La presencia en Guatemala de exiliados que huyeron del franquismo pasó desapercibida en comparación con la de otros países latinoamericanos, y vivió momentos de tensión por la situación de aquel país y la política de Estados Unidos
Un reportaje de Arturo Taracena Arriola
EN Sabino Arana Fundazioa cuentan ya con un libro que acabo de publicar en México bajo el auspicio de la Universidad Nacional Autónoma y El Colegio de Michoacán con el título de Guatemala, la República Española y el Gobierno Vasco en el exilio, 1944-1954. No sólo ha sido la amistosa relación de mi abuelo materno, Jorge Luis Arriola, embajador de Guatemala en Lisboa y Roma, con Manuel de Irujo, Teodoro Aguirre y otros dirigentes vascos lo que me animó a esta investigación, sino además el deseo de hacer de dominio público un olvidado papel de solidaridad de mi país con los republicanos españoles. Muestro aquí un difícil resumen de un libro lleno de datos, nombres y circunstancias que debería interesar a los vascos que aspiren a conocer parte de la intensa actividad que desplegaron sus dirigentes y los de la República en el exilio en tiempos muy difíciles para la gran mayoría de sus partidarios.
Guatemala estableció tardíamente relaciones diplomáticas con la República española debido a que la dictadura del general Jorge Ubico solamente fue derrocada en vísperas del fin de la segunda Guerra Mundial por medio de la revolución cívico-militar del 20 de octubre de 1944. Ello permitió que este país entrase en el relevo de México en materia de proyectos de inmigración de refugiados españoles. Sin embargo, la marginalidad de la apuesta diplomática guatemalteca en el seno de los intereses diplomáticos del gobierno republicano español, entonces presidido por José Giral, hizo que las relaciones con los guatemaltecos fuesen encargadas al entonces ministro de Industria y Comercio de la República española, Manuel de Irujo y Ollo.
Tal decisión pesaría en el hecho de que al final el Gobierno vasco en el exilio fue el que las capitalizó durante casi una década, motivado por intereses diplomáticos (relaciones con los países centroamericanos y con los comunistas del Este), económicos (café, medicinas) y, en gran medida, de trabajo de inteligencia (papeles falsos, pasaportes, información). En ello sobresale el peso de las buenas relaciones que Guatemala entabló con los países centrales europeos bajo la impronta soviética o con la Yugoslavia de Tito. El triunfo final de la estrategia de Irujo por colocar a sus hombres en el centro de las relaciones republicanas con el gobierno guatemalteco se dio en 1951 con la designación de Antonio de Zugadi como cónsul de la República española, cargo que mantuvo hasta la caída del gobierno de Arbenz en 1954.
Tanto la modesta cifra de aproximadamente 200 republicanos españoles que llegaron a Guatemala entre 1947 y 1952, en comparación con las de otros países latinoamericanos receptores (México, Chile, Venezuela, República Dominicana), como esta capitalización del quehacer diplomático republicano por parte del Gobierno vasco en el exilio es la explicación del profundo desconocimiento que en la historiografía sobre la guerra civil española ha habido del papel jugado por los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1951-1954) en apoyo a la República española en el exilio tanto en Europa como en América, así como de la implementación de un programa guatemalteco de inmigración de refugiados españoles en Europa a partir del año de 1948. Una inmigración que ya no solo incluía a quienes habían huido de España entre 1936 y 1939, sino a aquellos que venían de salir de las cárceles franquistas o habían desertado del ejército al que fueron obligados a servir. Además de ellos, los hijos de los primeros, que para entonces ya eran adultos o tenían la suficiente edad para reunirse con sus padres en el exilio o, simplemente, aquellos españoles que pasaban las fronteras francesa y portuguesa por razones económicas.
El papel de EE.UU. Una relación tardía, en el marco de inicio de la Guerra Fría, que ayuda a explicar cómo en el tablero diplomático de Estados Unidos la presencia de los republicanos españoles en Guatemala fue utilizada por el Departamento de Estado para ejemplificar el apoyo del comunismo internacional a los gobiernos emanados de la revolución octubrina en el país centroamericano. Por ello, no es impropio relacionar la suerte de Guatemala en la Guerra Fría con la de la España republicana al inicio de la confrontación internacional con el bloque socialista, en momentos en que Washington daba un claro paso en el reconocimiento internacional del gobierno de Franco y para que España formase parte de Naciones Unidas. La visión que la administración estadounidense tenía de los republicanos españoles asentados en Guatemala era clara y abarcaba a todos sin calculadas distinciones, tal y como en 1955 dejó constancia el historiador y politólogo norteamericano ligado a la CIA, Daniel James: “Una verdadera brigada internacional, a la cual bien podría atribuirse un parentesco con su original español, funcionaba como parte de la maquinaria del Cominform… Ofrecieron una prueba muy clara de la intervención Soviética en los asuntos de Guatemala”.
