Navegar en la costa vasca a finales de la Edad Media

El derrotero redactado a finales del siglo XV por el marinero francés Pierre Garcie cita una veintena de lugares de la costa de Gipuzkoa y Bizkaia, con dibujos y textos

Reportaje, fotografías y mapas de Michel Bochaca

En junio de 1484, el marinero francés Pierre Garcie, alias Ferrande, acabó de redactar un derrotero, equivalente atlántico de los portulanos del Mediterráneo. El manuscrito, hoy desaparecido, se conoce por la edición realizada en 1520 por Enguilbert de Marnef, librero e impresor de Poitiers. Se conserva un único ejemplar de esta primera edición en la biblioteca municipal de Niort (Deux-Sèvres). El libro conoció un cierto éxito y fue reimpreso varias veces hasta 1643. Todas las ediciones posteriores a la de 1520 se basan en esta.

La costa vasca según el Grand Routier de Pierre Garcie (mapa 1).

Se sabe poco de Pierre Garcie, marinero de Saint-Gilles-sur-Vie (hoy Saint-Gilles-Croix-de-Vie), pequeño puerto del Poitou (hoy Vendée). Nació en torno a 1440. Se desconoce su fecha de fallecimiento. En 1463 formó parte de la tripulación de un barco de Olonne. Cuando redactó el derrotero entre 1483-1484 había ascendido probablemente a patrón o a piloto. Su apellido y su mote, afrancesamiento de García y Fernández, indican un origen castellano. En el siglo XV, una importante comunidad castellana vivía en Nantes, a pocos kilómetros al norte de Saint-Gilles-sur-Vie.

La obra consigna instrucciones náuticas (distancias en leguas y rumbos a seguir entre puertos, profundidad del agua y naturaleza de los fondos marinos, presencia de bancos de arena y de rocas, orientación de las corrientes de las mareas…) para navegar desde el Zwin (l’Eclusa) hasta Gibraltar. Abarca principalmente el sur del mar del Norte, el canal de la Mancha y el golfo de Bizkaia. Describe rápidamente el mar de Irlanda y las costas portuguesas y andaluzas hasta el estrecho de Gibraltar. Pierre Garcie puso por escrito lo que adquirió de joven durante su aprendizaje y, al hilo de su carrera, como lo sugiere una de las escasas confesiones personales que se le escapan: “Lo sé por experiencia”. Considerando que sabe leer y escribir, es posible también que incorporara datos de otros derroteros que circulaban en su época entre marinos. La originalidad del suyo se debe a la presencia de 31 dibujos (xilografías) de lugares de referencia (cabos, islas, montes, algunos con una torre o una iglesia). A partir de una trama narrativa común a los pocos derroteros y portulanos conocidos a finales de la Edad Media, Pierre Garcie introduce desarrollos propios para los sectores que conoce bien. Las costas del norte de Castilla hasta el cabo Finisterre forman parte de este espacio familiar donde se intuye que navegó personalmente, entre otras las de Gipuzkoa y de Bizkaia.

A lo largo de unos 200 kilómetros de costa vasca, Pierre Garcie menciona una veintena de lugares. Completa su descripción con 16 de los 26 dibujos incluidos en el derrotero (mapa 1). Siete dibujos representan un monte situado más o menos lejos en el interior del territorio pero visible desde el mar e inconfundible con los montes cercanos. Unos son aislados (Larrun, peñas de Aia, el monte Ulia, el monte Izarraitz), otros agrupados como los montes que dominan Deba o los montes Jata y Jatatxiki. El perfil de las puntas y de los cabos incorpora la parte interior de las peñas, desde el monte Jaizkibel hasta el islote Amuitz para el cabo Higer o desde el monte Andutz hasta la punta Aitzandi cerca de Deba. Habitualmente, Pierre Garcie describe los montes, y a veces los dibuja, sin nombrarlos. Rompe tres veces con esta costumbre en la costa vasca. Peñas de Aia, que confunde con Larrun del lado francés, esta erróneamente llamada la Lune. La deformación del topónimo se repite con el monte Jata llamado Zadde. Pero Hyssaris evoca sin duda posible el monte Izarraitz. Pese a las aproximaciones onomásticas, Pierre Garcie estaba muy bien informado. También señala la presencia de una torre o de una iglesia para ayudar la identificación: el castillo de la Mota en la cumbre del monte Urgull, una capilla (Santa-Catalina) en la punta Aitzandi, otra en Getaria (San Antón) o en la isla de Izaro, cerca de Bermeo (Santa María). El dibujo más simple de la torre en la punta del cabo Matxitxako parece corresponder a una atalaya. Estos edificios revelan una presencia humana escasa a lo largo de un litoral rocoso, dominado por un tras-país montañoso y poco poblado. Todos los dibujos presentan las mismas deformaciones: exageración sistemática de la altura en comparación con la longitud, y talla exagerada de los edificios que son representados de manera simbólica.

