‘Flores de la República’ fusiladas en Pikoketa

Una columna de requetés tomó el caserío en las peñas de aia y fusiló y enterró a una veintena de jóvenes hace 79 años

Bernardo Usabiaga, tío del escritor Miguel Usabiaga y hermano del histórico Marcelo Usabiaga, en una fotografía tomada días antes de ser fusilado en Pikoketa. Foto: Familia Usabiaga
Bernardo Usabiaga, tío del escritor Miguel Usabiaga y hermano del histórico Marcelo Usabiaga, en una fotografía tomada días antes de ser fusilado en Pikoketa. Foto: Familia Usabiaga

HEMOS llegado tarde a la memoria de la Guerra Civil. Todos. Por ello, son necesarios libros que germinan como  Flores de la República. Los olvidados de Pikoketa  (Catarata, 2015), de Miguel Usabiaga (Donostia, 1961), para que se hagan realidad pensamientos como aquel de Nelson Mandela: “Siempre parece imposible hasta que está hecho”. Una vez hecho, gracias al esfuerzo y tesón del arquitecto guipuzcoano, queda para próximas generaciones los hechos tristes que acontecieron que en la madrugada del 11 de agosto de 1936, tan solo 22 días después del golpe de Estado militar español. Aquel día una columna de requetés que estaban en Oiartzun, tomaron el caserío de Pikoketa, en la falda de las peñas de Aia.

En el lugar, estaba una veintena de milicianos, jóvenes en su mayor parte, chicos y chicas. Los hicieron prisioneros, los fusilaron, y los enterraron en una fosa común, que permaneció secreta hasta 1978. En aquel caserío se alojaban, y desde allí, un alto que domina el valle de Oiartzun, hostigaban con tiros el paso de las tropas franquistas desde Lesaka a sus parámetros, donde acumulaban fuerzas para atacar Irun.

Eran, por lo tanto, los primeros días de la guerra, y porque esta aún o había mostrado su rostro terrible, y porque entre los fusilados había chicos y chicas de 16 y 17 años, como Pilar o Mercedes, esos asesinatos sin juicio, causaron conmoción en Irun. Estuvieron presentes en la mente del histórico comunista Marcelo Usabiaga, quien los mantiene intactos en su mente. Su hijo Miguel lleva años  volcado en dar a conocer y reivindicar no solo la biografía de su aita, sino de que sus libros como La vieja guardia, El alcalde de Floridsdorf o este Flores de la República remueva conciencias y plantee reflexiones. En esta última publicación, el corazón le lleva a personas como su tío Bernardo, hermano de Marcelo que los fascistas asesinaron. “Estoy vinculado a la restauración de la memoria, de la verdad mejor dicho, de lo allí ocurrido”, aporta Miguel.

Cada año los familiares se reuníamos, desde 1978, cuando se realizó la búsqueda y excavación de aquella fosa. “Era una manera de recaudar dinero para poner una corona de claveles rojos en su recuerdo. Nunca faltó esa cita del grupo. Fui conociendo quiénes eran los fusilados, y también los periplos, la vida tan dura que tuvieron tras la derrota casi todas las familias. Eran como un ejemplo a escala pequeña de lo que ocurrió a gran escala”, compara.

Sobre lo que ocurrió, el cómo ocurrió, circulaban historias orales: lo que se había comentando en Irun, lo que se supo por boca de alguno de los que consiguió escapar, como Arozena, o Colinas. “Y en un momento dado -apostilla Usabiaga hijo- quise cotejar esa historia oral, que era muy conocida en Irun por el impacto que causó entonces ese hecho, con lo que podía encontrar en los archivos, en la prensa de la época, una suerte de reto intelectual: a ver cuánta verdad es posible extraer con precisión científica de un hecho del pasado”.

Por otro lado, el autor premiado en diversas ocasión, también quería profundizar en ese microcosmos del que hablaba, las aventuras, exilios, cárceles, de las familias. Y sobre todo encontrar a las personas concretas que eran los fusilados, su carácter, sus ideas, sus sueños.

DEUDA MORAL Desde los barrotes de la memoria de Marcelo, desde su dolor, el hijo escritor cayó en la cuenta de que el padre tiene una deuda moral con aquel hermano al que una bala de ocio mató. “Siempre pensó que fue su ejemplo de hermano mayor el que animó a Bernardo a seguir sus pasos revolucionarios, en el sindicato de estudiantes, la FUE, y en la juventud comunista. Y ante el hecho fatal de su muerte, o asesinato, creo que se siente de alguna manera responsable, aunque fuera Bernardo a sus 17 años, libre de tomar y elegir ese camino de militancia”, transmite. Y esa carga, añade más afectividad y compromiso en Marcelo para todo lo que supone Pikoketa.

Esta vida casi centenaria de Marcelo Usabiaga no sería completa sin su mujer Bittori Bárcena. “Efectivamente, mi madre es otra gran luchadora, aunque por las circunstancias históricas, le haya correspondido estar en la sombra”, valora Miguel. Pero esa labor de las mujeres de los presos políticos de Franco, es a su juicio, “encomiable”, y hay que reconocerla. Eran tiempos en que solo ser novia o amiga de uno de ellos, significaba la reprobación social. “Ella, ellas, además se encargaban de alimentar la red exterior de solidaridad, de pasar mensajes de los presos, o de vender los artículos que los presos fabricaban y así recaudar un dinero que les permitía  no morirse de hambre. Era una forma de hablar de los presos, de dar a conocer su existencia”.

