Un siglo del comienzo de la autonomía vasca

La convulsa situación política tanto en el Estado español como en el mundo de principios del siglo XX fue el escenario de los primeros pasos hacia la autonomía vasca

Un reportaje de Eduardo Alonso Olea

Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.
Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.

El 17 de diciembre de 1917, hace ahora cien años, a las 18.00 horas una delegación de las diputaciones provinciales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, acompañada de varios parlamentarios vascos en Madrid, se presentó previa cita ante el presidente del Gobierno, el liberal Manuel García Prieto. El presidente de la Diputación guipuzcoana, Ladislao de Zavala, leyó ante el presidente mensaje, redactado por las Diputaciones en el verano anterior y que se había discutido con ayuntamientos y parlamentarios vascos, y conseguido un amplio respaldo.

En esencia el mensaje pedía las más amplias facultades autonómicas, se pedía al Gobierno que dentro de la legalidad más estricta y de la unidad de la nación española, adoptase y dictase, o propusiese a las Cortes, oyendo previamente a las diputaciones, las disposiciones legales necesarias para que reservándose el Estado todo lo concerniente a Relaciones exteriores, Guerra, Marina, Deuda pública, Aduanas, Moneda, Pesas y medidas y correos “dejase al país mismo, representado por sus organismos forales, la dirección de todos los demás servicios públicos”. El presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, respondió asegurando el honor que le había correspondido y que sin dilación estudiaría el asunto en su Gobierno y sin poder avanzar nada puesto que no conocía el detalle del texto sí aseguró que, desde luego, algo las diputaciones sí podrían conseguir puesto que su Gobierno trataría con cariño la cuestión. Tras el acto, a cuya salida los diputados vascos se mostraron confiados en la labor del Gobierno y en sus posibilidades, el mensaje acabó en un ignoto lugar de los despachos de Presidencia de Gobierno.

Esta iniciativa, que tuvo un final decepcionante a principios de 1919, no se puede entender sin ver el contexto realmente confuso y problemático en que se desarrolló.

En efecto, el mundo estaba en guerra; la Primera Guerra Mundial seguía en su apogeo, a pesar de que los rusos, tras la Revolución de Octubre, la habían abandonado, pero se habían convertido en beligerantes los Estados Unidos. Los efectos de la guerra en las economías de los países en guerra fueron intensas, pero también lo fueron en las de los países neutrales, como fue el caso de España. Es cierto que algunos sectores, como el siderúrgico, el naviero o el bancario -con un centro relevante en Bilbao- estaban experimentando unos crecimientos y unos beneficios incluso fabulosos; pero el reverso de la moneda fue el gran incremento de los precios, no compensados por la insuficiente elevación de los salarios, lo que generó un gran descontento social. El resultado fue un movimiento revolucionario en agosto de ese año.

Pero además hubo una aguda crisis política. El sistema de la Restauración, configurado por Cánovas del Castillo en 1876, estaba en medio de una profunda crisis debido al agotamiento de los partidos turnantes y el descontento de sectores, como el militar, o de los nacionalismos, sobre todo el catalán, que pedían reformas sin demora.

Reintegración foral Y en medio de esta aguda crisis las Diputaciones que en marzo de ese año habían cambiado en su composición con mayorías nacionalista vasca en Bizkaia y carlista en Gipuzkoa y Araba, vieron la oportunidad para retomar una vieja aspiración.

Con la vuelta de los conservadores presididos por Dato, en junio, ante la amenaza revolucionaria, se suspendieron las garantías constitucionales y se impuso la censura de prensa. En Cataluña, la reacción fue convocar una Asamblea de parlamentarios, para el 19 de julio, en la que se trataron los temas tabúes del sistema: organización del Estado, autonomías, militares, etc.

