Historia de los vascos. San Michel Garikoitz, un santo de Iparralde

El 14 de mayo se cumplieron 150 años del fallecimiento de este religioso natural de Ibarre (Behe-Nafarroa), fundador de la orden de los Padres betharramitas

Por Beñat Oyhénart

Única foto que se conserva de él

Bétharram. IBARRE, en Behe-Nafarroa, está formado por varias casas alrededor de una pequeña iglesia. Otras viviendas, aisladas, cuelgan de la pendiente de la montaña; entre ellas, Garakotxea, (la casa en lo alto), da su nombre a los Garicoits. La propiedad no tiene más que tres hectáreas de tierra rocosa, en pendiente, en una esquina del bosque.

En 1796, Arnaud Garikoitz y Gratianne Etcheberry, ambos de Ibarre, se casan; es el tiempo de la Revolución Francesa: nada de celebraciones religiosas en el pueblo. Van al sur de los Pirineos y reciben la bendición de un sacerdote católico.

Michel nace el 15 de abril de 1797. Seis meses después es bautizado a escondidas. ¡El niño no es un santo! Con cuatro años le lanza una piedra a una mujer porque creía que le había hecho daño a su madre. Con cinco años le roba unas agujas a un vendedor ambulante. Pero su madre le vigila: «Sin ella, yo me habría convertido en un malvado», diría él. Una tarde de invierno, frente al fuego, ella le enseña: «Hijo mío, ¡Dios echa a los niños con pecado mortal a un fuego terrible!» La lección refleja el rigor jansenista de la época.

En Ibarre, Michel va a la escuela. Dotado, estudioso, ya agotaba la sabiduría del profesor. No abandona los libros ni la idea de estudiar para ser sacerdote. Cuando habla de ello, su madre le dice: «Nosotros somos muy pobres», y su padre: «Si eres razonable; deja ese sueño a un lado, tenemos que vivir del fruto de nuestro trabajo».

Ganar unos pocos escudos se convierte en necesidad. En 1809, con 12 años, entra como criado en Oneix, a 25 kilómetros de Ibarre. La señora de la casa le dice: «¿Has hecho la Primera Comunión?» El jansenismo de su madre se lo había impedido en Ibarre; el cura de Garris, del que depende Oneix, no se apresura. El fervor del joven pastor es visible. En éxtasis descubre a Dios fundido en caridad. Esta visión le marca para siempre. El 9 de junio de 1811 hace la Primera Comunión en Garris.

«QUIERO SER SACERDOTE» Michel vuelve a Ibarre. Pero no por mucho tiempo. Sin descanso, les insiste a sus padres: «Yo quiero ser sacerdote». Su abuela por parte de madre, y madrina suya, suplica: «Michel está dotado para los estudios; hay escuelas gratuitas; el cura de Saint-Palais puede ayudarnos».

Michel debe trabajar para poder estudiar: en casa del cura de Saint-Palais, para el secretario del obispo en Baiona… Con 19 años, en Aire-sur-Adour, con una beca, se consagra a los estudios. Entre 1819 y 1821 está en el seminario de Dax. Termina sus estudios de Teología en Larressore siendo ya profesor. Por fin, se ordena sacerdote el 20 de diciembre de 1823.

En Cambo, es vicario de un cura medio paralítico durante casi dos años. Su entrega es absoluta: «santo padre» le llamaban ya entonces. Con los jóvenes parroquianos a los que él mismo anima, descubre la devoción al Sagrado Corazón. A finales de 1825 deja el País Vasco: el obispo le envía a la otra punta de la diócesis, en el extremo del Bearn, a Bétharram.

Allí, ayuda a un sacerdote anciano a dirigir el gran seminario; después, él le sucede. Pero el obispo manda a los seminaristas a Baiona. En 1833, Michel se queda solo en el santuario mariano. Habla poco la lengua local. ¿Qué futuro le espera? Desde su llegada a Bearn, va a Igon, a 4 kilómetros, a visitar a las Hijas de la Cruz. Allí se encuentran dos religiosas vascas, las dos jóvenes de Cambo que le iniciaron en la devoción al Sagrado Corazón. Sorprendido de verlas tan contentas, a pesar de la pobreza del convento, descubre a su fundadora, Jeanne-Elisabeth Bichier des Âges, y la vida religiosa.

