Guerra Civil y represión franquista en Bakio

La ocupación de Bakio por las tropas franquistas dio paso a una dura represión contra hombres y mujeres por el solo hecho de ser nacionalistas vascos y defender las libertades

Un reportaje de Begoña e Igone Abio Zapirain

Con ocasión del 80º aniversario de la ocupación de Bakio por parte de las tropas franquistas, en la primavera de 2017 la asociación Makatzeko iturria, promovió una investigación con objeto de recuperar la memoria democrática del municipio, estudiando la evolución política que experimentó la anteiglesia a lo largo de la Segunda República y reconstruyendo los hechos que se sucedieron durante la Guerra Civil y la posguerra, con el propósito último de reconocer y rendir homenaje a las personas que sufrieron la contienda y padecieron la represión franquista por el solo hecho de haberse significado en defensa de la libertad y del autogobierno de Euskadi.

Vista panorámica de Bakio en los años 30 del siglo XX.

Con posterioridad, la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha desarrollado un trabajo más amplio y ambicioso, que ha sido publicado recientemente, en línea con las monografías locales que esta entidad viene editando en los últimos años en colaboración con los ayuntamientos y bajo los auspicios del Instituto Gogora y la Dirección de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno vasco.

La comunidad local bakiotarra de la cuarta década del siglo XX, era una sociedad eminentemente rural, de incipiente proyección turística, cuya sociología electoral no había alcanzado aún la complejidad que ya entonces había llegado a adquirir en otros municipios vizcainos de mayor población e impronta industrial.

En las citas electorales que se sucedieron a lo largo de la etapa republicana, tan solo presentan relevancia dos bloques: el PNV, que es claramente mayoritario en las preferencias de los votantes bakiotarras de aquella época, y las derechas monárquicas españolas, tanto en su versión tradicionalista como en la dinástica. Ni las izquierdas ni las formaciones específicamente republicanas superaron el umbral de lo anecdótico. Y por lo que respecta a ANV, se puede decir que, entre 1931 y 1936, recibió un apoyo nulo por parte de los electores de la anteiglesia.

En los comicios locales del 12 de abril resultaron elegidos cuatro concejales del PNV y tres monárquicos. El alcalde, Leandro Oraindi, era caminero foral. Los restantes miembros de la corporación eran baserritarras. Los electos jeltzales, que tras la ocupación de Bakio serían objeto -junto a otros muchos correligionarios- de la inquina y la persecución del bando rebelde, además del alcalde Oraindi, fueron Doroteo Uriarte, Celestino Ibinaga y Segundo Markaida.

Oraindi representó a Bakio en las asambleas proestatutarias que se celebraron en Iruñea (1932) y Gasteiz (1933) y participó, también, en la votación que eligió lehendakari a José Antonio Aguirre (1936). A algunas de ellas asistió acompañado del secretario de la corporación, Ciriaco Egia, que también padeció la represión franquista.

Suspendido en 1934 Como ocurrió en la inmensa mayoría de los ayuntamientos vascos, el alcalde de Bakio fue suspendido en 1934, con ocasión del conflicto del vino. El episodio se dio cuando el Gobierno central pretendió, saltándose el Concierto Económico, reducir el impuesto sobre el vino, lo que hubiera dejado exhaustas las haciendas locales. En solidaridad con el primer edil, el resto de los corporativos reaccionó presentando su dimisión, no siendo repuestos hasta las elecciones generales de febrero de 1936 en las que venció el Frente Popular. Pero resulta importante reseñar que a la autoridad gubernativa le resultó especialmente costoso hallar candidatos dispuestos para conformar la Gestora que hubo de asumir la responsabilidad de administrar el Ayuntamiento durante el periodo de suspensión de los ediles, porque las personas que eran propuestas para tal cometido dimitían de los cargos para los que eran designados.

Pero el golpe militar y la inmediata Guerra Civil, arrumbaron con todos los proyectos municipales, cortando de raíz el decurso de la vida política local. A finales de 1936, el Gobierno vasco dispuso que se cubrieran las vacantes producidas en los ayuntamientos vascos por los concejales fallecidos o destituidos por su desafección a la República. De los tres electos monárquicos que habían sido cesados, solo uno pudo ser sustituido, porque los partidos del Frente Popular carecían de implantación en Bakio. El único elegido fue el jeltzale Félix Muruaga, a quien el franquismo sometería, también, a juicio sumarísimo, condenándolo a pena de cárcel.

