Un choque de tranvías en México acabó con la vida de Aurelio Arteta y truncó lo que pudo ser una nueva etapa artística
Un reportaje de Javier González de Durana Isusi
EL pasado día 10 se cumplieron 76 años del fallecimiento del pintor bilbaino Aurelio Arteta en la ciudad de México como consecuencia de un choque de tranvías, en uno de los cuales viajaba con su mujer para disfrutar de un soleado domingo en Xochimilco, el precioso pueblo situado al sur de la capital federal que aún hoy conserva lagunas y canales supervivientes de la antigua masa de agua que rodeaba la Tenochtitlan azteca.
Pasó la noche anterior llorando por la muerte de su amigo Julián Zugazagoitia, periodista y político socialista, mandado fusilar por Franco tras ser detenido en Francia por la Gestapo y entregado a la policía española. Por tanto, el viaje a Xochimilco, con sus vistosos mercados de flores y coloristas embarcaciones, buscaba paliar el dolor causado por esta noticia. Hubo otro motivo para coger el tranvía hacia el pintoresco lugar: quería comprar allí un terreno al que retirarse de vez en cuando, lejos del ajetreo urbano.
Todo ello (el descanso, el consuelo y el terreno idílico) se frustró cuando el tranvía en que viajaba se empotró contra otro estacionado en una parada a mitad de camino. El conductor no vio el vehículo detenido o le fallaron los frenos o iba distraído… El caso es que falleció el viajero Arteta, que iba a su lado, en la zona delantera del vagón que no frenó. El encontronazo entre ambos vehículos fue brutal. Un hierro golpeó la cabeza del pintor, abriéndole el cráneo, y otro hierro le atravesó el estómago con salida de masa intestinal. La agonía duró tres horas. La prensa publicó al día siguiente la fotografía de su cabeza, en la que se observa la brecha profunda y un rictus de dolor en la boca.
Arteta y su familia fueron favorecidos por la generosidad del México presidido por Lázaro Cárdenas. Miles de exiliados encontraron la posibilidad de rehacer allí sus vidas al sentir que su regreso a la normalidad anterior a la guerra civil era imposible con Franco. No es que el pintor sospechara que podía ser acusado de delitos políticos por los militares gobernantes, pues éstos no los hubieran encontrado, salvo que ser demócrata, sin carnet de partido político alguno, fuera considerada actitud delictiva. Sin embargo, temió por la vida de sus dos hijos y ellos fueron el motivo de su marcha a México. Ambos lucharon en el frente republicano. Su hijastro Andrés, que estaba haciendo el servicio militar en el norte de África el 18 de julio, fue obligado a pasar a la península con el ejército insurrecto pero una vez en Málaga desertó para integrarse en las tropas leales a la República. Es decir, un traidor a los ojos franquistas. El otro hijo, Aurelio, trabajó como intermediario en comunicaciones para el Servicio de Inteligencia Militar. O sea, un espía. Un traidor y un espía. Evidentemente, Arteta no podía regresar con ellos a Bilbao o a Madrid sin que sus vidas corrieran grave riesgo. Carentes de documentación en Francia, donde su padre vivía refugiado desde marzo de 1938 con el amparo del Gobierno vasco, si no querían ser detenidos por la policía del Gobierno de Vichy y correr el riesgo de ser entregados a este lado de la frontera, a los muchachos no les quedaba otra opción que alistarse a la Legión Extranjera en vísperas de una conflagración mundial. La única alternativa razonable era escapar lo más lejos posible.
La epopeya del exilio vivido por los defensores de la legitimidad republicana que temieron por sus vidas o por las de sus seres queridos se encuentra ya bien estudiada, en términos generales. Los archivos y la documentación están abiertos y disponibles desde hace algunas décadas, de manera que tras la omertá franquista se ha podido conocer la magnitud de aquella tragedia. Se encuentran pendientes de abordar las odiseas personales de algunos de aquellos individuos obligados a dejar atrás una parte importante de sus vidas para intentar dar comienzo a una existencia nueva en lugares inesperados para ellos.
Reinvención en el exilio Como es obvio, no todas las personas exiliadas pasaron por vicisitudes dignas de ser conocidas, aunque todas sufrieron injustamente, pero algunas sí reclaman ser examinadas por la fuerza poderosa de su personalidad. Y más si, como en el caso del pintor vasco, ese exilio hasta ahora desconocido estuvo caracterizado por una prodigiosa reinvención de sí mismo que, por desgracia, no pudo culminar. Diecisiete meses vividos en México no le dieron tiempo para mucho aunque, de los numerosos artistas en la misma situación que él, fue quien en ese breve periodo de tiempo se situó y adaptó mejor profesionalmente al nuevo contexto. La dificultad para abordar estas historias personales es que los protagonistas ya no están, sus hijos y conocidos, a veces, tampoco, y las huellas documentales dejadas suelen ser escasas y frágiles.
Arteta embarcó en el puerto francés de Sète a bordo del buque Sinaia, junto con su mujer y sus hijos, el 25 de mayo de 1939, después de pasar varios días tirados sobre las arenas del campo de concentración de Le Bercarés, llegando a Veracruz el 13 de junio. Si un fotógrafo anónimo tomó la imagen de su cabeza rota año y medio después, en aquel momento fueron los servicios mexicanos de inmigración los que fotografiaron su cabeza, de frente y de perfil.
