Víctimas del penal franquista sin paredón

Cinco vizcainos perdieron la vida en la Prisión Central de Valdenoceda pese a que en la misma no hubo fusilamientos

Un reportaje de Iban Gorriti

En el penal franquista burgalés de Valdenoceda, a diferencia del resto de campos de concentración, no murió ningún fusilado durante los siete años que permaneció en activo. Los investigadores no han hallado constancia de ello. De hecho, no hacía falta ni paredón ni gastar munición del glorioso bando golpista porque directamente los mataban de hambre (y frío). Ocurrió en la que había sido primera fábrica de seda artificial de España, inaugurada en 1910 en la pedanía anexa a Villarcayo entre los letales y poco civiles años 1938 y 1945.

Un grupo visita las ruinas del centro penitenciario, en la actualidad. I.Gorriti

Desde 2010, el sábado más cercano al 14 de abril, día de la República, las familias de quienes murieron en la Prisión Central franquista se dan cita en las ruinas de la cárcel. Así, ayer fueron entregados a los suyos dos cuerpos más: los restos exhumados del cementerio local de Julio González González de Almagro, Ciudad Real, de 58 años, casado y padre de cuatro hijos, jornalero analfabeto que fue penado a seis años y un día por “excitación a la rebeldía”. Y también los de Habilio Luis Jávega, barbero de 21 años condenado en Almodóvar del Castillo a 20 años de prisión.

La inanición era tal que los presos que acompañaban a los muertos al cementerio se tiraban a las huertas para comer las patatas plantadas

Una de las personas que más conoce este espacio terrorífico es el zorno-tzarra José María González. Es el presidente del grupo de Exhumación Valdenoceda y nieto de Juan María González Fernández, quien murió el 14 de abril de 1941. Un documento que conserva sorprende: “Delito: se desconoce. Pena: 30 años de reclusión”. “Las familias agradecen mucho cuando les entregamos los cuerpos. Por ejemplo, los familiares de Julián pensaban que lo habían llevado a Puerto Santa María. Estaban desfasados. No han podido venir a recogerlos porque viven en París y ahora les venía mal”, informa. “Los parientes viven emoción, alegría y al recibir la caja rompen a llorar”, agradecidos, añade.

En este penal murieron los siguientes vizcainos: Gabriel Basterretxea (Arratzu); Aurrekoetxea Etxeandia (Zamudio); Laborda Orbe (Santurtzi); Ezpeleta Barrainkua (Lemoa); así como De Guinea de Orduña, residente en Burgos. “El de Santurtzi podría ser de Burgos o Álava, porque creemos que en vez de Santurce era del pueblo Santurde. Podría estar equivocado”, valora el de Amorebieta-Etxano, quien desconoce si algún preso de entonces permanece con vida en la actualidad. “Había uno, Gabriel Martínez, pero desconocemos si sigue vivo”, agrega González. El citado, natural de Pancorbo (Burgos), tendría a día de hoy 101 años.

Uno de los supervivientes de Valdenoceda, edificio por el que cursa un canal de agua que aún enfriaba más las gélidas temperaturas nocturnas de Burgos, contaba algo común en las “brigadas”, como llamaban a las habitaciones en las que dormían en camastros sobre el suelo. Si de noche alguien moría, los presos no decían nada a los franquistas hasta después de desayunar. Ello obedece a que, cada mañana, los funcionarios les daban un vaso de agua de café con tizón negro. “Ellos decían que seguía durmiendo y que se lo dejaran al lado. Así bebían un vaso más porque morían de hambre”, comparte González.

La inanición era tal que, cuando llevaban a algún muerto al cementerio, los compañeros presos que los acompañaban se tiraban a las huertas de cabeza a comer las patatas plantadas. “No tenemos constancia de que se fusilara a nadie”, confirma González. La agrupación que preside ha exhumado ya 114 cuerpos de los 154 existentes. Un total de 68 hombres han sido entregados a sus familias. “Nos faltan 46 por identificar. Hay uno más identificado, pero no ha sido exhumado porque sobre su cuerpo hay otro enterramiento actual y los antropólogos no ven correcto cortar el esqueleto por la mitad”.

El cementerio de los rojos Como curiosidad, en esa zona fue enterrado pocos años atrás el conocido en el pueblo como El Falangista, quien antes de morir dijo que no quería que lo sepultaran en lo que él denominaba “el cementerio de los rojos”, a sabiendas de que el camposanto está dividido en dos alturas. “Pues bien, para fastidiar, el cura de entonces no le hizo caso y decidió enterrarlo junto a la placa que pusimos en memoria de los republicanos y así imposibilitar otras exhumaciones de presos de la cárcel. En la actualidad, el sacerdote es otro”, finaliza González.

