El homenaje en 1924 de la selección de Uruguay a Zabala

Se cumplen 91 años de la visita de aquella selección de fútbol a Durango, donde nació el fundador de Montevideo

Un reportaje de Iban Gorriti

EXISTE una placa conmemorativa en Durango que pasa desapercibida para toda la ciudadanía. Gracias a personas como las que componen la nueva Asociación Cultural Vicente Zavala, que miman la historia, llega a DEIA una efeméride curiosa. El rótulo, aunque roñado, sigue informando la siguiente leyenda: “A Bruno Mauricio de Zabala, fundador de Montevideo. Asociación Uruguaya de Football. 1924”. Tal día como el pasado miércoles hace 91 años llegó por barco a Bilbao la selección nacional de fútbol de Uruguay que debía competir en los VIII Juegos Olímpicos de París, cuya apertura se celebró el 4 de mayo de 1924. El combinado suramericano quiso aprovechar la ocasión para rendir homenaje al fundador de Montevideo, capital de Uruguay, Bruno Mauricio de Zabala (Durango, 1632 – Río de la Plata 1736). De hecho, la placa está colocada en el palacio en el que nació el militar. El homenaje consistió en la colocación de la placa, que se puede leer desde San Agustín Kultur Gunea. Con tal motivo se celebraron en Durango grandes festejos. Los deportistas llegaron de Bilbao en tren a las cuatro de la tarde y fueron recibidos por un numeroso público que aplaudió su llegada. La Banda Municipal de Música tocó el Gernikako Arbola.

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Según narran las crónicas de la época del 23 de abril de 1924, en los andenes les esperaba la corporación local presidida por el alcalde en funciones Pedro Añón, “con el Señor Arcipreste”. “Muchos balcones lucían banderas uruguayas y españolas y se podía leer una gran pancarta que decía La Cultural Deportiva de Durango saluda a los deportistas uruguayos”, según imprimían los periódicos.

Con un tiempo “espléndido”, la comitiva se trasladó a la casa natal de Zabala donde se colocó la placa. Asistieron la mayor parte de los diputados provinciales. Hubo “parlamentos” del diputado nacional uruguayo Casto Martínez Laguardia, del alcalde de Durango, de Ramón Ampuero, del Presidente de la Diputación Ceferino Urien, de Julio Lazurtegui, miembro del Centro Ibero-Americano, Cónsul de Uruguay en Bilbao… Un partido de pelota en el frontón de Ezkurdi enfrentó a los locales Francisco Elósegui y Ricardo Arabiourrutia (rojos) contra José Alberdi y Francisco Aguirre (azules). Ganó la segunda dupla.

La comitiva se trasladó a la parroquia de Santa Ana donde de niño había sido bautizado Zabala y se les hizo entrega de una reproducción de la partida de bautismo a la selección de fútbol uruguaya. A la salida, hubo aurresku y ezpatadantza. El ayuntamiento obsequió a los invitados con una merienda en el Hotel Miota que fue amenizada por el Orfeón Durangués que interpretó el Zortziko a Astarloa, Maitasun, Goikomendian y Fe y Esperanza, obra con la que pocos años antes había obtenido el segundo premio en el concurso de orfeones celebrado en Bilbao en pugna con el Orfeón Pamplonés. A las ocho de la tarde se organizó una romería popular en Ezkurdi tras la cual los uruguayos, por tren, regresaron a Bilbao.

ETA en el cine

ETA ha sido protagonista de numerosas películas y documentales que han abordado desde muy distintos puntos de vista, no exentos de polémica, las consecuencias de la violencia que ha padecido Euskadi durante varias décadas

Un reportaje de Igor Barrenetxea Marañón

Con cerca de mil víctimas mortales en su haber y otras tantas derivadas de sus atentados, la traslación de una mirada crítica sobre ETA y su entorno, en su ligazón a la izquierda abertzale siempre ha representado un reto. De hecho, muchos de los filmes que han retratado este tema con simpatía han provocado boicots, amenazas de bombas y protestas para impedir que fueran estrenados en distintos festivales de cine, en España. ETA despierta demasiadas sensibilidades encontradas. Pero, ¿cuál es la visión que se ha dado de la banda? Sin querer ser del todo exhaustivos, debemos partir de que no ha sido nada sencillo el acercarse a ese tema por el hecho de que su violencia ha corrido en paralelo con su retrato fílmico. En 1979, se estrenaba en el Festival de San Sebastián El proceso de Burgos, de Imanol Uribe. Este documental, precedido de una intensa polémica, presentaba a los procesados, antiguos activistas de ETA, como luchadores antifranquistas.

