Aquella primera misa en euskera

Se cumplen 55 años de la eucaristía celebrada en Arrazola en 1959 organizada por José Antonio Retolaza, pero oficiada por Francisco Ballester

Primera misa
No es exacto. El sacerdote y académico honorario de Euskaltzaindia fallecido días atrás José Antonio Retolaza no celebró él la primera misa en euskera, como de forma incorrecta han informado agencias y algunos medios de comunicación. El cura que la ofició fue Francisco Ballester Viu. Retolaza al ser un sacerdote de rito latino no podía celebrar la eucaristía en otras lenguas pero sí fue el organizador y factotum. Así, lo certifica a DEIA, el académico emérito de Euskaltzaindia, José Luis Lizundia, quien aporta una foto inédita de la jornada histórica tomada por el propio José Antonio, imagen cedida por el arrazolarra Juan Luis Abendibar. Aconteció el 21 de junio de 1959 en la parroquia San Miguel de Arrazola.

Ballester Viu, era practicante del rito bizantino melquita; no del latino, caso de Retolaza y resto de religiosos vascos. «Ballester sí podía dar la misa en euskera, aunque fue antes de que el Vaticano con el Concilio Vaticano II permitiera oficiar misa en lenguas vernáculas», apostilla Lizundia.

En la fotografía impresa, Francisco Ballester Viu aparece rodeado por dos religiosos que han sido parte de la historia vasca del catolicismo. Por un lado, Claudio Gallastegi (Elorrio 1806 – Plentzia 1988). Este cura fue párroco de la iglesia bilbaina de San Antón, así como autor del himno Begoñako Andra Mari. Por otro lado, Juan Mari Uriarte (Fruiz, 7 de junio de 1933), primero designado obispo auxiliar de Bilbao, luego titular de Zamora y más tarde de San Sebastián. Los jóvenes monaguillos de la imagen eran, además, discípulos de danzas vascas de Retolaza.

Por iniciativas como esta, en 1963, cuando José Antonio seguía siendo párroco de Arrazola y director del centro escolar Funcor en Elorrio, el alcalde del municipio le denunció y el obispo le expulsó de aquel destino.

Un texto de Anjel Zelaieta ilustra sobre aquella jornada de la que no se conocen muchos datos, aunque la feligresía de Arrazola sabe bien de una placa esculpida en la que se puede leer: «Eleiza honetan izan zan lehenengoz munduan mezea euskeraz. 1959. urtean. Bizantziar-melkita errituan» (En esta iglesia se celebró por primera vez en el mundo misa en euskera en el año 1959, por el rito bizantino-melquita).

Zelaieta recuerda que en aquel año todavía no había permiso de celebrarla en euskera en el rito latino u occidental. Viu, sin embargo, era religioso del rito oriental, melquita. «Por ello tenía la potestad de hacerlo en euskera», agrega.

El Grupo de Acólitos Cruz Guía de Málaga asegura que Ballester Viu ha sido el único sacerdote católico del rito bizantino melquita que ha habido en el Estado. En el caso vizcaino, el obispo Gurpide fue quien le llamó para que se incorporara al seminario de Derio con el objeto de cumplir labores de profesor. Fue allí donde, según parece, él pidió a su profesor entonces Karmelo Etxenagusia celebrar una misa en euskera. Conocida la intención por José Antonio Retolaza, este último propone que se celebre en su parroquia, la de San Miguel de Arrazola. Viu dio su sí por respuesta. Zelaieta cuenta varias curiosidades al respecto: «Viu tenía una gran facilidad para los idiomas, y a pesar de ser foráneo se vio capaz de poder dar la misa leyéndola en euskera y algunas partes se las aprendió de memoria. No le fue difícil», valora el de Mallabia en un documento.

Al parecer, todo el pueblo tomó parte en la popular eucaristía. Francisco Ballester Viu tuvo especiales apoyos aquella jornada de Karmelo Etxenagusia, Juan María Uriarte, Claudio Gallastegi y del propio José Antonio Retolaza, fallecido el pasado miércoles día 12 de marzo.

Agur a Retolaza

El académico de honor de Euskaltzaindia y sacerdote José Antonio Retolaza fue el creador del popular personaje infantil Kili-Kili y de la revista del mismo nombre. Falleció a los 84 años. «Se me hace extraño que no se haya dado a conocer o caído en la cuenta de que era hermano de Luis María Retolaza Ibarguengoitia, primer consejero de Interior del Gobierno Vasco con los lehendakaris Garaikoetxea y Ardanza», valora el académico emérito de Euskaltzaindia, José Luis Lizundia.