Pierre Garcie contempla dos tipos de navegación: una norte-sur al venir de alta mar, la otra este-oeste siguiendo la costa. El primer tipo adopta el punto de vista de un marino que cruza el Golfo de Bizkaia de norte a sur. A partir de 8 puntos situados en las costas francesas, se describen 10 rutas que arriban a la costa peninsular entre el cabo Higer y el cabo Matxitxako (mapa 2). Una distancia en leguas marinas (5.555 metros según la medida establecida en la Época moderna), asociada a una dirección (uno de los 32 rumbos de la rosa de los vientos), define cada derrota. Por ejemplo: “La isla de Yeu y San Sebastián yacen norte y sur, y toma un cuarto de noroeste y un cuarto de sueste, y hay de uno a otro 66 leguas. La isla de Yeu y Machichaco yacen norte et sur y hay de uno a otro 68 leguas”. La formulación simple y repetitiva facilitaba la memorización de los datos, conforme a la transmisión oral de los conocimientos náuticos entre gente de mar. Para ir de la isla de Yeu, última posición conocida antes de perder de vista la costa francesa, hasta el cabo Matxitxako, el barco debía recorrer unos 370-380 kilómetros (204 millas náuticas), rumbo al sur. Se supone que durante la travesía el patrón o el piloto estimaba la posición a partir de la apreciación de la velocidad. Tenía que tomar en cuenta la deriva y los cambios de rumbos que apartaban el barco de la ruta directa norte-sur. En el caso de una travesía entre Yeu y San Sebastián había que dirigirse al sur un cuarto de sureste (168º 75’) 66 leguas (360-370 kilómetros o 198 millas náuticas). La precisión del compás era de un cuarto de viento, es decir de 11º 25’, lo que creaba un margen de error entre dos rumbos contiguos. A partir del ejemplo de una travesía entre Belle-Île y Santoña (80 leguas norte-sur), Pierre Garcie señala que por un cuarto de viento de desvío el barco se aparta de la ruta directa de 4 leguas por 20 leguas recorridas, de 8 por 40 y de 16 por 80. La difícil apreciación de las largas distancias, en general sobrevaloradas, introducía otro tipo de error. Aunque la conversión de las 68 leguas entre Yeu y San Sebastián da un resultado bastante exacto (370 kilómetros), son 360 los kilómetros que separan Yeu del cabo Matxitxako, 10 a 20 kilómetros menos de lo que suponen las 68 leguas. Los datos cuantitativos recopilados tienen que ser valorados en relación con los conocimientos de la época. Proporcionaban una ayuda que los marineros completaban con la experiencia práctica y una vigilancia visual.

Dibujos y textos Viniendo de alta mar, una vez avistada tierra, o bien haciendo una ruta este-oeste paralela a la costa, los marinos se orientaban visualmente ayudados por los 16 dibujos del derrotero, que van acompañados de descripciones textuales reconocibles desde el barco. La descripción de la topografía se apoya en formas y colores (fotos 1-5). “El Fier [cabo Higer] es un cabo y a los que son debajo del se muestra alargado et bajo en la mar. Fuera del, hay una pequeña isla cerca del cabo que se muestra como un farallón [Amuitz], y más arriba del Fier la punta próxima es tierra roja [punta Santa Ana]”.

“Sepa que entre Deva y Zumaya es tierra blanca en la costa”.

“Para bien conocer Lequeitio […] veras un pequeño monte puntiagudo que es dentro [monte Lumentza], antes que veas [la iglesia] Santa Catalina y antes que veas la isla de San Nicolás”.

