Los hermanos Florencio y Víctor Arroita, gudaris de ANV, murieron con escasas horas de diferencia el 26 de abril de 1937 pese a estar luchando en distintos pueblos
Un reportaje de Iban Gorriti
EL dramaturgo Lord Lytton dejó escrito: “El destino se ríe de las probabilidades”. Y en ocasiones es cierto. ¿Cuántas posibilidades hay de que dos hermanos en una guerra sean heridos y mueran el mismo día en diferentes escenarios bélicos? El destino, si existe, fue así de duro con Víctor y Florencio Arroita Zarandona, hijos del sepulturero de Durango, Ruperto Arroita Abaitua quien, según datos consultados en el Archivo Municipal de la villa, trabajó en el camposanto municipal hasta 1932.
Las muertes de los dos jóvenes gudaris de los batallones Olabarri y ANV3 acontecieron durante la Guerra Civil. De forma más concreta, un día histórico en todo el globo terráqueo: el 26 de abril de 1937, jornada en la que explotaba y ardía la villa foral de Gernika-Lumo a causa de las bombas nazis alemanas y fascistas italianas. Víctor luchaba en el frente de Atxondo, tenía 29 años y estaba casado e iba a ser padre de forma inminente. Le mataron meses antes de que su mujer diera a luz.
Florencio había dado 20 vueltas al sol. El archivero municipal de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia, aporta datos sobre este joven. “En el padrón de 1935 aparece Florencio, nacido el 9 de marzo de 1919, viviendo en el número 33 de Artekalea con su padre Ruperto y sus hermanas María y Juliana. Consta que trabaja de jornalero”, apostilla.
La investigadora de memoria histórica Aiyoa Arroita, natural de Ortuella, detalla que sus tíos abuelos murieron con escasas horas de diferencia y adelanta a este periódico que solicitará que se abra y exhume la supuesta fosa común que hay en el camposanto de Durango en la que podría encontrarse uno de sus familiares. “Víctor era del batallón Olabarri o ANV1, y cabo al cargo del orden público en Durango. Fue herido en un bombardeo de infantería ocurrido en el pueblo y fue trasladado al hospital de Basurto, donde falleció al día siguiente. Está enterrado en la fosa común de Derio. Mientras que Florencio perdió la vida en Axpe-Martzaa, hoy Atxondo, y podría haber sido llevado al cementerio de Durango”.
fosas sin abrir La autora, junto a Pablo Domínguez, del blog Crónicas a pie de fosa, lamenta que no se haya abierto ya el prado verde que hay en el cementerio durangarra sin tocar desde hace 80 años. Bajo ese impoluto manto -según hemeroteca consultada-, diferentes autores como Jimi Jiménez, Jon Irazabal o Robert Egby sopesan que hay zanjas sin abrir. Podrían descansar anónimos un centenar de cuerpos. Ninguna familia ni institución ha solicitado su apertura. Aiyoa es tajante al respecto: “He leído que hay quien dice que no hay que abrir esa fosas o zanjas, que solo dignificarlas. ¿Les importa más la hierba que los cuerpos? Tengo derecho a saber dónde está mi familiar para darle sepultura digna, llevarlo junto a los suyos en el panteón y cerrar el círculo para cerrar también mi herida”, enfatiza. Y recuerda igualmente que “alguien dio un golpe de Estado que llevó a Víctor y Florencio a luchar por las libertades y derechos humanos, y contra todos sus horrores; y que pongan una escultura, como dice alguno, ni a mí ni a mis parientes nos dignifica nada y más aún al lado de la capilla franquista construida en 1939 que hay allí”.
hijos del sepulturero El enterrador Ruperto estaba desposado con Concepción Zarandona. Tuvieron cuatro hijos: Florencio, Víctor, María y Juliana. “Un familiar nos dijo que eran cinco, que un bebé se le cayó a Ruperto a una tumba y murió, pero no sabemos si fue cierto”. Lo que sí es real es que Julia -como le llamaban en verdad en casa a Juliana- quedó encinta con alrededor de 20 años y como madre soltera decidió ella entregar a su bebé en la inclusa de Bilbao. “Sin embargo, su padre Ruperto, el sepulturero, le apoyó en todo momento y fue junto a ella dos meses después a recuperar al niño. De hecho, en las credenciales aparece él como padre y abuelo del recién nacido a quien llamaron Ruperto Domingo”, relata Aiyoa quien, por ello, considera que “Julia bebía los vientos por su padre, para ella era un dios”.
La investigadora ha solicitado tanto a Gogora como a la Sociedad de Ciencias Aranzadi la reclamación del cuerpo de Florencio. Y, ahora, está dispuesta a hacerlo también en el Ayuntamiento de Durango, consistorio en el que se creó una comisión civil y política denominada Martxoak 31 que trata asuntos como el expuesto. “Quiero que aparezca el cuerpo de Florencio. Necesito saber si está tirado aún en una campa. Soy la única que lo reclama, pero estoy en mi derecho. Si quieren solo dignificar esa supuesta fosa de Durango, que lo hagan también con todas y cada una de las cunetas…”, comenta Aiyoa Arroita. “A mí lo que me duele es que la cosa esté así sin saber quién es quién aunque pueda existir un listado. Yo quiero que mi familiar descanse de una vez por todas junto a los suyos, no olvidado”, concluye.