos una lengua desconocida en la Ribera navarra. Un día, en una discusión violenta mató a un hombre, no está muy claro si fruto de una disputa entre vecinos o de un arrebato de ira ante las demandas abusivas de un recaudador de impuestos. De lo que no cabe ninguna duda es de que Sanchicorrota huyó y encontró refugió en Las Bardenas, entre las bandas de salteadores que hacían de ellas un territorio sin ley, o el único en que la ley no era injusta con aquellos a los que el hambre o la persecución no les dejaba otra opción que la de la delincuencia.

La leyenda cuenta -y desdibuja en este punto el mito del bandido noble y filántropo- que Sanchicorrota construyó su guarida en una cueva en lo alto de un collado o cabezo, que hoy lleva su nombre y se encuentra próximo al paraje conocido como El Rallón, en la Bardena Blanca, y que para ello contrató a algunos vecinos de los pueblos colindantes, a los cuales dio en pago la muerte, con el objeto de que no revelaran la ubicación de dicha cueva; cueva que, por otra parte, nada tenía que envidiar a la de Alí Babá, pues se describe en ocasiones como un laberinto de galerías atiborradas de los esplendorosos botines que Sanchicorrota, rey de Las Bardenas, obtenía en sus saltos de caminos.

Muerte de Sanchicorrota No muy lejos de la cueva de Sanchicorrota, en otro cabezo, el de Peñaflor, se alzan las ruinas de un castillo que mandara construir Sancho el Fuerte para defender al reino de Navarra de las incursiones aragonesas y en el que se dice que permaneció prisionera la princesa doña Blanca de Navarra, hermana del príncipe de Viana, encarcelada por su propio padre, don Juan II de Aragón, al negarse a casarse con un pretendiente afín a los intereses del monarca. Y se dice también que allí acudía a visitarla por las noches, rendido de amor, nuestro fugitivo Sanchicorrota. Todo un folletín romántico, que a menudo se atribuye al escritor Navarro Villoslada, el autor de Amaya o los vascos en el siglo VIII, cuando lo cierto es que en su obra Blanca de Navarra, el enamorado y libertador de esta es otro bandido, un judío, de nombre Jimeno, quien precisamente contaba entre sus méritos haber sido quien diera muerte a Sanchicorrota, raptor de la princesa.

Pero la verdad es que, como antes hemos dicho, Sanchicorrota pereció tras ser perseguido por 200 caballeros, probablemente muchos de ellos miembros de la hermandad de La Estaca, enviados a Las Bardenas por el rey Juan II en 1452, desquiciado por las tropelías del que fuera molinero de Cascante; y que ni siquiera este pequeño ejército pudo acabar con él, bastante hizo con dar con su paradero, pues Sanchicorrota hacía perder el rastro a sus perseguidores herrando del revés su caballo y los de los treinta hombres que componían su banda. Fue el propio Sanchicorrota quien, viéndose acorralado, decidió acuchillarse el corazón, antes que perder su libertad.

Finalmente, su cadáver fue paseado por los pueblos bardeneros y colgado en una horca en Tutera, donde permaneció expuesto durante semanas, como aviso para todos aquellos que pretendieran seguir su ejemplo.

Un rastro delator El escarmiento, no obstante, no sirvió de mucho, no solo porque todavía hoy recordamos con admiración las gestas de Sancho Rota, sino también porque tras su muerte fueron muchos los que siguieron prefiriendo la vida fugitiva, violenta y a salto de mata en un paisaje hostil como era la Bardena Blanca, antes que las punzadas del hambre, la injusticia o la mansedad de la servidumbre.

De algunos de ellos nos hablan autores como Fernando Videgáin, autor de Bandidos y salteadores de caminos. Historia del bandolerismo navarro del siglo XIX o como el ya citado José María Iribarren, quien en un artículo titulado Bandidos y salteadores nos recuerda a otro célebre bandolero, el tuterarra Moneos, del cual cuenta que tras asaltar a un marqués y arrebatarle una torta y unas merluzas, desató el adorno que llevaba la torta y se la ofreció a su víctima para que la conservara como regalo para su mujer. En cuanto a las merluzas, resultaron fatales para el galante ladrón, pues husmeando el olor de las mismas los perseguidores de Moneos pudieron dar con él y detenerlo.

