La abadía benedictina de Lapurdi acogió a muchos exiliados vascos que pasaban la muga durante la guerra civil, entre ellos aita Barandiaran, ‘Aitzol’ o el padre de Txiki Benegas o José Luis Anasagasti.
Un reportaje de Iban Gorriti
El Gobierno vasco ha celebrado en los últimos años diferentes actos memorialistas de homenaje y reconocimiento en localidades de Iparralde y Francia como Gurs, Bidart o Burdeos. El exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti reivindica uno más para los sacerdotes benedictinos de Belloc, abadía que acogió a una lista interminable de personas exiliadas llegadas de Euskadi y de otros territorios, privadas de paz en días de Guerra Civil y posterior Segunda Guerra Mundial.
“Falta ese reconocimiento que el Gobierno vasco debiera hacer, tal y como el lehendakari Ibarretxe en su día fue al cementerio de Bidart o se va a Gurs”, incide Iñaki, hijo de José Luis Anasagasti, aquel gudari bilbaino comisario del Batallón Larrazabal en representación del PNV que, como otras decenas de ejemplos, encontró compasión, solidaridad y hospitalidad en Belloc. “Al menos un acto en el que se ponga una placa de reconocimiento y agradecimiento”, propone para aquel monasterio benedictino fundado en 1875 y ubicado en Urt (Lapurdi), a escasos 20 kilómetros de Baiona capital.
Listados de la época de la abadía detallan el paso de nombres y apellidos conocidos. “Junto a mi padre estuvieron también Barandiaran o Aitzol, y el padre de Txiki Benegas”, cita Anasagasti, y aporta curiosidades respecto al padre del socialista fallecido en 2015. “Se llamaba José María como él, era un joven letrado donostiarra que, entre otras cosas, era el abogado de los pleitos nacionalistas tras los mítines o los artículos en prensa de los dirigentes del PNV”, afirma. Agrega que “pertenecía con Julio Jáuregui y otros jóvenes inquietos a la AVASC (Asociación Vasca Social Cristiana), creada y dirigida por el sacerdote de Tolosa José Ariztimuño, Aitzol, autor de La Nación Vasca y hombre importante en la difusión de la cultura vasca y la recuperación del euskera”.
Tras la caída de Donostia en 1936, Benegas se refugió en Belloc para ir desde allí a la Universidad de Lovaina, donde estudió Economía. Ante los tambores de guerra en Europa, fue uno de los muchos jóvenes vascos que alcanzó Venezuela y estuvo un año más en Chile para recuperarse de unas fiebres contraídas. “Mi padre le conoció en Belloc y en Caracas, y cuando en 1960 volvió a Donostia le visitó en su casa de Aiete, al lado del palacio de la Cumbre, que se llamaba San Bernardo. Allí aprendí yo, de la mano de las hermanas de Txiki, a jugar al Monopoly, y de él, juegos de magia”, evoca Iñaki.
Junto a los Benegas y Anasagasti, se suceden en fotografías los Aitzol, Barandiaran, Antonio Labayen, Román Laborda, Leonardo Arteaga… Según relato de Anasagasti hijo, el sacerdote Aitzol quiso refugiarse en Belloc, pero el general golpista Mola, “enterado de los intentos de Ariztimuño, envió un mensaje al abad del convento de los benedictinos de Belloc, en el que le amenazaba de que si se le permitía la estancia tomaría represalias contra los también benedictinos del convento de Lazkao, en Gipuzkoa. “Ante semejante chantaje, Aitzol abandonó su residencia en Belloc y decidió partir a Bilbao el 15 de octubre de 1936 en el buque Galerna, que salió de Baiona”, agrega. El navío fue capturado en alta mar y el sacerdote apresado y llevado a Pasaia, y de allí a la cárcel de Ondarreta donde fue torturado. El día 19 de ese mes fue fusilado en el cementerio de Hernani.