Eran tiempos en los que nada de eso salía en la prensa. Usabiaga hijo rememora una anécdota. “A la cárcel fue un famoso pianista, Iturbi. Cuando llega, los dos mil presos políticos lo rodean para recibirlo. Uno le dijo: “Somos presos políticos”. Iturbi quedó atónito, y exclamó, “¿políticos?”. “Ese era el clima del país, salvo a los muy conscientes, al resto no llegaban noticias, y las mujeres eran un eslabón clave. Ése fue también el papel de mi madre, en la sombra”, completa quien viste su libro con una cita de Gramsci  de prólogo: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”, pues “la indiferencia no hace avanzar la historia en un sentido progresista”.

Un reportaje de Iban Gorriti

Entre Franco y Hitler pasando por Ybarnegaray

Se cumplen 75 años del internamiento de refugiados vascos en Iparralde en el campo francés de Gurs durante la II Guerra Mundial

HISTORIAS DE LOS VASCOS
Grupo de prisioneros vascos en el campo de concentración de Gurs. FOTO: Sabino Arana Fundazioa

ES difícil estudiar el internamiento de refugiados vascos en el campo francés de Gurs puesto que no existen prácticamente documentos sobre él. El Archivo de Gurs fue quemado el 24 de junio de 1940, poco antes de la llegada de los alemanes. El Archivo del Partido Nacionalista Vasco fue también destruido en la misma fecha en su sede de Villa Endara en Angelu (Lapurdi). Este internamiento duró poco, apenas un mes (del 18 de mayo al 23 de junio de 1940). Pero ocurrió en un período particularmente dramático: el 10 de mayo, Hitler había empezado una potente ofensiva militar en Bélgica, Holanda y Luxemburgo; además, los vascos estaban sin ninguna noticia de su presidente, José Antonio Aguirre, obligado a ocultarse en Bélgica a causa de la invasión nazi.

La redada de los refugiados vascos en mayo de 1940 y su internamiento en Gurs tenían un fundamento jurídico: el decreto del 18 noviembre de 1939 que estipulaba que “los individuos peligrosos para la Defensa Nacional… debían ser encarcelados en un centro”.

Pero esos fundamentos de defensa nacional eran también y, sobre todo, políticos. Iban en la misma línea que los Acuerdos de Burgos de febrero de 1939 entre el bearnés Léon Bérard, enviado por el Gobierno francés para negociar el reconocimiento del régimen de Franco por Francia, y el general Jordana, responsable de Asuntos Exteriores de Franco. Esta política encajaba también con las posiciones del Mariscal Pétain,  embajador de Francia en España desde marzo de 1939 al 18 de mayo de 1940, fecha en que fue nombrado vicepresidente del gobierno de Paul Reynaud.

Pero el principal y directo responsable de este internamiento fue Jean Ybarnegaray quien, desde el 10 de mayo de 1940, era ministro de Estado en este Gobierno. Bajo-navarro de Uharte-Garazi, había sido el indiscutible líder político de Iparralde, elegido y reelegido diputado desde 1914 hasta la Segunda Guerra Mundial. Se había declarado partidario entusiasta de Franco durante la Guerra Civil y, desde 1936, manifestaba una gran animosidad hacia todos los refugiados vascos republicanos.

el papel de Ybarnegaray En una entrevista suya publicada en el diario Paris Soir el 25 de mayo de 1940 el título resumía sus intenciones: Internaremos a los separatistas españoles establecidos en suelo francés. En la entrevista, daba a entender que José Antonio Aguirre había marchado “a la Bélgica ocupada y pudiera ser que a Alemania”. La entrevista terminaba así: “Muchos lazos comunes nos unen a la gran España para que no consideremos un deber comprenderla y ayudar a restablecer por encima de los Pirineos la tan hermosa y tradicional comunidad latina”. Estas declaraciones del líder de la extrema derecha francesa diciendo que el presidente Aguirre había pasado al bando de los alemanes distaban mucho de ser anodinas puesto que, en el contexto de la guerra, hacían correr riesgos muy graves no sólo al presidente Aguirre sino a todos los refugiados vascos en Francia.

Comentando más tarde este episodio, el lehendakari Aguirre calificaría a Ybarnegaray en su libro De Guernica a Nueva-York pasando por Berlín de “mal vasco” y “Quisling vasco”, haciendo referencia al político noruego a sueldo de los nazis que fue jefe del gobierno de su país después de la ocupación alemana.

Las declaraciones de Ybarnegaray a la prensa parisina ratificaban lo que estaban viviendo los refugiados vascos desde hacía una semana. En efecto, del 18 al 25 de mayo de 1940, 570 de ellos fueron internados en el campo de concentración bearnés de Gurs.

