Se cumplen cuarenta años de la audaz visita que realizó a Gernika el lehendakari Jesús María de Leizaola, tras pasar 37 años de exilio, para tomar parte en la celebración del Aberri Eguna de 1974
Un reportaje de Luis de Guezala
Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir, que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.
Es muy posible que a Jesús María de Leizaola le viniera a la cabeza la melodía y la letra de este tango, que cantara Carlos Gardel, mientras miraba por las ventanillas del coche que le llevaba a Bilbao. Conducido el vehículo por Primi Abad, tras haber cruzado clandestinamente la muga, Leizaola veía de nuevo el paisaje de Gipuzkoa y Bizkaia tras, no ya veinte años, sino, casi el doble, nada menos que 37.
Jesús María de Leizaola es un personaje histórico muy singular. Recordado como miembro del Gobierno vasco presidido por José Antonio Agirre y luego como sucesor suyo y segundo lehendakari durante dos décadas hasta el final del franquismo, su imagen como político y erudito es quizás la que más ha trascendido. Pero fue también, en mi opinión, aunque pueda parecer contradictorio, un hombre de acción.
En 1922 su protesta ante una visita del rey de España, Alfonso XIII, con una pancarta en la que reivindicaba la creación de una Universidad Vasca, le supondría ser apresado y conducido por la Guardia Civil, ¡a pie y esposado! nada menos que desde Gernika hasta Amorebieta.
Quince años después, como recordara recientemente en esta misma sección Xabier Irujo, fue el último miembro del primer Gobierno vasco en abandonar Bilbao momentos antes de su ocupación por el ejército franquista. Consiguiendo, al arriesgar de esta manera su vida, que fueran respetadas las de los centenares de prisioneros fascistas y de derechas que fueron liberados, así como que Bilbao no fuera incendiada ni destruida. Como dijera de él George Steer: «Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche».
Y, cuatro décadas después, volvía a protagonizar un acto insólito, de resistencia a la dictadura del general Franco, siendo ya casi octogenario. Arriesgándose de nuevo para poder rendir homenaje al Árbol de Gernika como lehendakari, burlando a su vieja enemiga, la Policía española. La idea parece ser que fue de Iñaki Durañona, transmitida a Martín Ugalde y Mikel Isasi, y este último se la comunicó a Fede Bergaretxe, responsable de la Resistencia vasca y miembro del Euzkadi Buru Batzar de EAJ/PNV. Cuando éste transmitió la idea al resto del EBB, al principio fue general la opinión de que era una ocurrencia descabellada, pero Fede Bergaretxe y Txomin Saratxaga fueron convenciendo al resto hasta lograr la aprobación por parte de Juan de Ajuriaguerra, con la condición de que se asegurara que no hubiera ningún riesgo en los pasos de la frontera.
Algunos años después, Imanol de Aberasturi recordaba y podía hacer pública, tras la muerte del dictador, en la revista Euzkadi, la sorpresa que a él y a otros abertzales convocados para aquel día en Gernika, les había supuesto ver aparecer allí al lehendakari Leizaola.
De Bera a Getxo Tres antiguos gudaris, Primi Abad, Deunoro Totorika e Hilario Zubizarreta habían acompañado el día anterior a Jesús María de Leizaola en su paso clandestino de la muga por Bera, tras un intento fallido por Behobia, y en su viaje hasta Bilbao. Allí Fede Bergaretxe aparcó en la puerta de la basílica de Begoña junto al coche en el que había venido Leizaola. El lehendakari pasó discretamente de un coche a otro sin que nadie se percatara de su identidad, siendo las nueve de la noche y coincidiendo con el final de la misa del sábado de Gloria.
De allí se dirigieron, por el puente de la Salve, hasta Deusto. Pasaron por donde se hallaba el antiguo astillero Euskalduna llamando la atención de Leizaola los numerosos barcos de gran tonelaje allí atracados. Al llegar a la altura de Altos Hornos, pidió parar el coche para contemplar toda la zona de la margen izquierda y el complejo industrial («nuestra gran fuente de riqueza» -dijo-) que su actuación decidida al final de la guerra había conseguido salvar.
