Nochebuena de 1836: La batalla de Lutxana

Un error en la interpretación de una orden por parte de un corneta, que tocó ‘al ataque’ cuando le habían dicho que tocara ‘alto’, propició que los liberales derrotaran a los carlistas y tomaran Bilbao. La nieve en Lutxana se tiñó de sangre

Un reportaje de Enrique de la Peña

LA localidad de Lutxana fue testigo, hoy hace 180 años, de acontecimientos memorables que cambiaron el devenir de la nación. En aquel reducido espacio, el fiel de la balanza de la historia osciló mientras miles de hombres derramaban su sangre bajo las condiciones climatológicas más adversas.

Diciembre de 1836. Nuestro país sufre desde hace tres años una sangrienta guerra civil, un conflicto ideológico que posteriormente sería denominado la Primera Guerra Carlista. A su muerte, Zumalacárregui legó a su rey un ejército aguerrido y un embrión de estado que desafiaría mortalmente a la España de Isabel II que contaba con todos los recursos del Estado y con el respaldo de Francia, Gran Bretaña y Portugal, integradas en la Cuádruple Alianza. Sin embargo, en agosto de 1836 los liberales más radicales habían obligado a María Cristina, la Reina Gobernadora, a firmar la Constitución de 1812 y cundía la división y el desasosiego en las filas isabelinas.

El carlismo tenía también graves preocupaciones y la fundamental era la perenne penuria económica; precisaba desesperadamente recursos, y Don Carlos fijó su mirada en Bilbao. Si la rica villa fuera tomada por sus tropas, podría obtener los préstamos necesarios. La junta convocada en Durango en octubre de 1836 acordó la conquista de la capital vizcaina y los generales Eguía y Villareal dirigirían las operaciones.

El 24 de diciembre amaneció nuboso y frío. Llovía y había nieve en los altos. Aquel domingo, la villa se mostraba triste, oscura y angustiada, y muchos de sus edificios eran montones de escombros humeantes. Se cumplían sesenta y cuatro días de asedio y la situación era desesperada, pero la plaza no pensaba en rendirse. Desde los altos de Miribilla se miraba con ansiedad hacia Portugalete, donde el ejército del Norte, al mando de Espartero, se esforzaba en romper el cerco. Pero la salvación no llegaba y pasaban los días…

Los carlistas eran tenaces; uno a uno habían tomado los fuertes que protegían Bilbao: Banderas, Capuchinos, San Mamés, Burtzeña, Lutxana… y en ellos se habían apropiado de artillería que engrosó la suya propia para herir a la ciudad. El fuerte de San Agustín, en el solar del actual ayuntamiento, era la puerta de entrada al corazón de la villa, y allí fue donde con más denuedo golpearon. Los intensos bombardeos y asaltos del 17, el 22 y el 27 de noviembre convirtieron el edificio en una ruina que finalmente fue tomada a través de las alcantarillas. La consternación se apoderó de la ciudad; su pérdida parecía inminente. Sin embargo, en un golpe de audacia, guarnición y milicianos tomaron una suicida determinación; bajo un tiroteo constante que supuso un sangriento tributo, consiguieron acumular material combustible y dar fuego al edificio, logrando un tiempo precioso para establecer una segunda línea en la entrada del Arenal que conjuró el peligro. En claro desafío, los milicianos bilbainos colocaron en el lugar un gran cartel en el que se leía Tránsito a la Muerte.

Ese mismo día, 27 de noviembre, Espartero pasó el río Galindo y lanzó a sus hombres a la conquista del puente de Castrejana sobre el Cadagua. Los batallones alaveses y guipuzcoanos del general Villareal, unos cuatro mil hombres, se defendieron tenazmente de los quince mil liberales y, cuando refuerzos carlistas pasaron el puente de Alonsotegi, los cristinos hubieron de retirarse de nuevo a Portugalete ante el riesgo de verse envueltos.

Dos días después, el general liberal decidió hacer un intento por la margen derecha. La marina española y británica le procuró un puente de 680 pies desde Portugalete hasta la orilla contraria abarloando treinta y dos navíos. El 30 de noviembre los constitucionales marchan por Leioa y Erandio hacia Asúa; allí el puente sobre el río está cortado, las defensas son demasiado sólidas y los liberales se ven bloqueados en la margen derecha del río Asúa. Mientras tanto, un violento temporal ha destrozado el puente de barcas y la situación se hace crítica. Los isabelinos son atacados mientras se construye un nuevo puente; el día 7 evacúan la margen derecha y regresan a Portugalete donde les espera un refuerzo de cuatro mil hombres.

