Einstein y los vascos

Un libro desvela que el Premio Nobel de Física alemán, que huyó del nazismo en 1933, fue garante de niños exiliados durante la guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

EL físico más famoso del siglo XX, Albert Einstein (1879-1955), tuvo constancia de un episodio político relacionado con Euskadi e, incluso, dio protección a una parte de su comunidad: la más desprotegida cuando los Derechos Fundamentales saltaron por los aires por la acción del fascismo.

El científico alemán, según desvela un libro estadounidense, auxilió a víctimas que huían del totalitarismo de Hitler, Mussolini o Franco, entre ellas los niños y niñas exiliados desde Euskadi a otros países durante la Guerra Civil española. De algún modo, el humanista nacido en Ulm extrapolaba su huida ante la amenaza del nazismo en la de aquellos menores que partieron de puertos como el de Santurtzi con destino a países entonces en paz entonces como Gran Bretaña, Francia, URSS o Bélgica. Otra referencia bibliográfica, en este caso obra de Thomas F. Glick, asegura que el alemán universal pudo visitar Bilbao en febrero de 1923, después de que la Junta de Cultura le invitara a villa capitalina aprovechando un viaje de una semana que llevó a cabo por Barcelona, Zaragoza y Madrid.

La publicación titulada The Einstein file (El expediente Einstein) mantiene en inglés el enunciado siguiente: “Einstein prestó servicios en un comité de ayuda a refugiados centrado en niños refugiados vascos”. El autor del libro es el veterano periodista estadounidense Fred Jerom, quien bosqueja al padre de la física moderna como pacifista, socialista y ferviente crítico del racismo.

El editor del ensayo valora que desde que Einstein arribó a EE.UU. en 1933 huyendo del auge del nazismo, el FBI se dedicó a recopilar información sobre su persona para desacreditarlo y destruir su reputación. De hecho, la obsesión era tal que le siguieron investigando después de su muerte.

El expediente que lleva su nombre registra más de 1.400 páginas, todas ellas intentos de confirmar que el premio Nobel de Física de 1921 suponía un “riesgo” para la seguridad de Estados Unidos. Fue el caso del excéntrico director del FBI J. Edgar Hoover, quien estaba ofuscado con el perfil de aquel judío que siempre se presentó como agnóstico.

Hoover (1895-1972) fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación en 1924. Siempre según la versión de Fred Jerome, Hoover casi se dejó la vida -murió de un infarto en plena era del presidente Richard Nixon- tratando de destapar que Albert Einstein, nacionalizado estadounidense, era un hombre “extensamente asociado a centenares de grupos pro-comunistas”, así como un garante de auxilio “a los refugiados españoles” o “a un grupo de niños vascos, y al Comité de escritores exiliados”, tal como se desprende de The Einstein file.

El capo del FBI investigó, entre otros, a las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil española, de forma más concreta a la Brigada Abraham Lincoln, organizada en el país norteamericano, “por la ideología comunista de sus integrantes”. A juicio de J. Edgar Hoover, Einstein también abrazaba este dogma, al igual que otros perfiles famosos que investigó, es el caso del actor y director de cine Charles Chaplin o la actriz Marilyn Monroe, esta última por su matrimonio con el “comunista” Arthur Miller y por sus relaciones con los Kennedy, eternos rivales del jefe de los espías. Aunque nunca lo pudo demostrar, el director del servicio de inteligencia yanqui comenzó a investigar al científico antes de que este cruzara el charco y lograra una nueva nacionalidad.

De visita en España Albert Einstein visitó durante una semana Barcelona, Zaragoza y Madrid en 1923, lo que pudo suponer un primer contacto con la realidad política del Estado bajo el mandato de Alfonso XIII, monarca que le recibió. El libro Einstein y los españoles: ciencia y sociedad en la España de entreguerras, escrito por el también estadounidense Thomas F. Glick, asegura que el premio Nobel se marchó de Zaragoza, “no por Barcelona, sino por Bilbao”.