Justicia social a trabucazos Da cuenta también el escritor tuterarra en su artículo de dos bandidos navarros que si bien no ubica en Las Bardenas, también se asemejaban en su proceder al espíritu justiciero social y libertario de Robin Hood o de Sanchicorrota. El primero de ellos es el Cura de Elso, aunque no lo era, lo llamaban así porque en su juventud ahorcó los hábitos; y dicen que era el prototipo del salteador generoso, que robaba a los ricos y favorecía a los indigentes. Un loco de altruismo que trataba de resolver (a su manera y con trabuco) la dichosa cuestión social, escribe Iribarren.

El segundo era conocido como Txitos, y merodeaba por los altos de Belate, en una de cuyas ventas encontró una vez a una desconsolada mujer que al día siguiente iba a ser desahuciada y a la que Txitos le ofreció la cantidad que debía y pidió que, una vez saldada la deuda, reclamara al escribano la carta de pago. Al día siguiente, Txitos recuperó su dinero asaltando a dicho escribano. Txitos, por cierto, había sido seminarista, por lo que nos aventuramos a decir que tanto él como el falso Cura de Elso eran una especie de precursores de la teología de la liberación.

Tierra de bandidos Los bandidos han proliferado a lo largo de los siglos por Nafarroa, tierra fronteriza y de caminos. Desde la muga con Gipuzkoa, pasando por los valles de Basaburua, Ultzama, o Anue -en Lantz una de sus figuras más destacadas es la del bandido Miel Otxin-, hasta Las Bardenas. Así lo atestiguan el paso de ilustres viajeros por el territorio, como el obispo de Oporto, quien ya en el año 1120 tuvo que disfrazarse de mendigo para desalentar a aquellos asesinos crueles y desvergonzados, siempre dispuestos a maltratar a los pasajeros y cuya lengua nadie conocía.

Más conocido es el caso del peregrino Aymeric Picaud, quien en el famoso Códice Calixtino -aquel que sustrajo rocambolescamente no hace tantos años de la catedral de Santiago un electricista- acusa a los navarros no solo de robar a los peregrinos, sino además de cabalgarlos como asnos, amén de todo tipo de lindezas, que van desde la zoofilia, el excesivo gusto por el vino, comer como cerdos, hablar en una lengua bárbara que se asemeja a ladridos o enseñarse sus vergüenzas los hombres a las mujeres y viceversa mientras se calientan al fuego.

Incluso en una obra de ficción, como la famosa novela Robinson Crusoe, cuando este permanece atrapado durante veinte días en Iruñea por un temporal, lo que más atemoriza al célebre náufrago no son las manadas de lobos que puedan acecharle en los caminos nevados, sino “otra especie de lobos que iban en dos pies”, dice el personaje de Daniel Defoe.

Teniendo en cuenta todo lo cual, para acabar, no está de más, si queremos deshacernos de esa mala fama, volver a reivindicar a nuestro propio Robin Hood, el bandido Sanchicorrota, que, como aquel, robaba a los ricos para entregárselo a los pobres. Eso asegura, al menos la leyenda. Y eso es también lo que, por supuesto, algunos preferimos seguir creyendo.

Las mentiras del duque de Alba sobre Gernika

El historiador Xabier Irujo defiende que, superado el negacionismo sobre el bombardeo de la villa en 1937, la corriente reduccionista continúa. En su último libro señala al duque de Alba como el relator de las mentiras de Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Franco ordenó mentir. También consumó este propósito en el caso del bombardeo aéreo contra la villa de Gernika-Lumo del 26 de abril de 1937. Al día siguiente, este general golpista se apresuró a dictaminar a su embajador no oficial en Londres, el duque de Alba Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, que difundiera en inglés dos mentiras más al mundo: que no existió aquel raid aliado y que los rojos quemaron la localidad vizcaina en su retirada. Sin embargo, el tiro le salió por la culata al castrense.

