Los Sanfermines rotos de 1978

Por Josu Chueca

EL lunes 11 de julio de 1978, Jesús Lezaun, en la homilía del funeral de Germán Rodríguez, joven asesinado por disparos de la Policía Nacional, en la avenida Roncesvalles de Iruñea, en la noche del sábado 8 anterior, decía: «Desde hace ya mucho tiempo, los navarros tenemos una extraña sensación, como si alguien desde la oscuridad nos estuviera acechando y nos apuntara a la frente con un fusil. Como si alguien, empleando todos los trucos sucios de una irrisoria democracia, quisiera cortarnos el aliento y la andadura, esa andadura que ahora los navarros empezábamos a recuperar».

Sin embargo, a pesar de ser el crepúsculo de un sábado sanferminero, no había habido ni oscuridad ni invisibilidad en la descomunal agresión perpetrada por la policía armada en el corazón de la fiesta. Tampoco era un fusil, sino decenas de policías armados, que pertrechados de sus fusiles lanzapelotas, cetmes y pistolas, habían sembrado el pánico, la muerte y la desolación en plenas fiestas pamplonicas.

De hecho, respecto a lo ocurrido, ahora ya hace tres largas décadas, no hay dudas, ni pluralidad de relatos. Miles de personas fueron testigos de la descomunal agresión allí acaecida. Desde los mismos tendidos contemplaron, con asombro, estupor y miedo la irrupción de las llamadas Fuerzas de Orden Público en el coso de Iruñea. Había terminado la corrida del sábado cuando un grupo de 15 a 20 jóvenes desplegó una pancarta, demandando la amnistía para los presos y, en especial, para los recién encarcelados, como consecuencia de los sucesos de mayo de aquel año en Iruñea.

No era, ni la primera vez, ni la última, en que desde los tendidos de sol -lugar habitual de ubicación de las peñas- se proferían gritos, reivindicaciones o se entonaban cantos y protestas. De hecho, la policía había amagado en varias ocasiones con intervenir, entrando en la plaza para su desalojo. La primera vez, en los Sanfermines de 1973, tras la huelga general de Navarra, en solidaridad con los trabajadores de Motor Ibérica, cuando una sentada de las peñas reivindicó la libertad de los encarcelados. La segunda, según parece, la propia víspera, el 7 de julio de 1978. Pero como se dice en Navarra: «Ni al que asó la manteca» se le ocurrió nunca materializar tal desatino. Hasta que en la tarde del 8 de julio lo hicieron. En esta, encabezados por el propio jefe superior de la policía, el comisario Rubio, en dos ocasiones irrumpieron los policías, cargando con las porras, disparando pelotas y botes de gases, pero también balas, tal como lo prueba el hecho de que los primeros heridos de las mismas se produjeron en la misma plaza.

Respuesta de los mozos

Al socaire de la agresión, la respuesta de los mozos y espectadores fue inmediata. Lo que puede haber en una plaza de toros en Sanfermines: almohadillas, botellas, variopintos objetos de las peñas… todo sirvió para hacer frente a la inaudita agresión policial. La desproporción en la represión a una pancarta y la respuesta a aquella llevó a que los enfrentamientos se extendiesen a todas las calles y zonas circundantes a la plaza de toros. Desde la plaza del Castillo hasta la actual plaza de Merindades, desde la parte vieja hasta el corazón del 2º Ensanche, centenares de jóvenes respondieron con barricadas, improvisadas manifestaciones, etc., a los policías, que lejos de apartarse tras la primera agresión, fueron reforzados por más unidades de las denominadas antidisturbios.

En un momento pareció que se imponía un mínimo de cordura y que la policía se apartaba. El amigo y compañero de Germán Rodríguez, Patxi Lauzirika, lo recordaba cuando afirmó: «Los jeeps recogieron a algunos policías y parecían irse. Nosotros, a distancia y por detrás, saltábamos contentos pensando que se iban ya. Pero de repente, desde el cruce de las calles de Paulino Caballero con Roncesvalles, empezaron a sonar disparos. Germán dio como un salto hacia atrás y allí cayó herido, con un tiro en la cabeza». Trasladado urgentemente en un coche hasta el hospital, pocas horas más tarde fallecía.

Los policías, por su parte, no solo no se retiraron, sino que siguieron disparando por toda la parte vieja. El balance expuesto por el propio ministro Martín Villa, en su comparecencia en el Congreso, reconocía que se habían disparado: 5.000 pelotas, 1.000 botes de humo y 150 balas de distinto calibre. Al día siguiente, transcurridas 24 horas justas después de la muerte de Germán, aún hubo un mando policial que desde la radio de su coche incitaba, con el escalofriante No os importe matar, a continuar con esa terrorífica política de fuego y sangre.

