Represión y asesinato en Araba

La práctica totalidad de Araba quedó en manos de los sublevados nada más producirse el golpe militar lo que sumió a jeltzales y republicanos en una feroz represión

Un reportaje de Roman Berriozabal

Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua
Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua

AMANECER del 19 de julio de 1936. El sacerdote Pedro Anitua se cruzó en una calle gasteiztarra con el carlista Bruno Ruiz de Apodaka. Este, zapatero de profesión, dirigiéndose al sacerdote nacionalista, le dijo con conocimiento de causa: “Ahora las vais a pagar todas juntas”. Momentos antes, los militares habían declarado, sin disparar un solo tiro, el estado de guerra en la ciudad y, de común acuerdo con carlistas y falangistas, se hicieron con el control de ésta y gran parte del territorio alavés. La sublevación no alcanzó en un primer momento la victoria esperada en toda la geografía, por lo que la situación derivó en una guerra civil. Ésta, en lo que respecta a Euzkadi, finalizó en julio de 1937; en lo concerniente al Estado español, el 1 de abril de 1939.

El zapatero carlista, amparado por la oscuridad de la madrugada, había tenido ocasión de observar con atención las idas y venidas de los jeltzales al Centro republicano así como de los republicanos al Gobierno Civil. Unos y otros, partidarios de una acción armada conjunta para neutralizar a los militares, al modo y manera como se había procedido en Bilbao y Donostia, no pudieron hacer nada. El gobernador civil, que creía contar con la autoridad y apoyo suficientes para meter en cintura a los levantiscos, les negó tajantemente las armas solicitadas. Una vez se vio traicionado por la Guardia Civil y la Guardia de Asalto a su mando, huyó a Bilbao. Vistas las circunstancias, los burukides jeltzales desmovilizaron a varios centenares de jóvenes que estaban esperando instrucciones en los locales de Juventud Vasca y, al igual que numerosos republicanos, se inhibieron y optaron por la neutralidad.

La actitud y la dinámica de EAJ-PNV no fueron ni pudieron ser unánimes. Estuvieron mediatizadas por el éxito y el fracaso del golpe militar en los diversos territorios: Bizkaia y Gipuzkoa permanecieron bajo la jurisdición republicana; por el contrario, Nafarroa y el grueso de Araba, excepto Aramaio y los municipios del Valle de Ayala y el Alto Nervión, pasaron a manos de los sublevados.

Al tiempo de la toma del poder, los sublevados en Araba la emprendieron, mediante la represión, contra aquellas personas consideradas adversarias. La amenaza del zapatero carlista no había sido gratuita. En el caso de, al menos, 193 personas, la represión culminó con su asesinato. El propósito último era claro: eliminar al contrario. Fue el preludio de una dictadura que duró 40 años.

Posturas diversas Los jeltzales se vieron ante una difícil disyuntiva: ¿qué hacer y cómo comportarse? No hubo una postura unánime. Las circunstancias les obligaron, al igual que a otros muchos, a tomar posturas, en muchos casos contradictorias entre sí: éxodo, resistencia pasiva, claudicación, arrepentimiento e, incluso, apoyo a los sublevados.

De un tiempo para acá, determinados autores, con escasa o nula cautela y rectitud intelectual, vienen mostrando de forma taimada un interés en mancillar a EAJ-PNV, atribuyéndole una actitud contemporizadora inmerecida y proyectando sombras y dudas sobre la represión ejercida contra los jeltzales arabarras. Por contra, omiten o ignoran voluntariamente aquellas referencias que expliquen la actitud y comportamiento de otros partidos y sindicatos.

Tras su detención, los militares sometieron a destacados jeltzales arabarras a un intensa presión (los burukides del ABB Julián Agirre y José Luis Abaitua; el exdiputado a Cortes Francisco Javier Landaburu, el abogado y antiguo burukide del ABB Manuel Ibarrondo…). Estaban empeñados en apartar a EAJ-PNV de la dinámica favorable a la República que había adoptado oficialmente y, consiguientemente, atraerlo a su causa. Tras sucesivos intentos infructuosos, lograron, mediante la amenaza y el chantaje, que determinados jeltzales arabarras (Abaitua, Landaburu e Ibarrondo) redactasen y firmasen, al menos, dos comunicados en un breve espacio de tiempo: el primero, ordenando a toda la afiliación jeltzale realizar pacíficamente las actividades de su vida ciudadana; el segundo, entre otros aspectos, exhortando a los jeltzales para que, lejos de impedir, coadyuvaran al éxito de los sublevados. Dichos documentos, interesadamente retocados por los militares, fueron publicados en la prensa local y exhibidos a modo de trofeo de guerra.

La supuesta frialdad con que Vitoria-Gasteiz acogió el día de Santiago al general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional de los sublevados, sirvió de pretexto para, una vez más, presionar a los jeltzales y obligarles a remitir una misiva a sus correligionarios vizcainos y guipuzcoanos, ofreciéndoles futuras prerrogativas a cambio del mantenimiento del orden en aquellos territorios. ¡Vaya sarcasmo! Días antes dos aviones facciosos bombardearon Otxandio: fallecieron 58 personas. EAJ-PNV no aceptó la propuesta que le fue remitida.

iLEGALIZACIÓN Dicho general, en su afán por desactivar, eliminar y/o controlar a la población civil, puso en vigor una serie de disposiciones: declaró fuera de la ley todos los partidos y agrupaciones políticas o sociales contrarios. La ilegalización llevó pareja la incautación de cuantos bienes muebles, inmuebles, efectos y documentos pertenecieren a los referidos partidos o agrupaciones. En relación a las personas, se procedió a la suspensión y destitución de aquellos trabajadores públicos desafectos. A consecuencia de las disposiciones anteriores, fueron clausuradas las batzokis arabarras, incautados sus bienes, y, respecto a las personas, apartados de sus cargos de responsabilidad y expulsados de sus respectivas instituciones destacados jeltzales gasteiztarras (Ramón Irazusta, ingeniero agrícola de la Diputación; Manuel Ibarrondo, secretario de la Caja de Ahorros…).