Se indican cuatro fondeaderos con más o menos detalles para anclar en ellos. Pasaia, “abra de todas mareas”, ofrece una protección “de todo tiempo”. La presencia de “un bajo a la entrada […] hacia el oeste”, que no parece, obliga a entrar “en el medio”, con viento de oeste u oeste cuarto de oeste o con calma porque “hay grande resaca”. “Si quieres posar en Guetaria posa en el sureste de la isla [San Antón] y cerca, y tendrás protección [del viento] de norte, noroeste y de oeste, y te vendrá [el viento de] oeste suroeste entre la isla y tierra, y suroeste encima de la tierra y sur y sureste también. Y tendrás doce brazas y buena cogida [del ancla]”. Se menciona el abra de Lekeitio sin más detalles. En caso de una ruta este-oeste, el cabo Matxitxako ofrece una protección temporal contra los vientos contrarios soplando desde el suroeste hasta el noroeste: “posa en 12 brazas o en 14 y tendrás buen refugio”. Las maniobras complejas para entrar en Plentzia indican un fondeadero de difícil acceso al contrario del “abra de Bilbao” en la “bahía de Portugalete” (mapa 3).

Las distancias en leguas que separan distintos lugares aportan datos complementarios. Se podía anticipar la aparición del punto de referencia siguiente (cabo, punta, monte, fondeadero, edificio…) y adaptar la navegación según la fuerza y la dirección del viento, el estado de la mar o el momento de la marea. Así, a la altura del cabo Villano el patrón podía elegir entre varias opciones: ir a Plentzia, a Portugalete o a Castro Urdiales, o bien seguir su ruta hacia Cantabria y más allá, hacia Asturias y Galicia.

*Michel Bochaca acaba de publicar un libro dedicado a la navegación bajomedieval: ‘Michel Bochaca et Laurence Moal (dir.), Le Grand Routier de Pierre Garcie dit Ferrande. Instructions pour naviguer sur les mers du Ponant à la fin du Moyen Âge, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2019’.

Urbanismo, agua y poder en la Vitoria bajomedieval y moderna

Las instalaciones hidráulicas de las que se dotó Gasteiz a partir de la Edad Media fueron públicas pero también un elemento de distinción de los pudientes

Un reportaje de José Rodríguez Fernández

Vitoria-Gasteiz fue una ciudad dinámica durante el periodo medieval y moderno. Esta efervescencia socioeconómica tuvo su reflejo en el urbanismo de la época en general y en ciertas infraestructuras hidráulicas específicas que serán el foco de atención en las próximas líneas, cuestiones que desarrollamos junto a los investigadores Ernesto García Fernández e Ismael García-Gómez en el libro recientemente publicado que lleva como título Urbanismo, patrimonio, riqueza y poder en Vitoria-Gasteiz a fines de la Edad Media e inicios de la Edad Moderna.

Gasteiz desde Santa Brígida. Se observa el Zapardiel junto a las murallas occidentales. Archivo Municipal

Estas instalaciones hídricas fueron utilizadas de forma masiva por los habitantes de la ciudad, independientemente de su origen y condición, pero también hay que destacar el protagonismo de las familias más poderosas de Vitoria. En sus luchas por controlar los resortes de poder, utilizaron el agua como un recurso más para mostrar la importancia de su linaje. Gracias a datos documentales y arqueológicos, todavía podemos seguir el rastro de antiguas canalizaciones, fosos, molinos, batanes, fuentes, abrevaderos, lavaderos… hoy día desaparecidos de las calles de la ciudad. Pero, además, veremos que aunque el agua ha sido un recurso presente en todos los ámbitos de la vida a lo largo de la historia, no todas las personas la han vivido de igual modo.

Los fosos olvidados A la altura de 1400 no había forma de entrar en Vitoria sin atravesar un puente. Esta imagen se nos antoja hoy difícil de creer, porque las antiguas cavas que rodeaban la población al pie de las murallas están canalizadas subterráneamente desde el siglo XIX. Se tiende a pensar que tanto el Zapardiel (por la parte occidental del casco antiguo vitoriano) como el Agua de Don Romero o Cauce de los molinos (por la parte oriental) fueron arroyos que, al discurrir cerca de la villa-ciudad, se aprovecharon durante siglos. Todo lo contrario. Existen numerosas evidencias escritas y arqueológicas que certifican que fueron canalizaciones completamente artificiales con origen en el siglo XIII. De hecho, no fueron éstos los únicos fosos de Vitoria y, a la luz de recientes hallazgos arqueológicos en el entorno de la catedral de Santa María, ni siquiera parecen ser los primeros. Lo que ocurre es que en esta ocasión los fosos inferiores tuvieron un aporte estable de agua corriente (algo que no era posible en la parte alta de Vitoria) y, así, fueron capaces de albergar otros aprovechamientos económicos más allá de la defensa (molinos, batanes, curtidurías de cueros, huertas de regadío o evacuación de residuos urbanos). Y ese fue el secreto de su permanencia durante más de 500 años.