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Su prólogo, explicado por el historiador Francisco Letamendia, era una lectura aber-tzale de la historia vasca. Aunque el director pretendió quitarlo, al final, por presiones lo mantuvo. En él se codificó una imagen heroica de la lucha armada contra el franquismo, que es la única que sostiene la izquierda aber-tzale. Pero, sin duda, era un marco de superación del pasado, del despertar de la democracia aunque el filme no valoraba que casi todos los participantes y condenados en el proceso habían tomado ya caminos diferentes a los de la violencia. Sin embargo, servía para entender, en cierto modo, el origen de ese sentimiento de ultraje en ciertos sectores sociales, cómo la dictadura despertó una imagen muy negativa de España en Euskadi y, por lo tanto, alimentó el mito del conflicto vasco a favor de la violencia.

Ese mismo año se estrenaría Operación Ogro (1979), del italiano Gillo Pontecorvo, que venía avalado por su soberbio documental La batalla de Argel (1965). De nuevo, ETA se presentaba como una contumaz organización contra la dictadura; si bien en estos años ya se iba mostrando que el terrorismo no era tanto antifranquista como antiespañol. Dos años más tarde, Uribe volvería a fijarse, esta vez desde la ficción, en otro territorio inexplorado, los presos, en La fuga de Segovia (1981). Claro que el nuevo contexto auguraba el final de un largo proceso en que una rama de ETA, la político militar, iba a poner fin a las armas, conformando, posteriormente, Euskadiko Ezkerra, actualmente integrada en el Partido Socialista de Euskadi. En ese sentido, Uribe ofrecía una nueva visión en la que encadenaba el pasado, la represiva dictadura, con el presente, con una nueva oportunidad de paz.

Pero ETA militar siguió matando. Así que tres años más tarde, en 1984, se estrenó La muerte de Mikel, siendo una agria crítica contra la izquierda abertzale y sus hipocresías morales. Su trilogía vasca, de este modo, reflejaba cada vez más, aunque no con toda la hondura posible, la evolución de una perspectiva de desengaño. ETA no era un modelo de lucha contra la opresión y la tiranía sino que se había convertido en la excusa para otra clase de perversiones de la realidad. A tal punto que, en 1994, Uribe exploró esta vertiente en la sórdida y más descarnada Días contados, que tuvo un éxito tremendo. Desapareció el mundo idealizado de ETA para hablar de los bajos fondos y el clima descarnado y deshumanizado en el que transcurrían las vidas clandestinas de sus activistas.

La desgarradora ‘Yoyes’ Sin embargo, aprovechando el sustancial interés que proponía ETA y su entorno, se estrenaron otros filmes de endeble calidad como El Pico (1983), Goma-2 (1984), la más lograda, Ander eta Yul (1989), en donde Ana Díez retrata la justicia de ETA para acabar con el tráfico de drogas en Euskadi. Además, cabría señalar Días de humo (1989), de Antón Eceiza, Amor en off (1992), A ciegas (1997), de Daniel Calparsoro, fallido trabajo que desvela la angustia del terrorista tras matar a sus propios compañeros de comando, hasta llegar a la década siguiente en la que las propuestas no solo han ganado en calidad y entidad sino que han puesto el acento en la mirada sobre las víctimas. En primer lugar, cabría destacar Yoyes (2000), de Helena Taberna, porque la historia de la que fuera una de las primeras dirigentes femeninas de ETA, asesinada por la misma banda para impedir su reintegración en la vida civil, nos desnuda de una manera desgarrada y soberbia ese perfil tan totalitario de la banda.

