Sebastián y Teodora son de los pocos matrimonios que llegan juntos a los casi cien años de edad, tras superar además las alambradas del fascismo
Hay vidas, cuerpos al fin y al cabo, que no se entiende cómo siguen vivos con las barricadas que han tenido que sortear. Y aún más allá: que un amor juvenil enraizado siga floreciendo revolucionado con savia nueva y sabiduría, que ni se crea ni se destruye.
Él, 99 años; ella, 97. Él, anarquista en la guerra, y socialista de civil; ella, siempre nacionalista vasca. Juntos suman 196 años, tres grupos de siglas -CNT, PSOE y PNV-, y siguiendo con las cifras, dos corazones que laten juntos en Bilbao. Abrazados a una historia común de las de quilates de coraje, de las que ojalá no tengan que repetirse nunca.
Sebastián Mendívil Urquijo cumplirá cien años el próximo enero. Fue miliciano, militar del Eusko Gudarostea del lehendakari Aguirre, a quien conoció, y fugitivo. Nació el 20 de enero de 1915 en el barrio de San Vicente de Barakaldo, en el seno de una familia socialista, obrera. Estudió en la escuela pública del momento, pero sus padres, socialistas, pagaban, además, porque su hijo fuera también a estudiar a la escuela laica de aquella localidad.
Con 16 años, en 1931, comenzó a trabajar en la cooperativa de Altos Hornos de Barakaldo. Al estallar la Guerra Civil, marchó como miliciano voluntario a combatir en el frente de Gipuzkoa. Ya como militar, con el grado de teniente del decimocuarto Cuerpo del Ejército de Euzkadi, participó en la batalla de Villareal y en la defensa de Bilbao. Fue la cara visible del batallón Bakunin, de la CNT.
En su intento de escapar tras el acordado Pacto de Santoña, le apresaron en el barco en el que pretendían exiliarse en Francia «para reanudar la lucha», matiza Mendívil. Fue juzgado y condenado en octubre de 1938. Al poco, huyó de la cárcel de Escolapios de Bilbao, y tras múltiples peripecias, atravesó la frontera pirenaica, siendo internado en el campo de concentración de Gurs. Durante la Segunda Guerra Mundial fue enrolado en las Compañías de Trabajadores Extranjeros al mando de los ocupantes nazis, trabajando en la construcción de fortificaciones en Normandía, lo que aprovechó para colaborar activamente con la resistencia francesa. En diciembre de 1943 logró escapar de la vigilancia fascista alemana y permaneció en la clandestinidad hasta la liberación de Francia. En junio de 1949 regresó a Euskadi, acogiéndose a los decretos de indulto, aunque hubo de esperar hasta 1961 para ver definitivamente cancelado su expediente.
Esperanto Sebastián Mendívil ha sido uno de los hombres más activos en la Unión de Excombatientes de la Guerra Civil. Trabaja por el reconocimiento de los derechos de los militares republicanos y en la asociación de exprisioneros del campo de concentración de Gurs. Simpatizó con la CNT, siglas anarquistas que le «decepcionaron», asegura, porque, a su juicio, los ideales eran unos y «los actos no correspondían». A él le enamoró del anarquismo, su apuesta por la cultura. Fue incluso uno de los que apostaba ya entonces por el idioma esperanto como universal. Lo aprendió. También le gustaba que se estuviera en contra de las drogas, lo que tampoco se cumplía. Ahora bien, mantiene su sueño de salud y libertad; de ser libre y solidario. Por todo ello, decidió abrazar los axiomas políticos de su hogar y se afilió al PSOE.
Teodoroa Urquiaga Loizaga ha sido siempre del PNV. «Muy nacionalista», exclama. Nació el 17 de agosto de 1917 en Ansio, y de familia de Arratia. «Nuestro caserío, el de los Loizaga, estaba donde hoy está el BEC, en Barakaldo. Mi padre solo sabía euskera y decía: ¡hay que hablar solo en vascuence!», explica sobre sus orígenes. A continuación matiza al periodista que su nombre de pila real es Cecilia, aunque «todos me conocen como Teo».
Militante de corazón
Ella no fue parte del Ejército vasco; sin embargo, militó con toda su munición emocional en el del corazón. «Yo fui siempre por delante de él en todo su recorrido. No fue nada fácil», manifiesta con una naturalidad sobresaliente.
Sabiendo que el bando republicano de la pareja se replegaba hacia Cantabria, ella ya estaba allí. «Yo quería estar cerca de él», apunta la emakume del batzoki de Barakaldo. Tras las fugas de su marido y pasarlas canutas, ya ella en Francia, llegarían a reunirse. Así, por ejemplo, antes estuvo exiliada en un campo de concentración en una isla en la que llegó a perder a la hija de meses del matrimonio, niña llamada Isabel que su padre no llegó a conocer por el franquismo, por el nazismo. Sin embargo, el tópico de que son personas de otra pasta se hace realidad cuando él es capaz de escribir: «En una vida en la que cada día te acecha la muerte, no debe haber lugar para el odio». En 1949 regresaron vivos a su hogar junto a sus hijos Miguel e Hipólito, nombres del padre de ella y del de él. Sebastián fue contable y ella peluquera, regente del Salón de belleza el capricho, «muy progre, dejaba fumar a mis clientas ya entonces», enfatiza Teo. «Y para terminar/os debo recordar a todos los que sufristeis/que sin poder olvidar/debemos perdonar», rima Mendívil a la vida marcando el paso hacia el siglo.