Llegan refuerzos Un nuevo intento frustrado en Burtzeña hace cundir el desánimo en el ejército liberal. Sin embargo, una encendida proclama de su general y la llegada de dinero y nuevos refuerzos elevan la moral. La oficialidad liberal considera imposible la liberación de la villa, pero, alentado por los mandos ingleses, Espartero se impone: no hay alternativa; salvar la plaza o morir en el intento. El general sabe su prestigio en juego y, si es derrotado, Bilbao se perderá inevitablemente; pero ha de actuar con presteza, la plaza puede caer en cualquier momento y sus consecuencias serían desastrosas.

El apoyo inglés será decisivo; desde la posición fuertemente artillada por los británicos en el Desierto, frente a Erandio, se construye un nuevo puente el día 17 para el paso de tropas. El 23 pasan el Galindo y los liberales ocupan la margen izquierda frente a Lutxana, a la vez que se posicionan en Erandio.

El día de Nochebuena, Espartero se halla enfermo; aquejado de cólicos se encuentra encamado en Erandio, en el palacete de D. José María Jado, rico propietario bilbaino. Será su lugarteniente el general Oráa quien elabore los planes de asalto y dirija las operaciones; Espartero, desde su cama, recibirá información y dará las órdenes oportunas.

Al amanecer, un intenso bombardeo golpea las defensas carlistas en Lutxana que disponen de una batería en Montecabras, a 50 pies de altura, un fortín en la Casa de la Pólvora y un reducto de un solo cañón junto al destruido puente sobre el Asúa. Sorprendentemente, el mando carlista no es consciente de lo que se avecina y muchas de las tropas, ante un tiempo realmente horrible, han sido acantonadas en los alrededores.

Oráa sabe que la clave es el puente de Lutxana y ha puesto en marcha todo su ingenio. Tres batallones se han situado en la margen izquierda y sus cañones causan estragos en la otra orilla. Repentinamente, hacia las 4 de la tarde, el día se oscurece y cae una tromba de granizo y nieve; el momento es aprovechado y ocho compañías de soldados escogidos son transportadas desde la margen izquierda en treinta lanchas. Dos balsas británicas se dirigen al puente; aportan materiales para su pronta reconstrucción. La niebla y la cellisca impiden a los carlistas divisar a sus enemigos hasta que ya los tienen encima, y son muy pocos frente al masivo e inesperado desembarco. A pesar de la obstinada defensa, los carlistas han de replegarse y sus contrarios toman las posiciones una a una, apoderándose del puente y de Montecabras. Las balsas permiten el paso de varios batallones mientras los ingenieros se afanan febrilmente en la reparación del puente, que quedará apto en el plazo de una hora y media.

A la bayoneta Los liberales se lanzan monte arriba, pero a mitad de camino topan con una obstinada defensa que les detiene en seco. De Banderas bajan refuerzos; muchos de ellos son castellanos, hombres extenuados que han llegado cinco días antes con el general Gómez tras seis meses de un recorrido por toda la península que les ha llevado hasta Algeciras. Los siete batallones que pueden oponer los carlistas están incompletos, alguno de ellos no cuenta más de trescientos efectivos.

A pesar de la enorme desproporción, los carlistas resisten y los cristinos se ven en una situación crítica; el temporal ha destruido el puente que le une con la margen izquierda y la nieve cubre el paisaje y los cadáveres. Se dan violentos ataques a la bayoneta y nadie cede. Hacia las once y media, Oráa acude a Espartero y le expone lo apurado de la situación. El general pide un caballo y sobreponiéndose a sus dolores acude al lugar del combate siendo recibido por los soldados como a su salvador. En primera línea, el general Iribarren ha enardecido a sus hombres y se han lanzado de nuevo contra los facciosos. Espartero se ve frustrado; su idea era esperar el amanecer, aunque su situación es muy comprometida rodeada por montes infestados de enemigos y con dos ríos a retaguardia. Ante la precipitación de Iribarren exclama con irritación: “Sí, ya está empeñada la lucha y vamos a morir”. Hacia la una de la madrugada un violentísimo aguacero hace imposible el combate. En la noche, Espartero creía perdida la batalla; no sabía que el frente enemigo era extremadamente débil y veía su posición en Lutxana muy precaria. Sin embargo, un hecho fortuito, cuando ordenaba el relevo de tropas, le entregó la llave de la victoria. Oráa ordenó a un corneta tocara alto; pero el soldado confundió la orden y señaló la de ataque. Y, milagrosamente, aquellos soldados extenuados y ateridos se lanzaron adelante como autómatas. Oráa hizo amago de atravesar con su espada al infeliz corneta, pero Espartero al ver la reacción de sus hombres, cogió del brazo a su lugarteniente y permitió que continuara la acción.