Cuando las fuerzas franquistas entraron en Bakio, el 10 de mayo de 1937, el Ayuntamiento se había constituido en Zalla, a donde se había desplazado, con numerosos vecinos, huyendo de las hostilidades y peligros del frente. Al regresar, el día 4 de junio, se encontraron con una realidad muy diferente a la que habían dejado. La nueva corporación, designada por la autoridad militar entre personas afines al bando franquista, esbozaba ya las denuncias que iban a servir de base para organizar la represión política contra el nacionalismo vasco.

El alcalde tuvo que abandonar Bizkaia rumbo al exilio, de donde no regresó hasta años después. Los demás corporativos del PNV, al igual que las personas que habían desempeñado cargos internos en esta formación política, fueron sometidos a consejos de guerra sumarísimos, bajo acusaciones de corte estrictamente ideológico. Los delitos que se les imputaban consistían, exclusivamente, en circunstancias como las de ser “exaltado nacionalista-separatista”, “acérrimo nacionalista”, miembro de “la junta de la sociedad separatista”, “destacado nacionalista y propagandista de estos ideales”, “afiliado al PNV y muy destacado dentro del mismo por su influencia local”, “afiliado al PNV y considerado como separatista muy significado”, etc. Ese era todo su perfil criminal: su condición de nacionalistas vascos y militantes del PNV que habían concurrido a las elecciones en las candidaturas de esta formación, ejerciendo con probidad y responsabilidad los cargos públicos para los que habían sido elegidos.

Penas de muerte La ligereza de las acusaciones no distinguió entre hombres y mujeres. La máquina represiva del franquismo no entendía de modulaciones y matices. También a ellas se les hicieron imputaciones tales como las de ser “afiliada al partido separatista y mangoneante entre las emakumes”, “acérrima nacionalista”, o defender los ideales nacionalistas “en términos exaltados”.

Basta una superficial lectura de los sumarios para comprobar que los consejos de guerra no tenían por objeto, precisamente, administrar justicia, respetando los derechos y garantías de las personas procesadas. Antes al contrario, fueron meras farsas, concebidas y tramitadas con el único propósito de hacer efectiva la represión. En consecuencia, se prodigaron las condenas de privación de libertad, que las mujeres cumplieron en la cárcel de Saturraran y los hombres en las prisiones de Larrinaga, San Cristóbal y Puerto de Santa María.

Pero hubo, también, dos penas de muerte, que se ejecutaron de manera implacable en el paredón del cementerio de Derio. Los condenados fueron Francisco Uriarte y Aniceto Olaskoaga. El primero, casado y padre de seis hijos, había sido el presidente de la junta local del PNV cuando esta se reconstituyó, en 1931. Sobre el segundo, el bakiotarra y miembro de BBB Luki de Artetxe escribió, escandalizado: “Soltero, simple gudari, (fue fusilado) seguramente por confusión con su hermano Ignacio que era alguacil, ¡máximo delito!”

Por su parte, los jóvenes movilizados en la guerra, entre los que se registraban muchísimos socios del batzoki, padecieron, también, persecución, consejos de guerra y condenas de cárcel y de trabajos forzados en campos de trabajadores. Fueron mayoritariamente condenados por “auxilio a la rebelión” -sarcástica acusación para personas que se limitaron a defender las libertades democráticas frente a los rebeldes- pero a no pocos de ellos se les hicieron, también, imputaciones ideológicas que hacían notar su filiación al nacionalismo vasco y, particularmente, su vinculación al PNV.

Toca ahora recuperar su memoria y dar a conocer lo que ocurrió. A ese propósito responde el DVD que hace una semana presentamos en Bakio, que recoge el contenido de la conferencia que dos años atrás impartimos en la localidad, en el marco de los actos de conmemoración de la triste efeméride del 10 de mayo de 1937.

El origen anarquista del anagrama de ETA

El libertario Félix Likiniano regaló a ‘Peixoto’ en el exilio una talla con la serpiente y el hacha grabada por él, símbolo que la banda hizo suyo

Un reportaje de Iban Gorriti

ETA puso fin a su historia recuperando la talla de madera original de los años 60-70 que derivó en el conocido y perseguido anagrama de la organización. Ahora se cumplen 110 años del nacimiento de la persona que la cinceló. Fue el histórico anarquista antifranquista Félix Likiniano (Eskoriatza, 1909). De corazón arrasatearra, el libertario regaló su obra en la que aún se puede leer un texto que dice bietan jarraitu, a la postre lema reducido a bietan jarrai. “Se la entregó a Peixoto”, aseguran fuentes consultadas por DEIA.

Félix Likiniano, con txapela, junto a amigos y su compañera Casilda, primera por la derecha; en la segunda imagen, retrato del cenetista. Fotos: Archivo CNT Bilbao

Por su parte, la periodista Pilar Iparagirre, natural de Idiazabal, explica que Likiniano “quería una barbaridad a Etxabe, Txomin, Peixoto, Gautxo, Zigor y gente así. Recuerdo que repetía: cuando les vi a éstos, respiré”. La autora de una biografía del cenetista agrega que “cuando empezó a llegar la gente de ETA a Biarritz, donde vivía, se puso contentísimo. Aquellos jóvenes eran como él había sido, seguían su misma ruta”.