Francisco de Mendieta ha sido estudiado en sus facetas de escritor y pintor, pero fue también un hombre muy implicado en la actividad de los oficios y artesanos del Bilbao de los siglos XVI-XVII, con un perfil de agitador social
ASÍ define Mendieta en 1590 en un manuscrito, como eusqueles, a los que hablan el idioma vasco. Francisco de Mendieta es uno de los personajes más importantes de Bizkaia de finales del siglo XVI. Debido a la confusión sobre su identidad y su obra es un autor que todavía hoy está a falta de un estudio integral sobre su figura. Aunque gracias a los trabajos de Darío de Areitio (1879-1968) y de Manuel Llano Gorostiza (1926-1990) es posible rescatar, rehabilitar y completar, en parte, la figura histórica de este ayalés afincado en Bilbao.
Se da la paradoja de que es un autor al que se le ha estudiado desde dos concepciones distintas, como escritor por un lado, y como pintor por otro, y en algunos casos como dos personajes diferentes. Contribuyó, junto a otros autores contemporáneos suyos como Garibay y Poza, con el que llegó a colaborar, a construir el imaginario vasco en torno al tubalismo y el vasco-iberismo, teoría histórica que aglutina elementos como la nobleza, los fueros, la lengua vasca como originaria de toda la península y un monoteísmo primitivo.
Estos autores del siglo XVI, con estos argumentos propios de su tiempo, elaboraron la teoría que sirvió para defender, entonces y en los siglos posteriores, los ordenamientos forales vascos y las estructuras políticas basadas en ellos. Reivindicando que su mantenimiento o modificación era potestad soberana de los propios vascos en su pacto con la Corona.
La figura de Mendieta va creciendo en la medida que desde diferentes disciplinas de estudio e investigación se encuentran con su obra. La etnografía, el euskara, la historia, la pintura en todas las disciplinas, la genealogía e incluso la cartografía se topan con él.
Nació en Menagarai (Aiara) en 1565 y se crió y vivió con la familia del pintor Vázquez en Bilbao, que se limitaba entonces a lo que hoy conocemos como Casco Viejo y cuyo entramado coincidía en parte con el actual. De su época es la imagen más antigua que se conoce de Bilbao y que corresponde a un grabado de la colección editada en 1560 en Colonia del Civitates Orbis Terrarum, en la que figuran las ciudades más importantes de Europa. En dicho grabado aparecen buena parte de los edificios religiosos en los que dejó su huella. Mendieta pintó figuras y retablos en la iglesia de San Antón, en la de Santiago se vio envuelto en un litigio y denuncia por borrar unas imágenes y también pintó el retablo del prominente convento de San Francisco, hoy desaparecido, y que era la única edificación importante fuera del fortificado casco antiguo, situado al otro lado de la ría. De la basílica de Begoña, que también aparece en el grabado, colgaron algunos de sus cuadros, siendo su cuadro Milagro en Begoña el documento gráfico más antiguo sobre el interior de la basílica, del que podemos disfrutar de una copia en el Euskal Museoa de Bilbao. También pintó retablos en las iglesias de Portugalete y de Santurtzi. Mendieta fue enterrado en la vieja iglesia de los Santos Juanes situada frente a la de San Antón y de la que actualmente solo queda una desapacible y acorralada plaza en Atxuri.
Su fama como pintor y dibujante llegó al punto de recibir el encargo por parte del alcalde de Orduña para que dibujase un mapa de Bizkaia para publicarlo en el Teatrum Orbis Terrarum, editado en Amberes con los primeros mapas modernos impresos en Europa. No se sabe en que quedó el encargo porque nunca se publicó ni se conoció. Aunque Bilbao sí aparece con un excelente grabado en el Civitates, Bizkaia jamás apareció en el Terrarum. En la edición de 1598 sí apareció Gipuzkoa.
Asistió al nacimiento de la imprenta en Bilbao en 1577 de la mano de Matías Marés, un editor de origen flamenco que se instaló en la calle Askao. Una aparición tardía dada la importancia comercial de la villa, si tenemos en cuenta que en Pamplona el primer libro se edita en 1492. Además, según nos cuenta Guiard, Bilbao era el puerto por donde se introducían en la península las ediciones de Amberes de todos los libros de rezo en latín.
Aunque las obras de Mendieta se quedaron en manuscritos y no llegaron a la imprenta, colaboró y dibujó para Poza la carátula del primer libro editado por un vizcaino en Bilbao, la Hydrografía (1585), y no es descabellado pensar que también dibujara la carátula del libro más importante de Poza, De la antigua lengua, poblaciones y comarcas de las Españas (1587), reeditado en edición facsímil en 1987 por Euskaltzaindia.