Los carlistas se hallaban extenuados y faltos de munición, y, ante aquel ataque inesperado, se desmoronó su voluntad y las líneas cedieron; todo fue confusión y los voluntarios no obedecían ya a sus oficiales. Increíblemente, sus mandos no habían reaccionado y los combatientes no recibieron los refuerzos que hubieran podido derrotar a los cristinos como hicieron días antes en Kastrexana.

Hacia las 4 de la mañana, los liberales tomaron el fuerte de Banderas mientras los carlistas se desbandaban hacia Asúa, Sondika y Derio. Tras la ocupación del molino de viento y las casas de Artxanda, la liberación de Bilbao era ya un hecho.

A las 9 de la mañana, Espartero hizo su entrada a pie en Bilbao, y quiso hacerlo pasando junto a las ruinas de San Agustín, recorriendo el Tránsito a la Muerte. En el Arenal formaba la Milicia Nacional y allí abrazó a todos sus jefes haciéndoles patente que “envidiaba mucho la justa y merecida gloria que habían adquirido”.

La liberación de Bilbao resonó en toda la España liberal y desató el júbilo de los partidarios de la Reina. La villa fue declarada invicta, además de muy noble y leal, se otorgaron pensiones a viudas y huérfanos y Espartero obtuvo el título de Castilla con el apelativo de Conde de Luchana; empezaba para él una carrera fulgurante que le llevaría a lo más alto en el estado liberal.

Para los carlistas la batalla de Lutxana fue un absoluto desastre que de un plumazo hizo inútiles los enormes sacrificios realizados ante la villa. Eguía y Villareal fueron destituidos, cundió el desánimo y se habló de traición. Sólo la inactividad de Espartero impidió la total destrucción de las fuerzas realistas, que, no obstante, supieron sobreponerse a la adversidad. Pocas semanas después de Lutxana, plantarían cara nuevamente a sus bien armados oponentes. La guerra duraría todavía tres largos años…

Las olvidadas de la Guerra Civil fusiladas y encarceladas

El dictador Franco fusiló a 64 vascas y abrió dos cárceles para mujeres en Amorebieta y Durango

Un reportaje de Iban Gorriti

Desapercibidas años atrás para los historiadores, olvidadas por la sociedad. Aún 80 años después son pocas las investigaciones existentes sobre la mujer vasca en las cárceles durante la Guerra Civil y el franquismo. Comienzan a ver la luz, pero bien es cierto que tras dejar escrito primero la de los hombres. “Las mujeres vascas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino,…”, enumera Ascensión Badiola (Bilbao, 1961), doctora en Historia Contemporánea.


Badiola es autora de diferentes libros y de la tesis de 2015 titulada La represión franquista en el País Vasco. Cárceles, campos de concentración y batallones de trabajadores en el comienzo de la posguerra. En ella da cuenta de que en Bizkaia hubo dos ‘almacenes humanos’ de mujeres: la cárcel de Durango y la de Amorebieta. En la frontera costera anexa a Ondarroa, también existió la tristemente famosa de Saturraran, aunque ya en suelo guipuzcoano.

¿Cuántas mujeres sufrieron prisión? La pregunta a juicio de Badiola es incontestable. Los archivos de las cárceles de Amorebieta y Durango han desaparecido. Solo existe el archivo de Saturraran desde 1938 hasta 1944, y salvo documentos perdidos, “quedan a día de hoy más de dos mil expediente, si bien algunos nombres son repetidos porque hubo mujeres que fueron trasladadas múltiples veces y cada vez que regresaban a Saturraran se les abría un expediente nuevo”, aporta la investigadora bilbaina.