Así lo defiende el historiador Xabier Irujo (Caracas, Venezuela, 1967), quien recibió hace un mes el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación. “El duque de Alba no fue el ideólogo de Franco en Londres como se ha malinterpretado estos días. Fue Franco quien le mandó mentir a él”, asegura.

El duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó y en la otra imagen el dictador Francisco Franco junto con Eva Perón. Foto: DEIA

Los hechos documentados por Irujo acontecieron de la siguiente manera y a modo de efecto dominó. Tras el perverso bombardeo aliado coordinado por militares golpistas españoles junto con la aviación nazi e italiana fascista, el duque de Alba -el padre de la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, fallecida en 2014- le urge a Franco que el Reino Unido conoce la verdad de lo ocurrido amplificado por los corresponsales internacionales. “Le dice que en Londres no se tragaban la versión de que Gernika no fue bombardeada. Allí, como en el resto de países democráticos, no había censura de prensa. No cabía la mentira”, enfatiza Irujo, autor del libro estrenado esta semana Gernika. Genealogy of a lie, versión en inglés de un volumen que publicó años atrás en castellano, y, en esta segunda vida, con inéditos datos.

Es en esa encrucijada cuando el XVII duque de Alba solicita a Franco un relato con apariencia científica en el que se admita que Gernika-Lumo vivió un “pequeño bombardeo, de unas 8 o 9 bombas, en vez de las miles que se arrojaron” y ‘denunciar’ que “los rojos aprovecharon para quemar con gasolina” la villa.

Este es el origen -según el analista- del Informe Herrán, un dossier traducido al inglés y publicado solo en este idioma para ser distribuido en Gran Bretaña. Como curiosidad, esta versión estaba en las antípodas de la “oficial” difundida en las mugas del Estado español, es decir: “Gernika no había sido bombardeada en absoluto”.

Sin embargo, las ópticas de cada militar implicado eran en ocasiones, incluso, contradictorias. No hubo una comunicación única por el bando sublevado contra la legítima Segunda República. “Queipo de Llano, por ejemplo, argumentó que no hubo bombardeo porque ese día hubo sirimiri y los aviones no podían volar. Pero hemos demostrado que ese día ni llovió, gracias a los documentos de la estación meteorológica de Donostia que entonces estaba en Bilbao”.

Aquel informe, a juicio de Irujo, es el germen del “reduccionismo” con ideas como que el objetivo era “derribar el puente de Errenteria, cuando el bombardeo fue un experimento”. El autor de esta primera obra de habla inglesa sobre esta temática desde hace medio siglo estima, no obstante, que ya no existe negacionismo. “No, ni entre la gente menos seria que sigue a autores como Salas Larrazabal, hermano de quien bombardeó Otxandio. Todo el mundo sabe que Gernika fue bombardeada, sin embargo el reduccionismo goza de excelente salud, dentro y fuera de Euskadi. Muchos autores siguen aún el Informe Herrán, propaganda pura y dura. No es fiable porque es obra de un régimen que trató de ocultarlo”, subraya.

El historiador lamenta que se indique, además, que Gernika era un punto estratégico bélico a destruir en el marco de la guerra y se reduce tanto la cantidad de bombas lanzadas como el número de aviones que participaron y otros detalles técnicos. De hecho, también se incrementa la altura de vuelo de los aviones, señalando que “el error se debía a que los lanzaron a 3.500 metros, lo cual no es cierto es, ya que está documentado que bombardearon a 800 metros”.

LOS MUERTOS EN GERNIKA Irujo pone sobre la mesa que la campaña de bombardeos en suelo vasco y catalán era, según el general golpista Mola, “una acción” para “extirpar el nacionalismo”. El de Gernika, una de las mas de 1.200 operaciones de bombardeo sobre territorio de Euskadi fue un “bombardeo de terror”, cuyo fin último era “minar la moral del enemigo” y exigir su rendición con la amenaza de seguir bombardeando y destruir Bilbao, así como arrasar Bizkaia.

El escritor analiza en su libro cómo se construye la mentira, sus inconsistencias, cómo se reproduce a día de hoy y “adquiere vida propia con pequeños ingredientes nuevos que diversos autores añaden haciéndola crecer a lo largo del tiempo”.