Gregorio Ibarreche, gran arquitecto, alcalde olvidado

En noviembre se cumplirán 155 años del nacimiento de Gregorio Ibarreche, el que fuera primer alcalde nacionalista de Bilbao y uno de los arquitectos más importantes y olvidados de la villa.

Un reportaje de Alex Oviedo

En un rincón del vestíbulo de Sabin Etxea descansa una escultura del artista valenciano Mariano Benlliure -conocido en Bilbao por haber realizado la estatua de Antonio Trueba de los Jardines de Albia o la de Don Diego López de Haro de la plaza Circular- en la que puede leerse: A D. Gregorio de Ibarreche como testimonio de gratitud por su acertada gestión al frente del Ayuntamiento de Bilbao. La escultura fue costeada en 1909 por más de un centenar de bilbainos, cuyos nombres aparecen en la base de la obra. Un reconocimiento que pone aún más en evidencia el desconocimiento que se tiene del que fuera primer alcalde nacionalista de Bilbao, un arquitecto destacado entre cuyos edificios encontramos algunos de los más emblemáticos de la Villa.

Retrato de Gregorio Ibarreche. Foto: Colección Bernardo Estornés Lasa


Ibarreche nació un 27 de noviembre de 1864, dos meses después que Miguel de Unamuno, en ese Bilbao que Delmas definiría como “el puerto más importante de la provincia, el lugar donde hace ya siglo y medio que residen la Diputación y las autoridades superiores, que es el pueblo más rico y floreciente del país, y que por estas circunstancias, pudiera considerársele como capital”. Con una población de apenas 18.000 habitantes, aquel Bilbao todavía no se había anexionado Begoña, Deusto o Abando, y el núcleo urbano seguía siendo el Casco Viejo y su catedral, donde Gregorio fue bautizado.

Se conoce poco de su infancia. Sus padres, Gregorio Ibarreche y María Jesús de Ugarte, vivieron en Barrencalle 43 y enviaron al hijo a estudiar al colegio privado de San Nicolás, situado en una buhardilla de la calle Correo, y en el que con seguridad coincidiría con Unamuno. Sin embargo, no estudiaría Ibarreche durante mucho tiempo en Bilbao. La muerte de su padre, cuando el chaval contaba 5 años, y la situación sociopolítica del país, llevaron a la madre a internarlo en Nuestra Señora de La Antigua, en Orduña, un centro regentado por los jesuitas. Eran años convulsos: Isabel II había sido destronada, se estaba elaborando una nueva Constitución, Amadeo de Saboya intentaba ocupar la vacante real y tras la abdicación de este fue proclamada la Primera República. Además, el tercer levantamiento carlista llevó a sus tropas a intentar sitiar Bilbao sin éxito en 1874.

LA FAMILIA ARANA En Orduña tuvo Ibarreche como compañero a Sabino Arana. Y compartió internado con Pedro Chalbaud y Alfredo Acebal y Gordon. Unos años después, marchó a Valladolid a estudiar bachillerato, donde entabló amistad con Luis Arana. Una relación que se mantuvo en Madrid como estudiantes de Arquitectura, y en Barcelona, donde acabaron los estudios. En Catalunya fueron testigos del auge del nacionalismo catalán, expresado en movimientos como la Lliga de Catalunya en la que participó el arquitecto Domenech i Montaner, y donde Arana le introdujo en los postulados del nacionalismo vasco. De hecho, Ibarreche participaría en junio de 1893 en la Cena de Larrazabal, un homenaje a Sabino Arana por la publicación de su libro Bizcaya por su independencia. Cuatro glorias patrias, e incluso le apoyó en la presentación de su candidatura en las elecciones provinciales.

En 1893, y con el título de arquitecto bajo el brazo, regresó a la casa familiar de Barrencalle, donde inició su labor profesional, muy ligada a la transformación que estaba experimentando Bilbao. El proyecto arquitectónico más antiguo que se le conoce es de mayo de 1894, un encargo de Micaela Escalza para la reforma del número 16 (hoy 36) de la calle San Nicolás de Olabeaga, en Bilbao. De ese mismo año es la reforma de la casa de Hilario Gallastegui en el 14 de la calle Iturburu. Dos proyectos previos al primero que hizo en 1897 para su principal cliente, el empresario Ramón de la Sota y Llano, director entonces de la agrupación de los fueristas de Euskalherria en la que ingresó Ibarreche, y que puede explicar su posterior alejamiento político de los Arana. Para De la Sota inició la construcción de una casa de recreo en la calle Santa Ana de Las Arenas. Y nueve años después, la de una casa de campo en las huertas de Landako, en Deusto. También proyectos para el Ayuntamiento de Arrigorriaga o la construcción de una casa para Rosario Gandarias y Compañía en la actual calle Fika 29.