Tras el fracaso anterior, los sublevados intentaron jugar la carta religiosa. No valían posiciones intermedias: o se estaba con Dios, o contra Dios. Para ello, los obispos Mateo Mugika y Marcelino Olaetxea, titulares de las diócesis de Vitoria y Pamplona, respectivamente, declararon ilícito y monstruoso el que los nacionalistas vascos se hubieran sumado al enemigo acérrimo del cristianismo. Exigieron a los burukides de EAJ-PNV en Bizkaia y Gipuzkoa que se apartaran de la contienda para evitar el enfrentamiento entre católicos. Los jeltzales se vieron ante un dilema: obedecer o desobedecer al obispo. Tras numerosas gestiones y no pocas consideraciones, estimaron que no estaban sujetos al mandato del obispo. Éste, lejos de facilitar las cosas, no escatimó recursos para reprimir, perseguir y tolerar el asesinato de sacerdotes y religiosos nacionalistas y/o vasquistas que habían quedado en el lado faccioso.

Una vez que los sublevados abandonaron toda posible idea de pacto y desechada, por tanto, la necesidad de aparentar buenas maneras, se acentuaron todas las formas posibles de criminalizar a los jeltzales. Había llegado el momento de los actos enérgicos. La situación se hizo insostenible. Pese a la adversidad, Pedro Anitua y su amigo José Luis Abaitua no dudaron en dar cristiana sepultura a dos presos fusilados tras consejo de guerra (Elgezabal y Kortabarria). La osadía mostrada, una supuesta ofrenda de flores a los fusilados, así como la desaparición de Landaburu irritaron a los sublevados. Éstos ordenaron la detención de Abaitua así como de algunos compañeros de partido. Su puesta en libertad fue casi inmediata, previo pago de una multa. El tiempo que permaneció en libertad fue efímero; se truncó el 26 de agosto de 1936. Nunca más pisó las calles vitorianas. Mientras permanecía en prisión, el diario carlista Pensamiento Alavés dio cuenta de un supuesto donativo de José Luis Abaitua y sus hermanas: 1.000 pesetas, una libra esterlina y 2 relojes de oro. Dicho donativo, así como otros a los que se vieron obligados a realizar los jeltzales, tenían muy poco de voluntario, no en vano eran invitados a participar en la campaña recaudatoria emprendida por los sublevados para el sostenimiento de su ejército y de su aparato de terror. Dicha campaña recaudatoria prosiguió en el tiempo, mediante la incautación de bienes y la imposición de multas. Éstas alcanzaron una dimensión inusitada años más tarde, en torno a 1941, con la entrada en vigor del Tribunal de Responsabilidades Políticas. Así, por ejemplo, por el solo hecho de haber profesado las ideas jeltzales, los padres del gudari José Mª Azkarraga Lurgorri, fusilado en diciembre de 1937, fueron condenados a pagar 200.000 pesetas.

oRDEN DE ASESINATO Mola, considerado como el director de la conspiración militar, acudió a Vitoria-Gasteiz el 27 de marzo de 1937, para ultimar los detalles de la inminente ofensiva contra Bizkaia. En dicho contexto ordenó el asesinato de presos. Días más tarde, 31 de marzo, el delegado de orden público firmó una orden de puesta en libertad de Abaitua y de 15 compañeros. Dado su apellido, Abaitua tuvo el macabro honor de encabezar la lista alfabética que el delegado Pelegrí confeccionó con 16 apellidos comprendidos entre las letras iniciales A y H. En torno a las 12 de noche, fueron puestos en libertad. Una vez en la calle, un pelotón de carlistas y falangistas capitaneados por el zapatero Ruiz de Apodaka ordenó a los recién liberados subir a unos vehículos. La comitiva se encaminó hacia Estella. Se detuvo en el kilómetro 16 de la carretera A-132. Desde allí fueron conducidos, monte arriba, a un lugar concreto. Según iban siendo confesados, fueron asesinados. Seguidamente, sus asesinos se entregaron a la rapiña despojando a los muertos de sus pertenencias personales más valiosas. Luego fueron semienterrados. Dicho acto luctuoso y execrable fue descubierto a las pocas horas. Pedro Anitua, sacertote que el 19 de julio había escuchado la amenaza del zapatero carlista, plantó cara a los asesinos, localizó los restos mortales, no cejó en su empeño hasta dar sepultura digna a su amigo José Luis Abaitua y quince compañeros asesinados en Azazeta y dejó escrito ante notario su testimonio. El suyo fue y es un ejercicio sin par en materia de memoria histórica, para el que los autores referidos más arriba no han tenido una palabra amable y generosa.