Una congregación El ejemplo de esta comunidad religiosa y su preocupación de ver sacerdotes devotos, obedientes al obispo, le inspiran la idea de la creación de una congregación. Las Hijas de la Cruz le animan. Un retrato ignaciano en Toulouse y el consejo de su antiguo obispo le abren el camino. A los pies del altar de Nuestra Señora de Bétharram, en lo más profundo de sí mismo, se ve confirmado en su destino, animado a llevarlo a cabo.

En 1835, el obispo de Baiona autoriza a los sacerdotes a unirse a él. Así nace una nueva congregación. En 1838 se produce un cambio de obispo: Monseñor Lacroix ve con buenos ojos una sociedad de sacerdotes pero dependiente solo de él, mientras que Michel Garikoitz piensa en una verdadera congregación, capaz de elegir a su superior. Cuando el primero quiere sacerdotes auxiliares, el otro desea auxiliares del Sagrado Corazón: finalmente, se establece la Sociedad de sacerdotes auxiliares del Sagrado Corazón. Como el obispo permanece en el puesto cuarenta años, la ambigüedad se mantiene hasta la muerte de Michel Garikoitz.

Siguiendo un modo de vida que recuerde a Ignacio de Loyola y a la Compañía de Jesús, Garikoitz empuja a los suyos a contemplar al Dios que nos ama a través de Jesús, el Verbo hecho carne que se rebaja hasta morir en la cruz para salvarnos; Jesús que nos atrae hacia el amor divino; Jesús el modelo que nos enseña cómo amar; Jesús el medio que nos permite alcanzar el amor de Dios. Viendo este espectáculo, Sigue leyendo Historia de los vascos. San Michel Garikoitz, un santo de Iparralde

Historia de los vascos: Horacio Echevarrieta: un empresario vasco en el rearme de Alemania

El magnate bilbaino se embarcó en el proyecto de fabricar el submarino E-1 de la mano de la República de Weimar, que quería superar el Tratado de Versalles.

Por Patxi Lázaro. Bilbao.

El empresario vasco, a la izquierda, chalra con ALfonso XIII

MEDIANTE el Tratado de Versalles las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) impusieron a la derrotada Alemania condiciones que en la práctica implicaban una completa renuncia a su defensa nacional: recortes territoriales, cesión de colonias, una tropa de tan solo 100.000 hombres para funciones de policía y finalmente la prohibición de construir tanques, aeroplanos, submarinos y barcos de guerra de gran tonelaje. Raro es el país que se conforma con este estado de cosas, disponiendo de medios y recursos para evitarlo. Es un hecho comprobado que el rearme de Alemania no comenzó con Hitler, sino mucho antes, apenas firmado el armisticio y bajo la dirección de los gobiernos progresistas de la República de Weimar. Esta tarea se llevó a cabo en tres etapas. En primer lugar se establecieron relaciones diplomáticas y comerciales con países excluidos de la comunidad internacional -como la naciente Unión Soviética- o aquellos otros que habían permanecido neutrales durante la Gran Guerra -España- para construir y ensayar en secreto prototipos de armas avanzadas cuya producción prohibía el Tratado de Versalles. En una segunda fase, ya en la época nacionalsocialista, se emprende la fabricación en serie de grandes cantidades de material de guerra, con letras de cambio emitidas por la sociedad tapadera con sede en Berlín Metallforschungsgesellschaft (MeFo) y diversas maniobras de ingeniería financiera. Finalmente, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, dejados a un lado todos los disimulos ante los inspectores de la Sociedad de Naciones, el mundo pudo contemplar el retorno al escenario geopolítico de una Alemania rearmada y en son de guerra.

Astilleros de Cádiz

A comienzos de la década de 1920 la red clandestina habilitada por el gobierno alemán para organizar el rearme extiende sus tentáculos hacia el sur de Europa y establece contacto con un industrial llamado Horacio Echevarrieta. En 1917 este empresario vasco, que ya mantenía cierta relación con Alemania a través de los grupos Krupp y Blohm & Voss, había adquirido Astilleros de Cádiz para explotar el auge naval que inevitablemente seguiría al cese de las hostilidades. La recuperación tuvo lugar antes de lo previsto, y a partir de 1922 sobrevino un estancamiento en el sector naval. Sigue leyendo Historia de los vascos: Horacio Echevarrieta: un empresario vasco en el rearme de Alemania

Landaburu, la cara visible del nacionalismo vasco en Europa

Se cumple medio siglo de la muerte de quien fuera representante del Gobierno de Aguirre en los foros internacionales e impulsor de la democracia cristiana