Los documentos del Archivo del departamento de  los Pirineos Atlánticos en Pau muestran que del 18 de mayo al 1 de junio el prefecto de este departamento informó varias veces al ministro del Interior pero también directamente a Jean Ybarnégaray, quien había insistido en seguir casi cada día el desarrollo de este asunto.

los dirigentes del PNV José Antonio Durañona cuenta en su libro Cien momentos para la libertad que estas medidas represivas no dejaron de sorprender al subprefecto de Baiona, Pierre Daguerre, “un hombre recto, de una corrección exquisita”. Este último “sugirió” a los representantes del Gobierno vasco, a los responsables políticos, a los sacerdotes y a las personas de edad avanzada que aceptaran el traslado de su residencia, al departamento de la Sarthe, a seiscientos kilómetros de Iparralde. Durañona escribe: “La reacción de los dirigentes del PNV y de STV fue unánime y todos optaron por ser internados en Gurs y rechazaron la posibilidad de un alejamiento; querían seguir la suerte de sus compatriotas.”

Así pues, como en Santoña en el verano de 1937, el estado mayor del PNV se mantuvo junto a sus afiliados y compartió su suerte.

Una veintena de sacerdotes fueron alejados a Sées (departamento del Orne).

redada e internamiento ‘étnicos’ Del 18 de mayo al 1 de junio, 570 vascos fueron arrestados por los servicios de policía y  la gendarmería: algunos en su domicilio y otros en su lugar de trabajo en Angelu, Miarritze, Donibane Lohitzune, Hendaia, pero también en Oloron  (Béarn) y en Tarbes (Bigorre). Noventa fueron arrestados en el hospital de La Roseraie, en Bidarte, y en su anexo del Castillo de Ilbarritz donde eran atendidos.

Se puede constatar que a menudo, al menos en Francia, se hace la crítica a los vascos de tener “comportamientos  étnicos”. Pues, se debe subrayar que esta redada de 1940, decidida y efectuada por el régimen de la Tercera República llegando a su fin, respondió a consideraciones étnicas, puesto que los que fueron arrestados eran exclusivamente vascos. La mayoría de los internados era del PNV pero había también militantes de ANV y del sindicato  obrero ELA-STV. Había también socialistas, comunistas y anarquistas. José Antonio  Durañona recuerda a otros nacionalistas internados como él: “Recuerdo a Tomás de Epalza, a su hermano Txomin, Manu Egileor, Alfredo Ruiz de Castaño, Martín Pérez de Anuzita, Nico Otxandiano, Luis Vilallonga, Luis Sesé, Estanis Moraiz, Juanón Kareaga, el EBB en pleno, Luis de Arregi, Eli Etxeberria, Luis Arredondo, Ander Bereziartua, Agirregoitia (del Comité Nacional de STV), Abilio Iza y Perico Ormaetxea… Entre los colaboradores del Gobierno vasco en Baiona, Perico Beitia, los hermanos Mitxelena, los hermanos Agesta… un grupo de baztandarras, acaudillados por el alcalde del Valle de Baztan, Timoteo Plaza…”

La estancia en el campo de Gurs  El campo de Gurs se hallaba en Béarn, pero apenas a unos kilómetros de la frontera con Xiberua. Había sido construido en mes y medio, entre marzo-abril de 1939. Miles de vascos y de republicanos españoles habían pasado por allí, después de la caída de Catalunya en manos de los franquistas pero, a principios de mayo de 1940, quedaban menos de un centenar.

El historiador del campo de Gurs, Claude Laharie escribe: “Estos hombres vivieron en el sector C durante cerca de un mes. La corta duración de su internamiento no les permitió manifestar actividades originales. Los días se pasaban en el exterior de los barracones, paseando y hablando de sus cosas, por lo que la estancia hubiera sido soportable sin la constante angustia que les embargaba al pensar en el futuro. ¿Se les entregaría a Franco? ¿Contemplaba la administración francesa medidas de liberación?¿ Alcanzarían Gurs las tropas alemanas?”

Casi exactamente lo mismo dice José Antonio Durañona: “Pero lo peor de todo fue la intranquilidad de no saber qué es lo que iba a ser de nosotros; el avance alemán continuaba, y temíamos que cualquier día se presentaran en el campo los nazis…”

El final del internamiento Por fin, el 23 de junio de 1940, los vascos pudieron dejar el campo de concentración. ¡Ya era hora! Los nazis ya se encontraban cerca de Burdeos y tres días después llegaron a lparralde. Fue el capellán del campo Iñaki de Azpiazu -llegado al campo por propia voluntad- quien negoció con el comandante del campo la salida de los vascos de este. Este último, a medida del avance de los alemanes, se mostraba más laxista.

Aquellos que tenían un domicilio y contaban con medios materiales para satisfacer sus propias necesidades pudieron abandonar el campo en la confusión nacida del armisticio entre el Gobierno de Pétain y el Reich alemán (22 de junio). Algunos se reencontraron en Lapurdi con sus familiares y amigos. Otros trataron de embarcar hacia América del Sur (Chile, Venezuela y Argentina, principalmente) o Inglaterra. Muchos de los que no partieron formarían parte meses más tarde de la Resistencia contra los nazis.

Apenas quedaron un centenar de vascos en Gurs. A finales de junio fueron transferidos al campo de Idron (cerca de Pau) y, más tarde, al campo de Agde (departamento de Hérault).

En cuanto al campo de concentración de Gurs -que constituye una página poco gloriosa de la historia contemporánea de Francia- iba a conocer un destino  infinitamente más trágico: sería el campo judío, de donde partirían -para no volver- 3.907 judíos destinados al campo de la muerte de Auschwitz.