ABATIDOS EN aZAZETA

Abaitua, José Luis (EAJ-PNV)

Alejandre, Víctor (PRRS)

Cerrajería, Casimiro (UGT)

Collel, Manuel José (UR)

Conca, Jaime

Covo, Eduardo

Díaz de Arcaya, Francisco, concejal gasteiztarra (PSOE)

Elorza, José Domingo (PSOE)

Estrada, Jesús (PCE)

García de Albéniz, Daniel (CNT)

García, Antonio

Garrido, Francisco (CNT)

González de Zarate, Teodoro, alcalde de Vitoria-Gasteiz (IR)

González, Constantino

Hermua, Prisco (CNT)

Hernández, Manuel

José Arrue, pintor de lo rural y lo urbano

Los vecinos de Orozko han recordado este año a José Arrue representando su cuadro ‘Romería’ en el lugar original. Este reportaje dibuja la faceta de pintor del artista bilbaino

Un reportaje de Amaia Mujika Goñi

EL pasado 5 de abril se cumplió el cuadragésimo aniversario del fallecimiento de José Arrue Valle. En Orozko, localidad donde Arrue conoció a su mujer, Segunda Mendizabal, y su lugar de residencia tras contraer matrimonio en 1910, sus vecinos le recordaron con la representación viviente de su pintura Romería, óleo de 1920 en el que se reproduce la fiesta popular que se celebraba, cada 29 de septiembre, en la campa de la ermita de San Miguel de Mugarraga, en el barrio de Beraza. Una fiel escenificación liderada por Félix Mugurutza y destinada a formar parte del documental Zerumugan, proyecto cinematográfico de Antón Lazkano.

De los seis hermanos Arrue Valle, hijos de Lucas Marcos y Eulalia, nacidos en la República de Abando, los cuatro varones son pintores: Alberto (1874-1944), José (1885-1977), Ricardo (1889-1978) y Ramiro (1892-1971). Cuatro artistas de talento, con experiencias vitales parecidas. Iniciados desde la cuna en el oficio; los dos mayores alumnos de Antonio María Lecuona, estos y Ricardo, de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, y los cuatro de la Academia de la calle Grande Chaumière, en París.

Alentados en su vocación, primero por su padre y después por la tía Matilde, de profesión anticuaria, tendrán la oportunidad de adquirir un amplio bagaje artístico gracias a sus viajes y estancias en Barcelona, París e Italia. Concluida la formación y asentados a ambos lados de la frontera, participarán activamente de cuantas iniciativas artísticas arrancan en el primer tercio del siglo XX como la bilbaina Asociación de Artistas Vascos (1911), concurriendo, además con gran éxito, a un buen número de salones y exposiciones fuera y dentro del país.

Los cuatro pertenecen a la Escuela Vasca y beben del género costumbrista de la primera generación de artistas que les preceden, impregnándola de la estética moderna al uso. Conceptualmente uno, en su dedicación a invocar el espíritu genuino del país que sienten y aman, vinculados entre sí al compartir influencias compositivas y artísticas, pero cuatro sensibilidades con cuatro proyecciones plásticas muy personales.

José Arrue es un artista polifacético que experimenta con todo tipo de técnicas y soportes, lo que le posibilita, al igual que a otros artistas de su tiempo, desarrollar, además de la pintura, una gran variedad de prácticas y procedimientos como la ilustración, el cartel, el muralismo, las artes aplicadas, la caricatura o la pluma, dirigidas a cubrir las necesidades generales o proyectos que la sociedad de su tiempo requería. Su gran habilidad para el dibujo y su prolífica obra gráfica y humorística sobre el aldeano vasco-vizcaino, erigida en imagen tópica de su proyección artística, eclipsará el interés por su faceta pictórica, la cual se verá definitivamente truncada por la guerra civil. Una faceta, la pictórica en la que vamos a incidir, dejando sus otras habilidades, por amplias y diversas, para una segunda entrega.

La pintura de José participa del género regionalista del periodo y recoge, con conocimiento y realismo, los últimos retazos de la vida tradicional de Bizkaia, una vida condenada a desaparecer ante las nuevas formas de vida personificadas por la ciudad. Para ello conjugará paisajes y arquetipos ya establecidos por los artistas costumbristas del XIX, caso del arratiano icono del mundo rural o el pescador con chamarrote de la costa, con otros que él incorpora a partir de la observación directa que le permite su vinculación vital, en dos periodos de su vida, con la comarca de Arratia-Bajo Nervión, aderezada con ciertos guiños a la costa, proyección de sus estancias veraniegas en Sopelana, Bakio y Ziburu. Una obra de género, en óleo y gouache, que reflejará todos los órdenes de la vida popular: el valor de la familia y la comunidad, las labores del campo y los oficios, el ocio y las ferias, las creencias y los ritos de paso. Entre todos ellos cabe resaltar la obra de gran formato Campesinos realizada para la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París (1925) y expuesta en el Hall del País Vasco, frente al Fandango de su hermano Ramiro, siendo ambos premiados con la medalla de plata y oro respectivamente y que se puede admirar en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

‘La Romería’ Pero sí algo es específico de su temática costumbrista, ésta es La romería, una y otra vez representada, desde que fuera protagonista de su primera obra de juventud, vendida nada menos que al coleccionista bilbaino Laureano de Jado en 1908 y hoy en el Museo de Bellas Artes. Una idílica fiesta popular revestida de una tonalidad cromática suave, luminosa y apacible que alguien describió como un maravilloso día de viento sur que invita al espectador a fundirse con ella.