Agrega que el 27 de febrero la Junta de Cultura vasca le dirigió una invitación, un hecho al que contribuyen diversos artículos publicados en la prensa de Euskadi. Eugenio Fojo sugirió incluso que el Ateneo de Bilbao organizara una serie de conferencias sobre la relatividad “por el gran número de hombres de ciencia que hay en Bizkaia y por contar con una Escuela de Ingenieros Industriales”. Thomas F. Glick (Cleveland, 1939), profesor de historia medieval de la Universidad de Boston e hispanista, también escribió en 2014 otro ensayo titulado Einstein in Spain: Relativity and the Recovery of Science.

El asesinato ilegal y ‘legal’ ante el pelotón

Hegoalde sufrió más de 6.800 casos de fusilamientos durante la Guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

el Departamento de Justicia del Gobierno vasco contabiliza 2.352 personas fusiladas por los golpistas militares de julio de 1936 y sus acólitos en Bizkaia, Gipuzkoa y Araba durante la Guerra civil, es decir, ochenta años atrás. La Asociación de familiares de Fusilados de Navarra (Affna-36), por su parte, agrega al mapa de Hegoalde la cifra de 3.452 fusilados, de los cuales solo 232 son fusilamientos legales tras juicio sumarísimo.

Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti
Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti

 

Consultados al respecto, los investigadores históricos y autores del blog Crónicas a pie de fosa, Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita valoran que hay un dato “interesante” al respecto. “En Euskadi hay 8.650 personas desaparecidas, de las cuales se sabe con seguridad que 2.352 que fueron fusiladas legalmente, es decir, tras un juicio. Pero hay que tener en cuenta que de esas 8.650 desaparecidas, habrá también otras personas que fueron fusiladas, bien tras caer prisioneras en combate o por represalias tras las líneas enemigas”, analizan.

Estos investigadores comprometidos con la memoria histórica estiman que en Bizkaia y Gipuzkoa no hubo “paseos” tal y como se conocen, es decir, “de grupos paramilitares haciendo desaparecer gente”. Según agregan, solo en Araba y Nafarroa este tipo de fusilamiento se dio “por ser provincias afectas al bando sublevado y no estar en frente de guerra. La limpieza política se hace fuera de la zona de guerra, en áreas seguras y controladas por ellos”. Siempre bajo el juicio de Domínguez y Arroita, los fusilamientos son asesinatos ejecutados por un grupo de personas a un mismo tiempo y que entre ellos hay por lo menos un mando encargado de dar las órdenes, ya sea civil paramilitar o militar según el caso.

Estos estudiosos de Ortuella valoran que durante la Guerra Civil española se dieron cuatro formas de fusilamiento: “sacas”, “paseos” o “paseíllos”, los judiciales y los de “a pie de trinchera”.

Las “sacas” se producían en establecimientos de reclusión, cárceles, calabozos o cuarteles que acababan tras un traslado en sitios inhóspitos y alejados para realizar los asesinatos. “Los paseíllos -valora Domínguez- eran una búsqueda determinada de personas sacadas de sus casas a altas horas de la noche y que culminaban con el asesinato del secuestrado forzoso bajo órdenes siniestras de alguna persona encargada de las ejecuciones extrajudiciales o por grupos de incontrolados sedientos de sangre”.

A estos dos primeros casos, se sumaba el de los fusilamientos judiciales que acababan con el asesinato del encausado después de un juicio sumarísimo que le condenaba a la pena capital, días o meses después.

Y por último están los asesinatos a “pie de trinchera”, es decir, tras ser capturados o rendirse al enemigo en pleno combate. “A éstos habría que añadir los heridos en combate y ejecutados en el mismo lugar donde caen para evitar traslados a hospitales innecesarios para ellos”, apostillan y evocan el ejemplo de un gudari del batallón Otxandiano (PNV) desenterrado a finales de agosto de 2015 en Mendata, el zornotzarra Pedro Uriguen, por la sociedad Aranzadi. Según la tradición oral, “fue ejecutado de un tiro en la cabeza tras negarse por dos veces a decir Viva España y en su lugar decir Gora Euskadi Askatuta”, agregan Domínguez y Arroita.

