Fiscal superior durante el Gobierno de Agirre, Ildefonso de Gurrutxaga administró justicia y profundizó en la historia vasca
Un reportaje de Luis de Guezala
El pasado día 3 de diciembre se cumplió el cuarenta aniversario del fallecimiento en Donostia de Ildefonso de Gurrutxaga y Ansola, quien fuera un destacado abertzale, abogado e historiador guipuzcoano. Había nacido en Azpeitia al comenzar el siglo XX, un 22 de agosto de 1902. Estudió Derecho en la Universidad de Deusto y allí conoció a otros jóvenes de su generación que acabarían siendo destacados líderes del naciente nacionalismo vasco como José Antonio de Agirre. Su compromiso con la política se produjo en 1930, en el contexto de la reunificación de Aberri y Comunión Nacionalista Vasca que refundarían un nuevo Partido Nacionalista Vasco al cual se afilió, poco antes de la proclamación de la II República española.
Al comenzar la guerra provocada por una sublevación militar contra la República y constituirse, en octubre de 1936, el primer Gobierno vasco, fue nombrado fiscal superior de Euskadi, al haber quedado la Justicia como una atribución exclusiva del Gobierno autónomo. Desempeñó este cargo acorde con la mentalidad que predominaba en el Gobierno presidido por Agirre, procurando moderar, humanizar y civilizar una situación terrible en la que tendían a prevalecer los odios y los actos criminales. Como dijera Manuel de Irujo, la guerra es la negación del derecho, y la labor para los hombres de leyes, más aún con la responsabilidad encomendada a Ildefonso de Gurrutxaga, resultaba extremadamente difícil en el contexto bélico. Como él mismo definiría, la justicia aplicada desde el Gobierno vasco fue “justicia enérgica, pero sin crueldad, ponderada y humana, pero sin impunismo”. Se mantuvieron las garantías procesales en juicios públicos, con jueces, magistrados y fiscales profesionales, a los que pudieron asistir personalidades y corresponsales extranjeros, y no hubo restricciones para la defensa de los acusados, asistidos por los abogados más notables de Bilbao. El lehendakari Agirre, asesorado por una Comisión de Justicia, decretó además algunos indultos.
Los juicios en los que se condenaron a algunos acusados de traición o espionaje a la pena capital tuvieron lugar en los cuatro primeros meses del Gobierno vasco. Esta rápida y fundamentada actuación de la justicia vasca fue, en opinión de Gurrutxaga, efectiva y suficiente para atemorizar y contener a los adversarios y tranquilizar a los leales. Perdida la guerra en Euskadi, continuó trabajando como magistrado para Manuel de Irujo, nacionalista vasco ministro de Justicia del Gobierno republicano, en Ciudad Real, Alicante y Tarragona. Después marchó al exilio en Francia, desde donde acabó viajando a Argentina, en el vapor Alsina, que zarpó de Marsella en enero de 1941.
Artículos y estudios históricos En Buenos Aires colaboró con la Delegación del Gobierno vasco y trabajó como administrador y redactor de su periódico Euzko Deya. También colaboró con Tierra Vasca con el seudónimo de Iñigo de Uranga. En 1943 fue uno de los fundadores del Instituto Americano de Estudios Vascos junto a otros destacados miembros de la comunidad vasca en Argentina como Justo Garate, Isaac López de Mendizabal, Andrés Mª de Irujo, Bonifacio de Ataun o Pedro de Basaldua. En el Boletín de este Instituto, del que fue secretario general, escribió numerosos artículos muy destacables sobre historia y cultura vascas. Fue además, como afiliado de EAJ/PNV, miembro de Acción Vasca de la Argentina, y socio del centro Laurak Bat, del que llegó a ser secretario, vicepresidente y presidente el último año de su estancia en Argentina. De carácter tranquilo y hasta parsimonioso, destacó por su espíritu comprensivo y apaciguador, no haciendo diferencias con otros exiliados de distintas ideologías políticas.