Será en agosto de 1897 cuando firme la que será una de sus obras más emblemáticas para De la Sota. Casado este con Catalina Aburto y Uribe, el matrimonio vivió sus primeros años en el 24 de la calle Ibáñez de Bilbao, en el chalé Villa María, hoy sede de la Capitanía Marítima. Su abultada descendencia hizo que la casa se les quedara pequeña por lo que Ibarreche diseñó la nueva residencia familiar en Bilbao, en el 23 de Mazarredo, hoy conocida como Ibaigane, a escasos metros de Villa María, y actual sede del Athletic. Un edificio en el que reproduce los elementos arquitectónicos tradicionales de los palacios barrocos vascos y en el que destaca la elegante galería de piedra con columnas y el gran alero de madera.

ARQUITECTO MUNICIPAL La grave enfermedad del arquitecto jefe de obras municipales, Edesio de Garamendi, y la carga de trabajo del segundo jefe y nuevo director de las obras del Santo Hospital Civil de Basurto, Enrique Epalza, obligaron a la corporación a buscar un arquitecto auxiliar interino. Epalza decidió contar con Ibarreche. Durante ese tiempo, Ibarreche firmó la construcción de tres Escuelas: La Perla, hoy Cervantes; Olabeaga y Urazurrutia, hoy reconvertido en Centro BilbaoArte. También algunas obras menores como un horno crematorio para inmundicias y reses enfermas en el matadero de Tívoli, el refuerzo estructural del Lavadero de Atxuri, las obras de saneamiento de los lavaderos de Mena, Bilbao La Vieja, Urazurrutia… En aquella época no había régimen de incompatibilidades, por lo que los arquitectos simultaneaban el desempeño municipal con el privado. En el caso de Ibarreche, además de sus trabajos para De la Sota, proyectó, entre otras, una casa en Castro Urdiales para la viuda de Barona, tres casas dobles de labranza en Zorrotza para Benito Bariñaga o una casa doble en Barrencalle 11 para Francisco de Zuricalday.

Pronto dimitiría como arquitecto municipal y se centraría en la política. En 1903 se presentó a la alcaldía por el distrito de Santiago, convirtiéndose en teniente alcalde. La dimisión en enero de 1907 del alcalde liberal Gregorio Balparda, llevó a Ibarreche a asumir el puesto en funciones. Para entonces se había casado ya con Dolores Basualdo y Palacio, abandonado la residencia familiar de Barrencalle y mudado a Carnicería Vieja 13, donde estableció su vivienda y despacho.

PRIMER ALCALDE NACIONALISTA Tras la dimisión de Balparda, una Real Orden del 18 de febrero oficializa el nombramiento de Ibarreche, lo que le convierte en el primer alcalde nacionalista de Bilbao, cargo que mantendría hasta el 30 de junio de 1909. Durante su mandato de dos años y medio, se aprobó la construcción del parque de Albia, la ampliación del Ensanche, se inauguró el hospital de Basurto o se fundó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad. Sin olvidar la construcción del lavadero de Castaños, de la nueva Alhóndiga o la tramitación del abastecimiento de aguas. Para El Noticiero Bilbaíno, el alcalde supo mantener con corrección la alcaldía; para El Liberal, por el contrario, su mandato dejaba el Ayuntamiento en números rojos, con un déficit impensable para la época de casi 300.000 pesetas.

También siendo alcalde de Bilbao firmó numerosos proyectos arquitectónicos -como la fábrica de aserrar para la Compañía de Maderas, en el espacio que ocupa hoy el Guggenheim- o las obras del palacio de la Finca Lertegi en Getxo. Pero fue al dejar la política y la alcaldía cuando llevó a cabo proyectos de envergadura. Destacarían tres: las desaparecidas oficinas de la Compañía Euskalduna, el proyecto de almacenes generales de Uribitarte y futuro Depósito Franco, y la que será su máxima realización en el campo residencial: las tres casas dobles en las calles Ercilla, Heros y Colón de Larreátegui que ejecuta en 1919 nuevamente para Ramón de la Sota y Llano, una de las construcciones más soberbias y señoriales del Ensanche bilbaino.

Ibarreche falleció sin descendencia el 26 de julio de 1933, celebrándose su funeral al día siguiente en la catedral de Santiago, donde fuese bautizado 69 años antes. Entre las personas que llevaron las exequias, además de responsables de la Caja de Ahorros como Eliseo Migoya, se encontraba su compañero y amigo Luis Arana.

El 28 de julio, y en sesión ordinaria pública, el Ayuntamiento decidió por unanimidad hacer llegar a su esposa el sentido pésame por el fallecimiento de quien fuera alcalde de Bilbao “cuya memoria permanecerá imborrable en esta Villa, que tanta gratitud le debe por el especial interés que puso siempre en servir, con su clara inteligencia y laboriosidad, los intereses del pueblo de Bilbao”. Una frase que muestra la labor de Ibarreche por su ciudad, no solo como alcalde sino también como arquitecto, dejándonos con su firma grandes y bellos edificios.