Agitador Mendieta fue un hombre muy implicado en la actividad de los oficios y artesanos de Bilbao y tuvo su versión de agitador social, al ser el cabecilla de un movimiento denominado de los agavillados (1607), que reivindicaba la participación de los oficiales y artesanos en las elecciones anuales al Regimiento de la villa, cuando estaba restringida a las elites dominantes. Como consecuencia de esto sufrió persecución y arresto.
Varios autores consideran a este movimiento precursor de otra matxinada posterior, la del estanco de la sal (1636), que dio con sus autores en el patíbulo frente a la iglesia de San Antón donde hoy existe una placa conmemorativa con los nombres de los ejecutados.
Esta faceta política también nos la muestra Mendieta, al tomar parte junto a Poza, en un memorial contra el fiscal Juan García, que en un documento había escrito en contra de la hidalguía universal de los vizcainos.
A pesar de todos estos antecedentes, hasta 1889, cuando el pintor Anselmo de Guinea recibe el encargo de restaurar los cuadros de la casa de Juntas de Gernika y descubre la firma de Mendieta en el cuadro de la Jura de los Fueros, su faceta como pintor era prácticamente desconocida. Se da la paradoja de que un historiador antiguo como Henao (1687) lo toma por historiador por un documento titulado Aerario de Hidalguía y Nobleza Hespañola y plaza de armas de Vizcaya. Únicamente E. Ducere, archivero de Baiona, debió de conocer este documento, ya que publicó un grabado suyo en la revista Euskal Erria en 1883.
El documento de Mendieta que había recibido la atención de autores como Areitio, Echegaray, Allende Salazar y Llano era un manuscrito que rescató Juan Carlos Guerra en 1915 de la Biblioteca Nacional titulado Quarta parte de los Annales de Vizcaya, documento considerado incompleto en el que aparecen una innumerable relación de apellidos y linajes vascos y episodios de las guerras de banderizos de la época, muy en la línea de las Bienandanzas e Fortunas de Lope García de Salazar. Entretanto, al manuscrito Aerario… que citaba Henao los autores de finales del XIX lo dieron por desaparecido o por inexistente.
Afortunadamente, y gracias a la publicación en 1998 del libro Fondos vascos de la Biblioteca Zabalburu (Guadalupe Rubio de Urquía y Mercedes Noviembre) hemos tenido noticias del citado documento que Francisco de Zabalburu guardó en el importante Archivo-Biblioteca que construyó en Madrid en 1878. Gracias a la labor de la promotora del citado catálogo, Guadalupe Rubio de Urquía, historiadora de origen guipuzcoano, hemos tenido noticias del citado documento y de otros importantes que el bibliófilo bilbaino guardó en dicho archivo. En dicho catálogo la autora hace un breve estudio sobre el documento, y es de esperar que en un futuro nos pueda ofrecer un estudio más profundo sobre este manuscrito, tan importante en la historiografía de Bizkaia.
Más recientemente, el joven filólogo e investigador urduñarra Koldo Ulibarri, en unas jornadas organizadas por Eusko Ikaskuntza, ha presentado un estudio sobre el euskara y la figura de Mendieta a través del Aerario... donde Francisco de Mendieta escribe sobre la historia y geografía de Bizkaia y el euskara; hace una relación de sus anteiglesias y ferrerías; describe algunos de los milagros de Begoña, que luego llevaría a la pintura, y presenta algunos dibujos y grabados de apellidos y linajes de la época, en un documento claramente inacabado o incompleto, que, aun así, es su gran y principal obra manuscrita, desconocida por los que le han dedicado ríos de tinta y de trabajo.
Algo parecido pasa con su faceta de pintor. Como pintor de cuadros, tres son las obras que se le atribuyen a Mendieta, siendo una solamente autógrafa: la Jura de los Fueros en Gernika. De una gran carga simbólica, expresa la aceptación in situ por parte del monarca de las leyes de los vizcainos antes de que estos lo tomaran por Señor, como dice el inédito texto en euskara que aparece en la cartela del cuadro, el más antiguo en este estilo artístico (1609). El cuadro representa la visión del fuero como un derecho del pueblo vizcaino que el Señor había de respetar, muy lejos de las interpretaciones posteriores de la monarquía absolutista que lo considerarían como un privilegio otorgado al albur de los caprichos del monarca, que tantos conflictos generarían de manera ininterrumpida en nuestra historia.
Subasta en Londres Este cuadro tiene una historia un tanto misteriosa como toda la obra de Mendieta. E. Delmas habla de una leyenda que sitúa la aparición del cuadro en una subasta en Londres a la que accedió un marino mercante de Mundaka. La realidad es que la Diputación de Bizkaia lo adquirió en 1785 y lo instaló en la casa de juntas de Gernika.
En 1913 se trasladó al recién inaugurado Museo de Bellas Artes de Bilbao en la Escuela de Artes de Oficios de Atxuri ubicada en el viejo hospital de Bilbao, como fondo de prestigio histórico. Estuvo instalado allí hasta que en plena guerra civil, en 1936, el Gobierno vasco lo eligió como símbolo para ilustrar el despacho presidencial del lehendakari Aguirre en el hotel Carlton, donde el consejero de Cultura y Justicia, Leizaola, lo mostró a los periodistas. En 1954 se trasladó al palacio de la Diputación de Bizkaia como ubicación definitiva. La elección de un hito histórico como este pudo inspirar a su restaurador Anselmo de Guinea para la realización, a su vez, del cuadro Jaun Zuria jurando defender la independencia de Vizcaya. Encontramos así, en todo lo anterior, un nexo común entre la historia, el arte y la política vasca entre el siglo XVI y el XX.