La respuesta del pueblo navarro fue masiva y ejemplar. Interpelando a los responsables políticos desde las horas siguientes en el Ayuntamiento de Iruñea, preparando la respuesta masiva y solidaria, del día siguiente, con motivo del funeral y despedida a Germán, en el cementerio pamplonica. En este, miles y miles de personas, lo acompañaron, rodeado de banderas rojas y de ikurriñas en el camino a su enterramiento.

«No fue un fallo»

Compañeros de LKI glosaron su precoz y rica personalidad política, su generosa y temprana militancia desde los tiempos de ETA (VI), per, fue su hermana Concha quien acertó a sintetizar su recorrido vital y contextualizarlo cuando dijo: «Solamente quiero deciros que esta muerte de Germán puede ser casual, o podrían haber muerto miles, pero lo que no era casual es que Germán estuviera indignado en la calle por los hechos de la plaza de toros. Porque Germán está luchado desde los dieciséis y diecisiete años por la libertad. También quiero deciros que no creemos en un fallo de la policía armada. Queremos responsabilidades, pedimos responsabilidades a quienes las tengan. Es la política de un gobierno que nos oprime, y que cuando nos pasamos un poco de la raya carga contra nosotros su fuerza brutal».

Al finalizar este acto, una multitudinaria manifestación llevó, de nuevo, a miles de personas hasta la avenida Roncesvalles, el lugar donde Germán había sido muerto escasas horas antes y, a partir de entonces, solo algunas entidades tenían interés en seguir con los Sanfermines. Las peñas, la mayoría de partidos, los jóvenes, etc. no tenían ni ánimo ni ganas de reanudar la fiesta rota por la policía. Las dudas, en torno a esto, se disiparon el día 11, cuando se tuvo conocimiento de una segunda muerte, la de Joseba Barandiaran, acaecida en Donostia, cuando se manifestaba en solidaridad con Iruñea como consecuencia de disparos de un policía en la cuesta de Aldapeta.

Siguieron días de movilizaciones y huelgas casi generales en Gipuzkoa, Araba y Bizkaia. Continuaron las actuaciones tan desdichadas como el asalto a Rentería, el día 13, por parte de compañías supuestamente antidisturbios, que se dedicaron a agredir y robar impunemente… Cuando las movilizaciones se agotaron, a la postre todo se recondujo a comisiones de investigación que surgieron por doquier. En Iruñea se constituyeron dos. La dinamizada por el Ayuntamiento y partidos y la promovida por las peñas. En el terreno judicial, se abrieron también dos sumarios: uno por la muerte de Germán Rodríguez; otro, por los daños materiales ocasionados tras la irrupción en la plaza de toros.

Como es sabido, ninguno de los dos prosperó. A pesar de que miles de testigos vivieron y padecieron la agresión perpetrada en Iruñea, el entramado judicial fue incapaz de determinar las responsabilidades concretas que estaban en la base y en los brazos ejecutores de la misma. La judicatura fue rematadamente inútil para responder a las preguntas que aún hoy están faltas de respuesta: ¿Quién ordenó el dispositivo policial en torno a la plaza de toros? ¿Quién ordenó la entrada a la misma y actuaciones posteriores? ¿Quiénes fueron los autores de los disparos que mataron a Germán Rodríguez e hirieron a una decena larga de mozos?

En cuanto a la responsabilidad política, no fue más allá de la dimisión del gobernador civil, Ignacio Llano, sin alcanzar para nada a los responsables del llamado orden público (José Sainz, Rodolfo Martín Villa) y de la sesgada orientación política dada al mismo. En definitiva, a pesar de abrirse numerosas diligencias, de realizar un trabajo ímprobo los abogados de las comisiones de investigación, de iniciarse los antes citados sumarios, todo fue archivado para mayor (des)prestigio del sistema judicial español.

Cuando han transcurrido tres décadas largas y se entreabre la posibilidad de que las «otras víctimas», es decir, las originadas por la violencia de los aparatos del Estado, de los variados grupos parapoliciales como BVE, GAL, etc., sean reconocidas, recordadas y dignificadas, es obligado señalar que esta dinámica, lejos de quedar limitada a la Comunidad Autónoma Vasca y al periodo preconstitucional debiera ser ampliada a lugares y personas como los aquí mentados. Que personas como Germán Rodríguez, Joseba Barandiaran, reconocidos luchadores por las libertades, y víctimas de las crueles políticas de desorden público vigentes en la llamada Transición deben ser contempladas y honradas con todo merecimiento.