En este capítulo histórico también hay que recordar a los “piquetes de ejecución”. “No se les debe llamar así porque en realidad no son más que un pelotón de asesinos, voluntarios en algunos casos y obligados en otros”, subrayan estos investigadores de Ortuella.

Un piquete de ejecución estaría formado por un grupo no inferior a tres personas y no mayor de 10, aunque hay casos documentados por fotografías, auténticas o recreadas por los sublevados, en el que aparecen grupos de entre nueve y 18 personas.

“En ocasiones nos preguntan qué tipo de persona se apuntaba a un fusilamiento con su escopeta de caza? Eran iluminados por la patria seguro, un demente también, pero sobre todo un asesino en potencia. De esos estaban llenos los piquetes de ejecución y los grupos de paramilitares incontrolados falangistas o del credo que sean”, valora Pablo Domínguez.

Entre quienes se presentaban voluntarios a matar personas, cabe recordar la presencia del famoso noble José Luis de Villalonga, quien en vida declaró que “matar republicanos era como matar conejos”, se vanagloriaba en sus memorias. Actuaba en Hernani y pudiera ser uno de los que acabó con la vida del sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, más conocido como Aitzol.

En menor medida, el bando afecto a la Segunda República también practicó los fusilamientos. Concluye Domínguez: “No fuimos santos ninguno de los dos bandos, pero Dios estaba con ellos o, por lo menos, eso decían los franquistas”.

María Carolina Zagala: una mujer de tres sangres nacionalistas y cuatro patrias

Quien fuera secretaria de Manuel Irujo y esposa del delegado del Gobierno vasco Fernando Carranza retorna del exilio de Venezuela a Catalunya a la edad de 103 años

Un reportaje de Iban Gorriti

por su cuerpo de 103 años bombean tres sangres nacionalistas: la alsaciana de su padre, la vasca de nacimiento, y la catalana de origen materno, así como enclave de residencia desde el pasado 19 de octubre. A ellas hay que sumar una cuarta patria: la venezolana, exilio que motivó la Guerra Civil. Todas ellas son su hogar identitario. Se llama María Carolina Zagala Mut y en Caracas ha sido conocida durante siete décadas como Mari Carranza, apellido de su marido fallecido en 2003.

María Carolina Zagala, junto a Leizaola, en una imagen de los tiempos de la guerra. DEIA
María Carolina Zagala, junto a Leizaola, en una imagen de los tiempos de la guerra. DEIA

 

El matrimonio fue amigo de los lehendakaris Aguirre, Leizaola, Garaikoetxea y Ardanza, así como de Jesús Galíndez, Manuel Irujo y otras personalidades jeltzales desde la diáspora de Euskadi. Mari reside a día de hoy junto a su hija Maite Carranza Zagala en Canet de Mar, Barcelona, tras una plena vida en Caracas, donde deja un nieto y el hogar familiar.

Ella, hija de padre alsaciano “antialemán” -califica la familia- y de madre catalana, nació en Tolosa el 16 de mayo de 1913. Fue la benjamina de un total de cinco hermanos. Al mayor de ellos, Esteban, le fusilaron “por venganzas personales” en el mismo pueblo donde su padre trabajaba en la empresa papelera.

Mari fue secretaria de Manuel Irujo (Lizarra, 1891-Bilbao 1981) cuando el navarro era ministro de Justicia de la Segunda República y cumplía con la labor del proceso de canje de presos. Él era natural de Portugalete, municipio del que su padre fue diputado de Bizkaia y en el que llegó al mundo en 1911. Fernando Carranza Iza fue el último delegado del Gobierno de Euzkadi en el exilio de Venezuela.

La pareja contrajo matrimonio en días de guerra en Barcelona el 19 de diciembre de 1937. Ella trabajó en la Delegación del Gobierno vasco en la Ciudad Condal como secretaria del ministro Manuel Irujo. Al perder la contienda el bando republicano y tras sufrir el campo de concentración de Gurs, el soldado del “Batallón vasco navarro” -según recuerda su hija- Fernando Carranza llegó a Venezuela en 1939 habiendo salido de Burdeos y tras pasar por Santo Domingo.