Según el pensamiento de esta autora, Likiniano, a quien llegó a conocer, “nunca abandonó la auténtica militancia, me refiero a la lucha armada. Jamás dejó la acción de lado”. Sin embargo, diferentes investigadores consultados coinciden en que Félix no fue miembro del movimiento de liberación. No fue un etakide. Fue, sin quererlo, el autor de la serpiente y el hacha, metáfora del bietan jarraitu primigenio: del sigilo del animal y de la fuerza del instrumento.

En estos días, con la detención de Josu Urrutikoetxea, ha vuelto a salir aquella talla en los medios de comunicación. ¿Pero quién fue Félix Likiniano al margen de esta curiosidad? Considerado como una de las figuras más importantes del anarquismo vasco, apostó por la unión del mundo abertzale, teoría que, por ejemplo, granó con el pensador Federico Krutwig, de Getxo.

Nació en Eskoriatza en 1909 y falleció en Biarritz, donde asentó su residencia, en diciembre de 1982. Aunque el dato ha pasado desapercibido en sus biografías, según el historiador Josu Chueca, el afiliado a CNT acabó en el campo de concentración francés de Gurs. “Sí, es uno de los 6.000 nombres que doy en mi libro”, confirma en referencia a Gurs: el campo vasco (Txalaparta, 2007).

En la ficha que este doctor en Historia custodia hay diversas curiosidades no conocidas. Félix Likiniano Heriz estuvo en Gurs en 1939. La tarjeta de la época informa de que había sido teniente durante su lucha en Catalunya y de profesión albañil. “Le archivan como militante de ANV, no de CNT”, precisa el investigador. La credencial comunica, además, que antes estuvo interno en el campo de Saint-Cyprien. “En Gurs estuvo en el conocido como campo de los vascos, en el islote C”, aporta.

Con anterioridad, el arrasatearra luchó en la Guerra Civil y durante los primeros instantes del golpe de Estado militar se enfrentó a los sublevados contra la Segunda República ya en la defensa de Donostia. El objeto era cortar el avance en la calle de Urbieta junto a sus compañeros de CNT.

Más adelante, cuando la columna del comandante republicano Pérez Garmendia, que había salido a defender Gasteiz, regresó desde Eibar, hicieron replegarse a los golpistas hasta Loiola. En el ataque a aquellos cuarteles, Likiniano lideró el asalto al depósito de armas. Participó, además, en la defensa de las líneas en la frontera de Gipuzkoa y Nafarroa.

Y a partir de entonces abandonó las tierras vascas. Continuó su antifascismo armado en Aragón, Catalunya y Francia, integrado en la resistencia gala contra la ocupación nazi. Retornó a la muga, formando parte del maquis y se refugió en Biarritz. Décadas más tarde, junto a su compañera sentimental, la también anarquista Soledad Casilda Hernáez, acogió a personas de diferentes ideologías en su hogar labortano.

Fue entonces cuando conoció a miembros de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), a quienes regaló aquella talla que tenía grabada por sus propias manos, ya que era escultor y también pintor. La organización decidió hacerla suya.

Polifacético Desde CNT Bilbao ensalzan la figura de su compañero. El miembro del Grupo de Memoria Histórica Iñaki Astoreka valora a este diario que la vida de Likiniano “fue una constante lucha por sus ideales, la CNT y el anarquismo, como modelo de justicia, solidaridad y por la abolición de todo aquello que sonase a explotación del hombre por el hombre”. Agrega que “su amplia trayectoria, circunscribiéndonos al periodo de la sublevación militar y la consecuencia del fascismo incluida, se resume en su decisiva participación en la defensa de Donostia, la posterior lucha en Aragón y Catalunya y la resistencia contra el nazismo en Francia. Como decía Félix: hay que utilizar la fuerza para defenderse y la inteligencia como fuerza”, enfatiza.

Su compañero de sindicato, el tesorero de CNT Bilbao José Ignacio Orejas, juzga que Likiniano es “una persona difícil de catalogar. Era polifacética y poli-ideológica. Estuvo allí donde había gresca y buscaba afán de protagonismo. Quería ser el perejil en todas las salsas del exilio. Una personalidad de sentimiento cenetista, pero también de patriotismo vasco”, zanja.