La segunda obra de Mendieta Boda en Begoña, propiedad hoy en día de la Diputación de Gipuzkoa, muestra una boda celebrada en esta localidad en la que aparecen varias decenas de mujeres ataviadas con la vestimenta de la época, con sus tocados coniformes en una estricta clasificación numerada, correspondiente a varias localidades vascas que aparecen descritas en la cartela. El cuadro es de un incalculable valor etnográfico por lo detallado de la descripción.
Su tercer cuadro, Milagro en Begoña, cuya atribución se había discutido, describe una alegoría sobre un milagro en Begoña. No es ninguna casualidad que el milagro elegido sea de un personaje ayalés, Juan de Larrinbe, tema recurrente en Mendieta, y del que recientemente se ha descubierto una descripción escrita del propio autor en su documento del Aerario…, lo que abunda aún más en su autoría, además de ser el documento escrito más antiguo donde se describen estos milagros.
Se puede concluir, en definitiva, que la interesante figura de Francisco de Mendieta cuatro siglos después tiene todavía mucho por aclarar, interpretar y descubrir.
El soldado del batallón Abellaneda del PNV, quizás decano, celebró el jueves su longevo cumpleaños. «Había días en los que pensábamos que nos podíamos estar disparando entre hermanos, matarnos».
POR IBAN GORRITI
En pie de guerra a los 101 años. Antonio Izagirre los cumplió el pasado jueves. Quien fuera gudari del batallón Abellaneda del PNV pide de regalo de cumpleaños una prórroga más al Dios en el que cree. «Me da pena ser tan mayor y que esto se pueda acabar. ¡Con lo que me gusta la vida!», y lo dice sonriendo, con esa ilusión de niño centenario. Total, dicen que nadie es tan joven como para morir mañana, ni tan viejo para vivir solo un día más.
Izagirre acaba de remontar una neumonía a sus cien ya jubilados años. Todavía la fiebre se atreve a molestarle de noche, como lo hace al soñar a diario con la Guerra Civil y con sus días de fábrica. «No me los quito de la mente». Lo dice un señor «de Sodupe» -insiste orgulloso una y otra vez -, que si ha llegado a los 101 años es en parte porque «no he sido de matar la cabeza. Por ejemplo, yo siento una idea, me la reservo y la conservo. He sido el más tranquilo en temas de política de los hermanos. Sé a quién voto y punto». Otros dos más también fueron gudaris y al más joven «se lo llevaron de soldado los nacionales, como a mí después de hacerme prisionero», lamenta. Y alcanza una reflexión máxima: «Había días en los que pensábamos que nos podíamos estar disparando entre hermanos, matarnos». Pero los cuatro volverían sanos y salvos a su hogar, a su Enkarterri del alma.
Antonio vino a la vida en Euskadi el 30 de enero de 1913. Hijo de Remigio Izagirre y de Presentación Perón. La madre murió cuando el hoy centenario tenía 6 años, y era el cuarto de diez hermanos. No llegó a conocer a todos. Las monjas de Sodupe fueron sus primeras maestras. Continuó estudios en la escuela pública hasta los 14 años. Quería ir a trabajar con su padre a la fábrica, pero «me decían que si pasaba alguna inspección… era ilegal. Aunque el día que cumplí los catorce allí estuve en La Conchita, de tejido de yute». Cuando él hacía gala de 23 inviernos detonó la Guerra Civil de los golpistas españoles contra la II República y «¡allí fui a las milicias a defender Euskadi!», levanta la voz orgulloso. Siguió a sus hermanos Feliciano y Floren. A Santos, el benjamín, en cuanto cumplió 18 le fueron a buscar los autodenominados «nacionales y marchó con ellos».
batallón del pnv Antonio luchó con el batallón Abellaneda del PNV, según recuerda, en Maroto, Otxandio y Markina-Xemein. «En Maroto fue donde peor lo pasé. Veíamos cómo del campo de aviación de Vitoria se levantaron aviones: 21 eran bombarderos grandes y 36 cazas que te quitaban del despegue hasta la boina de la cabeza. Teníamos a la aviación por aire, artillería por un costado e infantería por el otro».