Otros dos filmes a destacar, aunque el primero pasaría más desapercibido, fueron El viaje de Arián (2000), de Eduard Bosch y La playa de los galgos (2002), de Mario Camus. El primero retrata con crudeza la verdadera faz de un comando terrorista en sus intimidades, desnudándolo de todo el romanticismo que pudiera aún guardar la violencia. El segundo se destaca porque se revelaba la conciencia culpable del terrorismo; en otras palabras, el efecto negativo y desgarrador que produce la violencia en las personas que viven de ella. Ambos trabajos son dignos ejemplos de un cine de compromiso, con una intención muy clara de desvelar las claves afectivas y morales que el uso de la violencia trae consigo para las personas que viven de ella. Un desvelo interior que, sin duda, les acaba rompiendo por dentro.

Mostraba, en todo caso, un cambio de tendencia, con un cine más contundente que desvelaba las intimidades del terrorismo. Luego, le siguieron trabajos más comerciales e intranscendentes como Lobo (2004) o GAL (2006) que no han aportado nada a la filmografía, salvo el añadir nuevos puntos de vista temáticos.

En 2008, se estrenaron dos filmes muy distintos a destacar, Todos estamos invitados, de Manuel Gutiérrez Aragón, y Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales, envuelto por la consabida polémica al retratar al terrorista como una persona corriente. Cabe remarcar el filme de Gutiérrez Aragón porque es uno de los más logrados retratos hechos desde la ficción del sufrimiento de las víctimas de ETA, desde el momento en que el protagonista es amenazado y, luego, perseguido. Se habían producido varios documentales de enorme calidad como Asesinato en febrero (2001) y Perseguidos (2004), de Eterio Ortega, Voces sin libertad (2004), Trece entre mil (2005), El infierno vasco (2008) o, recientemente, 1980 (2014), todas estas de Iñaki Arteta, que se han convertido en el testimonio vivo de las víctimas. En el contrapunto a estos trabajos se encontraría Asier ETA biok (Asier y yo) (2013), de Aitor Merino y Amaya Merino, retrato de la amistad entre el etarra Asier Aranguren y Aitor Merino, buceando en las causas de la decisión de Asier de introducirse en ETA. Y Barrura begiratzeko leihoak (Ventanas al interior) (2012), que se acerca al mundo de los presos de ETA en las cárceles. Así, la polémica en torno al cine de ETA o el conflicto siempre están a la orden del día. Pensemos en La piel contra la piedra (2003), de Julio Medem, cuando varias de las víctimas que intervienen en el mismo, criticaron la visión que hace el director vasco del conflicto.

‘Lasa y Zabala’ Más recientemente, nos encontramos con Lasa y Zabala (2014), de Pablo Malo, en la que aborda con entidad la guerra sucia llevada a cabo por el Estado en su lucha contra ETA aunque se olvida de hacer una visión más crítica del mundo terrorista. Fuego (2014), de Luis Marías, en cambio, pretende ser un retrato de la angustia y el drama que viven los afectados por un atentado de ETA. El protagonista es un antiguo policía que busca su particular venganza contra la familia del etarra que mató a su mujer y amputó las piernas de su hija. Y aunque sí desvela ese trauma personal provocado por el brutal suceso e, incluso, se interesa por el sufrimiento de las familias de los presos, no acaba de ser un filme tan revelador como cabría esperar sobre la naturaleza de la violencia de ETA y sus consecuencias trágicas.

Singularmente, la comedia ha sido un territorio poco frecuentado. Cierto es que retratar el mundo de la violencia desde el humor puede aparentar una perspectiva frívola, pero ya se hizo con mucho acierto para otras temáticas como El gran dictador (1940), de Charles Chaplin, para denunciar el nazismo, o la exitosa La vida es bella (1997), de Roberto Benigni, para el Holocausto. En el caso vasco, se pueden citar únicamente los filmes Cómo levantar 1.000 kilos (1991), de Antonio Hernández, que tuvo escaso éxito y la más reciente Ocho apellidos vascos (2013), de Emilio Martínez-Lázaro (rodándose una segunda parte), auténtico fenómeno en la cartelera española que, si bien no es un filme en el que se retrate el terrorismo sino los ambientes abertzales, sí se ríe, de una forma elegante y sutil, de las particularidades e idiosincrasias vascas, además de ofrecer la visión o tópicos negativos que se tiene de ellos, en general, allende de nuestra autonomía. Pues no hay mejor arma contra los fanatismos que la risa, como bien desveló Chaplin en su día. Motivada por este éxito, en breve se estrenará Negociador (2014), de Borja Cobeaga, que aborda, en tono de comedia, las conversaciones entre un político vasco y ETA para conminar a esta a acabar con la violencia.