El autor
Jean-Claude Larronde (Baiona,1946) es abogado emérito del Colegio de Baiona. Es doctor en Derecho por la Universidad de Burdeos, diplomado por el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos y titular de una licenciatura en Historia por la Universidad de Pau.

Los vascos en los campos de exterminio

Un centenar de antifascistas de Euskadi fue apresado en Mauthausen,  lugar  de muerte liberado hace 70 años exactos

 Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE.UU. por su liberación. Foto: DEIA

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE.UU. por su liberación. Foto: DEIA

A 70 años de la liberación por parte de las tropas aliadas de la cantera nazi, del campo de concentración austríaco de Mauthausen, aún ayer supervivientes de la mayor trituradora de Europa tuvieron el valor de vestirse con el gorro, chaqueta y triángulo de reo de los nazis. Así , por ejemplo, lo hizo un polaco, que se emocionó ante la placa que recordaba a su padre asesinado en aquel almacén de humanos.

Un total de 150 personas procedentes del Estado, entre ellos vascos, ha viajado con la asociación Amical de Mauthausen al lugar donde fueron apresados 97 vascos de forma oficial, y otros cuatro “no oficiales”. De los primeros solo salieron vivos 31. De los cuatro no oficiales sobrevivieron dos.

Entre ellos, logró salvarse del genocidio Marcelino Bilbao, de Alonsotegi, quien falleció el pasado 26 de enero y fue una de las cobayas de Aribert Heim, más conocido como el Doctor Muerte, quien inoculó a 30 presos líquidos tóxicos directamente al corazón. “Me pinchó en el corazón y se veía cómo el líquido azul subía por la piel y cuando llegaba hacia el cuello te dejaba paralizado. Al de días, me explotó la cara con sangre podrida”, recordaba quien fue miliciano de la CNT en el Eusko Gudarostea y que ya desde el momento de nacer vivió cerca de la muerte: sus padres biológicos le tiraron al río de Alonsotegi, de donde fue rescatado por vecinos.

Junto a él, también sufrieron el odio nazi el vizcaino Ángel Elejalde. Narraba Marcelino Bilbao en el documental Esclavos vascos del III Reich (2000) que Elejalde era un hombre de 105 kilos de peso que se quedó en 45 en Mauthausen. “Me dejó recado de que si moría dijera a los suyos que había muerto sin doblar la espalda ante Franco”, aportaba testimonio el anarquista.

Además, en 2009, falleció José Mari Agirre Salaberria, otro de los supervivientes, nacido en 1919 en Markina. También libertario, Agirre se fugó mientras era conducido al citado campo de Ebensee -satélite del de Mauthausen- cuando llegaban las tropas estadounidenses para la liberación: “Los SS amaban a sus hijos, escuchaban a Wagner y calculaban cómo era más rentable y rápida nuestra eliminación”, solía denunciar.

Esta semana, el PNV ha tenido un recuerdo para Marcelino Bilbao (CNT) y “para su íntimo amigo, Juan José Jausoro, gudari del Batallón Gernika, fallecido el 14 de abril de 1945 en la liberación de los nazis de la Pointe de Grave, en el norte del Medoc”, han valorado portavoces de la formación jeltzale.

Un superviviente de Ebensee, ayer, ante la placa que recuerda a su padre muerto allí. Foto: Bixente Carrasco
Un superviviente de Ebensee, ayer, ante la placa que recuerda a su padre muerto allí. Foto: Bixente Carrasco

“Es justo y necesario recordar la injusticia sufrida por aquellos vascos de diferentes ideologías (abertzales, socialistas, anarquistas o comunistas) que tuvieron que abandonar Euskadi tras el triunfo de la sublevación franquista y fueron agrupados en el campo de Gurs, en el Bearn francés, para después secundar el llamamiento del Gobierno de Euzkadi en el exilio para apoyar a Francia, movilizándose en la fortificación de la Línea Maginot. Junto a cientos de refugiados republicanos, estos vascos fueron trasladados a la fuerza por los nazis a fábricas de explosivos en Estrasburgo, y después internados en Mauthausen o Dachau”, señalan.

A juicio del PNV, los nombres de todos aquellos gudaris y milicianos deben “permanecer en la memoria de la sociedad vasca como ejemplos de una generación que sufrió los mayores horrores inimaginables, pero que supo luchar con dignidad contra las dictaduras”, concluyeron.

holocausto nazi Estos días, más de 150 personas de todo el Estado participan en los actos conmemorativos del 70 aniversario. Desde aquel lugar ayer comunicaban que “son pocos los testigos que quedan vivos y en condiciones de viajar de aquellos 10.000 republicanos que huyendo de los verdugos franquistas fueron a dar con el maltrato francés para caer después en manos de los aún peores, por lo sofisticado, verdugos nazis”.

Los presentes en los campos de Mauthausen y de Ebensee transmiten que todos los años tiene lugar en el primer lugar un desfile que posiblemente sea único en el mundo porque “puede verse de un solo vistazo (y sin que haya mayor incidente) a una delegación de los marines de Estados Unidos, una delegación húngara, una polaca, una turca y una kurda. ¿Y qué podemos decir de anarquistas escandinavos junto a soldados de Bosnia-Herzegovina, el embajador israelí y la embajadora de Cuba?”