Recepción con motivo de la conmemoración del Aberri Eguna de 1945 en París. De izquierda a derecha, José Antonio Durañona, Francisco Javier Landaburu, el lehendakari José Antonio Aguirre, Agustín Alberro y Jesús María de Leizaola. Otras personas que aparecen son Antolín Alberdi, Albert Prieur, que fue director de ‘Euzko Deya’; Gregorio Errazti, Izurieta, Jauregi y Legaza. (Sabino Arana Fundazioa)

Leyre Arrieta Alberdi

Mutriku

Francisco Javier Landaburu Fernández de Betoño (Vitoria-Gasteiz, 5-V-1907; París, 6-V-1963) fue -y sigue siendo- uno de los políticos más importantes de la historia del nacionalismo vasco. Junto a José Antonio Aguirre, Manuel Irujo, Jesús María Leizaola y José María Lasarte, conformó una nueva generación de líderes que, a partir de la década de 1930, dotó al PNV de un tono más moderno que encaminó a este partido hacia la senda de la democracia cristiana. Esta nueva hornada de políticos de tinte pragmático y posibilista sustentó el Gobierno vasco en el exilio. Dos rasgos caracterizaban a todos ellos: una fuerte apuesta por Europa y la defensa del federalismo. Landaburu es el exponente más claro de esa apuesta y de la política seguida por el ejecutivo vasco desde París.

Europeísta

El joven Landaburu estudió en el colegio de los Marianistas de Vitoria-Gasteiz y se licenció en Derecho en la Universidad de Valladolid. Desde bien pronto, compatibilizó sus estudios con su afición al periodismo. Publicó artículos y colaboraciones literarias en periódicos locales como El Heraldo Alavés. Sus trabajos versaban principalmente sobre su ciudad y las costumbres culturales de su tierra. Más tarde, dirigió el diario donostiarra El Día. Participó también en agrupaciones impulsoras del euskera y organizaciones procultura vasca como Eusko Ikaskuntza. En su faceta de abogado, fue letrado asesor de la Cámara de Comercio e Industria de Álava.

Delegación del PNV en el Vaticano en 1936. De izquierda a derecha, de pie: José Antonio Aguirre, Robles Aranguiz, Basterretxea, Doroteo Ziaurritz, Heliodoro de la Torre, EizAguirre y Careaga. Sentados: Manuel de Irujo, Eguibar, Etxebarrieta y Xabier de Landaburu.

Para comienzos de la década de los treinta militaba ya en el PNV. En 1931 entró en representación de este partido en la Comisión Gestora de la Diputación de Álava que debatió diversos proyectos de autonomía y, entre 1931 y 1932, fue miembro del Euzkadi Buru Batzar (EBB). En 1933 fue elegido diputado a Cortes por Álava, cargo que ostentó hasta enero de 1936. Iniciada la guerra civil, fue detenido en dos ocasiones. Después de permanecer oculto prácticamente un año, logró escapar y cruzó la frontera con el apoyo de la denominada Red Álava. Se instaló en Donibane-Lohizune pero pronto fue requerido por el lehendakari Aguirre para representar al Gobierno vasco en foros internacionales, sobre todo europeos. Desde ese momento se convirtió en la mano derecha del lehendakari. En diciembre de 1938 participó activamente en la constitución de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAV). Paulatinamente, el sentimiento proeuropeo fue creciendo en el alavés. Durante esos años finales de la década de los treinta escribió el texto titulado Euzkadi ante la nueva Europa.

En junio de 1940, ante el avance alemán y la ocupación de París, siguiendo instrucciones del PNV, él y su familia se marcharon a La Rochelle. Allí participó en la Resistencia Vasca. Tras la liberación de la capital francesa en 1944, el Gobierno vasco volvió a instalarse en el número 11 de la Avenue Marceau, donde había estado Sigue leyendo Landaburu, la cara visible del nacionalismo vasco en Europa

Luis de Álava, un resistente vasco víctima de la venganza

Se cumplen setenta años del fusilamiento de este abertzale, dirigente de la red creada para ayudar a los presos y facilitar la huida de los perseguidos

IÑAKI ANASAGASTI Bilbao

NO soy asiduo lector de esquelas, aunque de vez en cuando, al pasar las hojas, alguna salta a la vista. Eso me ocurrió el martes 1 de noviembre de 2005 cuando en DEIA, en la parte superior izquierda, se anunciaba el fallecimiento de doña María Álava Sautu, viuda de don Alberto Cortadi. Decía que había fallecido en Murgia, el 31 de octubre, a los 103 años de edad. La esquela estaba publicada en euskera y en castellano.