La aludida vieja aspiración y que entró en ese momento en el escenario político no fue otra que la reintegración foral. Sin embargo, habían pasado 40 años desde la abolición foral y, la verdad, es que las nuevas fuerzas políticas como los socialistas e incluso los nacionalistas, por no decir de los dinásticos, no veían cómo se podrían reponer los viejos fueros. Era un parecer muy común decir que, en esos momentos, ya en pleno siglo XX, no se podía volver a situaciones previas a 1839 e incluso anteriores, sin que fueran reformados profundamente.

El mensaje fue producto de iniciativas desde las diputaciones, que se reunieron durante ese verano en varias ocasiones y asambleas municipales, en que no sin debates agrios, se llegó a un mínimo común denominador, en la idea de que el Concierto Económico y la autonomía administrativa no era suficiente; había que conseguir un nuevo sistema, dentro del Estado pero que diera amplias capacidades de gobierno. De hecho, como se puede ver en el mensaje se pretendía una gestión propia en educación en todos sus grados, beneficencia, obras hidráulicas, agricultura industria y comercio “y otros que no hay por qué detallar, en nada va en contra la soberanía del estado”. Por lo tanto, se conseguiría un autogobierno” en negativo”, es decir, todo lo que no estuviera en manos del Estado, y que se detallaba, sería competencia autonómica.

El texto fue fruto de un delicado equilibrio entre posturas tan diferentes como la de los socialistas, que querían asegurarse que no hubiera menoscabo en los derechos de las personas, con la de los nacionalistas, que insistían en la necesidad de una amplia autonomía haciendo la menor referencia posible a la unidad (del Estado, de la Nación) española, junto con los dinásticos que precisamente insistían en este aspecto y que no se pretendía aprovechar un momento de debilidad del Estado para conseguir ventajas, mientras los carlistas a veces insistían en la pureza foral, pero dentro de la unidad del Estado. En definitiva, fue un texto trabajosamente acordado entre las fuerzas políticas del momento, en un contexto de aguda crisis del país. Como dijo Hilario Bilbao -hermano de Esteban Bilbao- “la fórmula aceptada no era el ideal de todos los presentes, sino una fórmula que encaminaba hacia ese ideal”.

La inestabilidad política (entre abril de 1917 y diciembre de 1919 hubo diez gobiernos distintos), junto con los problemas entre las fuerzas políticas del país cuando se trató de precisar quién y cómo gestionaría esa posible autonomía, si los ayuntamientos o las diputaciones, o hasta que se consiguieran las instituciones autonómicas (una o trina) quién y cómo gestionaría su interinidad… en definitiva demasiadas incógnitas a despejar en un momento en que en el Estado se intentaba contentar a todos sin hacerlo a nadie, como así ocurrió.

Tras la entrega del mensaje en ese mes de diciembre, la sucesión de gobiernos hizo imposible avanzar en el proceso hasta que a fines de 1918 un gobierno Romanones retomó el asunto y, en la ola autonomista catalana, se constituyó una comisión parlamentaria dedicada a estudiar el problema de la autonomía, y dentro de ella una subponencia que preparó su propio proyecto de autonomía vasca. Pero los intentos de autonomía, tanto catalanes como vascos, fracasaron debido también a la crónica inestabilidad de los gobiernos españoles, y definitivamente cuando llegó en abril de 1919 un nuevo gobierno de Maura.

Lo que sí significó fue el comienzo de algo nuevo en el sentido de que se percibió que el regreso al pasado foral, ya en el siglo XX, era imposible. No se podía plantear seriamente recuperar unas Juntas Generales sin voto proporcional a la población, como ocurría en Bizkaia, o una exención militar -y en medio de la Primera Guerra Mundial menos todavía- por lo que se comenzó a plantear otra opción, una opción que, por una parte actualizara el régimen foral y, por otra, formara alguna institución supraprovincial -superase las tradicionales conferencias de diputaciones- pero en todo caso fue un comienzo. En la II República el intento volverá a cobrar forma, aunque no será hasta octubre de 1936, ya comenzada la Guerra Civil, cuando se consiga el primer Estatuto de Autonomía.