Irujo anuncia que este no va a ser el último libro sobre el episodio de Gernika. “Todavía hay mucho que escribir”, subraya y concluye: “Es importante dar un paso más en la lucha contra la mentira establecida. Hubo más de 2.000 muertos y fue un bombardeo de terror cuyo objetivo era el mismo que en Hiroshima: la rendición del enemigo”.

La Mar y los vascos

La Mar ha forjado la personalidad del Pueblo Vasco, que ha llevado su esencia a todos los continentes y se ha nutrido de las experiencias vividas en ellos

Un reportaje de Eduardo Araujo

Un reportaje de A más de 2.200 millas (4.150 km.) de su hogar, mientras su alma escapaba ya entre los nubarrones que cubrían completamente las tierras y el litoral de Ternua, las últimas palabras de Domingo de Luza fueron para su esposa, Mari Martín de Aginaga. Al punto, quien atendía, que había tomado nota con la precisión del escribano de todo lo que hasta aquel momento había pronunciado el desafortunado marino, dejó de escribir movido por el pudor: ahí daba por concluido el testamento puesto que lo que ahora estaba escuchando, apenas audible entre los crujidos de la tablazón y los ruidos propios de la mar golpeando el casco del barco, era una íntima y póstuma declaración de amor…

Fiel recreación de la nao ballenera vasca ‘San Juan’ (construida en Pasaia y hundida en la actual Canadá en 1565) que lleva a cabo en la actualidad la Factoría Albaola, que es un ejemplo de preservación del patrimonio y la cultura marítima vasca.

Juan de Blancaflor trató de memorizar una a una cada sílaba, con el mismo celo con el que había caligrafiado las disposiciones testamentales. Sabía por experiencia que, si bien el texto legal serviría para aclarar el destino de los humildes bienes del marino, aquellas palabras tendrían el valor de confortar el corazón de la desconsolada viuda. A unos metros sobre su cabeza, en cubierta, la tripulación seguía trabajando en los preparativos de la partida, sin permitir que la tragedia que se vivía en el vientre del barco ballenero les retrasase un solo minuto. En breve, el capitán ordenaría al piloto poner rumbo a casa y las próximas semanas la proa marcaría la posición de la costa vasca, hasta que la pericia y la fortuna de la tripulación hiciesen que la silueta de Hondarribia se dibujase cercana en el horizonte.

El escribano donostiarra supo cumplir su cometido y el testamento de Domingo de Luza se encuentra entre los documentos que enriquecen el patrimonio histórico de nuestro país. Custodiado en el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa (Archivo Histórico Provincial de Gipuzkoa: http://artxiboataria.gipuzkoa.eus/ (Diputación Foral de Gipuzkoa), a día de hoy, el documento civil más antiguo redactado en Canadá y Estados Unidos del que se tiene noticia.

La nao ballenera María del Juncal en la que Luza había servido como despensero formaba parte de la flota de altura más capaz y numerosa de la Europa Occidental de aquella época. Junto a otras doscientas embarcaciones similares fletadas por armadores vascos, aquella nave era el resultado de una evolución tecnológica y social que había permitido a una nación con una población muy poco numerosa hacerse con el monopolio de la caza de los cetáceos y el dominio de buena parte de las rutas comerciales más importantes conocidas entonces. Era un temprano 15 de mayo de 1563, pero la íntima relación entre los vascos y la Mar que permitió aquel prodigioso esplendor, se había estrechado muchos siglos antes…