Retolaza nació en Bilbao el 6 de junio de 1929, fue nombrado académico de honor de Euskaltzaindia el 27 de octubre de 2000 en reconocimiento a su trayectoria literaria y por ser «un gran impulsor de la lengua vasca», según destacó Euskaltzaindia en un comunicado publicado a razón de su fallecimiento.

Tras estallar la Guerra Civil, residió en Muxika. Más tarde, estudió en el seminario de Vitoria, donde en 1957 acabó los estudios de Teología y fue destinado a Arrazola, en el valle de Atxondo, como sacerdote. Y llegaron los años 60. «Cuando comenzó a actuar ETA, en días que hicieron su primera actividad armada, Retolaza me dijo, José Luis, ni se te ocurra entrar en esa organización. La lucha armada no es para este país», valoraba. En 1966, creó el personaje Kili-Kili con el objetivo de cuidar y fomentar el euskera y su calidad entre los niños. Más tarde, fundó la revista del mismo nombre, que se convirtió en un referente de la literatura infantil que fue prohibida por los franquistas en 1968.

Un reportaje de Iban Gorriti

Aberri Eguna de 1964: Gernika nuevamente símbolo de libertad

Se cumplen hoy 50 años del primer Aberri Eguna celebrado de forma pública en los territorios vascos peninsulares en plena dictadura: el 29 de marzo de 1964. Gernika fue la localidad elegida por la dirección del Partido Nacionalista Vasco para convocar a los miles de asistentes que acudirían a la cita
Árbol de Gernika

El objetivo del llamamiento a celebrar el Aberri Eguna en Gernika el 29 de marzo de 1964 era recuperar el protagonismo de las acciones en el interior, reivindicar -en aquella fecha, con más fuerza que nunca hasta entonces- la libertad de Euskadi como pueblo y nación, y al mismo tiempo seguir presentando oposición al régimen franquista, pero esta vez, de forma pacífica y silenciosa.

El primer Aberri Eguna de la historia había tenido lugar en Bilbao en 1932, como celebración de las bodas de oro (1882-1932) del despertar en Sabino Arana de su conciencia nacional vasca. Aquel fervor patriótico vivido durante los años de la República corrió como la pólvora por todo el territorio, y así, las capitales vascas peninsulares Donostia (1933), Gasteiz (1934) e Iruña (1935) fueron tomando el relevo en las celebraciones de los Aberris en los años siguientes.

Tampoco la guerra sufrida en Euskadi fue capaz de apagar el entusiasmo que suponía una vez más la declaración y reivindicación pública de las libertades históricas de nuestro pueblo. El Aberri Eguna de 1937 fue el Aberri de las trincheras, bajo los bombardeos, y teñido de sangre, pero celebrado en muchas localidades del reducido territorio vasco que seguía leal a la legalidad republicana.

Una vez derrotado el ejército de Euzkadi por las fuerzas sublevadas, entregadas las armas, y en prisión miles de gudaris a partir del verano de 1937, los sucesivos Aberri Egunas tuvieron que recordarse de forma resignada, clandestina, en el entorno familiar y en la intimidad de los hogares, en las cimas de los montes o, con mayor libertad, en el exilio, lejos del régimen del dictador Franco que perseguiría y castigaría con dureza cualquier reivindicación nacionalista vasca.

Arriesgado y valiente

25 años tuvieron que pasar desde el final de la guerra en el Estado español (1 de abrir de 1939) para que se volviera a celebrar un Aberri Eguna -todavía prohibido y condenado-, de manera pública en el interior de Euskadi, de forma masiva y multitudinaria, tal y como habían sido los de los años 30. 25 años de paz, como los publicitó paradójicamente el franquismo al conmemorar sus bodas de plata, reprimiendo durante ese tiempo todo conato de oposición al régimen. Actitud que continuaría hasta la muerte del dictador en noviembre de 1975.

Por lo tanto, la convocatoria de 1964 supuso el final de los Aberri Egunas del dolor, del silencio; fue una iniciativa arriesgada y valiente por parte de los dirigentes nacionalistas que quisieron que la simbólica villa de Gernika se convirtiera en el escenario principal para la celebración del Día de la Patria de aquel año.

La convocatoria, encabezada por el Partido Nacionalista Vasco, y secundada también por el Gobierno vasco y todos los partidos políticos antifranquistas, tuvo una respuesta sorprendente tanto para los organizadores como para las autoridades españolas. Estas reconocieron una asistencia de 5.000 manifestantes, mientras que los recuentos de los convocantes superaron la cifra de las 30.000 personas.