El vehículo llegó finalmente hasta la casa en Algorta de Sabin Zubiri, que le esperaba en el garaje con la puerta abierta para cerrarla en cuanto entrara en él. En la casa le esperaban, junto a la familia Zubiri, Juan de Ajuriaguerra y Luis Mari Retolaza, así como varios periodistas extranjeros, entre ellos el redactor de Le Monde Dominique Puchin, reunidos para que la noticia de su presencia tuviera, posteriormente, reflejo internacional.
Al día siguiente, domingo de Resurrección y Aberri Eguna, Leizaola se dirigió a Gernika, pasando por Larrabetzu y Amorebieta. Llegó a la villa veinte minutos antes de lo previsto, lo que le permitió visitar en Sukarrieta la tumba donde en su día habían reposado los restos de Sabino de Arana. Al volver a Gernika, a las doce del mediodía, la Casa de Juntas se encontraba cerrada, pero los miembros de la Resistencia lograron convencer al bedel de la misma para que la abriera, argumentando que venía una persona ausente muchos años que quería ver el Árbol.
Imanol de Aberasturi recordaba el gran impacto que le produjo ver allí al lehendakari. «Solo ante el Árbol, erguido, aquel anciano de 80 años, representaba para todos los asistentes la prueba fehaciente de que Euzkadi vivía, que nuestro Gobierno estaba en la lucha y que no cedería hasta ser reconocida su personalidad».
Sin llamar la atención Para evitar llamar la atención se había extendido la consigna de que no se profiriera ningún grito. Un coche estaba preparado para, en caso de necesidad, emprender la huida, pero al final no hizo falta. Con solo diez minutos de retraso sobre el horario programado, Fede Bergaretxe volvió a arrancar su coche para llevar al lehendakari hasta el grupo que volvería a ayudarle a pasar la muga.
Al poco de salir de Gernika tuvieron lo que Bergaretxe definió como un «contratiempo», pero que era en realidad el tiempo o la Historia que les salía al camino por el que iban. Al atravesar el cruce de Zugaztieta que lleva a Montecalvo y al Balcón de Bizkaia, el anciano lehendakari recordó su detención y conducción por la Guardia Civil por aquella misma carretera, a pie y esposado, cuando era joven. Pidió parar junto a una pequeña ermita y, para desesperación de su chófer, se dirigió a ella.
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar.
Al final llegaron a Autzagane, donde Leizaola volvió a reunirse con el grupo de sus antiguos gudaris, con media hora de retraso. En esta ocasión volvieron a Iparralde por el paso fronterizo de Behobia. De allí fueron a Donibane Lohizune, al frontón Jai-Alai de esta localidad donde se había organizado una comida para celebrar el Aberri Eguna. Las primeras palabras al dirigirse a los que le esperaban causaron sorpresa y entusiasmo: «¡Vengo de Gernika!». El plan había salido perfectamente. La Policía española se excusaría diciendo que Leizaola no había estado realmente en Gernika y que todo había sido un montaje. Desde la izquierda abertzale se argumentaría que el viaje se había realizado en connivencia con la Policía española. Aun así, Telesforo Monzón enviaría un mensaje de felicitación a su antiguo compañero de Gobierno.
El periodista francés, que le había acompañado en su regreso a Iparralde, le preguntó, al despedirse, lo que había sentido al regresar ante el Árbol de Gernika y Leizaola respondió: «Que había venido a Gernika para explicar a los jóvenes que hacía casi 37 años que se había constituido el primer Gobierno de Euzkadi, que este Gobierno creó el Ejército vasco, a base de las milicias populares, que creó la Universidad vasca, empezando por la de Medicina y oficializó la bandera vasca. Que el Gobierno había cumplido su misión y que ahora correspondía a los jóvenes el seguirla, mejorándola y perfeccionándola». Cinco años después Leizaola regresaría a Hegoalde, pero ya no de forma clandestina. Recibido multitudinariamente en el campo de fútbol de San Mamés, regresó para pasar el testigo a otro nacionalista vasco mucho más joven, Carlos Garaikoetxea, que presidiría el primer Gobierno vasco elegido tras la dictadura franquista.
Pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.