Una personalísima composición multitudinaria en las que sus integrantes, siempre en movimiento, son identificados por el traje: la autoridad, los cuerpos de seguridad, los músicos y danzantes, los tratantes de ganado, los juerguistas y los veraneantes y, por supuesto, la gente del pueblo, algunos con nombre o mote, pero la mayoría caracterizados acordes con su franja de edad y posición dentro del grupo, sin olvidar a los niños y los perros, esos encantadores personajes y animales nunca protagonistas, pero siempre presentes. Apuntar que sus figuras de neskas, llámense Katalin o Marichu, tocadas con pañuelos estampados y sencillos vestidos en tonos pastel, y sus aldeanos con blusa, pantalones y alpargatas blancas, han reemplazado en el imaginario colectivo a los arquetipos decimonónicos en la representación del aldeano vasco.

El paisaje solitario sin figuras humanas también está presente en la obra de José desde sus inicios. Orozco, con mi casa blanca a la izquierda frente al melancólico paisaje invernal de Caminos viejos de Areta desde el balcón de mi casa, pintado en los 40. Al periodo que media entre ambas pertenecen sus paisajes de Bakio, Bermeo y San Juan de Gaztelugatxe, tomados del natural con su antiguo alumno en la Escuela de Artes y Oficios y, en la época, amigo y compañero de fatigas en la AAV, Antonio de Guezala, al que acompañará, en las vacaciones de agosto por los intrincados senderos de la costa, incursiones que Guezala inmortalizará en el óleo Camino de San Juan de Gaztelugatxe (1924).

José Arrue, al margen de su periplo vital, es bilbaino. Bilbao es la ciudad de su juventud y madurez, es el escenario urbano rebosante de actividad y progreso, el espacio donde los aldeanos llegados en tranvía y la gente trabajadora en sus quehaceres diarios se mezclan con la burguesía que funda bancos y sociedades, donde se amalgaman la vida callejera, las sidrerías y los chacolís con los toros y el recién llegado fútbol, asuntos todos que José recogerá en su obra pictórica sobre la Villa: Frente al Banco de Vizcaya, Regatas en El Abra (tríptico de la Sociedad Bilbaína, 1919), el Athletic Club y Campo de San Mamés, expuestos en el recién inaugurado Museo del Athletic.

Talante cómico El conocimiento de ambos ambientes, el tradicional y el urbano, de sus tipos y cotidianidad le inspirará también una obra pictórica de talante cómico, ampliamente desarrollada en su obra gráfica, en la que se diluye la frontera entre ellos, intercambiando escenas y personajes que, al desarrollarse en situaciones ajenas a su modus vivendi, se convierten en cómicas. Una amplia y variada producción como las pinturas decorativas que realizó para el salón del Club Náutico de Bilbao (1919), o el tríptico dedicado a la caza (1928), emulando los programas decorativos de su profesor Guinea.

En vísperas de la guerra civil Arrue, gran aficionado a la pelota, utilizará el frontón y el juego para hacer una pequeña incursión en las corrientes vanguardistas, con dos acuarelas en las que apuesta por la simplificación de volúmenes y las formas geométricas: Un partido de pelota en el rebotillo de Orozko y el desafío celebrado en el Club Deportivo entre el palista aficionado Ramón Basterra, Aitona, y la pareja de manomanistas Kirru y Artazo, siendo el resultado favorable al primero.

En 1937, afiliado a ANV, José es detenido y encarcelado mientras su familia se exilia a Donibane Lohizune, a casa de Ramiro y su mujer Suzanne, con quien ya habían compartido otros tiempos más felices en su casita-estudio de Patarragoity en Ziburu. Al finalizar la guerra, con la casa desvalijada y anímicamente desencantado, José reúne a la familia y se traslada a Areta, Llodio, donde con 55 años empezara de nuevo, una periodo duro y oscuro para todos. Ganarse la vida era difícil, no digamos para aquellos que como José y Alberto se dedicaban al arte, algo con lo que solo se podía, en todo caso, alimentar el espíritu. En este exilio interior José empezó de nuevo a pintar, atendiendo a los escasos encargos que recibía y participando en las exposiciones colectivas a las que era invitado, siendo su última presentación en sociedad la muestra dedicada a los cuatro hermanos Arrue por el Banco Bilbao en 1977. Gran parte de la producción de este periodo, que José y su familia han guardado celosamente, posee todos los elementos por los que su obra estaba reconocida, pero ésta al igual que el autor son hijos de los tiempos y por tanto un pobre reflejo de lo que podía haber sido.

Paradoja Este verano hemos tenido la oportunidad de ver en Miarritze la magnífica exposición Ramiro Arrue, entre vanguardia y tradición, comisariada por el conservador del Museo Vasco de Baiona, Olivier Ribeton. En la introducción del catálogo apunta que la muestra hace patente la paradoja de un artista, que inicia su carrera artística en el centro de la vanguardia parisina con una obra de definida paleta moderna y la acaba, según sus detractores, como un ilustrador de la tradición vasca. Una paradoja que, al igual que en otros muchos aspectos, se puede extender al resto de los hermanos Arrue, al menos a José y Alberto pero que, al contrario de Ramiro, no han tenido, a este lado de frontera, el debido reconocimiento, careciendo de catálogos razonados de sus trayectorias artísticas. En 1990 José Antonio Larrinaga autor de Los Cuatro Arrue-Artistas Vascos única e imprescindible monografía sobre los Arrue, decía que su trabajo de síntesis y recopilación documental debía considerarse como la puerta abierta a nuevas aportaciones y estudios críticos. Sirva el cuadragésimo aniversario de la muerte de José Arrue para recordar la necesidad de hacerlo.