Los partes que se conservan en el Archivo del Nacionalismo Vasco con el registro del número de coches, autobuses, motos y bicis que circularon por las carreteras de Mungia, Lekeitio, Ajangiz, Bermeo, Errigoiti o Arratzu aquel día avalan estos datos. La jornada fue un desfile incesante de miles de abertzales que se acercaron hasta Gernika para visitar pacíficamente y en silencio los lugares más emblemáticos de la villa, entre ellos, la casa de Juntas y el Árbol de Gernika. A los pies del mismo y en un momento dado, se depositó un ramo de flores enviado por Jesús María de Leizaola, el lehendakari del Gobierno vasco en el exilio desde la muerte de Agirre en 1960.

Controles y amenazas

A pesar del mal tiempo -no paró de llover en todo el día- y las fuertes medidas ordenadas por las autoridades franquistas para evitar que los ciudadanos llegaran a la villa foral (controles policiales, denuncias, amenazas, etc.) Gernika fue un hervidero constante de gente durante toda la jornada. El éxito de la concentración se tradujo en que por primera vez el Aberri Eguna dejó de ser una fiesta exclusiva de los nacionalistas para convertirse en una fiesta de todos los vascos, tal y como se indicaría en la publicación Gudari. Centenares de telegramas fueron cursados desde todos los centros vascos del mundo solidarizándose con el acto.

Desde ese mismo día, a la noche, la dirección del PNV recibió -y conservó en su archivo- los primeros informes (notas manuscritas, transcripciones de noticias,…) sobre cómo había transcurrido el día: «Cientos han llegado a pie por el monte. En Mungia, en Zornotza, en todos los puntos confluyentes a Gernika han sido parados los autobuses, incluso los de excursiones y no se les ha permitido el paso (…)»; «A uno de nuestros ancianos (80 años) que con ilusión de niño quería ver Gernika, quizá por última vez, con el colorido que recordaba de su dorada juventud, venía en compañía de sus hijos desde Mungia; al no tener carnet de identidad, le hicieron abandonar el vehículo y él, valiente, les dijo a sus hijos: seguidu zuek nere pentzamentuak zugatzapien egongo diez. Agur».

Otras crónicas más elaboradas informaban con nuevos detalles: «En las primeras horas del sábado día 28 de marzo, las hogueras de llamada a Junta (el informador comprobó las de los montes Ganguren, Arnotegi, Santa Marina, Oiz y Urko) llamaban al Pueblo Vasco a reunirse el día siguiente a conmemorar el Aberri Eguna en Gernika. Desde hacía más de 30 días, el pueblo había ido notificando de boca a oreja, sin ningún papel, ninguna hoja ni escrito, y el entusiasmo había cundido por todas las villas y valles, haciéndose los preparativos a pesar de la dificultad de contratar medio de locomoción y la imposibilidad total de organizar trenes especiales, por el control y presión de las fuerzas de ocupación».

Multas de 10.000 pesetas

Los controles policiales en todas las carreteras que llegaban a Gernika produjeron largas colas de vehículos y horas de espera. Los ocupantes decidían entonces bajar de los coches y continuar a pie; solo los conductores permanecían al volante y algunos, incluso, optaron por abandonar sus vehículos en los bordes de los caminos. La Guardia Civil mientras tanto apuntaba matrículas y nombres de asistentes. La represión no tardaría en llegar y a los pocos días muchos recibieron comunicaciones oficiales del Gobierno Civil con multas de 5.000 y 10.000 pesetas por haber estado presente en Gernika y atentando al orden público por ello, según un decreto franquista del 10 de octubre de 1958…

«Cuando llegó el domingo -como escribiría Iñigo Camino veinte años después en la revista Alderdi-, Gernika se encontraba repleta de efectivos policiales y de agentes de la secreta. Hacia las diez de la mañana el Roble de las libertades aparecía solitario. A los pocos minutos desde el monte llegan los primeros patriotas. El desfile seguirá durante todo el día. A la una de la tarde una multitud llena los alrededores de la vieja Casa de Juntas. La policía vigila de cerca. Sin embargo, no se escucha ni un grito. La consigna de marcha del silencio es respetada. No se producen incidentes y posteriormente la concentración tiene una gran repercusión en los medios informativos internacionales. Los franquistas no quieren pruebas. Máquinas fotográficas y tomavistas fueron prohibidas e incautadas por la policía. A pesar de ello, la imagen del joven gudari en actitud respetuosa frente al Árbol de Gernika recorrerá el mundo y se convertirá en el símbolo de una nueva etapa antifranquista que con aquel Aberri Eguna comenzaba».