En otra ocasión, cuando iban a bombardear Gernika, nosotros justo estábamos saliendo del pueblo y nos metimos en un túnel para poder escaparnos de los aviones. Lo pasamos muy mal. ¡En la guerra no hubo un día bueno!», narra ante sus tres hijos y su única nieta, Nerea Landazabal, actual lehendakari de la organización municipal del PNV de La Quadra, una de las cuatro presidencias Sigue leyendo Gudari en pie de guerra a los 101 años
Se cumple el 75 aniversario de la marcha al exilio de Companys y Aguirre Lekeitio, Iñaki Goiogana
A pocos días de empezar las fiestas de Navidad de 1938, la República española estaba exhausta. La batalla del Ebro había terminado con victoria franquista y la moral republicana estaba en cotas muy bajas. En el plano internacional, meses antes, en octubre, el presidente del Gobierno, el socialista Juan Negrín, había recibido otro golpe cuando la política de apaciguamiento seguida por Francia y Reino Unido había hecho posible la injusticia de entregar Checoslovaquia a Hitler. En efecto, el dictador alemán en su empeño de lograr el Reich de los mil años y la expansión territorial que entendía vital para su país, requirió para Alemania la región checa de los sudetes, habitada por población mayoritariamente germano-parlante. Checoslovaquia se negó a ceder parte de su territorio nacional a Hitler y convocó en su socorro a las democracias, con las que le ligaban tratados de ayuda militar.
Desde el punto de vista de la República española, la crisis de los sudetes, desatada en plena ofensiva del Ebro, era interesante por cuanto pudiera desembocar en una guerra abierta entre las democracias y la Alemania nazi. En esta hipotética guerra, la República, obviamente, se alinearía con los franco-británicos que, a su vez, estarían obligados a apoyarla a fin de evitar dejar su flanco sur a merced de los fascistas. Nada de ello ocurrió. Las democracias optaron por el apaciguamiento, esto es, sacrificar Checoslovaquia a cambio de paz y esperar que con eso Hitler se contentara y dejara, además, de plantear nuevas reivindicaciones territoriales.
En los días previos a la Navidad de 1938, en la prensa internacional, al tratar sobre temas relacionados con la guerra civil, se hablaba de una posible tregua navideña. Un paréntesis en la guerra patrocinado por quienes abogaban por una paz negociada y con garantías internacionales. Esta anhelada tregua a quien sobre todo pudiera beneficiar era a las fuerzas republicanas necesitadas imperiosamente de pertrechos. Pero el resultado fue que no se produjo, y el 23 de diciembre de 1938 Franco inició una ofensiva contra Cataluña que acabó con la ocupación del Principado en poco menos de dos meses.
Franco pudo haber optado por atacar el otro territorio republicano, la zona Centro-Sur, donde se hallaba Madrid. Sin embargo, se decidió por el territorio catalán con el fin de cortar a los gubernamentales todo contacto terrestre con el extranjero y, además, con el fin de evitar la más mínima posibilidad de una declaración de independencia de Cataluña en el caso de una ocupación de la zona Centro-Sur y quedar la región autónoma como único resto del régimen de abril de 1931.
Tarde ya La ofensiva fue rápida aunque la generalidad de la población no se dio cuenta de la gravedad de la misma hasta muy avanzada esta. No solo no se dio cuenta el público, las autoridades vascas y catalanas tampoco estaban al día de las operaciones militares y del desastre que se avecinaba. No hay más que echar un vistazo a la correspondencia del secretario general de Presidencia, Julio Jauregui, en el momento máxima autoridad vasca en Barcelona, para apercibirse de ello. De este modo, la noticia de que algo muy grave estaba ocurriendo en los frentes no llegó a París, a oídos del lehendakari José Antonio Aguirre, hasta muy tarde, el día 20 de enero, menos de una semana antes de la caída de Barcelona. Estos avisos pusieron en guardia a algunos dirigentes vascos como Jesús María Leizaola que empezaron a vislumbrar el fin de la República.
Aguirre viajó a Cataluña en la noche del 24 al 25, para entonces bien consciente de que aquello se acababa y también de los peligros que le acecharían en territorio peninsular. Le acompañó Manuel Irujo. La misión que se habían impuesto era, por una parte, coordinar las labores de evacuación y, por otra parte, asistir a la que resultaría última sesión plenaria de las Cortes de la República.
Para cuando pisaron suelo catalán era imposible acceder a Barcelona, pues la capital catalana fue ocupada el 26 de enero. Previamente, el 22, salió por última vez en Cataluña el diario Euzkadi, editado en Barcelona por el PNV desde diciembre de 1937, y ese mismo día se dio orden a los hospitales que gestionaba el Gobierno de Euskadi para el cierre de los mismos y la evacuación del personal y enfermos. La evacuación propiamente dicha se inició en la noche del 23 al 24 de enero.
El lehendakari, ante la imposibilidad de llegar a Barcelona, se instaló en Port de Molins, localidad cercana a Figueres, y desde el citado pueblo ampurdanés dirigió las tareas de evacuación de la población vasca. Para ello, Aguirre estableció tres zonas de actividad. Figueres, la frontera y Perpiñán. En Figueres y la línea de demarcación franco-española los agentes vascos trataban de localizar e identificar a sus conciudadanos que huían, a la vez que se les dotaban de documentos a los que carecían de ellos, así como, cuando había posibilidad, una dirección a donde pudieran acudir en el exilio.
No resultó fácil esta labor, agravada por las condiciones meteorológicas, muy adversas en aquellos días de invierno, los ataques aéreos franquistas, que no dejaron de acosar a los fugitivos hasta que atravesaban la frontera, y, finalmente, porque las autoridades francesas no previeron la avalancha de refugiados que se precipitó a su país. Como primera medida al problema humanitario que se les agrandaba por momentos, los franceses optaron por cerrar los ojos y decretaron el cierre de la frontera. Y cerrados permanecieron los pasos hasta el 28 de enero, día en el que se abrieron, pero solo para la población no combatiente (mujeres, niños, ancianos y heridos). Esta semiapertura no resultó suficiente para solucionar el problema, pero ayudó a descongestionar de algún modo, al menos al principio, la presión sobre la frontera.