La filmografía sobre el terrorismo es mucho más amplia pero, en rasgos generales, se destaca por ser irregular. Se ha hablado mucho y con profusión sobre ETA en la gran pantalla, no existe ningún tabú, como alguna vez se ha dicho, aunque sí, como afirmaba Carlos Roldán, suele ser “veneno para la taquilla”. Destacan, en todo caso, un nutrido puñado de trabajos que nos permiten desvelar no solo las claves del efecto dañino del terrorismo en la sociedad, a partir del cine documental, sino desde la ficción, el descarnado y deshumanizado universo de ETA. Tal y como destaca el catedrático Santiago de Pablo, a la hora de perfilar una visión general de ETA, “la lenta evolución desde la comprensión hasta la impugnación del terrorismo que ha mostrado el cine pueden tener relación con la relativa simpatía ante ETA que hubo en ciertos sectores de la izquierda vasca y española en la etapa final del franquismo y la Transición”. Así, el cambio paulatino operado en la sociedad y en la cultura vasca (donde se integraron antiguos simpatizantes) ha dado lugar a una visión cada vez más crítica y desmitificada del fenómeno terrorista (salvo excepciones). Está claro que nada justifica el terrorismo a la hora de reivindicar la patria vasca, a tenor una dinámica social en la que cada vez hubo un clamor más contestatario contra ETA.

El último gudari del San Andrés

El periodista Fernando Pedro Pérez presenta una biografía de José Moreno Torres

Un reportaje de I. Gorriti

HABRÉ matado personas en el fragor de la batalla, pero nunca maté a nadie con un tiro en la nuca, que es lo que hacían ellos”, en referencia a los golpistas, a los a la postre franquistas. El testimonio es de José Moreno Torres (Deusto, 1918). Es uno de los muchos que dan forma a la biografía que le ha escrito en formato de libro el periodista bilbaino Fernando Pedro Pérez y que ambos protagonistas presentaron el jueves en Portugalete.

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El título de la publicación es José Moreno Torres. El último gudari del batallón San Andrés, dato que instituciones e historiadores consultados confirman no saber si es cierto. Quizás el jarrillero lo es en un campo de estudio, el de los listados de gudaris y milicianos del Euzko Gudarostea, poco investigado.

El libro se arma de 106 páginas a modo de reportaje y entrevista directa y con material fotográfico únicamente firmado a la Sabino Arana Fundazioa. Además, el autor ha hecho uso del archivo familiar de Moreno, así como de imágenes del periodista Aitor Azurki, autor del reconocido libro Maizales bajo la lluvia (Alberdania, 2011), de quien, por ejemplo, se reproduce una foto del gudari jeltzale junto al miliciano Paco Barreña, de Durango. También ha utilizado fotos publicadas en DEIA de Moreno con el anarquista Félix Padín o con el gudari del batallón Abellaneda Manuel Sagastibeltza y el exalcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna.

El periodista diferenció los trabajos hechos hasta ahora sobre Moreno. “Mi libro repasa toda la vida de José, desde niño hasta después de la guerra y día de hoy. Otros libros han informado solo sobre el tiempo que pasó en la guerra”, estima este naturalista que ha firmado “más de cien libros del mundo animal”, y otros sobre los últimos mineros, por ejemplo. Con el de Moreno ha abierto una senda de biografías de gudaris y también de milicianos, “porque no todos son gudaris”, precisa.

Valor incalculable “Hoy su testimonio, narrado de primera mano, adquiere un valor inmaterial incalculable porque el paso de los años le ha convertido en un auténtico referente histórico, que será recordado siempre por las generaciones venideras como el último gudari del batallón San Andrés, de STV”, prologa Fernando Pedro Pérez en su libro.