Efectivamente, la resistencia vasca al franquismo tomaría un nuevo impulso a partir de aquel acto, y todas las primaveras volverá a repetirse esta manifestación de grito de libertad: Bergara, Gasteiz, Irun-Hendaia, Iruñea… acogerán sucesivas concentraciones multitudinarias no exentas de fuerte represión, como la que se vivió en la convocatoria de 1968 en Donostia.

‘Europara begira’

El próximo 20 de abril se celebrará -en colectividad o individualmente- un nuevo Aberri Eguna en Euskadi y en todos los lugares del mundo con presencia vasca, para seguir festejando el día de la Patria vasca. Este año bajo el lema Euskadi Europara begira y recordando especialmente los organizados hace ochenta años en Gasteiz, y cincuenta en Gernika, Símbolo de Libertad permanente en nuestra historia.

Un reportaje de Eduardo Jauregi

Un gudari en Perú

Un periodista peruano regresa al Zorrotza en que nació y rueda el documental ‘Aita’ sobre su padre, del Batallón MAI Irrintzi del PNV.

GudariITA, padre en euskera. Ese será el título del documental que el famoso periodista peruano, Chema Salcedo, está elaborando en Lima y que, hace unos días, también rodó en Euskal Herria. Es una evocación de su padre, José Salcedo Molinuevo, quien fue gudari del Batallón MAI Irrintzi, del PNV, y que en 1951 emigró al país andino. «De niño, mi padre siempre me habló de los días que pasó en el frente vasco de la Guerra Civil. Me contaba sus batallas, los lugares que recorrió, como Eibar, un lugar mágico ya para mí, o Artxanda. O cómo se alistó en el ba-tzoki de San Salvador del Valle, Trapagaran, para ir a la guerra», explica Chema Salcedo a DEIA.

Otros enclaves de los que le «alimentó» su aitatxo -califica- fueron Amorebieta, Etxano, Lekeitio o Begoña: «Verificar lugares y datos que me proporcionaba es muy emocionante para mí. Recorrí trincheras en las que estuvo mi padre hace 77 años». Así, dos años antes de morir en diciembre de 2012, José Salcedo Molinuevo, nacido en Trapagaran en 1916 y emigrado a Perú con su familia en 1951, le entregó a su hijo José María -Chema-, nacido en Bilbao en 1946, un escrito con sus memorias en el frente vasco durante la Guerra Civil como gudari en el MAI Irrintzi, batallón de máquinas de acompañamiento de Infantería, incluyendo morteros.

Corría el año 2010 y aita y seme, junto con la enfermera del mayor, estaban viendo el polémico documental del cineasta donostiarra Julio Medem La Pelota Vasca: la piel contra la piedra. En ese momento, el hijo creyó ver a su padre en unas imágenes históricas cargando un mortero. «Mi padre dijo que dudaba si era él», agrega el periodista. De aquellos documentos y de la duda surgida por la película de Medem prendió la mecha del documental que está grabando.

Una vez muerto José, Chema comenzó a recorrer los lugares que el gudari mencionaba en su escrito, y ha descubierto más de una huella de sus andanzas esquivando la muerte en línea del frente. Aita incluye un personaje de ficción que representa al José Salcedo padre en el momento de la guerra. En la película, el padre dialoga con su futuro hijo Chema, como si fuera un sueño de este último.

Se trata de un documental testimonial de 60 minutos, narrado en primera persona. «Es crónica de viaje, viaje físico y viaje al interior de la memoria, con cámara que viaja con él, encontrando escenarios y testimonios de otros hijos y nietos de gudaris», aportan desde la productora ViceVersa.

Para seleccionar a quien encarnara el papel del gudari, hicieron un casting en Bilbao. Optaron por Aketza Alberdi, de Lezama. «Le vi un parecido o quise creer que lo tenía a mi padre de joven», explica Chema. «Como curiosidad, en la película, voy con el actor gudari al nuevo San Mamés, algo que no pude hacer con mi padre. Sí guardo el recuerdo de haber ido juntos al viejo. Fue un Athletic 1 – Barcelona 1 con la histórica delantera de Gainza, Iriondo, Venancio, Zarra y Panizo», rememora Chema, quien avanza que ETB ha cerrado un acuerdo con la productora para exhibirlo por televisión.

emociones El documental cuenta con música original de Abraham Padilla, y se estima que se concluya su edición a finales del próximo mes. En la proyección, el público verá a Chema caminando por el monte Akondia, en Eibar. Se acerca a una cueva, y por la entrada asoma un gudari de 20 años, su aita. Este le pregunta qué hace allí. Es abril de 1937 y parte de un sueño de Chema.