Labores repartidas En Perpiñán, instalados en el hotel Sala, las autoridades vascas se dividieron en sus labores. Por una parte, atendían directamente a los refugiados, en el caso de los niños, mujeres y ancianos proporcionándoles un pasaje hasta los refugios vascos, y en el caso de los hombres en edad militar acogiéndoles en el hotel y trasladándoles al campo de Argeles. Además, parte de los cargos y funcionarios vascos trasladados al Rosellón se dedicaron a visitar a las autoridades francesas, civiles y militares, para lograr mejorar en lo que fuera posible las condiciones materiales en las que se encontraban los refugiados vascos.
Para el 4 de febrero la situación militar en Cataluña era desesperada para las fuerzas republicanas. Ese día era ocupada Girona y en cualquier momento cabía esperar la presencia de las avanzadillas franquistas en Figueres y la frontera. El mismo día 4, el lehendakari Aguirre decidió abandonar Cataluña y partir hacia Francia, pero no quiso hacerlo solo. Quiso hacerlo acompañando al president de la Generalitat, Lluís Companys. Éste se hallaba en el mas Perxès, una gran casa rural, sita en la localidad de Agullana, cerca de la frontera francesa, adquirida por la administración catalana en primavera de 1938 para guardar lejos del peligro de la guerra parte del patrimonio artístico catalán. Las vicisitudes de aquellos días convirtieron al mas Perxès en la estación previa al exilio para numerosos políticos e intelectuales catalanes.
Aguirre y Companys supieron que cerca de allí, con la misma intención de cruzar al exilio, se hallaban Manuel Azaña, Juan Negrín y Diego Martínez Barrio, presidentes de la República, del Gobierno y de las Cortes, respectivamente. Los cinco acordaron cruzar juntos la frontera y hacerlo por un punto poco frecuentado. Sin embargo, cuando al día siguiente, 5 de febrero, los presidentes vasco y catalán se acercaron a la casa donde habían pasado la noche los más altos cargos de la República se encontraron con que estos habían marchado ya, sin esperarles como habían convenido, y no les quedó otra que emprender el ascenso del coll de Manrella y, una vez coronada la cima, bajar a Les Illes, primer municipio francés.
Ese mismo día 5 de febrero, las autoridades francesas ordenaron la apertura de los pasos fronterizos, y así permanecieron hasta el 10, fecha en la que los franquistas se hicieron con el control de los últimos que les faltaban. Durante los días que duró la evacuación cientos de miles de personas, se habla incluso de medio millón, cruzaron a Francia aunque no todos para huir de las represalias franquistas. Muchos soldados entraron en Francia por disciplina militar pero una vez liberados de sus obligaciones militares, optaban por regresar a sus casas. Aun así, fueron cientos de miles los que optaron por quedarse en Francia temerosos de la represión franquista.
La primera fase del exilio se había coronado se puede decir que con éxito, aunque con innumerables penalidades. Pero ahora venía lo más difícil, atender a las miles de personas en territorio francés.
El recorrido juntos de Aguirre y Companys venía a ser una metáfora de la situación del momento y de lo que vendría más tarde. Se dice que Companys al llegar a Les Illes llevaba el dinero justo para pagarse una tortilla. No tenían más, ni él ni su Gobierno, despojados por parte del Gobierno de la República de las cantidades de dinero previstos para la evacuación cuando los camiones de la Generalitat que lo transportaban a la frontera pasaron por Figueres.
Red de atención El Gobierno vasco en el exilio desde hacía año y medio tampoco tenía lo suficiente para atender a la gran masa de exiliados, pero sí contaba con una red de refugios y hospitales para atender a los más necesitados. Disponía también de una serie de contactos que podían procurar ayuda a los expatriados que fueron destinados a los campos de concentración. Así, el campo de Argèles-sur-Mer nunca dejó de ser un infierno para sus moradores, pero las conversaciones tenidas por Telesforo Monzón por indicación del lehendakari con las autoridades francesas lograron que se acotara una zona del citado campo donde se pudieron mejorar algo las condiciones de vida. Algo parecido ocurrió en Gurs, donde, además de tener una zona acotada para los internados vascos, el Gobierno de Euskadi pudo aplicar medidas que, poco a poco, sacaron a numerosos vascos para la emigración, a trabajar o los hospitales, además de vestirles y conseguirles algunos medicamentos.
Esto mismo dejó escrito Aguirre en su libro de Gernika a Nueva York, pasando por Berlín.