Durante la presentación en los locales de la asociación Aterpe 1936 que, según se dijo, preside Moreno a sus 96 años, y que forman parte de las dependencias del grupo de danzas portugalujo Elai Alai, una veintena de personas aplaudieron la salida del libro que se vende a 20 euros. El autor ensalzó la labor de Moreno, quien el 18 de junio de 2006 “hizo realidad un sueño”.

El periodista hace referencia a que Moreno Torres logró inaugurar en Artxanda un monumento en memoria de todos los miembros de los batallones vascos que combatieron en la Guerra Civil. Una gran escultura metálica, consistente en una huella, de ahí su nombre Aztarna.

Presenta a un Moreno nacido en Zorrotzaurre, dantzari en Erandio, sus viajes por mar, cómo conoció la Italia del dictador Mussolini, Cardiff, su alistamiento voluntario al batallón San Andrés y su paso por la guerra, episodio recogido en libros, prensa y otras publicaciones -como apunta el autor-, así como su reincorporación a la vida civil, las penurias de la posguerra, su matrimonio con Carmen Gutiérrez, su residencia en Barakaldo… Y otros capítulos como una excedencia para salir a navegar, cómo “se hace cargo del sindicato ELA-STV-A”, según queda reflejado en el libro. “Mi intención al redactar el libro ha sido bajar al detalle, a conocer por ejemplo sus sentimientos. Es una forma de conocer lo que pasó de primera mano, no contado por otras generaciones. Es una biografía con toda su vida, importante antes de que por ley desaparezcan”, declaró el escritor.

Ibarretxe y Azkuna El volumen también narra la constitución de la asociación Aterpe 1936, cómo conoció al lehendakari Ibarretxe, su aprecio por Azkuna… e incluso envía un mensaje a la juventud: “Les diría que luchen por la paz”. También opina, como ya hacía en el documental foral Zerutik sua dator, que no quiere que “la juventud pase lo que pasamos nosotros. Deberían saber lo que sufrimos los mayores, deberían saber lo que sufrimos en las cárceles franquistas”.

El libro se hizo durante tres meses con dos visitas semanales de Fernando Pedro Pérez a José Moreno. “No le conocía de antes. Ahora ando hablando con el gudari Manuel Sagastibeltza que tiene un año más que Moreno y también está fenomenal”, avanza. “Hemos hecho una pequeña tirada de cien ejemplares y no está a la venta en tiendas. Por ello es mejor hacer el pedido”, aconseja. El día de la presentación tuvo una buena acogida.

Las escuelas de barriada, una puerta al mundo para los núcleos rurales de Bizkaia

Hace 95 años nacieron las escuelas de barriada, que contribuyeron a reducir el analfabetismo, instaurar la educación bilingüe y abrir estos núcleos al mundo

Un reportaje de Gregorio Arrien

el pasado 26 de noviembre se cumplieron 95 años de la presentación de la llamada Moción Gallano, que dio lugar a la creación de las escuelas de barriada. La Corporación provincial tomó en consideración la Moción el 9 de diciembre del mismo año 1919, y con el objeto de tramitar con urgencia los primeros pasos y trabajos se nombró, a principios de 1920, una Ponencia ejecutiva conformada por Luis de Eleizalde, Eduardo de Landeta y los diputados Juan Gallano y Práxedes Aránsolo. Como fruto del interés y entusiasmo con que trabajó la Ponencia, en enero de 1921 ya funcionaban las dos primeras escuelas, la de Albiz de Mendata y Belendiz (Arratzu).

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Destinadas a suplir la ausencia estatal, las escuelas de barriada trataban de corregir los altos niveles de analfabetismo y, en general, el desajuste educativo-cultural de Bizkaia, reflejados, sobre todo, en las zonas rurales y los barrios minero-industriales. La geografía del país, montuosa y abrupta, salpicada de caseríos agrupados en pequeñas barriadas, hacía que los niños no pudieran asistir, por la distancia existente, a las escuelas situadas en los centros de la población. Entre los demás factores y elementos que estaban en la base de la creación de estos centros, hay que mencionar los siguientes: La necesidad de enseñar a los niños en la lengua materna, el desarrollo del pensamiento escolar y la conciencia cada vez más clara y exigente en materia cultural, en la línea de los países más cultos de Europa, el pensamiento e ideología del nacionalismo y la relativa riqueza del país a estas alturas del siglo XX. Todo ello entendido en el marco del empuje autonómico del momento.