Así, por ejemplo, como el hombre, la mujer también murió fusilada. De los últimos listados publicados por el Gobierno vasco sobre mujeres pasadas por las arma en este territorio, se contabilizan 64 desde 1936 hasta 1940: 34 en Gipuzkoa, 22 en Bizkaia y ocho en Araba. “En un libro cita que en Bilbao fueron 19 de 9.000 prisioneros. El periodo de posguerra fue largo y también el encarcelamiento en sus diferentes fases. Yo solo he estudiado un periodo muy corto”.

La cuestión es cuáles eran las razones para que los antidemócratas, a la postre franquistas, fusilasen a estas mujeres. “Siempre las mismas, el delito de rebeldía, que incluía persecución a gente de derechas, o injurias al Glorioso ejército, como fue el caso de Juanita Mir, la periodista”.

En las cárceles vascas hubo mujeres de toda procedencia. Lo mismo en las prisiones de fuera de Euskadi. Badiola mantiene que el territorio franquista fue una cárcel para enemigas y enemigos del régimen, independientemente de su procedencia y dónde abundaron los traslados de una cárcel a otro como castigo y para evitar la reorganización del marxismo y del rojo-separatismo, así como para derribar psicológicamente al enemigo vencido en la guerra.

dos cárceles En la comunidad vasca, por un lado, permanecieron abiertas las prisiones provinciales de las tres capitales (Bilbao, Donostia y Gasteiz) que fueron “lugares de paso hasta el sumarísimo y hubo cárceles de cumplimiento de pena”. En Bizkaia hubo dos, en Amorebieta y Durango. La zornotzarra tuvo como director a un Machado, en este caso, Francisco, hermano mayor de los poetas Antonio y Manuel, quien también escribía, enviaba versos a Unamuno por si tenía las calidad poética de sus familiares.

El edificio se ubicaba en lo que hoy es el colegio El Carmelo, que funcionó entre 1938 y 1947. Junto a las mujeres se mantuvo encerrados en el penal a decenas de niños de corta edad, algunos de ellos nacidos y muertos en cautiverio, es el caso de José Humanes Aznar, que solo vivió diez meses. Terrible final padecieron también algunas madres procedentes de Albacete, Badajoz, Castellón, Ciudad Real, Girona, Madrid, Málaga o Toledo. Mantenían la política penitenciaria de dispersión.

La zornotzarra Marina García -fallecida en mayo de 2012- era entonces un bebé. Era hija de una reclusa, a la que se la arrebataron de sus pechos, como los de la mujer del cuadro Guernica de Picasso. En Santurtzi, las Hijas de la Cruz le prohibían a Marina decir que su madre estaba en la cárcel con las Carmelitas. La mayor alegría fue cuando liberaron a su madre después de que el médico diagnosticara a la niña la “enfermedad de la tristeza”, como se denominaba entonces a la depresión. Pero sanó junto a su progenitora, quien pese a que los franquistas le privaron de tres viviendas, recuperó su plaza de maestra, esta vez en Ea.

Badiola enfatiza que las presas sufrían “aislamiento en celda, y todo tipo de vejaciones de las monjas”. También en Durango. El año pasado se cumplieron 75 redondos años del sufrimiento de la cárcel de mujeres presas del totalitarista Franco en la villa vizcaina. Al cargo de las monjas de la Caridad -cualidad de la que estas religiosas nunca hicieron gala ni en la villa ni, por ejemplo, en la prisión de Saturraran- el almacén humano se ubicaba en un edificio que hoy no existe y solar sobre el que en la actualidad se levanta el colegio Nevers.

‘la dinamitera’ En aquel penal convivieron presas como la guerrillera madrileña e histórica Rosario Sánchez, La Dinamitera, o la madre de Edurne Gorosarri, duranguesa fallecida en agosto de 2014. Vicenta Garnika era una joven madre afiliada a UGT que no hizo nada para que sus propias vecinas le denunciaran y resultara encarcelada primero en el bilbaino Chalé de Orue y, después, en Durango. Un consejo de guerra le condenó a doce años de prisión por ser sindicalista y haber votado al Frente Popular. “Yo tenía 12 años y no entendía nada”, enfatizaba Edurne años atrás a DEIA. Meses después llegó el mejor día al reencontrarse ambas. Vicenta regresaba “flaquita”, con poco pelo, de habérselo cortado, antes, al cero. “Supe, luego, que la comida que le llevaba a diario lo compartía con otras presas”, subrayaba Gorosarri.