Estas kilométricas canalizaciones de agua que alimentaban las cavas de junto a las murallas de Vitoria desde su derivación con presas de cal y canto funcionan por gravedad, un principio teórico sencillo pero que conlleva una enorme habilidad práctica a la hora de hacer funcionar el circuito. Y requiere además un diseño previo que tome en cuenta el punto de captación, la ubicación de los distintos aprovechamientos y la coordinación entre ellos. Ya junto a las murallas, las cavas contaban con muretes laterales, pilotes de madera e incluso enlosado en algunos tramos, posiblemente para facilitar las tareas de limpieza y dragado, en las que se ponía mayor empeño cuando las necesidades defensivas así lo requerían.

Mercedes, elites y molinos El caso del Agua de Don Romero o Cauce de los molinos es muy significativo para ilustrar la presencia de los linajes poderosos en estas estructuras tan importantes para el desarrollo urbano. Sobre un foso seco previo que protegía Vitoria por lado oriental, Romero Martínez de Vitoria sufragó entre 1280 y 1281 la construcción de una canalización de casi 5 kilómetros desde la aldea de Mendiola (de ahí su nombre de Agua de Don Romero), convirtiendo la antigua cava en una corriente de agua al pie de la ciudad.

A cambio, el rey Alfonso X le hizo donación de la explotación económica del nuevo cauce (…e nos por el servicio que nos fizo e por le fazer bien e merçed e por el trabaio que levó, mandamosle que fiziesse y ruedas e molinos en quanto pro pudiese fazer en esta agua que fuese todo suyo), a él y a sus sucesores los Sánchez de Maturana. La concesión no fue desaprovechada, y décadas más tarde ya nos encontramos funcionando los molinos de Las Trianas, San Cristóbal, San Ildefonso y Portal de Arriaga.

Hemos de tener en cuenta que el proyecto de un molino comienza antes de su construcción, con el privilegio de instalación. No en vano, el término molinar, distinto al molino, se refiere a un espacio concreto y delimitado que recibe ese reconocimiento jurídico desde la Corona, el concejo local o un poder señorial. Por lo tanto, el titular de una rueda harinera, como de cualquier otro ingenio hidráulico, lo es en primer lugar del solar para edeficar la dicha rueda, es decir, de la prerrogativa que permite su edificación y de todos y cada uno de los componentes que funcionan de manera planificada y coordinada para desviar y conducir el agua que acciona los rodetes y muele a través de pares de piedras cobijadas en un edificio: presas, calzes, casa, azeñas, rodetes, piedras, cozinos, salto e entradas e salidas.

Otras muchas familias preeminentes de la ciudad (Iruñas, Maturanas, Estellas, Álavas, Esquíveles, Maestus, Lequeitios o Guereñas) fueron propietarias de ingenios hidráulicos que, obviamente, dejaron en manos de personal cualificado a cambio de una renta anual. Y, en ocasiones, podemos observar episodios de conflictividad. Por ejemplo, la rueda de Abechuco fue mandada construir directamente por Diego Martínez de Álava en 1493. De inmediato, entabla un pleito judicial con Martín Martínez de Iruña porque este último, en defensa de sus intereses, no permitía el paso de suficiente caudal desde la presa de su molino ubicado aguas arriba, aludiendo a la mayor antigüedad de su industria. El Consejo de Castilla acabará primando el derecho de uso compartido de la corriente, por lo que se conmina a Martínez de Iruña a rebajar la altura de su presa hasta una cota adecuada para que ambos centros hidráulicos puedan funcionar correctamente.

Otro caso muy significativo es el de las ruedas harineras de Miñano Mayor y Ondategi. Entre 1500 y 1523 estuvieron en manos de Diego Martínez de Álava y Diego Martínez de Maeztu, siempre personajes notables de la vida política y mercantil alavesa. Gracias a un pleito que abrió contra ellos la noble familia Abendaño, sabemos que la ocupación de ambos molinos se produjo a raíz de un préstamo que concedieron estos mercaderes a Pedro de Abendaño y su mujer Leonor de Mendoza, ofreciendo el matrimonio las rentas anuales que proporcionaban los ingenios hidráulicos como modo de pago a plazos.