Su mujer llegaría a destino dos años después tras residir en Bilbao junto con Maite, hija nacida en Bidart (Lapurdi). Afincaron su residencia en la capital de la república bolivariana en la que más tarde nació Mirentxu (Miren Jesus). Mari en el Centro Vasco de Caracas fue presidenta de Emakume Abertzale Batza y compañera de su marido Fernando en las labores de la Delegación que el letrado Carranza tomó al fallecer Lucio Aretxabaleta en 1967.

Por el Centro Vasco (Eusko Etxea de Caracas) y su hogar pasaron personalidades históricas vascas. Lo recuerda la hija mayor del matrimonio a DEIA. “Al lehendakari Aguirre lo traté como espectadora, desde la distancia de una niña de 12 años. Sí tuve mucho trato con el lehendakari Leizaola y toda su familia. También nos visitarían con el tiempo los lehendakaris Garaikoetxea y Ardanza. No llegaron a hacerlo ni Ibarretxe ni el socialista (por Patxi López)”, estima.

A Jesús Galíndez la pequeña Maitetxu le llamaba tío Jesús. “Cuando Aguirre vino a visitar el centro vasco de Caracas, Jesús se alojó en nuestra casa, era muy amigo de mi padre. Con él hizo el viaje del exilio, aunque Galíndez se quedó en Santo Domingo y aita continuó a Venezuela. Recuerdo al tío Jesús era un hombre muy cariñoso que conocía a mi padre desde la Universidad”.

Fernando Carranza pasó por numerosos puestos de trabajos en su vida en el país americano. “Nunca ejerció de abogado, que es lo que había estudiado en Madrid. Trabajó desde camarero a gerente de una fábrica de textiles en Cumaná, donde conocería a los Anasagasti. También fue corredor de Bolsa y acabó empleado en Napolca, compañía del navarro Manuel Goñi”, valora Maite quien también aporta palabras de reconocimiento a la memoria de Manuel Irujo. “Yo destacaría que fue una muy buena persona que ayudó mucho a curas y monjas de Navarra en tiempos muy difíciles para la religión. A ellas les hacía vestir de civil y les pedía que tuvieran cuidado con lo que hablaban para que no les descubrieran. Guardo una anécdota cuando estando con él, una monja dijo a otra “madre, ¿qué digo ahora?” Siempre hemos dicho que mi padre ni sé con cuántas de ellas se casó para protegerlas junto con Irujo”, bromea esta mujer que estudió inglés en Londres y en la Universidad Católica de Caracas.

Tanto la madre de 103 años como la hija dejan Venezuela atrás, un país que les recibió con los brazos abiertos. “Venezuela está muy mal. Hay mucha crisis económica, alimenticia y de medicinas. Chaves era malo, pero su heredero es peor”, concluye quien fue encargada de las misas en la Eusko Etxea capitalina. Allí, Maite deja un hijo y su casa, el hogar de una familia de cuatro patrias.

Aurelio Arteta en México

Un choque de tranvías en México acabó con la vida de Aurelio Arteta y truncó lo que pudo ser una nueva etapa artística

Un reportaje de Javier González de Durana Isusi

EL pasado día 10 se cumplieron 76 años del fallecimiento del pintor bilbaino Aurelio Arteta en la ciudad de México como consecuencia de un choque de tranvías, en uno de los cuales viajaba con su mujer para disfrutar de un soleado domingo en Xochimilco, el precioso pueblo situado al sur de la capital federal que aún hoy conserva lagunas y canales supervivientes de la antigua masa de agua que rodeaba la Tenochtitlan azteca.