Entre las localizaciones grabadas aparecerá también el Zorrotza en el que nació el hijo del gudari: Callejón de Tránsito, número 7, una casa que ya no existe, derruida. Un grupo de familias de gitanos ocupan hoy ese lugar. El llegado de Perú y su equipo visitarán también la Sabino Arana Fundazioa. «Me mostraron, muy amables, una nómina del Batallón MAI Irrintzi de 1937 con su firma. Me emocioné», enfatiza, y cuenta que su padre fue uno de los que se rindió en Santoña ante los italianos fascistas y que, hecho prisionero de guerra, fue enviado a una cárcel de Burgos.

Un momento emotivo del documental repasará cómo Chema olvidó conseguir una ikurriña para colocar sobre el féretro del gudari. Su cuidadora, Herlinda Ludeña, tuvo que mandarla hacer en un mercado de Lima. Aún no hay fecha para el estreno, pero el documental podría llegar en junio, momento en el que el sueño de Chema podrá despertar.

I.Gorriti

El patriota muerto en Mañaria

El 2 de abril se cumplen ochenta años del accidente en el que murió el concejal del PNV de Abadiño, Antonio de Larramendi, al regreso del Aberri Eguna de 1934

patriota

el 1 de abril de 1934 se celebró el Aberri Eguna por tercera vez en la historia. Aconteció en Gasteiz. El PNV «trató de responder», según valora el investigador Carlos Caballero Basáñez, «con un acto de masas a la política contraria al Estado de Autonomía de la derecha española capitaneada por Oriol». La prensa de la época cuantifica que asistieron a esta reunión histórica alrededor de 50.000 personas. En el mitin de Mendizorrotza dieron su discurso Esteban Isusi y los diputados Landaburu, Irujo, Monzón y Agirre.

Uno de los participantes en aquel día de la patria fue Antonio de Larramendi y Oregi, concejal del PNV en el Ayuntamiento de Abadiño. Al regreso a su hogar, el autobús en el que bajaba ya Urkiola rompió los frenos lo que motivó que se accidentara. Aunque en un principio el edil parecía que estaba bien, acabó al día siguiente perdiendo la vida. Así lo recuerda la hemeroteca del periódico Euzkadi y también lo ha heredado su familia, caso de su nieto José Antonio y su nuera, Mari Paz Elorriaga, quien contrajo matrimonio con José, único hijo varón del edil nacionalista. Fueron tres hermanas más: Benita, María Dolores y Miren.

El rotativo abertzale titulaba «Un trágico accidente» e informaba: «Vuelca un autocar en Mañaria al regresar de Gazteiz (sic) y resulta muerto el concejal patriota de Abadiano don Antonio de Larramendi. Dos heridos leves y uno de pronóstico reservado».

El Euzkadi informó sobre el fallecimiento de este hombre de 40 años, al menos entre ocasiones: los días 3, 4 y 29 de abril. El primero incluyó la esquela de Larramendi en portada y en la página séptima dio a conocer la noticia del accidente y fallecimiento, por el que los batzokis de Durango y Abadiño, así como Juventud Vasca de Bilbao y otras entidades nacionalistas «pusieron sus banderas a media asta en señal de duelo». El diario calificaba al abadiñarra como «ferviente nacionalista». Sus familiares asienten al respecto a DEIA. «Aquí en el barrio de Urizar, que decimos Uxar, era el único nacionalista vasco. El resto eran carlistas», manifiestan Mari Paz y José Antonio y van más allá en sus recuerdos. «De hecho, en casa siempre se ha dicho que eran tan patriota que porque murió antes de la Guerra Civil, que si no, siendo como era le hubieran matado».

El 4 de abril de 1934, el rotativo abertzale recogió con fotografía el funeral por Larramendi oficiado en la parroquia de Abadiño bajo el título de El patriota muerto en Mañaria, «la nota dolorosa del día de la Patria», difundía. La imagen mostraba el paso de la comitiva fúnebre bajo la ikurriña a media asta del ba-tzoki de la anteiglesia vizcaina. «Con asistencia de las autoridades del PNV que presidieron y un gran contingente de patriotas, se verificó ayer en Abadiño el entierro del abertzale Antonio de Larramendi».