La firma fascista que mancilló el libro de honor de la Casa de Juntas

El general piazzoni, de la aviación italiana que participó en el bombardeo de gernika, dejó su rúbrica y dedicatoria el 29 de abril de 1937 el día que los fascistas entraron al municipio

Un reportaje de Iban Gorriti

Dos soldados franquistas custodian el Árbol de Gernika, días después del bombardeo. Foto: Gernikazarra
Dos soldados franquistas custodian el Árbol de Gernika, días después del bombardeo. Foto: Gernikazarra

hay una pregunta que ronda la mente del historiador Alberto Santana: “¿Por qué los fascistas no destruyeron el Árbol y la Casa de Juntas de Gernika-Lumo en el bombardeo del 26 de abril de 1937?”. Y la interrogación se hace bola de nieve al aportar curiosos datos para la reflexión. El estudioso y también presentador de televisión asegura que la Casa de Juntas foral tenía entre 1914 y 1944 su Libro de Honor para recoger firmas y testimonios de las visitas. Sobre sus páginas dejaron también sus impresiones y firmas diferentes sublevados y aliados contra la legítima Segunda República. Entre ellos, destaca la del comandante Sandro Piazzoni, general en jefe de la Brigada Flechas Negras italo-española, que participó en el bombardeo de la localidad.

Antes de saber qué escribió Piazzoni, Alberto Santana dibuja sin quererlo un boceto picassiano al afirmar que “Gernika fue la santa violada y asesinada por sus, entrecomillas, redentores”. Partiendo de ese axioma, pasa a imaginar, la villa el 29 de abril de 1937. Es decir, tres días después del bombardeo que protagonizaron la Legión Cóndor de Hitler y las también fuerzas aliadas fascistas de Mussolini el 26 de abril sobre la localidad vizcaina y otras anexas.

Lo narra Santana: “Aún ciudad todavía en llamas, sembrada de ruinas y cadáveres, una hora después de entrar en Gernika con sus tropas, al comandante Sandro Piazzoni, general en jefe de la Brigada Flechas Negras, le mostraron el Libro de Honor de las Juntas y escribió en él en italiano mezclado con palabras castellanas: “En el día de su Santa Redención, con todos mis Flechas Negras que entran en la ciudad justo a continuación de las columnas Iglesias (teniente Ricardo Iglesias), Sparta -en referencia al comandante José Martínez Esparza-, de la Brigada de Navarra (4ª), mando a la ciudad santa de Vizcaya, hoy aún más Santa, un saludo fraterno”, se despide no sin antes ser más preciso, como sabiendo que fue tan histórico como cruel, “a 29 de abril de 1937. Hora: 12,45. Viva España. Arriba España. El General Jefe de la Brigada Flechas Negras”.

Sobre la fotografía que aporta a nuestro imaginario el historiador vasco se leen, además, otros manuscritos de esa misma jornada. “Por la 4ª Brigada de Navarra que liberó a Guernica, incorporando a esta histórica villa a la España Nacional”, acuñaba el teniente ayudante de la División fascista.

Quien fuera parte del equipo del recordado programa La mirada mágica de ETB, muestra, además, un curioso retrato del citado Sandro Piazzoni. “Está personalmente dedicada por Piazzoni al subteniente Tulilla, que participó en la ocupación de Gernika y una semana más tarde se distinguió en la batalla del monte Jata del 7 de mayo de 1937”, matiza.

Curiosa también es la inscripción que se hace tres meses después -hay más de mil en el libro- de manos de un requeté, Francisco Biafo y Ortiz: “Al visitar por primera vez este noble templo de nuestras tantas libertades una vez más digo: Viva España, Viva Euskaleria. Viva Vitoria. Viva Álava. Viva los fueros”, escribió el 21 de noviembre de 1937. En publicaciones como En el requeté de Olite, de Mikel Azurmendi, o Requetés de las trincheras al olvido, de Pablo Larraz Andia, se cita cómo en sus tercios, en muchas compañías, algunos solo hablaban euskera. Por esa razón, se vieron en la tesitura de poner mandos intermedios que hablasen ambas lenguas para poder transmitir las órdenes a la tropa en euskera.

libro desaparecido El libro de honor de la Casa de Juntas (1914-1944) se encuentra en paradero desconocido. Fue robado y no se ha vuelto a saber nada. Antes de ello, Joseba Iribar, investigador de todo lo relacionado con el Árbol de Gernika y la Casa de Juntas tuvo el acierto premonitorio de fotocopiarlo y gracias a él, en cierto modo, sigue existiendo. El blog de la Asociación Sancho de Beurko es quien da a conocer el trabajo desempeñado por el investigador barakaldotarra en una entrada sobre la desaparición del libro y sobre el lehendakari Aguirre, en su web sobre el cinturón de hierro.