Pasó la noche anterior llorando por la muerte de su amigo Julián Zugazagoitia, periodista y político socialista, mandado fusilar por Franco tras ser detenido en Francia por la Gestapo y entregado a la policía española. Por tanto, el viaje a Xochimilco, con sus vistosos mercados de flores y coloristas embarcaciones, buscaba paliar el dolor causado por esta noticia. Hubo otro motivo para coger el tranvía hacia el pintoresco lugar: quería comprar allí un terreno al que retirarse de vez en cuando, lejos del ajetreo urbano.

Todo ello (el descanso, el consuelo y el terreno idílico) se frustró cuando el tranvía en que viajaba se empotró contra otro estacionado en una parada a mitad de camino. El conductor no vio el vehículo detenido o le fallaron los frenos o iba distraído… El caso es que falleció el viajero Arteta, que iba a su lado, en la zona delantera del vagón que no frenó. El encontronazo entre ambos vehículos fue brutal. Un hierro golpeó la cabeza del pintor, abriéndole el cráneo, y otro hierro le atravesó el estómago con salida de masa intestinal. La agonía duró tres horas. La prensa publicó al día siguiente la fotografía de su cabeza, en la que se observa la brecha profunda y un rictus de dolor en la boca.

Arteta y su familia fueron favorecidos por la generosidad del México presidido por Lázaro Cárdenas. Miles de exiliados encontraron la posibilidad de rehacer allí sus vidas al sentir que su regreso a la normalidad anterior a la guerra civil era imposible con Franco. No es que el pintor sospechara que podía ser acusado de delitos políticos por los militares gobernantes, pues éstos no los hubieran encontrado, salvo que ser demócrata, sin carnet de partido político alguno, fuera considerada actitud delictiva. Sin embargo, temió por la vida de sus dos hijos y ellos fueron el motivo de su marcha a México. Ambos lucharon en el frente republicano. Su hijastro Andrés, que estaba haciendo el servicio militar en el norte de África el 18 de julio, fue obligado a pasar a la península con el ejército insurrecto pero una vez en Málaga desertó para integrarse en las tropas leales a la República. Es decir, un traidor a los ojos franquistas. El otro hijo, Aurelio, trabajó como intermediario en comunicaciones para el Servicio de Inteligencia Militar. O sea, un espía. Un traidor y un espía. Evidentemente, Arteta no podía regresar con ellos a Bilbao o a Madrid sin que sus vidas corrieran grave riesgo. Carentes de documentación en Francia, donde su padre vivía refugiado desde marzo de 1938 con el amparo del Gobierno vasco, si no querían ser detenidos por la policía del Gobierno de Vichy y correr el riesgo de ser entregados a este lado de la frontera, a los muchachos no les quedaba otra opción que alistarse a la Legión Extranjera en vísperas de una conflagración mundial. La única alternativa razonable era escapar lo más lejos posible.

La epopeya del exilio vivido por los defensores de la legitimidad republicana que temieron por sus vidas o por las de sus seres queridos se encuentra ya bien estudiada, en términos generales. Los archivos y la documentación están abiertos y disponibles desde hace algunas décadas, de manera que tras la omertá franquista se ha podido conocer la magnitud de aquella tragedia. Se encuentran pendientes de abordar las odiseas personales de algunos de aquellos individuos obligados a dejar atrás una parte importante de sus vidas para intentar dar comienzo a una existencia nueva en lugares inesperados para ellos.

Reinvención en el exilio Como es obvio, no todas las personas exiliadas pasaron por vicisitudes dignas de ser conocidas, aunque todas sufrieron injustamente, pero algunas sí reclaman ser examinadas por la fuerza poderosa de su personalidad. Y más si, como en el caso del pintor vasco, ese exilio hasta ahora desconocido estuvo caracterizado por una prodigiosa reinvención de sí mismo que, por desgracia, no pudo culminar. Diecisiete meses vividos en México no le dieron tiempo para mucho aunque, de los numerosos artistas en la misma situación que él, fue quien en ese breve periodo de tiempo se situó y adaptó mejor profesionalmente al nuevo contexto. La dificultad para abordar estas historias personales es que los protagonistas ya no están, sus hijos y conocidos, a veces, tampoco, y las huellas documentales dejadas suelen ser escasas y frágiles.