Air Pyrénées, la aerolínea de Euzkadi

La necesidad del Gobierno del lehendakari Aguirre de romper el aislamiento por tierra durante la guerra propició el nacimiento de Air Pyrénées, la primera línea aérea vasca

Un reportaje de Iñaki Etxaniz Tesouro

Tras el estallido de la guerra de 1936 y a los pocos días de formalizarse el Gobierno de Euzkadi, el gabinete del lehendakari Aguirre vio la necesidad de establecer un servicio regular de transportes aéreos. El servicio se prestaría entre Bilbao, Baiona y Toulouse, desde donde se podrían dirigir a cualquier lugar de Europa o a la parte de España en manos del Gobierno de la República. De esta manera se intentaba limitar las consecuencias del aislamiento que vivía el territorio.

Para llevar a buen término esta misión, se decidió encargar el trabajo a Justo Somonte Iturrioz e Idelfonso de Irala. Tras varios reveses, crearon una primera sociedad de carácter colectivo y capital social de 100.000 francos. Lo hicieron el 18 de noviembre de 1936, bajo el nombre de Air Cote d’Argent, con domicilio social en Baiona. Figuraban como propietarios Idelfonso de Irala y su empleado de origen francés Noel Lecumberri. Pierre Cot, ministro del Aire y Comercio durante la Tercera República Francesa y uno de los miembros del gobierno de Léon Blum que se manifestó en contra de cumplir el Pacto de No Intervención, dio desde el principio su autorización para la puesta en marcha de la línea aérea. Esta fue precisamente la razón por la que la compañía tuvo que cambiar de denominación. Al presentar la documentación en el Ministerio del Aire con el nombre de Air Cote D’Argent, se les exigió cambiar el nombre de la sociedad, ya que el nombre propuesto coincidía con el apellido del ministro. El ministerio quería evitar a toda costa que fuesen identificados con la línea aérea, algo que les producía verdadero pavor. Ante esta situación, se optó por rebautizar la sociedad como Air Pyrénées. El 30 de diciembre el ministro francés del Aire accedió a aprobar Air Pyrénées, pese a que su aprobación definitiva llevaría aún algún tiempo.

La sociedad, que había sido creada por Irala y Lecumberri, tuvo que adecuarse a las recomendaciones del Gobierno francés para poder ser aceptada en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Debido a ello, Ildefonso tuvo que salir de la sociedad dejando su lugar a su hermano político y súbdito francés, Augusto Amestoy. Finalmente, tras varios contratiempos, el 4 de febrero de 1937 Air Pyrénées obtuvo el permiso oficial de parte del ministro del Aire para iniciar las operaciones.

La prensa favorable a los franquistas amenazó a la sociedad, así como a sus usuarios desde el mismo momento de su creación. El periódico Imperio, perteneciente a Falange Española y de las JONS, advertía a los usuarios de la línea Baiona-Bilbao de que los aviones de la misma serían derribados.

También era necesario burlar las sanciones del Comité de No Intervención. Para ello, era imprescindible mantener la independencia exterior de la sociedad, por lo que oficialmente el Gobierno de Euzkadi no podía figurar de ninguna manera en ella, evitando de esta manera reclamaciones que pudieran entorpecer su funcionamiento.

El inicio de las operaciones se fue retrasando, ya que no era posible contar con aparatos que pudieran realizar el servicio con seguridad. Tras varios intentos para adquirir aparatos de fabricación francesa, se optó por hacerse con aviones de la firma británica Airspeed. Tras cerrar un acuerdo con la casa constructora, parecía que el vuelo inaugural se podría realizar el primero de marzo. Este vuelo debía ser abierto con el primer Airspeed Envoy III de los seis con los que contaría Air Pyrénées.

Para ello, días antes del vuelo inaugural, Leopold Galy, el primer piloto de la compañía, se dirigió a la fábrica de Airspeed Ltd. en Portsmouth con intención de regresar con el nuevo aparato. Cuando ya se encontraba sentado en la carlinga del avión, se le entregó un telegrama del Ministerio de Comercio Inglés negándole el permiso de exportación. Al parecer, una denuncia había puesto en alerta al gabinete inglés. Por lo tanto, fue necesario presentar toda la documentación de la compañía ante la embajada inglesa, para demostrar que se trataba de una sociedad francesa.

Posteriormente, a su entrega en Francia, el primer Airspeed de la sociedad tuvo que someterse a un sinfín de vuelos de prueba antes de conseguir la homologación por parte de las autoridades galas, debido a que se trataba del primer aparato de este tipo registrado en el país. Finalmente, la compañía empezó el servicio regular entre Baiona y Bilbao el 17 de abril de 1937.