La fronteriza cárcel de Saturraran merece un capítulo aparte. “Es de la única que hay datos y no fue solo para mujeres guipuzcoanas o vizcaínas, sino para mujeres rojas y rojo separatistas. Hubo madrileñas, andaluzas, catalanas, castellano leonesas y manchegas, tinerfeñas…”, cita Badiola. Una de ellas, que también pasó por Durango, es la histórica Rosario Sánchez Dinamitera: la guerrillera que quedó sin mano derecha con 17 años, la cerillera, la miliciana, la del estanco en el franquismo, la comunista, la madre… la glosada en el poema de Miguel Hernández que la hizo internacional. Pasó once meses en la prisión duranguesa.

La guerrillera madrileña regresó a Saturraran, donde solo queda una pared de aquel penal que antes fuera seminario, cuando el Gobierno vasco rindió homenaje a las 4.000 mujeres presas en aquel enclave de Mutriku. Fue el 2 de abril de 2007. Falleció un año más tarde, el 17 de abril de 2008, cuatro días antes de poder cumplir 89 años. La duranguesa María González Gorosarri le dedicó un documental tras entrevistar a Dinamitera en su casa de Madrid.

Tras la Guerra Civil, llegó el franquismo y las mujeres también lo sufrieron. “Los años peores fueron hasta 1944. A partir de 1940 se empezaron a revisar penas y, aunque muchas mujeres fueron condenadas a cadena perpetua, sus penas fueron muy rebajadas y salieron de la cárcel para 1947 con los últimos indultos que hubo. El problema persistió después en sus pueblos donde fueron apaleadas, detenidas una y otra vez, se les impidió trabajar, etcétera”.

Einstein y los vascos

Un libro desvela que el Premio Nobel de Física alemán, que huyó del nazismo en 1933, fue garante de niños exiliados durante la guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

EL físico más famoso del siglo XX, Albert Einstein (1879-1955), tuvo constancia de un episodio político relacionado con Euskadi e, incluso, dio protección a una parte de su comunidad: la más desprotegida cuando los Derechos Fundamentales saltaron por los aires por la acción del fascismo.

El científico alemán, según desvela un libro estadounidense, auxilió a víctimas que huían del totalitarismo de Hitler, Mussolini o Franco, entre ellas los niños y niñas exiliados desde Euskadi a otros países durante la Guerra Civil española. De algún modo, el humanista nacido en Ulm extrapolaba su huida ante la amenaza del nazismo en la de aquellos menores que partieron de puertos como el de Santurtzi con destino a países entonces en paz entonces como Gran Bretaña, Francia, URSS o Bélgica. Otra referencia bibliográfica, en este caso obra de Thomas F. Glick, asegura que el alemán universal pudo visitar Bilbao en febrero de 1923, después de que la Junta de Cultura le invitara a villa capitalina aprovechando un viaje de una semana que llevó a cabo por Barcelona, Zaragoza y Madrid.

La publicación titulada The Einstein file (El expediente Einstein) mantiene en inglés el enunciado siguiente: “Einstein prestó servicios en un comité de ayuda a refugiados centrado en niños refugiados vascos”. El autor del libro es el veterano periodista estadounidense Fred Jerom, quien bosqueja al padre de la física moderna como pacifista, socialista y ferviente crítico del racismo.

El editor del ensayo valora que desde que Einstein arribó a EE.UU. en 1933 huyendo del auge del nazismo, el FBI se dedicó a recopilar información sobre su persona para desacreditarlo y destruir su reputación. De hecho, la obsesión era tal que le siguieron investigando después de su muerte.

El expediente que lleva su nombre registra más de 1.400 páginas, todas ellas intentos de confirmar que el premio Nobel de Física de 1921 suponía un “riesgo” para la seguridad de Estados Unidos. Fue el caso del excéntrico director del FBI J. Edgar Hoover, quien estaba ofuscado con el perfil de aquel judío que siempre se presentó como agnóstico.