En algún lugar de aquellos muros en estos días de memoria aún se pueden leer o se recuerdan los nombres de Marcelino Bilbao, Jose Mari Agirre, Ángel Elejalde o Juan José Jausoro, vascos en los campos de exterminio.

Un reportaje de I. Gorriti

Las banderas ‘olvidadas’ de los vascos

Los territorios vascos han tenido diversas enseñas a lo largo de la historia, muchas de ellas totalmente desconocidas hoy en día

banders

Con nuestras banderas ha pasado y pasa que cuando son conocidas, como las propias de las anteiglesias del Duranguesado, las villas de la Rioja Alavesa o las de los valles navarros del Baztán y Roncal, apenas si tenemos datos sobre sus orígenes y significado, además viéndolas surge una pregunta que es: ¿Por qué son tan parecidas en diseño? ¿Tienen un mismo origen? No hay más que contemplar la situación de las mismas en un mapa para ver que son tres áreas distantes entre sí y por otra parte identifican tres realidades administrativas diferentes: anteiglesias, villas y valles. He aquí un tema que pide estudio y reflexión por parte de todos lo que nos dedicamos al estudio de los temas de nuestro pueblo; y por otra parte existen un conjunto de banderas que aunque conocidas, no lo son para la población en general y de estas últimas vamos a realizar una breve reseña.

A día de hoy las diputaciones forales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, así como el Gobierno de Navarra, han adoptado sus correspondientes enseñas, con mejor o peor criterio, dotando a cada territorio de una enseña identificativa, pero este uso no es de hoy, viene de antes. Aunque algún erudito ha escrito “Vizcaya, a diferencia de Navarra, no había tenido nunca bandera”, ello no es cierto. Sirva como ejemplo lo recogido en las Actas de Tierra Llana (25 de enero de 1596): Y por el consiguiente, atento que no se halla la bandera deste dicho Señorío, se hordeno que en buscalla se hagan las diligencias necesarias, e que del primer repartimiento se haga una bandera nueva con las armas de Vizcaya.

Podemos debatir sobre si era blanca o carmesí, pero lo cierto es que existía y lo que sucedió, como con otras cuestiones que suponen dotar de personalidad e identidad propia a un pueblo, es que se procedió a un proceso de aculturación, de lo que no se habla, de lo que no se enseña, no existe. Pero además de esa bandera propia del Señorío, Bizkaia tenía su propio pabellón para arbolar en sus naves, era este de color rojo con una cruz blanca de Borgoña de extremo a extremo. La encontramos en el manual de William Downman (1695-6), la lámina de B. Lens (1700) y en las acuarelas de la Villa de Bilbao realizadas por Richter y Thomas Moroni, a finales del siglo XVIII, conservadas en Museo Vasco de Bilbao.

En paralelo a esta enseña nos encontramos con la que portaban todas embarcaciones que navegaban bajo la autoridad del Consulado de Bilbao, que era idéntica a la de Bizkaia, pero con los colores invertidos. Una bandera de parecidas características, con variante de color, aparecerá en láminas y libros, principalmente ingleses, durante los siglos XVIII y XIX identificada como Biscay, su paño es azul y la cruz de Borgoña roja. Esto llevará a que sea identificada como bandera naval vizcaina. Mi opinión es que sea, posiblemente, una enseña propia de Gipuzkoa y para ello me apoyo en una pintura del siglo XVII que se encuentra en el Real Monasterio de la Encarnación (Madrid); su título es El intercambio de las princesas en el rio Bidasoa y muestra la entrega en la Isla de los Faisanes, el 9 de noviembre de 1615, de las princesas Ana de Austria, futura esposa de Luis XIV, e Isabel de Borbón, que casará con Felipe IV. Pero lo que nos interesa de esta obra es el cuerpo de tropas que aparecen hacia la parte superior del cuadro, que han sido identificadas como tercios vizcainos. Si tenemos en cuenta nuestra peculiar organización foral, incluido el sistema militar, podemos deducir que las tropas no son las de Bizkaia, sino las de Gipuzkoa, y lo interesante es que portan tres banderas, siendo la que ocupa el lugar central azul con la cruz de Borgoña roja, que curiosamente se la identifica equivocadamente con Bizkaia.

‘Cantabres Volontaires’ A finales de 1745 Jean Philippe de Bela (1703-1796) reclutará en los territorios de Iparralde un regimiento que recibe el nombre de Cantabres Volontaires (1745-1749) y que tendrá una bandera de fondo azul con una cruz blanca y saliendo de esta una llama roja en cada cantón y en el centro el escudo con las armas de Navarra, lo que me lleva a pensar si nuestro ilustre zuberotarra no se inspiró en la bandera que las láminas identificaban como Biscay, y digo esto porque le Chevalier de Bela había tenido una azarosa vida militar por media Europa y conocimientos muy amplios en muy diversas materias, y el tema de las banderas era cuestión muy prioritaria en la vida militar: diferenciar al aliado del enemigo era y es de vital importancia. En ese mismo ámbito de Iparralde, tuvo su origen el Regiment de Labourd, que fue constituido en el año 1694 y que tuvo una bandera de fondo verde con una cruz blanca y aspas divididas por mitad de amarillo y negro, de forma alterna. Su vida fue corta pues lo encontramos en 1714 incorporado al Regiment d’Orleans. Uno de los más antiguos regimientos al servicio del rey de Francia y de Navarra, el Régiment de Navarre, fue creado en 1558 bajo el nombre regimiento de los guardias del rey de Navarra y perdurará hasta la época de la revolución. Tenía una bandera de color rojizo (feuille morte) con una cruz blanca sembrada de flores de lis y cargada de cinco escudos de Navarra.