SONDIKA Y lAMIAKO Air Pyrénées siguió operando en los aeródromos de Sondika y Lamiako hasta el domingo 16 de mayo de 1937, cuando, después de aterrizar en Sondika, una bomba de la aviación facciosa cayó a escasos cinco metros del hangar cuando el avión se encontraba ya en él. Tras el incidente, se decidió empezar a utilizar la playa de Laredo como pista principal.

El vuelo del 26 de mayo se encontró sobre las 10.30 horas con una escuadrilla de aviones italianos que estaban realizando una incursión sobre la región de Bilbao. Pese a que Galy intentó huir, los aviones de guerra, más rápidos, consiguieron alcanzar al Envoy en las inmediaciones de Sopelana. Ante la agresión, el piloto decidió descender en picado hasta casi tocar el agua para eludir el blanco de las ametralladoras. El ataque y los daños sufridos por el aparato obligaron a Galy a realizar un aterrizaje forzoso de carácter violento a escasos metros del caserío Zalduendo Goikoa.

No fue un encuentro fortuito. Los rebeldes habían sido informados de los horarios de la línea aérea. Puede que el espionaje franquista se hubiera enterado, mediante sus aliados, de la llegada de Koltsov a Baiona, con la intención de volar hacia Bilbao. Koltsov era el corresponsal del diario soviético Pradva y estaba considerado por muchos como el hombre de Stalin en España. El azar quiso que llegase demasiado tarde a la oficina de Air Pyrénées, una vez que el avión ya había partido.

Tras el incidente, el piloto Galy decidió no volver a volar en esas condiciones, por lo que fue necesario encontrar otro piloto que estuviese dispuesto a ello. Abel Guídez se convirtió de esta manera en el nuevo piloto de la sociedad. En uno de sus primeros vuelos, el 11 de junio, tras despegar desde la playa de Laredo, uno de los motores del avión perdió potencia y terminó cayendo al mar. Pese a todo, no hubo que lamentar ninguna baja, ya que todos los ocupantes fueron rescatados ilesos.

Junto con los aviones que volaban para Air Pirénées, los dos aparatos empleados por el Gobierno de Euzkadi -el Beech B17, conocido como Negus y pilotado por George Lebeau, y el Goeland pilotado por Yanguas- fueron registrados como aviones correos de la sociedad para evitar las sanciones del Comité de No Intervención. El asturiano José Yanguas Yáñez era un piloto al servicio del Gobierno de Euzkadi y, desde casi el inicio de la guerra, había realizado vuelos para el Gobierno vasco transportando distintos materiales de contrabando que la Sociedad Air Pyrénées, por su carácter civil y público no podía transportar. Posteriormente, fue él quien traicionó al consejero de Sanidad, Alfredo Espinosa, y al capitán José Agirre. Estos fueron fusilados por los nacionales tras tomar tierra en la playa de Zarautz el avión pilotado por Yanguas en el que viajaban. Todo hace pensar que Yanguas, que seguramente había sido comprado por el espionaje fascista para que se pasase a su bando cuando volase con algún alto cargo del Gobierno vasco, ya tenía en mente cuál iba a ser la jugada. Parece que con él los fascistas tuvieron más suerte que con Galy, quien se mantuvo en una posición firme, no cediendo a los continuos intentos de soborno.

Duelo desigual Tras la traición de Yanguas y a pesar de que Bizkaia ya estaba en manos del enemigo, la sociedad siguió realizando vuelos a Laredo, Barcelona y Valencia. El 6 de septiembre, durante la ofensiva de Asturias por parte de los fascistas, el gobierno de Valencia alquiló dos aviones Airspeed de Air Pyrénées para el transporte de personal, correo y material. Uno de ellos estaba pilotado por Guídez y el otro, por Cornet, un piloto contratado para realizar estos servicios. El 7 de septiembre, Abel Guídez despegó desde el aeródromo de Parma, en Biarritz, rumbo al aeródromo de Carreño, en las cercanías de Gijón. Tras el despegue, el avión se adentró en el mar hasta estar en paralelo con el territorio en manos de la República, donde giró hacia el mismo. De esta manera intentaba evitar las patrullas de aviones fascistas que operaban desde Santander. Una vez en zona republicana, a la altura de Nueva, Guídez se topó con tres Messerschmitt BF-109 de la Legión Cóndor que regresaban al aeródromo de Cue, en Llanes, tras realizar una escolta. El avión de pasajeros no tenía nada que hacer frente a uno de los cazas más poderosos del momento y menos en un duelo desigual en el que se enfrentaba a tres de estos aparatos. Durante 25 minutos consiguió mantenerse en vuelo mediante arriesgadas maniobras evasivas, hasta que al final fue derribado. El avión cayó en llamas cerca de Ribadesella. Abel Guídez murió entre los restos del aparato.

