El Ayuntamiento bilbaino (1937-1959)
Los sucesivos alcaldes franquistas desarrollaron en Bilbao, de forma paralela a la gestión municipal, una intensa labor de propaganda para justificar y ensalzar la dictadura
Un reportaje de Antón Pérez Embeita
El 19 de junio de 1937 el ejército franquista toma Bilbao por la fuerza de las armas. Desde aquel fatídico día y durante más de 40 años la dictadura franquista gobernó la capital vizcaina, imponiendo políticas cuyo objetivo no era otro que la propaganda y el control social ejercido por los poderes públicos. Durante el periodo que denominamos primer franquismo, desde el comienzo de la dictadura hasta el año 1959, 113 hombres formaron parte del personal político del Ayuntamiento de Bilbao, manejando los destinos de la villa en nombre del dictador. Decimos hombres no por englobar al ser humano en tal acepción, sino porque ni una sola mujer formó parte del consistorio durante aquellos 22 años. Seis alcaldes estuvieron al frente de las corporaciones municipales bilbaínas: José María Areilza, José María González de Careaga, José Félix Lequerica, José María Oriol, Tomás Pero-Sanz y Joaquín Zuazagoitia. No obstante, tan solo el último, Zuazagoitia, se mantuvo en el puesto durante un periodo prolongado de tiempo (muy prolongado, eso sí, ya que fue alcalde durante casi 17 años).
Los primeros alcaldes franquistas de Bilbao fueron cargos provisionales, nombrados con la guerra civil todavía en curso y cuyos mandatos se caracterizaron por su brevedad. Sobresale la primera comisión gestora, nombrada en junio de 1937 y disuelta en febrero de 1938. Aquellos primeros gobiernos municipales tuvieron un carácter claramente temporal (el primero estuvo formado por tan sólo cuatro personas) y fueron renovándose al obtener los alcaldes cargos más relevantes en el organigrama franquista.
Tras el final de la guerra civil se comenzó a buscar estabilidad en el consistorio bilbaino, y tras el paso de J. M. Oriol Urquijo por la alcaldía (1939-1941) parecía que su sucesor sería un alcalde longevo. Sin embargo, durante el mandato de Tomás Pero-Sanz sucedieron los llamados Sucesos de Begoña, que supusieron la cristalización de las tensiones existente entre carlistas y falangistas en un atentado contra los primeros a la salida de la basílica de Begoña el 16 de agosto de 1942. Una bomba de mano provocó 70 heridos y una escalada de la tensión, solucionada por las jerarquías franquistas mediante la destitución del alcalde y la transformación profunda de la corporación municipal al completo. El tradicionalismo salió sin duda peor parado, ya que a pesar de que el atentado fue llevado a cabo por un falangista fueron los carlistas los que prácticamente desaparecieron del Ayuntamiento durante un tiempo.
La salida de Tomás Pero-Sanz supuso la llegada del farmacéutico Joaquín Zuazagoitia, que se mantuvo al frente de la alcaldía hasta 1959, cuando también fue cesado tras un trágico suceso, un incendio que acabó con varias vidas y que no se pudo extinguir por los problemas de abastecimiento de aguas que sufría la ciudad.
Como era habitual en las instituciones franquistas, en el Ayuntamiento bilbaino se produjo un equilibrio de fuerzas entre las diferentes familias de la dictadura, destacando el papel del carlismo, del falangismo y del monarquismo, representado este, principalmente, por personas provenientes del partido Renovación Española. El tradicionalismo era una fuerza política con peso en la zona, frente a una Falange impuesta desde el poder, pero la diferencia entre Bilbao y otras ciudades de su época se encuentra en la importancia de los monárquicos de Renovación Española.
Alta burguesía Este partido apenas tenía representación social en Bilbao, y estuvo formado en buena medida por miembros de la alta burguesía industrial vasca, que durante este periodo controlaron tanto el poder político como el económico a nivel local. Una parte de dicha burguesía había apoyado e incluso financiado a Franco desde el primer momento y, a causa de ello, recibirían después cargos políticos como estos, a lo que había que sumar el poderío económico que ya ostentaban. Cuatro de los seis alcaldes del primer franquismo en Bilbao pertenecieron a Renovación o estaban vinculados a sus miembros, los otros dos fueron carlistas, que sin duda era la fuerza de mayor peso tradicionalmente en la zona de entre las que formaban parte del consistorio. Por lo tanto, el Ayuntamiento de Bilbao estuvo controlado principalmente por la alta burguesía vasca proveniente de la ultraderecha monárquica o del carlismo, con predominio de los monárquicos.