Las Conferencias Políticas conformadas por los representantes de las diputaciones forales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, adoptarán en 1859 una bandera de color rojo sobre la que figurará el emblema de las tres manos unidas, símbolo heredado de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, y representativo del lema Irurac-Bat. Esta bandera, aunque usada en los actos convocados por las Conferencias, nunca alcanzó un arraigo popular, quizás porque el pueblo la contempló siempre como la enseña oficial de esas Conferencias. El 4 de noviembre de ese mismo año de 1859, las diputaciones forales de los tres territorios aprobaron participar en la guerra de África con una brigada dividida en cuatro tercios; en total, unos 3.000 hombres que se reclutarían con arreglo a fuero, tal y como quedaba recogido en el 2º punto del acuerdo. La bandera que portarían era la rojigualda y en la franja inferior el símbolo de las tres manos entrelazadas, con el lema Irurac-Bat, la idea de incorporarlos partió de la Diputación de Gipuzkoa y fue admitido por el general Latorre, jefe de la División Vascongada. Así mismo, las compañías de cada tercio contaría con sus banderines identificativos: que consistirían en el escudo del respectivo territorio sobre fondo azul (1er Tercio, Araba), rojo (2º Tercio, Gipuzkoa), blanco (3er Tercio, Bizkaia), y por último rojo y blanco (4º Tercio, compuesto por gipuzkoarras y bizkaitarras, por lo cual en este caso figuraban conjuntamente los escudos de Gipuzkoa y de Bizkaia), además del número del Tercio al que pertenecían. Terminada la campaña, algunas de estas banderas fueron depositadas en lugares de culto religioso; así, la del 4º Tercio fue depositada en la basílica de Loyola y la del 1er Tercio, en la Colegiata de Santa María de Vitoria.

Primera de Euskal Herria En 1881 aparecerá la que algunos han definido como la primera bandera de Euskal Herria, pero como decía Arturo Campión en relación con el lema y escudo, “substituyendo el raquítico Irurak-bat, no con el incompleto Laurak-bat, sino con el lema definitivo de Zazpirak-bat”; podemos decir que esta bandera era incompleta, al representar parcialmente el territorio y dejar fuera los territorios de Iparralde. El 27 de febrero de 1881 se celebró en París una manifestación en homenaje a Víctor Hugo. En la crónica de Francisco Javier Godo recogida en El Noticiero Bilbaino se lee: Entre los 324 estandartes y banderas, los colores españoles lo impresionaron vivamente, pero el que más llamó la atención del gran poeta del siglo XIX, el día de su apoteosis, fue el vasco-navarro, como varias veces le repetía al subdirector de La Correspondencia de París. Esta bandera había sido diseñada por Pedro de Soraluce-Zubizarreta y se puede describir como: formada por dos franjas verticales, roja al asta y blanca al vuelo, y en cada ángulo un estrella dorada; en el centro el escudo del Laurak-Bat (de oro, cuatro manos de guerreros formando cruz y en cada cuartel una cabeza de reyes árabes o moros, o sea el lauburu). La explicación para dicha composición es la siguiente: el rojo representa a Navarra y el blanco a las tres provincias vascas, y las cuatro estrellas representan a cada una de las Cuatro Hermanas. Pero aun siendo tan interesante como puede ser la propia bandera, hay un dato que generalmente suele pasar desapercibido, quizás por centrar nuestro propio interés en la bandera; se trata de las cintas que la adornan: El corbatín es el de España, juntamente con otras cuatro corbatas, cuyos colores son blanco, azul, rojo y verde, o sean: Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra y Álava respectivamente. Es decir, que el color, que según Soraluce y los que con él colaboraron, representaba a Araba era el verde, a Bizkaia el blanco, a Gipuzkoa el azul y a Navarra el rojo. Lo que viene a ratificar la asociación del azul con Gipuzkoa, como hemos visto anteriormente en el siglo XVII.

En 1894, con motivo de las Fiestas Vascas de Saint-Jean-de-Luz, celebradas durante los días 26 al 29 de agosto, tenemos las referencias de Vicente Monzón y Charles Bernadou sobre la presencia de las banderas de las “siete provincias”. El primero nos dice: “La comitiva, se puso en movimiento en medio del mayor bullicio, precedida de las siete banderas, más la de la Tradición basca, que eran rojas, con sus escudos bordados. Esta última era la que llevaba entre sus pliegues el lema Zazpiak bat”; y Bernadou apunta: “Et les drapeaux des sept provinces aux vives couleurs rouges étincellent sous les arbres”. Recordemos aquí cómo el 14 de julio de este mismo año se izaba la ikurriña por primera vez en el Euzkeldun Batzokija como bandera propia de Bizkaia, pero, como sucede con otros símbolos, se crean, evolucionan y se adaptan, y en el caso de la ikurriña desbordó el marco referencial que tanto Sabino Arana como su hermano Luis le habían dado, para convertirse el bandera de todos los vascos. Pero esa es otra historia y mi propósito era dar voz a las más olvidadas.