Arteta embarcó en el puerto francés de Sète a bordo del buque Sinaia, junto con su mujer y sus hijos, el 25 de mayo de 1939, después de pasar varios días tirados sobre las arenas del campo de concentración de Le Bercarés, llegando a Veracruz el 13 de junio. Si un fotógrafo anónimo tomó la imagen de su cabeza rota año y medio después, en aquel momento fueron los servicios mexicanos de inmigración los que fotografiaron su cabeza, de frente y de perfil.

A los pocos días la familia Arteta se encontraba alojada en la acogedora casa de Francisco Belaustegigoitia, delegado del Gobierno vasco en México, quien no conocía personalmente al pintor pero sí su prestigio y obra. En su casa vivieron durante dos semanas hasta encontrar un domicilio propio. Las dos personas clave durante los meses mexicanos de Arteta fueron Paco Belaustegigoitia e Indalecio Prieto, un nacionalista y un socialista. El primero no sólo lo acogió, sino que lo introdujo entre sus amigos empresarios asentados allí. De estos contactos derivaron encargos para ejecutar retratos de Ángel Urraza, fundador de la Compañía Hulera Euzkadi dedicada a la fabricación de llantas y cámaras para ruedas de automóvil; de Nicolás Arbide, creador de una empresa de fabricación de pavimentos y tubos de hormigón para canalizaciones que abasteció a todo el país, y de los hermanos Valentín y Nicolás Arsuaga, creadores de una empresa de alimentación que años después desembocaría en el grupo Gigante. Además, Belaustegigoitia consiguió que el Centro Vasco le encargara una pintura mural, de la que sólo pudo elaborar el boceto, y le puso en contacto con otros empresarios allí instalados, como Carlos Prieto, impulsor de la Siderúrgica de Monterrey, para quien pintó un delicioso retrato de su mujer e hijos pequeños.

Aparte de los retratos -trabajos alimenticios que resolvía con eficacia-, durante sus primeros meses Arteta ejecutó visiones vascas pintadas con el pincel de la nostalgia. Escenas de neskas y arrantzales como si estuviera en Bermeo, de layadores como si se encontrara en las laderas del Sollube o de romerías como si las viera en Orozko. Muchas de estas pinturas fueron adquiridas por miembros de la comunidad vasca local.

Su otro valedor, Indalecio Prieto, le puso en relación con la personalidad institucional más importante del momento, el presidente de la República, Lázaro Cárdenas, de cuya esposa, Amalia Solórzano, realizó un elaborado y espectacular retrato. La satisfacción con que resolvió este encargo le iba a abrir todas las puertas de la sociedad mexicana deseosa de verse retratada por él o poseedora de alguna de sus piezas. Por desgracia, a los pocos días de entregar la pintura, Cárdenas dejó el cargo presidencial y Arteta encontraba la muerte.

Arte para el pueblo Da que pensar, con tristeza, lo mucho que Arteta a los 61 años aún hubiera podido conseguir en ese país de muralistas, ¡él que siempre se consideró un pintor muralista! Le separaba de los colegas mexicanos la ideología radical, de raíz anarquista o comunista-estalinista, pero le acercaba a ellos el deseo de plasmar imágenes que hablaran desde el muro al pueblo con una estética comprensible. Poco días antes de su muerte se inauguró y pudo conocer la obra de David Alfaro Siqueiros, Retrato de la burguesía, plasmada en los muros del Sindicato Mexicano de Electricistas. El ataque ideológico es brutal y esto no debió de gustar a Arteta, hombre moderado en formas y delicado en gustos, pero es seguro que le interesó la utilización de modernas técnicas pictóricas, como el aerógrafo y la pintura Duco, esto es, tecnología del siglo XX aplicada a relatos del siglo XX. Poco a poco Arteta fue dejando a un lado las imágenes relacionadas con su país natal, el indigenismo vasco que practicó con acierto y ternura, para dar paso a un indigenismo mexicano al que la realidad circundante le empujaba y obligaba. Apenas una docena de piezas dan testimonio de este tan interesante como breve recorrido.