El Ayuntamiento de Bilbao, y es posible que esta situación se diese también en otros casos, tenía diferentes niveles de responsabilidad y de poder. Por un lado estaban los tenientes de alcalde y los propios alcaldes, que eran quienes de facto controlaban la institución, presidían las comisiones municipales y tenían los puestos de responsabilidad del consistorio, y por otro los concejales rasos, por denominarlos así, que tenían un papel testimonial en la mayoría de los casos. Si analizamos el perfil social del personal político del Ayuntamiento, veremos que hay marcadas diferencias entre ambos grupos, aunque en términos generales la gran mayoría eran personas de clase alta o al menos media-alta, trabajadores liberales y empresarios en muchos casos (destaca especialmente la cantidad de abogados), con un nivel de vida muy por encima del de la población sobre la que gobernaban. Como ejemplo, en una época en la que apenas el 1 por ciento de la población podía acceder a la universidad, cerca del 70 por ciento de los ediles bilbainos tenían estudios superiores, en algunos casos incluso habiendo estudiado dos carreras diferentes. Otro aspecto reseñable en las características de los concejales es la vinculación entre ellos y el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya, que nos indica la relación entre el poder político y el económico. En cada una de las corporaciones municipales de ese periodo, al menos un edil estaba vinculado de manera directa (por él mismo o por un familiar directo) con los consejos de administración de dichos bancos. Bancos que, además, tenían operaciones de crédito abiertas con el Ayuntamiento. No es el único ejemplo de la connivencia entre el poder político y el económico, y son muchos los ediles dedicados al mundo de la empresa, ya fueran negocios más bien familiares o grandes compañías.
Gestión y propaganda En cuanto a la gestión política, las iniciativas del Ayuntamiento de Bilbao pivotaron sobre dos ejes: por una parte, la gestión diaria de la ciudad, es decir, políticas relacionadas con salubridad, higiene, vivienda, educación, abastecimiento de aguas, transporte público y otras infraestructuras; y, por otro, sin duda la labor más importante del consistorio, la propaganda. El objetivo principal de los ayuntamientos franquistas fue el tratar de convencer a la población de las bondades de la dictadura, realizando políticas de memoria, toda clase de cambios en el callejero, monumentos y efemérides o entregando medallas creadas ex profeso para honrar a los combatientes franquistas de la guerra civil, por ejemplo. El consistorio contribuía también al control social ejercido por los poderes públicos (se realizan informes de las personas que vivían en las chabolas e informes políticos de los vecinos) y era también un método de recompensar a los veteranos de la guerra, ya que una parte de los puestos de trabajo que se ofertaban desde el consistorio estaban legalmente reservados para ellos.
En el caso concreto del Ayuntamiento de Bilbao, se llevaron a cabo políticas propagandísticas de todo tipo, comenzando por los cambios en el callejero, que fueron además la primera acción del consistorio, ya que el 21 de junio de 1937 se acordaron ya los primeros nombres con pretensiones propagandísticas. En este sentido destaca el uso propagandístico de la destrucción y reconstrucción de los puentes de Bilbao, dinamitados a la entrada de las tropas franquistas en la villa. Los puentes fueron reconstruidos y se cambiaron los nombres de todos ellos a excepción del de San Antón, debido probablemente al carácter religioso del mismo. Así, se llamaron Puente de la Victoria, Puente del General Mola o Puente del Generalísimo, uniendo la reconstrucción y la vuelta a la normalidad con la dictadura frente al periodo de destrucción y barbarie de la República. Los puentes de Bilbao son un gran ejemplo de propaganda y de la creación de un metarrelato en el que se vinculaban ciertos aspectos positivos (reconstrucción) a la llegada del franquismo, frente a lo negativo (destrucción de los puentes) vinculado a la etapa precedente. Las políticas propagandísticas fueron el principal quehacer del Ayuntamiento, pero desde luego no el único, debido a lo precario de la situación en la que se hallaban Bilbao.
El consistorio era una institución subordinada a la jerarquía del régimen, con poco margen de maniobra y una financiación deficiente, lo que le obligaba a buscar el apoyo de otras instituciones a la hora de llevar a cabo proyectos de mayor envergadura (en este aspecto los contactos personales de los alcaldes y del resto de ediles tenía un gran peso). Bilbao era una ciudad industrial con una masa de trabajadores que vivía hacinada en unas condiciones muchas veces deplorables, con grandes problemas en cuanto al abastecimiento de agua y la vivienda. La proliferación de las chabolas fue una de las características urbanas y sociales de la época, con lo que los problemas de higiene no hacían sino aumentar, provocando situaciones de emergencia sanitaria que el Ayuntamiento no podría controlar.
La situación del consistorio hace imposible pensar que se podría haber dado una solución definitiva a los problemas de la ciudadanía, pero la cuestión es que apenas si se hizo nada, y las soluciones que se plantearon no fueron ni mucho menos suficientes. Las ayudas del Estado eran también mínimas habida cuenta de la situación, y fueron utilizadas también como método de propaganda, pero no acabaron con el problema y las chabolas continuaron siendo parte del paisaje bilbaino décadas después de la llegada de la dictadura, por mucho que las borrasen de las fotografías cuando Franco visitaba la ciudad. Un claro ejemplo de ello es la construcción del barrio de San Ignacio, realizada con ayuda del Gobierno y para cuya inauguración Franco visitó Bilbao, aprovechando para otorgar a los nuevos propietarios las llaves y las escrituras de sus casas, una imagen del Franco protector y bondadoso que el régimen quería vender.
En definitiva, el Ayuntamiento de Bilbao fue una institución con muchas limitaciones, que se dedicó principalmente a la gestión diaria de la ciudad y a la propaganda, pero una entidad clave en la construcción municipal del franquismo, en su consolidación a nivel de ciudad y en la puesta en marcha de políticas que marcaron la vida de las y los bilbainos durante cuatro décadas.