Vizcainos y navarros Bizarría y patriotismo en La Habana de 1808

El temor a una intervención militar de los británicos en Cuba a principios del siglo XIX llevó a la creación de diversas milicias, formadas en su mayoría por comerciantes y agrupadas en función del origen regional de sus miembros

Un reportaje de Sigfrido Vázquez Cienfuegos

En 1808 hacendados y comerciantes españoles afincados en Cuba crearon un cuerpo de milicias con siete divisiones y 16 compañías, de cien hombres cada una, organizadas por su origen regional. La primera división, con dos compañías, la formaban castellanos; la segunda era de asturianos y tenía una compañía; la de catalanes era la tercera y era la más numerosa, con cuatro; la cuarta, compuesta por navarros y vizcainos, tenía tres; la quinta era de Andalucía y tenía una sola compañía; la sexta era de Galicia, sumaba dos, y la séptima estaba formada por canarios, divididos en dos más. En total, sumaban más de 1.600 efectivos que fueron instruidos por oficiales del ejército. En este caso interesa conocer la Cuarta División, compuesta de manera conjunta, y a petición propia, por vizcainos y navarros, mostrando los vínculos existentes por los naturales de ambos territorios.

Detalles de la colección de litografías de principios del siglo XIX con vistas de La Habana expuestas en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de Sevilla. Fotografías digitalizadas por S. V. C.

Esta información la conocemos con detalle gracias a los fondos documentales de la Biblioteca Nacional de España, donde me tropecé con un documento fechado en La Habana el 27 de mayo de 1808. Estaba titulado a la pomposa manera de hacerlo por aquellos tiempos: A la bizarría y patriotismo con que los naturales de los reynos (sic) de Castilla e Islas Canarias se han presentado a tomar las armas y exercitarse (sic) en el manejo de ellas y evoluciones militares formando un cuerpo denominado Voluntarios Españoles (BNE, VE/632).

Entonces en La Habana no se tenían noticias del levantamiento madrileño del 2 de mayo por lo que no hay duda de que el objetivo de dicho cuerpo era la defensa contra “el poder fiero de orgullosos ingleses”.

Todavía en ese momento, España mantenía una alianza con la Francia de Napoleón en su lucha por la hegemonía europea y mundial. El Reino Unido consideró como una agresión esa alianza y demostró hasta dónde pensaba llegar cuando en 1805 destrozaba la flota combinada de ambos países en Trafalgar. Desde entonces la incapacidad manifiesta en el mar de franceses y españoles dejó a merced de los británicos las posesiones ultramarinas de ambos.

En el lado español esto se vivió con especial preocupación en las posesiones del Caribe, donde la isla de Cuba ocupaba un papel determinante en lo que se refería a su defensa. La experiencia de los ataques a Puerto Rico en 1797 y, posteriormente, en 1806 y 1807, en Buenos Aires, cuando importantes fuerzas británicas habían sido rechazadas, había demostrado el valor de la acción concertada de tropas regulares y milicianas.

En Cuba la situación de los primeros cuerpos era desastrosa para 1808, donde las fuerzas veteranas estaban prácticamente en cuadro: de una composición teórica de unos 6.000 hombres, solo estaban disponibles entonces unos 2.000 para una isla con más de 5.000 kilómetros de costa. Los cuerpos milicianos ya establecidos rondaban hipotéticamente los 10.000 efectivos, de los que casi 6.000 se ocupaban de todo el occidente de Cuba, pero su puesta en activo no era una tarea sencilla.

Por una parte implicaba un esfuerzo personal de los alistados, que debían costear todos sus pertrechos y además debían abandonar sus obligaciones, sin contar el riesgo al que se exponían. Esto significaba que su instrucción debía realizarse en días no laborables, y era muy complicado poner de acuerdo a efectivos amplios y dispersos en determinadas fechas en que la actividad económica fuese importante. Valga el ejemplo de que cuando el coronel Juan Tirry y Lacy fue enviado en 1807 a pasar revista de los batallones de milicias de Puerto Príncipe, en el centro de la isla, tuvo que esperar nada menos que veinte días para organizarlas. El capitán general de Cuba, el riojano Marqués de Someruelos, era consciente de que si había alguna posibilidad de éxito ante los rumores ciertos de un inminente ataque inglés a La Habana era organizando todas las fuerzas disponibles. En enero de 1808 ya había ordenado preparar la defensa, pero para abril fue consciente de la insuficiencia de sus efectivos. Someruelos hizo un llamamiento para la ampliación del número de efectivos, ordenando la instrucción del uso del fusil y el cañón de todos los paisanos con mejores condiciones.

Comerciantes Pero, ¿quiénes eran esos vascos y navarros que se sumaron a la defensa de la isla? ¿Qué les movió a actuar de ese modo? La mayor parte de estos voluntarios eran comerciantes que de algún modo tenían intereses relacionados con la trata de esclavos y estaban afincados en la isla desde hacía algunas décadas, aunque sin perder sus contactos con su tierra de origen. Los tres jefes representaban lo más distinguido de la burguesía comercial y azucarera.

