LOS vascos participaron en la II Guerra Mundial en todos los ejércitos y especialidades: fueron soldados de infantería, pilotos de combate, conductores de blindados, espías, paracaidistas, guerrilleros en las selvas filipinas o maquis en la Resistencia francesa… Se ha escrito poco sobre los cocineros vascos, en su mayoría vizcainos, que navegaron en todo tipo de barcos, especialmente de la US Navy: desde portaaviones a destructores, pasando por transportes de tropas, buques-hospital… Algunos, como Juan Altonaga, descansan para siempre en las profundidades del océano.
Koldo San Sebastián
Tras la I Guerra Mundial, la Marina mercante vasca entró en crisis (después de haber conocido años de enorme prosperidad). Muchos marinos profesionales tenían dificultades para embarcar o vieron reducidos sus sueldos. De forma paralela, la Marina comercial de Estados Unidos vivía sus mejores momentos. Pero, hacían falta tripulantes con experiencia. Todo ello coincide con el inicio de las restricciones a la inmigración a ciudadanos españoles, a los que solo les quedaba la entrada ilegal en el país.
Centenares de marinos vascos saltaron del barco entre 1920 y 1939. Es decir, desertaron de buques de pabellón español, consiguiendo embarque en otros de registro americano. Gracias a una ley de 1906, aquellos que navegaban más de tres años en un buque con la bandera de las barras y estrellas podían solicitar la nacionalidad estadounidense.
La mayor parte de los marinos vascos (casi el 90 por ciento) se concentran en los puertos atlánticos, sobre todo en el de Nueva York. Los más demandados son mecánicos, engrasadores, bomberos, camareros y, singularmente, cocineros. Navegan en los correos que enlazan puertos americanos o los que cruzan el Atlántico. En la cocina había de todo: chef-jefes de cocina, ayudantes, carniceros, marmitones. En 1934, todos los empleados de la cocina del American Legion (un correo que hacía la ruta por la costa este de Suramérica y Bermudas) eran vascos: Pedro Aberasturi (jefe de cocina), Juan Naverán, Amalio Elorriaga, Pascual Ydoyaga y Julio Aberasturi (List or manifest of aliens empoyed on the Wessel American Legion, March, 19th, 1934).
La movilización
Cuando Estados Unidos entró en guerra, los vascos de Nueva York, como los de otros rincones del país, se alistaron o fueron movilizados. Algunos de estos, como Antolín Pedernales, Edward Lamiquiz o Ángel Viña, eran euskaldunes nacidos en la ciudad. Viña estuvo destinado en el destructor Champlin. Uno de los marinos neoyorquinos más condecorados fue Richard Ydoyaga, que estuvo embarcado en los destructores Maddox e Izard. Nacido en Ibarrangelu, había emigrado con sus padres a Nueva York siendo un niño. Su padre, Felipe, trabajaba como cocinero en los barcos-correo que hacían la ruta entre Nueva York y La Habana. Había estudiado en la New York State Merchant Marine Academy y, en la Armada, fue oficial de máquinas. María Benita Rementeria fue enfermera de la US Navy. Eisenhower le nombró Asistant Chief of Nursing of the United States Navy.
Cocina en tiempos de guerra Entre 1942 y 1947, unos 800 vascos participaron en la II Guerra Mundial e inmediata posguerra trabajando en las cocinas de los barcos de guerra, transportes militares y barcos mercantes, sobre todo, de Estados Unidos, pero también de Gran Bretaña, México o República Dominicana.
Fueron muchos los cocineros vascos enrolados en transportes de tropas. En estos barcos había dos cocinas: una para los soldados que transportaban, y otra para la tripulación. Por ejemplo, en el famoso barco hospital Acadia que estuvo en el desembarco en el norte de África, los vascos copaban estas dependencias. En el mismo, viajaban como cocineros del barco: Luis Orbe (chief cook), Juan Ugalde, Francisco Cayero, Julián Zabala, Jesús Aberasturi y Pedro Yturregui. Como cocineros del Ejército iban a bordo Esteban Azpiazu (chief army cook), Antonio Alluntiz y Ricardo Yturregi.
El Acadia fue uno de los llamados buques taxis. Había sido un barco de carga y pasaje hasta su incorporación a la Armada como hospital. En su primer viaje a Argelia, llevaba tropas, para luego regresar con los heridos. Esto, de hecho, suponía una violación de la convención de Ginebra. A su regreso, Manu Sota, el delegado del Gobierno vasco, preguntó a uno de ellos por la experiencia: «Yo con cocinar ya tenía bastante sin ver nada más» (Euzko Deya, México, 1: 1-03-1943). Él estaba a setas. Tras la guerra, algunos siguieron navegando en transportes militares hasta su jubilación. En algún caso, llegaron a estar en la guerra de Vietnam. La mayoría volvió a la marina civil. No pocos se emplearon como cocineros en tierra, montando sus propios restaurantes. En 1949, Martín Elorriaga, uno de aquellos chefs, se convirtió en presidente del Centro Vasco de Nueva York.