Hoover (1895-1972) fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación en 1924. Siempre según la versión de Fred Jerome, Hoover casi se dejó la vida -murió de un infarto en plena era del presidente Richard Nixon- tratando de destapar que Albert Einstein, nacionalizado estadounidense, era un hombre “extensamente asociado a centenares de grupos pro-comunistas”, así como un garante de auxilio “a los refugiados españoles” o “a un grupo de niños vascos, y al Comité de escritores exiliados”, tal como se desprende de The Einstein file.

El capo del FBI investigó, entre otros, a las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil española, de forma más concreta a la Brigada Abraham Lincoln, organizada en el país norteamericano, “por la ideología comunista de sus integrantes”. A juicio de J. Edgar Hoover, Einstein también abrazaba este dogma, al igual que otros perfiles famosos que investigó, es el caso del actor y director de cine Charles Chaplin o la actriz Marilyn Monroe, esta última por su matrimonio con el “comunista” Arthur Miller y por sus relaciones con los Kennedy, eternos rivales del jefe de los espías. Aunque nunca lo pudo demostrar, el director del servicio de inteligencia yanqui comenzó a investigar al científico antes de que este cruzara el charco y lograra una nueva nacionalidad.

De visita en España Albert Einstein visitó durante una semana Barcelona, Zaragoza y Madrid en 1923, lo que pudo suponer un primer contacto con la realidad política del Estado bajo el mandato de Alfonso XIII, monarca que le recibió. El libro Einstein y los españoles: ciencia y sociedad en la España de entreguerras, escrito por el también estadounidense Thomas F. Glick, asegura que el premio Nobel se marchó de Zaragoza, “no por Barcelona, sino por Bilbao”.

Agrega que el 27 de febrero la Junta de Cultura vasca le dirigió una invitación, un hecho al que contribuyen diversos artículos publicados en la prensa de Euskadi. Eugenio Fojo sugirió incluso que el Ateneo de Bilbao organizara una serie de conferencias sobre la relatividad “por el gran número de hombres de ciencia que hay en Bizkaia y por contar con una Escuela de Ingenieros Industriales”. Thomas F. Glick (Cleveland, 1939), profesor de historia medieval de la Universidad de Boston e hispanista, también escribió en 2014 otro ensayo titulado Einstein in Spain: Relativity and the Recovery of Science.

El asesinato ilegal y ‘legal’ ante el pelotón

Hegoalde sufrió más de 6.800 casos de fusilamientos durante la Guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

el Departamento de Justicia del Gobierno vasco contabiliza 2.352 personas fusiladas por los golpistas militares de julio de 1936 y sus acólitos en Bizkaia, Gipuzkoa y Araba durante la Guerra civil, es decir, ochenta años atrás. La Asociación de familiares de Fusilados de Navarra (Affna-36), por su parte, agrega al mapa de Hegoalde la cifra de 3.452 fusilados, de los cuales solo 232 son fusilamientos legales tras juicio sumarísimo.

Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti
Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti

 

Consultados al respecto, los investigadores históricos y autores del blog Crónicas a pie de fosa, Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita valoran que hay un dato “interesante” al respecto. “En Euskadi hay 8.650 personas desaparecidas, de las cuales se sabe con seguridad que 2.352 que fueron fusiladas legalmente, es decir, tras un juicio. Pero hay que tener en cuenta que de esas 8.650 desaparecidas, habrá también otras personas que fueron fusiladas, bien tras caer prisioneras en combate o por represalias tras las líneas enemigas”, analizan.

Estos investigadores comprometidos con la memoria histórica estiman que en Bizkaia y Gipuzkoa no hubo “paseos” tal y como se conocen, es decir, “de grupos paramilitares haciendo desaparecer gente”. Según agregan, solo en Araba y Nafarroa este tipo de fusilamiento se dio “por ser provincias afectas al bando sublevado y no estar en frente de guerra. La limpieza política se hace fuera de la zona de guerra, en áreas seguras y controladas por ellos”. Siempre bajo el juicio de Domínguez y Arroita, los fusilamientos son asesinatos ejecutados por un grupo de personas a un mismo tiempo y que entre ellos hay por lo menos un mando encargado de dar las órdenes, ya sea civil paramilitar o militar según el caso.