El capitán de la primera compañía fue Bonifacio González Larrinaga, bilbaino avecinado en La Habana, que con los beneficios obtenidos de la trata de esclavos se había convertido en un importante hacendado azucarero, además de un prominente miembro del Real Consulado de Comercio y de la Sociedad Económica de Amigos del País.

El capitán de la segunda compañía era el navarro Pedro Juan de Erice, que había sido uno de los fundadores del Consulado y había hecho fortuna con el tráfico de harinas con Estados Unidos, uno de los negocios más turbios del periodo, espacio de especulación constante cuando no directamente un medio usado para el contrabando.

La tercera compañía la mandaba Juan José de Iguarán, con un origen posiblemente guipuzcoano o navarro. Era un gran comerciante y miembro destacado del Consulado, la Real Compañía y el Ayuntamiento de La Habana. Es decir, que los tres capitanes formaban parte de las instituciones más importantes y poderosas de Cuba.

Entre los oficiales de sus compañías varios tenían también intereses en el tráfico de esclavos. Este fue el caso del teniente primero Francisco Layseca, alavés; el teniente primero Manuel Zavaleta, de Donostia y miembro del Consulado; el alférez donostiarra Francisco Bengoechea o Martín Zavala, también alférez del que no sabemos su origen. Otros tuvieron su medio de vida en el comercio, como fue el caso del teniente segundo Miguel Herrerías, originario de Ontón en el partido de Castro Urdiales. También se dedicaban a dicha actividad mercantil el teniente segundo José de Echarry que era posiblemente de Alza, en la jurisdicción de Donostia; el ayudante de origen tolosarra Manuel Bereterbide; el alférez Manuel Urbizu, posiblemente de Idiazabal, o el teniente primero Francisco de Ajuria, que provenía de una familia prominente de Ubidea. Martín Elzaurdy, teniente segundo, era un comerciante natural de Gernika con significativos vínculos con Catalunya. Por su parte el ayudante Baltasar de Azuvia Sarasola fue apoderado en La Habana del importante comerciante de Bilbao Agustín de Lequerica, alcalde de dicha ciudad durante el posterior dominio bonapartista.

Los incentivos que suponía la adscripción a las milicias fueron más que suficientes para que lo más destacado de las élites acudieran a la llamada del capitán general. Recibían el preciado fuero militar en las causas criminales, lo que les granjeaba importantes ventajas a la hora de enfrentarse a sus problemas legales. Este no era un premio menor sobre todo para los grandes terratenientes y comerciantes que debían afrontar frecuentes causas judiciales. Tampoco podemos olvidar el derecho al uso de uniforme, algo de una gran importancia en aquella sociedad de finales del Antiguo Régimen. Tampoco debe desdeñarse otra circunstancia derivada de los intereses relacionados con el comercio de esclavos, como el que desde 1807 Reino Unido había aprobado el acta para la abolición del tráfico esclavista y ya entonces empezaban a temerse los posibles efectos negativos de tal medida. Todo esto explicaría la relativa facilidad con que para mayo de 1808 hacendados y comerciantes dispusieron organizarse en milicia.

No entraron en acción Podríamos inferir que la creación de tal cuerpo pudo tener un carácter meramente teórico, pues el cambio de alianza de Francia a Reino Unido, en el verano de aquel 1808, implicó que finalmente no fuera necesaria su intervención y nunca entraron en acción. Sin embargo, ha quedado constancia de sus evoluciones durante los ejercicios tácticos que llevaron a cabo. Especialmente fue mencionado el alarde realizado ante el obispo Juan José Díaz de Espada, natural del pueblo alavés de Arroyabe.

La primera compañía fue instruida por Salvador de la Luz y Berrio, del Regimiento de Infantería de Cuba, quien posiblemente tenía un origen navarro. En esta labor fue apoyado por Francisco Layseca que contribuyó de forma muy efectiva al lucimiento de la compañía.

La segunda y la tercera compañías fueron mandadas directamente por José Echarry, que a pesar de no tener experiencia militar alguna, “sorprendió con su disposición […] como si se tratase del mejor veterano”. En julio de 1808, ya en guerra con Francia, el cuerpo pasó a llamarse Compañías de Urbanos Voluntarios de Fernando VII, y se ocuparon de vigilar los alrededores La Habana. Además, hombres de estas compañías formaron parte del refuerzo de la defensa de Matanzas. Sin embargo, poco tiempo después los Voluntarios fueron reducidos a once compañías, con 85 soldados efectivos cada una. Esta rebaja dio lugar a rumores contra el capitán general, cuya situación era complicada pues su padrastro, el conde de Montarco, natural de Molinar, en Bizkaia, se había pasado al bando afrancesado. Para 1812 Someruelos consideró que debían hacerse cargo las milicias disciplinadas previamente establecidas de las funciones hasta entonces asignadas a las compañías de voluntarios que quedaron disueltas.