Bodrios y reconquistas, el discurso ‘schmittiano’ del franquismo

La visión que el jurista alemán Carl Schmitt realizó tras la victoria de Franco sobre la importancia de la homogeneidad nacional no concluyó con el franquismo sino que sus opiniones han estado presentes en los debates de la etapa democrática

Un reportaje de Adrián Almeida

Desfile conmemorativo de la ocupación de Bilbao por las tropas franquistas. Foto: ‘Libro de Oro de Bilbao. Bilbao 1937-1939’
Desfile conmemorativo de la ocupación de Bilbao por las tropas franquistas. Foto: ‘Libro de Oro de Bilbao. Bilbao 1937-1939’

Tras la derrota de los no alzados en la guerra civil, surge una generación en el Estado que, para el sociólogo Ander Gurrutxaga, estará “socializada en un doble código: por una parte, el del vencido en la guerra, (…) por otra parte, el del vencedor, la nueva generación ha conocido su código socializador en las escuelas, universidades, instituciones e incluso en la calle”.

Se constituye así una doble socialización. Por un lado, el espacio público, en donde se da el Nosotros Presente. Por otro, el Ellos Pasado, que oficialmente es un ellos y un enemigo, pero que es un ellos cercano: la familia o los amigos. La victoria franquista realizó, como señalaría el jurista alemán Carl Schmitt, “la distinción política específica a la que las acciones y los motivos políticos se pueden reducir”: una distinción entre amigos y enemigos. Y de manera inversa, fue una invitación hacia el partisanismo para aquellas tendencias negadas y convertidas en el ellos oficial y a exterminar (los nacionalismos y el marxismo). Como recoge Franco Volpi, en el epílogo de la obra de Schmitt, Teoría del partisano, el partisano es un combatiente irregular, caracterizado por su movilidad, su compromiso político y su telurismo. Schmitt fue, de hecho, un pensador influyente en el nuevo Estado franquista al que se relacionaba con el pensamiento del conservador Donoso Cortés. Schmitt fue admirado también por Manuel Fraga.

Añadir, como ha recogido la profesora Luisa Elena Delgado, que “la influencia de Schmitt no terminó con el régimen franquista, antes al contrario, sus opiniones sobre el papel del Estado en la definición del enemigo, sobre su potestad de decidir sobre la excepción y, sobre todo, sobre la importancia de la homogeneidad nacional y el peligro que implica la división interna, han seguido bien presentes en los debates políticos y legales de la España democrática”.

El sentimiento de rechazo entre la izquierda a la nueva dictadura se transforma en un rechazo a la propia idea de España en la medida en que la victoria fascista se encarga de establecer una dictadura en cuya fase fundacional trata de orientar su idea -única- de lo que es España y los rasgos definitorios de lo que es un español. Todo lo que queda fuera de esa idea no es solamente divergente, sino que es un tumor en el cuerpo ideal, estanco y acabado de la nación española. En Euskadi y Catalunya, el tumor de la cuestión de clase, se funde con las aspiraciones nacionales y los rasgos objetivamente diferenciales (lengua, cultura, etc.) de estas comunidades.

Francisco de Cossío, periodista franquista, declaraba en su texto Hacia una nueva España: “Nos hallamos en una nueva Reconquista, y nuestra Granada, hoy, debe ser Barcelona, en donde hemos de extirpar a todos los traidores y salvar los buenos españoles que hay allí, prisioneros del separatismo”. El 8 de julio de 1937, el nuevo alcalde franquista de Bilbao, José Mª de Areilza, arengaba a los “soldados de España” desde el Teatro Campos de Bilbao: “La razón de la sangre derramada por Vizcaya es otra vez un trozo de España por pura y simple conquista militar.”

El historiador Núñez Seixas comentaba ante este tipo de declaraciones que “el lenguaje denotaba ya claramente que se trataba de una guerra por la unidad territorial, y no sólo espiritual, de España. En un principio, la toma de toda ciudad y todo pueblo por las tropas sublevadas (…) era considerada como una reincorporación a España”. En la misma línea, se han expresado, entre otros historiadores, Zira Box o Alberto Reig. No hay que olvidar que, a decir de Schmitt, la guerra moderna “trasladó el centro de gravedad conceptual de la guerra a lo político, es decir, a la distinción de amigo y enemigo”, de tal manera que la guerra moderna no es una guerra entre Estados; reglamentada y limitada. La guerra moderna es absoluta y total, en la medida en que el enemigo es un otro absoluto. Un criminal.

La ‘soberbia’ de Bilbao Así, el marqués de Valdeiglesias ante el bombardeo de Almería por un crucero alemán, advertía sin ambages: “el bombardeo no había sido dirigido contra España, puesto que la zona roja había dejado de serlo”. El 25 de junio de 1937, el diario Abc de Sevilla decía sobre la caída de Bilbao: “la soberbia del Bilbao insurrecto era tal vez la mayor de todas, porque en ella se reunían innumerables fuerzas del mal. Era un compuesto de todas las altaneras rebeldías, desde el obrerismo sin Dios, hasta el vasquismo que pretende poner a Dios por delante. No hay noticia en el mundo de un bodrio parecido. Las más antagónicas ideologías fraternizaban allí, suspendiendo eventualmente sus mutuas discrepancias ante una única razón de utilidad: la negación de España. El marxista ateo se avenía a luchar en los mismos batallones de los vasquistas cristianos, con tal de impedir la formación de una nacionalidad fuerte y unida, y los separatistas, con tal de hundir a España, se aventuraban a caer en una especie de neocristianismo realmente heterodoxo, o en un catolicismo que acaba por desobedecer las tendencias y las órdenes de Roma (…). Ese bodrio se ha deshecho ya”. Tras la victoria sobre Bilbao, los franquistas comenzarán a celebrar la llamada Fiesta por la Liberación de Bilbao. Unos homenajes a través de los cuales se fabricó, en palabras del historiador Aritz Ipiña, “un discurso mitificado, plagado de símbolos y ritos, en el que la guerra era mostrada como una lucha del bien contra el mal, la verdadera España contra la antiespaña, donde la única solución era la derrota total del enemigo”. El franquismo así (y el Abc en particular), como recoge el historiador José Ignacio Salazar Arechalde, identificó “Bilbao con una finca, España con su propietario y el nacionalismo con un precarista”.