El apellido me saltó a la memoria porque coincidían con el patriota nacionalista alavés del PNV fusilado por Franco en 1943, Luis de Álava Sautu. Fíjense en la fecha: 1943, cuando la guerra había terminado en 1939 en España y en Euzkadi, en 1937. La venganza franquista fue fría e inexorable seis años después.

La historia de Luis de Álava Sautu, uno de los grandes olvidados de nuestro reciente pasado es hermosa por su entrega, aunque trágica por su final y merece ser conocida. En Inglaterra la honraría todo el mundo y habría actos en su homenaje. En este país de amnesia colectiva no se le ha hecho justicia, aunque este año una nueva generación va a volver a encender la llama de aquel recuerdo para que figuras como las de Álava sean un referente de patriotismo y hombría de bien. De ahí que recomiendo el libro del doctor Iñaki Barriola, 19 condenados a muerte, donde narra una vivencia ejemplar por su consecuencia, y donde el propio doctor Barriola, fue también protagonista de la misma ya que era miembro de dicha red de información, y sufrió las consecuencias de la represión.

La fecha trágica fue la mañana del día 6 de mayo de 1943 cuando fue fusilado en Madrid don Luis de Álava, presidente de la Junta Municipal del Partido Nacionalista Vasco en Gasteiz. Me gusta recordar este dato.

Luis de Álava había sido condenado a muerte bajo la acusación de actividades de resistencia antifranquista. Su proceso fue el de un grupo numeroso de patriotas detenidos a fines del año 1940 y en el que llegaron a pronunciarse diecinueve condenas a la última pena, de las que todas menos la de Álava fueron después anuladas por el Tribunal Supremo Militar.

La condena de Luis de Álava suscitó la intervención de numerosas personalidades, corporaciones oficiales y representaciones diplomáticas de países extranjeros que hicieron todo lo posible por Sigue leyendo Luis de Álava, un resistente vasco víctima de la venganza

La economía de los municipios vascos quedó marcada por la presidencia del general guipuzcoano Francisco Lersundi

La economía de los municipios vascos quedó marcada por la presidencia del gobierno en 1853 del general guipuzcoano Francisco Lersundi, que tuvo como ministro de la Gobernación al alavés Pedro de Egaña

EL hacendista norteamericano Louis Eisenstein, hace más de 50 años, escribió que nada relacionado con el ser humano y los impuestos puede ser aburrido. Aunque esta afirmación puede causar un cierto asombro y por supuesto escepticismo, en realidad tenemos acontecimientos del pasado, relacionados con el ser humano y los dineros, que no solo no son aburridos sino realmente curiosos, e incluso, llegado el caso, hasta divertidos.

Fijémonos en el año 1853. ¿Qué pasó hace 160 años tan interesante que alcanza en su relevancia hasta hoy? Sin duda, y en relación con los impuestos -o alrededor de ellos- ocurrió una circunstancia casual -o conjunción planetaria si se quiere- que ha determinado aspectos muy importantes de la administración pública en el País Vasco hasta hoy en día.

El 14 de abril de 1853 tomó posesión en Madrid como presidente del Gobierno un militar de origen guipuzcoano, el general Francisco Lersundi Ormaechea (1817-1874). Nacido en 1817 en aguas de La Coruña cuando su padre, el brigadier Benito Lersundi, y su esposa Josefa Ormaechea viajaban hacia su destino a Valencia, se alistó en el ejército al comenzar la Primera Guerra Carlista, aunque su vocación inicial fue la abogacía. En el ejército hizo méritos de armas y méritos palaciegos, con su buena relación con Isabel II, suficientes como para ocupar la presidencia del Gobierno, y otros importantes que alcanzó después, como la Capitanía General de Cuba. Era, a pesar de sus escasos 40 años, el hombre de la situación. También nos interesa otro personaje en el Gobierno de Lersundi, como fue Pedro de Egaña (1803-1885), alavés en este caso, prestigioso abogado y profundo conocedor y defensor de los fueros, que era ni más ni menos ministro de la Gobernación en el fugaz Gobierno de Lersundi (que sólo duró cinco meses, entre abril y septiembre de 1853).

gobernadores civiles En el centralizado sistema político español al Ministerio Sigue leyendo La economía de los municipios vascos quedó marcada por la presidencia del general guipuzcoano Francisco Lersundi