La importancia de este caso es que nos ilustra sobre cómo una parte muy significativa de la élite comercial de origen vasco-navarro afincada en Cuba respondió ante las necesidades de la corona española en la isla a principios del siglo XIX, en la seguridad de que con ello defendía sus propios intereses.

El ‘americano’ de Forua sepultado por los franquistas

Las autoridades golpistas manipularon la fecha en la lápida de Manuel Idoiaga como forma de negar una vez más el bombardeo de Gernika.

Un reportaje de Iban Gorriti

Parafraseando y variando la letra de Nun hago, la emotiva canción de Xabier Lete, su familia se preguntaba el 26 de abril de 1937 dónde estaba, en qué prado, el pastor americano de Forua. Subiendo por las laderas de las montañas escapaba, huyendo del bombardeo de Gernika. En aquel episodio bélico de la Guerra Civil, perdió Manuel Idoiaga Madariaga su último latido, y su viuda, al padre de sus tres hijos. Uno de ellos prolonga a día de hoy la llama de su memoria encendida: el ingenioso y hospitalario Juan José Idoiaga Larruzea. “No guardo -se lamenta- recuerdo alguno de mi padre ni del bombardeo. Yo tenía 2 años. Ahora, 84”, sonríe amablemente aunque el corazón se le encoge por el recuerdo de una familia con numerosos represaliados del franquismo.

Juan José Idoiaga y Mikel Magunazelaia, frente a la casa de Manuel Idoiaga.Iban Gorriti

A su lado, le presta suma atención su sobrino-nieto Mikel Magunazelaia Pinaga (Forua, 1996), quien perdió en la guerra a sus dos bisabuelos: al citado Manuel Idoiaga asesinado bajo las bombas de Gernika, localidad vecina de Forua; y a Santiago Pinaga, fusilado. “En casa se ha hablado de todo esto, pero gracias a la segunda generación, y la tercera tirando de la primera. Había que tirarles de la lengua”, espeta Magunazelaia, profesor de Primaria y concejal de Forua, candidato para alcalde por el PNV en las elecciones municipales del domingo 26 en la localidad de la comarca de Busturialdea. Es además, miembro activo de la asociación memorialista Gernikazarra.

Magunazelaia recapitula la vida de Manuel, también candidato a alcalde entonces y concejal de Forua por una Agrupación Republicana. Padre de tres niños, tras ser asesinado por una bomba -”tal y como recoge un testimonio del escritor estadounidense William Smallwood, Egurtxiki– murió escondido en unas cañerías del depósito de aguas de Lumo. Testimoniaba el escritor que él se había unido a un grupo de personas que se refugiaron bajo un plátano grande. Conocía a algunas de ellas. Cita a Cipri Arrien, Jose Intxaurrandi y a Idoiaga a quien se refiere como “el americano de Forua, muerto a mi izquierda”. Hace referencia a que Manuel, siendo el quinto de dieciséis hermanos, optó por “hacer las Américas” como pastor y regresó en 1923 con un capital que le posibilitó escriturar a su nombre el caserío alquilado en el que vivían (Etxebarri) y comprar uno anexo más: Jauregizar-Arrekoa.

El joven edil se apena al recordar ante la sepultura de Idoiaga en el cementerio de Forua dos muestras del proceder de los antidemócratas en el marco de guerra. “Las nuevas autoridades de Forua, franquistas, enterraron a mi bisabuelo sin ceremonia religiosa por considerar que, al ser republicano, no tenía alma; además, manipularon su lápida con el fin de tapar el número de víctimas del bombardeo de Gernika”, asevera mientras con su mano derecha muestra sobre la piedra en la que tallaron la fecha “26 de abril de 1936”, cuando el ataque aéreo aliado aconteció el mismo día, pero de 1937.

El núcleo familiar que en 1923 había adquirido los inmuebles y unas tierras con plena alegría tras regresar de Estados Unidos, se vio de pronto destrozado. “Su mujer, Leandra Larruzea Uriarte se quedó sola con sus hijos. En aquella época, sin hombre en casa, siguió vendiendo lo que podía de la huerta en el mercado y poco a poco también vendió terrenos para salir adelante. Se mermaron las tierras y sus posibilidades con tres hijos en el hogar”, subraya el alcaldable.