Arroparon a la familia los históricos Esteban de Isusi, Heliodoro de la Torre, Manuel Robles, Francisco Javier Landaburu o Luis Arbeloa. El alcalde local, Julián Irazola no pudo acudir por enfermedad. Otra curiosidad de la noticia del día es que el periodista escribió que el cementerio de Abadiño, donde el coro local cantó el Réquiem Aeternam, «quizás sea el mejor cuidado de Euzkadi», valoró.

Gastos del sepelio Otra anécdota de la jornada fue que tras el funeral la corporación se reunió en el Consistorio y acordó por unanimidad hacerse cargo de sufragar los gastos del sepelio que ascendió a «200 pesetas». Relacionado con dinero ocurrió otro dato. «Al dejar viuda de 34 años con cuatro hijos y un caserío por acabar de pagar con un 5% de intereses, entre familiares y personas del pueblo hicieron una colecta que llegó a las 23.000 pesetas que había costado en 1920. Y según hemos sabido siempre en la familia, hasta les sobró dinero con lo bien que se portaron todos», evocan.

Antonio de Larramendi y Oregi fue concejal de Abadiño por el PNV entre 1931 y 1934, como da a conocer a este periódico el también exedil jeltzale del municipio, Mikel Garaizabal, apasionado de los temas históricos. «Salió concejal en las elecciones del 12 de abril de 1931, hace 83 años», aporta junto a los recortes del suceso del diario Euzkadi. Antonio había nacido el 13 de junio de 1894, festividad de San Antonio. Trabajó en las labores del caserío Urizar y muy joven partió a Las Arenas a trabajar como carpintero a la Naval. Era dantzari del grupo de Abadiño y en su estancia fuera enseñó a bailar el ezpataridantza del Duranguesado a los de aquellas localidades. En aquellos días conoció a la que sería su esposa. «Mira, es muy curioso lo que le pasó», enfatiza Mari Paz. «Conoció a la que sería su mujer pasando el puente colgante de Portugalete. Resulta que era María Dolores Munitxa, una chica de un caserío de aquí cerca, Zubitarte, que estuvo sirviendo por allí. No se conocían hasta ese día e ir a ser allí… ¡Vaya casualidad!», sonríe.

La pareja regresó a Abadiño a vivir, al caserío Urizar cuando un hermano de él, Clemente, falleció de una epidemia que atacaba a las personas con exceso de peso. «Hasta aquí solían venir dirigentes famosos del PNV a hablar con Antonio, un hombre que tenía fama de buen conversador y político avanzado a la época», apostilla la familia. El periódico Euzkadi publicó el 29 de abril de 1934 que un día antes hubo una misa réquiem en recuerdo del patriota muerto en Mañaria, «Larramendi’tar Andoni», con el Liberame de Pero si interpretado por el coro de Abadiño. En ese número, se publicó que familias de la localidad habían donado en una segunda ronda 580,30 pesetas para los de Uxar.

Leizaola, ministro de Justicia

Mañana se cumplen 25 años de la muerte de Jesús María Leizaola, quien fuera consejero de Justicia con Aguirre y, posteriormente, lehendakari. Su gran preocupación durante la guerra fue evitar las ejecuciones de enemigos

Un reportaje de Xabier Irujo Ametzaga

mañana, 16 de marzo, se cumple el 25 aniversario del fallecimiento de Jesús María Leizaola, ministro de Justicia y de Cultura del Gobierno de Euskadi durante la guerra y lehendakari en el exilio tras la muerte de José Antonio Aguirre en 1960. Es una tarea muy difícil resumir en un artículo cuarenta años de carrera política activa y expresar todo el dolor que se condensa en aquellos años de guerra y destierro. No obstante, de todas las facetas de este político y humanista vasco, la figura de Leizaola destaca por su inquebrantable fe en la justicia y los derechos humanos que hicieron de él un político de talla universal.

El periodista británico George Steer conoció bien a Leizaola. De él dice en su obra El árbol de Gernika que trabajó denodadamente para crear un sistema de justicia que viera los delitos evitando el innecesario derramamiento de sangre y la demagogia política. La labor del ministro de Justicia en tiempos de guerra no fue fácil. Leizaola tuvo que conducir la ira pública a través de los estrechos canales legales. Tal como señalaron Steer y el embajador norteamericano Claude G. Bowers, Leizaola, el antimarxista, creó un tribunal de justicia vasco formado por dos representantes de cada uno de los partidos políticos que formaban el Frente Popular, por lo que sólo había en el mismo dos miembros de su partido, el PNV. Un tribunal cuyas decisiones fueron justas, y sus ejecuciones escasas. Ningún otro tribunal fue tolerado en Bizkaia.