«… salía el Presidente de Cataluña señor Companys por el monte, camino del exilio. A su lado marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra. También el pueblo catalán emigraba, y también la aviación de Hitler, Mussolini y Franco, asesinaba a mansalva a aquellos peregrinos indefensos. Las tropas de la República se retiraban a la frontera francesa. El abandono más absoluto por parte del mundo acompañaba a la derrota de aquellos adversarios del totalitarismo. Yo miraba con dolor a los fugitivos, porque para nosotros los vascos se había guardado en Francia aquellas normas de pudor que impone la desgracia. Se nos atacó y calumnió por los bien pensantes, pero vivimos en nuestras propias instituciones y fuimos distinguidos con afecto por las autoridades y personalidades de todas las ideas. Pero a aquella inmensa caravana de gente sin patria y sin hogar, le esperaba los campos de concentración como toda hospitalidad».
Hoy se cumple el cuarenta aniversario del fallecimiento de una figura consagrada al ideal de la Patria Vasca y que vivió el nacionalismo de una forma personal y única
Luis de Guezala
Bilbao
Hoy se cumplen cuarenta años del fallecimiento, el 25 de enero de 1974, en Donibane Lohizune, de Elías de Gallastegi Uriarte. Terminó aquel día una vida consagrada al ideal de la Patria Vasca en la que, en palabras de sus familiares, «el nacionalismo fue una forma de ser y una manera de vivir», si bien de una forma personal y única.
Nació en Bilbao prácticamente un año antes del inicio de la actividad pública del nacionalismo vasco, un 20 de julio de 1892. Desde muy joven comenzó a militar en Juventud Vasca de Bilbao y a esta actividad política hay que añadir su aprendizaje del euskera, probablemente en los cursos organizados en el grupo Euskaltzale Bazkuna de esta organización.
Juventud Vasca de Bilbao comenzó a publicar a finales de 1916 el semanario Aberri desde el que se defendieron los postulados más ortodoxos dentro del PNV, renombrado por los moderados como Comunión Nacionalista Vasca. Así, en diciembre de 1917 se publicó un artículo de su director, Jesús de Gaztañaga, autorizado por la Junta Directiva de Juventud Vasca de Bilbao, que se tituló expresivamente En defensa de la pureza doctrinal. ¿Qué es el nacionalismo vasco? Gallastegi colaboró con este periódico normalmente utilizando el pseudónimo de Gudari.
Desde este mismo semanario en diciembre de 1919 volvió a publicarse un editorial, probablemente escrito por Ceferino de Jemein, criticando la dirección moderada de Comunión, que iniciaría un proceso que culminó en la primera gran escisión del nacionalismo vasco. Este año de 1919 Gallastegi fue elegido presidente de Juventud Vasca de Bilbao. En marzo de 1920 resultó elegido además miembro del Bizkai Buru Ba-tzar, en el que actuó como tesorero. Pero, en 1921, una nueva polémica entre Manu Egileor, Ikasle, desde Aberri, con la dirección de Comunión acabó suponiendo la expulsión de la mayoría de las Juventudes Vascas y algunas organizaciones municipales que refundaron el Partido Nacionalista Vasco. Elías de Gallastegi pasó en esta coyuntura a ser uno de los dirigentes del nuevo PNV.
En abril de 1922 se constituyó Emakume Abertzale Batza, siguiendo el modelo irlandés del Cumann namBan, organización femenina sobre la que había impartido ese mismo mes una conferencia en Juventud Vasca de Bilbao el irlandés Ambrose Martin O’Daly. Gallastegi llegó a colaborar con Emakume incluso publicando artículos con los pseudónimos de Usune Irugara y Zuriñe. En 1923 fue elegido también presidente de la Federación de Mendigoizales.
El establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1923 supuso la ilegalización del PNV y el cierre del Aberri por las autoridades españolas. La acción política del nacionalismo vasco tuvo que pasar a la clandestinidad, camuflada en muchos casos en la actividad de organizaciones deportivas o culturales. La despedida de soltero de Gallastegi sirvió también en este difícil contexto de excusa para una reunión, el 3 de mayo de 1925, de medio millar de abertzales, en la que pronunciaron un discurso el novio y su padrino, Luis de Arana. Dos policías intentaron impedirlo, sin conseguirlo por la resistencia de los asistentes.
primer exilio Este hecho acabó suponiendo el primer exilio de Elías de Gallastegi. Tras regresar, pasó a vivir una temporada en Zumarraga hasta que fue encarcelado por una reunión mantenida en Ordizia. Procesado en un consejo de guerra en el que el fiscal pidió una pena de doce años de cárcel, volvió al exilio creando en Iparralde un Comité Pro-Independencia Vasca y reanudando contactos con el nacionalista catalán Maciá.
En 1926 marchó a México con su mujer, Margarita de Miñaur Mujika y su hijo Iker. Su actividad no cesó en esta situación, comenzando a editar allí, a partir de 1928, el periódico Patria Vasca, que puede ser una de las más interesantes publicaciones del nacionalismo vasco de la época y que comenzó saludando: «A todos los pueblos del mundo, grandes y pequeños, blancos y de color, de uno u otro continente, que han sabido despertar a su propia vida y se esfuerzan por redimir a su Patria de la esclavitud». La lectura de los cinco ejemplares de esta publicación mexicana y vasca, cuidadosa y artísticamente editada, tiene como valor añadido que sus páginas vieron la luz en libertad, permitiéndonos conocer mejor el auténtico pensamiento de sus autores. Entre estos cabe citar, junto a Gallastegi, a otros abertzales como Manu Egileor, Ikasle, Imanol de Enbeita, Juan Carlos de Isusi, Manu de la Sota o Ángel de Zabala, Kondaño. Patria vasca, que continuaría con un sexto y último número publicado en Euskadi en 1932 tras el regreso de Gallastegi, supuso, en mi opinión, una de sus más valiosas aportaciones.