Estos estudiosos de Ortuella valoran que durante la Guerra Civil española se dieron cuatro formas de fusilamiento: “sacas”, “paseos” o “paseíllos”, los judiciales y los de “a pie de trinchera”.

Las “sacas” se producían en establecimientos de reclusión, cárceles, calabozos o cuarteles que acababan tras un traslado en sitios inhóspitos y alejados para realizar los asesinatos. “Los paseíllos -valora Domínguez- eran una búsqueda determinada de personas sacadas de sus casas a altas horas de la noche y que culminaban con el asesinato del secuestrado forzoso bajo órdenes siniestras de alguna persona encargada de las ejecuciones extrajudiciales o por grupos de incontrolados sedientos de sangre”.

A estos dos primeros casos, se sumaba el de los fusilamientos judiciales que acababan con el asesinato del encausado después de un juicio sumarísimo que le condenaba a la pena capital, días o meses después.

Y por último están los asesinatos a “pie de trinchera”, es decir, tras ser capturados o rendirse al enemigo en pleno combate. “A éstos habría que añadir los heridos en combate y ejecutados en el mismo lugar donde caen para evitar traslados a hospitales innecesarios para ellos”, apostillan y evocan el ejemplo de un gudari del batallón Otxandiano (PNV) desenterrado a finales de agosto de 2015 en Mendata, el zornotzarra Pedro Uriguen, por la sociedad Aranzadi. Según la tradición oral, “fue ejecutado de un tiro en la cabeza tras negarse por dos veces a decir Viva España y en su lugar decir Gora Euskadi Askatuta”, agregan Domínguez y Arroita.

En este capítulo histórico también hay que recordar a los “piquetes de ejecución”. “No se les debe llamar así porque en realidad no son más que un pelotón de asesinos, voluntarios en algunos casos y obligados en otros”, subrayan estos investigadores de Ortuella.

Un piquete de ejecución estaría formado por un grupo no inferior a tres personas y no mayor de 10, aunque hay casos documentados por fotografías, auténticas o recreadas por los sublevados, en el que aparecen grupos de entre nueve y 18 personas.

“En ocasiones nos preguntan qué tipo de persona se apuntaba a un fusilamiento con su escopeta de caza? Eran iluminados por la patria seguro, un demente también, pero sobre todo un asesino en potencia. De esos estaban llenos los piquetes de ejecución y los grupos de paramilitares incontrolados falangistas o del credo que sean”, valora Pablo Domínguez.

Entre quienes se presentaban voluntarios a matar personas, cabe recordar la presencia del famoso noble José Luis de Villalonga, quien en vida declaró que “matar republicanos era como matar conejos”, se vanagloriaba en sus memorias. Actuaba en Hernani y pudiera ser uno de los que acabó con la vida del sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, más conocido como Aitzol.

En menor medida, el bando afecto a la Segunda República también practicó los fusilamientos. Concluye Domínguez: “No fuimos santos ninguno de los dos bandos, pero Dios estaba con ellos o, por lo menos, eso decían los franquistas”.

María Carolina Zagala: una mujer de tres sangres nacionalistas y cuatro patrias

Quien fuera secretaria de Manuel Irujo y esposa del delegado del Gobierno vasco Fernando Carranza retorna del exilio de Venezuela a Catalunya a la edad de 103 años

Un reportaje de Iban Gorriti

por su cuerpo de 103 años bombean tres sangres nacionalistas: la alsaciana de su padre, la vasca de nacimiento, y la catalana de origen materno, así como enclave de residencia desde el pasado 19 de octubre. A ellas hay que sumar una cuarta patria: la venezolana, exilio que motivó la Guerra Civil. Todas ellas son su hogar identitario. Se llama María Carolina Zagala Mut y en Caracas ha sido conocida durante siete décadas como Mari Carranza, apellido de su marido fallecido en 2003.

María Carolina Zagala, junto a Leizaola, en una imagen de los tiempos de la guerra. DEIA
María Carolina Zagala, junto a Leizaola, en una imagen de los tiempos de la guerra. DEIA

 

El matrimonio fue amigo de los lehendakaris Aguirre, Leizaola, Garaikoetxea y Ardanza, así como de Jesús Galíndez, Manuel Irujo y otras personalidades jeltzales desde la diáspora de Euskadi. Mari reside a día de hoy junto a su hija Maite Carranza Zagala en Canet de Mar, Barcelona, tras una plena vida en Caracas, donde deja un nieto y el hogar familiar.