A los pocos días la familia Arteta se encontraba alojada en la acogedora casa de Francisco Belaustegigoitia, delegado del Gobierno vasco en México, quien no conocía personalmente al pintor pero sí su prestigio y obra. En su casa vivieron durante dos semanas hasta encontrar un domicilio propio. Las dos personas clave durante los meses mexicanos de Arteta fueron Paco Belaustegigoitia e Indalecio Prieto, un nacionalista y un socialista. El primero no sólo lo acogió, sino que lo introdujo entre sus amigos empresarios asentados allí. De estos contactos derivaron encargos para ejecutar retratos de Ángel Urraza, fundador de la Compañía Hulera Euzkadi dedicada a la fabricación de llantas y cámaras para ruedas de automóvil; de Nicolás Arbide, creador de una empresa de fabricación de pavimentos y tubos de hormigón para canalizaciones que abasteció a todo el país, y de los hermanos Valentín y Nicolás Arsuaga, creadores de una empresa de alimentación que años después desembocaría en el grupo Gigante. Además, Belaustegigoitia consiguió que el Centro Vasco le encargara una pintura mural, de la que sólo pudo elaborar el boceto, y le puso en contacto con otros empresarios allí instalados, como Carlos Prieto, impulsor de la Siderúrgica de Monterrey, para quien pintó un delicioso retrato de su mujer e hijos pequeños.
Aparte de los retratos -trabajos alimenticios que resolvía con eficacia-, durante sus primeros meses Arteta ejecutó visiones vascas pintadas con el pincel de la nostalgia. Escenas de neskas y arrantzales como si estuviera en Bermeo, de layadores como si se encontrara en las laderas del Sollube o de romerías como si las viera en Orozko. Muchas de estas pinturas fueron adquiridas por miembros de la comunidad vasca local.
Su otro valedor, Indalecio Prieto, le puso en relación con la personalidad institucional más importante del momento, el presidente de la República, Lázaro Cárdenas, de cuya esposa, Amalia Solórzano, realizó un elaborado y espectacular retrato. La satisfacción con que resolvió este encargo le iba a abrir todas las puertas de la sociedad mexicana deseosa de verse retratada por él o poseedora de alguna de sus piezas. Por desgracia, a los pocos días de entregar la pintura, Cárdenas dejó el cargo presidencial y Arteta encontraba la muerte.
Arte para el pueblo Da que pensar, con tristeza, lo mucho que Arteta a los 61 años aún hubiera podido conseguir en ese país de muralistas, ¡él que siempre se consideró un pintor muralista! Le separaba de los colegas mexicanos la ideología radical, de raíz anarquista o comunista-estalinista, pero le acercaba a ellos el deseo de plasmar imágenes que hablaran desde el muro al pueblo con una estética comprensible. Poco días antes de su muerte se inauguró y pudo conocer la obra de David Alfaro Siqueiros, Retrato de la burguesía, plasmada en los muros del Sindicato Mexicano de Electricistas. El ataque ideológico es brutal y esto no debió de gustar a Arteta, hombre moderado en formas y delicado en gustos, pero es seguro que le interesó la utilización de modernas técnicas pictóricas, como el aerógrafo y la pintura Duco, esto es, tecnología del siglo XX aplicada a relatos del siglo XX. Poco a poco Arteta fue dejando a un lado las imágenes relacionadas con su país natal, el indigenismo vasco que practicó con acierto y ternura, para dar paso a un indigenismo mexicano al que la realidad circundante le empujaba y obligaba. Apenas una docena de piezas dan testimonio de este tan interesante como breve recorrido.
Volviendo a la causa de su fallecimiento. Arteta utilizó el nombre del museógrafo mexicano Fernando Gamboa, quien se lo ofreció como avalista para que entrara en el país. A Gamboa lo había conocido en Valencia en 1937 con motivo del Segundo Congreso de Escritores Revolucionarios, al que éste asistió en representación de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) mexicana, junto con Octavio Paz, Elena Garro, José Revueltas, Juan de la Cavada y otros creadores del país americano. Pues bien, el conductor del tranvía que provocó el accidente, aquel a cuyo lado estaba situado Arteta, formó parte del Comité de Redacción de la revista Frente a frente, órgano portavoz de la LEAR, un comité en el que también estaba Fernando Gamboa y algunos otros que visitaron Valencia.
La pregunta surge inevitable: ¿estaba Arteta al lado del conductor porque lo conocía de alguna reunión previa entre obreros e intelectuales que a la LEAR gustaba convocar? Una de las personas heridas en el accidente era Eli de Gortari, una descendiente de vascos cuyo hijo también estaba vinculado a la Liga, una organización que en todo el país no contaba con más de 200 afiliados. ¿Casualidad? Es difícil de creer. ¿Murió Arteta por estar en el lugar más perjudicial del tranvía durante el accidente porque conocía al conductor? Éste, llamado Salvador Aviña Vera, fue inmediatamente detenido por la policía acusado de manejo negligente del vehículo. Tres días antes, Aviña había sido desahuciado de su casa por impago continuado de la renta. Era un hombre con inquietudes políticas y culturales que atravesaba una difícil situación personal. No podemos evitar preguntarnos cuál hubiera sido el destino de Arteta en México si el infortunio no se hubiera cruzado en su excursión a Xochimilco un soleado domingo de noviembre.