Tras el cambio político producido al finalizar la dictadura de Primo de Rivera, Gallastegi fue elegido el 25 de diciembre de 1930 nuevamente presidente de la reconstituida Juventud Vasca de Bilbao sin haber regresado todavía de América, lo que haría el 22 de marzo de 1931.
Tras sufrir una nueva detención el 17 de septiembre de 1932 junto a otros miembros de Juventud Vasca, protagonizó la primera huelga de hambre conocida realizada por presos nacionalistas vascos, siguiendo, como en otras cuestiones, el ejemplo irlandés. Ese mismo día comenzó a publicarse por Bizkaiko Mendigoxale Batza el periódico Jagi-Jagi, dirigido primero por Ángel Agirretxe y posteriormente por Cándido Arregi, del que fue un destacado colaborador. La defensa que desde este medio Gallastegi hizo de los principios del nacionalismo vasco sin concesiones a la coyuntura política de la II República acabó apartándole del PNV, que abandonó en 1934.
Durante la Guerra Civil, Elías de Gallastegi mantuvo una posición muy minoritaria dentro del nacionalismo vasco que con base a razonamientos teóricos defendió una neutralidad en el conflicto, a mi entender imposible, por considerarlo ajeno a los vascos. Ni siquiera la gran mayoría de mendigoxales conocidos como jagi-jagis coincidieron con esta opinión, constituyendo dos batallones de gudaris con los significativos nombres de Lenago Il y Zergaitik ez?
Elías de Gallastegi acabó retirándose de la vida política y refugiándose en Irlanda. Allí se mantuvo apartado de todos, incluso de Luis de Arana, uno de los pocos que defendía como él la neutralidad en el conflicto. Tras el final de la II Guerra Mundial, se trasladó a Donibane Lohizune, donde falleció sin poder conocer el final de la larguísima dictadura franquista.
una interpretación interesada Tanto la figura de Elías de Gallastegi, como el Jagi-Jagi del que formó parte o la propia ANV, han padecido una interpretación interesada y manipuladora desde ciertos sectores de la Izquierda Abertzale que han querido encontrar en ellos sus antecedentes políticos, desdibujándolos y magnificándolos por ello. Sobre todo porque no quieren reconocer que su principal antecedente fue, en realidad, el propio Partido Nacionalista Vasco.
Esto ha supuesto, en muchas ocasiones, para el caso de Elías de Gallastegi un desenfoque total para la comprensión de su figura, que poco tiene que ver con el hombre real. Un hombre que no tuvo que ser marxista, revolucionario o partidario de la violencia, como no lo fue, para resultar de gran interés histórico.
Iñaki Errasti publicó en Muga, en marzo de 1993, un imprescindible artículo para denunciar y desmontar el enorme cúmulo de falsedades y medias verdades escritas sobre Elías de Gallastegi. Es, posiblemente, el autor que mejor ha analizado, comprendido y explicado a este abertzale, libre de los condicionantes e intereses políticos mencionados. Rescatando, además, frases suyas difíciles de encontrar en los escritos de quienes durante décadas se han distinguido por la utilización o la defensa de la utilización de la violencia. Como aquella en la que dijo: «El triunfo del ideal habrá de asegurarlo por medios pacíficos, como la desobediencia civil», en clara consecuencia de su condición de humanista cristiano y de su admiración por Ghandi.
Afortunadamente para Elías de Gallastegi, y para honra de los propios nacionalistas vascos, su disidencia fue mejor tolerada y comprendida por sus antiguos compañeros de partido de lo que lo hubiera sido por una organización, pongamos por ejemplo, marxista o violenta. Lo que algunos han querido interpretar como «injusto olvido» ha podido ser más un «piadoso silencio», sobre una persona muy querida que en una muy difícil situación como fue la de la Guerra Civil acabó abandonando el país. El comprensivo tratamiento que recibió tras su marcha no fue algo excepcional sino bastante general hacia quienes no podían, por las razones que fueran, continuar en la lucha política, y dice mucho en favor de aquella generación de abertzales que tuvieron un gran corazón no solo para amar a la Patria sino también para poder perdonar.
Aunque Gudari, irónicamente, desapareció al finalizar la Guerra Civil, exiliándose en una Irlanda que una vez había sido referente para el nacionalismo vasco y en 1937 era favorable a los sublevados, el hombre vivió hasta la fecha de 1974 que ahora recordamos, alejado ya definitivamente, media vida, de la actividad política. Pero siempre nos quedará el recuerdo de su labor patriótica, que algún día, libre de interpretaciones interesadas, podrá ser bien conocida y comprendida. Sea por ella, para Elías de Gallastegi Gudari, en el cuarenta aniversario de su fallecimiento, nuestra gratitud y nuestro recuerdo.
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