La espía vasca de la alta sociedad

Ana María Bidegaray colaboró con el Gobierno vasco en los años 40 del siglo pasado para destapar a nazis y fascistas huidos a la diáspora uruguaya y argentina; Bélgica y Cruz Roja la condecoraron por sus servicios

Iban Gorriti

hay un episodio en la vida de Ana María Bidegaray que resta por estudiar de una forma más pormenorizada. La mujer natural de Hazparne, tras una humanitaria labor protagonizada en la Primera Guerra Mundial, continuó con su lucha política desde las altas esferas de la sociedad. Lo hizo ya en Uruguay y con la máxima de hallar nazis y fascistas ocultos en el país americano, en el que muchos buscaron anonimato y una nueva vida sin juicios de guerra.

Carne hoy de película de Hollywood, la labortana, de quien se celebra estos días una biografía tecleada por Arantzazu Ametzaga Iribarren, colaboró con el Gobierno vasco en el exilio. Lo hizo como parte de una célula de siete personas que actuó en Uruguay entre 1943 y 1949 para favorecer la captura de agentes españoles, italianos y alemanes que buscaron residencia en el país. Sobre esta estructura ha comenzado a investigar el docente universitario Xabier Irujo, editor del libro María Ana Bidegaray (Euskal Herria, 2019) y colaborador en la investigación histórica del personaje que resucitan del olvido. “Bidegaray colaboró con esta red y también con el Comité Belga de Socorros de Guerra, así como con la Cruz Roja en la Segunda Guerra Mundial”, modula Irujo. “Hasta el punto de que terminado el conflicto, una vez más, fue condecorada por la Cruz Roja por ayudar a humanizar la guerra, ya que colaboró otra vez enviando alimentos y víveres sobre todo a Iparralde”, subraya.

Consultada por DEIA sobre este capítulo del periplo vital de Ana María, Arantzazu Ametzaga, madre de este director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (Reno), admite que en el recién estrenado volumen no abunda en este episodio. “Seguimos investigando al respecto. Se sabe que un submarino alemán se hundió frente a Montevideo y que los nazis buscaron asilo en Uruguay y en Argentina. Yo puedo decir que en los trece años que viví allí no conocí un alemán”, aporta la autora que cuenta ya con 30 divulgaciones.

Con quien sí tuvo gusto de compartir horas, aficiones, cuitas, sueños… fue con la propia Bidegaray, a quien desde la distancia y el cariño llamaba Marianita y la consideraba una heroína que labraba, además, como ella la palabra escrita. “El espionaje es una traición, pero nunca tuvo mala conciencia por ello porque lo hacía desde una misión humanitaria”, analiza, y va más allá en su explicación: “Mi familia y la suya coincidieron en una idea del siglo XIX de hermandad vasca. El tío Manuel Irujo fue quien encarnó la expresión humanizar la guerra. Y ella lo hizo desde Iparralde y Uruguay. Tanto una familia como la otra buscaron llegar a las raíces de nuestro pueblo”, compara. Transmite además que Ana María conoció al lehendakari Aguirre tanto en su primera visita a Montevideo camuflado como el Doctor Álvarez como en las sucesivas oficiales. “Ella se movía fácilmente en la sociedad, en el centro vasco, con el Laurac Bat y de las reuniones obtenía información como servicio de espionaje, pero tenemos muy poca al respecto. Es secretuda”, califica.

En 1956, Ametzaga se despidió de ella. “Fue una de las últimas personas que abracé allí”, evoca quien dejó atrás a quien considera una mujer adelantada a su tiempo y condecorada tras la Primera Guerra Mundial por el rey de Bélgica y en la Segunda Guerra Total por la Cruz Roja. “En virtud de su esfuerzo por salvar prisioneros de guerra de campos de prisioneros alemanes y enviar alimentos a Bélgica e Iparralde, fue también escritora, activista social, madre y una intensa amiga para mí”, apostilla la investigadora.

Pero, ¿por qué el olvido de una figura tan clave? Arantzazu no duda en denunciar la primera razón desde su prisma feminista. “Lo soy y por ello se le ha olvidado primeramente, por ser mujer. Si hubiera sido hombre su importancia hubiera sido mayor”, dice. A renglón seguido, determina que la comunidad vasca en Uruguay es importante, aunque simbólica, y “todo se va apagando con el paso del tiempo, más en un país que vivió una depresión política y económica. No corrían tiempos para los héroes humanitarios”.

Mujer vanguardista El periodista Aitor Azurki, activo conocedor de la memoria histórica vasca, coincide con Ametzaga e Irujo en su importancia. “El libro es una gran aportación a la Historia vasca, ya que descubre la vida de una mujer vanguardista e internacional por su labor humanitaria, política, social y cultural del siglo XX en Europa y América”, enfatiza la primera. Añade que es “una de las mujeres vascas más importantes y desconocidas del pasado siglo” en Euskadi.

Irujo avanza por la misma senda. “No hay muchos ejemplos de féminas tan activas en el curso de la Primera Gran Guerra. Por si fuera poco, durante la contienda dio a luz a dos de sus hijos”, subraya. Con 28 años fue condecorada al término de la contienda por Alberto I de Bélgica, país del que su marido era cónsul. “Este pasaje de su vida es totalmente desconocido e inédito”, estima Ametzaga, quien ha escudriñado en archivos históricos lo siguiente: “Aprovechó las relaciones diplomáticas de su marido para obtener información de interés sobre los campos de prisioneros que los alemanes organizaron más allá de las líneas de combate y organizó una red de rescate de prisioneros de guerra. Éstos eran conducidos desde el otro lado del frente hasta París y, desde allí, repatriados a sus países de origen”.

Su compromiso fue tal que Aran-tzazu Ametzaga no duda en asegurar que llegó a protagonizar la denominada Red Bidegaray, que ayudaba a prisioneros belgas a escapar de campos de prisioneros alemanes hacia las líneas aliadas y prestaba ayuda con alimentos y abrigo. Dicha Red Bidegaray sería “un antecedente” de la famosa Red Comète de la Segunda Guerra Mundial, la “red precursora”. También fue pionera como autora del primer libro editado en Uruguay con relación a la cultura vasca, Cuna Vasca, en el año 1948.

Ametzaga concluye con una de las máximas de Ana María Bidegaray: “Por este mundo solo se pasa una vez y quiero que ese paso que sea bueno”. Por este motivo, “luchó por los demás, tuvo un matrimonio feliz, descendientes, y era querida por todo el mundo”, pondera la autora del también reciente libro Irujo: una familia vasca.