Tras la caída del norte peninsular, la compañía se dedicó a realizar servicios para el Gobierno vasco, junto con diversos vuelos a la zona bajo control de la República. Estos vuelos a Valencia y otros destinos, sin contar con el permiso de explotación necesario por parte de Air Pyrénées, trajeron consigo el enfado del Ministerio del Aire Francés. A finales de noviembre de 1937, este prohibió a Air Pyrénées operar con sus aparatos con destino a España. Ante esta situación y para evitar las cuantiosas costas, en mayo de 1938 se decidió suprimir todos los gastos de la sociedad.

Air Pyrénées jamás reanudó sus operaciones.

Una boda bajo las bombas en Bilbao

El fuego aéreo echó por tierra el casamiento entre Sebastián y trinidad en junio de 1937, pero finalmente hubo boda

Un reportaje de Iban Gorriti

En tiempos de guerra, el amor está tan ausente como presente. Sea en Bilbao en 1936 sea en Siria, Irak o Yemen en 2019. Un ejemplo es el enlace matrimonial que protagonizaron Sebastián Ezquerro y Trinidad Fernández en una hoy desaparecida iglesia de Indautxu. Estos dos primos por vía materna se vieron en la tesitura de suspender la ceremonia de la boda en dos ocasiones por el bombardeo que sufrió la villa capitalina el 4 de junio de 1937, tal y como recuerda su hijo Mikel Ezkerro, conocido euskaltzale y promotor de la diáspora vasca en Argentina.

Sebastián Ezquerro y Trinidad Fernández, con su hijo Mikel, durante una excursión al campo. Fotos: Archivo familiar de Mikel Ezkerro

“El sacerdote era Don Jesús, no recuerdo el apellido. Era monárquico. Cuando sonaban las sirenas de alerta por el bombardeo, el cura, los novios y los padrinos tenían que salir corriendo de la iglesia hasta un refugio cercano”, precisa Ezkerro. La pareja estaba empadronada en la actual calle Pablo de Alzola, cantón con Autonomía, y tras un primer intento fallido, tuvo que regresar al templo en una segunda ocasión.

Sanos y a salvo, salieron del templo casados, como días antes habían lo habían hecho por lo civil. “La ceremonia la hicieron en el Consulado argentino, país del que era natural mi padre a pesar de su ascendencia vasca. De este modo le concedieron el pasaporte argentino a mi madre”, apostilla Ezkerro. Con aquel documento logró llegar al Estado francés, días antes de la ocupación de Bilbao el 19 de junio de 1937 por los franquistas.

Mikel Ezkerro nació 1938 en Rawson, provincia bonaerense. Anunciado el final de la guerra en el Estado español el 1 de abril de 1939, la familia regresó a Bilbao. Su padre, Sebastián Ezquerro nació en Buenos Aires en 1909 pero se crió en Euskadi desde 1915, en Olabeaga. Era técnico industrial. La madre Trinidad Fernández Azpiroz nació en 1910 en Bilbao, estudió mecanografía y dactilografía. Llegó a ser secretaria apoderada de la empresa en la que trabajaba.

Mikel, entretanto, cursó estudios primarios con los Jesuitas de Indautxu. “Cuando iba a cumplir 12 años regresé con mis padres a Argentina donde estudié todo el bachillerato con los Jesuitas”, rememora. Fue gerente de ventas y estudió Historia Vasca y colaboró con el mensuario Eusko Lurra Tierra Vasca, dirigido por José Antonio Olivares Larrondo, Tellagorri, y, más adelante, por Pello Mari Irujo Ollo, “hermano menor de Don Manuel Irujo”. Ezkerro se dedicó a impartir conferencias en las Euskal Etxeak de Argentina.

Sebastián no era partícipe de la política vasca “aunque sí era demócrata, y por ende antifranquista” recuerda Ezkerro, para a renglón seguido ensalzar que su madre “era muy vasquista, nacionalista vasca; de soltera tenía amistades tanto en el PNV como en el Jagi-Jagi que siguió teniendo bajo el franquismo hasta el regreso a Argentina”. No estaba afiliada a Emakume Abertzale Batza, pero sí lo estaba su mejor amiga, María Rosa Aguinaga. “Desde muy pequeño me enseñó un repertorio de canciones cuyo autor era Sabino de Arana y otros hombres del primitivo nacionalismo vasco”. Tenía advertido por sus mayores que solo las cantara en casa y “en ninguna otra, que no fuera la nuestra”. De hecho, ella en la posguerra pasaba octavillas clandestinas impresas en Iparralde a su confesor en la Quinta Parroquia. “Llegaban a su poder por un miembro de la Resistencia que era de Gernika”, apostilla.