Ella, hija de padre alsaciano “antialemán” -califica la familia- y de madre catalana, nació en Tolosa el 16 de mayo de 1913. Fue la benjamina de un total de cinco hermanos. Al mayor de ellos, Esteban, le fusilaron “por venganzas personales” en el mismo pueblo donde su padre trabajaba en la empresa papelera.

Mari fue secretaria de Manuel Irujo (Lizarra, 1891-Bilbao 1981) cuando el navarro era ministro de Justicia de la Segunda República y cumplía con la labor del proceso de canje de presos. Él era natural de Portugalete, municipio del que su padre fue diputado de Bizkaia y en el que llegó al mundo en 1911. Fernando Carranza Iza fue el último delegado del Gobierno de Euzkadi en el exilio de Venezuela.

La pareja contrajo matrimonio en días de guerra en Barcelona el 19 de diciembre de 1937. Ella trabajó en la Delegación del Gobierno vasco en la Ciudad Condal como secretaria del ministro Manuel Irujo. Al perder la contienda el bando republicano y tras sufrir el campo de concentración de Gurs, el soldado del “Batallón vasco navarro” -según recuerda su hija- Fernando Carranza llegó a Venezuela en 1939 habiendo salido de Burdeos y tras pasar por Santo Domingo.

Su mujer llegaría a destino dos años después tras residir en Bilbao junto con Maite, hija nacida en Bidart (Lapurdi). Afincaron su residencia en la capital de la república bolivariana en la que más tarde nació Mirentxu (Miren Jesus). Mari en el Centro Vasco de Caracas fue presidenta de Emakume Abertzale Batza y compañera de su marido Fernando en las labores de la Delegación que el letrado Carranza tomó al fallecer Lucio Aretxabaleta en 1967.

Por el Centro Vasco (Eusko Etxea de Caracas) y su hogar pasaron personalidades históricas vascas. Lo recuerda la hija mayor del matrimonio a DEIA. “Al lehendakari Aguirre lo traté como espectadora, desde la distancia de una niña de 12 años. Sí tuve mucho trato con el lehendakari Leizaola y toda su familia. También nos visitarían con el tiempo los lehendakaris Garaikoetxea y Ardanza. No llegaron a hacerlo ni Ibarretxe ni el socialista (por Patxi López)”, estima.

A Jesús Galíndez la pequeña Maitetxu le llamaba tío Jesús. “Cuando Aguirre vino a visitar el centro vasco de Caracas, Jesús se alojó en nuestra casa, era muy amigo de mi padre. Con él hizo el viaje del exilio, aunque Galíndez se quedó en Santo Domingo y aita continuó a Venezuela. Recuerdo al tío Jesús era un hombre muy cariñoso que conocía a mi padre desde la Universidad”.

Fernando Carranza pasó por numerosos puestos de trabajos en su vida en el país americano. “Nunca ejerció de abogado, que es lo que había estudiado en Madrid. Trabajó desde camarero a gerente de una fábrica de textiles en Cumaná, donde conocería a los Anasagasti. También fue corredor de Bolsa y acabó empleado en Napolca, compañía del navarro Manuel Goñi”, valora Maite quien también aporta palabras de reconocimiento a la memoria de Manuel Irujo. “Yo destacaría que fue una muy buena persona que ayudó mucho a curas y monjas de Navarra en tiempos muy difíciles para la religión. A ellas les hacía vestir de civil y les pedía que tuvieran cuidado con lo que hablaban para que no les descubrieran. Guardo una anécdota cuando estando con él, una monja dijo a otra “madre, ¿qué digo ahora?” Siempre hemos dicho que mi padre ni sé con cuántas de ellas se casó para protegerlas junto con Irujo”, bromea esta mujer que estudió inglés en Londres y en la Universidad Católica de Caracas.

Tanto la madre de 103 años como la hija dejan Venezuela atrás, un país que les recibió con los brazos abiertos. “Venezuela está muy mal. Hay mucha crisis económica, alimenticia y de medicinas. Chaves era malo, pero su heredero es peor”, concluye quien fue encargada de las misas en la Eusko Etxea capitalina. Allí, Maite deja un hijo y su casa, el hogar de una familia de cuatro patrias.