Los tesoros de la mar Los historiadores nos hablan de cómo el ser humano que habitó la costa vasca comenzó a usar los recursos marinos recolectando aquello que tenía a su alcance en los estuarios de nuestros ríos, el litoral, en las playas, entre las rocas y la zona intermareal. En aquel comienzo, nuestros ancestros se movían a pie en busca de crustáceos, peces atrapados por la marea u otras criaturas marinas varadas. Pronto descubrieron que el océano, misterioso, salvaje y difícil, era también una fuente de recursos que no se limitaba a la estrecha franja que ellos podían explorar caminando y que aquellos tesoros eran mucho más abundantes aguas adentro. Muy probablemente, el primer navegante surcó la mar subido a un tronco de árbol o navegando en una rudimentaria balsa, formada por varios leños agrupados que, con el paso del tiempo, fue ganando en prestaciones, haciéndose más compleja y marinera: el tronco se vació para cobijar al tripulante y ganar estabilidad, la obra muerta se elevó añadiendo sucesivos niveles de maderos y ganando francobordo, lo que permitió adentrarse más allá de las aguas calmas y navegar entre las olas y corrientes. Las observaciones y la experiencia de aquellos primitivos carpinteros de ribera les permitió ir ganando en destreza y en comprensión de las leyes que rigen el universo náutico: había nacido la cultura marítima, un conjunto de conocimientos que se heredaban y perfeccionaban de generación en generación, un patrimonio que constituía un verdadero tesoro, puesto que quienes lo dominaban tenían la inmensa ventaja competitiva de poder añadir a la recolección y la caza en tierra la extracción de los alimentos que la Mar ofrecía a quien era capaz de desvelar sus secretos y aliarse con ella.

A medida que las embarcaciones y aparejos fueron aumentando su eslora y capacidad y las tripulaciones su destreza, la distancia de la costa y la profundidad a la que se hacían las capturas aumentaron y con ello la variedad de estas. Los primitivos campamentos costeros temporales se convirtieron en asentamientos definitivos y aquellas primeras sociedades marítimas conocieron el progreso. Con la prosperidad crecieron los medios y la capacitación de aquellos constructores de embarcaciones, lo que les permitió afrontar retos cada vez mayores: del remo, la propulsión principal pasó a la vela y con esta, la posibilidad de navegar más lejos, más rápido, con más carga y mayor seguridad.

Sin embargo, aquellos sucesivos avances también trajeron tareas, técnicas, diseños, conocimientos cada vez más complejos y con todo ello la imposibilidad de abarcarlo todo y la necesidad de la especialización: las embarcaciones ya no las construían quienes las tripulaban, sino artesanos altamente cualificados que, además, trabajaban con la colaboración de otros gremios: así el herrero que forjaba la clavazón que daba solidez al casco se unió en el trabajo de construcción al carpintero y a ambos el cordelero que fabricaba los cabos; el velero que tejía y reparaba las velas; el capital que financiaba todos aquellos gastos con la esperanza de obtener un beneficio en el futuro; el campesino que cultivaba la manzana con la que se fabricaba la sidra que saciaba la sed de las tripulaciones; el tonelero que construía los recipientes en los que se almacenaba… Hoy en día lo llamaríamos industria auxiliar. Aquel impulso que nació en un astillero de la costa, llenó nuestro territorio de actividad, de industria y emprendimiento, superando incluso nuestras fronteras, atrayendo recursos y complicidades foráneas. La coordinación, la cooperación y la confianza que eran necesarias para emprender la construcción de una embarcación de altura y su navegación tejieron alianzas, y lealtades que eran imprescindibles para garantizar el éxito de una empresa que la exigente brutalidad de la Mar ponía a prueba a diario. Nuestra cultura marítima dejó de ser sólo un conjunto de técnicas constructivas y pasó a convertirse en algo de mucho mayor calado: una manera de enfrentar colectivamente los retos que imponía la naturaleza voluble y mortal del océano, que exigía a todos quienes participaban en ella la misma solidez que al casco de las embarcaciones en las que se jugaban la vida nuestros marinos. Aquella manera de emprender, de luchar por la supervivencia, lo empapaba todo: no sólo supuso organizar la actividad productiva mirando a la Mar, también condicionaba la manera en la que organizamos nuestras sociedades, en la que entendíamos y tolerábamos la autoridad, soportábamos los infortunios o repartíamos la riqueza.