Rápida construcción Las escuelas fueron levantándose e inaugurándose de forma muy acelerada. Ya antes de 1925 se habían construido 77 escuelas, con 114 clases y otros tantos profesores. En 1929 se completaron las 100 escuelas que estaban previstas en el plan de la Diputación, alcanzando un censo escolar de más de 5.000 alumnos. Eran unas escuelas simpáticas que se extendían por todo el territorio de Bizkaia, principalmente en las barriadas y pueblos más necesitados de centros de enseñanza; previamente, los pueblos o barriadas que aspiraban a tener la prometida escuela primaria, debían cumplir varias condiciones: las agrupaciones de vecinos debían constar de más de diez vecinos; sus viviendas debían distar, por lo menos, un kilómetro de la escuela más próxima, y, por último, la barriada o el ayuntamiento debían proporcionar un local adecuado.

Durante la II República tuvo lugar una nueva ampliación de 25 escuelas, que se unieron a las ya existentes del plan anterior; al término del proceso constructivo en 1936 el número de alumnos ascendió a 6.321 y el de maestros a 162.

Concebidas en los orígenes como verdaderas escuelas vascas o ikastolas, pronto sufrieron importantes modificaciones en su orientación, en función de la diversidad de políticas educativas radicadas en la Diputación y ejercidas desde la misma. Ya en la primera etapa, de 1920 a 1923, se abandonó la educación bilingüe de los inicios y se inutilizaron los textos euskéricos preparados por la propia Diputación unos años antes, permitiéndose en adelante el uso del euskera sólo como vehículo o medio de enseñanza. Tras estos pasos, el pensamiento inicial de Eleizalde, Landeta y otros, de desarrollar la escuela vasca, quedó, en gran manera, desnaturalizado, pero decidieron seguir adelante en su afán de lograr una parte de lo que aspiraban.

Los cambios en la orientación no terminaron aquí, ya que durante la Dictadura se acentuó la marginación de la lengua vasca, imponiéndose la estricta obligación de seguir el régimen general de enseñanza de las escuelas nacionales. Por fin, y antes del definitivo cambio de carácter en 1937, durante la II República se abandonará la enseñanza religiosa y se aplicará el laicismo escolar.

Pese a las anteriores modificaciones, la institución de las escuelas de barriada tenía una evidente personalidad, como fruto de su particular organización y su peculiar arquitectura, adaptada al paisaje del entorno; aparte estaba la envidiable adhesión popular.

El apoyo popular El apoyo otorgado a estas escuelas fue verdaderamente admirable. Según los testimonios de la época, fue emocionante ver en muchas barriadas cómo jóvenes y ancianos, hombres y mujeres quisieron tomar parte directa y activa en la construcción del edificio escolar, algunos aportando su dinero, producto de muchos sacrificios, y otros su esfuerzo personal, su propio trabajo. No faltaron quienes ofrecieron la madera de sus bosques o la piedra de sus canteras y sus yuntas y carros acarrearon los materiales a pie de obra. A este respecto, se suele situar esta obra escolar colectiva en el contexto de una antiquísima costumbre popular de organizar las prestaciones sociales en común, en auzolan.

Edificadas en estas condiciones, no es de extrañar que muchas escuelas contaran con el más sincero afecto de sus respectivas barriadas; por eso, las cuidaban con cariño, respeto y consideración.

Aunque la mayoría de las escuelas fueron construidas por los ayuntamientos, una buena parte de ellas fueron levantadas directamente por los vecinos, y eran, por ello, propiedad de los vecinos.

Además de proporcionar el plano de construcción y gestionar después la cesión gratuita de los locales, la Diputación se encargaba también de costear el material de enseñanza y el sostenimiento de los maestros.