Por su parte, la intervención estadounidense en Guatemala escindió a la comunidad republicana española asentada en el país centroamericano, haciendo que un grupo minoritario se reclamase como anticomunista al argüir razones nacionalistas (los vascos) o ideológicas (anarquistas y socialistas), sin poder evitar que la mayoría de los republicanos se viese lanzada a un exilio por miedo a las represalias por su participación durante la guerra civil española como en las administraciones revolucionarias guatemaltecas. De un universo de 200 personas, 145 optaron por abandonar Guatemala asilándose en tres embajadas latinoamericanas, principalmente en la de México. Es más, algunos de ellos fueron encarcelados y luego expulsados hacia este último país por las autoridades golpistas guatemaltecas entre los meses de julio y septiembre de ese aciago año de 1954. Se trata pues de un nuevo exilio republicano español que no forma parte de las historias oficiales que del mismo se han construido en estos países.
El 1 de julio, la Junta Militar declaró indeseables a los republicanos españoles residentes en Guatemala, lo que motivó que ese mismo día el Gobierno de la República en el exilio emitiese desde París un comunicado dirigido a aquella, en el que expresaba “que los españoles residentes en ese país fueron admitidos de forma regular conforme a las leyes en vigor, promulgadas por el Gobierno legal y aplicadas por la autoridades regulares… Por esas razones, el Gobierno Republicano español no puede aceptar que en ningún caso la colonia republicana española sea declarada indeseable por causa de sus gloriosos antecedentes republicanos”.
La violencia del gobierno golpista castrense en contra de la representación republicana en Guatemala fue tal, que el 20 de diciembre de ese año de 1954, ya refugiado en México, Zugadi le escribió a Irujo una larga carta en la que señalaba que se vio abocado a dirigir notas oficiales al triunvirato que tomó el poder luego de la caída de Arbenz, ello en medio del asalto a la embajada de España. Esto le llevó a protestar ante el Ministerio de Relaciones Exteriores guatemalteco, ya se tratase “de ladrones disfrazados de anticomunistas o de anticomunistas disfrazados de ladrones”.
Sólo salieron siete Zugadi había enviado un despacho sobre los sucesos al Ministerio de Estado de la República en París que se imaginaba que Irujo ya conocía. En ese ambiente golpista, también informó de que el número de vascos que salieron hacia México fue de tan sólo de siete, pues la mayoría se quedó en Guatemala. El 3 de enero de 1955, Irujo le respondió a Zugadi: “No se esfuerce Usted en preparar informes de lo ocurrido en Guatemala. No son ahora necesarios”. La contrarrevolución guatemalteca se apuntaba una victoria ideológica, pues los dirigentes nacionalistas vascos no sacrificarían sus excelentes relaciones con el Departamento de Estado norteamericano por la causa revolucionaria guatemalteca con la esperanza de que los Estados Unidos contribuirían a crear un Estado vasco independiente: la apuesta entonces del presidente José Antonio Aguirre.
En el segundo semestre de 1950, el padre Jokin Zaitegui había decidido fundar el Centro Vasco Landíbar en la capital guatemalteca, partiendo de que no existía uno en este país y de la necesidad de estrechar los vínculos de los paisanos residentes en él. A sus ojos, tal impulso partía de la importante herencia cultural vasca a lo largo de la historia colonial y republicana guatemalteca. Por tanto, argumentaba, “prescindiendo de toda política que separa, y caminando por la cultura que nos une, abre sus puertas de oro a todo vasco o guatemalteco amigo del País Vasco…” El acta estaba firmada como socios fundadores por Zaitegui, Valentín Cuartango, Juan Zabala, Leandro Garín Ugarte, Daniel Garín Ugarte, Julián y Ramón Urigüen, Gerardo Andicoechea, Felipe Aberasturi Azcoitia y Ángel Arce Barahona; estando “de acuerdo en principio”, Antonio Arregui Azcárate, Julián Azcárate, Antonio Altuna Gárate, Gerardo Arana y Nicolás Ormaetxea. Arregui, Aberasturi, Azcárate, Arce y Altuna habían llegado a Guatemala desde Francia por medio del programa guatemalteco de inmigración y todos habían participado en la guerra civil, ya fuese en las milicias o en el ejército vascos, aunque pertenecían a diversas organizaciones (ANV, PNV, CNT y UGT). La base organizativa previa a la fundación del Centro Vasco fue la iniciativa de Zaitegui para fundar la revista Euzko Gogoa, la única en ser editada totalmente en euskera del período post republicano y que jugó un papel de primer orden en el renacimiento de la cultura vasca en el siglo XX. Él empezó a prepararla como revista bimestral en la Ciudad de Guatemala a lo largo del año de 1949 y, finalmente, la registró legalmente el 26 de diciembre de ese año, por lo que el primer número salió de la imprenta en enero de 1950. En Guatemala, ésta habría de aparecer (salvo por razones financieras en 1953) hasta el de 1955, cuando Zaitegui buscó asentarse en Gipuzkoa pensando que el franquismo lo dejaría editarla en Euskadi. Imposibilitado, se trasladó a Biarritz, donde la revista vivió su segunda época de 1956 a 1959. El cambio de sede de la Euzko Gogoa de Guatemala a Iparralde en 1956 respondió menos a la dificultades económicas y más a la necesidad de que la revista estuviese más presente en el Estado español. Una lista mecanografiada de abonados del año de 1950 existente en el archivo de Zaitegui en Sabino Arana Fundazioa, muestra que el total de ejemplares distribuidos ese año de aparición era de 332, con destino a 25 países de Europa, América y Oceanía. Para entonces, la lista contaba solo con una dirección en España.