Su dedicación a los estudios históricos durante el exilio en Argentina fue cada vez mayor. Coincidió con José Antonio de Agirre en la idea de la necesidad de la realización de una Historia vasca. Mantuvieron entre ambos una activa y abundante correspondencia sobre esta cuestión a la que Agirre se dedicó en los últimos años de su vida, con el asesoramiento y colaboración de Gurrutxaga. Este también se encargó de realizar un capítulo de esa Historia sobre la época romana, así como sobre otros temas que formarían parte de un primer volumen desde los orígenes hasta el siglo XIII.
En 1959 regresó a Euskadi, pasando a residir en Donibane Lohizune, donde ya había vivido tras el final de la guerra. Este retorno pudo deberse, entre otras razones, a la petición del lehendakari Agirre de que colaborara más directamente en su proyecto histórico. Así lo sugiere la historiadora María Luisa San Miguel, que ha investigado sobre la figura de Ildefonso de Gurrutxaga y editado la reedición de algunas de sus obras con los títulos Reflexiones sobre mi país y Aprendamos nuestra historia. Es posible que también se le encomendara la presidencia de Sabindiar Ba-tza, ya que este mismo año regresó a Bilbao de su destierro en Iparralde Javier de Gortazar, que había sido hasta entonces presidente de esta institución, constituida en 1950 con el objetivo principal de reunir y publicar las obras completas de Sabino Arana.
El fallecimiento de José Antonio Agirre en 1960, que fue una terrible e inesperada pérdida para todos los abertzales, supuso sin duda un gran golpe para Gurrutxaga. Perdía no solo al lehendakari sino también al amigo y al intelectual con el que había compartido su proyecto histórico.
En 1965 Sabindiar Batza publicó, con motivo del centenario de su nacimiento, las obras completas de Sabino Arana, siendo Ildefonso de Gurrutxaga su presidente, responsabilidad que no abandonaría hasta su muerte.
Críticas a Otazu Al final de su vida conoció el inicio del desarrollo de una nueva historiografía españolista, que tenía como principal novedad su metodología marxista, y que, por lo demás, coincidía con la tradicional negación desde el nacionalismo español de la existencia de una nación vasca con una historia e identidad propias. Una de las primeras publicaciones de esta corriente fue la monografía de Alfonso Otazu titulada expresivamente El ‘igualitarismo’ vasco: mito y realidad, con la que pretendía demostrar que los ordenamientos forales vascos que se habían distinguido por establecer la igualdad jurídica de todos los habitantes de los territorios en los que se aplicaban no eran sino mitos o invenciones del nacionalismo vasco.
Posiblemente la última aportación de Iñigo de Uranga pudo ser una crítica a esta obra y a sus tesis, publicada en el número de Alderdi fechado en agosto-octubre de 1974. En ella Gurrutxaga razonaba, entre otras cosas, que a pesar del esfuerzo de Otazu en resaltar las desigualdades económicas y sociales que pudo haber en el pasado en el País Vasco, que estas existieran no convertía la hidalguía universal en un mito. También opinaba que hubiera sido interesante que se hubiera esforzado igualmente en comparar estas desigualdades con las de otras partes. Cosa que, sin duda, estaba muy lejos del ánimo de Otazu, atisbando que los resultados no le hubieran satisfecho.
Gurrutxaga concluía su artículo anunciando su continuación en el siguiente número de Alderdi, pero esta continuación nunca llegaría. Padecía un cáncer de estómago que avanzó muy rápidamente. Ya muy grave fue trasladado a la clínica de la Esperanza en San Sebastián, donde falleció el 3 de diciembre.
Ildefonso de Gurrutxaga nunca vio terminar la dictadura franquista que había condicionado tan terriblemente su existencia. Como tantos otros abertzales. Teodoro de Agirre y Lekube había muerto en octubre. Y, también en diciembre de 1974, fallecieron Lucio de Artetxe, José María de Lasarte y Antonio Ruiz de Azua Ogoñope. Para todos ellos y tantos otros, luchadores toda su vida por la causa de la libertad vasca, que nos dejaron sin poder volver a ver ondear libremente su propia bandera sobre su propia tierra, sea hoy, cuarenta años después, nuestra admiración y nuestro recuerdo. Agur eta ohore.