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Pero las circunstancias de la guerra pronto se hicieron patentes. El 25 de septiembre de 1936 la aviación rebelde bombardeó Bilbao y, en represalia, la multitud abordó los barcos prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi, fondeados en el muelle de la ría. El balance: setenta personas asesinadas. Días después, el 2 de octubre, un grupo de marineros del acorazado Jaime I abordaron el Cabo Quilates y asesinaron a 38 presos más. A esto se sumaban las ejecuciones de las penas de muerte del tribunal de justicia. Fueron un total de veinte. Especialmente amarga fue la que recayó sobre el espía austriaco Wilhelm Wakonigg. Tal como relata Steer, Wakonigg fue juzgado en audiencia pública el 18 de noviembre, bajo la presidencia del juez decano de Bilbao y, declarado culpable de espionaje, fue condenado a muerte. Tanto Leizaola como el yerno del reo y responsable de la Ertzaña, Luis Ortuzar, lo visitaron la tarde anterior a su ejecución. «A las 7.15 de la mañana siguiente -continúa Steer-, después de vestirse muy cuidadosamente y de dar un tirón de despedida al nudo de la corbata en el espejo antes de salir de la prisión, fue fusilado en Zamudio con los ojos sin vendar. El pelotón de fusilamiento le estrechó la mano antes de la descarga, y su muerte fue inscrita en el padrón municipal de esa localidad».

Los hechos de septiembre y octubre de 1936 convencieron a las autoridades vascas de la necesidad de trasladar a los presos a las prisiones de El Carmelo y Larrinaga de Bilbao a fin de asegurar su seguridad y mejorar su calidad de vida. En colaboración con Antonio Careaga, director de Justicia; de José Aretxalde, secretario general de Justicia y director de Prisiones, y de Joaquín Zubiria y Venancio Aristegieta, la situación de las prisiones vascas mejoró radicalmente. Tal como relata José Ignacio Salazar en su libro 1937: Bilbao conquistada, el Ministerio de Justicia optimizó las condiciones sanitarias y el régimen alimenticio. En estrecha colaboración con la Cruz Roja internacional, se fomentaron las visitas de los inspectores internacionales y el contacto permanente de los presos con sus familiares. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo ministro de Justicia fue la puesta en libertad en octubre de 1936 de todas las mujeres detenidas en las prisiones vascas, un total de 156.

Marcha a las cárceles No obstante estas medidas, el 4 de enero de 1937 se produjo un nuevo bombardeo sobre Bilbao. Tras este hecho se organizó una manifestación que marchó por el centro de la ciudad, pasando delante de la Sociedad Bilbaina, sede del ministerio de Gobernación del Gobierno vasco, donde el ministro Telesforo Monzón salió al encuentro de los manifestantes y pidió su disolución. Algunos se disiparon pero otros marcharon contra algunas de las cárceles de Bilbao, penetrando hacia las cinco de la tarde en las prisiones de Casa Galera, Carmelo, Larrinaga y los Ángeles Custodios. Tan pronto se tuvo noticia de los desórdenes, el Ministerio de Defensa envió unidades militares y de la Ertzaña para detener a los manifestantes. Junto a estas fuerzas, se envió un batallón de la UGT algunos de cuyos miembros, lejos de detener la masacre, participaron activamente. Por fin, la presencia física de los ministros Juan Astigarribia, Juan Gracia y Monzón -junto con la de Leizaola y Aguirre- pudo detener la matanza hacia las 8 de la tarde. Un total de 224 presos habían sido asesinados. El Gobierno de Euskadi abrió una investigación, se procedió a arrestar a los presuntos culpables y en marzo de 1937 se dictó auto de procesamiento contra 61 personas. Se tomaron medidas de todo orden, empezando por la depuración de los funcionarios de prisiones y se evitaron más derramamientos de sangre. Y se decidió suspender la aplicación de las penas de muerte.