Volviendo a la causa de su fallecimiento. Arteta utilizó el nombre del museógrafo mexicano Fernando Gamboa, quien se lo ofreció como avalista para que entrara en el país. A Gamboa lo había conocido en Valencia en 1937 con motivo del Segundo Congreso de Escritores Revolucionarios, al que éste asistió en representación de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) mexicana, junto con Octavio Paz, Elena Garro, José Revueltas, Juan de la Cavada y otros creadores del país americano. Pues bien, el conductor del tranvía que provocó el accidente, aquel a cuyo lado estaba situado Arteta, formó parte del Comité de Redacción de la revista Frente a frente, órgano portavoz de la LEAR, un comité en el que también estaba Fernando Gamboa y algunos otros que visitaron Valencia.

La pregunta surge inevitable: ¿estaba Arteta al lado del conductor porque lo conocía de alguna reunión previa entre obreros e intelectuales que a la LEAR gustaba convocar? Una de las personas heridas en el accidente era Eli de Gortari, una descendiente de vascos cuyo hijo también estaba vinculado a la Liga, una organización que en todo el país no contaba con más de 200 afiliados. ¿Casualidad? Es difícil de creer. ¿Murió Arteta por estar en el lugar más perjudicial del tranvía durante el accidente porque conocía al conductor? Éste, llamado Salvador Aviña Vera, fue inmediatamente detenido por la policía acusado de manejo negligente del vehículo. Tres días antes, Aviña había sido desahuciado de su casa por impago continuado de la renta. Era un hombre con inquietudes políticas y culturales que atravesaba una difícil situación personal. No podemos evitar preguntarnos cuál hubiera sido el destino de Arteta en México si el infortunio no se hubiera cruzado en su excursión a Xochimilco un soleado domingo de noviembre.

La guerra contra el analfabetismo en el frente

En días de contienda civil se creó un ‘marco de guerra’ más: activar los recursos y dotar de herramientas para que todos los gudaris aprendieran a leer y recibieran conocimientos de cultura

Un reportaje de Iban Gorriti

ochenta años después, aún permanece olvidada una labor superlativa vivida en las líneas del frente del bando republicano. Se trata de las Milicias de la Cultura que tenían como objetivo alfabetizar a los combatientes y con ello posibilitarles, por ejemplo, su ascenso militar y poder leer la carta de una hija. Esta función extendida por el Estado entre 1936 y 1939 también se desarrolló en Euskadi en batallones del Eusko Gudarostea como el Leandro Carro, del PCE.

La revista Blanco y Negro enfatizaba en agosto de 1938 en Madrid que “atrás quedan los parapetos, la escuela, la biblioteca. Nos decían que, por término medio, el analfabetismo alcanzaba hasta el 70%. Hoy no pasa de un dos y medio. Pronto desaparecerá completamente. Para eso han ido al frente los milicianos de la cultura”.

En esa misma publicación se dejaba impreso un Anecdotario de un Ejército que se capacita. “La actividad bélica tiene también momentos de mansedumbre; no a todas horas está el fusil en erupción. Se suceden jornadas entre pausas de reposo y violencia. Los ratos de tranquilidad los aprovechan los combatientes para capacitarse. Una de estas interrupciones tranquilas, paz en la guerra, las utilizamos para acercarnos a los parapetos”, contextualizaba. En la misma línea describía cómo “hombres jóvenes, de brazos musculosos y piel curtida por el sol, se tumban a la intemperie a repasar páginas de Historia, de buena literatura, de libros sociales. Tal es el materia de enseñanza escogido por los maestros”.

La docente de la UPV/EHU de la Facultad de Filología y Ciencias de la Educación Itziar Rekalde ha estudiado la labor educativa de las milicias culturales. En su trabajo Guerra y Educación, logra poner en valor el trabajo desplegado en los frentes republicanos en aras de difundir la cultura y erradicar el analfabetismo. Amplifica “las voces que desvelan las acciones de aquellos locos que, en plena guerra, creyeron en la educación como arma de superación personal y de conquista de la libertad para el pueblo”, valora Rekalde.