Sin embargo, una vez que la cantidad prestada estuvo desembarazada, tanto el Álava como el Maeztu se negaron durante años a abandonar las instalaciones, hasta que la sentencia definitiva de la Real Chancillería de Valladolid (la más alta institución judicial de la Corona por entonces) les conminó a devolver la titularidad a sus legítimos propietarios.

El agua potable La ciudad medieval de Vitoria contó con cuatro fuentes públicas emplazadas junto a los principales portales de acceso, pero siempre al exterior del recinto amurallado. Dentro, pozos y aljibes sufragados por particulares o impulsados por el concejo municipal hacían la función de servicio, pero su agua no era precisamente codiciada por su limpieza. Prueba de ello es que las ordenanzas de la ciudad prohibían en 1487 vender y consumir pescado limpiado con agua de pozo alguno.

Ya desde 1498 se realizan los primeros ensayos para traer agua canalizada desde la zona de Armentia. Se trataba de una conducción muy simple, una simple acequia excavada en el terreno que tomaba agua de un arroyo mediante una pequeña presa. La fuente de recepción se instaló en la actual plaza de la Virgen Blanca, ya que allí se celebraban los días de feria y mercado más importantes.

Tras observar que la fuente no acaba de cumplir con las condiciones deseadas de caudal y salubridad, durante los años 40 del siglo XVI se va fraguando un nuevo proyecto que contemplaba la construcción de una nueva fuente en el mismo lugar, pero alimentada por nuevos manantiales de origen cuyo caudal era transportado en una cañería cerámica soterrada que garantizaba una mayor higiene. Pero la novedad principal era que, por primera vez, desde la fuente principal de la plaza se enviaría agua a otras dos fuentes emplazadas en el interior de la ciudad.

Por entonces la ciudad se encontraba en pleno proceso de transformación urbanística. En este contexto favorable, las élites dirigentes observaron la necesidad de seguir embelleciendo el urbanismo (legitimando de paso su acción de gobierno) con nuevas fuentes dentro de los muros, al tiempo de mejorar las condiciones de acceso de todos los vecinos, también los de los barrios más alejados. Sin embargo, el concejo municipal carecía de los recursos económicos necesarios para costear esta costosa obra de ingeniería, y decidió recurrir al mecenazgo privado a cambio de conceder parte del caudal.

El proyecto cristalizó hacia 1567 y se convirtió en la primera conducción capaz de alimentar varias instalaciones dentro del núcleo de Vitoria. Sólo la conducción desde los manantiales de origen de Mendizabala y Arechabaleta (cuatro kilómetros de arcaduzado soterrado) costó más de 93.000 maravedís, incluyendo el recorrido interior a través de la calle Herrería. Dos fueron las fuentes que se colocaron intramuros, una en la denominada plazuela de la Herrería y la otra en Santo Domingo.

Pero lo que nos interesa ahora subrayar es la participación destacada del linaje Álava y del convento de Santo Domingo en las fuentes interiores, demostrando que tras el aparente derecho universal a saciar la sed existe en realidad una clara desigualdad en el acceso al agua.

Los Álava ceden una parte de su jardín palaciego trasero para instalar una de las fuentes, y una cantidad de dinero. El mencionado convento hizo lo propio con otra huerta que poseía. El gobierno municipal, gratificó a los donantes con un sobrante de agua para su uso privado. En resumidas cuentas, entre una de las familias más poderosas de la ciudad por aquel entonces y el no menos potente convento de Santo Domingo acapararon para uso privado el 16% del caudal que entraba en Vitoria. Eso sí, tanto la propiedad del agua como de las arquitecturas de las fuentes serían siempre de propiedad y uso público

El vecindario cercano a estas fuentes no recibió con entusiasmo estos acuerdos, entre otras cosas porque también habían ofrecido al ayuntamiento prestar los dineros y evitar así las cesiones de agua. Así, durante los primeros años de funcionamiento de las dos fuentes (plazuela de la Herrería y de Santo Domingo) se documentaron varios sabotajes en las cañerías que se dirigían a los usos privados. Ya lo advertíamos al comienzo del texto. Aunque el agua ha sido considerada un Bien Común a lo largo de la historia, no todas las personas han tenido las mismas posibilidades de acceso a ella. Ni antes ni ahora.