El autor

Juan José González

Bilbao (Anteiglesia de Abando, 1957). Investigador y documentalista. Vexilólogo y heraldista. Autor de los libros: ‘Historia de los emblemas de Orduña’, ‘Emblemática del Valle y Merindad de Orozko’ y ‘Fitero en sus emblemas’ (coautor). Artículos en las revistas ‘Ar Banniel’, ‘Banderas’, ‘Emblemata’ y ‘Flagmaster’. Autor de 32 banderas municipales (oficiales) y 7 escudos municipales (oficiales) en el territorio histórico de Bizkaia.

Nazis en Bilbao

Las autoridades franquistas de Bilbao, secundadas por la prensa de la época, fueron complacientes anfitriones de los nazis en la villa

Desfile del dictador Franco junto al Parque de las Tres Naciones, en Bilbao en 1939. Sabino Arana Fundazioa
Desfile del dictador Franco junto al Parque de las Tres Naciones, en Bilbao en 1939. FOTO: Sabino Arana Fundazioa

No entendía nada del espectáculo que le ofrecían. Entre el embajador de Franco en París, José Félix de Lequerica, y el alcalde de Bilbao, José Luis Oriol, se encontraba en el palco de la plaza de toros de Vista Alegre el todopoderoso general en jefe de las fuerzas de ocupación en el sur de Francia, Bietersheim, al que las autoridades franquistas habían invitado en señal de fraterna amistad. No en vano las tropas alemanas de la Legión Cóndor habían prestado una ayuda decisiva en la victoria de Franco.

Los homenajes no se hicieron esperar y se sucedían a ritmo frenético. El 10 de agosto de 1937 fue la fecha elegida por el franquismo local para homenajear “a la gran nación amiga de España y a su führer Adolfo Hitler”. El lugar, el Teatro Trueba. Las autoridades, selectas: el general Cabanellas, el alcalde, José María Areilza; el presidente de la Diputación, Llaguno; el delegado del Partido Nacionalsocialista, el secretario de la embajada y el cónsul alemán en Bilbao. Al programa cinematográfico, en que se ponía de manifiesto la formidable maquinaria de guerra alemana y el peligro del comunismo en el mundo, acompañó la presencia de dos significados oradores, el concejal Esteban Calle Iturrino y el periodista Giménez Arnau. El primero no dejaba de ser un personaje local célebre por sus constantes cabriolas ideológicas. Socialista, comunista, upetista monárquico, tradicionalista, falangista… ¡para qué seguir! Fue especialmente celebrado por el auditorio al tener la genialidad, según palabras de La Gaceta del Norte, de vincular la batalla de San Quintín con la derrota de Francia y las sangres alemana y española que se derramaron en ella. El acto finalizó con ovaciones clamorosas al general Cabanellas y a Sidi-Al-al Ben Mohamed, representante del jalifa que tuvo palabras de agradecimiento para los que denominó compatriotas españoles.

Días más tarde, la colocación de tres obeliscos en el parque del Ensanche, rebautizado entonces como de Las Tres Naciones, sirvió para que Areilza, ante las autoridades diplomáticas de Alemania, Italia y Portugal, alabara al caudillo Hitler y glosara la genialidad de Mussolini y la inteligencia clarividente de Oliveira Salazar. Todos ellos adalides de sus revoluciones peculiares que, según el orador, perfilaban la Nueva Edad que se esperaba.

En esa misma línea, las Juventudes de Falange organizaron una fiesta homenaje a los camaradas de las Juventudes Hitlerianas “caídos en Alemania por la causa de la Revolución Nacional Socialista contra la barbarie asiática”. A la simpática fiesta se invitó a todos los jóvenes alemanes residentes en la villa.

Homenaje a marinos nazis Los miembros de la tripulación del acorazado de bolsillo Admiral Scheer fueron agasajados con almuerzos en el elegante Club Marítimo y en el Hotel Carlton. Mayor resonancia adquirió el homenaje que se tributó a los marinos de su buque gemelo, el que sería más famoso Admiral Graf Spee con su comandante Langsdorf a la cabeza. En esta ocasión el encargado de darles la bienvenida fue José Félix de Lequerica. Al tiempo de agradecer la intervención de la fuerza militar alemana en la liberación, alabó la conducta de la colonia alemana en Bilbao, citando como ejemplo la figura del llamado mártir Guillermo Wakonigg “alemán de alma y devoto de la causa española”, que murió con el mismo grito con el que Lequerica terminó su discurso: Heil Hitler! Al día siguiente, los marineros alemanes acudieron al cementerio de Begoña para ofrecer su particular homenaje al espía Wakonigg.

Además de los actos de homenaje que le ofreció el Ayuntamiento de Bilbao, la propia colonia alemana celebró sus propias festividades en las que casi todos sus actos en esta época estaban teñidos del espíritu nacional-socialista de las autoridades hitlerianas. Sirva de ejemplo, entre otros tantos, la fiesta nacional alemana de la cosecha, celebrada también en el Trueba; no faltaba ninguno de los elementos propios del ritual nazi: Juventudes Hitlerianas, música de Wagner, canciones y poesías patrióticas y el larguísimo discurso del cónsul Friedhelm Burbach que podría resumirse en una frase lapidaria “Adolf Hitler es lo mismo que Alemania y Alemania es Adolf Hitler”. Todo esto dicho ante la atenta mirada de las autoridades locales y su ovación entusiasmada.