“La cruzada católica de Franco reprimía con inusitada dureza a los vascos y no dudó en fusilar a 17 sacerdotes, entre ellos a Aitzol, por considerarlo nacionalista, sindicalista y precursor de la doctrina social cristiana”, enfatiza el exsenador jeltzale.
Txiki Benegas confió a Anasagasti que le impresionó que en los últimos momentos de vida de su padre, ya delirando antes de su muerte, en sus entrecortadas palabras “solo hablaba de que no llegaba el barco de Aitzol”.
Partida en dos El 28 de diciembre de 1936 en Belloc estaban los religiosos Barandiarán, José Ostolaza, Juan María Beobide Juan Aranguren y Justo Mokoroa. También otros jóvenes perseguidos como Francisco Lizarazu, Luis Bereziartua, Cándido Lizarazu, Antonio Aranguren, Julio Ruiz de Oyoaga, Arluciaga, el propietario de autobuses de Lazkao, Victoriano Sarasola y los gudaris Fernando Artola y Faustino Pastor Basurde. “Mi padre aparece en una tercera lista, procedente de Bilbao junto a Ángel Bilbao, que al parecer de allí se fue a Barcelona, y Adrián Urarte que también marchó a Venezuela y está enterrado allí”, apostilla.
En ese grupo también están Joaquín y Rafael Zubiria, Fermín Amundarain y Vicente Iraola, Sabin Estala, Francisco Gutiérrez, Alejandro Valdés y su hijo Imanol Valdés. Además, algunos pasaban a comer o pernoctar, caso de Nicolás Ormaetxea Orixe, Fermín Oñatibia, Alberto Onaindia, León Barrenetxea, Ignacio Eizmendi Basarri, Joseba Elosegui, Antonio Korta, José Alberdi, Belausteguigoitia, Antonio Salaberria, Pedro Goikoetxea y los consejeros José Mari Lasarte y Eliodoro de la Torre.
“En los apuntes a mano aparece que, por ejemplo, el sacerdote Eladi Larrañaga había celebrado su primera misa en Belloc y que quienes más tiempo habían estado habían sido el cura Estolaza, Ruiz de Oyaga, los dos hermanos Zubiria, Artola, Gutiérrez, Iraola, Amundarain, Urarte y mi padre. Lástima del tiempo que ha transcurrido para haber hecho una historia de aquellos años en los que Francia se preparaba, sin saberlo, para ser invadida por los alemanes y partida en dos”, subraya.
Legión de honor La abadía no solo protegió a nacionalistas vascos y a republicanos españoles, sino que también fue solidaria durante la ocupación nazi con resistentes franceses y pilotos enviados por la red Orion. Denunciados por ello en 1943, el prior y el superior fueron detenidos e internados en Dachau hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. El monasterio recibió la Legión de Honor y una estela recuerda este compromiso con la democracia y la libertad de estos monjes.
A partir de 1968 acogió, además, a miembros de ETA, que llevaron a cabo algunas de sus asambleas en esta abadía que fabrica quesos y que completa su economía con el cultivo de viñas, huertas y árboles frutales. “De aquella etapa en Belloc solo recuerdo que una vez me contó mi aita una de las bromas que le hicieron a un recién llegado a la abadía. Le dijeron que era costumbre que cuando llegaban al refectorio por primera vez se tumbaran con la cabeza mirando al suelo ante los benedictinos hasta que estos le diesen la orden de levantarse. Y al parecer uno de ellos picó el anzuelo e hizo toda aquella ceremonia”, sonríe Anasagasti. Agrega que recuerda haber ido con su padre en los 60 a Belloc, “pero llegamos a la hora temprana de la comida y no pasamos de la puerta. Su comentario fue que aquello estaba muy cambiado. Lógicamente, aquel abad de 1937 que le tenía en alta estima y le había redactado sus cartas de presentación para su viaje en 1939, ya había fallecido”.
Concluye solicitando de nuevo reconocimiento oficial del Gobierno vasco hacia aquellos benedictinos que posibilitaron que los exiliados vascos se libraran de campos de hacinamiento como el de Gurs