Mikel se crió en ese ambiente mientras que en los Jesuitas sus compañeros “eran unos monárquicos: alfonsistas y carlistas que vivian en Neguri”. No obstante, precisa que también había del PNV, aunque mayores que nosotros, e incluso el hijo del tenebroso gobernador civil de Bizkaia, Genaro Riestra”. El pequeño Mikel fue testigo de la huelga del 1 de Mayo de 1947 y vio volado el busto del general golpista Mola en el Arenal. “También vi caer ikurriñas en San Mamés cuando jugó el San Lorenzo de Almagro, de Argentina, en 1947. Mi madre era la sembradora de lo vasco y mi padre de lo argentino”.

Ezkerro recuerda otro episodio trágico del Bilbao franquista. El asalto a las cárceles del 4 de enero de 1937. Como consecuencia de los bombardeos de la aviación franquista sobre la ciudad algunos ciudadanos republicanos dieron muerte a presos afines a los golpistas. “Entre los fusilados, herido gravemente por la metralla se salvó haciéndose el muerto el entonces novio de una hermana de mi madre que profesaba ideas afines a los sublevados”, relata y va más allá: “Al enterarse del hecho y ante el riesgo al ser llevado a un hospital público, mi madre fue a ver al dirigente del PNV, Julio Jauregi, al que conocía. Este logró que fuese trasladado al sanatorio del Doctor Yarza, teniendo incluso un gudari de custodia para guardar su seguridad personal. Mi madre, incluso, logró además que la recibiera el entonces consejero de Justicia, Jesús María de Leizaola, para agradecerle el gesto humanitario”.

Lehendakari aguirre El hijo de Trinidad y Sebastián ha conocido a grandes personalidades vascas. En 1955, con 17 años escuchó un discurso del lehendakari Aguirre en el centro vasco Laurac Bat. “Quedé impactado por su carisma y oratoria”, destaca y recuerda cómo también visitó la casa en Donibane Lohizune de Telesforo Monzón. “Me mostró la habitación donde fue velado el cuerpo de Aguirre tras aceptar la viuda del lehendakari que lo hiciese”.

Conoció, además, al lehendakari zarra, Leizaola, también en el Laurac Bat. “Me lo presentó mi mejor amigo aquí, Pedro María Irujo y volví a verlo en París, en la sede del Gobierno vasco. Poseía una erudición notable y una memoria fuera de lo común recitando a bertsolaris…”, Tambien ha podico conocer a los lehendakaris Garaikoetxea e Ibarretxe.

El matrimonio que se casó bajo las bombas perdió al marido en 1978 en Argentina. “Mi madre viuda, volvió a Euskadi. Habia jurado no hacerlo mientras Franco estuviera en el poder y lo hizo en 1980 y en 1981”, evoca. “Yo, mientras mi salud me lo permita quiero regresar a la patria de los vascos, por aquello de que el tronco vuelve al tronco y la raíz a la raíz”.

El bombardeo ‘católico’ que mató a religiosos en Durango

Dos curas que celebraban misa y más de una docena de monjas perecieron hoy hace 82 años en el ataque aéreo fascista que asoló la villa vizcaina

Un reportaje de Iban Gorriti

Monjas de Santa Susana asesinadas. Fotos: Archivo Municipal de Durango, Sabino Arana Fundazioa y Gerediaga Elkartea

Hoy se cumplen 82 tristes años del bombardeo en el que tres estados antidemocráticos masacraron la villa de Durango: la España militar golpista de 1936, la Italia fascista y la Alemania nazi. “Las fuerzas aéreas atacarán sin consideración de la población civil”, dejó ordenado con saña el coronel Vigón, tras firmar su compañero Franco las operaciones el 21 de marzo de 1937.

De ese irracional modo, con 281 bombas y numerosos cazas italianos ametrallando, asesinaron al menos a 336 personas de todas las edades y de los dos bandos de la Guerra Civil. Los proyectiles no hicieron distinción entre molistas y republicanos. Es más, como el propio jefe del estado mayor de la Legión Cóndor, el nazi Wolfram von Richthofen recogió en su diario, “es como si las bombas hubiesen buscado precisamente las iglesias”. Así fue y en un instante sagrado: a la hora de comulgar. También fueron destruidas 285 casas.

En las iglesias perdieron la vida numerosos fieles católicos y también sacerdotes y monjas. Es el caso del asturiano Carlos Morilla en la parroquia de Santa María de Uribarri, de Rafael Villalabeitia en San José Jesuitak y de más de una decena de agustinas en la iglesia Santa Susana del convento Santa Rita. Otros religiosos también fueron protagonistas aquellos días por diferentes curiosidades. Así lo narran a DEIA el investigador iurretarra Jon Irazabal Agirre y el responsable del Archivo Municipal de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia. Ambos citan a curas de la villa vizcaina como Miguel de Unamuno -no confundir con el famoso literato bilbaino-, José Echeandía o José Dañobeitia.