Y no fue el único caso. El pueblo de Forua perdió a su alcalde José Ortuzar Atxirika, muerto en el exilio; padeció al menos tres fusilamientos (Santiago Pinaga Foruria, Juan José Basterretxea Arrospide y Serapio Urrutxua Aldekozea); y dio sepultura a una lista de muertos por los bombardeos como Idoiaga y gudaris en la temible línea del frente.

El biznieto de Manuel baraja dos hipótesis de cómo murió Idoiaga. Una la adjetiva de “épica”, pero no la valora real:. “Que Leandra fue a la plaza, y que vio el comienzo del bombardeo y con el tumulto salió hacia Lumo. Entonces, Manuel partió en busca de su mujer dejando a sus tres hijos en casa y murió por ella”.

Sin embargo, cree más verosímil que “Leandro acudió al mercado, pero los gudaris no le dejaron entrar en Gernika. Sonaban campanas, ya habían suspendido el partido de pelota de la jornada, y acabó en casa. Manuel había salido a visitar a una hermana y a comprar tabaco. Al estallar las primeras bombas, huyó hacía Lumo donde tras esconderse murió. Yo creo que los bombarderos quisieron acabar con el depósito de aguas en cuyas cañerías se escondían para dejar sin abastecimiento a Gernika”, apostilla.

Su hijo Juan José, 82 años después, se muestra más tranquilo al recordar la vida de su padre en Estados Unidos antes de la guerra. “En una ocasión, contó a la familia que atacó un lobo a sus ovejas”, recuerda junto a su esposa Dolores Erkoreka, y continúa Mikel: “Cuerpo a cuerpo”, sonríen ambos. El mayor le puntualiza que aquel animal le mordió en el brazo y por ello “aita cogió la rabia”. Años después, aquel hombre sentiría otro tipo de rabia en su ser y la impotencia e, incluso, la muerte en prados como los que cantaba Xabier Lete, pero lejos de Urepel: en Lumo, el 26 de abril de 1937.

Juan de Ajuriaguerra, osaba

Isabelle de Ajuriaguerra, sobrina de Juan de Ajuriaguerra, ofrece en este reportaje una visión íntima de su relación con el histórico líder del nacionalismo vasco, en el ámbito familiar y también en el intelectual

Un reportaje de Isabelle de Ajuriaguerra

Para entender las relaciones que tuve con mi tío Juan hay que comprender de dónde vengo.

Mi padre, Julián, el más joven de los chicos, se formó en Neuropsiquiatría en París, donde llegó en 1927. Conoció a mi madre France Alberti cuando ella hizo unas prácticas en el Hospital Sainte-Anne, en 1934. Ella era trotskista; él se había alejado de la Iglesia y era próximo a los movimientos de izquierda, pero sin ninguna afiliación. Los dos participaron en la guerra civil como milicianos miembros de los servicios de Salud en el desembarco de Baleares, donde mi madre fue herida, y aita siguió, después, en el frente de Huesca hasta 1938. Posteriormente, llegarían el exilio y la Segunda Guerra Mundial.

Juan, France, Rosario y Marina, durante una celebración familiar en el salón de ‘Hegoa’.



Mi hermano Mikel y yo nacimos cuando mi padre era todavía apátrida, con un pasaporte Nansen, creado para los refugiados en 1924 por el diplomático noruego del mismo nombre y después de la Segunda Guerra Mundial reemplazado por un título de viaje: aita siempre se negó a pedir papeles oficiales en el consulado español. Se definía siempre como “vasco peninsular”.

Entre mis seis y dieciocho años la familia se instaló en Ginebra. Hasta entonces habíamos hablado en francés, aunque siempre en un ambiente cosmopolita donde se cruzaban acentos muy diversos. No obstante mi madre, que era corsa, sin comprender la letra, me enseñó mis primeras canciones en euskera. Y estaba ese apellido tan exótico que nadie conseguía decir correctamente y también el acento de aita, que formaba parte de mi identidad sin que me diera cuenta.

Con mayo de 68 se abrió una puerta y los jóvenes empezaron a cuestionar la historia oficial hablando con los padres. Y empecé a preguntar. Estaba la Historia (con mayúscula) y quería saber qué les había pasado a ellos, y a Juan. No era tan fácil, porque aquella generación estaba acostumbrada a callar. Viejas heridas todavía dolorosas que no querían transmitir, dejándonos las puertas abiertas para elegir.

Hasta ese momento, las relaciones con la familia en Bilbao fueron pocas. La frontera… hasta que tuvimos una casa en Iparralde, Hegoa, en Milafranga, cerca de Baiona. Los tiempos también estaban cambiando. Eso fue al principio de los 70; tenía 16-17 años. Entonces pudimos hacer familia.

