Desde su creación hace ahora cien años, Euskaltzaindia ha desarrollado una exhaustiva labor de investigación en torno a los dialectos y las variedades del euskera, recogida en el ‘Atlas dialectal general de las hablas vascas’
Un reportaje de Adolfo Arejita
Casi desde los inicios de la literatura en euskera son frecuentes las referencias a la variedad lingüística que adopta el autor al redactar su texto, siendo el caso más frecuente que cada cual escribe en su propio dialecto o variedad próxima, pero no en el registro de habla, sino en su forma literaria o culta. En el siglo XVI el bajonavarro Bernat Etxepare escribe su poesía en su dialecto (1545), así como el alavés Lazarraga en su variedad de la parte oriental de La Llanada alavesa. Durante ese mismo siglo los romances, colecciones de refranes, poesías, plegarias, que recogen Esteban de Garibay y otros escritores conocidos o anónimos, representan una variedad del vizcaino oriental, vizcaino occidental, guipuzcoano occidental, etc. Progresivamente irán emergiendo, y consolidándose, algunos de los dialectos como modelos literarios, principalmente: el labortano en el siglo XVII (Gero, de Axular), el guipuzcoano en el XVIII bajo el impulso de Larramendi, y el vizcaino a partir de finales del mismo siglo, de la mano de Moguel y Añibarro.
Axular expone ya tempranamente el problema de la gran variedad dialectal del euskara: Badakit halaber ezin heda naitekeiela euskarako minzatze molde guztietara. Zeren anhitz moldez eta diferentki minzatzen baitira euskal herrian. Nafarroa garaian, Nafarroa beherean, Zuberoan, Laphurdin, Bizkaian, Gipuzkoan, Alaba-herrian, eta bertze anhitz lekhutan. Tradicionalmente nuestros escritores han tomado como base la variedad propia, elevándola al nivel literario. Y en este sentido, el número de variedades escritas del euskera supera al de los dialectos literarios consolidados como tales. Dentro del guipuzcoano conviven al menos dos variedades (oriental y occidental), dentro del vizcaino otras dos principales, siendo aún mayor la fragmentación en las hablas navarras.
Manuel de Larramendi, en su Diccionario Trilingüe (1745) distingue o reconoce tres dialectos literarios, así como sus continuadores (Moguel y Añibarro entre otros): el vasco (referido al labortano y variantes próximas), el guipuzcoano y el vizcaino. El dialecto navarro se presentaba más difuso, dada su mayor fragmentación en un área tan extensa: las hablas más septentrionales se asignan al vasco (labortano), las más próximas a Gipuzkoa a este dialecto, quedando la zona central (cuenca de Pamplona) y parte de meridional (por encima de Tafalla) como de dialecto específicamente navarro. La producción de Sebastian Mendiburu refleja una especie de fusión de las hablas navarras y guipuzcoanas orientales, mientras que la de Joakin de Lizarraga de Elkano, el habla de la cuenca de Pamplona.
Larramendi hace un esfuerzo en representar las tres modalidades lingüístico-literarias del euskera, tanto en su diccionario como en su gramática. Así, traduce el término viernes en tres formas dialectales, y en este orden: ostirala, orzirala, barikua; guipuzcoano (dialecto central, el suyo propio), vasco (labortano u oriental) y vizcaino (u occidental).
El ‘vuelco’ de Bonaparte Dentro del vizcaino, Moguel impulsa un modelo basado en el habla de las villas orientales del Señorío y de la zona oriental de Gipuzkoa: cuando el nombre o el participio de pretérito termina en u se añade una b al artículo: como en buru-ba, esku-ba, zuzendu-ba, okertu-ba. Estos tales acaban los nombres en ia, cuando terminan en e, y en ua, cuando en o. Neure, neuria; zeure, zeuria; maite, maitia; zoro, zorua; gaisto, gaistua. Tal es la costumbre en Markina, Lekeitio, Elorrio y sus circunferencias, y también en buena parte de la Gipuzkoa que no diste de Bizkaia sino cuatro o cinco leguas. Pero al mismo tiempo reconoce que la morfología regular empleada tradicionalmente por los escritores vizcainos resulta más simple y práctica: Yo he de confesar que es más expedito, menos embarazoso y al parecer más arreglado, cuando sin variación alguna se terminan las voces con sola la adición articular: argia, ogia, zuria, gorria, burua, eskua, zuzendua, okertua.