El establecimiento definitivo de la dictadura da paso a la oficialización de los esbozos teóricos argüidos como causas del levantamiento nacional: la unidad de la patria, la unidad espiritual y el conservadurismo social. Tal establecimiento definitivo de unos principios fundacionales, derivará en la formación de los dos espacios sociales referenciados.

Exterminar al adversario La victoria en la guerra acabó con la vida de un enemigo físico, pero fue la dictadura quien se encargó, en base a la perpetuación de una contienda simbólico-represiva, de eliminar a los resistentes, los mundos, culturas, e imaginarios colectivos expresados por esa vida ahora muerta. Como dice el historiador Santiago Vega, se trataba de exterminar a los adversarios y a las ideas. La extinción de esas artes y maneras de pensar y la emanación de otros marcos de identidad, culminaría la tarea de la guerra moderna desarrollada por el franquismo. La criminalización del enemigo y el deseo de aniquilarlo absolutamente, constituyeron la base sobre la cual se sustenta el acto genocida del franquismo. Tal deseo aniquilacionista se impuso desde bien temprano. El 7 de octubre de 1936, se publica en La Voz de España el texto de Modesto Mendizabal Hay que españolizar Vasconia. El BOE del 24 de diciembre de 1936, se declaraba ilícita la producción, comercio y circulación de libros, folletos, impresos, grabados de carácter “disolvente”, arguyendo para la emisión de tal orden que “se ha vertido mucha sangre y es ya inapelable la adopción de aquellas medidas represivas y de prevención que aseguren la estabilidad de un nuevo orden jurídico y social”. En 1937 Franco decía combatir “contra todo lo que rebaja la dignidad humana”. En 1938 declaraba: “los criminales y sus víctimas no pueden vivir juntos”. La idea de criminales y víctimas ofrecía, según los historiadores Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco, “dos simples imágenes que transformaron las normas morales de un importante sector de la sociedad española, y que asentaron las bases sociales de la dictadura”.

Con la dictadura, la dinámica del conflicto político se desenvuelve no solo en un campo de batalla físico, sino en los ámbitos público-privados de la vida los individuos. La idea de la guerra se retrae del campo de batalla real, al tiempo que el nuevo poder político trata de “reinscribir -en palabras de Foucault- perpetuamente esa relación de fuerza, por medio de una guerra silenciosa, y reinscribirla en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y de otros.” Advertirá Gurrutxaga que “en el País Vasco esta relación va a ser vivida más dramáticamente, porque el cierre del espacio público que se produce en todo el Estado se le añade las características nacionales del pueblo vasco. La falta de un marco de expresión pública y el problema nacional se superponen y unifican en un país con una tradición nacional autónoma que, a lo largo de la historia, ha producido un código de funcionamiento social (…) de tal suerte que el conflicto por un marco de libertades públicas y el conflicto nacional son una misma cosa”.

Tras la derrota, el nacionalismo y el movimiento obrero, enemigos absolutos de las nuevas autoridades españolas, asentaron las bases de su colaboración conjunta, en el común rechazo al fascismo español, y al fascismo en general. En 1945, las fuerzas sindicales y políticas de ambas familias firmaron el Pacto de Baiona, el cual fue validado incluso por el Euzko Mendigoizale Batza (EMB), que había mantenido desde su nacimiento, una postura reacia a pactar con las izquierdas españolas, muy a pesar de que intelectuales de la rama Aberri y Mendigoxale, como Gallastegi, se hubieran situado cercanos a un nacionalismo obrerista o pequeño-burgués.

La derrota ante el fascismo y la definición de la antiespaña, provocó, en paralelo, la generación posterior de un nuevo nacionalismo vasco, que coaligará en una sola organización los presupuestos anatemizados por el franquismo: el nacionalismo y el socialismo. En efecto, la expresión del partisanismo en ETA, se caracteriza no sólo en el hecho del combate contra un nosotros oficial no reconocido, sino en el planteamiento del combate en un territorio limitable contra un enemigo global (el imperialismo).

El último boletín del Gobierno vasco que “nunca existió”

Imprimido en Turtzios el 28 de julio de 1937, en euskera y castellano, y hasta hace poco inédito, se hizo para trasladar el ánimo de que la guerra no estaba perdida

Un reportaje de Iban Gorriti

Borja Aginagalde, responsable del Patrimonio Documental del Archivo Histórico de Euskadi. Foto: Juan Lazkano
Borja Aginagalde, responsable del Patrimonio Documental del Archivo Histórico de Euskadi. Foto: Juan Lazkano

Que algo no se conozca no significa que no exista. Es el caso del Diario Oficial del País Vasco que nos ocupa en Historias de los vascos. La mayoría de investigadores y los propios empleados del Archivo Nacional Vasco, con sede permanente en Bilbao, concebían que el último boletín del Gobierno Provisional de Euzkadi se estampó en junio con la llegada de los franquistas a Bilbao el 19 de junio de 1937. Era el número 252 y databa del 17 de junio de aquel calendario. Sin embargo, no fue así, hubo uno posterior y que hasta esta publicación de hoy que recoge DEIA se encontraba inédito.