Personal docente Por la importancia que se daba al profesorado en la organización y funcionamiento de las escuelas, la Diputación planificó todos los medios para atraer a sus centros lo mejor de las normales, en base a unas retribuciones y derechos que, a las alturas de los años 20, se consideraban bastante ventajosas. El ingreso en el cuerpo del profesorado estaba precedido de una depurada selección de los aspirantes. La provisión de plazas se hacía por medio de un concurso público y general, convocado con arreglo a una serie de bases entre las que primaban los valores personales, los conocimientos profesionales y el dominio de la lengua materna del niño. En las zonas de habla euskaldun, donde trabajaban la mayor parte de los maestros, estos debían conocer el euskera para emplearlo como vehículo de enseñanza.

El profesorado de las escuelas de barriada estaba conformado por un escogido cuadro de enseñantes, caracterizado por un alto interés docente y una verdadera vocación y entusiasmo. A muchos les tocó trabajar en apartados lugares y en medio de grandes incomodidades, a veces en montaña y otras en cerrados valles; por eso, su labor educadora se vio deslucida, en ocasiones, por la deficiente asistencia de los niños, quienes por las condiciones del lugar y el medio de vida del vecindario, dejaban de asistir a las clases.

Había bastantes figuras, que aparte de las labores escolares propiamente dichas, se dedicaban a otro tipo de quehaceres como escribir en la prensa y otras actividades sociales y culturales; Julene de Azpeitia fue quizás uno de los casos más conocidos en el campo cultural.

Actividades escolares La edad escolar, comprendida entre los 5 y los 14 años, abarcaba ocho años de duración en la escuela, a razón de dos años en cada uno de los siguientes grados: preparatorio, elemental, medio y superior. Las sesiones eran de tres horas de duración, interrumpidas por los recreos ordinarios, mañana y tarde. El censo escolar nunca debía superar los 48 alumnos por aula.

Las escuelas estaban clasificadas en mixtas, unitarias y especiales o graduadas; la mayor parte de estas últimas eran de dos grados.

Los programas de enseñanza, elaborados a partir de 1928, adolecían en general de los mismos defectos de los demás programas nacionales: sus contenidos eran demasiado amplios y complejos. Se incluían en los mismos las disciplinas habitualmente estudiadas en la escuela nacional. Los mejores alumnos de las escuelas eran ayudados y asistidos por medio de becas y ayudas de estudio para proseguir la enseñanza superior.

El uso del material escolar, proporcionado gratuitamente por la Diputación, fue una de las destacadas características de las escuelas; se les dotó del material fijo y móvil más moderno y más útil al fin que se perseguía. Entre el cúmulo de materiales servidos, eran los medios intuitivos y de proyección los que más se distinguían por su modernidad, si bien se procuraba que no faltase cosa alguna de necesidad o conveniencia para la enseñanza. En las clases donde se hallaba instalada la luz eléctrica, se contaba con el aparato de proyecciones y un surtido completo de placas de asuntos geográficos, históricos, agrícolas y demás.

Las excursiones escolares con fines educativos y las enseñanzas de carácter agrícola encontraron en las escuelas de barriada una verdadera oportunidad para su implantación y práctica.

Entre las actividades complementarias cabe mencionar la mutualidad escolar, las bibliotecas circulantes, las clases de adultos, los museos y exposiciones.

La cantina escolar constituía una institución necesaria y eficaz para el funcionamiento de las escuelas.

Los frutos del esfuerzo Aparte del esfuerzo organizativo, que fue realmente enorme, la Diputación gastó anualmente grandes sumas de dinero en el sostenimiento de las escuelas de barriada, siendo los sueldos de los maestros la partida más importante del presupuesto anual.

En el libro que publicamos en 1987 sobre Educación y Escuelas de barriada de Bizkaia (Escuela y Autonomía, 1898-1936), se hace una breve valoración de los principales resultados y frutos obtenidos; a saber: La reducción del analfabetismo, la instauración de la educación bilingüe y una apertura de las barriadas a un mundo de relaciones humanas, sociales y culturales. Con todas las limitaciones ya conocidas, se había reservado al vascuence un lugar que antes no había podido encontrar. Los motivos de índole política nacional y la cuestión del fuero de la lengua castellana, impidieron una mayor introducción de la lengua vasca en la enseñanza. En general, fueron escuelas generadoras de cultura y civismo, cuya acción no debe desligarse de los demás avances tecnológicos, económicos y de estilos de vida efectuados en las zonas rurales, a lo largo de todos estos años.