Llegada a Ternua Cuando las ballenas que se acercaban a nuestras atalayas no fueron capaces de colmar nuestra ambición, decidimos buscarlas mar adentro, cruzando un océano terrible y desconocido, en una epopeya que nos puso a prueba como pueblo, que nos llevó con éxito más allá de los límites de lo que entonces se consideraba posible, hasta que, como Domingo de Luza, tocamos tierra en Ternua. Es muy posible que naciese ahí esa autoestima -que algunos con poco conocimiento y mucha maldad consideran una impertinencia exagerada- que nos ha llevado a lo largo de nuestra historia a resolver retos muy por encima de lo que, en principio, nos atribuían nuestros limitados recursos.

Es seguro que la navegación nos hizo conocer otras costas, otras sociedades, abriendo nuestras mentes, haciéndonos permeables al cambio, a la adaptación, enriqueciéndonos con culturas y modos ajenos. Y convirtiéndonos también en actores primeros y principales en la construcción de un continente que, mucho antes de estar unido por caminos, estuvo unido por mar. La industria de la caza y procesamiento de la ballena franca glacial (o ballena de los vascos) que nos llevó hasta la actual Canadá, impulsó nuestra construcción naval y nuestra pericia náutica y nos colocó en disposición de escalar un peldaño más como nación marítima. Las embarcaciones vascas ganaban en eslora, en desplazamiento; nuestras tripulaciones demostraban ser la élite entre las que surcaban los mares y pronto descubrimos que ello no sólo nos permitía ir a capturar la pesca más lejos y en mayor cantidad sino que también nos daba la posibilidad de transportar mercancías con mucha más facilidad y rapidez que por tierra. El hierro de Bizkaia -conocido por su calidad desde la época romana- lo distribuía nuestra numerosa flota, en bruto o convertido en herramientas por nuestras forjas, por toda Europa, y aquellos marinos, originalmente dedicados a la pesca, se convirtieron en diestros marinos mercantes que surcaban, desde las aguas del litoral atlántico hasta los confines del Mar Mediterráneo, tejiendo complicidades y ganándose el respeto de otros pueblos de los que siempre preferimos ser socios a enemigos.

Es muy probable que si todo esto que cuento no tuviese el respaldo documentado por decenas de historiadores que lo han constatado buceando en las gélidas aguas de Red Bay o entre los miles de legajos de los archivos, habría quien lo calificase de pura mitología, de una gesta que, por su calibre, fuese necesariamente una invención exagerada de los propios vascos. Lo cierto es que nuestro pecado ha sido siempre el contrario: algún rasgo de nuestro carácter nos ha llevado a olvidarnos con rapidez y ligereza inauditas de nuestra historia como pueblo de marinos, hasta el punto de que tuvo que ser una historiadora nacida en Inglaterra, Selma Huxley, la que con el apoyo del gobierno canadiense, recuperase aquella epopeya de la que fueron protagonistas los marinos vascos y nos la mostrase, haciéndonos como pueblo un regalo que jamás podremos corresponder como merece.

Ahora que el último de nuestros grandes astilleros agoniza, ahora que nuestros puertos pesqueros están huérfanos de la actividad de antaño, es más necesario que nunca no dar la espalda a la Mar, no dar por perdida nuestra cultura marítima. Es cierto que debemos encontrar nuevas maneras de relacionarnos con ella, de aprovechar sus recursos -numerosos pero finitos- de manera responsable; de reinventar nuestra secular relación para que permanezca a nuestro lado y nos impulse, como siempre hizo, a superar los retos de nuestra existencia como pueblo. Como nos enseñó, como hacen los marinos, deberemos enfrentar el futuro con confianza, determinación, rigor y amor a la tarea. Tejiendo alianzas, adaptándonos a los cambios, aceptando voluntariamente sólo aquella autoridad que nace de la capacidad y que actúa con rigor y justicia en beneficio de todos.

Por nada del mundo quisiera ofender a Mari, la dueña de Anboto. Pero siempre he pensado que nuestra verdadera diosa madre, quien ha controlado los hilos de nuestro destino no ha sido ella. Es hora de que reconozcamos que la Mar modeló nuestro carácter, nos hizo como somos, a su capricho, forjándonos a su voluntad de la misma manera en la que, tenaz e implacable, ha perfilado los acantilados de nuestra costa.