La guerra de 1936 había comenzado como un alzamiento militar contra el Gobierno de la República. En aplicación de los artículos 237 y 238 del código militar, los participantes en dicho golpe de estado eran responsables de conspiración y rebelión. Asimismo, los pilotos alemanes capturados por las tropas vascas fueron juzgados y sentenciados por bombardear y ametrallar poblaciones abiertas. El aviador alemán Hans Joachim Wandel, capturado el 13 de mayo cuando su Heinkel He51 fue derribado, admitió que había participado en el bombardeo de Gernika. La causa se vio en la sala segunda de la audiencia de Bilbao de la calle María Muñoz. Tal como expresó el reportero del Nevada State Journal, «se considera que las posibilidades de escapar de la muerte de Wandel son mínimas después de haber admitido su participación en la destrucción de Gernika». De hecho, Wandel fue condenado a muerte el 25 de mayo. Sin embargo, la pena de muerte no fue firmada por el lehendakari. Pero los miembros nacionalistas vascos del Gobierno de Euskadi se opusieron a la ejecución de penas de muerte, movidos fundamentalmente por razones de orden ideológico y religioso.

También la fiscalía del Tribunal Popular de Bizkaia se había mostrado reticente a aplicar penas de muerte. Tal como refiere el fiscal Germán Iñurrategi en sus memorias, «lo pensé mucho antes de aceptar el cargo. No había nacido para pedir penas de muerte y en aquella situación algo me decía que tenía que pedir algunas». Y cuando Manuel Irujo fue nombrado ministro de Justicia en mayo de 1937, detuvo por decreto la aplicación de las ejecuciones favoreciendo el intercambio de prisioneros de guerra y presos políticos, entre ellos el de los pilotos alemanes. Y así le fue condonada la pena al único piloto alemán juzgado y condenado por participar en la masacre de Gernika. Y si estas medidas son extraordinarias, y lo son más aún en tiempo de guerra, más lo es la aceptación de las mismas por la población vasca, que asumió sin protestas la condonación de sentencias.

Un precedente Desde un punto de vista jurídico, los casos contra los pilotos alemanes representan un importante precedente en el ámbito de la jurisprudencia referente a los bombardeo de terror. Los juicios que tuvieron lugar en Bilbao en primavera de 1937, cuyos dictámenes se basaron en los principios contenidos en las convenciones de La Haya de 1864, 1899 y 1907 sobre bombardeos aéreos y en la declaración del Comité de No Intervención de mayo de 1937, tienen mucha relevancia, ya que se trata de los primeros y únicos juicios en los que los encausados fueron sentenciados y condenados por participar en episodios de bombardeo de terror.

En junio de 1937 el Gobierno vasco se retiró a Turtzios, dejando Bilbao a cargo de la junta de defensa encabezada por Leizaola. A fin de evitar represalias, Leizaola decidió quedarse en Bilbao hasta pocas horas antes de la caída de la ciudad, con pleno conocimiento de que si era capturado se enfrentaría a un pelotón de fusilamiento. Ordenó la liberación de los más de mil presos que se albergaban en Larrinaga y El Carmelo. Tal como apuntaron Steer y Bowers, Leizaola permaneció toda la noche en la prisión para asegurarse de que los presos no fueran linchados. Las tropas rebeldes controlaban ya la margen derecha y la mayor parte de la izquierda. Los presos fueron así liberados y trasladados hasta la cuesta de Begoña, para que pudieran reunirse con los suyos. Tal como narra el propio Patxo Gorritxo en No busqué el exilio, retazos de las cuales conservamos en el Basque Archive de la Universidad de Nevada, esta operación la realizó este comandante de gudaris del batallón Kirikiño, asistido por Zubiria, con un grupo de gudaris de los batallones Otxandiano e Itxas Alde. Es preciso subrayar que los gudaris a cargo de esta operación habían perdido más de 200 compañeros en dos semanas. Cuando por la mañana los reclusos estaban siendo conducidos a las filas del bando rebelde algunos agitadores salieron al paso de la columna de presos para protestar. Leizaola se presentó y, colocándose entre aquéllos y la multitud, anunció que él personalmente había ordenado su liberación. Ningún preso fue linchado. Terminado su trabajo, el ministro tomó camino del exilio, hacia Santander, poco antes de caer Bilbao.

Steer concluyó el capítulo 34 de su obra refiriéndose al ministro vasco en estos términos: «Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche. No era él, como el resto de nosotros, un hombre de guerra o un hombre que amara el peligro. En el fondo de su corazón detestaba la guerra: a nosotros nos gustaba. Leizaola era un abogado de reconocida integridad. Los rasgos simples, alargados, de su rostro, la tez oscura, sus ojos melancólicos de mirada fija y sincera, todo en él era sobrio, poco militar, en el sentido más refinado y religioso del término. Incluso sus ropas eran negras, y siempre llevaba una boina oscura…»

Ese era Leizaola.