El último documento oficial y original del Departamento de Justicia y Cultura de la Diputación de Bizkaya tiene dos caras y se imprimió a dos columnas, en castellano y euskara, el 28 de julio de 1937 en Truzios, hoy Turtzioz. Fue la entrega 253.

A juicio del responsable de Patrimonio Documental del Archivo Histórico de Euskadi, Borja Aginagalde, esta gaceta fue manufacturada “con la voluntad férrea de que no se había perdido la guerra, de que se va a seguir gobernando, de que van a hacer el número siguiente… ¡Salta a la vista!”, enfatiza con júbilo. Y va más allá caminando por la misma senda: “Se percibe una convicción patriótica, fueran del partido que fueran. Más aún, porque siendo el último y bajo las bombas de aquellas jornadas… aún en su contenido se acordaron de su gente; hablan de indemnizaciones, por ejemplo”.

La existencia de esta edición era negada hasta que un historiador, Lorenzo Sebastián García, lo citó en una de sus divulgaciones. Surgió la duda y el consiguiente misterio. “Entonces, nos pusimos a buscarlo y apareció, pero no con el resto de boletines, sino que en una carpeta de nóminas de cobro. Entre ellas, allí estaba, porque precisamente una disposición del mismo, un aviso a quienes evacuaron de Bilbao para pagarles la nómina. Te pones a mirarlo y te resulta algo milagroso que en el contexto que estaba el Gobierno vasco pudiera haberse publicado”, acentúa Aginagalde.

un largo recorrido Quimérico es también pensar los viajes que ese legajo ha hecho en los posteriores 80 años que se cumplieron en julio. Desde el archivo capitalino de la calle María López de Haro matizan que los documentos migraron siempre con el Gobierno de Euzkadi, “con el lehendakari Aguirre” -pormenoriza-, y que estuvieron en el exilio en París, y que acabarían llegando al centro Irargi de Bergara hasta volver a mudarse al actual centro bilbaino. “Es un documento emocionante por cómo se llegó a hacer. Cómo durante un periodo tan convulso haya personas pensando en hacerlo… Es un interés por las personas que ahora está de moda, pero no es de ahora solo”, insiste Aginagalde.

El garante de Patrimonio sostiene que la existencia actual del Archivo también es algo milagroso. “Yo siempre he dicho que tenemos poco, pero lo que tenemos es un milagro. Manuel Irujo hizo mucho por ello. Tuvieron mucho coraje para conservar todo lo que se pudiera. Somos unos privilegiados. ¡Diseñaron e hicieron ese boletín estando rodeado por los franquistas!”.

El contenido es “normal”, califica. De esta manera, el sumario informa de un decreto que ordena la movilización de todas las clases e individuos de tropa y mozos pertenecientes al alistamiento de 1921, y de un segundo capítulo de Administración central, de la Secretaría General de Obras Públicas, sobre una relación de todos los vehículos que tenían los Departamentos del Ejecutivo, Corporaciones o entidades civiles. Igualmente, un aviso a los empleados y obreros referente a la indemnización acordada por el Gobierno de Euzkadi.

diferentes apartados El primer apartado atañe al Departamento de Defensa, que se pone en pie de guerra. “Las vicisitudes de la campaña han puesto de manifiesto la necesidad de acrecentar los efectivos militares”, decreta. Para satisfacer esa necesidad articula cinco puntos bajo el cargo del presidente y consejero de Defensa en funciones, Jesús María de Leizaola.

En el capítulo de Administración Central, el Secretario General de Obras Pública, Ricardo Urondo, pide “urgentemente” que aquellos vehículos ‘oficiales’ sean notificados para hacer una relación detallada. Como curiosidad, estas personas deben dirigir su información a un chalet de la calle Pablo Iglesias de Torrelavega, con el objeto de hacérselo saber al Ejército del Norte “antes del 1 de agosto”, queda redactado el día 27 de julio y publicado al día siguiente.

Y clausura el boletín un aviso a empleados y obreros que habiendo trabajado para el Departamento de Obras Públicas de Euzkadi, figurando en sus nóminas, y que quedaron cesantes a raíz de la evacuación de Bilbao, para el cobro de una “indemnización acordada por el Gobierno del País Vasco y en el plazo que media hasta el 5 de agosto, advirtiéndose que a quienes así no lo hagan, les parará el perjuicio a que hubiere lugar”.

“Tenían claro -zanja Aginagalde- que iban a seguir gobernando. Es un documento más importante por lo que no dice que por lo que dice. Quiero dejar clara esa voluntad de Gobierno, no por encima del bien ni del mal, que de eso no se trata, sino de que es el año Dos, como cita el boletín, y que piensan esto va a seguir. ¡Me parece que quienes hicieron posible su publicación fue una gente espectacular!”.

El boletín se presentará el próximo martes en el salón de actos del Archivo Histórico de Euskadi, en Bilbao, en la conferencia Prensa y Guerra, a partir de las 19.00 horas.