JUAN En Milafranga veíamos a menudo a Rufino Rezola. Un día le pregunté cuándo había conocido a Juan. Me contestó: “Es impresionante. Le conocí durante la guerra civil. Yo era comandante de gudaris y un día nos llamó para decirnos que si perdíamos un metro de terreno, nos mandaba al paredón. ¡Te imaginas! Realmente, un tipo formidable”

Con Juan nos conocíamos poco entonces, pero parece ser que le gustó mi voluntad de saber y de comprender. Quizás por su parte había también curiosidad. Yo venía del exilio, casi analfabeta, como un marciano.

El último año de Liceo en 1970, para las vacaciones de Pascua, fui a Bilbao. Fue mi primer Aberri Eguna. En el coche con las tías, Juan me enseñó el Agur Jaunak. Me explicaba todo con una paciencia que muchos no habrán conocido, y creo que era feliz.

Los tres, Juan, Marina y Rosario, en el coche eran todo un poema, primero porque Juan conducía muy mal: mi madre, que era alguien muy concreta, solía decir que no se podía entender cómo un ingeniero que sabía cómo funcionaba un motor podía ser tan malo conduciendo. Las tías, detrás, daban indicaciones contrarias y me daba la impresión de estar ¡en una película de Buster Keaton!

Un día, no me acuerdo cuándo fue, estando yo en Alameda Recalde, me dijo: “Vamos a tomar algo con mis amigos antes de comer”. Las tías se quedaron perplejas: ¡la niña en un bar! Ese día me sentí adoptada; él, orgulloso presentando la pequeña ¿sobrina? ¿nieta?

CLASES Después del Bachillerato, me matriculé en Filosofía y Letras y fui a Madrid. Juan me suscribió a Cuadernos para el diálogo. Parece ser que quería que siguiera informándome, leyendo y aprendiendo. Como diciendo: “¡Hazte una opinión, nena!” Cuando él pasaba por Madrid, nos encontrábamos en un restaurante bueno, jamás el mismo, y teníamos temas de discusión.

A partir de este momento, durante siete años, nos encontramos más a menudo, cuando él iba a Bruselas pasando por París donde seguía yo mis estudios de Arqueología e Historia; en Bilbao, cuando yo iba a pasar unos días, o en casa, en Milafranga. Conversaciones, no; discusiones animadas, pero siempre con ternura y respeto mutuo. Y yo preguntando: ¿qué fue de Flavio, dos años más joven que tú, el pillo de la familia? -con Flavio, Juan, el hermano mayor, tenía complicidad y siempre le sorprendía-… Cuéntame cosas de la Dama de Anboto… ¿Qué pasó en Santoña?… ¿Por qué no lo escribes?… Hablábamos también de los estudios, de los libros que estábamos leyendo y que nos intercambiábamos. Mostraba una cultura muy amplia, un espíritu muy abierto, y también alegría con chistes malos.

Respecto a Santoña, volví a la carga varias veces. ¿Por qué negociaste? ¿Por qué firmaste? ¿Por qué tú? No logré que lo escribiera, pero sí tuve respuestas: “Había que salvar vidas, pero las negociaciones con los italianos serían fuente de polémicas. José Antonio Aguirre tenía que quedar fuera de las polémicas y quedar como un faro que podía juntar a todos”.

También nos enfadábamos, ¡y cómo! “Basta de tópicos, nena!”, me espetaba. Y un día que estábamos debatiendo, se echó a reír y me dijo: “Tú eres joven, y los jóvenes tienen que ser excesivos, pero un día terminarás con nosotros”.

El hombre que he conocido y el hombre oficial eran completamente distintos. Con nosotros podía ser un hombre normal, se permitía reír más, ser tierno, discutir de todo, y contar también, en confianza. Era libre. Y yo también.

DISTINTOS CON VALORES COMUNES Tenía enraizados sus valores de abertzale, demócrata, cristiano, humanista y profundamente europeísta.

Esos valores los compartía con mi padre, aunque de manera distinta. Aita le admiraba y le quería mucho. Cada uno de los dos o, mejor dicho, los tres, porque no quiero olvidar a Flavio, fallecido prematuramente en 1945, hicieron lo que les parecía bien. Y las tías, también. Como decía el abuelo carlista: “Cada uno debe actuar según su conciencia”.

Y quiero añadir, que los compartía también con mi madre. Cuando le pregunté a ella por qué nos había enseñado canciones vascas, me contestó: “Porque los vascos no tienen mentalidad de ocupados, combaten y se defienden”.

Quisiera que no olvidáramos lo que hicieron esas generaciones en la guerra civil, la resistencia y en el exilio y que no caigan en el olvido sin que se haya hecho Historia.