La investigadora estima que la mirada de las Milicias de la Cultura fue una de las realizaciones más espectaculares de la guerra, que convirtió al bando republicano en defensor a ultranza de la cultura y que según la definición de Manuel Aucejo Puig, de la compañía de Masa y Maniobras de la Aviación, “eran un intento progresista de alfabetizar el alto índice de tropa, estimular la lectura y las bibliotecas, y en muchos casos preparar a soldados para el ascenso a mandos superiores”.

A juicio de Itziar Rekalde, en Euskadi no se puede hablar de incidencia de estos milicianos, sino de soldados formados intelectualmente que decidieron, con el apoyo del comisario político del batallón, “emprender acciones educativo-culturales caracterizadas por la urgencia, la asistematicidad, la precariedad y la espontaneidad, para erradicar el analfabetismo y expandir la cultura como parte del proyecto republicano”.

En la publicación Euzkadi Roja, difundían en 1937 que la educación de personas adultas debía estar inspirada en “una enseñanza popular y antifascista, abierta a todos los hijos del pueblo, sean comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos o simplemente amantes de la libertad y de la dignidad de nuestra España”.

Lacra social Antes de que estallara la guerra en el golpe de Estado militar de julio de 1936, el analfabetismo era una lacra social. “Los batallones vascos intentaron enseñar los rudimentos básicos a sus gudaris”, relata Rekalde, y va más allá con un ejemplo: “Es el caso del batallón Leandro Carro, del Partido Comunista de Euskadi, que solicitó a la Comisión de Enseñanza Elemental del Gobierno provisional de Euzkadi, con fecha del 22 de marzo de 1937, una subvención económica para la apertura de una escuela en la que formar en la lectura, escritura y cálculo a 48 gudaris. La solicitud fue realizada en estos términos: “Que siendo el deseo unánime de todo este batallón por su carácter comunista y por lo tanto amante del progreso y de la cultura, que desaparezca del mismo la plaga del analfabetismo; teniendo en la unidad un maestro nacional de Sestao que tiene solicitado del Gobierno de Valencia el ingreso en las Milicias Culturales y teniendo, por último, el local y mobiliario necesario para abrir una escuela de enseñanza primaria dentro de las horas que los deberes militares dejen libre a los analfabetos del batallón”.

Otro caso fue el del Segundo Batallón Stalin de la Columna Meabe, de las JSU. “El número de matriculados -expone Rekalde- fue elevado, de alrededor de 300 soldados”. Los combatientes agradecían la enseñanza. Un emotivo testimonio sobre el terreno da ejemplo de ello: “Federico me abrazó emocionado y balbuciente, con todas sus fuerzas prorrumpió a llorar como un chiquillo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿En qué puedo ayudarte? Y con una emoción y alegría me dijo: Gracias a ti, he podido leer la primera carta de mi hija”, evocaba Saturnino Rodríguez.

Cabe agregar asimismo las importantes conferencias, el llamado periódico mural de los batallones, los órganos de batallón en los que los gudaris confeccionaban periódicos, semanarios, boletines… En este sentido destacan Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt. “Son los que han roto el fuego en Euzkadi con sus periódicos Disciplina y Alerta, respectivamente”, quedó escrito en 1937.

La prensa nacionalista vasca destacaba “de forma singular” -analiza la investigadora- certámenes y concursos como el Día de la Poesía vasca, organizada por el Euzko Gudarostea, en honor y memoria del sacerdote José de Ariztimuño Aitzol, primer organizador de la convocatoria. La radio, los altavoces del frente, el cine… facilitaron también la cultura en tiempos tan difíciles. “La educación en el terreno de lo social no se ha caracterizado nunca por combatir y librar retos fáciles, sino por desarrollarse en contextos y circunstancias adversas y no siempre favorables para el trabajo del educador”, concluye Rekalde.