Poco se ha escrito sobre esta comunidad religiosa bombardeada precisamente por el bando que lanzó un órdago a la legítima Segunda República y que se postulaba como “cristiano, apostólico y romano”. Carlos Morilla Carreño ha sido el más conocido. Incluso en la prensa internacional se le citaba como el sacerdote que murió bajo las bombas mientras alzaba la forma sagrada en Santa María de Uribarri.

Lo que no explicaban es que llegó a Durango gracias a su hermano Guillermo que, como aporta Orobio-Urrutia, era el “notario” del municipio y miembro del partido Izquierda Republicana. “Llegó a representar a Bizkaia en actos de Madrid”, subraya Irazabal, y detalla que “vino a Durango por tranquilidad. Los curas en Asturias no lo tenían fácil”.

“En un documental que hicimos en Gerediaga -habla Irazabal- grabamos al monaguillo que quedó sepultado entre los escombros junto al cura, Rafael Cuevas. Decía que tras el bombardeo rezaron un rosario juntos hasta que el sacerdote dejó de hablar”. El Gobierno vasco editó una revista con una imagen de aquel monaguillo como portada.

El gobierno franquista de Durango, más adelante, elaboró un informe sobre Guillermo Morilla en el que le citaba como presidente del Comité de Durango afecto al Frente Popular que en Bilbao ocupó un alto cargo. Añadía que había sido designado asesor jurídico de la Consejería de Abastecimiento y Comercio de Ramón Aldasoro. “Orientador de todos los partidos políticos izquierdistas de la villa; director de todo movimiento antifascista, no se hacía nada sin contar con él. De una conducta muy mala políticamente y muy peligroso hacia el Glorioso Movimiento Nacional”, según el Archivo Municipal de Durango.

Formas sagradas La figura de Rafael Villalabeitia Maurolagoitia, muerto en la iglesia de San José, está sin estudiar. Se sabe que fue sepultado en el panteón de los jesuitas de Durango, que acogió restos de 27 religiosos que se han exhumado y ahora reposan en Loiola. Algunas fuentes aseguran que no quedaban religiosos ignacianos tras ser expulsados por la República en 1932.

Consultado al respecto, el superior de la comunidad de Durango, Koldo Katxo, confirma que “sí era jesuita. Tras la expulsión, algunos fueron acogidos por las clarisas, es decir, se quedaron aquí de forma clandestina. Villalabeitia fue uno de ellos”. Katxo apostilla que en una lista de fallecidos del bombardeo se citaba “a un hermano jesuita”. Aunque ya no queda constancia de ello en el cementerio de Durango, la fecha de enterramiento de Villalabeitia “era incorrecta”, recuerda Irazabal.

Otro cura recordado es José Dañobeitia. Fue quien recuperó las formas sagradas y cálices tras el ataque. Una fotografía muestra cómo algunos hombres las custodiaban a la altura de la actual biblioteca municipal de Komentukalea. “Don José fue a por las formas y le pararon los pies porque iba vestido de civil debido a que era capellán militar, y solo los curas podían tocarlas. Al presentarse pudo hacerlo. Había acudido a Jesuitas a ver qué era de sus hombres porque el templo era también cuartel”, matiza Irazabal.

Orobio-Urrutia agrega a la lista al cura durangués Miguel de Unamuno, capellán de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Tavira. Del bando golpista, fue fusilado por los republicanos el 4 de enero de 1937 en Larrinaga, Bilbao. José Echeandía era carlista y párroco de Santa Ana de Durango, encarcelado el día 24 de julio de 1936 y puesto en libertad en abril de 1937. Escribió y publicó el libro La persecución roja en el País Vasco, memorias de un ex cautivo. “Se arrepintió de editarlo e intentó hacer desaparecer todos los ejemplares. Hacía la revista Tavira”, explica el archivero. Irazabal coincide con él. “Sí, ejemplar que veía lo compraba y lo quemaba”.

Las religiosas de Santa Rita también conocieron la muerte. El rotativo Eguna comunicaba “la muerte de monjas agustinas de Santa Susana con plomo y hechas pedazos entre polvo, sin pies, sin manos. Sus inmaculados cuerpos llenos de sangre. Un total de 12 monjas y su ayudante. El resto, vivas y heridas”. La duranguesa Paula Azcárate vivió con estas agustinas: “Dicen que en el bombardeo murieron 13 monjas, con la muchacha, Mari Bergara, pero no, fueron 17. Algunas por la tarde cuando escapaban”, asevera.