En igual línea se celebraron muchos actos de los alemanes residentes en Bilbao como la apertura y clausura del curso del Colegio Alemán con el embajador Von Stoher, actos del Club Alemán, celebración de Navidades, cincuentenario del Hogar Alemán, el Día del Plato Único, la Fiesta del Estudiante Caído, siempre con la presencia del jefe local del partido nazi y del omnipresente cónsul Burbach. Este mantuvo una excelente relación con las autoridades franquistas. A título de ejemplo sirva la entrega de la medalla del Águila Alemana de primera clase al gobernador civil de Bizkaia, Miguel Ganuza, o el homenaje a Evaristo Churruca, conde de Motrico, muerto en lo que llamaban Cruzada. Al conmemorar la fiesta del Primero de Mayo, se ofreció la cifra de casi 300 personas pertenecientes a la colonia alemana, lo que da idea de su importancia, que se acrecienta por la importancia económica de algunos de sus miembros.

Cuando las tropas alemanas ocuparon Francia en junio de 1940, grupos de alemanes residentes en Gipuzkoa y Bizkaia acudieron a la frontera francesa para saludar al ejército de ocupación alemán con un entusiasta flamear de banderas con su cruz gamada.

Cine, Teatro, música… El gran amigo alemán aparecía también en otros ámbitos de la vida bilbaina. Películas como El triunfo de la voluntad, de la cineasta Leni Riefensthal, eran ofrecidas en el Cinema del Soldado, la música de la banda de la Legión Cóndor era habitual en la programación de Radio Bilbao o se celebraba la Exposición del Libro Alemán inaugurada por el jefe local del partido, Tarnow. También se ofrecieron las representaciones del grupo de teatro alemán La fuerza por la alegría, en campaña propagandística de las virtudes del nazismo, y se organizaron conciertos musicales con la presencia de la Orquesta Filarmónica de Berlín y la dirección de C. Krauss en el Teatro Buenos Aires bajo la protección de la siempre presente cruz gamada.

Fue también significativa la propaganda aparecida en la prensa bilbaina de esta época de los productos alemanes. De los medicamentos a los colorantes, de la electricidad a la motorización, aparecían siempre como los mejores productos del mundo en el horizonte de una nueva economía mundial. Los artículos laudatorios a Hitler y su régimen eran habituales en la prensa bilbaina. Perfectamente lógico en periódicos falangistas como El Correo Español y Hierro pero también muy comunes en la católica La Gaceta del Norte, cuyo director López Becerra, Desperdicios, contaba maravillas del régimen nazi, acaso con mayor entusiasmo desde que visitó Alemania durante un mes con un numeroso grupo de periodistas españoles en agosto de 1940. Este mismo periódico recogió con entusiasmo la visita de Heinrich Himmler, comandante de las SS, en octubre de 1940, a la Diputación de Gipuzkoa, donde fue recibido con los máximos honores por su presidente, en aquel momento Elías Querejeta.

En 1941 el ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer, proclamó en vibrante alocución el famoso ¡Rusia es culpable!, considerando una exigencia de la historia el exterminio de la Unión Soviética y promoviendo la creación de la División Azul. En Bilbao se convocó una manifestación que recorrió varias calles de la villa y concluyó delante del consulado alemán. De nuevo Burbach tomó la palabra y lanzó toda una arenga patriótica en la plaza Elíptica. Arenga en la que prometió a España “el lugar que le corresponde por su gran historia, por su excepcional situación geográfica y por los grandes sacrificios que se ha impuesto en la lucha contra el mismo adversario”. Era claro que el cónsul nazi había leído el libro de Castiella y Areilza Reivindicaciones de España.

En 1943, el considerado invencible ejército alemán empezó a conocer las derrotas. La simpatía franquista hacia el régimen nazi comenzó a menguar y, con su caída definitiva en 1945, se hizo preciso disimular las concomitancias de las dos dictaduras. Se ponía en marcha la operación camuflaje. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en el caso del cónsul en Bilbao, Burbach, primer representante de Hitler en España y Portugal. Presente en todos los eventos de la colonia alemana en la villa, desapareció de su despacho de la calle Máximo Aguirre, al igual que le sucedió al Partido Nacional-Socialista en Alemania. Escondido al parecer en Cillaperlata, en las estribaciones de los montes Obarenses del norte de la provincia de Burgos, esperó algunos años para que la desmemoria que todo lo invade borrase la presencia nazi en Bilbao. Sus amigos franquistas le siguieron prestando protección hasta su muerte en 1959 en accidente de tráfico en San Llorente de Losa.

Hablar hoy de estas historias suscita en muchas personas incredulidad o, cuando menos, un cierto escepticismo. Porque, ¿quién se acuerda hoy de esa época negra en que los nazis se paseaban ufanos con los franquistas por las calles de Bilbao o cantaban brazo en alto y gesto altivo amenazadoras canciones de guerra?

Un reportaje de José Ignacio Salazar Arechalde