Es el príncipe Luis Luciano Bonaparte quien durante la segunda mitad del siglo XIX, dando un vuelco a los estudios lingüísticos precedentes, afronta la descripción de las hablas y dialectos del euskara desde el punto de vista científico. Partiendo de una amplia formación lingüística y conocimiento de diferentes lenguas, y una dedicación e interés inusitados al conocimiento de la diversidad de las hablas vascas, logra un grado de descripción más próxima y detallada de los diferentes dialectos, aplicando una metodología más moderna para la descripción lingüística. Se reunió de un selecto grupo de informantes y colaboradores que representaban las diferentes hablas, a quienes encomendaba traducciones y recogida de materiales lingüísticos de su entorno, sobre cuya base elaboró una nueva clasificación de los dialectos vascos: basándose primordialmente en la flexión verbal distingue ocho dialectos, que se subdividen en 25 subdialectos y cincuenta variedades dentro del euskera hablado en su época. Confeccionó durante la década de los 60 varios mapas clasificatorios de los dialectos, que nos dan información detallada de la extensión territorial del euskera hablado, bajo un título muy sugerente: Cart des sept provinces basques montrant la delimitation actuelle de l’Euskara, y diferenciando con diferentes colores la delimitación de cada dialecto.
Las versiones dialectales de textos previamente seleccionados -fundamentalmente fragmentos de la Biblia- que Bonaparte encomienda a sus colaboradores están a medio camino entre el lenguaje oral y la tradición escrita. Generalmente recogen formas más próximas al habla de un lugar, pero sin llegar a una transcripción fonética de lo pronunciado. Nunca se había conseguido anteriormente una producción de textos en euskara tan extensa y que representara a tantas variedades, muchas de las cuales tampoco conocían representación escrita de su habla. Ello supone un mérito y un logro muy importantes desde el punto de vista lingüístico y literario.
Resurrección María de Azkue recogerá el testigo de Bonaparte a partir de la primera década del siglo XX en el estudio de los dialectos vascos. Su Diccionario vasco-español-francés (1905-1906) en dos volúmenes recoge el repertorio lexicográfico de los siete dialectos que reconoce como tales, especificando en muchos casos la localidad de recogida del término en cuestión. Tratándose de una obra mayor -más de mil páginas de gran formato a tres columnas-, fue confeccionado por una única persona, si bien con la ayuda de numerosos informantes y recopiladores. Se trata de un diccionario dialectal, en el sentido más amplio del término. Tanto las fuentes escritas -obras literarias o repertorios lexicográficos- como las fuentes orales -informantes de todos los dialectos- que maneja el autor pretenden recoger el repertorio de voces y variantes que se usan en las diferentes zonas -regiones, comarcas, pueblos- del territorio de habla vasca. Algunas de esas hablas han desaparecido posteriormente, como las de Roncal, Baranbio o de comarcas de Araba y Nafarroa…. Bien es cierto que el autor aplica un criterio de selección lexical un tanto restrictivo, de carácter purista, discriminando muchos préstamos absolutamente naturales en el habla (ailegau, bentana, fundatu o nezesidade), a los que no reconoce validez literaria.
Poco después de crearse la Academia, Azkue, como presidente de la misma, impulsó la recogida sistemática de materiales gramaticales y lexicales mediante una encuesta confeccionada ad hoc, titulada Erizkizunde Irukoitza (Triple cuestionario). Se trata de un atlas dialectal incipiente, realizado con medios limitados y personal poco profesionalizado. Pero esfuerzo y ambición no le faltaron a don Resurrección. Y si bien los materiales recogidos en diferentes puntos del área vascófona en la década de los 20 no fueron publicados hasta sesenta años después por Euskaltzaindia (Iker-3, 1984), sus resultados han quedado para investigaciones posteriores.
Atlas Lingüístico A comienzos de la década de los 80 la propia institución académica, y bajo el impulso de Koldo Mitxelena, pone las bases para el Atlas Lingüístico de Euskal Herria, del que actualmente llevamos diez tomos publicados -el último, a presentar dentro de los programas del centenario de Euskaltzaindia, al inicio de las Jornadas Internacionales de Dialectología, el proximo día 13 en el Euskal Museoa de Bilbao-, y que ha supuesto un salto cualitativo muy importante respecto a los trabajos anteriores.
El estudio de los dialectos y variedades de habla del euskara ha sido uno de los pilares de la investigación de Euskaltzaindia, desde su creación hasta la actualidad. El primer presidente de la Academia, Resurrección María de Azkue, no habría acometido sus trabajos de recogida y sistematización de materiales lexicográficos y gramaticales, de no haber existido un precursor fundamental durante el siglo XIX, Bonarparte. Y la Academia Vasca de la posguerra no habría emprendido seguramente un plan tan ambicioso de un atlas dialectal general de las hablas vascas (Euskararen herri hizkeren atlasa), que implicaba la confección de un cuestionario de 2.857 preguntas, destinadas a recabar información en 145 puntos geográficos del área del euskara y que conllevaría la recogida de 830.000 respuestas, directas o indirectas, y supondría un total de 4.000 horas de grabación sonora de voces, frases y locuciones. La labor sistemática y exhaustiva de recogida, sistematización y elaboración de materiales de las hablas del euskara supone una infraestructura sólida y segura para la Academia, junto con los corpus de la tradición escrita, a la hora de determinar las pautas de normativización y recomendaciones para el uso correcto de la lengua vasca.